Monstruo e Inocente - Anne Aband - E-Book

Monstruo e Inocente E-Book

Anne Aband

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Beschreibung

En un mundo lleno de peligros, el mayor reto es no perderte en el deseo. De la mano de la autora bestseller Anne Aband, ganadora de premios literarios, llega otra apasionante novela de fantasía urbana romántica, habitualmente en el top 50 de Amazon. Tasha Reward, periodista de éxito, nunca pensó que su trabajo la llevaría al lugar más peligroso, justo en el peor momento. Lo que no sabe es que existe un mundo paralelo, lleno de criaturas oscuras que acechan a los humanos, y donde Andrew Blackthorn, un cazador implacable, lucha cada día por mantener el equilibrio. Los Córmacs, vampiros primitivos y letales, están al acecho... pero el verdadero peligro para Andrew es lo que Tasha despierta en él. ¿Hasta dónde llegarías por alguien que lo es todo… pero que podría destruirte? Andrew la salva de una muerte segura, pero es Tasha quien podría darle sentido a su vida. Entre peleas explosivas, atracción irresistible y secretos oscuros, ambos tendrán que decidir si pueden confiar el uno en el otro.    Ella no solo tiene que enfrentarse a un mundo que no comprende, sino también a los sentimientos que empiezan a nacer por Andrew, un hombre que no es fácil de aceptar… pero imposible de ignorar. Si te gustan las emociones fuertes y el romance que quema, Monstruo e inocente es tu próxima lectura. ¿Te atreves a entrar?

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Seitenzahl: 189

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Monstruo e Inocente

Monstruo e Inocente

WolfHunters 1

Anne Aband

© 2020, Anne Aband

Depósito legal: 2010265724786

Edición: segunda (2024)

ISBN: 978-84-129167-7-5

Impresión independiente

www.anneaband.com

[email protected]

Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

A la las fanáticas de lo paranormal, a todos los que amáis los vampiros, los hombres lobos, los cambiantes y demás seres fantásticos. Sois de los míos

¡Disfrutad mucho!

Índice

El ataque11

En el hospital15

Inevitable21

Revisión25

Cédric33

Una cita41

Herido49

Nuevos reclutas55

Análisis63

Decisiones69

Cena79

Malas noticias85

Revolución93

Comparando105

Ataque111

Herido de gravedad117

Infección129

Pesar141

Cacería147

Lucha159

Peligro165

Buscando opciones175

Una desagradable sorpresa181

Terribles noticias185

Posibilidades195

Función de la vacuna201

Una nueva vida205

Epílogo211

Notas finales215

Sobre la autora217

Libros relacionados221

El ataque

Tasha miró a ambos lados de la calle con cierto recelo. A quién se le ocurriría volver del trabajo sola y caminando, y a esas horas. Si no se hubiera quedado investigando la noticia de las desapariciones, ya estaría en casa, sentada en el sofá y calentita. Dio un traspiés, pero no se cayó, por poco. El suelo patinaba por la reciente lluvia y la porquería de la calle, por lo que comenzó a andar más despacio para evitar volver a tropezar.

Se arrepintió de haber tomado ese atajo que le hacía caminar por esa calle estrecha y oscura. Por el día había pasado mil veces, pero por la noche todo eran sombras y ruidos extraños.

«Tasha, deja de soñar despierta, o más bien de tener pesadillas», se dijo para envalentonarse.

Ya casi había llegado al final de la calle y empezaba a respirar tranquila cuando un ruido a sus espaldas le indicó que no estaba sola. Su mente le decía que no se volviera, pero no lo pudo evitar. Solo vio dos ojos rojos y una gran sombra, así que echó a correr. Entonces, otro bulto deforme se puso delante de ella, justo en la entrada al callejón. Estaba rodeada.

Se quedó paralizada. No podía avanzar ni hacia delante ni hacia atrás. De repente, notó que la sombra de atrás saltaba y una corriente de viento, además de un fuerte empujón, la tiró hacia la pared que estaba a su derecha, dejándola sentada en el suelo y ligeramente conmocionada.

