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En esta obra el Padre Isla nos presenta a fray Gerundio, una suerte de don Quijote eclesiástico a través del cual Isla pone de manifiesto los aspectos más ridículos de la predicación culterana de la época. En este cuarto tomo conocemos las consecuencias de lo acontecido en la mesa de Antón Zotes, los avances de Fray Gerundio en cuanto al estilo y la cólera del magistral.
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Seitenzahl: 236
Veröffentlichungsjahr: 2021
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José Francisco de Isla
Saga
Fray Gerundio de Campazas. Tomo IV
Copyright © 1768, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726794816
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Donde se pondrá lo que irá saliendo y verá el curioso lector
Pues, como íbamos diciendo de nuestro cuento, yendo días y viniendo días, el bendito entre todos los benditos de nuestro fray Gerundio quedó tan satisfecho de su trabajo con la arenga panegírica y apologética a favor de su plática de disciplinantes que le hizo el susodicho teologuillo, con los aplausos de la escuela moza y con la gritería de la griega, que por poco no tuvo al maestro Prudencio por hombre que había perdido el seso. Pero a lo menos, pareciéndole que le hacía mucha merced, hizo juicio firme y valedero de que ya estaba algo chocho, y propuso en su corazón no hacer caso de nada que le dijese. Y aun se adelanta un autor a sospechar que hizo propósito oculto de huir el cuerpo al viejo todo cuanto le fuese posible, bien que esto no lo asegura como noticia cierta, y solamente lo da por conjetura fundada en unos apuntamientos de letra muy gastada que se hallaron en el hondón de un cojín. Y el diablo, que no dormía, para remachar el clavo de su sandez, dispuso que algunos días después recibiese una carta de su íntimo amigo fray Blas, escrita desde Jacarilla, la cual decía así:
2. «Amigo fray Gerundio: Doyte mil abrazos con el corazón, ya que no puedo con la boca. En toda esta tierra no se habla más que de tu famosa plática de disciplinantes. Fray Roque, el refitolero, me escribe maravillas, y el sacristán de Gordoncillo, que te oyó y ha venido aquí a concertar un esquilón, comienza y no acaba. Ambos tienen voto, o yo soy un porro. Mosén Guillén, que es el señor cura de este lugar y tiene en la uña al Teatro de losdioses, desea un traslado de ella y dice que la ha de hacer imprimir, aunque sea necesario vender el macho falso que compró en la feria del botiguero. Envíamela por el portador, que es el barbero de este pueblo, persona segura y de mi estimación. A él me remito sobre mi sermón de Santa Orosia, pues no parece bien que yo me alabe; y sábete que tiene tan buena tijera para cortar un sermón como para igualar un cerquillo. Sólo te digo que además de la limosna del mayordomo, que no es maleja, me ha valido ya dos borregos y docena y media de chorizos; que de todo se sirve Dios, que te guarde muchos años. Tu amigo hasta la muerte, a pesar de cazcarrientos,
F. Blasius».
3. Cuando fray Gerundio se halló con que le pedían su plática allá de luengas tierras, pues para su geografía ocho leguas de distancia era la mitad del mundo, cuando consideró que se la pedían no menos que para imprimirla y se vio en vísperas de ser autor de la noche a la mañana, y esto sobre ser hombre en cuyo elogio y aplauso incontinenti se escribían y se divulgaban sonetos, se tuvo en su corazón por el mayor predicador que habían conocido los siglos. Y no sólo se confirmó en la estrafalaria idea de predicar que ya se había formado, sino que con el tiempo fue salpicando todas las más ridículas y más extravagantes, como se verá en el discurso de esta puntual historia.
