2,99 €
Él acudió a su rescate… y acabó siendo presa de su atracción por ella Para una estrella como Lily Wild, verse arrestada en el aeropuerto fue como una escena de una película mala, sobre todo cuando descubrió cuáles eran las condiciones de su puesta en libertad… Quedaría bajo la estricta vigilancia del abogado Tristan Garrett, el hombre que había pisoteado su corazón de adolescente muchos años antes… Tristan, por su parte, estaba decidido a no perder la cabeza otra vez por esa gata salvaje, pero cada vez que la miraba volvía a sentir esa descarga eléctrica, igual que la primera vez, y ya se le estaba acabando la paciencia…
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 207
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Michelle Conder. Todos los derechos reservados.
TRAS EL ESCÁNDALO, N.º 2192 - noviembre 2012
Título original: Girl Behind the Scandalous Reputation
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-1148-5
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
ES UNA broma, Jordana? –Tristan Garrett le dio la espalda a la ventana y se volvió hacia su hermana pequeña. Desde su despacho, situado en el décimo piso del edificio, se divisaba el Támesis.
Ella estaba sentada en frente del escritorio, con las piernas cruzadas, impecablemente vestida. Resultaba difícil de creer que acabara de decir algo así.
–¡Como si fuera a bromear con algo tan serio! –exclamó Jordana, mirándole fijamente. Sus ojos, color verde jade, eran exactamente del mismo color que los de él. En ese momento estaban llenos de preocupación–. Sé que suena increíble, pero es verdad. Y tenemos que ayudarla.
En realidad la historia no sonaba tan increíble, pero Tristan conocía muy bien a su hermana; sabía que tenía tendencia a ver solo lo bueno en los demás, incluso cuando no había nada que ver.
Tristan se volvió hacia la ventana de nuevo y miró a los peatones que caminaban a ambos lados del río, disfrutando del sol de septiembre. No soportaba verla tan preocupada. Maldijo a la supuesta amiga que la había hecho llorar.
Ella fue hacia él y se detuvo a su lado. Él le puso el brazo sobre los hombros y la atrajo hacia sí. ¿Qué podía decir para hacerla sentir mejor? ¿Iba a decirle que la amiga a la que quería ayudar no valía la pena? ¿Que una persona tan estúpida como para salir de Tailandia con drogas merecía que la atraparan?
En otras circunstancias, hubiera ayudado a su hermana sin pensárselo dos veces, pero no estaba dispuesto a verse envuelto en algo así. Y tampoco iba a dejar que ella lo hiciera. Le dio un apretón cariñoso en los hombros.
–Jo, no es tu problema, y no voy a dejar que te metas.
–Yo… Tristan levantó una mano. Sus gemelos de oro macizo brillaban.
–Si lo que dices es cierto, ella se lo estaba buscando, y ahora tendrá que atenerse a las consecuencias. Y no quiero tener que recordarte que estás a ocho días de la boda más importante del año. Oliver no querrá que te involucres en algo así. Y dudo mucho que el príncipe de Grecia quiera sentarse al lado de una drogadicta, por muy hermosa que sea.
Jordana se puso tensa y apretó los labios.
–Oliver querrá que yo haga lo correcto. Y me da igual lo que opinen mis invitados de boda. Voy a ayudar a Lily y punto.
Tristan sacudió la cabeza.
–¿Por qué vas a hacer algo así?
–Es mi mejor amiga y le prometí que lo haría.
Eso fue toda una sorpresa para Tristan. Pensaba que esa amistad había muerto muchos años antes. Pero, de haber sido así, ¿por qué iba a ser Lily dama de honor en la boda? ¿Por qué no se le había ocurrido preguntárselo dos semanas antes, al enterarse de que Lily asistiría a la boda?
Frunció el ceño, pero decidió posponer ese tema ante la urgencia del otro asunto.
–¿Cuándo hablaste con ella?
–No hablé con ella. Me llamó un empleado de la aduana. Lily quería que supiera por qué no podría asistir a la boda y… Oh, Tristan, si no la ayudamos, irá a la cárcel.
Tristan se echó hacia atrás el mechón que le caía sobre la frente. Tenía que cortarse el pelo.