La cosa que había visto atrás estaba atacando a la de delante, gruñendo, rasgando, mordiendo. Se escuchaban gritos ahogados. Ella también gritó. Todo se acabó en unos minutos. Entonces, el monstruo que había ganado el combate se dirigió a ella. Sus ojos inyectados en sangre y su hocico largo la aterrorizaron, pero por algún motivo, este ser no le hizo nada. O a lo mejor estaba jugando con la comida. Ella miró el hocico que se acercaba a su rostro y, sin poder evitarlo, se desmayó.

Andrew acarició el rostro de la joven. ¿A quién se le ocurriría pasar por ese callejón a esas horas? No podía dejarla allí, a merced de los Córmacs. Seguro que volverían. Cédric nunca le permitiría llevarla a la fortaleza, así que había optado por volver a su forma humana y llevarla a urgencias. Su torso enorme y lleno de músculos comenzó a sustituir el pelaje del lobo gris. Por suerte, había dejado la ropa cerca. No sería muy práctico presentarse en urgencias desnudo.

Una vez vestido, tomó a la muchacha en brazos y salió a la luz. Le costaría poco llevarla, era ligera y preciosa. Su cabello rubio era tan fino que formaba un halo alrededor de su cabeza. Había visto que tenía los ojos azul oscuro, enormes, y con largas pestañas. No era muy alta y tampoco demasiado delgada. Sintió una corriente de excitación, pero se la reprochó. Desde que estuvo con Lidia, no había estado con ninguna mujer, y de eso hacía ya más de un año. Pero verla aquí, tan indefensa y a la vez relajada en sus brazos, le hizo sentir un fuerte instinto de protección.

Caminó durante varios minutos hasta llegar al hospital, donde entró con la mujer en brazos. Los empleados del hospital sacaron una camilla para que él la depositara, no sin echar un vistazo a su apariencia, sobre todo las mujeres que estaban trabajando, y probablemente algún hombre. Vieron un tipo alto, enorme, moreno, que llevaba unos pantalones y una cazadora, negros y de cuero, con una camiseta blanca. Llevaba el cabello revuelto y sus ojos eran peligrosos. Por el cuello le asomaba un tatuaje.

—Encontré esta mujer en un callejón, no sé qué le pasa, pero creo que tiene un golpe en la cabeza.

El médico asintió. No sabía si se lo había hecho él, pero suponía que, si la había traído, no sería así. De todas formas, esperarían a que la mujer despertase.

—Tenemos que tomar sus datos, por favor —. La enfermera le pidió su carné y él se lo dio.

—Andrew Blackthorn, ¿es así? —él asintió—. ¿Tiene teléfono?

—Tengo que irme, aquí tiene mi tarjeta —el hombre se giró hacia la puerta de salida.

La enfermera que tomó sus datos se quedó mirando la espalda sin poder pararlo, solo hipnotizada por su perfecto trasero.

En el hospital

El dolor de cabeza era tremendo. Abrió los ojos y vio que estaba en una cama de hospital. Respiró aliviada. Comenzó a recordar todo lo que le había pasado. Un animal, quizá un perro salvaje, y otra cosa, algo extraño, la habían atacado. Aunque, pensándolo bien, le daba la sensación de que el perro la había apartado de la cosa. ¿Había sido una alucinación?

Se abrió la puerta dándole un buen susto y entró su hermana Anika, que llevaba un café. Casi lo tiró al ver que estaba con los ojos abiertos.

—¡Tasha! ¡Estás despierta!

Su hermana dejó el café en la mesilla y le dio un abrazo. Ella la apartó un poco; a veces su hermana pequeña era un poco agobiante.

—Estoy bien, solo me duele la cabeza.

Anika usó el timbre para llamar al médico y comunicarle las buenas nuevas. Él vino a tomar sus constantes y pareció satisfecho.

—No tiene nada roto, solo una conmoción ligera, deberá guardar reposo unos días a menos que se maree, en ese caso, vuelva. —le dijo a la paciente.

—¿Cómo llegué aquí? —preguntó Tasha al médico.

—Un hombre alto la trajo en brazos. Dijo que se la encontró en un callejón. Era un tipo moreno, ¿recuerda algo?