4. Pero ves aquí que en el mismo zaguán de la segunda parte de ella, parece hemos dado un trompicón, que a buen librar harto será que escapemos sanas las narices. ¿Es posible -dirá un lector que las tenga de podenco-, es posible que habiendo oído la famosa plática Antón Zotes y Catanla Rebollo, su mujer, habiendo sido testigos de los aplausos y de los vítores con que fue celebrada, habiendo visto por sus mismos ojos el prodigioso fruto que hizo en la valentía con que arrojaron las capas los penitentes de sangre, y en el denuedo con que manejaron unos el ramal y otros la pelotilla, que habiendo recibido ellos tantos plácemes, tantos parabienes, tantas bendiciones, así en la iglesia, como fuera de ella, es posible, vuelvo a decir tercera vez, que no tuvieran siquiera una enhorabuena que llegar a la boca para dársela a su hijo? ¿Se hace verisímil que, ya que no fuese aquella noche por ser ya tarde y por dejarle descansar, a lo menos la mañana siguiente muy de madrugada no fuesen a la iglesia del convento o a la portería, y que allí Antón Zotes no diese cien abrazos a su hijo, y la tía Catanla no añadiese de más a más otros tantos besos, aforrados en lágrimas y mocos, todos de purísima ternura? ¿Se hace creíble tanta sequedad y tanto despego? Y si esto no fuese así, sino que con efecto los buenos de los padres de fray Gerundio hicieron con su hijo todas estas demostraciones de cariño, dándole las debidas señas de su complacencia y de su gozo, ¿con qué conciencia pasa en silencio el historiador una circunstancia tan substancial, que tanto puede servir para el aliento y aun para la edificación?
5. A esto pudiéramos responder muchas cosas, pero las dejamos todas por no ser prolijos.
6. Y confesando de buena fe que todo pasó así ni más ni menos, añadimos, en consecuencia de la verdad y de la fidelidad que profesamos, que no solamente hubo dichos mocos, lágrimas, besos y abrazos, sino que Antón Zotes, en presencia del prelado y de otros padres graves que habían bajado a cortejarle a él y a su mujer, dijo a fray Gerundio:
-Ya te unvié a escribir como m'habían echado la mayordomía del Sacramento, pero entonces no te unvié a decir que me perdicases tú el sermón, porque como no t'había uído perdicar, no quería ponerme a que quedásemos envergonzados. Ahora que te he uído, dígote que me l'has de perdicar con la bendición de su reverencia, nuestro reverendísimo padre.
No pudo negarse el prelado a concederla, aunque del escapulario adentro no le dio mucho gusto, porque como a hombre serio y de razón le había desazonado la plática. Pero, ¿qué había de hacer en aquella coyuntura, y con unos hermanos tan devotos de la Orden, que hacían al convento toda la limosna que podían? Al fin sacáronlos unas tortillas, chanfaina, queso y aceitunas. Almorzaron muy bien, sirviéndoles el almuerzo de comida, y se volvieron a Campazas, no viendo la tierra que pisaban ni las horas de Dios por llegar al lugar, para contar al licenciado Quijano y a toda la parentela lo que habían visto por sus ojos, oído con sus oídos y palpado con sus manos.
7. Dejemos ir en buena hora a los dos dichosísimos consortes, en buena paz y compaña, mientras nosotros nos volvemos a nuestro fray Gerundio, que desde el mismo punto y momento en que le echó su padre el sermón del Sacramento, no pensaba de día, ni de noche soñaba en otra cosa que en el modo de cómo había de desempeñarle. Hacíase cargo de todas las circunstancias, que le ponían en el mayor empeño: primer sermón que predicaba en público, porque a la plática de disciplinantes no la calificaba de sermón; predicarle en su lugar y en la misma parroquia donde le habían bautizado, porque no había otra; ser mayordomo su padre; cantar la misa, como lo daba por supuesto, el licenciado Quijano, su padrino; los danzantes de la procesión, el auto sacramental que siempre se representaba, los novillos que se corrían, las dos o tres docenas de cohetes que se arrojaban, y la hoguera que se encendía la víspera de la fiesta. Todo esto se le ofrecía continuamente a la imaginación como punto céntrico y principal de su empeño, pareciéndole, no sólo que era indispensable el hacerse cargo de todo ello, sino que en esto sólo estribaba toda la dificultad; pues por lo que tocaba al asunto del Sacramento, en cualquiera sermonario encontraría campo abundante donde forrajear.
