3,49 €
El jeque Zafir Al-Noury no podía olvidar a la modelo Kat Winters ni las noches de pasión que habían compartido, y contratarla para promocionar la joya más famosa de su país le daría la oportunidad de volver a seducirla… Kat se había quedado destrozada después de alejarse de Zafir. El dolor la había hecho más fuerte, pero la pasión que Zafir despertó en ella al volver a tentarla era todavía más poderosa. Aunque rendirse ante él significaba exponerse ante un hombre que, en el pasado, había sido el dueño de su alma.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 180
Veröffentlichungsjahr: 2021
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2017 Abby Green
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un diamante para la amante del jeque, n.º 2880 - octubre 2021
Título original: A Diamond for the Sheikh’s Mistress
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-201-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
EL JEQUE Zafir Ibn Hafiz Al-Noury, rey de Jandor, no estaba disfrutando de los exquisitos mosaicos del camino mientras iba y venía por él, ni del borboteo del agua de la ornamentada fuente central. Tampoco se fijó en los pequeños pájaros multicolor que volaban entre las flores exóticas de aquel jardín, uno de los muchos que había en el palacio real de Jahor, la capital de su reino, cuyo territorio comprendía altas montañas cubiertas por la nieve, una vasta zona de desierto y el mar al oeste.
Zafir no era capaz de disfrutar nada de aquello porque solo podía pensar en ella. Cada vez estaba peor. Había tenido que terminar una importante reunión antes de tiempo porque había empezado a sentir claustrofobia y calor, y un anhelo que a lo largo de los dieciocho últimos meses había aprendido a controlar.
«Mentiroso», se dijo. «Los tres primeros meses fueron un infierno».
Frunció el ceño al recordar aquello. Entonces, había fallecido su padre y había tenido que dedicar todo su tiempo y atención a tomar las riendas del país.
Pero, en esos momentos, cuando por fin había tenido tiempo para respirar, volvía a pensar en ella. Había vuelto a inundar sus pensamientos y sus sueños. Atormentándolo.
Zafir se aflojó la túnica que llevaba puesta a la altura del cuello con un movimiento brusco. Aquello se llamaba frustración sexual, pensó, quedándose inmóvil un momento. No era más que frustración sexual. Al fin y al cabo, llevaba sin estar en la cama con una mujer desde que había estado… con ella.
Y no era porque las mujeres no se interesasen por él, sino porque había estado muy centrado en su trabajo y en el compromiso que tenía con su pueblo. No obstante, era consciente de que tenía que encontrar una reina adecuada y tener herederos.
Juró en voz alta y asustó a los pájaros, que echaron a volar sobre su cabeza. No podía más. Se dio la media vuelta y salió del jardín, decidido a poner en marcha la búsqueda de una esposa y a sacarse a aquella mujer de la cabeza de una vez por todas.
Se detuvo de repente, al pasar por la entrada de un jardín cercano, lleno de maleza, al que los jardineros no habían entrado desde hacía años y que él tampoco se había atrevido a pisar. Sabía que parte del personal de palacio pensaba que era un lugar encantado. Y era posible.
Se detuvo a la entrada y se dio cuenta en ese momento de que era el aniversario de la muerte de su hermana. Habían pasado diecinueve años. Él había tenido trece y ella, solo once. Entró casi sin darse cuenta de lo que estaba haciendo.
Al contrario de lo que ocurría en el resto de los jardines, la fuente que había en aquel no tenía agua y estaba casi oculta entre la maleza. No había flores exóticas ni pájaros de colores.
Recordó el grito de su hermano Salim, el mellizo de Sara. Cuando él había entrado en el jardín, se lo había encontrado con el cuerpo inerte de Sara entre los brazos. El rostro de su hermana, completamente pálido, la larga melena oscura manchada por la sangre que también teñía de rojo el agua de la fuente que había a sus espaldas.
Salim le había gritado que hiciese algo… Que la salvase, pero Zafir había sabido que no había nada que hacer. Había intentado quitarle a Sara de sus brazos y llevarla a palacio para buscar ayuda, pero Salim había apretado con más fuerza el cuerpo inerte de Sara al suyo.
