Un ángel a mi alcance - Cheryl St.John - E-Book

Un ángel a mi alcance E-Book

Cheryl St.John

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Beschreibung

A veces los sueños se hacen realidad... Charlie McGraw jamás debería haberle comprado a su hija aquel libro sobre ángeles porque por su culpa, la pequeña Meredith creía que encontrar una nueva mamá sería tan sencillo como hacer aparecer un ángel con sus "polvos mágicos". Y estaba convencida de que aquella encantadora rubia era uno de esos ángeles. Pero no era así. Starla Richards no era ningún angelito, pero no podía decirle algo así a una niña de cinco años que necesitaba desesperadamente el amor de una madre y lo buscaba en Starla. Claro que cuando se encontró atrapada con la adorable niña y su guapísimo padre, Starla tuvo que convencerse a sí misma de que no existían los milagros...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Cheryl Ludwigs

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un ángel a mi alcance, n.º1566- junio 2017

Título original: Charlie’s Angels

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-687-9564-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

La Navidad era para las familias. Charlie McGraw se fijó en la alegre decoración del Waggin’ Tongue Grill. Sobre el mostrador, junto a la caja registradora, había un pequeño árbol artificial. Alrededor de la ventana que daba a la cocina se habían colocado guirnaldas de luces, y desde atrás podía oírse la voz de Harry Ulrich tarareando algo entre Jingle Bell Rock y Yellow Submarine. Finalmente Charlie desvió su atención hacia los demás clientes.

Una conversación animada se cruzó en su camino, dejando claro que Kevin y Lacy Bradford y sus dos hijos acababan de regresar de hacer las compras. Justo a tiempo, a juzgar por la nieve que soplaba con fuerza en el parking casi desierto. Llevaba nevando casi todo el día. Charlie no habría sacado a Meredith con ese tiempo sin su jeep Cherokee de tracción a las cuatro ruedas.

En otra mesa, Forrest y Natalie Perry se turnaban para recoger la cuchara que su bebé tiraba al suelo constantemente. Su hijo, Wade, charlaba mientras se terminaba un plato de helado. Los Perry vivían cerca de Waggin’ Tongue.

Charlie miró a su hija de cinco años. Esa mañana había tenido que luchar contra su pelo oscuro y rizado para conseguir recogerlo en una coleta, pero algunos mechones ya habían escapado al elástico y le caían por el cuello. Debía llevarla de compras cuando el tiempo mejorara y tratar de contagiarse del espíritu festivo, y dejar que la niña eligiera algunos regalos para sus abuelos.

Con el colegio cerrado durante dos semanas, Meredith se aburría y se dedicaba a seguirlo por su taller, haciendo al menos diez preguntas por minuto.

—¿Si un médico te abre la garganta, puede ver el hipo? —preguntó la niña.

—Probablemente vería músculos moviéndose o algo parecido. Realmente no lo sé. Creo que el hipo viene más del pecho.

—¿Entonces si te abre el pecho puede verte el hipo?

—Quizá. Pero un médico no haría eso.

—¿Dónde crecen las patatas fritas?

—Las patatas fritas son patatas normales, y las patatas normales crecen en el suelo. Mayoritariamente en Idaho.

—¿Está lejos Idaho?

—Está en los Estados Unidos.

—¿Cuándo vamos a comprar un árbol, papi? —preguntó tras mojar otra patata en el ketchup.

—Oh, pronto. Compraremos uno pronto.

—Eso es lo que dijiste la otra vez, y la Navidad ya casi está aquí.

—Lo sé, cariño —dijo Charlie mientras le limpiaba la boca a su hija con una servilleta—, pero tengo muchos proyectos por terminar para que mis clientes puedan tener listos sus regalos para Navidad.

Ella lo miró con sus ojos azules muy abiertos.

—Cuando mamá estaba aquí y yo era un bebé, ¿teníamos árbol de navidad?

Charlie se preparó para otra tanda de preguntas sobre mamá.

