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En esta obra el Padre Isla nos presenta a fray Gerundio, una suerte de don Quijote eclesiástico a través del cual Isla pone de manifiesto los aspectos más ridículos de la predicación culterana de la época. En este sexto y último tomo somos testigos del sermón de Semana Santa de Fray Gerundio y llegamos al interrumpido final de sus andanzas.
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Seitenzahl: 92
Veröffentlichungsjahr: 2021
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José Francisco de Isla
Saga
Fray Gerundio de Campazas. Tomo VI
Copyright © 1768, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726794793
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Donde se refiere lo que no se sabe, pero al fin del capítulo se sabrá su contenido
La mañana siguiente al día de su arribo se fue a buena hora a la celda prelacial a dar cuenta al superior de todas sus gloriosas expediciones, sin olvidarse de hacer con él alguna expresioncilla de agradecimiento, pretextando el influjo que había tenido su paternidad en el nuevo empleo a que acababan de elevarle. Refiriole lo más substancial que le había sucedido, sin disimular los aplausos con que le habían honrado, bien que añadió que éstos más suelen ser hijos de la dicha que del merecimiento. Pero se guardó muy bien de hablar palabra, ni de la terrible repasata del magistral de León, ni de las graciosas pullas y solidísimos argumentos del familiar, ni de la bella doctrina del padre abad de San Benito. Por fin, le dijo al prelado cómo le habían encargado la Semana Santa de Pero Rubio, la cual tenía entendido que valía cincuenta ducados en dinero físico, y como otros treinta poco más o menos en lo que se sacaba de limosnas, y que le pedía su bendición para acetarla. Diósela el prelado con mil amores; porque si bien no le armaba mucho el modo de predicar de fray Gerundio, por cuanto él era hombre ramplón y solidote, pero como entendía que las gentes le oían con gusto, y él necesitaba complacer a todos, ya para no perder, ya para aumentar los devotos de la Orden y los bienhechores del convento, viendo también, por otra parte, que los prelados mayores le promovían y le autorizaban, le dijo desde luego que durante su trienio podía predicar todos los sermones que le encomendasen.
2. Salió fray Gerundio muy contento de la celda prelacial con esta licencia tan ampla; y apenas había entrado en la suya, cuando llamaron a la puerta el maestro fray Prudencio y aquel otro beneficiado tan hábil, tan leído y de tan buen humor de quien se hizo larga y honorífica mención en los capítulos V y VI del libro segundo de la primera parte. Venía con dos fines: el primero y principal, a divertirse un poco con fray Gerundio, ya que había desesperado de sacar de él otra cosa; y el segundo, a darle la bienvenida y, juntamente, la enhorabuena de su promoción a la dignidad de predicador mayor del convento.
3. Pasáronse los primeros cumplidos en palabras de buena crianza, y después de las generales dijo el beneficiado:
-De los sermones que vuestra paternidad ha predicado por esas tierras, no hablo; porque ya llegaron por acá los ecos, esforzados a soplos del clarín sonoro de la fama. Nada me cogió de susto, porque siempre hice juicio que predicaría vuestra paternidad como acostumbra.
-Y yo, y todo -añadió fray Prudencio-; pero eso es lo peor que tendría el padre predicador.
-Fuese lo peor o fuese lo mejor -respondió fray Gerundio-, crea vuestra paternidad muy reverenda, padre nuestro, que nada perdió la religión por mis sermones.
-Así lo creo -dijo el maestro Prudencio-; porque, ¿adónde iríamos a parar si las religiones perdiesen algo por las boberías ni por los desaciertos, sean de la línea que se fueren, de estos o de aquellos particulares? Todas las universidades son unos cuerpos sabios, aunque no todos sus miembros lo sean mucho. Todas las familias religiosas son santas, aunque tal cual religioso no sea muy ejemplar. Y, en fin, la religión cristiana es santísima, aunque haiga innumerables cristianos escandalosos.
4. -Dejémonos de puntos serios -interrumpió el beneficiado-, y alegremos un poco la conversación. A propósito de sermones y de predicadores, acabo de recibir el correo; y un amigo de Madrid me envía dos papeles muy preciosos, cada uno por su término, que me han dado el mayor gusto. El uno es una esquela, con que se hallaron muchos sujetos de la corte bajo un simple sobrescrito, y dice así: «El mayordomo de la casa de los locos de la ciudad de Toledo participa a V. habérsele escapado dos docenas de los más furiosos, los cuales le aseguran se han disfrazado de predicadores en la Corte; en cuya atención suplica a V. se sirva concurrir a los sermones, y notar si hablan desconcertados, sin método, orden ni decencia; si amontonan conceptos, textos truncados, fábulas de gentiles, cuentos ridículos, ideas fantásticas, acciones y expresiones burlescas contra el respeto y decoro de la palabra de Dios, de la cátedra del Evangelio, del auditorio cristiano, a fin de dar las providencias necesarias para restituirlos a esta santa casa, y curarlos en ella; en lo que hará V. una obra de caridad. Me aseguran que uno ha de predicar el día..., a las... de la mañana, en la iglesia de...»
5. -¡Bella esquela! ¡Noble esquela! ¡Especie de exquisito gusto y de gran juicio! -exclamó el maestro Prudencio.
