Todo va a salir bien - Chuso García - E-Book

Todo va a salir bien E-Book

Chuso García

0,0

Beschreibung

En Todo va a salir bien Chuso narra, con mucho humor, honestidad y optimismo, todas las situaciones complicadas por las que ha ido pasando en su vida y que le han ayudado a enfrentarse a una enfermedad crónica como es la esclerosis múltiple. En este relato encontramos calidez, recuerdos y risas que se simbolizan en tres objetos: un balón, un té calentito y un tesoro. Únete a Chuso en su increíble viaje hacia la superación y descubre cómo, a pesar de los obstáculos, logró enfrentar la enfermedad con valentía y una actitud positiva que te inspirará a superar tus propios desafíos.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 470

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Primera edición digital: junio 2023 Campaña de crowdfunding: equipo de Libros.com Diseño de la cubierta: Mariona Sánchez Maquetación: Patricia Á. Casal Corrección: Míriam Villares Revisión: Isabel Bravo de Soto y Ana Briz

Versión digital realizada por Libros.com

© 2023 Jesús García Gómez © 2023 Libros.com

[email protected]

ISBN digital: 978-84-19435-33-0

Chuso García

Todo va a salir bien

Mi historia de superación frente a la esclerosis múltiple

Dedicado a mis padres, aquellos que me dieron la vida y dieron la suya en el esfuerzo de cuidarnos, gracias. A mi hermano Miguel Ángel y a mi mujer Manuela, después de mis padres, las personas más importantes de mi vida, por ser un espejo donde mirarme, por ser mi guía, un apoyo en mi camino, sois los mejores, gracias. A mi hija Celia Ling, mi tesoro, no puedo estar más orgulloso de ti, disfruta de todo y sé grande.

Índice

 

Portada

Créditos

Título y autor

Dedicatoria

Prólogo

Todo va a salir bien

Mecenas

Contraportada

Prólogo

 

Lo primero que quiero dejar muy claro, ante mi primera incursión en el mundo de la escritura, es que lo que empezó por diversión y autoterapia se ha convertido en este libro. Solo he utilizado internet para ampliar cierta información, como algo puntual: averiguar fechas y algunos nombres. Pero no ha sido lo habitual, del resto, lo que sé lo pongo, lo que no sé o no recuerdo no lo pongo.

Es un libro hecho desde el corazón, lleno de sentimientos y que, mientras lo escribía, he reído, he llorado, me he emocionado, me lo he pasado muy bien escribiéndolo y, sobre todo, me ha rehabilitado. Un libro donde quiero contar mi historia, donde cuento algunas de mis experiencias, buenas y malas; seguramente, algunas de ellas las identifiques, porque serán comunes o similares a las vividas por ti mismo o que han sido vividas por otros que conoces y te las han contado, otras las has vivido conmigo.

Estas experiencias son las que han ido forjando mi personalidad, han ido creando en mi interior una forma de afrontar los obstáculos que hasta que no llegó a mí la esclerosis múltiple no supe ver y no hizo que las piezas encajasen. Piezas necesarias para plantar cara a la gran batalla que me esperaba.

En este libro, no hay nada inventado, puede que algunas de mis experiencias vistas por otros, que también las han vivido conmigo, las vean diferentes, se pudieran contar de otra forma, solo comparto cómo lo vi y lo viví yo. Todo lo que leas a partir de ahora es una visión y opinión mía, solo mía, por lo que no deseo que estés de acuerdo con lo aquí escrito. No intento tener la razón ni poseo la verdad de nada. Y, si en algún momento alguien se siente ofendido, pido perdón desde ya, no es mi intención ni faltar el respeto ni crear conflictos con nadie.

Lo he querido agrupar en este libro como quien guarda fotos en un cajón, las pone en un álbum para poder verlas cuando uno quiera o que en una reunión de amigos o familiares las saca para compartir recuerdos, eso mismo quiero hacer aquí, ponerlas todas juntas para poder compartirlas, para intentar aprender de ellas, así, igual evito errores en un futuro que ya tuve en el pasado, identificarlas, saber cuáles me han aportado bienestar y, al contarlas, creo que pueden aportar algo a los demás si las asocian a una situación propia que sea parecida.

Estas experiencias podemos verlas como buenas o malas, aquí cada uno las llevará a un lado o al otro según su criterio personal, si las detectamos como negativas, deberíamos intentar llevarlas a la parte buena con un pensamiento positivo. Este pensamiento positivo es el que creo que todo el mundo debería tener o intentar aplicar. En la actualidad, veo que hay mucha gente que vive cabreada todo el día y se ha establecido ahí como su forma de vida, se sienten cómodas, en cambio, si en general fuéramos más positivos, creo que sería más fácil para todos.

Como cualquier carrera, como cualquier otro proyecto que nos podamos proponer, debe tener una meta, un fin, aquí la meta final es terminar este libro y publicarlo, pero, mientras llego a esa meta, quiero disfrutar del camino recordando esos momentos. Sé que voy a encontrarme de todo, habrá recuerdos con los que me reiré mientras los escribo, con otros lloraré, me los encontraré de frente, los buenos y los malos, sin embargo, los contaré siempre y cuando vea que merecen la pena y que suman, al fin y al cabo, mi intención es que aporten positividad, es lo que quiero que la gente se lleve de este proyecto. Si puedo ayudar a otros contando cómo lo he pasado, cómo algunas de esas experiencias pude superarlas, otras no, cómo otras las fui dejando por el camino sin pena ni gloria, si todo esto ayuda a alguien, me sentiré feliz.

Pero, ojo, lo quiero hacer de forma egoísta, voy a disfrutarlo y me voy a ayudar a mí mismo, es también mi primera experiencia escribiendo, y encima en algo tan íntimo, tan mío, que, sin embargo, tengo la necesidad de compartirlo y ser feliz en ello. Me quiero desnudar en este proceso, pero, como en todo desnudo, siempre queda la piel que impide ver los órganos internos, me debes perdonar si no me quito esa piel y me guardo cositas para mí.

Se puede tomar como algo biográfico porque hablo de mis experiencias por el paso de mi vida, en minúsculas, porque la VIDA es mucho más que este relato, esto solo es mi vida vista por mí, ni mucho menos me atrevería a ser ejemplo de nada, ni soy nadie para dar consejos ni para decir a nadie qué camino tomar. Lo que leerás son mis experiencias, mis errores, mis aciertos e intentaré sacar algo positivo de todo ello, como espero que tú también encuentres esa positividad, que te ayude, pero, como te decía, es un ejercicio egoísta porque soy yo el primero que sacará beneficio de todo esto, es mi rehabilitación, mi cambio interior.

Este proyecto es mi manera de ver las cosas, de recordar todo lo vivido y aprender de ello. Está claro que cada uno es de su madre y de su padre, cada uno ve las cosas a su manera, lo que para mí está bien para otro está mal y al revés, eso está claro y debemos respetarlo, cada uno que lo coja como así lo desee.