—Sí, claro que sí.

—¿Y teníamos un ángel bonito en lo alto del árbol?

—Tenemos una estrella para lo alto del árbol, ¿recuerdas? La misma que hemos tenido siempre.

Meredith se llevó otra patata a la boca y alcanzó el libro que había llevado consigo durante las últimas dos semanas. Charlie se lo había comprado en una tienda de descuentos y ella había insistido en que se lo leyera varias veces al día.

—Podríamos ir a la biblioteca y sacar algunos libros nuevos —sugirió él. Se sabía ése de memoria.

—¿Tienen libros de ángeles en la biblioteca?

—No lo sé. Tendremos que preguntarle a la señorita Fenton cuando lleguemos. Si es que está abierto. Dale un bocado a la hamburguesa.

Charlie casi había terminado su comida mientras que Meredith seguía comiendo patatas y haciendo preguntas.

—¿Mamá es un ángel ahora? —preguntó la niña tras dar un mordisco a su hamburguesa.

Charlie no creía que la gente se convirtiese en ángel, pero no quería destruir cualquier pensamiento que pudiera proporcionarle bienestar a su hija.

—¿Tú qué piensas?

—Creo que deberíamos encontrar una nueva mamá para mí. Podrías casarte con la señorita Fenton, papá, y podría venir a vivir con nosotros.

—Meredith, apenas conozco a la señorita Fenton.

—¿Y qué te parece mi profesora, la señorita Ecklebe? Es muy guapa y canta muy bien.

—Es la señora Ecklebe. Ya está casada.

—Oh.

La niña se había obsesionado con querer una madre y le hablaba del asunto sin parar.

Aunque llevaba viudo varios años, Charlie no tenía ganas de encontrar otra esposa. Quizá era otro fallo en su carácter, pero no creía en el amor verdadero, y no podía vivir su vida haciendo cosas sólo porque los demás quisieran. Ya había pasado por aquello y no tenía deseos de repetir.

—Realmente no necesitamos a nadie más —dijo él—. Nos tenemos el uno al otro.

Ella lo miró como diciendo: «Quizá tú no necesites a nadie más».

¿Por qué iba a sentirse culpable? Porque eso era lo que significaba aquella punzada en el pecho. No había razón para sentir culpa. Un hombre no tenía que ir en busca de una mujer sólo para satisfacer a una niña solitaria. Sería diferente si fuese él el que estuviera solo.

De acuerdo, quizá sí que estaba un poco solo. Pero no lo suficiente.

¿Pero qué haría cuando Meredith tuviera quince años? La idea lo aterraba.

Desvió la mirada de la de Meredith y miró a los Bradford. Parecían una familia ideal. Una mujer hermosa, una niña que se parecía a su madre, un chaval con la barbilla de su padre, ¿pero quién sabía lo que ocurriría en casa? El amor verdadero y duradero sólo existía en las películas, y nunca nadie podía ver lo que sucedía después de los créditos, cuando llegaban las facturas y surgían las desavenencias.

Meredith desvió su atención hacia la ventana que había junto a su asiento y él siguió su mirada. Un camión plateado entraba en el parking en ese momento. Las palabras Ángel plateado estaban impresas en la puerta, con un par de alas adornando la S y un halo flotando sobre la A.

—¿Qué dice? —preguntó Meredith asombrada.

—Ángel plateado —dijo él.

—¡Mira! —exclamó ella agarrando su libro—. Es igual que el halo de mi libro.

—Sí que lo es.

Vieron cómo se abría la puerta del camión y del interior salía una figura envuelta en un abrigo para dirigirse al café.

La campana de la puerta sonó.

