La mejor versión de mí - Anne Aband - E-Book

La mejor versión de mí E-Book

Anne Aband

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Beschreibung

¿Serías capaz de dar una segunda oportunidad a un amor juvenil o preferirías continuar con tu vida? Carolina lo ha pasado muy mal por culpa de un hombre, de su antiguo novio, Roberto. Lo amó tanto que se olvidó de ser ella. Después de que lo dejaran, hace ya diez años, ha recuperado la ilusión con Iván, y se van a casar. Pero Roberto vuelve a trabajar con la compañía que ella dirige, a cerrar un acuerdo deseado desde hace tiempo. Se encuentran de nuevo. Él parece cambiado, más sereno, y sigue despertando algo en su interior. Pero no puede ser, ella es feliz con Iván, que se convertirá en su socio cuando se casen. Roberto desconfía de un hombre tan perfecto y cuando escucha por casualidad los planes que él ha tramado, hará lo posible por ayudar a Carolina. Sabe que él mismo fue malo para ella, pero al menos lo intentará compensar evitando que cometa el peor error de su vida. El problema será que él no podrá evitar volver a sentir el mismo amor, esta vez más maduro y sensato, que sintió por ella hace tantos años. ¿Sentirá ella lo mismo? Novela corta romántica de la bestseller Anne Aband, ganadora de varios premios literarios.

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ANNE ABAND

LA MEJOR VERSIÓN DE MÍ

© Anne Aband

© Kamadeva Editorial, junio 2022

ISBN papel: 979-88-367435-3-6 ISBN ePub: 978-84-124240-7-2

www.kamadevaeditorial.com

Editado por Bubok Publishing S.L.

[email protected]

Tel: 912904490

C/Vizcaya, 6

28045 Madrid

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Epílogo

Notas de la autora

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Sobre Kamadeva

Capítulo 1

Observo al hombre moreno que se acerca a mí, trajeado de forma impecable. Camina con paso firme por el vestíbulo de mi empresa y a mí me tiemblan las piernas. Quisiera echarme a correr y, en cambio, esbozo una ligera sonrisa. Todo es agua pasada, me digo.

Roberto se acerca, lo suficiente para sentir el olor de su colonia. Parece que quiere darme dos besos, pero alargo la mano y la toma, con delicadeza y un rictus serio. La sostiene el tiempo suficiente para que sienta su piel y la suelta. Nos quedamos mirando. Él carraspea.

—Hola, Carolina. Me alegro de verte. ¿Todo bien?

Asiento, todavía sin poder hablar. Después de tantos años, me sigue afectando. Aunque hemos conversado por teléfono días atrás, no es lo mismo. Verlo en persona es diferente. Me giro hacia el ascensor. Reconozco mi debilidad, mi punto flaco, y se llama Roberto Torres. Él sigue sin decirme una palabra. Subimos en silencio y entramos en la sala de reuniones. Quizá no tendría que haber ido a recibirlo, pero necesitaba verlo antes de entrar en la reunión, pasar por ese trago antes de presentarme ante todos. La junta de accionistas se pone seria al verlo entrar. Algunos conocen el complicado pasado del hijo de Juan Torres, el dueño de Textiles Argentina y con el que vamos a firmar un acuerdo muy importante.

Me siento en mi puesto, en el de presidencia, y señalo el asiento de mi derecha para Roberto. Al otro lado está Iván, que acaricia mi mano cuando la dejo sobre la mesa. Él es completamente diferente a Roberto. Rubio, ojos azules y de carácter tranquilo, está siempre muy pendiente de mí. Ambos se miran y sé que el recién llegado tiene curiosidad. Pero ¿qué esperaba?

Roberto no se pierde detalle de todo lo que digo y hago. Me levanto y agradezco a todos su presencia, presento al recién llegado y a su empresa, Textiles Argentina, como si nadie la conociera. Él agradece mis palabras y explica su expansión por toda Latinoamérica, especialmente habla de las nuevas fábricas que van a abrir en Cali y México D.F. Agradece la atención de Red Velvet, mi empresa, y la fusión que será ventajosa para ambas empresas.

Después de unas palabras del director financiero, salimos todos a tomar unos cafés y pastas que han preparado en la sala de empleados. Iván me toma de la mano y vamos a un lado de la mesa. No es un secreto que estamos juntos, y aunque no solemos ir de la mano en la empresa, creo que se siente algo incómodo, ya que conoce la historia con Roberto. Lo miro de reojo y veo que está hablando con una de las accionistas más antiguas, amiga de su padre, y lo veo explicar con entusiasmo alguna anécdota.

—¿Todo bien? —me pregunta Iván, mientras me acerca una taza de café solo. Asiento.

—Todo perfecto.