8. Es cierto que no se le habían olvidado las juiciosas reflexiones que había oído al maestro fray Prudencio contra la ridícula y extravagante costumbre de tocar en los sermones estas que se llamaban circunstancias. También es cierto que tenía muy presente la salutación del sermón de la Purificación en día de San Blas, que el mismo maestro Prudencio había leído al predicador mayor y a él, en que con gravedad y no sin gracia se hace ridícula esta costumbre, convenciéndola de tal con razones que no admiten réplica. Pero también es igualmente cierto que se le imprimió altamente la salida de su amigote el predicador fray Blas, la cual se redujo a aquel apotegma que puede hacerse lugar entre los principios de Maquiavelo: Sentire cum paucis, vivere cum multis («Sentir con los pocos, y obrar con los muchos»). Y aun por su desgracia había leído en aquellos días, no se sabe dónde, el dicho que comúnmente se atribuye a nuestro insigne poeta Lope de Vega; y harto será que no sea un falso testimonio, porque no cabe que un hombre de tanto juicio y de tanta discreción dijese una truhanada tan insulsa; pero al fin ello se cuenta que reconociendo él mismo los defectos de sus comedias, los excusa diciendo que los conoce y los confiesa, mas que con todo eso las compone así, porque las buenas se silban y las malas se celebran. Esto le hacía más fuerza que todo a fray Gerundio, y resolvió por última determinación no omitir circunstancia alguna de las insinuadas, aunque lloviesen fray Prudencios.
9. Sólo dudó por algún tiempo si para hacerse cargo de ellas acudiría por socorro a las fábulas, o apelaría a algunos textos y pasajes de la Sagrada Escritura; porque de todo había visto en los más famosos predicadores. Algo más se inclinaba a lo primero por llevarle hacia allí su genio, ayudado del ejemplo de fray Blas y de la continua lectura del Florilogio. Pero como estaba tan reciente la fuerte repasata que le había dado el padre maestro contra el uso o contra el abuso de la fábula en la seria majestad del púlpito, no pudiendo sobre todo borrar de la memoria aquello que le había oído de que esto era especie de sacrilegio (expresión que le había estremecido, porque al fin no dejaba de ser hombre timorato a su modo), por esta vez, y sin perjuicio hasta que examinase bien el punto, se determinó a buscar en la Sagrada Escritura acomodo honrado para todas las susodichas circunstancias.
10. Hallole fácilmente donde le encuentran todos, que es en las Concordancias de laBiblia, sin más trabajo que ir a buscar por el abecedario la palabra latina que corresponde a la castellana para la cual se desea algún texto, y aplicar cualquiera de los muchos que hay en la Escritura, casi para cada una de cuantas voces se pueden ofrecer. En menos de una hora dispuso los apuntamientos siguientes:
11. «Primera circunstancia: Primer sermón que predico. Viene clavado aquello de Primum quidem sermonem feci, o Theopitile. Segunda: Predícole en mi lugar, que se llama Campazas. Para ésta viene como nacido aquel texto: Descendit Jesus in loco campestri. Tercera: Predico en la parroquia donde me bautizaron, y se llamaba Juan el que me bautizó. ¿Qué cosa más propia que aquello de Joannes quidem baptizavit in aqua, ego autem in aquaet Spiritu Sancto? Cuarta: Es mayordomo mi padre: In Domo Patris mei mansiones multaesunt. También mi padre es labrador: Pater meus agricola est. Llámase Antón Zotes; y el arca del Testamento, figura del Sacramento, anduvo por el país de los azotes, o de los azotios: Abiitin Azotum. Quinta: Echome el sermón mi padre, el cual está vivo y sano: Et misit me vivensPater. Cantará la misa mi padrino...»
