Triunfo del amor y de la lealtad - José Francisco de Isla - E-Book

Triunfo del amor y de la lealtad E-Book

José Francisco de Isla

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Texto escrito por el Padre Isla con motivo de la aclamación a Fernando el Católico celebrada el día veintiuno de agosto de 1746 en la real imperial corte de Pamplona.

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Seitenzahl: 148

Veröffentlichungsjahr: 2021

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José Francisco de Isla

Triunfo del amor y de la lealtad

 

Saga

Triunfo del amor y de la lealtad

 

Original title: Triunfo del amor y de la lealtad

 

Original language: Castilian Spanish

 

Copyright © 1746, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726794786

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Triunfo del amor y de la lealtad, día grande de Navarra

En la festiva, pronta, gloriosa aclamación del serenísimo Católico rey Don Fernando II de Navarra y VI de Castilla, ejecutada en la real imperial corte de Pamplona, cabeza del reino de Navarra, por su ilustrísima diputación, en el día 21 de agosto de 1746. Escribióla el reverendísimo Padre José Francisco de Isla, maestro de teología en el colegio de la Compañía de la imperial Pamplona; y la dedica a su virey y capitán general el excelentísimo Señor conde de Maceda

José Francisco de Isla

Al excelentísimo señor don Antonio Pedro Nolasco de Lanzos Yáñez de Noboa, Andrade, Enríquez de Castro, Córdoba, Ayala, Haro, Montenegro, Sotomayor, Taboada y Villamarín,

conde de Maceda y de Taboada, vizconde de la Yosa, grande de España, gentilhombre de cámara de Su Majestad con ejercicio, caballero del real orden de San Genaro, señor de las casas de los maestres de Calatrava y Alcántara (don Pedro y don Gonzalo Yáñez de Noboa), de la de Villarino Docampo, fortaleza de Villamarín y Piñeira de Arcos; de la de Santantoiño, Terranova, Somoza y las Mestas, Villamourel, Medin y Vigo; de la casa y torre de Villouzas y Lanzos, sita en la ciudad de Betanzos, con su jurisdicción civil y criminal, mero misto imperio, alférez mayor y regidor de ella; señor de las casas, torres y jurisdicciones de sobran, Oeste y Catoyra, de las de Celasanin, de la de los Crus, en la villa de Pontevedra, señor de las islas de Ons y Onza, en el mar Océano, teniente general de los ejércitos de Su Majestad, virey y capitán general del reino de Navarra, gobernador supremo en lo político y en lo militar de la villa de Madrid, su jurisdicción y territorio, etc.

Excelentísimo señor.