Por mucho que quisiera evitarlo, tenía que ponerse duro con su hermana.
–Probablemente ese sea el mejor sitio para ella –frunció el ceño–. Allí tendrá la ayuda que necesita.
–¡No puedes estar hablando en serio!
¿No hablaba en serio? En realidad no lo sabía. Pero lo que sí sabía era que había tenido una mañana tranquila y agradable hasta que Jordana había irrumpido en su despacho, recordándole a una chica a la que quería sacar de sus recuerdos para siempre.
Lily Wild…
Una de las mujeres más sexys del planeta, según el último ranking… Una actriz talentosa. Él no era muy aficionado al cine, pero sí que había visto la primera película; un largometraje de autor acerca del fin del mundo, dirigida por un director novel. Apenas recordaba el argumento. ¿Quién hubiera podido? Lily aparecía casi desnuda durante toda la película, con una camiseta que le quedaba grande, y unas braguitas de algodón que parecían pantalones cortos. Por aquel entonces recordaba haber pensado que el mundo estaba involucionando, yendo hacia atrás, y la gente como Lily Wild tenía la culpa.
Su padre y él habían tolerado esa amistad adolescente entre Lily y Jordana porque su hermana lo pasaba muy bien con ella, pero la chica nunca les había caído bien. Recordaba aquel día, cuando la había visto por primera vez… aquella chica de catorce años con aspecto de pandillera que escondía drogas debajo del colchón de su hermana… demasiado precoz y prepotente para su edad… Debería haber metido a su hermana en otro colegio.
Tristan respiró profundamente y se volvió hacia el escritorio. Tocó el ratón y quitó el salvapantallas.
–Jo, estoy ocupado. Tengo una reunión importante dentro de media hora. Lo siento, pero no puedo ayudarte.
–Tristan, sé que no soportas a los drogadictos, pero Lily es inocente.
–¿Y eso cómo lo sabes exactamente?
–Porque conozco a Lily, y sé que no toma drogas. Las odia.
Tristan levantó una ceja. ¿Le estaba hablando en serio?
–¿Es que has olvidado el día en que cumpliste dieciocho años? La sorprendí escondiendo un porro en la fiesta. Tenía catorce años. Y no hablemos de todas esas fotos que circulan por la prensa, en las que aparece hecha un desastre.
Jordana frunció el ceño y sacudió la cabeza.
–La mayor parte de esas fotos era falsa. Lily ha sufrido el acoso de la prensa toda su vida porque sus padres son quienes son. Además, ella es demasiado sensata y cabal como para engancharse a algo tan destructivo como las drogas.
–¿Y es por eso que dio un escándalo en tu fiesta de cumpleaños? ¿Porque era una chica muy cabal?
Jordana miró al techo y después miró a su hermano.
–Tristan, esa noche las cosas pasaron de otra manera. Una foto un poco rara…
–¿Una foto un poco rara? –exclamó Tristan, poniéndose furioso–. Esa foto un poco rara podría haberte arruinado la vida si yo no hubiera intervenido.
–¡Querrás decir si no le hubieras echado la culpa a Lily!
–¡Lily tenía la culpa! –Tristan podía sentir esa vieja rabia que le había hecho explotar seis años antes.
Pero no era propio de él dejarse llevar por el temperamento.
–A lo mejor, si hubiera contactado con su padrastro cuando la pillé con marihuana la primera vez, no estaría metida en este lío ahora.
Jordana bajó la vista un instante.
–Tristan, nunca me has dejado explicarte bien las cosas. ¿Y si la marihuana con la que viste a Lily no era de ella? ¿Te hubieras llevado una decepción tan grande si hubiera sido mía?
Tristan soltó el aliento de golpe. Realmente no tenía tiempo para esa conversación. Se levantó, rodeó el escritorio y abrazó a su hermana. Sabía lo que Jordana estaba intentando hacer y la quería aún más por ello, aunque la cabeza hueca de Lily Wild no se lo mereciera.
–Sé que estás intentando echarte la culpa para protegerla, Jo. Siempre la has protegido. Pero la verdad es que esa chica no te conviene. Siempre ha sido una mala pieza. A lo mejor su padrastro o sus hermanastros pueden ayudarla.