12. Aquí se halló un poco atascado, porque habiendo revuelto cuantas concordancias se hallaban en su celda, conviene a saber, las antiquísimas de Hugo Cardenal, las de Halberstadt, las de Harlodo, las de Roberto Esteban y, por última apelación, las de Zamora, no encontró la palabra padrino en todas ellas. Y ya desesperado, estaba resuelto a acudir al Theatrum vitaehumanae, o a cualquiera poliantea por algún padrino de socorro y aun en caso necesario valerse del Tu es patronus, tu parens de Terencio, en el Heautontimorumenos, cuando su dicha le deparó el texto más oportuno del mundo. Tropezó, pues, con aquello que se lee en el verso 14 del capítulo 16 de la Epístola de San Pablo a los Romanos: Salutate Patrobam. Y pasando luego a leer el capítulo, encontró en él un tesoro porque casi todo el referido capítulo se reduce a las memorias, hablando a nuestro modo, que el apóstol encargaba se diesen de su parte a todos los cristianos que se hallaban en Roma y eran de su especial cariño, o por su mayor favor, o por algún beneficio particular que habían hecho a la Iglesia, o porque se habían esmerado más en favorecer y en amar al mismo apóstol. A todos los va nombrando por sus nombres, y en el versículo 14 nombra entre otros a Patroba.
13. - Teneo te, terra -dijo entonces fray Gerundio, más alegre que si hubiera hallado una mina-. De Patroba a padrino no va un canto de un real de a ocho de diferencia, y con decir que el padrino antiguamente se llamaba Patroba, y que corrompido el vocablo se llamó después padrino, está todo ajustado. Si alguno me replicare (que él se guardará bien de eso), le responderé que con mayores corrupciones que ésta nos tienen apestados los etimologistas, y trampa adelante. Pues ahí, es decir que no dará golpe el Salutate Patrobam, haciendo reflexión sobre el salutate, diciendo que hasta el Apóstol se acordaba del padrino en la salutación.
14. Bien quisiera él encontrar también algún textecillo oportuno para encajar el apellido Quijano, no dejando de conocer que ése sería el non plus ultra del chiste y del ingenio; porque el texto de padrino en general se podía aplicar a cualquiera pastor que sacase de pila a un hijo de Juan Borrego. Pero túvolo por caso desesperado. No obstante, después de haber andado batallando largo tiempo en su imaginación sin ofrecérsele cosa que le cuadrase, le ocurrió el pensamiento más disparatado que se podía ofrecer a un hombre mortal.
15. - Quijano -se decía él a sí mismo- sale de quijada. Esto no admite duda. Pues ahora, de las quijadas se dicen cosas grandiosas en la Sagrada Escritura; porque dejando a un lado si Caín mató o no mató a su hermano Abel con la quijada de un burro, que esta circunstancia no consta, a lo menos de la Vulgata, y aunque constara no podría yo ajustarla bien para mi cuento; pero consta ciertamente que Sansón, con la quijada de un asno, quitó la vida a mil filisteos; consta que habiendo quedado muy fatigado de la matanza, y estando pereciendo de sed, sin haber en todo aquel campo ni contorno una gota de agua con que poder aliviarla, hizo oración a Dios para que le socorriese en aquella extrema necesidad, y del diente molar de la misma quijada brotó un copioso chorro de agua cristalina, con que apagó la sed y se refociló Sansón. Consta, finalmente, que en memoria de este prodigio se llamó el lugar donde sucedió, y se llama el día de hoy, la Fuente del que invoca desde la quijada: Idcirco appellatum est nomenloci illius, Fons invocantis de maxilla, usque in praesentem diem.