Señor: Ya que el reino de Navarra tuvo el dolor, mezclado con mucho gozo, de que vuestra excelencia no pudiese autorizar el día grande de su proclamación, porque al mismo tiempo que el Rey (eternícele Dios) mandó al Reino que hiciese esta función, dio orden a vuestra excelencia para que luego le fuese a servir cerca de sus reales pies; pretendo yo lisonjear su corazón y contentar su desconsuelo, con solicitar que vuestra excelencia se digne hacer el primer papel en la aclamación escrita, ya que no le fue posible representarle en la ejecutada. Cónstame que si el Reino tuviera por conveniente que saliese en su nombre este papel (decente desahogo de otras tareas mas serias a que me dedica mi profesión), no le consagraría a otras aras que a las de vuestra excelencia; porque con ningunas tiene igual devoción, después de las soberanas, y de ningunas otras esperan sus votos mejor despacho. Con que seguramente puede vuestra excelencia creer, sobre mi palabra, que si al pie de esta dedicatoria no se leen firmados los nombres de la Diputación, por justos respetos, no le falta ni una sola firma de aquellas que rubrican los corazones con lo mejor de su sangre. Sóbranle al ilustrísimo reino de Navarra todas sus luces para conocer lo que en vuestra excelencia tuvo, lo que en vuestra excelencia he perdido, y lo que en vuestra excelencia ha ganado; porque lo que es y lo que ha sido vuestra excelencia, lo ven, lo conocen y lo palpan hasta los más ciegos. La dificultad no está en conocerlo, sino en confesarlo. ¿Pero quién habrá ya que pueda resistirse a esta confesión, a vista de lo que ha hecho y está haciendo con vuestra excelencia el Rey más amado, el más justo, el más clemente, el de mejor corazón y el de más benignas entrañas que ha adorado España en el trono por espacio de algunos siglos? Desde luego dio a entender al mundo este gran monarca, que su carácter era el de la bondad y la justicia; y para convencerle con la demostración más concluyente y más práctica, casi el primer paso de su glorioso reinado fue confiar a vuestra excelencia el gobierno político y militar de su corte y territorio, con total independencia de otro que de su misma real persona, creando para vuestra excelencia un empleo con facultades tan amplias, que en los términos no tiene ejemplar en la historia. Todos esperaban mucho, pero nadie imaginaba tanto. ¿Qué importa? Puede poco un rey que solo puede hacer lo que sus vasallos son capaces de imaginar. Escuchóse esto en España primero con asombro, y después con tanto aplauso de los que tienen el corazón sano y bien complexionado, que ninguno necesitó consultar a las estrellas para pronosticar, no ya con observación vana, atrevida y embustera, sino con prudente bien fundada conjetura, los mayores aciertos y las más sólidas felicidades en el amable reinado que comienza. Este pronóstico en el reino de Navarra casi deja de serlo, porque lee lo futuro por el libro de lo pasado. Siempre ha merecido este reino a la piedad de los monarcas, que nombrasen para representarlos en el solio de sus vireyes a los mayores próceres de la monarquía, esto es, a los que habían sido en las campañas Martes, en los estados Apolos, en los gabinetes Oráculos, en los templos Numas. Y con todo es voz constante, universal en Navarra, que hasta ahora no han venerado sus naturales virey más valiente, más justo, más político, más piadoso, de celo más ardiente por el servicio de ambas Majestades, de igual desinterés, de semejante amabilidad, y tan accesible a todos, que está por oírse la primera queja de alguno que desease hablar a vuestra excelencia y no lo hubiese logrado muy a su satisfacción, por miserable, por desvalido que fuese: tanto, que aun los que no salían con el despacho que solicitaban, porque no era fácil que todos pidiesen cosas justas, se arrancaban de los pies de vuestra excelencia con dolor de separarse de ellos, y al mismo tiempo con el consuelo de que habían desahogado sus trabajos en el seno de un señor que sabía compadecerlos cuando no podía remediarlos. Sola una clase de gentes ( si es que lo son) encontró siempre tapiados los oídos de vuestra excelencia, cerradas las puertas de palacio: los lisonjeros, los falaces, los simulados, los hipócritas en cualquiera línea. Enemigo irreconciliable de todo artificio, de toda superchería, sólo tardaba vuestra excelencia en desterrarla el tiempo que era menester para descubrirla; porque su genio franco, leal, veraz en el grado más subido, no podía tolerar a esta peste de la sociedad humana. Tan distante de toda ambición, que cuando vuestra excelencia se podía prometer de la clemencia real todo lo imaginable, se le oyó decir repetidas veces que no aspiraba a otro premio de su amor y de sus servicios, que a vivir en paraje donde pudiese consolar su lealtad con ver al Rey todos los días. Sobre estas pruebas experimentales funda el reino de Navarra su vaticinio, si así se puede llamar lo que no es más que mudanza de teatro, trasladándose a la corte de Madrid aquello mismo que primero se representó en la corte de Pamplona. Me he ceñido a lo que nadie puede disputar a vuestra excelencia, sin miedo de que los que se metieren a adivinar el autor de este escrito, me adviertan ni me noten otra pasión que la que todo hombre de bien debe tener por el mérito, por la virtud y por la heroicidad. Por lo demás, nadie como vuestra excelencia sabe cuánto dista mi genio de la adulación, inclinando tal vez al extremo contrario con tanto exceso, que solo las pocas almas que hay en el mundo tan grandes como la de vuestra excelencia, pueden tolerarme; y aunque conozco este defecto, estoy muy distante de la enmienda; porque vivo muy lejos del arrepentimiento. Guarde Dios a vuestra excelencia como España ha menester. -Excelentísimo Señor. -Besa la mano de vuestra excelencia su más fiel venerador. -José Francisco de Isla.