–Si no puedes ayudar, no la toques… ¡Déjanos en paz!
Sara había fallecido del golpe que se había dado en la cabeza al caerse del alto muro que rodeaba aquel jardín.
En esos momentos, lo que más podía recordar Zafir era la sensación de desconexión que había tenido con sus hermanos. Siempre había sentido envidia del vínculo especial que habían compartido Salim y Sara, pero habría dado cualquier cosa, su propia vida, para poder traer de vuelta a Sara…
–Ejem… ¿Señor?
Zafir se puso tenso. No se giró para responder.
–¿Sí?
Alguien se aclaró la garganta.
–El diamante Corazón de Jandor, señor. Tenemos que hablar de eso, y de su próximo viaje.
Zafir cerró los ojos un instante y apartó el doloroso recuerdo de su mete, se giró hacia su joven secretario, al que él mismo había nombrado quince meses antes, tras el fallecimiento de su padre, y a pesar de la desaprobación del consejo, que había querido que conservarse al secretario de su padre. No obstante, Zafir veía el futuro de su país de una manera más moderna y quería ir haciendo cambios en él poco a poco.
Echó a andar de vuelta al palacio, con el secretario pegado a sus talones.
El diamante conocido como el Corazón de Jandor era una piedra preciosa mítica y única en el mundo. Durante, años, se había pensado que había sido robada o perdida, pero recientemente la habían vuelto a encontrar durante unas excavaciones arqueológicas realizadas fuera de los muros del palacio. Y se había considerado como una buena señal. Se trataba del diamante rojo más grande y bello del mundo.
Originalmente había sido descubierto en las montañas que había al este de Jandor, y había sido utilizado como regalo para cortejar a la bisabuela francesa de Zafir. El hecho de que el matrimonio de esta con el bisabuelo de Zafir hubiese sido el único considerado feliz de toda la historia de su familia hacía que Zafir pensase que encontrar el amor era casi tan difícil como encontrar un diamante así.
–Dime, ¿qué has pensado, Rahul? –le preguntó a su secretario.
–Vamos a empezar la visita diplomática por Nueva York la semana que viene, como hablamos.
«Nueva York».
Nadie se habría dado cuenta de que Zafir había tropezado ligeramente al oír aquello, pero él sí fue consciente. Y se odió por ello. De repente, se olvidó de su hermana y del dolor de su pérdida y volvió a pensar en ella. Y el hecho de que siguiese recordándola tan fácilmente después de tanto tiempo todavía lo enfadó más.
¿Qué le estaba pasando?
Manhattan había sido el escenario de su relación varios meses atrás. Y, a pesar de sus esfuerzos, a Zafir le volvió a arder la sangre en las venas, haciéndole recordar cómo había caído bajo su hechizo. Casi hasta que había sido demasiado tarde.
Alargó el paso, como si así pudiese huir del pasado que le pisaba los talones, pero incluso cuando llegó a su despacho en el interior del palacio siguió pensando en ella, en sus ojos color avellana, en su seductora sonrisa.
–¿Señor?
Zafir apretó la mandíbula y se giró hacia su secretario.
–Sí, Rahul.
El joven parecía nervioso.
–Tengo… una sugerencia… con respecto a la piedra preciosa.
–Adelante.
–Vamos a llevar el diamante al viaje como ejemplo y demostración de las múltiples atracciones de Jandor, para promocionar el turismo y los contactos empresariales.
–Ya lo sé, Rahul. Fue idea mía –le respondió Zafir con impaciencia.
El otro hombre tragó saliva, visiblemente nervioso.
–Sí, y habíamos planeado exhibirlo en una urna de cristal.
–Rahul…
–La sugerencia que quería hacerle es… Por qué no, en vez de mostrarlo en un ambiente estéril y protegido, no lo enseñamos más de cerca… Podríamos permitir que la gente viese que, a pesar de ser una joya exclusiva, también es accesible y misteriosa.
–¿Qué es lo que estás sugiriendo?
–Había pensado que podríamos contratar a alguien, a una modelo, para que exhibiese la joya durante nuestro viaje. A alguien que pudiese pasearse con ella entre los asistentes a los actos en los que vamos a participar, para que estos puedan apreciar toda la belleza del diamante.