Si en algún momento alguien piensa que esto es un libro o una terapia de autoayuda, es verdad, es mi autoayuda no la de nadie.

¿Cómo empieza todo?

 

No voy a engañar a nadie diciendo que esto es algo que tenía pensado hacer desde hace tiempo, que siempre me ha hecho ilusión escribir un libro o que siempre me ha gustado escribir, no, nada de eso.

Esto empieza cuando, de alguna forma, he conseguido eliminar una de mis múltiples barreras limitantes o, si no eliminarla, conseguir dejarla a un lado o pasar al lado de ella y superarla, porque yo no era consciente de que esa barrera estaba ahí, limitándome, es como esa venda en los ojos que, aunque te deja ver claridad a través de ella, no te deja ver con nitidez los detalles de las cosas, lo más importante, lo más bonito; en este caso; no me dejaba verme a mí mismo, necesitaba pasar más tiempo conmigo mismo, escucharme, alejar cierto ruido interno que no me dejaba hacerlo, la escritura lo ha conseguido.

Escribí para mí, buscándome a mí mismo, buscando ser mejor persona. Pienso que cada uno de nosotros tiene algo tan único, tan bonito y maravilloso, que no nos damos cuenta de lo que valemos, solemos valorar más lo que nos digan los demás que lo que pensamos realmente de nosotros mismos, posiblemente, porque no nos lo hemos preguntado. ¿Sabes cuál es la persona con la que más hablamos?, ¿con nuestra pareja?, ¿con nuestros padres?, ¿con nuestros hijos? No, con nosotros mismos y, dependiendo de cómo nos hablamos, cómo nos escuchamos, tendremos mejor o peor relación con nosotros mismos.

Por eso es tan importante que tengamos un pensamiento positivo, porque de él dependen nuestras acciones. Sin pensamiento no hay acción, en muchos casos, ese pensamiento puede ser limitante, tenemos esa fea costumbre y solemos ponernos barreras, unas físicas y otras psicológicas, que no nos dejan avanzar. Algunas de esas barreras ni lo son, en cambio, nosotros las vemos y las ponemos ahí antes de que aparezcan, nos preocupamos antes de tiempo, preparamos a nuestro cerebro para superarlas cuando todavía no es necesaria esa preparación. Esto acaba generándonos más miedo a lo que puede venir o a lo que pueda pasar y nos dejan con las ganas de conocer qué habría pasado si no hubiera estado esa barrera o si no la hubiéramos puesto antes de tiempo y, lo que es peor, nos quedamos sin conocernos a nosotros mismos en un estado más tranquilo, más eficaz a la hora de manejar esas emociones que nos limitan y, sobre todo, que nos agotan antes de tiempo. Lo ideal sería saber manejarlas, detectar cómo nos afectan, cómo nos manejan internamente y saber de verdad cómo somos ante ellas, cómo reaccionamos, pero, sobre todo, conocer cómo somos ante nosotros mismos. Estas emociones nos deben ayudar a vernos en otras situaciones, pero eso igual no nos gusta mucho, quizás porque nos da miedo conocernos.

Perdemos más tiempo en entender a otros que a nosotros mismos, en saber cómo son o cómo actúan, vamos más allá cuando pretendemos conocer lo que opinan los demás de nosotros, meternos en su cabeza para ver cómo nos ven ellos, además, queremos y pretendemos que sean cosas buenas. Queremos descubrir qué les gusta a los otros de nosotros y, si pudiéramos, con una simple tecla, cambiarles esos pensamientos malos sobre nosotros, igual lo haríamos. Los cambiaríamos sin pensar que, en realidad, somos nosotros los que debemos estar a gusto con nuestras acciones y pensamientos, saber qué nos gusta a nosotros de nosotros mismos y saber que solo nosotros podemos cambiar eso, pero con humildad, fuera de nuestro propio ego, sin tener en cuenta qué piensan los demás. En cambio, queremos saber qué están pensando los demás de nosotros y nos vamos cambiando, nos vamos amoldando al qué dirán y a caer bien a todo el mundo, a integrarnos de forma segura en nuestro entorno, como un acto primitivo de supervivencia, de la mejor forma y más cómoda, ese proceder como el resto procede o, mejor dicho, por como pensamos que el resto piensa que debemos proceder y, aun así, tenemos la vanidad de pensar que somos diferentes y mejores al resto.

Sé que hay personas que no son así, que dicen o piensan que para nada ellos se dejan llevar por el qué dirán, que no les afecta nada lo que los demás piensan de ellos, incluso, dicen que ellos no van a cambiar nada de su maravillosa vida y de su excelente personalidad para agradar a nadie, ellos son así y punto, excepcionales, si el resto los quiere como son, pues bien y, si no, se siente mucho, es lo que hay; pues enhorabuena, que todo les vaya bonito. Yo no soy experto en psicología para saber si esto es bueno o malo, me da la sensación de que no lo dicen desde la humildad, desde una reflexión con ellos mismos, lo que sí sé es que yo no he tenido ese pensamiento, no he tenido esa reflexión conmigo mismo, no soy tan estupendo, igual soy más mediocre y reconozco que siempre me he dejado y me dejo llevar por agradar a todo el mundo, he modificado cosas para procurar mejorar el qué dirán de mí los demás, para que sea positivo, como si de eso dependiera mi bienestar. Puedo decir que no he tenido ni tengo personalidad suficiente para ser yo.

Pero quiero cambiarlo, nunca es tarde, quiero ser yo y no pensar si gusto a los demás. Primero me tengo que gustar a mí mismo, y una forma de conseguirlo es hacer cosas diferentes, probar nuevos estímulos, salir de la famosa zona de confort. Por eso me puse a escribir, empecé con pequeñas cosas que iba acumulando en cuadernos, en papeles que jamás volvía a leer, pero cuando realmente di un paso más, un paso adelante para lanzarme a escribir fue, más o menos, al año de que me diagnosticaran esclerosis múltiple, por el 2017, entonces noté que mi memoria para recordar cosas se estaba viendo afectada, cuando aprendía algo nuevo, a los pocos días, tenía que darle un repaso porque no sabía hacerlo, se me escapaban detalles, notaba cómo, cuando antes estudiaba y aprendía algo de memoria, lo podía retener el tiempo suficiente para el cual lo había estudiado y ahora, eso que aprendía, aunque fuera una frase no muy larga, no lo retenía, notaba que iba perdiendo facilidad para encontrar las palabras adecuadas para expresarme, tenía momentos de bloqueos mentales, me quedaba en blanco, con esa sensación de tener la palabra en la punta de la lengua, de no ser capaz de encontrarla por mucho que lo intentara, por diferentes métodos que intentara aplicar para acordarme, la palabra no venía.