-Yo por tal la tengo -dijo el beneficiado-, y me dicen que la han celebrado infinito todos los hombres serios, entendidos y cultos. Verdad es que también me añaden que a otros muchos los ha consternado extrañamente.
-Eso es muy natural -repuso el maestro Prudencio-. Todos aquellos que por las señas que da el mayordomo teman que los recojan a la santa casa por orates de los más furiosos, levantarán el grito y alborotarán al mundo contra la esquela; y en verdad que yo no esperaría a otros indicios para recogerlos al instante.
-Engruese vuestra reverendísima ese partido, que es bien numeroso -dijo el beneficiado-, con los muchos que los aplauden y los celebran, y se juntará contra la esquela un ejército formidable. Es menester echarse esta cuenta, porque estos tales se ven reducidos a uno de dos extremos: o a reconocer y confesar que hasta aquí han vivido alucinados, aplaudiendo lo que debieran abominar, y siguiendo ciegamente a los que debieran huir, o a obstinarse por tema y por capricho en su errado dictamen. Lo primero no hay que esperarlo, o hay que esperarlo de muy pocos; porque son muy raros los que quieren confesarse engañados. Conque es preciso que suceda lo segundo.
6. -Esa esquela -replicó fray Gerundio con inocentísimo candor- no merece fe ni crédito en juicio, ni fuera de él; y aun si mucho se apura, está condenada por la Inquisición. Lo primero, porque no trae nombre de autor, y lo segundo, porque no se sabe a quién se dirige; pues en toda ella no se habla con nadie, sino con V., V. y V., y no hay noticia de que haiga ni haya habido en el mundo mujer ni hombre que se llame V.
-Hace fuerza el argumento -dijo el bellaco del beneficiado-, y en verdad que no es tan facililla la solución. Con todo eso, me parece que se pudiera responder a lo de que no trae nombre de autor, que ya dice ser del mayordomo de la casa de los locos de Toledo, el cual es muy natural que tenga su nombre y apellido.
-Más que tenga treinta apellidos y otros tantos nombres -replicó fray Gerundio-, lo dicho, dicho. No trae nombre de autor; porque autor es el que da o ha dado a la estampa algunos libros, y no sabemos que el mayordomo de la casa de los locos de Toledo haya impreso hasta ahora alguna obra.
-Vaya -dijo el beneficiado-, que la solución no admite réplica. Pero a lo otro que añadió vuestra paternidad de que no ha habido hasta aquí hombre ni mujer que se llamase U., paréceme que se pudiera decir, lo primero, que si ha habido una tierra que se llamaba Hus, y fue la patria de Job, según aquello de Vir erat in terra Hus, nomine Job, yo no hallaba inconveniente en tener por verisímil que en aquella tierra hubiese muchos con el apellido de U., pues no hemos de reparar en letra más o menos, siendo tan común esto de dar apellidos a las familias los lugares y las tierras. Lo segundo, que aun en nuestros tiempos hubo un emperador de la China que se llamaba Kan-I. Pues, ¿por qué no podrá haber otros ciento que se llamen unos Kan-A, otros Kan-E, otros Kan-O y otros Kan-U?
7. -¡Valiente gana tiene usted, señor beneficiado -dijo fray Prudencio-, de perder tiempo con ese pobre simple! ¡Ahora se para en contestar con un hombre que no sabe lo que significa la V. en convites o avisos de esquelas y en cartas circulares! El reparo de nuestro nuevo padre predicador mayor se parece mucho al del otro clérigo, tan tonto como él, que habiendo leído los cuatro tomos de Cartas eruditas del maestro Feijoo, los arrojó de sí con desprecio, diciendo que las más de aquellas cartas eran fingidas, y que él no creía que fuesen respuestas a sujetos verdaderos que hubiesen consultado al autor sobre los puntos que en ellas se trataban. Y se quedó muy satisfecho el pobre mentecato, sin advertir que aun cuando fuese cierto lo que presumía su apatanada malicia, no por eso se disminuía un punto el mérito de las cartas.
8. »Pero dejando a un lado esta impertinencia, lo que yo reparo en la graciosa esquela es que su autor anduvo muy moderado. Suponer que no fueron más que dos docenas los locos furiosos que se escaparon de la casa de los orates, y andaban por la Corte disfrazados en predicadores, es una moderación digna de que muchísimos se la agradezcan mucho; porque según las señales que él mismo da, el número de los locos es incomparablemente más crecido.
-Sí, señor -respondió el beneficiado-; pero no todos estarían recogidos, y él sólo habla de los que lo estaban y se le escaparon.
9. »El segundo papel que me envían por el correo, en su línea, no es menos solemne ni menos divertido. Y desde luego digo que éste sí que ha de caer en gracia al reverendo padre fray Gerundio. Es un cartel o cedulón, que se fijó en las esquinas y parajes más públicos de la Corte, convidando para ciertas funciones de iglesia que se hicieron en obsequio de la Seráfica Madre Santa Teresa de Jesús. El cedulón aun fue más solemne que las mismas fiestas; y habiéndole leído con singular complacencia cierto amigo mío de gusto muy delicado, arrancó uno para remitírmelo sabiendo cuánto lisonjea mi diversión con este género de piezas. Aquí está el mismo cartel todavía con las señas del engrudo o pan mascado con que se pegó, y dice así, sin quitar letra:
10. » J. M. J.