Zafir miró fijamente a Rahul. Al fin y al cabo, aquel era el motivo por el que había contratado a Rahul, para inyectar sangre fresca en el arcaico consejo de su padre.
La idea tenía mérito y Zafir la valoró. Sin embargo, estaba punto de rechazarla por varios motivos, sobre todo, por motivos de seguridad, cuando se le apareció una imagen en la cabeza.
Entonces, le dio la espalda a su joven ayudante por miedo a que este pudiese descifrar sus pensamientos. Porque, en esos momentos, Zafir solo podía pensar en ella tumbada en una cama, con sus largas piernas, su hipnótica belleza, desnuda, pero con el diamante rojo entre los generosos pechos.
Rojo como la sangre que ardía en las venas de Zafir al pensar en ella. Y solo había una manera de deshacerse de aquel anhelo y seguir con su vida. Porque tenía que seguir con su vida. Su país dependía de ello.
Empezó a darle vueltas a la idea. ¿De verdad estaba pensando en volver al pasado y a ver a una persona con la que había jurado no volver a hablar?
«¿Por qué no?».
Aquella podía ser la oportunidad perfecta para saciar sus deseos antes de comprometerse por completo a sus responsabilidades y al pueblo de Jandor.
Además, ella se lo debía. Le había mentido, lo había traicionado al no contarle quién era en realidad. Había salido de su vida hacía dieciocho meses, antes de que a Zafir le hubiese dado tiempo a saciarse de ella. Y lo había dejado mal.
Recordó que había pensado que aquella mujer podía ser su futura esposa y no le gustó. En esa ocasión, cuando la hiciese suya, lo haría sabiendo muy bien quién era. Y no sentiría por ella nada más que deseo carnal.
Se giró de nuevo hacia Rahul, que volvía a parecer nervioso.
–Señor, era solo…
Zafir lo interrumpió.
–Ha sido una sugerencia brillante y ya sé quién va a ser la modelo.
Rahul frunció el ceño.
–¿Quién, señor?
–Kat Winters, la supermodelo estadounidense. Averigua dónde está. Ahora mismo.
Una semana más tarde, en Queens, Nueva York.
Zafir la observó desde la parte trasera de su coche, con la ventanilla bajada. No podía creer lo que veían sus ojos. Kat Winters estaba trabajando en un concurrido restaurante de medio pelo en Queens. La mujer más bella del mundo iba ataviada con unos vaqueros ajustados, una camiseta blanca y un delantal negro atado alrededor de la delgada cintura. Llevaba la larga melena recogida en un moño deshecho, con un lapicero clavado en él, que tomó en aquel instante para tomar nota a unos clientes.
Incluso así vestida y sin una gota de maquillaje en el rostro, era increíble. Una joya así no podía estar oculta en semejante lugar. ¿Qué hacía allí? ¿Por qué estaba utilizando el nombre de Kaycee Smith? ¿Y cómo se atrevía a rechazar la oferta que él le había hecho llegar a través de su agente?
Kate Winters ya no está disponible como modelo. Gracias por su interés. Le ruego que no insista.
A Zafir nadie lo rechazaba. Mucho menos, una ex-amante.
Dio una orden a su conductor y el cristal de la ventanilla subió mientras él salía del coche y estiraba las largas piernas. Recordó a Kat con unos tacones de infarto, alcanzando así la altura perfecta para que sus labios se tocasen y sus cuerpos encajasen. Volvió a mirarla e hizo una mueca al darse cuenta de que llevaba zapatillas de deporte.
Se dijo que no sería por mucho tiempo. Fue hacia la puerta del restaurante mientras pensaba que pronto volvería a llevar tacones y a ser suya otra vez.
Zafir no tenía ni idea de cuál era su juego ni qué hacía trabajando de camarera, pero estaba seguro de que, en cuanto oyese lo que le tenía que decir, Kat le demostraría su gratitud y él estaría dispuesto a darle una segunda oportunidad en su vida y en su cama, aunque fuese solo durante unas semanas.
–Kat.
Ella tardó un segundo en reaccionar. Allí nadie la llamaba Kat. Y aquella voz tan profunda, exótica y autoritaria al mismo tiempo…
Tardó otro segundo más en darse cuenta de que solo podía tratarse de una persona.