El conductor del camión se sacudió la nieve y se quitó los guantes, revelando unas manos esbeltas con las que se quitó la capucha del abrigo. Una melena rubia cayó por encima de sus hombros. Aquella hermosa mujer no se parecía a ningún camionero que Charlie hubiera visto. Tenía las mejillas sonrosadas. Se metió los guantes en los bolsillos antes de frotarse las manos. Luego colgó el abrigo en una percha, revelando una esbelta figura con piernas largas, unos vaqueros ajustados y un jersey rosa pálido que enfatizaba su cintura. Recorrió la distancia hasta el mostrador y, mientras lo hacía, todos los ojos se posaron en ella.

Ella miró a su alrededor, saludando con la cabeza a las familias de las mesas, hasta que su mirada recayó en Charlie y Meredith.

Charlie se dio cuenta de que, si no tomaba aire pronto, iba a ahogarse. Se concentró en respirar y en soltar el aire lentamente. Nunca admitiría que había estado esperando que ella mirara en su dirección.

Sus extraordinarios ojos eran del azul más traslúcido que jamás hubiera visto. Ella sonrió y los saludó ligeramente.

Meredith devolvió el saludo y exclamó:

—¡Papi, es muy guapa!

La mujer se giró hacia Shirley Rumford, que le entregó un menú y colocó un vaso de agua enfrente de ella.

—¿Qué vas a tomar, cielo?

—Algo caliente —dijo la mujer—. Hace un frío que pela. ¿Qué tipo de sopa tenéis?

Los Perry dijeron adiós a Shirley y abandonaron el café con los niños. Poco después los Bradford hicieron lo mismo, y Charlie no pudo evitar centrar su atención en la mujer de la barra.

—¿Papi, puedo ir a verla de cerca? —susurró Meredith.

—No. Es de mala educación quedarse mirando. Nos ocuparemos de nuestros propios asuntos.

—Pero…

—Meredith, date la vuelta y termínate la hamburguesa para que vayamos a ver si está abierta la biblioteca.

La niña se recostó en el asiento, se cruzó de brazos y se quedó mirando al plato. Cinco minutos después aún no se había terminado la comida.

—Sólo has dado dos bocados —dijo Charlie—. Come un poco más mientras yo voy al baño y pago la cuenta.

—Muy bien —dijo ella con un suspiro.

Charlie se dirigió al cuarto de baño.

Meredith le dirigió otra mirada a la mujer angelical que había llegado de la tormenta. Era el ángel más maravilloso del mundo, incluso más bonito que el que aparecía en el árbol de su libro.

La niña abrió el libro por la página donde el ángel espolvoreaba a la madre y al padre con polvos milagrosos y entonces se besaban bajo el muérdago. En la imagen, el árbol estaba lleno de luces de colores y tres niños sonrientes y en zapatillas observaban desde detrás de la barandilla de la escalera.

Si Meredith conseguía un ángel para que espolvoreara a su padre con polvos mágicos, él volvería a ser feliz. Feliz como antes. Feliz para poder conseguir una nueva madre para ella, y entonces serían una familia, como la del libro.

Meredith cerró el libro, miró hacia el camión y luego miró a la mujer angelical, que estaba pagándole a la señorita Rumford por la comida. Entonces tuvo una idea.

 

 

Charlie regresó del baño y encontró ambos asientos vacíos. Más de la mitad de la hamburguesa de Meredith estaba en el plato todavía. Debía de haber ido al otro baño.

Se sentó y observó la nieve durante unos minutos. Miró su reloj, luego observó el café desierto y finalmente se levantó y fue hacia el hall que daba a los lavabos para llamar a la puerta.

—¿Meredith, has terminado ya?

No hubo respuesta.

—¿Meredith? ¿Hola? —quizá no estuviera allí. Abrió la puerta ligeramente y volvió a llamar—. ¿Meredith? ¿Hay alguien ahí?

Quizá se había caído y se había hecho daño. Abrió la puerta del todo y registró el baño de arriba abajo. No había ni rastro de la niña.

Regresó al café y vio que los asientos seguían vacíos. No había ningún cliente en la sala. Shirley estaba colocando los servilleteros en las mesas.

—¿Shirley, has visto dónde ha ido Meredith?