Jordana reprimió un sollozo contra su pecho y se apartó un poco.
–Nunca han estado muy unidos. Además, creo que están de vacaciones en Francia. ¡Por favor, Tristan! El agente con el que hablé esta mañana me dijo que a lo mejor la llevan de vuelta a Tailandia. Y, pienses lo que pienses, no puedo dejar que eso pase.
Tristan masculló un juramento. Tenía que admitir que no podía imaginarse a la preciosa Lily, marchitándose en una prisión tailandesa.
–Jo, mi especialidad es el derecho empresarial. Estamos hablando de derecho penal aquí.
–¡Pero seguro que puedes hacer algo!
Tristan soltó a su hermana y fue hacia los ventanales de nuevo.
Recuerdos de Lily, de la última vez que la había visto, invadieron su memoria. Ella llevaba años asaltando sus pensamientos, pero cada vez le ocurría con más frecuencia, sobre todo desde que Jordana le había dicho que asistiría a la boda. Cerró los ojos… Pero fue peor… La veía, casi podía olerla… Su hermana le tocó el brazo y, por un instante, casi creyó que era Lily. Masculló otro juramento.
–Jordana, por favor, olvídate de Lily y céntrate en la boda.
Ella se apartó de él, dolida.
–Si Lily no viene, a lo mejor no hay boda.
–No seas dramática.
–Y tú no seas tan desagradable. Todo el mundo ha sido muy injusto con Lily…
–Jordana, nadie ha sido injusto con ella. ¡La han pillado con las manos en la masa!
Jordana le miró con los ojos llenos de dolor. No recordaba haberla visto tan afectada desde el día en que habían enterrado a su madre. Entonces había jurado hacer cualquier cosa para protegerla…
–Tristan, sé que odias las drogas por lo de mamá, pero Lily no es así. Y tú sueles ser de los que aprovechan toda oportunidad para ayudar a los demás.
Tristan miró a su hermana. Sus palabras resucitaron recuerdos del pasado; un pasado que querría tener bien enterrado. Y a lo mejor era una locura, pero también culpaba a Lily de ello. De no haber sido por ese último arrebato de excentricidad, no hubiera tenido que mantener esa conversación con su hermana.
Se volvió hacia Jordana y apretó la mandíbula.
–Jordana, las palabras clave en esta situación son «buena causa». Y por lo que a mí respecta, una actriz drogadicta que ha tocado fondo no es una buena causa.
Jordana le miró fijamente, perpleja, como si acabara de darle una patada a un perro… Y en ese momento Tristan supo que había perdido. No podía dejar que su hermana pensara tan mal de él. Además, la imagen de Lily en una cárcel tailandesa le atenazaba el corazón.
Sacudió la cabeza.
–Esto es un gran error –le advirtió a Jordana.
La cara de la joven se iluminó.
–Y no me mires así –prosiguió–. A lo mejor no puedo hacer nada. No es que haya robado una pastilla de jabón de una tienda o algo así.
–Oh, Tristan, eres el mejor hermano del mundo. ¿Te espero y vamos juntos? –Jordana estaba tan feliz que casi cantaba las palabras.
Tristan miraba al techo, intentando diseñar una estrategia para resolver el problema. Al oír las palabras de su hermana, arqueó las cejas.
–Ni hablar. Te llamo cuando sepa algo. Y ahora, vete. Sigue con las cosas de la boda, o lo que sea, y déjame resolver este lío en el que te has empeñado en meterte.
Apenas notó el beso de su hermana en la mejilla. Un segundo más tarde le estaba dando instrucciones a su secretaria por el teléfono.
–Kate, cancela todas mis reuniones de esta tarde y dile a Stuart McIntyre que le quiero en mi despacho ya.
Se echó atrás en la silla y soltó el aliento. ¿Se había vuelto completamente loco?
Lily Wild estaba metida en un buen lío. Había intentando pasar drogas por Heathrow…
Pero eso no era ninguna sorpresa. Muchos años antes la había visto esnifando cocaína sobre el centenario escritorio de su padre, durante la fiesta de cumpleaños de su hermana. Ella nunca lo había admitido, no obstante.