—No sé por qué tu padre y tú os habéis empeñado en asociaros con ellos —dice con cierta rabia—, había otros candidatos.

—Porque queremos abrirnos al mercado americano, y lo sabes.

Tomo el café y aunque me ofrece una de mis pastas favoritas, la rechazo. Mi estómago está cerrado. Al cabo de un rato, él se acerca a nosotros y se pone un café.

—Roberto, te presento a Iván de la Cueva, mi prometido y director de marketing de Red Velvet.

Él le da la mano e Iván la toma y la sacude con fuerza. Hablan del mercado internacional y Roberto le da alguna explicación sobre cómo está el mercado norteamericano. Se nota que sabe de lo que habla. Después de un rato de charla, uno de los accionistas me reclama y los dejo solos. Miro de reojo, pero solo veo la espalda de mi prometido y el rostro serio de Roberto. Después, Iván se va y él se queda solo. Me mira y aparto la vista. La amiga de su padre vuelve a charlar con él y le cambia el rostro. Vuelvo a mi conversación, porque si no dejo de mirarlo, puede que me arrepienta.

Capítulo 2

Verla de nuevo, después de ese tiempo, ha despertado en mí esas emociones que parecía haber perdido, junto con la estupidez de aquellos años. Pero no. Siguen en el fondo, agazapadas, esperando el estímulo necesario para brotar en forma de sentimientos de culpabilidad e incluso vergüenza.

Estoy deseando acercarme a Carolina, aunque no sea el momento para decirle lo cobarde y mala persona que fui. Han pasado diez años y ella parece todavía sentirlo. Así que me voy a dedicar a ser amable y encantador con todos los accionistas, que es lo que me ha recomendado mi padre, y conseguir que confíen en mí. Por suerte, hay gente joven que no conoce mis correrías por Alicante cuando tenía veinte años. Miro de reojo a la pareja. Quiero saber quién es ese tipo que no se separa de ella, que parece estar atento a todos sus deseos, anticipándose incluso a traerle una taza de café, sin azúcar, como a ella le gusta. También yo podría habérsela llevado.

Suspiro, volviendo a la conversación con la accionista. Algún día tendremos que hablar, a solas preferiblemente. Le diría que he cambiado y que perderla fue un error, pero no lo haré, porque ella ahora tiene otra vida. De todas formas, quizá fue lo mejor. A partir de entonces, mi vida se transformó. Volví a Buenos Aires y… siento un escalofrío cuando ella pronuncia mi nombre.

Me decido a ir y ella me lo presenta como su prometido. Mi interior se estruja como si una mano me estuviera apretando. Pero claro, es lo normal. Me siento estúpido por haberme ilusionado. Estoy seguro de que lo sabe todo y, aun así, es amable. Tal vez ella está comparando nuestra relación con la que debe de tener con este hombre. Salgo perdiendo en cualquier caso. Quiero pavonearme y hablamos del mercado. Llevo muchos años estudiando cómo mejorar la empresa y sé de lo que hablo.

Después de un rato de charla, ella es requerida y me quedo a solas con su prometido. El tipo cambia su expresión, convenientemente de espaldas a Carolina.

—Espero, Roberto, que no causes le problemas a mi prometida.

—No es mi intención, te lo aseguro —digo, sorprendido por el tono duro—. Solo son negocios.

—Ella es feliz ahora, no la jodas —dice, y se va a otro lado. Me vuelvo hacia la mesa de catering y cojo otro café. Lo cierto es que apenas he dormido esta noche, pensando en que la iba a ver.

—Te aseguro que no es perfecto —dice la amiga de mi padre acercándose a mí—, es tan bueno que hasta en la cama debe aburrir.

Me atraganto con el café y no puedo evitar soltar una carcajada. Conozco a la mujer desde que era pequeño, ya que fue una de las socias del padre de Carolina. Mi padre y ellos dos estudiaron juntos en la universidad. Ella me ha visto en mis malos momentos, pero también cuando viajó a Buenos Aires hace unos años, cuando hice lo imposible y me convertí en la persona que mi padre siempre había soñado. Seguía teniendo mi toque rebelde, que ahogaba montando en moto, y haciendo carreras de vez en cuando. La adicción a la adrenalina todavía no la había controlado, pero no tenía nada que ver con… antes.

—Me voy a ir, no quiero incomodar a vuestra presidenta.

—Supongo que tendrás que hablar algún día con ella.

—Espero. Hay muchas cosas que…

Me quedo callado, mirándola de reojo. Está preciosa. Lleva el cabello castaño recogido en un moño y puedo ver el cuello delgado y los hombros delineados, que sostienen una blusa y una falda ajustada a sus perfectas caderas. Su perfil de labios hechos para besarlos sonríe. Desearía que esa sonrisa o la caricia en el rostro fuera dedicada a mí.