—No, no recuerdo, creo que salió un perro, me asusté y me caí. Eso es lo que recuerdo.

Tasha no estaba dispuesta a contarle a nadie lo que sí había visto, o al menos lo que creía haber visto. Allí, en Golden city, a veces ocurrían cosas extrañas, que ella como periodista, intentaba averiguar, pero no tanto como lo de ayer. De todas formas, volvería al callejón, eso sí, durante el día.

—Doctor, ¿puedo irme ya? —preguntó ella.

—Sí, le haremos una última prueba y esta tarde ya le daremos en alta. ¿Vive sola?

—No se preocupe, yo me iré a vivir con ella durante unos días —aseguro Anika. Tasha rodó los ojos. Recordaba muy bien el caos que era vivir con su hermana, aunque en el fondo lo agradecía. Era experta en dejar la ropa por cualquier sitio. Eso sí, cocinaba de maravilla. Eso compensaba todo y, de todas formas, su compañía siempre era grata. Sus padres estaban de viaje en crucero, y si bien su hermana los había avisado, también les había dicho que no hacía falta que volvieran, que ella cuidaría a su hermana mayor.

Esa misma tarde, y con mucho cuidado, Anika fue a por el coche aparcado dos calles más abajo mientras Tasha esperaba en la acera. Un tipo alto y bastante guapo se acercó a ella.

—¿Estás bien? —le dijo con una voz sensualmente ronca.

—Estoy bien, gracias, ¿quién eres? —contestó ella.

—No, no soy nadie, solo te vi que te tambaleabas. Me alegro de que estés bien. Adiós.

El tipo se alejó y Tasha se lo quedó mirando. Le resultó familiar, quizá era modelo o actor, con esas pintas y ese cuerpazo, era posible. El coche de su hermana se puso delante de ella y se quitó al tipo de la cabeza. Se metió con cuidado y se puso el cinturón. Ella condujo más despacio de lo que solía hacer, en deferencia al dolor de cabeza de su hermana.

Llegaron pronto a casa. Salem se acercó a ella maullando como si quisiera echarle la bronca por haber faltado todo un día. Ella acarició su cabeza, y se fue hacia su dormitorio.

—Anika, por favor, dale de comer. Necesito una ducha y me voy a la cama.

—¿Y no vas a cenar? Voy a pedir pizzas.

—No creo, no tengo hambre, solo quiero dormir.

—Vaaale…

Tasha se metió en la ducha y cerró los ojos. Llevaba un pequeño apósito que le tapaba la herida en la nuca, por lo que no se lavó la cabeza. De vez en cuando le llegaban flases de lo que había pasado. Y solo veía esos ojos oscuros que la habían mirado directamente a los suyos. No podía ser un sueño, ni se lo había imaginado, pero no se sentía con fuerzas para contárselo a su hermana. No porque no la creyese, al contrario. Su imaginación se dispararía e insistiría en buscar fantasmas donde no los había.

Se secó y se acostó en la cama. Su hermana dormía en el otro cuarto donde tenía la mesa de despacho, en uno de esos sofás que se desplegaban y sacaban un colchón más o menos cómodo. Su piso era muy bonito y ordenado, era un bajo con una preciosa y gran terraza donde cultivaba su propia verdura; tenía un macetero de tomates, otro de verduras varias y el tercero con lechugas, además de un par de arbolitos frutales pequeños. En Golden City, los frutos frescos eran un poco caros, así que había optado por hacerse un pequeño huerto, suficiente para ella e incluso su familia. Su habitación daba a esa terraza. Justo al salir, había colocado una pequeña mesa redonda con dos sillas, donde tomaba la luz de la luna en las noches de verano.

Se echó en la cama con su ligero camisón y se tapó con una manta que tenía encima de la cubierta. Ni siquiera tuvo fuerzas para meterse dentro. El sueño le llegó pronto, con todas esas pastillas que le había mandado el médico. Estaba de nuevo en el callejón, y el monstruo de ojos salvajes se acercaba a su cara, olisqueándola. De repente, ella se quedaba mirando a sus ojos, y su rostro iba cambiando, convirtiéndose en un hombre, aunque ella no acertó a ver la cara. Estaba muy oscuro y el hombre acarició su rostro y la tomó en brazos acunándola como si fuera una niña pequeña. Se sintió segura, arropada. Sabía que él la protegería.