16. ¡Qué cosa más divina para mi asunto! Aquí tenemos una misteriosa quijada que con agua celestial y milagrosa da nuevo espíritu a Sansón y le restituye la vida, a lo menos se la conserva. El agua es símbolo del agua del bautismo, cuya virtud es milagrosa y celestial; y la quijada que la suministró, sombra muy propia del padrino que la administra, cuyo apellido de Quijano está haciendo clara alusión a aquel misterioso origen. Que la quijada fuese de un burro, o fuese de un racional, ése es chico pleito para la substancia del intento; y más cuando a cada paso leemos en la Sagrada Escritura que los brutos y las fieras simbolizan a los mayores hombres.
17. Ajustada tan felizmente esta circunstancia, por todas las demás se le daba un pito; pues para los danzantes tenía la danza de David delante del arca del Testamento, que sale en todas las danzas del Corpus. Y si no quería echar mano de ésta por demasiadamente vulgar, tenía la danza de los de las melenas largas, como él lo construía, de la cual hace mención el profeta Isaías cuando dice: Et pilosi saltabunt ibi; y más, que se acordaba muy bien de que los danzantes de su lugar siempre llevaban tendidas las melenas, cosa que los agraciaba infinitamente, y lo de pilosi saltabunt venía para ellos a pedir de boca.
18. Para el auto sacramental le pareció que podía acomodar todos los textos que hablaban de alguna figura del Sacramento; porque figura y representación, discurría él, todo es una misma cosa. Conque si tenemos representación y Sacramento, ¿qué nos falta ya para auto sacramental? Donde iba muy holgado y, a su parecer, literal, era en la circunstancia de los novillos; porque aunque fuesen menester cien textos diferentes para cien corridas, estaba pronto a sacarlos de la Escritura, aplicando todos los que hablan de vítulos. Y si, como eran novillos, fueran toros, por lo menos para más de treinta corridas ya tenía provisión de textos. Los cohetes y las carretillas que se disparaban, los encontraba él vivísimamente figurados en aquellos cuatro misteriosos animales que tiraban de la carroza de Ezequiel, los cuales iban y volvían por el aire in similitudinem fulguris coruscantis, como unos rayos, como unos relámpagos y como unas exhalaciones. La hoguera no le daba maldito el cuidado, puesto que tenía en la Escritura más de cien hogueras a que calentarse, sin más trabajo que arrimarse a cualquiera de las que se encendían para consumir los holocaustos. Y si se le ponía en la cabeza hacer también circunstancia de los muchachos que saltaban por la hoguera sin quemarse, ¿qué cosa más propia ni más natural que los tres muchachos del horno de Babilonia?
19. Así acomodó en sus apuntamientos todas las circunstancias que le parecieron precisas y absolutamente indispensables; pero faltábale una que, aunque no todos los predicadores se hacían cargo de ella, a él no le sufría el corazón dejar de tocarla. Ésta era hacer alguna conmemoración de su querida madre; porque hacerla de su padre y de su padrino, y no hacerla de la madre que le parió y que le había tenido nueve meses en sus entrañas, se le representaba una dureza insoportable, y que no se componía bien con el tierno amor que le profesaba. Ya se ve que para hablar en general de madre, de hijo, de parir y de vientre, tenía los textos a millares. Pero él no se contentaba con esta generalidad, y quisiera un textecillo terminante y peladito, que hablase de su madre Catanla Rebollo, con sus pelos y señales.
20. Anduvo, tornó, volvió y revolvió por mucho tiempo así las Concordancias como los sesos, sin poder hallar cosa que le aquietase, hasta que al fin se le vino a la memoria el ingenioso medio de que se valió cierto predicador para salir de semejante aprieto. Llamábase María Rebenga la mayordoma de cierta cofradía de mujeres, en cuya fiesta predica ba; y no pudiendo encontrar en la Escritura texto que hablase expresamente de Rebenga, ¿qué hizo? Dijo que la Esposa había convidado al Esposo para su huerto con estas palabras: Veniatdilectus meus in hortum: «Vengami Amado a espaciarse por el huerto». Y como se diese por desentendido al primer convite, le volvió a instar con las mismas voces: Veniat dilectus meusin hortum: «Venga a espaciarse por el huerto mi Querido». Ahora noten: dos veces le dice que venga (veniat, veniat), como quien dice venga y revenga. Con cuyo arbitrio salió el discreto predicador del empeño con el mayor lucimiento; y más cuando añadió que a la primera instancia en que la Esposa no le dijo más que venga, hizo como que no quería, pero cuando en la segunda oyó la palabra revenga ( veniat, veniat), no pudo menos de rendirse.