Esa situación se repetía y aumentaba, iba a más, tenía que esforzarme mucho para continuar hablando, hasta con los más cercanos, me costaba encontrar la palabra adecuada, retomar el tema del que hablaba era muy complicado. No es que hubiera sido un gran orador, pero sí estaba acostumbrado a hablar en público, a dar formaciones ante todo tipo de oyente. En ese momento, trabajaba atendiendo a clientes por teléfono y, en esa situación, con esos lapsus, era imposible continuar así, sentí miedo por si me pasaba delante de mucha gente, por si peligraba mi empleo, sentía vergüenza cuando me preguntaba qué pensaban los que me conocían, si, al detectar ese problema, pudieran pensar mal de mí. Era consciente de que, para el resto, para el que no me conociera de antes y detectara esas lagunas, pudiera parecer que estuviera medio tonto, dar la sensación de poco inteligente o que me faltaba un hervor, que también, pero no quería seguir así, tenía que cambiar algo.

Entonces, no sé cómo, pero vino a mí una información, alguien me lo contó, lo vería en alguna red social o lo leería en algún lado, pero recibí, como remedio a ese tipo de problemas, escribir; me acordé de cuando estaba en el cole o en el instituto y, como mal estudiante que era, me preparaba chuletas para copiar en el examen y que luego no utilizaba porque, al escribirlas, me acordaba mejor de lo que había escrito, que no estudiado.

A todo esto, le sumaba que antes ya había escrito alguna cosa, pero poca cosa, en redes sociales, en un blog y hasta había gente que me decía que no se me daba mal. Ese consejo, además, decía cómo hacerlo, había que ponerse delante de un papel, de un ordenador y soltar lo que la mente empezaba a escupir, sin filtro, sin corregir nada, sin importar las faltas de ortografía, ni las comas, ni los espacios, daba igual, tú tenías que escribir, escribir y escribir, ya lo leerías y corregirías luego.

Pues así fui haciéndolo, era maravilloso tener esa sensación de que, cuanto más escribía, más encontraba en mi cabeza aquellas palabras antes perdidas, empezaba a recordar cosas de mi vida que jamás había recordado, era como encontrar un ordenador viejo en casa, encenderlo y ver que contenía carpetas con fotos, con información que guardaste ahí hace mucho tiempo y, al verlas, recuerdas ese momento. Eso es lo que me pasaba, y me gustaba. Me di cuenta de que hacer cosas diferentes te hace encontrar cosas diferentes, que si te quedas esperando y no haces nada para solucionar lo que no te gusta, lo que te perjudica, entras en una rueda, en un remolino de sentimientos negativos de los que será muy difícil salir.

Otro paso adelante para lanzarme a escribir lo di gracias a un curso que pedí a través de mi empresa, en abril de 2019. El curso se llamaba Crecimiento Personal. Libérate de las Creencias Limitantes.

Lo impartió Rita González, profesional de recursos humanos en varias empresas, formadora y coach en la mejora laboral y personal y duró dos días en jornadas de unas seis horas cada día, dentro de mi jornada laboral. Rita nos guió a través de varias técnicas de momentos de relajación para poder conocernos un poco más, para aceptarnos y poder conocer cuáles eran esas creencias que nos limitaban y no nos ayudaban a ser mejores, esos miedos que nos impedían crecer como personas y darnos un buen chute de motivación por lo menos, conmigo lo consiguió, creo que, con las otras nueve compañeras que componíamos el grupo, también.

El curso era un jueves y un viernes, y no sé si por el momento personal en el que me encontraba, no digo que mejor o peor, pero tenía uno de esos días del mes que todas tenemos (el «todas» no es un error, es así, ya te explicaré más delante de qué se trata), estaba más receptivo, más sensible, necesitaba esas respuestas que siempre pido en mis rezos diarios. Respuestas que Dios siempre, más pronto que tarde, me hace llegar. Y ese jueves llegaron.

Uno de los ejercicios, altamente recomendable, era una técnica de relajación en la cual íbamos a pasear por un bosque que llamaba a la tranquilidad y, en ese recorrido, de alguna forma, nos íbamos a encontrar con nuestro yo actual, nuestro yo del pasado y, finalmente, con nuestro yo futuro, a los cuales les podíamos preguntar algo, o yo, por lo menos, así lo entendí y, con esa mentalidad, me metí en esa meditación o relajación.

Lo primero que me encontré en ese viaje fue conmigo de pequeño, vi a ese niño tímido pero feliz, me agradaba verlo, saber que seguía en mí; luego me vi en la actualidad, me noté cansado pero con ganas de seguir luchando, me di ánimos a mí mismo para no decaer. Y, por último, me encontraba con mi yo futuro, al final de un camino florido, había una persona anciana sentada a los pies de un gran árbol, en el cual apoyaba su espalda, me acerqué a ella con sigilo, no queriendo molestar y, cuando pude contemplar su rostro, era el de mi madre, quien me dijo que me sentara con ella, noté cómo mis lágrimas empezaban a recorrer mis mejillas, me sentía feliz y llegaba el momento de preguntar algo, inconscientemente pregunté «¿Te sientes orgullosa de mí?», mi madre me miró como mira una madre, con esa mirada tierna y me dijo con voz suave: «Lo estás haciendo muy bien, no te preocupes, que todo va a salir bien».

Tengo que decir que, en ese momento, ya llevaba como un año practicando yoga asthanga y siempre, al final de la rutina y práctica diaria, hacemos unos minutos de relajación antes de irnos, es en una sala preparada para ello, incienso en el ambiente, música relajante, tumbados en el suelo, con ropa cómoda, con una previa de ejercicios que han aumentado la necesidad de llegar a ese momento de relax para quitarnos ese cansancio, pero nunca había conseguido relajarme de forma tan placentera, nunca de la forma como lo conseguí en ese día, y eso que el entorno para nada era de lo más favorecedor, un aula con diez personas que no conoces de nada, sentado en una silla de plástico, con ropa de calle nada apropiada para ese momento, pero hubo ciertos detalles que sí hacían de aquel momento algo diferente; después me di cuenta.

Un detalle precisamente fue eso que he comentado, el entorno no favorable, y es que me he dado cuenta de que en muchos momentos de mi vida y, sobre todo, en los más complicados y difíciles, he obtenido grandes recompensas de ellos, de esos momentos donde a nadie le gusta estar, los obligados o no deseados. Gracias a esos momentos difíciles y gracias a situaciones para nada agradables, he conseguido los mejores frutos, es de donde mayor beneficio personal he extraído o, por lo menos ahora, con el tiempo, me he dado cuenta, sé que ha sido así.

Otro factor que seguro me ayudó y fue diferente a otros momentos de intentar llegar a esa meditación o relajación placentera fue la música que nos puso Rita, nos explicó que es un tipo de música que es capaz de unir nuestros hemisferios del cerebro, ya que emite varios sonidos en diferentes hercios, un sonido base y otro sonido que lo acompaña, lo que se llama Hemi-Sync. Como ves, no voy a profundizar en ello ni reproducir aquí un estudio sacado de internet con los beneficios o perjuicios que puede tener este tipo de música, primero, porque yo no lo hice, no me hacía falta, ¿por qué voy a darle más vueltas?, me gustó en ese momento, me vino bien y ya está y, además porque, seguramente, ya lo harás tú y sacarás tus propias conclusiones.