Y finalmente el hombre la besó en los labios.

Inevitable

Cédric lo miró a los ojos. Un rayo amarillo dorado los cruzó indicando lo enfadado que estaba. Andrew se encogió de hombros.

—No la iba a dejar tirada en el callejón. Si volvían los Córmacs, la habrían devorado —dijo mientras se mantenía de pie, firme ante la mesa donde su jefe se sentaba.

—Sí, pero la llevaste a un hospital, luego la seguiste a su casa, y sé que has entrado en ella —dijo Cédric acusándolo.

—Quería asegurarme de que estaba bien —Andrew apartó la mirada. Si seguía mirando a su líder, acabaría confesando que también la besó.

—Tienes que comprender que es peligroso relacionarte con una humana. No es lo que te conviene. Ya sabes cómo acabó la última vez.

—Lo sé, no hace falta que me lo recuerdes —dijo enfadado el hombre—. Me voy a entrenar.

Andrew salió del despacho de Cédric chocándose con Hugh que llegaba en ese momento.

—Ey, ten cuidado, que casi me tiras.

Andrew movió la cabeza. Hubiera sido casi imposible tirar a Hugh, que medía un palmo más que él y dos más de anchura. Era la fuerza bruta del grupo.

Se dirigió hacia el gimnasio donde Tyron estaba haciendo flexiones. Su gemelo era clavadito a él, excepto por el cabello, que era más claro y corto.

—¿Qué te pasa, hermanito? ¿Problemas con el jefe?

—Bah, nada de lo que preocuparse —dijo cogiendo los guantes de boxeo.

—Hugh dice que ayer cazasteis dos Córmacs, ¿de qué clase eran? —insistió su hermano.

—Clase uno, me temo. Últimamente están muy osados y suben a cazar a menudo. Algo está pasando.

—Esos bichejos se vuelven muy valientes en la oscuridad. Deberíamos bajar a las alcantarillas y acabar con ellos —dijo Tyron dando un puñetazo al saco de boxeo.

—La última vez que bajamos no encontramos nada. Hay que investigar otras posibilidades. Tal vez se escondan en otros sitios. Hay más lugares oscuros en la ciudad.

—Ya sabes que Cédric sigue las reglas de la regencia al pie de la letra, y si los mandamases dicen que están en la alcantarilla…

—Pero no tienen por qué estar en lo cierto. Si quieres, me gustaría revisar algunas zonas, ¿te animas esta noche? Nos toca patrullar juntos.

—¿Dónde has pensado ir? Y sí, me apunto.

Los dos hermanos chocaron los puños. Estaban muy unidos y juntos eran letales. Ambos eran muy ágiles, y expertos en armas. Andrew usaba los cuchillos, y Tyron cualquier cosa que tuviera balas.

Hugh se asomó al gimnasio. Se alegraba de que estos dos se llevaran tan bien, pero Andrew era demasiado individualista. Había abandonado a su compañero y se había transformado en humano, solo por llevar a esa mujer, por no dejarla allí. Comprendía que su deber era proteger a los humanos y deshacerse de los Córmacs, pero había preferido eso a guardar las espaldas de su compañero.

Entró en la sala de los ordenadores donde Kanku estaba concentrado con uno de ellos. El joven aborigen, procedente de Australia, era todo un crac con las redes, y tenía pinchadas las cámaras de la ciudad. Por eso Cédric se había enterado de los movimientos de Andrew.

—¿Novedades? —preguntó Hugh.

—No muchas. Los dos que matasteis ayer ya han sido retirados por nuestra limpieza y los están analizando. Cada vez se introducen más en el centro de la ciudad, cada vez son más osados.

—Puede que necesiten gente, repuestos para los que nosotros nos cargamos.

—Seguro. Este año ya llevamos más de cincuenta, eso sin contar los de la bomba de febrero. Ahí no pudimos saber cuántos cayeron.