La mujer de sesenta y tantos años levantó la cabeza y dijo:

—Pensé que estaba contigo en la parte de atrás.

—No, estaba justo aquí cuando me fui al baño.

—No la he visto, Charlie —dijo Shirley, y giró la cabeza hacia la cocina—. ¿Harry, has visto a la niña de McGraw?

Harry y Shirley habían llevado el café desde hacía muchos años, eran viejos amigos, y aparentemente no había nada romántico entre ellos, aunque los rumores en Elmwood corrían como la pólvora.

—¿La pequeña de Charlie? —preguntó Harry.

—¿La has visto? —preguntó Charlie.

—No he visto a nadie. He estado atrás haciendo inventario.

Sin estar convencido hasta que no lo comprobara por sí mismo, Charlie apartó a Harry y vio que la puerta trasera tenía un pestillo echado.

—Tiene que estar en alguna parte —dijo Charlie para convencerse a sí mismo.

Miró debajo de todas las mesas y todos los asientos, detrás de las macetas. Se enderezó como un rayo y vio que el abrigo rosa de Meredith había desaparecido.

—Ha ido fuera —dio al darse cuenta de lo que significaba la ausencia del abrigo.

Sin molestarse en recoger su propio abrigo, salió fuera a toda prisa. Meredith se habría cansado de esperar y se habría ido fuera a esperar junto al jeep. Quizá estaba impaciente por llegar a la biblioteca.

Con la esperanza de encontrarla allí, corrió hacia el coche y abrió la puerta del copiloto. No había nadie, ni siquiera el abrigo rosa, ni el libro.

Mientras regresaba al café, observó el suelo en busca de pisadas. Algo llamó su atención y se agachó para recogerlo. Una manopla rosa.

Charlie la sostuvo en la mano mientras la presión que sentía en el pecho se iba convirtiendo en dolor. La zona frente a la puerta estaba cubierta de nieve, de modo que sus huellas eran totalmente visibles, pero rápidamente desaparecían bajo la nieve que caía. El viento borraba cualquier evidencia en pocos minutos.

Shirley abrió la puerta del café y dijo:

—¿La has encontrado, Charlie?

Él negó con la cabeza y trató de buscarle una explicación racional a todo aquello, intentando controlar su pánico para poder pensar con claridad.

Harry, envuelto en un abrigo de lana, salió para darle a Charlie su chaqueta de cuero. Charlie se la puso y se guardó la manopla en el bolsillo. Ambos rodearon el edificio y el parking, y comprobaron el coche aparcado que había en una esquina con un cartel de «se vende». Buscaron junto a la máquina de hielo y de bebidas y dentro del contenedor de basura.

—Será mejor que llame al sheriff —dijo Charlie—. Y tengo que ir a buscarla a la biblioteca.

Shirley tenía cara de preocupación cuando regresaron al café y Charlie se apresuró hacia el teléfono que había tras el mostrador. La mujer agarró el brazo de Harry y los dos observaron a Charlie con cara de horror. No ocurrían cosas así en Elmwood. Nunca nadie había sido…

Charlie marcó sin pensar y contestó el ayudante del sheriff, Duane Quinn.

—Soy Charlie McGraw —dijo Charlie—. Mi hija ha desaparecido.

Capítulo 2

 

El tiempo jamás había pasado tan despacio. Charlie vomitó la comida y después se tomó una taza de café para calmar los nervios. El sheriff, Bryce Olson, se presentó allí y llegó a la misma conclusión: Meredith no estaba por ninguna parte. Bryce tomaba notas en un block.

—¿Quién más ha estado aquí? —le preguntó a Shirley. El sheriff mostraba verdadera preocupación, lo cual tranquilizaba a Charlie y a la vez lo aterrorizaba, porque era todo demasiado real.

—Los Perry estuvieron aquí —dijo Shirley—. Los Bradford también. Y una encantadora camionera. Eso es. El tiempo hace que la gente se quede en casa.