Muy a su pesar, levantó la vista desde detrás del mostrador.
«Zafir».
Le costó creer que estuviese allí. No era posible. Aquel era un restaurante mediocre de Queens. Él solo iba a hoteles de cinco estrellas. Formaba parte de la realeza.
Y, no obstante, un par de días antes, su agente le había dicho que había preguntado por ella, así que tenía que haberse preparado para aquello. Y se arrepintió de no estar preparada para volver a ver al hombre al que amaba con tal intensidad que, en ocasiones, le daba hasta miedo.
Parpadeó, pero él no desapareció. Le pareció más alto de lo que lo recordaba. Sus rasgos seguían siendo aristocráticos. Tenía los ojos grises oscuros, la piel aceitunada, el pelo grueso y moreno, y aquel cuerpo musculoso en el que no sobraba ni un gramo de grasa y cuya fuerza era evidente a pesar de ir oculto debajo de un traje y un abrigo.
Ella lo había conocido con una barba corta, pero se la había afeitado. No obstante, eso no le restaba imponencia, sino que parecía realzar una virilidad que resultaba casi abrumadora.
Kat no se dio cuenta de que había dicho su nombre en voz alta hasta que lo vio esbozar una preciosa sonrisa y oyó que le contestaba:
–Veo que recuerdas mi nombre.
Su tono burlón hizo que Kat saliese del estado de shock. Zafir estaba allí. Invadiendo su espacio.
En sus pesadillas, la miraba con desprecio y horror, y ella se echaba a llorar. Sus sueños más ardientes también eran humillantes y se despertaba sudando, sabiendo que seguía siendo suya.
Se le aceleró el pulso al pensarlo a pesar de que su presencia también le provocaba un dolor que había creído relegado al pasado.
–¿Qué estás haciendo aquí, Zafir? –inquirió–. ¿No has recibido el mensaje de mi agente?
Él arqueó una ceja y Kat se ruborizó, consciente de repente de cómo se había dirigido a un hombre ante el cual casi todo el mundo se inclinaba. Un hombre que llevaba detrás a dos impresionantes guardaespaldas vestidos de negro, pero ella se negó a sentirse intimidada.
–Recibí su mensaje y decidí hacer caso omiso –le respondió Zafir con toda naturalidad.
Kat se cruzó de brazos, como si eso pudiese protegerla de su devastador carisma. Aquella arrogancia era típica de Zafir. No había cambiado.
–Estoy trabajando –replicó ella–, así que, salvo que hayas venido a comer, no deberías estar aquí.
Zafir dejó de sonreír y le brillaron los ojos.
–Te has negado a aceptar mi oferta y no me parece bien.
–Ya me lo imagino. Estás acostumbrado a que todo el mundo se mate por complacerte, pero me temo que ese no es el caso conmigo.
Él estrechó los ojos y Kat se sintió inmediatamente amenazada. Siempre había tenido la sensación de que Zafir podía leerle el pensamiento a pesar de que estaba acostumbrada a llevar siempre una careta para que nadie se diese cuenta de que había crecido en una autocaravana, con una madre drogadicta y mentalmente inestable; de que era una chica que ni siquiera había terminado los estudios de secundaria.
Pero Zafir tampoco se había dado cuenta. Hasta que le habían puesto la realidad delante de las narices y entonces la había mirado con frialdad y la había echado de su vida.
–Has cambiado.
A Kat aquello le sentó como una patada en el estómago. Zafir tenía razón. Había cambiado. Completamente. Y aquella era su peor pesadilla hecha realidad. Volver a ver a Zafir y que este averiguase…
«No lo hará», se aseguró, sintiendo que entraba en pánico. «No puede hacerlo».
–¿Qué quiere el caballero? ¿Una mesa para uno, Kaycee?
Kat miró a su jefa un instante, consciente del tono de apreciación en la voz de la otra mujer mientras devoraba a Zafir descaradamente con la mirada.
–No, no quiere una mesa –le respondió ella con firmeza–. Solo quería saber cómo llegar a un lugar y ahora ya lo sabe. ¿Verdad, señor?