—Mira —dijo Hugh señalando la imagen que estaba viendo Kanku— estos son diferentes, son más altos.

Los Córmacs eran seres vampíricos que se alimentaban de humanos. Solían ser de un tamaño pequeño, no llegaban al metro sesenta, aunque eran muy fuertes. Su rostro se parecía al de los humanos, pero tenían cubierta la piel de costras oscuras, lo que les daba un aspecto bastante repulsivo. Sin embargo, el que liquidó Andrew, era más alto y las costras eran algo más claras. Incluso se podía distinguir rasgos humanoides en su rostro.

—¿Se lo has dicho a Cédric?

—Sí, le pasé las cintas. Lo habrá examinado, porque me dijo que siguiera a Andrew por el día, y lo vi acercarse a esa mujer. Eso no es muy normal en él.

—Lo sé, después de lo de Lidia, no pensé que se fuera a interesar por nadie. De todas formas, nuestras relaciones siempre salen mal. No vale la pena ni empezar una.

—No seas así, grandullón. Si quieres una relación, adelante. Cédric no te pondrá pegas, eso sí, si no te vas de la fortaleza o la traes aquí. Él también tuvo esposa humana.

—Y al final murió, como Lidia. Trae mala suerte tener familia.

El hombretón suspiró y se marchó de la sala. Kanku se lo quedó mirando. Sí, él había comenzado una relación con un pintor, y no le había dicho nada a nadie, desde luego. Y por el momento, tampoco lo haría. 

Revisión

Tasha se levantó de la cama el segundo día después del susto. Había pedido permiso de dos días en el trabajo, en la pequeña redacción donde se encargaba de crear artículos sobre novedades culturales de la ciudad, aunque últimamente recogía también hechos de actualidad. Gracias a estar hace dos meses en el lugar adecuado, cuando se produjo un robo importante, conoció al inspector Samuel Dhal, un hombre muy atractivo con el que enseguida conectó. Fue él quien le dio la información antes que a otros periodistas, y su jefe, el señor Spencer, la felicitó y empezó a darle algún que otro hecho criminal más que cubrir.

Así que, de vez en cuando, cubría noticias de sucesos en la ciudad, como el de las desapariciones. De hecho, ya que había conseguido que su hermana no estuviera actuando como su sombra, iría a dar un paseo, se acercaría al callejón y después visitaría a Samuel. Tenía que declarar sobre lo que le había pasado, aunque todavía no sabía qué decir. ¿Un perro salvaje en Golden City? ¿Una especie de gorila? La alcaldesa Smith no estaría muy contenta por ello. Debería trabajar un poco más la historia, para no parecer una loca.

Anika no había vuelto de hacer la compra, así que aprovechó para escabullirse. Se puso su traje de chaqueta azul y una camisa a juego, se hizo una coleta y salió a buscar pistas. Atajó por la misma calle en la que había sucedido el incidente. Revisó la pared, la zona donde ella cayó. No había nada. Hizo algunas fotos. Miró hacia delante, y después hacia atrás. El callejón estaba limpio, demasiado a decir verdad, como si alguien hubiera retirado la suciedad y los restos de porquería de la zona.

Eso no era normal. Esas zonas solían ser basureros o, al menos, lugares donde el servicio de limpieza no era demasiado eficiente. Si hubiera sido un perro o incluso un lobo, o cualquier animal, no recogerían el lugar, desde luego. Hizo algunas fotos más y buscó entre los restos. Intentaría explicárselo a Samuel, quizá él confiase en ella. Lo llamó por teléfono y acudió en quince minutos.

—Hola, Tasha, ¿qué tal estás? —preguntó preocupado mientras le daba un beso en la mejilla.

—Me encuentro bien. Solo ha sido un susto —ya le había adelantado algo por teléfono—. Lo curioso es que me atacó un perro muy limpio. Fíjate que esa zona donde vi al animal está sin escombros ni suciedad. Y a estas horas no ha pasado el equipo de limpieza.

—Es extraño, pero sí, tienes razón, esta parte está demasiado limpia.