21. A este modo le pareció a fray Gerundio que también él podría desempeñarse, haciendo reflexión a que el apellido Rebollo parece que suena dos veces bollo; y tuvo por imposible que no se hallase algo de bollo en la Biblia, en cuyo caso él se ingeniaría para la aplicación. Pero se quedó yerto cuando en toda ella no encontró siquiera un bollo que llegar a la boca; y pareciéndole que a lo menos alguna cosa de repollo no podía faltar en alguno de tantos huertos de que se hace mención en los Sagrados Libros, ni aun esto pudo encontrar. Y aburrido ya, abandonó del todo el pensamiento de nombrar a su madre expresamente por el apellido; pero apuntó el texto de Beatus venter qui te portavit, et ubera quae suxisti para aplicarle cuando se ofreciese buena ocasión.
22. Dispuesto así el plan de la salutación, por el cuerpo del sermón se le daba un comino; pues en haciendo a Cristo en el Sacramento, o sol, o fénix, o águila, o jardín, o ametisto, o piropo, o cítara, o clavicordio, o fuente, o canal, o río, o azucena, o clavel, o girasol, y después cargar bien de broza y de fajina, textos, autoridades, glosas, varias lecciones, versos latinos, sentencias, apotegmas, alusiones, tal cual fabulilla apuntada, aunque no sea más que para mayor adorno, estaba seguro de componer un sermón que se pudiese dar a la imprenta.
23. En lo que estuvo un poco indeciso, fue en si seguiría o no seguiría el mismo estilo que había usado, así en el sermón del refectorio, como en el de la plática de disciplinantes. Es cierto que él estaba perdidamente enamorado de él; porque sobre adaptarse mucho a su primera educación, especialmente en la escuela del dómine Zancas-Largas, todas aquellas voces rumbosas, altisonantes y estrambóticas, le hallaba canonizado en la práctica de su héroe, el predicador fray Blas, y veía que en todo caso mucho le celebraba la turbamulta. No obstante, no dejaba de hacerle grandes cosquillas la burla que así el padre provincial como el maestro Prudencio habían hecho del tal estilo. Pero, sobre todo, lo que le hizo titubear más fue un papel que por rara casualidad llegó a sus manos, como lo dirá el capítulo siguiente.
Lee Fray Gerundio un papel acerca del estilo, y queda aturrullado
Había muerto por aquellos días en el convento un padre predicador jubilado, hombre de mucha suposición en la Orden, que había seguido la carrera del púlpito con el mayor aplauso y, lo que es más, muy merecido; porque sobre ser un gran religioso, era verdaderamente sabio, elocuente, nervioso, de juicio muy asentado, de buen gusto y de acreditado celo. Su espolio (así se suelen llamar en las religiones aquellas alhajuelas que dejan los religiosos difuntos), su espolio casi todo él se reducía a sus sermones manuscritos, y a algunos otros papeles y apuntamientos concernientes por la mayor parte a la misma facultad. Y aunque en la comunidad hubo muchos golosos de ellos, especialmente de la gente moza que suele hacer su veranillo en semejantes ocasiones, pero el prelado con mucho acuerdo y prudencia se los aplicó a fray Gerundio; lo primero, porque parecía más acreedor que otro alguno, hallándose al principio de la carrera; y, lo segundo y principal (que ésta fue en realidad la máxima del prudentísimo prelado), para que leyendo aquellos sermones y tomándoles el gusto, procurase imitarlos, y si no podía o no quería, a lo menos los predicase a la letra, lográndose en cualquiera de estos arbitrios que aprovechase sus talentos y no dijese en el púlpito tantos disparates.