Día grande de Navarra

- §. I. -

¿Ello ha de ser? Pues pereza fuera y manos a la obra. Va de relación; ¿pero en qué estilo? ¿Será crespo, sonoro, altisonante? No; que es estilo campanudo, de repique y de volteo, y en este estilo ya hicieron las torres su relación, y la representaron tan alto, que las oyeron los sordos. ¿Será blondo, petimetre, almidonado y a la chamberí? Menos; porque sería estilo de moda, pero no de estilo; sería escribir penoso, y no caen en gracia las penas cuando todos estamos en nuestras glorias. ¡Bueno fuera que en cada párrafo de relación gastara cuatro horas de tocador, libra y media de polvos y seis botes de manteca de azahar, para atusarla el peluquín! Eso quisieran los lindos; pero no se verán en ese espejo. Soy hombre que me muero por la música, pero me matan los músicos si dan en muy tocadores. ¡Polvos! A cada paso los doy, solo por no tenerlos. El pulvis es del memento homo, me espanta más en las cabezas, que en las calaveras; bien que en muchas allá se va todo. No lo digo yo de mi cabeza; que esto lo dijo el que dijo

Por las calles, por las plazas,

Cabezas se ven quimeras;

La mitad son calaveras,

La otra mitad calabazas.

Cosa de azahar ni se diga ni se huela; es ungüento azaroso y al fin ungüento. No es estilo tan desahuciado, que necesite la unción. Ya sé que en la coronación de algunos reyes se gasta buen recado de este género, consagrándoles la persona y acordándolos la fragilidad. Algo de esto se usó también en Navarra, in illo tempore; pero ya los tiempos son otros, y no son peores que los pasados, por más que gruñan los que están mal con todo lo presente, pero no con los presentes. Ni la piedad de nuestros reyes necesita de este recuerdo, para pensar en lo que serán, ni el respeto de los españoles ha menester esta consagración en sus reyes, para venerar en ellos lo que son.¿Pues hablaré grave, majestuoso y de autoridad? Así parece que lo pedía el objeto de la función, que no puede ser más soberano; así parece que convenía al asunto de ella, que no pudo ser más serio; así parece que se proporcionaba al ilustrísimo Reino que la representó, porque en todas sus funciones es propiedad el respeto, y la majestad diferencia; tanto, que aun por eso y porque así lo manda la ley, a toda función pública va siempre muy de golilla. Pero en funciones de proclamación golilla afuera, dice la misma ley, y a fe que tiene razón, por lo que se me antoja decir en esta cómo se llama:

¿El proclamar no es clamar?

¿Clamar no es alzar el grito?

Pues si se aprieta el garlito,

¿Cómo se podrá gritar?

Váyase pues a pasear

Por esta vez la golilla,

Que estorba a lo que se chilla

Y es importuna esa amarra,

Cuando alza la voz Navarra

Para que se oiga en Castilla.

Con que si yo saliera ahora muy de golilla a referir una función en que está colgada por la ley del Reino, de hoy a mañana pediría la Diputación el contrafuero, y me mandarían reponer el estilo. Eso quisiera el mal dimoño, pero no le dará por esta vez la golilla en el garguero. No faltarán mas de dos de estos que arrastran bachillerías para críticos, que no se aquieten con esta satisfacción, y pongan mal gesto a este papel, diciendo que publicándose con nombre de un reino, y de tal reino, había de ser rumboso, ponderoso, sonoroso; porque lo demás parece hacer chanza de las mayores veras. Buen provecho les haga su opinión, y con su dictamen se lo coman, que yo leí muchos años ha Ridentem dicere verum quid vetat? Y me atengo a lo que dijo no ha mucho tiempo cierto cisne aragonés vestido de negro: «Hablar de veras con burlas, arduo rumbo». Y si estuviera empeñado en conjurarles la hipocondría, a fe que había de aplicarles el exorcismo del mayor conjurador de hipocondrios energúmenos que conoció la Iglesia poética:

A nostris procul est omnis vexica libellis;

Musa nec insano syrmate nostra tumet;

Mart. Illa tamen omnes laudant, mirantur, adorant;

Confiteor: laudant illa, sed ista legunt.

Vaya en lego para que lo entiendan los poseídos en romance:

No es esta obrilla de aquellas

Que se espuman y se esponjan,

Donde es cada voz vejiga

Y cada cláusula ampolla.

A mi numen no se le hincha

Con inflamación la boca,

De modo que hable palabras

A manera de ventosas.