El hombre tomó algunas fotos y se agachó para tomar una muestra de pelo, enganchada en uno de los ladrillos de la pared.

—Traeré al equipo, para que busquen algo. No nos conviene que haya animales sueltos en la ciudad. Mientras tanto, ¿tomamos un café allá enfrente?

Ella sonrió. Lo cierto es que Samuel le gustaba un poco. Era alto, estaba en forma y era muy agradable. Quizá con el tiempo pudieran salir. Después de venir de la pequeña ciudad donde había estudiado periodismo y no conocer a nadie que realmente le atrajera, él era un soplo de aire fresco. El inspector respetaba su tiempo, y aunque solo habían tomado un par de cafés y una cena rápida, había algo allí cociéndose lento.

Se sentaron en el café que daba al callejón. Desde ahí podían ver llegar al equipo. Tasha se pidió un capuccino y él un café americano. La camarera les trajo un trocito de bizcocho para compartir.

—¿Y qué tal te va la vida? —preguntó Samuel—. Hace semanas que no hablamos.

—Bien, normal —dijo Tasha encogiéndose de hombros; había advertido el tono nostálgico del policía—. Nada de particular. Mi hermana Anika está pasando estos días conmigo, para cuidarme, o eso dice. Y en el trabajo sigo igual. Sin novedades. ¿Y tú?

—Sin novedades también, ya sabes, el trabajo policial nunca para, y, además, ha habido algunas desapariciones este fin de semana pasado, como bien sabes. Eso sí que es más de lo normal.

—Sí, nosotros hicimos un resumen de las personas que han desaparecido. ¿Crees que tendrá que ver algo con el perro que me encontré? ¿Puede que les atacara? Quizá sirva para rastrear personas, no lo sé —Tasha miró por la ventana, hacia la zona del callejón, distraída.

—En todo caso, las desapariciones fueron siempre de noche. Es posible que te hayas salvado de milagro. Deberás tener cuidado, y no salir muy tarde.

—Sí, fue algo… —Tasha se puso de pie de golpe y señaló el callejón—. Ese tipo, ayer me preguntó si estaba bien. ¡Qué raro!

Samuel se levantó de la silla del bar, salió del local y cruzó la calle hacia el hombre que estaba en la entrada del callejón. De repente, salió otro muy parecido. Ahora había dos tipos vestidos de cuero negro. Uno tenía el cabello oscuro y otro más claro. Tasha salió detrás del policía.

—Disculpen, deben salir de este callejón, es una zona que tiene que ser investigada.

Andrew se volvió hacia el policía que era casi tan alto como él. Después miró a Tasha, que había llegado y se había puesto al lado, demasiado cerca para su gusto.

—Tyron, vámonos, no podemos estar aquí —dijo volviéndose hacia su hermano.

Ambos se marcharon dejándolos allí. Samuel se volvió para verlos marchar, igual que Tasha.

—¿Lo conocías? —preguntó el policía.

—No, solo que ayer, a la salida del hospital me preguntó qué tal estaba. Es raro, ¿verdad?

—Sí, lo es —contestó pensativo el policía.

Tasha sacó su móvil y les hizo una foto. Se veían de perfil, pero sus anchas espaldas, las de los dos, eran impresionantes.

—Parecen un par de delincuentes —dijo Samuel que se había percatado de cómo los miraba Tasha—. Tendría que haberles pedido la documentación.

—Será casualidad, no sé… además, dos tipos así son fáciles de encontrar, llaman la atención donde van.

—Sí, ya lo veo —dijo en voz baja el policía.

El coche del equipo forense llegó a tiempo. Tasha se despidió de Samuel, no sin antes hacerle prometer que le diría cualquier cosa que descubriera. A ella se le había ocurrido cómo contactar con el tipo. La enfermera le había comentado de pasada que tenía el número de su salvador. Le daba en la nariz que había sido el mismo tipo. Se acercó al hospital y consiguió la tarjeta, aunque la enfermera refunfuñó al desprenderse del teléfono. Miró la tarjeta. No había dirección, solo un teléfono. El hombre se llamaba Andrew. ¡Y tenía su número!