Le había mirado con esos ojos falsos y había sonreído, provocadora, desafiante… Tristan había sentido una rabia difícil de contener; no había querido oír escusas… ¿Para qué iba a molestarse? Todos los que consumían eran tan inocentes como monjas de clausura…
Esa misma noche, no obstante, un rato antes, Lily le había mirado con esos ojos color violeta… como si fuera el único hombre del planeta… y él se lo había creído… ¿Cómo había sido tan idiota? Había estado a punto de morder el anzuelo. Hasta ese momento ella no había sido más que un inconveniente… Solía llevarse a su hermana a las fiestas de su padre cuando aún era demasiado joven… Y siempre huía de él cuando se la encontraba en la finca de su familia, cuando aún iban al colegio. Pero aquel día, en la fiesta, no había salido huyendo. En realidad había sido todo lo contrario.
«Olvídalo…», se dijo, recordando cómo había bailado con ella. La había tocado. La había besado…
Todavía le dolía pensar que había estado a punto de perder el control aquel día… Pero ella sabía tan dulce, tan fresca… Sacudió la cabeza y masculló un juramento. En vez de revivir un momento que nunca debería haber pasado, debía recordar cómo se la había encontrado en el despacho de su padre, rodeada de una panda de gamberros, su querida hermana incluida… Debía de haber medio kilo de cocaína sobre la mesa… Los de seguridad habían tardado unos diez minutos en deshacerse de todos aquellos delincuentes, de todos, excepto de su hermana. Los de las fotos había tardado un poco más, no obstante… Habían hecho falta unas veinticuatro horas para bloquear todas las fotos de Jordana que habían sido tomadas con el teléfono de uno de sus amiguitos macarras… Los besos de Lily, en cambio, no los había podido borrar…
Lily Wild se movió una vez más. Llevaba más de cuatro horas sentada en esa dura silla de metal, preguntándose cuándo terminaría el tormento. Estaba sola en una habitación pequeña y aséptica… Cualquier director de series de policías se hubiera sentido orgulloso.
Ese mismo día, unas horas antes, estaba nerviosa y feliz, porque volvía a Inglaterra, a su casa, por primera vez en seis años.
Había tenido que hacer una cola muy larga en los controles y, al llegar a la cabina del control de pasaportes, un agente la había dirigido hacia los perros. No había encontrado motivos para preocuparse, no obstante… Estaban registrando a muchos otros. En ese momento pensaba en Jordana, en el regalo de boda que les había comprado a Oliver y a ella en Tailandia…
Y entonces uno de los agentes auxiliares le había sacado una bolsa de plástico de su maxibolso y le había preguntado si era suya. No se acordaba… Esa era la verdad.
–No lo sé –le había contestado.
–Entonces tendrá que venir por aquí –el agente había señalado un pasillo largo, bien iluminado.
Y ella se preguntaba adónde habrían ido los dos agentes de aduanas. Tampoco era que los echara de menos, no obstante. El más joven, uno de esos babosos insoportables, apenas la miraba a la cara y amenazaba con deportarla a Tailandia si no empezaba a cooperar.
Una gran ironía, pues desde su llegada no había hecho otra cosa.
Sí. El maxibolso multicolor era suyo. No. No la había dejado sola en ningún sitio. Sí. Un amigo había estado en su habitación del hotel la noche en que había hecho la maleta. No. No creía que hubiera podido acercarse a sus pertenencias. No. No. No. Los viales de plástico llenos de éxtasis y cocaína no eran suyos. Casi le había dado un ataque al corazón al oír aquella pregunta. Tenía que ser un error.
–No es ningún error, señora –le había dicho el agente que era más amable.