—Supongo que te instalarás en la casa de tu padre —dice mi interlocutora, haciéndome volver a la realidad.

—Sí, encargué a la empresa que me recomendaste la limpieza y acondicionamiento, pero no sé si me quedaré mucho. La fábrica de Buenos Aires me reclama.

—¿Pero no está tu hermana? Ella es muy capaz.

—Lo sé, lo sé, pero quiero volver lo antes posible.

—Entiendo. Cuídate mucho, Roberto.

Me despido brevemente de todo el mundo y me marcho, saliendo a la tarde calurosa de un mayo en Alicante. Me aflojo la corbata. No tengo ganas de nada, así que cojo la moto y conduzco, intentando llegar tan lejos como pueda para olvidarla. Pero ni cruzando el charco lo he conseguido. Vuelvo a la ciudad y voy hacia la urbanización de lujo donde tiene la casa mi padre. Aparco la moto y entro en casa, tirando los zapatos por cualquier sitio. Dejo la camisa por el suelo y ahí, solo vestido con pantalones, me sirvo un ron, sin hielo. A través de la cristalera veo la piscina climatizada que ya está limpia y preparada. El jardín también lo han arreglado. Una casa ideal para fundar una familia.

Me sirvo otro ron. Lo reconozco, soy un adicto, adicto a ella.

No sé cuánto llevaba absorto, mirando el horizonte, cuando suena el timbre. No espero a nadie, así que me acerco a la puerta, todavía con el vaso de ron en la mano.

Abro, sorprendido.

—Hola, Roberto —dice Carolina, apretando su bolso con nerviosismo—. Tenemos que hablar.

Capítulo 3

Dos días sin dormir, apenas había probado bocado. ¿Por qué se había retirado su padre? ¿Por qué habían tenido que asociarse con ellos? ¡Con él!

Me duele en lo más profundo. Como si me arrancasen una parte de mi cuerpo, la pisotearan y después volvieran a metérmela. Mi amiga Mariajo me diría que soy demasiado exagerada, pero ella no lo vivió como yo. No sabe todo lo que pasó.

Me pregunto qué hago en el coche, delante de su casa, sin decidirme a salir. Miro mi mano y siento todavía su calor, aunque sé que no es posible. Ese toque que sigue quemando mi piel, el tacto de su mano que tantas veces me hizo suspirar, que me acarició de mil maneras distintas, llevándome a ver la luna, el sol o las estrellas…, pero que iba unido a un tipo que me provocó un llanto interminable de más de seis meses. Y eso, aunque él sonriera con simpatía, jamás debería olvidarlo. Por eso me vuelvo a preguntar qué hago aquí, mirando la fachada de esa casa donde tan buenos ratos pasé.

Por lo menos, la reunión ha ido bien, gracias al apoyo de Iván. Si no fuera por él, es posible que me hubiera derrumbado. Pero eso no podía ser. Debo enfrentarme a mis demonios, hablar con él y decirle lo que en su momento no pude. Gritarle, pegarle si hace falta, insultarle, decirle que casi me mata. Trago saliva y aprieto las manos en el volante. Iván me ha llevado a casa y acto seguido, cuando él se ha ido, pues no tenía ganas de que se quedara, he salido en el coche. El vigilante de la urbanización me ha dejado pasar sin problemas.

Estiro mi blusa y me miro en el espejo retrovisor. Mi moño sigue impecable. Quiero transmitirle que no es una visita del todo personal, que solo es para aclarar alguna cosa. Intento convencerme, pero ni yo me lo creo. Al final, cojo mi bolso y salgo del coche, lo cierro y camino despacio por las baldosas de piedra que llevan a la entrada. El jardín está vacío, ya que hace mucho que no vienen. Sin embargo, parece limpio.

Llamo a la puerta y, cuando él la abre, aprieto el bolso como si fuera un salvavidas. Roberto solo lleva el pantalón puesto y en la mano un vaso que huele a ron. Ese olor me recuerda a otros momentos de fiesta, besos y arena. Su pecho es distinto, más ancho y musculado, sin ser exagerado. Ya no es ese joven de veinte años, es un hombre y demasiado atractivo como para quedarme tranquila. Él me mira sorprendido.

—Hola, Roberto —digo—. Tenemos que hablar.

Él se aparta para dejarme pasar y lo acompaño al salón. Deja su vaso medio vacío en el bar y sirve dos vasos de ron. Me acerca uno, pero lo rechazo.

—No, he venido conduciendo.

Él deja el vaso en la mesita de centro y yo me siento en el sofá. No tengo palabras. Él se coloca enfrente, esperando.

—Creo que sería mejor que aclarásemos algunas cosas, Roberto —digo. La voz me tiembla siempre que pronuncio su nombre.