Al escuchar la alusión al tiempo, Charlie se alarmó más. ¿Acaso Meredith se había adentrado en aquel frío sola? No podía haber hecho eso. Sólo tenía cinco años.

—Llamaremos a los Perry y a los Bradford —dijo Bryce—. ¿Y qué hay de esa mujer que has mencionado? ¿Algo sospechoso en ella?

Shirley negó con la cabeza y dijo:

—Tomó sopa y compró café para llevar.

Charlie sabía que había muchas personas dementes en el mundo. No podía imaginarse a esa bella mujer formando parte de algo como aquello. Pero en la televisión aparecían todas las semanas historias de niños desaparecidos.

Meredith tenía que estar bien, porque si no era así, Charlie no sabía cómo iba a enfrentarse a ello. Si algo le pasara a su hija, o si nunca sabía lo que había sido de ella…

«Detente», se dijo a sí mismo. «Contrólate. Tiene que haber una explicación muy sencilla». La niña aparecería, y simplemente tendría que decidir si darle un azote o abrazarla primero. Incluso aunque aquella mujer fuera parte de una operación de secuestro, ¿cómo habría sabido que iba a encontrar a una niña en aquel café perdido del mundo? Se llevó una mano a la frente y vio que estaba sudando, así que se la metió en el bolsillo de la chaqueta, donde palpó la manopla de su hija.

Volvió a sentir el pánico en la garganta y tuvo que tragárselo.

Sonó el móvil de Bryce y descolgó rápidamente.

—Olson. Sí, Sharon —Sharon era la secretaria del sheriff, y Bryce la escuchó antes de hablar—. Nada, ¿eh? Dame los números de Forrest Perry y de Kevin Bradford —poco después anotó los números en su libreta—. Muy bien. Quédate quieta —dijo, y cortó la conexión—. Clarey Fenton cerró la biblioteca pronto —le dijo a Charlie—. Hace más de una hora. Duane ha comprobado las calles desde aquí hasta allí. Nada.

Charlie absorbió la información y el sheriff llamó a las dos familias que habían estado en el café, pero no averiguó nada.

Tras colgar el teléfono dijo:

—Llamaré a la policía del estado. Deberíamos hacer que peinen la carretera en busca de ese camión, ya que es nuestra única posibilidad.

—Tenía un ángel en un lado —dijo Charlie—. La cabina era plateada con detalles azules y el logo de la puerta decía Ángel plateado.

—Muy bien, Charlie. Eso les dará algo que poder buscar.

—Quizá intentó ir a casa —dijo Charlie de pronto.

—¿Haría Meredith una cosa así?

—Todo este asunto carece de sentido. No sé lo que haría. Será mejor que conduzca de vuelta por la carretera y eche un vistazo.

—Iré a por mi furgoneta y así podremos rastrear ambos lados —dijo Harry.

Había dos millas hasta la casa de Charlie. Un camino demasiado largo para una niña pequeña en medio de una tormenta de nieve. Si Meredith estaba intentando caminar, sería fácil que se resbalara o que cayera en alguna cuneta.

Charlie se bajaba del jeep cada pocos metros para rastrear los lados de la carretera y las zonas boscosas. Incluso gritaba su nombre por si acaso estaba cerca y lo oía.

Pero no tenía ni idea de donde podía estar, y eso era lo peor. Un coche patrulla se detuvo a su lado. Duane Quinn bajó la ventanilla.

—Rastrearé más adelante, Charlie. Lo haremos por turnos y así tendremos toda la carretera cubierta. Bryce ha organizado una búsqueda en el pueblo.

Duane siguió circulando hacia delante y Charlie vio cómo las huellas de los neumáticos se llenaban de nieve. Luego su vista se desvió hacia los árboles cubiertos de nieve.

Meredith podía estar en cualquier parte. Se imaginó su pelo oscuro sobre sus hombros, su abrigo rosa. Recordó esos inocentes ojos azules. Su hija, tan llena de vida y de preguntas que fluían en su cerebro, podría estar en peligro y él se sentía impotente.