Y creo que el motivo que más peso tuvo, el más culpable de que ese día yo consiguiera que ese estado me llegara tan profundo, fue el momento por el que mi vida estaba transitando, que yo no había preparado, que yo no había elegido, pero que, de alguna manera, gracias a la suma de otros muchos momentos anteriores, malos o buenos, era el ideal para recibir ese curso y esa meditación. Era o fue el regalo que esperaba para poder darle un empujón a mi vida, pero esta vez de los gordos, para seguir adelante, hacer caso a mi madre y pensar que todo iba a salir bien.

Unos buenos cimientos

 

Como en una casa o en un edificio de gran altura, los cimientos son lo primero que se hace y deben ser consistentes, de calidad, para dar una buena base, para dotar de fortaleza a esa estructura que crecerá sobre ellos y para que no se derrumbe como un castillo de naipes que cae a poco que le dé el aire.

Curiosamente, siendo la parte más importante, es algo que no se ve a simple vista, no luce como el resto y cuesta ser admirada por su fortaleza, como las raíces de un árbol por las cuales se nutre y alimenta para crecer, para que luzca florido y hermoso, así es la educación que recibimos, los valores que recibimos desde pequeños serán nuestra base en la que crecerá nuestra personalidad, cuanto más firme sea, cuanto mejores sean esos valores que la forman, mejores personas seremos, serán nuestra carta de presentación hacia el resto del mundo; ese mundo, esa vida que vamos a protagonizar, nos va a sacudir con fuerza, nos intentará derribar, en unas ocasiones conseguiremos mantenernos en pie, otras veces nos derribará, pero el número de veces que consigamos levantarnos será directamente proporcional a la calidad de esos cimientos que hemos forjado.

Esta base se empieza a crear desde que somos pequeños, por lo que esa tremenda responsabilidad recae sobre nuestros padres, ellos no han podido estudiar para ser padres como el arquitecto que sí lo estudia y que puede aplicar su conocimiento adquirido en horas de estudio y que, a base de planos, de cálculos matemáticos y de tiralíneas, consigue asegurar en un porcentaje muy alto la eficiencia y solidez de lo que construye.

No hay libros donde se indique cómo ser padres; se aprende día a día y no para todos los padres ese aprendizaje es igual. Para intentar aprenderlo, pueden tomar como referencia la experiencia de otros padres o recordar lo que hacían sus padres, es como cuando copiábamos en el colegio del compañero de al lado y tú no tenías ni idea del examen, no habíamos estudiado para ello, nos fiábamos de que el compañero se lo supiera todo, pero si él se equivocaba, caías tú también.

Hay muchas variables por las cuales los padres no deberían fiarse mucho de esas experiencias ajenas, cada persona es única, eso ya lo sabemos, aquí tenemos que sumar como dificultad que cada padre, madre e hijo son diferentes, que no hay acción exacta a otra para poder aplicar el mismo patrón y obtener la misma solución. Cuando tenemos muchos datos, al igual que en las matemáticas, se crean un motón de posibilidades y sus resultados pueden ser muy diferentes, que tengan un resultado parecido entre sí, que sean más o menos parecidos o que tengan un resultado exacto al que deseábamos obtener es más que improbable.

Pero sí es cierto que a los que ahora somos padres las experiencias ajenas pueden ayudarnos, y es como leer otros libros antes de empezar a escribir el tuyo, que sería tu hijo, un libro incierto, lleno de hojas en blanco, podrás tomar esas experiencias como idea principal, como boceto, y algunas de ellas desearás luego saber plasmarlas en tu libro y con letra bonita, sin borrones. Hay que tener en cuenta que los padres solo podrán escribir los primeros capítulos de ese libro. Después de esos primeros capítulos, los padres cederán definitivamente el boli al hijo, al verdadero protagonista de ese libro, a quien a lo largo de esos primeros capítulos le habrán enseñado a escribir su libro, él habrá aprendido a escribir solo. Como les pasó a ellos al principio, escribirán con tachones, con letra dubitativa, endeble, insegura, los padres pondremos nuestra mano encima de la suya para acompañarlos y ayudarlos en los trazos más complicados, con nuestras enseñanzas, con nuestros consejos, les deberemos llevar a ser personas que aprendan a escribir solas, les debemos decir que lo que se escriba en su cuaderno es para aprender de ello, para no olvidarlo, que, si quieren, antes de escribir a boli, deberán hacer anotaciones a lápiz, para luego llegar a una escritura firme a boli, que no se podrá borrar.

En algunas de las hojas, pondrán anotaciones con las experiencias ajenas que han ido asimilando, como no son suyas, las pondrán a lápiz, así, luego se borrarán con facilidad si no les interesa más adelante. Mientras, podrán consultarlas, irán viéndolas según escriban y, según vayan avanzando en su escritura, encontrarán también las anotaciones que han escrito los padres, también a lápiz, puede que esas anotaciones se borren antes de que las vea el hijo, serán cuando los padres no son capaces de transmitirlas correctamente o no se dan las instrucciones en el momento adecuado, otras notas el hijo sí podrá leerlas, que será cuando recibe esa comunicación, pero es entonces cuando el hijo puede tomarlas o pasarlas por alto, igual que el consejo dado; él lo puede oír y aplicarlo, si lo aplica, será que lo ha repasado con su boli para que permanezca y no se borre, o podrá dejarlo escrito a lápiz, con el lápiz del olvido, que es aquel que se puede borrar con el tiempo y, al borrarse, no lo recordará para aplicarlo más adelante o poder transmitirlo a sus hijos cuando los tenga, ya que no lo marcó con boli.

También se puede dar que la letra de la anotación de los padres sea inteligible, el hijo no es capaz de saber lo que pone, eso será cuando los padres no han sabido adaptar el mensaje ni transmitir esa experiencia vivida a su hijo.

Con todo esto, yo pienso que qué difícil lo tuvieron nuestros padres, ¿no? Y le doy un valor altísimo a lo que hicieron, y yo, por lo menos, no me atrevo a juzgarlos, si en algún momento se me ocurriera, solo tengo que ponerme en su piel por un instante para darme cuenta de que tenían todo el derecho a equivocarse. Toda esa sensación crece cuando llegas a ser padre, es como si te pusieran un chip en el cerebro con información adicional de padres, una actualización como cualquier app del móvil o del PC, y es cuando entiendes muchísimas cosas de por qué actuaban así tus padres, que tú, en el papel de hijo, no comprendías, y era lo normal, como tampoco lo entienden ahora nuestros hijos cuando tú actúas de cierta forma como padre.