—Estoy de acuerdo. Yo… quiero pedirte disculpas, por todo, Carol. ¿Podrías algún día perdonarme?

—¿Por casi matarme de dolor? ¿Por abandonarme y dejarme hecha una mierda? —digo levantándome.

—Por todo —contesta él mirándome—. Sé que es difícil. Yo todavía no me he perdonado.

—¿Por qué has venido? ¿No podías haber mandado a tu hermana?

—Está embarazada. Lo lógico era que yo viniera. Procuraré no ponerme en tu camino. Solo te pido que me toleres, si no puedes perdonarme. Es una buena oportunidad para todos.

—Yo tengo una nueva vida, y no quiero que vuelvas, no quiero…. —Bajo la cabeza, abatida, y susurro—, jamás cumpliste tu promesa.

Dejo el bolso en el sofá y me dirijo a la puerta de la terraza. La piscina sigue igual que siempre, y me trae demasiados recuerdos. Algunos muy buenos. Inolvidables.

Roberto se levanta y se pone a mi lado, pero no demasiado cerca.

—He cambiado, Carol. Ya no soy el que era. Te lo juro. También me afectó a mí.

Me vuelvo furiosa y le doy una bofetada. Él la acepta. Se merece eso y mucho más. Se merece lo peor. Me echo a llorar y él me abraza. Apoyo la cabeza en su pecho mientras lloro lágrimas de diez años de antigüedad. Roberto acaricia mi cabello y el cuello. De pronto, me doy cuenta de que estoy en sus brazos y me aparto con brusquedad, cojo el bolso y salgo de la casa, dejando la puerta abierta.

Conduzco sin mirar atrás, deprisa, llorando. Ha sido un error. La cicatriz que llevaba se ha abierto. Comienza a llover, una tormenta de mayo. Paro el coche en la puerta de mi apartamento y salgo, dejando que la lluvia me empape. Siento algo liberador con las tormentas. Un trueno suena y doy un grito acompañándolo. El agua dulce diluye las lágrimas saladas y las lleva hasta el suelo. Imagino que llegan a la tierra y ahí, al igual que mis penas, se quedan bien enterradas.

Entro en el apartamento y me quito la ropa para meterme en la ducha. Estoy más de diez minutos dejando que el agua me empape. Siempre me ha gustado estar bajo el mar. Él me llamaba su sirenita. Niego con la cabeza y salgo de la ducha, envolviéndome en el albornoz. El móvil parpadea. Un mensaje de un número desconocido ha llegado.

Dime si has llegado bien.

Sé que es de él. Debe de ser su número privado.

Sí.

Contesto de forma escueta. El doble check indica que lo ha leído. Debería haber tomado la copa de ron. Quizá me la tome ahora. Me dirijo al armario donde creo tener una botella. Desde… entonces…. No había vuelto a probarlo. Echo en el vaso una generosa copa y la huelo y saboreo, como entonces.

¿Por qué ha vuelto? ¿Quiere destrozarme la vida?

Me echo en la cama, después de beberme de un trago la copa, y espero dormirme pensando en los ojos azules de Iván, en su rostro; pero esos ojos grises me atrapan de nuevo, hasta que, al final, caigo rendida.

Capítulo 4

Una joven de cabello castaño, tirando a rubio, se lanzó a la piscina con estilo. Toto la miró arrobado. A sus veinte años, su cuerpo era todo un espectáculo, alto y atlético, algo que él potenciaba con su color tostado de piel. Las chicas se volvían locas por sus huesos y su sonrisa. Pero esa era nueva. Acababa de descubrir una presa.

Dejó el grupo con el que estaba en el Hotel Diamante, en Alicante, en el que se alojaba por algo de los negocios familiares, que a él le daban bastante igual. Se iban a trasladar unos meses allí y mientras su padre buscaba la casa adecuada, estaban en un gran hotel, con piscina.

El verano en Alicante era sofocante, pero a él le daba igual. Solo salía por las noches. Durante el día holgazaneaba en alguna tumbona o en la piscina, por mucho que su padre se empeñara en que asistiera a alguna reunión con su futuro socio.

Se acercó a la orilla de la piscina y se sentó, mirando a la chica que nadaba con movimientos elegantes de un lado a otro de la piscina. Decidió intervenir y se cruzó descaradamente en su trayecto, lo que hizo que ella tropezara y tragara algo de agua. Él la llevó a la orilla, donde hacía pie. Era algo más baja que él, que ya había alcanzado el metro ochenta y siete.

—Disculpa, me he despistado —dijo él sonriendo.

—No pasa nada —se sonrojó ella.

—Me llamo Toto, bueno, me llaman, aunque mi nombre es Roberto. ¿Y tú?

—Carolina —dijo ella, todavía sonrojada. El chico más guapo del hotel la había abordado y se notaba nerviosa.