 

 

Starla Richards cantaba al ritmo de su CD de Notting Hill y sentía cómo el café que se había tomado iba haciendo efecto, proporcionándole la energía que necesitaba. Miró el reloj digital del salpicadero. Unas seis horas más hasta Nashville, a no ser que la tormenta empeorara. Con suerte, si conducía hacia el sur, podría salir de ella.

Los limpiaparabrisas mantenían la nieve fuera de su campo de visión, pero la amontonaban en la parte de abajo del cristal y a veces se pegaba a las varillas haciendo que el cristal quedara borroso durante un rato.

No era exactamente como ella había planeado pasar las navidades. Debería estar probando su receta de sopa de langosta y regando el árbol de Navidad en su apartamento de Maine. La apertura de su restaurante estaba planeada para dentro de dos semanas y aún le quedaban muchas cosas por preparar. Pero su padre se había roto una pierna y aquella carga tenía que ser transportada a tiempo.

Hacía casi tres años que Starla no transportaba una carga. Había pasado dos y medio de esos tres años enfrascada en la escuela de artes culinarias, terminando su titulación. No quería volver a la carretera, bajo ningún concepto.

Pero eso era diferente. Su padre necesitaba ayuda con la única cosa, aparte de ella, que le importaba, la única cosa que deseaba desde que su madre había muerto, ese camión. Y ella no había podido negarse a llevar la carga. Se había criado en la carretera, había comido en restaurantes grasientos y se había duchado en puestos de hormigón desde que tenía trece años. No era como si no supiera nada. En seguida había vuelto a la rutina como si jamás se hubiera ido.

Ese camión era más agradable que el otro que habían compartido durante todos esos años. El Ángelplateado era el camión de los sueños de su padre.

Lo llamaría en otra media hora, antes de que el vecino le llevara la cena, porque estaría viendo el canal del tiempo y viendo su progreso. Mientras tarareaba, colocó el móvil en el cargador y se aseguró de que la luz se pusiera verde.

Un leve sonido llamó su atención y bajó el volumen de la música para escuchar. No era nada del motor. Comprobó los retrovisores y la carretera que quedaba tras ella, y cuando se aseguró de que no había nada, volvió a subir la música.

Volvió a oírse el sonido. Más fuerte, y claramente proveniente de la parte destinada para dormir que había tras ella. Lentamente Starla se inclinó hacia la guantera y sacó el revólver de su padre. Podría ser un animal. Un gato o un mapache que se hubiera colado.

Starla echó el camión a un lado de la carretera despacio y se detuvo mientras se desabrochaba el cinturón.

Apagó la música y la cabina quedó en silencio. Se puso en pie lentamente y encendió la luz que había sobre su cabeza. Había espacio de sobra en la parte de atrás para estar de pie.

Un montón de sábanas que había en una esquina de la cama se movió ligeramente. Era demasiado grande como para ser un gato o un mapache. Starla tragó saliva y apuntó con la pistola.

—¿Qué estás haciendo aquí atrás?

Las sábanas volvieron a moverse. No era un bulto lo suficientemente grande como para ser una persona, a no ser que fuera una persona muy pequeña. Manteniendo el revólver en la mano derecha, con la izquierda apartó las sábanas de golpe.

Lo primero que vio fue una melena de pelo oscuro, seguida de una pequeña cara blanca y ojos azules. ¡Una niña!

Starla dejó el revólver y se acercó a la niña.

—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo has entrado? ¿Quién eres?

—Soy Meredith.

—¿Qué estás haciendo en mi camión?

La niña se incorporó y cruzó las piernas. Llevaba un jersey rojo con un personaje de Barrio Sésamo dibujado.

—Tienes que ayudar a mi papá.

—¿Dónde está tu papá? ¿Qué le pasa?