Lo que un hijo no entiende, ni nosotros mismos veíamos, es que los padres suelen llevar ventaja a los hijos, porque los padres también fueron hijos, ya pasaron por esa etapa y los hijos todavía no son padres si son pequeños, solo son eso, hijos. Por lo tanto, se rompe el empate, 2-1 para los padres.

Hay momentos en la vida del hijo en los que sus padres son los mayores enemigos que se pueden tener, todo lo que dicen o hacen está mal, cree el hijo que él sí o sí tiene razón en todo, piensan que su padre o su madre piensa al revés que él, que se equivocan, no pueden estar en el mismo rollo que ellos (qué padre me ha quedado esto, estaría en el chip, en esa actualización que me pusieron cuando fui padre), total, los hijos piensan que los padres no entienden cómo se sienten, claro que no, cómo van a entenderlos si ellos están con el escudo, están en su burbuja infranqueable por aquel que traiga el carnet de padre entre los dientes, stop, no pasas, pero sí está abierto al resto, sobre todo para los amigos, sus colegas o, bien ahora, con el peligro que eso conlleva, lo que digan desde internet o redes sociales las personas que ni conocen, los llamados influencers, los que tienen miles de seguidores llevando vidas irreales y superficiales.

Yo no tuve la influencia de las redes sociales que hay ahora, imagino que sí tenía la influencia de los amigos, de los compañeros de clase o del instituto, con los que pasábamos más horas que en casa, nosotros recibíamos mucha influencia de lo que nos pasaba en la calle, por eso, entendí luego que nos dijeran que tuviéramos cuidado de con quién íbamos, de con quién nos juntábamos. Y es que hay edades de la infancia y, sobre todo, de la adolescencia, muy especiales, en esas edades tienen la puerta del aprendizaje abierta de par en par, son como una esponja de mojarse y empaparse de cierta información que, sin ellos saberlo, puede hacer tambalear los cimientos puestos anteriormente por los padres, puede que lleguen a caer o resistir. Lógicamente, los hijos pueden sumar o restar fortaleza a los cimientos, tendrán que estar atentos, las malas experiencias que vayan viviendo serán de más peso y se posarán peligrosamente, lo que los desquebrajará, ya que ese peso se está poniendo sobre unos puntos delicados. Si ese hijo no es capaz de detectarlo o cede a esa influencia que no le favorece, puede hacer caer el edificio entero, pero, si es capaz de rechazarla, tomarla o dejarla que se pose en él, pero en un sitio más seguro, más estable, no solo no caerá el edificio, sino que lo hará más firme y sumará fortaleza a su vida.

¿Qué está bien o está mal? Es tan amplia la cantidad de respuestas que se le pueden dar a esta pregunta, tendrá tantas respuestas como millones de habitantes hay en el planeta Tierra y de la suma de todas las combinaciones que se hagan entre ellos. Porque cada uno lo ve de una forma, para unos, una cosa está bien y, para otros, está mal, y es que, al final, cada uno tiene su verdad; y esa visión, esa verdad, puede cambiar. Cuando antes decía «blanco» ahora digo «negro», porque me interesa, el ser humano es así. Incluso dos personas, como son los padres, que han vivido una gran cantidad de experiencias juntos, que se supone pueden tener la misma opinión en muchas cosas, pueden pensar diferente en cómo inculcar a su hijo qué cosas están bien y cuáles son malas.

El hijo tirará hacia el lado del padre o de la madre dependiendo de lo que quiera conseguir, eso nadie se lo enseña y de forma increíble lo tienen impregnado en su quehacer diario, le viene de serie, ¿cómo los mayores, que fuimos niños y que un momento determinado de la vida tuvimos ese mismo recurso, lo hemos dejado perder?, ¿cómo no lo hemos llegado a explotar al máximo nivel para nuestro beneficio propio con el resto de personas que conviven con nosotros? Yo pienso que muchos adultos lo conservan, es increíble cómo manipulan a otros, esos otros, en los que me incluyo, simplemente hemos perdido ese instinto para siempre, algunas veces intentaremos resistirnos a ser manipulados, otras, conseguiremos hacerles creer que somos manipulados (esto se puede entrenar) y, otras, nos rendiremos sin mucha resistencia a esos encantos y caeremos en sus redes manipuladoras.

Yo tuve la suerte o la lucidez de decirle a mi madre mientras vivía «gracias», gracias por todo lo que habían hecho por mí y por mi hermano, a mi padre no pude decírselo, se fue muy pronto, pero creo que, cuando se lo dije a mi madre, él también se daría por aludido, era un agradecimiento para los dos. La culpa de que tanto mi hermano como yo fuésemos, y seamos, como somos es de ellos; y yo, por lo menos, viendo a mi hermano cómo es y cómo es todo lo que le rodea, les salió muy bien, yo estoy muy orgulloso de mi hermano, sigue siendo una guía para mí, un gran apoyo junto a mi mujer y, después de mis padres, son los dos las personas más importantes en mi vida.

A mi hermano no le he preguntado nunca si él les ha dado las gracias, nunca me ha hecho falta preguntárselo, porque sé que también piensa lo mismo. Él tuvo el valor y la fuerza suficiente para decirle a mi madre, mientras la enterrábamos, «gracias», un gracias tan sentido como desgarrador; mientras escribo esto y lo recuerdo, mis lágrimas corren por mis mejillas, es inevitable, fueron tanto para nosotros como imagino que lo son vuestros padres para vosotros.

Igual he empezado por el final al hablar de mis padres ya fallecidos, aunque siempre se dice que nadie muere si su recuerdo se mantiene en el corazón de alguien, y ellos están muy dentro de mí, aunque pasen los años, no pasa un día que no me acuerde de ellos.

Mi padre, de Córdoba, y mi madre, de Burgos, sus hijos, de Madrid, no podía ser de otra forma para que nos quedáramos con una parte de cada uno y coger algo de esas maravillosas ciudades que, si lo pienso, representan perfectamente a ambos. Mi padre, andaluz hasta la médula, tanto como para no perder su acento pese a estar tantos años viviendo tan alejado de su tierra, con ese salero, generoso, luchador, gracioso y gran contador de chistes, todo el mundo que lo recuerda seguirá diciéndome «Qué bien me lo pasaba con tu padre, lo que nos hacía reír». ¿Se puede pedir más de una persona?, alguien que deja sonrisas y felicidad por donde pasa, yo creo que no.