Las obras de alto coturno,

Las crespas, las estruendosas,

Todo el mundo las alaba,

Las admira, las pregona.

Con todo, hay la diferencia

Entre éstas y las ramplonas,

Que a todos pasman aquellas,

Pero leen estas otras.

Si esto no alcanza, alcance la gracia de Dios; que ya basta de prólogo; porque no se parezca esta obra a los palacios de Sian, los cuales, si no nos engaña el señor Engelberto Kaemfer, todos son patios, zaguanes y corralizas.

- §. II. -

Como iba diciendo de mi cuento, ya sabe el mundo lo que es el reino de Navarra, y lo sabe tan de allá, que cuando el mundo andaba a la escuela, aprendió a leer por las glorias de este reino. Yo me guardaré de caer en la tentación; que sería parvulez, de pararme ahora a hacer una reseña de ellas, cuando son tan sabidas, aun de los que menos saben, que las cantan en su lengua los niños malabares. La historia de Navarra es la historia del mundo universal, o por mejor decir, la historia del mundo universal es la historia de Navarra; porque no habrá imperio, no habrá reino, no habrá provincia en todo lo descubierto, en cuyas glorias no anden mezclados los navarros, como dicen que anda la sal elemental en todos los mistos. Lástima es que el valor no tenga sus apóstoles, que las armas no tengan sus profetas, y que no haya también sus misioneros del garbo, del esplendor y de la gentileza, para decir de los individuos de este reino, que in omnem terram exivit sonus eorum, et in finem orbis terrae verba eorum. Pero mientras no se me ofrece otra cosa más oportuna que aplicarlos, consuélense con que hasta ahora no ha nacido en el mundo sugeto particular a quien venga más ajustado este textecito, que aquel gran paisano suyo que nació estrella en Navarra, vivió astro en el ocaso, y murió sol en el oriente; de quien dijo un príncipe bárbaro (olvidándose por entonces de lo que era), «que más estimaría ser paisano de Javier, que rey de doce Amanguchis». Si yo soy hombre que me conozco en elogios, todos cuantos se han dicho de esta ínclita nación no valen la mitad que éste.

Parecíame a mí que había dicho algo el que dijo, habrá veinte años, «que sin adulación se podía afirmar que Navarra parece el domicilio de la piedad, el país del ingenio, la patria del valor y el suelo nativo de la generosidad; que los navarros son dóciles a lo bueno, advertidos, agudos, espiritosos, intrépidos, ágiles, garbosos y de una grande propensión genial a cultivarse en todas las habilidades que pueden servir de adorno; que todo ejercicio decente que pide corazón, presencia de ánimo, agilidad y presteza, es muy del genio de la nación navarra». En fin, le había yo alabado mucho la elección, la propiedad y el buen gusto con que aplicó a la pequeñez de este gran reino aquellos versos de Manilo:

Ne contemne tuas quasi parvo in corpore vires

Quot valet, immensum est. Sic auri pondera parvi

Exuperant pretio numerosos aeris acervos.

Sic adamas, punctum lapidis, pretiosior auro est.

Parvula sic totum pervisit popula Coelum.

Sic animi sedes, tenui gub corde locuta.

Per totum augusto regnat de limite corpus.

Materiae ne quaere modum; sed perspice vires,

Quas ratio nun pondus habet.

Y lo puso en castellano corriente, para que viniese a la inteligencia de todos.

No tu incauto desprecio,

Cual geómetra infiel, tomar presuma

Por tu cuerpo a tus fuerzas la medida.

Inmensidad de precio,

Grandeza desmedida,

Dilatación sin términos en suma,

Quilates mil cifrando en peso leve,

Sabe el valor ceñir a bulto breve.

Así de oro abreviado la fineza

Puede más que del bronce la grandeza,

Venciendo generosa

De otros metales turba numerosa.

Así al oro el diamante

Vence, y no más que un átomo brillante.

Así de nuestra vista, orbe sucinto,

Desde un breve recinto,

A un rápido desvelo,

Domina todo el ámbito del cielo.

Así todo el vigor del alma esconde

Trono conciso el corazón, de donde

Vital se esparce influjo soberano

Por toda la región del cuerpo humano.

No es medida segura

Del cuerpo la estatura,

Cuando robusta, libre, dominante

La razón muestra fuerzas de gigante.