Un sudor frío le había bajado por la nuca… Después la habían interrogado durante horas acerca de su paso por el aeropuerto de Suvarnabhumi… Le habían preguntado una y otra vez por qué había ido a Tailandia y después se habían marchado, para hablar con los que estaban detrás del espejo. Sabía que sospechaban de Jonah Loft, uno de los chicos que trabajaba en la película cuyo contrato acababa de cerrar, pero solo porque había estado en su habitación justo antes de que ella saliera rumbo al aeropuerto. Se sentía muy mal por él. Había conocido a Jonah en Nueva York, en un centro de rehabilitación en el que trabajaba como voluntaria, y a las autoridades no les llevaría mucho tiempo enterarse de sus problemas con las drogas.
Afortunadamente, no obstante, ya lo había superado, pero ella también sabía que la falta de confianza podría desencadenar una recaída. Y era por eso precisamente que le había conseguido un empleo en la película. Había querido darle una segunda oportunidad, pero cuando descubrieran que ella misma le había dado trabajo, no sería nada bueno para ninguno de los dos.
Ella sabía, sin embargo, que él jamás le hubiera hecho algo así. Siempre le había estado muy agradecido, y deseaba seguir limpio.
Lily suspiró. Cuatro horas y veintiocho minutos.
Tenía el trasero entumecido, así que se estiró en la silla, preguntándose si podía levantarse y caminar un poco. Hasta ese momento no lo había hecho, y tenía los músculos de los muslos agarrotados. Se frotó las sienes y trató de aliviar el dolor de cabeza.
Solo esperaba que hubieran contactado con Jordana. No quería dejar de asistir a su boda sin haberle dado una explicación, aunque probablemente se preocupara más sabiendo el motivo por el cual no podía ir. Lily rezó porque no le dijera nada a su insoportable hermano.
Lo último que necesitaba era ver a Tristan Garrett, tan prepotente y exquisito como siempre, interesándose por su situación. Se suponía que era unos de los mejores abogados, pero ella no guardaba muy buen recuerdo de él, exceptuando aquellos maravillosos diez minutos en una fiesta de cumpleaños. Seguramente a esas alturas ya debía de odiarla. Tristan Garrett le había hecho daño, besándola y después ignorándola durante el resto de la noche como si no existiera… Y justo cuando pensaba que su corazón adolescente no podía romperse más, había vuelto a verle en el despacho de su padre mientras trataba de terminar con una fiesta privada de Jordana… Tristan había sacado una conclusión equivocada. Le había echado la culpa de todo, a ella y a las «de su clase». La había echado de la casa. Mirándolo de forma retrospectiva, podía ver que debería haberle dado las gracias. Al menos se había molestado en pedirle al chófer que la llevara de vuelta a Londres… Pero estaba demasiado dolida, con el corazón roto en mil pedazos. Aquella fantasía infantil del amor de su vida estaba hecha añicos.
Ni siquiera podía imaginar cómo había llegado a pensar algo así. Provenían de mundos muy distintos… Y él nunca le había tenido mucho aprecio. Jamás se había molestado en esconder el profundo desprecio que sentía por ella, y por sus padres, dos celebridades hippies, muertos por sobredosis. Pero ella nunca le había dejado ver el daño que le hacía. Tenía orgullo, y las palabras de su difunto padre retumbaban en su cabeza una y otra vez.
«Que nunca vean que te importa, cariño…», solía decirle.
Solo se refería a las críticas de música, pero ella nunca había olvidado aquel sabio consejo que la había mantenido a flote en los momentos más difíciles, llenos de dudas y especulación.
De repente oyó el chirrido metálico de la puerta. Levantó la vista. El malo de los agentes acababa de entrar. Llevaba una sonrisa condescendiente en los labios. Se sentó frente a ella y arqueó una ceja.
–Es una chica con mucha suerte, señorita Wild –le dijo, hablándole con un fuerte acento cockney–. Parece que la van a soltar.