2. Puntualmente se hallaba nuestro fray Gerundio batallando con sus dudas sobre el estilo que había de seguir en el sermón, cuando entró en su celda el prelado con los papeles y sermones del difunto. Entregóselos con cariño, recomendole mucho su lectura y su imitación; y luego se retiró, porque le llamaban otras dependencias. Fray Gerundio, con su natural viveza y curiosidad, no pudo contenerse sin registrar luego los títulos de aquellos papeles y sermones, que venían todos repartidos en tres legajos. Desató el uno, y lo primero que encontró fue un cartapacio de pocas hojas con este epígrafe: Apuntamientos sobre los vicios del estilo. Pasmose de aquella extraordinaria casualidad, comenzó a leer, y halló que decía así:
3. «Primer vicio: Estilo hinchado. Llámase así por analogía con aquella viciosa disposición del cuerpo viviente cuando, en lugar de carne y de suco nutricio, está ocupada alguna parte de él de una porción de pituita nociva, que causa el tumor o inflamación. Consiste este estilo, dice Tulio, en inventar nuevas voces, o en usar de las anticuadas, o en aplicar mal en una parte las que se aplicarían bien en otra, o en explicarse con palabras más graves y majestuosas de lo que pide la materia.
4. »La hinchazón del estilo unas veces está en solas las palabras, otras en solo el sentido, y otras en todo junto. Ejemplos de hinchazón en las palabras: Dionisio el Tirano llamaba a las doncellas expectanti viras, las expectantes de varón; a la columna Menecratem o validipotentem,la forzuda. Y Alexarco, hermano de Casandro, rey de Macedonia, llamaba el gallo manicinero, el músico matutino; al barbero dracma, porque esta moneda se pagaba por afeitarse; al pregonero choenice, porque con la medida de este nombre se medían las cosas que se vendían al pregón. No cabe mayor ridiculez.
5. »Ejemplos de hinchazón en el sentido: Séneca, en la tragedia de Hércules Eteo, le introduce pidiendo el cielo a su padre Júpiter con estas fastuosísimas palabras:
Quid tamen nectis moras?
Numquid timemur? Numquid impositum sibi
non poterit Atlas ferre cum caelo Herculem?
Quiere decir: «¿Qué detención es ésa? ¡Qué! ¿Me temes? O si yo subo a él, ¿tienes recelo de que Atlante no pueda con el cielo?» Parece que no es posible pensamiento más hinchado, pero todavía lo es más el que se sigue:
Da tuendos, Jupiter, saltem Deos;
illa licebit fulmen a parte auferas,
ego quam tuebor.
No es más que decirle:
A lo menos, o Júpiter, permite
que amparar a los dioses solicite,
y para los que tomare a mi cuidado
sobran tus rayos, bástales mi lado.
De esto hay infinito en los poetas y oradores castellanos.
6. »Ejemplos del estilo hinchado en las palabras y en el sentido: El poeta Nono hace decir al gigante Tifón lo que se sigue: «No pararé hasta montar a caballo sobre mi hermano el cielo; pero en llegando allá, tengo de fabricar otro cielo ocho veces más grande que el antiguo, porque en éste no quepo yo. Asimismo he de hacer que se casen las estrellas, para que sea más numerosa la población de los astros. A Mercurio le he de poner en un cepo, y a la luna la recibiré por moza de cámara para que haga las camas. Cuando me quiera lavar, mandaré que me echen en una palangana todo el Erídano celestial, etc.» Cada pensamiento es una locura, y cada expresión una arrogancia.
7. »Segundo vicio: Estilo cacocelo...
Algo se sorprendió fray Gerundio cuando leyó esta expresión, que le pareció malsonante y piarum narium ofensiva; pero luego se sosegó con la explicación que se seguía en esta conformidad:
8. »Llámase estilo cacocelo