Él se fue cuando yo tenía todavía diecinueve años, una larga y maldita enfermedad se lo llevó y nos dejó con su recuerdo, con su camino ya sembrado y donde no pudo recoger ni saborear su cosecha, esa que ya le estaba dando fruto y que era tan abundante en cantidad como en calidad, eso nos lo dejó a mi hermano, a mí y a mi madre, cómo no. A mi madre le dejó mucho más, el haber vivido una vida de luchas, de sinsabores, muy modesta, pero con risas. Mi padre fue un marido fiel y sacrificado como no he visto nunca, me imagino que, cuando se fue, tenía una vida llena de planes para disfrutar junto a mi madre, se tuvo que ir al inicio de una jubilación, con una renta escasa, pero que seguro les habría permitido seguir viviendo a su forma, con poco, pero lo suficiente, incluso como para compartirlo con quien lo necesitara, de forma generosa, como para seguir siendo ejemplo para sus hijos, con lucha y entrega para que no nos faltara nada, para que, llegados a esa edad, tener la lógica preocupación por ellos, pero sin tener ya esa obligación de supervisarlos como cuando no se podían valer por sí mismos. Era el momento de conseguir esa merecida libertad para vivir y disfrutar juntos su vida, que, seguramente, les permitiría hacer algún que otro viaje, visitar más sus tierras natales o estar con su gente.

Pero el cáncer lo truncó todo, justo cuando mi padre se jubiló, con sesenta y cinco años, le diagnosticaron la enfermedad y falleció a los sesenta y ocho años, puta vida, toda ella esperando a que llegara ese momento de disfrute y, zas, jódete, es lo que hay. En momentos difíciles dicen que es donde se ve la verdadera naturaleza del ser humano, mi padre me demostró que eso era así.

Con el cáncer, mi padre adelgazó mucho, no era muy alto, pero siempre lo he recordado con su barriga, se quedó en muy poco, los últimos meses los pasó en cama. No sé si realmente fue consciente de lo que le pasaba, sí recuerdo hablar con mi madre cuando le diagnosticaron la enfermedad y nos contaba que no se lo habían dicho, para el tipo de cáncer que era no había operación ni tratamiento posible, nos dijeron los médicos que se esperaba que pudiera estar así como mucho un año, él estuvo tres, nos decían que iba a sufrir muchos dolores, él nunca se quejó de nada, fueron ellos los que nos recomendaron no decírselo porque, sabiendo que no había cura y con los dolores, había pacientes que decidían acabar antes con todo, quitándose de en medio.

Recuerdo con mucho cariño cuando, en la cama, le afeitaba la barba con la máquina eléctrica y recuerdo hablar con él, su sentido del humor nunca lo perdía, muchas veces no sabías si estaba de broma o no. Recuerdo que, en una de esas conversaciones en la cama, me decía que, cuando cogiera un poco más de fuerza en las piernas, tenía que ir a renovar el carnet de conducir, que lo tenía caducado, yo solo podía asentir con la cabeza, sabiendo que realmente eso no podía ser.

Pero, lo más duro no fueron esos meses en la cama, tampoco fue llegar esa noche fatídica a casa y ver a mi hermano en la ventana indicándome que me diera prisa en subir, llevarlo al hospital, tampoco fue verlo difunto en una camilla y darle un beso de despedida, un beso frío, un beso corto pero inolvidable, no fue esa primera palada de tierra que vierten sobre el ataúd ya dentro del hueco, lo que más duro recuerdo fue volver a casa, ver esa cama deshecha, sin la presencia de mi padre, recoger las cosas que los enfermeros dejaron en el suelo mientras le atendían, fue más duro ver llorar a mi madre desconsoladamente y no poder hacer nada. No tenerlo más, saber que se acabaron esas conversaciones, pero que, gracias a todo eso y a pesar de eso, está la parte más dulce, la de saber que siempre está conmigo, en mi corazón, él permanece en mis sueños y sé que me acompaña para ayudarme, para no dejarme caer y llevarme por el buen camino, eso me hace estar tranquilo y me hace pensar que todo va a salir bien.

Viendo y habiendo vivido yo en primera persona esta situación, cuando veo o siento que alguien, incluso yo mismo, no vive la vida de la mejor forma que puede, que se ve que van con el freno de mano echado, o al revés, que otros, sin embargo, parece que van sin frenos y a lo loco, pues me sale siempre eso de solo se vive una vez y no tienes más oportunidades para disfrutar o malgastar la vida, no hay segundas oportunidades.

Puedo decir que disfruté de mi padre lo suficiente como para tenerlo como ejemplo a seguir y, a la vez, tan poco, como para quedarme con las ganas de vivir otros tantos momentos como nos merecíamos. Cuando yo empezaba una etapa de mi vida en la que más le necesitaba, para pedirle consejo, para poder hablar y discutir de todo, de fútbol, de chicas… de poder asimilar sus broncas, cuando él pensara que me las mereciera, poder rebatírselas, de escuchar sus mismos chistes una y otra vez, oír sus historias, sus vivencias, de conseguir hacerle sentir orgulloso por meter un gol mientras me veía jugar y dedicárselo, de poder decirle que había aprobado el carnet de conducir y que se montara conmigo para darnos una vuelta en su coche, de que disfrutara de sus nietos, de que viniera a mi casa y tomáramos un café o, cómo no, tomarnos un cubata juntos, pero si de algo me quedé con las ganas es de que Manuela, mi mujer, o mi hija Celia lo conocieran y lo disfrutaran, verlas reír con un chiste de él hubiera sido lo máximo, que le pudieran ver y decirles: «Ves como me quedaba corto cuando te contaba cómo era mi padre» y para luego darme el orgullo de que me dijeran «si es que eres igual que tu padre», aunque fuese por algo malo.

A mi padre le chiflaba la música, él había tocado la flauta travesera de joven y cantaba en una coral de la iglesia ya de mayor, sé que tenía cierto conocimiento de música, en su tiempo lo debió de estudiar, pero no sé si mucho o poco, sí le recuerdo leer en casa una partitura de música como el que lee un libro, de forma fácil. Yo sí le vi cantar con la coral de la parroquia y se notaba que disfrutaba con ello, con esa pasión que tenía por la música, sé que esa pasión era inferior a la que nos tenía a nosotros, a sus hijos y a mi madre, su esposa, yo sentía que nos amaba con toda el alma, porque tuvo que renunciar a la música por nosotros.

A mis padres no los recuerdo discutiendo habitualmente, tendrían discusiones como toda pareja. A mi padre le gustaba, al venir de trabajar, recoger a mi madre e irse a dar una vuelta o a tomar un chato de vino, eso lo recuerdo de forma muy agradable, ver a mi madre empezar a arreglarse cuando se acercaba la hora de su llegada, estar en casa o mirando por la terraza con ganas de que viniera y escuchar su silbido característico como señal de que llegaba para bajar corriendo.

El silbido de mi padre era conocido no solo por nosotros, sino también por los vecinos y más gente del barrio que lo conocían, no sé si como molestia o pesadez o porque era agradable, su «furiiipiiii» doblando la lengua hacia dentro de su boca, sin ayuda de los dedos para silbar, era una de esas cosas que quieres aprender de él, pero nunca lo conseguí, el tono y su musicalidad sí, lo hacemos en casa y sé que mi hermano también lo tiene, porque, si me ve de lejos, usa ese silbido, ese tono para llamar mi atención.