—Está en casa. Y está triste. Por eso tienes que ayudar. Si espolvoreas sobre él tus polvos mágicos, entonces podrá ser feliz de nuevo. Sé que me encontrará una nueva mamá.

—¿Dónde está tu casa?—preguntó Starla confusa.

Meredith se encogió de hombros.

—¿Dónde vives? —insistió Starla.

—En una casa marrón.

Starla trató de concentrarse. No podría ser muy difícil averiguar de dónde venía la niña. El último lugar en el que se había detenido había sido ese café de la autopista.

Claro. Las piezas comenzaban a encajar. La niña había estado sentada con su padre. Todo el mundo en el lugar la había mirado extrañado, pero esa niña la había saludado y había parecido feliz de verla.

—¿Me parezco a alguien que conoces? —preguntó Starla.

Meredith afirmó con la cabeza.

—¿A quién? ¿A tu madre?

La niña frunció el ceño y negó con la cabeza.

—¿A quién me parezco?

—Eres el ángel, como el que aparece en mi libro. ¿Ves? —dijo la niña señalando la portada.

—No soy un ángel —dijo Starla mirando el dibujo de aquel ser celestial con el pelo platino—. Sólo soy una persona.

—En la puerta del camión dice que eres un ángel, ¿no?

—Sólo es el nombre del camión. Los hombres son así de tontos. Les ponen nombres a las cosas. Como los camiones. Mi padre llama a su camión Ángelplateado.

—Tú eres el ángel —insistió la niña señalando con el dedo—. Éste —abrió el libro y pasó las páginas hasta que apareció el dibujo de la mujer echando los polvos mágicos—. ¿Lo ves? Aquí. Mi padre necesita los polvos milagrosos. Por favor, di que lo ayudarás.

—Eso sólo es un cuento —dijo Starla—. Es mentira. Si yo fuera un ángel, ¿qué estaría haciendo conduciendo un camión por Iowa en medio de una tormenta?

—La tía Edna, que vive en un asilo, dijo que una vez tuvo un accidente de coche y que un ángel con túnica blanca se sentó a su lado y evitó que se saliese del puente.

—¿Tu tía Edna está en un asilo?

—No es mi tía. Es sólo su nombre. Probablemente será la tía de alguien.

—Bueno, como puedes ver —dijo Starla señalando su jersey de cachemir y sus vaqueros—, no llevo túnica blanca.

—Sí llevas —dijo Meredith, y señaló hacia una percha de plástico de donde colgaba su camisón de satén blanco y su pijama.

—Eso es mi pijama —dijo Starla—. ¿Cómo te has colado aquí?

—Cuando la señorita Rumford llevó los platos atrás, tú recogiste tu abrigo y yo te seguí. Yo estaba detrás del surtidor de gasolina y vi que agarrabas tus papeles y comenzabas a dar vueltas alrededor del camión, comprobando las ruedas y las luces, y esas cosas. Dejaste la puerta abierta… tengo que ir al baño.

Starla se llevó las manos a la cabeza. Tenía que devolver esa niña a sus padres. A su padre, a aquel café. Iba a perder casi tres horas.

La familia de la niña estaría desesperada para aquel entonces.

—Meredith —dijo de pronto—. Tenemos que decirle a alguien que estás bien.

—Papá se va a enfadar mucho.

—Estoy segura de que está más preocupado que enfadado.

—De verdad que tengo que ir al baño.

 

 

Diez minutos después, tras haberle enseñado el baño, haber sacado una bolsa de palomitas de un armario y haber sentado a la niña en el asiento del copiloto, Starla preguntó:

—¿Te sabes tu número de teléfono?

Meredith asintió y dijo el número. Starla lo apuntó en un papel y luego marcó en su móvil, pero saltó el contestador.

—Tu padre no está.

—También tiene un móvil —dijo la niña.

—¿Y te sabes el número?

Meredith negó con la cabeza.

—Está bien. Llamaré a información para conseguir el número del café. ¿Cómo se llama?