Lily le miró con un gesto impasible, parpadeando bajo las luces fluorescentes, sin revelar emoción alguna. El agente empezó a golpear la mesa de forma rítmica con algo que parecía un informe mecanografiado. Seguía mirándole los pechos, como antes. Los hombres como él estaba en todas partes. Una rubia con una cara y un cuerpo bonitos tenía que ser necesariamente fácil para ellos. Aquel tipo parecía un aspirante a marine, con ese peinado, rapado por los laterales y plano por arriba… Debería haberse unido al circo… No había madera de Príncipe Azul en él, pero aunque la hubiera habido, Lily jamás le hubiera encontrado sugerente… Aunque hiciera películas románticas con finales felices, lo de los cuentos de hadas no era para ella; no después de la experiencia de su madre con Johnny Wild…
–Muy bien –dijo el aspirante a marine con una sonrisa irónica–. Ustedes las celebridades siempre tienen buenos contactos… Y después es todo pan comido. De haber sido por mí, la hubiera mandado de vuelta a Tailandia, pero por suerte para usted, no depende de mí… Firme esto –le puso el documento delante.
–¿Qué es?
–Las condiciones de su puesta en libertad.
¿Puesta en libertad? ¿La iban a soltar?
Con el corazón desbocado, Lily se inclinó, casi a cámara lenta, y miró los papeles. No podía creerse que fuera a ser verdad. Temblaba tanto que las palabras bailaban sobre el papel.
Cuando la puerta volvió a abrirse por segunda vez ni siquiera se molestó en levantar la vista. Dio por sentado que debía de ser el otro agente y volvió a mirar el papel. De repente sintió un escalofrío en la nuca… Una voz masculina y grave le robó el aliento…
–Verás que todo está correcto, cielo, así que firma y salgamos de aquí.
Lily cerró los ojos con fuerza. Sintió que la cabeza le iba a estallar de tanto dolor… Hubiera reconocido esa voz en cualquier sitio… Esperó a que desaparecieran las chiribitas y abrió los ojos nuevamente. La pesadilla no había terminado, sino que había ido a peor… Un giro inesperado.
Jordana había recibido el mensaje, pero también había hecho exactamente lo que temía. Había acudido a su hermano en busca de ayuda.
LORD Garrett, vizconde de Hadley, futuro duque de Greythorn, estaba frente a ella.
–Tristan –susurró Lily, innecesariamente. Era un hombre de una belleza sublime, casi dolorosa, pero su mente lo aceptaba y lo rechazaba al mismo tiempo. Parecía más alto y poderoso que nunca. Su físico atlético y musculoso estaba perfectamente contenido en su traje hecho a medida.
Llevaba el pelo un poco largo y eso le imprimía cierto carácter indomable que realmente no necesitaba. La piel bronceada, la mandíbula bien dibujada, la nariz aristocrática… Era perfecto. Lily se fijó en la masculina curva de sus labios y finalmente reparó en esos ojos verde claro rodeados de gris que la miraban con dureza. Esa actitud implacable le aceleró el corazón. Sin darse cuenta, se humedeció los labios. Él arrugó los párpados y siguió su movimiento con la mirada. Ella bajó la vista rápidamente. Se pellizcó el puente de la nariz para aliviar el dolor que palpitaba sin cesar detrás de sus ojos. De repente un bolígrafo caro apareció ante sus ojos.
–Date prisa, cariño. No tengo todo el día.
Lily hubiera querido recordarle que prefería que la llamaran por su nombre de pila, pero tenía la garganta tan seca que apenas podía tragar. Agarró el bolígrafo. Sus dedos chocaron un instante. Firmó donde él le indicaba. Antes de que pudiera darse cuenta, se habían llevado las páginas. Tristan agarró su bolso y la condujo a través de la puerta poniéndole una mano firme en la espalda. Lily se puso rígida al sentir el contacto. Se frotó los brazos. Medía más de un metro ochenta y dos centímetros de estatura y a su lado parecía enorme.
–Si tienes frío, deberías ponerte más ropa –le espetó, mirándola de arriba abajo como si fuera escoria.
Lily se miró la camiseta blanca y los leggings negros que llevaba puestos.
–¿Has oído hablar de algo que se llama sujetador? –su voz era aterciopelada, condescendiente… Lily sintió que se le endurecían los pechos. La mirada de Tristan se detuvo en ellos durante un segundo… Pero su actitud siguió siendo tan hostil como antes. Ella cruzó los brazos sobre el pecho de manera defensiva. Lo último que necesitaba en ese momento era otro conflicto. Se quedó mirando el nudo Windsor de su corbata roja y se frotó los brazos allí donde la piel se le había puesto de gallina.