Otra cosa que me flipaba de mi padre era su firma, siempre la hacía igual y no era la típica firma de poner tu nombre y subrayarlo, no, era una firma elegante, yo la llamo firma de ministro, de poner en un documento importante. En casa tengo los boletines de notas que nos daban en la escuela y que debíamos devolver firmados por nuestros padres y, de vez en cuando, me gusta echarles un vistazo y seguir admirándola.

Creo que puedo decir abiertamente que, aunque mi padre era un buen padre y esposo, durante el poco tiempo que lo disfruté le vi hacer cosas que, incluso hoy en día, me cuesta entender y no podré, por más que lo intente, llegar a saber de la dificultad que tuvo mi padre para tomar algunas decisiones, qué lucha interna debió sufrir para ir hacia un lado o hacia el otro. Por supuesto que no voy a entrar a juzgarlas, primero, porque, por mucho que quiera ponerme en sus zapatos en esos momentos, jamás llegaría ni a acercarme a ese momento que tuvo para tomarlas, ni a conocer su realidad, ni a preguntarme por qué las tomó, hay muchas variables que no sé, no las conozco, no puedo saber por lo que pasó y por lo que le llevó a tomar esa decisión y entonces el poder juzgarlas, solamente harían que mi sentencia final no fuera ni justa ni correcta. Como siempre he hecho y así lo aprendí de él, prefiero quedarme con la parte positiva, con lo que me puede aportar, porque, de lo contrario, me haría un daño irreal a mí mismo y a su memoria, eso no lo quiero.

Antes de conocer a mi madre, tuvo una primera esposa, con la cual tuvo a una hija, guapa, luchadora, simpática, graciosa y maravillosa como cordobesa que es. Al nacer mi hermana Antoñita, su madre falleció. He aquí donde viene una vivencia que tuvo mi padre, la cual no me contó, no le pregunté, no me dio tiempo. Por lo que no llegué a conocer de primera mano, de su persona, lo que pasó, pero tuvo que ser una experiencia tremendamente dura, llena de dolor, pierdes a tu mujer, te quedas a cargo de una niña bien pequeña y te tienes que ir a Madrid a trabajar, lo cual le lleva a tomar la decisión de dejar a su hija pequeña bajo el cuidado de su tía (hermana de su mujer fallecida) y de su tío, los cuñados de mi padre. Decisión que tomas sabiendo que vas a volver a ver a tu hija cada cierto tiempo, fines de semana, vacaciones, etc. Yo no llego a imaginarme por lo que pasaría mi padre en todos esos momentos, esos días, semanas, meses sin ver a su hija, pero sí me hace verlo como un hombre valiente, generoso y luchador.

Incluso ya con mi madre y mi hermano, que era bien pequeño, seguían viajando a Córdoba para verla cuando podían, mi hermano sí tiene recuerdos de eso, he visto fotos donde sale él con mi hermana y alguna donde yo también estaba, pero muy canijo, por lo que no tengo ese recuerdo. Sí los tengo de cuando éramos algo más mayores, donde ya los viajes a Córdoba, más concretamente a Cabra, que es el pueblo de mi padre y donde vivían mis tías y primas, aunque no eran muy frecuentes, algo sí los recuerdo.

Lo que también me hacer pensar en lo generosa que fue mi madre al no querer cortar, o no esquivar, y querer ser partícipe del pasado de mi padre con otra mujer. Los momentos en Cabra los recuerdo con cariño, con muchas risas entre todos, con paseos por el pueblo, llegar a casa después de picotear como solo se picotea en tierras andaluzas, llegar ya solo pensando en echarte una siesta y que te esté esperando tu tía con un perol bien grande de ensaladilla rusa en la mesa y la frase de «Primero come y luego la siesta» o «Come y calla» o «Con lo que me ha costado hacerla, ahora no te la vas a comer», y te la comías, subías las escaleras como podías y te dejabas caer en ese colchón de algodón que te envolvía como quien se hunde en el barro hasta desaparecer, recuerdo alguna vez darme la vuelta y caerme al suelo si estaba muy al borde de la cama.

Con mi hermana tuvimos una relación algo más escasa de lo que yo ahora pienso que podíamos haber tenido, fuimos a su boda, estuvimos en la comunión de mi sobrino Fran. Cuando éramos más pequeños, era mi padre y luego mi madre, después del fallecimiento de mi padre, quien contactaba con ella, no perdimos nunca el contacto, pero no lo teníamos como algo habitual, pero gracias a Dios eso ha cambiado y ahora nos hemos visto más veces, ella ha venido a Madrid, nosotros hemos ido a Córdoba, sé que tengo que llamarla más, me lo apunto. Hemos recuperado el contacto con ella, con mi sobrino, con mis primos, somos los Valladares, que, aun siendo el segundo apellido de nuestros padres, era por el que más se los conocía, y lo llevamos por bandera, eso y las croquetas o cocretas, cloquetas o clocletas o cómo queramos decirlas, damos buena muestra de ello, del humor que siempre ha reinado en nuestra familia, damos gracias a nuestros padres y antepasados andaluces por todo esto, cómo los quiero, los Valladares somos fáciles de querer.

Mi padre era administrativo, trabajaba en oficina, yo lo recuerdo en varias empresas, con sueldos bajos y encima algunos años en situación de desempleo, lo que hacía que nuestra situación económica no fuera nunca boyante, pero, sin embargo, no nos faltaba ir a la playa en verano, no nos faltó ir después de la EGB a institutos concertados que costaban dinero, ¿cómo lo hacían?, realmente no lo sé, sí sé que ambos no tenían lujos, no los veía comprarse cosas y menos tener cosas caras en casa, lo que más, era ese chato de vino alguna tarde o el vermú el fin de semana. Con esa misma mentalidad, tanto mi hermano como yo nunca hemos tenido ropa, zapatillas u otras cosas de marca, nos inculcaron que todo tenía un precio y lo que costaba conseguir cada cosa.

Mi madre falleció justo al venir Celia, ya llevaba un tiempo con una mierda de enfermedad llamada ELA (esclerosis lateral amiotrófica), la cual es degenerativa y mortal, afecta a todo el sistema nervioso principal y suele afectar a la agilidad y fuerza en las extremidades o bien a la dificultad en el habla o en la deglución de la comida.

Eso fue lo primero que le detectamos a mi madre y por lo cual empezamos a llevarla al médico, le costaba mucho comer sólido y líquido a la vez, como una simple sopa, se atragantaba, tosía mucho y lo pasaba mal, ella y nosotros al verla. También tenía dificultad para hablar, cada vez se la entendía menos, pero te acostumbrabas a oírla. Eso fue evolucionando hasta no poder comer, con lo cual, perdió mucho peso, tuvimos que insistirla en que se pusiera un catéter y poder desde ahí meterle comida y nutrientes, siempre líquidos. A ella le costó asimilarlo, como es lógico, a nadie le gusta tener una enfermedad y menos que te limite, como le ocurría a ella. Recuerdo que con la vía su gran excusa era que cómo iba a comer sin masticar, sin poder saborear la comida, y no le faltaba razón, pero era necesario para que pudiera estar con más fuerza para lo que le venía.

Algunos días que íbamos a verla, la veías con algún moratón en las piernas o brazos, decía que se había dado algún golpe, otra vez fue en la cara, en la parte del ojo, nos contó que se dio con la puerta, luego supimos que eran por caídas o descontroles del equilibrio que la propia enfermedad la iba provocando, esa debilidad en las extremidades le hizo caer un día del autobús cuando bajaba de él, porque otra cosa no tendría, pero luchadora y activa siempre lo fue.

Algo por lo que siempre ha destacado mi madre es por ser una mujerona, era elegante, rubia, mediana estatura y muy guapa, no es que lo diga yo, que soy su hijo, lo decían los que la conocían, vecinos y amigos. Pero para mí, aparte de todo eso, ha destacado por lo valiente, generosa y sufridora que ha sido, si no, no se explica su forma de salir de las dificultades que le ha puesto la vida, que han sido muchas y como, aun así, seguía ayudando a los demás, siempre dispuesta.

Yo creo que toda esa fortaleza y esa generosidad partía de su fe, mi madre ha sido muy católica, muy creyente, de misa diaria, de rezar el rosario, y pienso que, si no llega a ser por eso, no hubiera podido superar la muerte de su marido, a los dos años la de su hermana y seguido la de sus padres, por contar alguna de las adversidades más duras que yo haya conocido.

Su vida podemos pensar que fue privilegiada, hija de médico, con otros siete hermanos y con estudios, que para su época ya era un auténtico lujo, no todo el mundo tenía la opción de estudiar, ella lo hizo y posteriormente trabajó en alguna oficina como secretaria, por lo tanto, tenía una buena cultura. Pero su vida de entrega a los demás empezó con sus propios hermanos, muchos de ellos se desplazaban a Madrid a estudiar y mi abuelo compró un piso para que estuvieran ellos, a modo de sede familiar, y mi madre, no sé si porque ya trabajaba en Madrid, por ser la mujer mayor de los hermanos, se quedó como responsable de esa casa, de cuidar a sus hermanos, atenderlos y darles de comer. No sé si esa decisión vino impuesta por mi abuelo o fue ella misma la que se ofreció para que así sus padres tuvieran la tranquilidad de tener a la familia más controlada.

Aun así, le dio para seguir estudiando, trabajar, conocer a mi padre y tenernos a mi hermano y a mí. Creo que de ella me viene ese vínculo con la familia y el valor que tanto le doy a la familia, el que permanezca unida, el que no se pierda esa conexión única. Por desgracia, hay muchos casos de familias, de hermanos que se han dejado de hablar por diferentes motivos y te lo cuentan como el que ha perdido un euro en la calle, sin la menor importancia; yo no sería capaz, creo que, si tuviera problemas con la familia, intentaría solucionarlos de cualquier forma con tal de que permanezca junta, una familia unida es todopoderosa.

De ella y de su relación con su familia nos vienen las conocidas primadas que se solían hacer cada año entre todos los primos y familiares de los Gómez Jimeno. De cuna burgalesa y de donde nace casi toda su familia, una familia de médicos, curas, monjas y farmacéuticos, de hecho, la botica más antigua de España que está en Peñaranda de Duero es de esta familia, son primos de mi madre.

Todos ellos se juntaban un fin de semana para comer, cenar, reír, bailar y contar las anécdotas de su pasado, mientras que nosotros, los más pequeños, estábamos obligados a ir y era el momento de ver a la familia que no veíamos mucho, solo de año en año, contando siempre lo mismo, lo que nos parecía un rollo. Pero, por otro lado, era maravilloso ver a mis padres reírse tanto y pasarlo tan bien con su familia, para nosotros era muy chulo estar con primos de tu misma edad, que vivían en Burgos, en León y que solo veías en esos eventos. Con el tiempo, hemos seguido con la tradición de juntarnos en nuestras primadas, en las que nos hemos llegado a juntar más de cuarenta personas, entre primos, esposos e hijos. Nos hemos descolgado de esas reuniones que los mayores continúan, pero, de una forma u otra, mantenemos esa unión familiar y ahora a algunos de nuestros hijos les pasa como nos pasaba a nosotros, se aburrirán de oírnos los mismos chistes, pero están deseando verse para disfrutarlo como hacíamos nosotros, ahora los mayores somos nosotros y contamos nuevas historias, nuevos chistes, pero, al igual que antes nuestros mayores, nos reímos y lo pasamos igual de bien que lo hacían ellos.

No sé en qué momento, pero mis abuelos también se trasladaron a Madrid a vivir, al fin y al cabo, era normal, cuatro de sus hijos vivían en Madrid y es posible que fuera ese el motivo del traslado. Yo tengo el recuerdo de ir a casa de mis abuelos con frecuencia, sobre todo, los fines de semana, vivían en Doctor Esquerdo, no estaba muy lejos de nuestra casa y puede que, también por esa proximidad, cuando mis abuelos envejecieron y no se valían por sí mismos, mi madre se volcó con ellos, hasta tal punto que acabamos mi padre y yo viviendo en nuestra casa de Moratalaz y mi madre y mi hermano viviendo en casa de mis abuelos.

Los fines de semana, mi tía Pili iba a cuidar de mis abuelos, hacía el relevo y así mi madre descansaba, bueno, lo de descansar es un decir, porque en casa se daba la paliza a rematar las tareas que a mi padre no le daba tiempo o no se le daba tan bien como a ella, porque mi padre cocinaba, limpiaba y cosas por el estilo, pero había cosas que seguramente a mi madre no le quedaba más remedio que hacerlas, o sea, que lo de descansar… poco, lo que sí, eran esos los días en los que los cuatro estábamos juntos.

Todo eso ocurría cuando yo tenía unos catorce años, mi hermano tres más y duraría, por lo menos, tres o cuatro años. Como ya he comentado al hablar de mi padre, esa separación del núcleo familiar fue poco antes de que mi padre se jubilara, poco después de jubilarse, falleció y, pensando en todo esto, la jubilación no fue, ni mucho menos, ese momento idílico donde ambos deberían haber disfrutado de muchas cosas, pero es que, por circunstancias como las de mis abuelos, antes tampoco pudieron aprovechar.

Esta decisión que tomaron mis padres debió de ser difícil, imagino a mi madre contando la situación a mi padre y ambos en una bondad infinita dar el visto bueno para separar a la familia y atender a los abuelos, quiero entender que tomaron la mejor decisión, pero no dejo de preguntarme: ¿mejor decisión para quién?, no veo ningún beneficio en ello, tan solo el amor de mi madre hacia sus padres y la compresión de mi padre respetando y aceptando eso.