En ese momento, otra compañera de Kat se puso a hablar con su jefa y Zafir la miró fijamente y le dijo con voz aterciopelada:
–Estaré esperándote, Kat. Esto no se ha terminado.
Entonces, se dio la media vuelta y se marchó.
Kat no tenía ganas de salir del restaurante cuando terminó su turno porque el coche de Zafir seguía fuera. Lo mismo que el todoterreno negro en el que, sin duda, estaba su equipo de seguridad.
Le sorprendió que siguiese esperándola después de dos horas. El Zafir al que ella había conocido año y medio antes nunca había esperado a nadie, había sido un hombre inquieto e impaciente, que no había permitido que nadie le hiciese perder el tiempo.
Mientras Kat se abrochaba el cinturón del abrigo, sintió que la cosa iba a salir mal. Si Zafir había hecho caso omiso a su agente y había ido hasta allí a buscarla era porque no se iba rendir tan fácilmente. Ella sabía mejor que nadie que cuando quería algo intentaba conseguirlo por todos los medios. Al fin y al cabo, eso era lo que había hecho con ella. Había conseguido que se lo diese todo, que se amoldase a lo que él quería.
Agarró con fuerza el cinturón. Incluso le había pedido que fuese su reina. La idea volvió a maravillarla y a aterrorizarla, como entonces. Zafir no tenía ni idea de lo que ella había tenido que pasar desde la última vez que se habían visto.
En cuanto salió a la calle, la puerta trasera del coche de Zafir se abrió y salió él, haciéndole un gesto para que entrase en el coche, pero ella pasó por su lado intentando disimular la cojera a pesar de que llevaba muchas horas de pie.
–No voy a subirme a un coche contigo, Zafir. Has perdido la noche. Márchate, por favor.
–O hablamos en el coche o en la calle, donde cualquiera podría oírnos.
Kat apretó la mandíbula y miró hacia delante, hacia donde estaba su apartamento, a tan solo un par de bloques de allí. Se dio cuenta de que, si continuaba andando, Zafir la seguiría con el coche y atraería muchas miradas.
–Está bien –cedió–, pero en cuanto haya escuchado lo que me tienes que decir, te marcharás.
A Zafir le brillaron los ojos de un modo que hizo que Kat sintiese calor.
–Por supuesto. Si entonces sigues queriendo que me marche, me marcharé.
Aunque Kat supo por el tono de su voz que eso eran tan probable como una tormenta de nieve en el desierto de Jandor. Recordó su exótico y bello país y lo bien que se había sentido en él, con Zafir. Este era como el sol: brillante, abrasador e hipnotizante, pero fatal cuando uno se le acercaba demasiado. Si uno se acercaba lo suficientemente como para quemarse vivo al descubrir que su amor no era correspondido.
Kat había estado dispuesta a casarse con él hasta que se había dado cuenta de que él solo se lo había pedido porque le parecía la mujer perfecta, no porque la amase. Y todavía se sentía humillada al recordarlo.
Pasó por su lado y entró en el coche, consciente de su mirada, preguntándose qué pensaría de ella, que no era ni la sombra de lo que había sido.
Zafir cerró la puerta en cuanto hubo entrado y dio la vuelta al coche para entrar por el otro lado. Por un instante, Kat se hundió en el asiento de cuero y disfrutó de aquel lujo, pero se puso tensa en cuanto se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Aquella ya no era su vida. Jamás volvería a serlo.
–¿Kat?
Miró a Zafir, cuyo gesto era de impaciencia, y se dio cuenta de que no había oído su pregunta.
–¿A dónde vamos?
Ella tragó saliva, acababa de recordar una escena similar, en la parte trasera de un coche parecido a aquel, en el que Zafir la había sentado sobre su regazo, le había levantado el vestido y…
Apartó aquello de su mente y se inclinó hacia delante para decirle al conductor a dónde iban.
Y se negó a mirar a Zafir mientras llegaban al modesto edificio de apartamentos en el que vivía. Consiguió salir del coche de manera muy poco elegante antes de que Zafir llegase a ayudarla. No quería que la tocase, no quería arriesgarse a perder la compostura.
Su apartamento estaba en la planta baja. Entró en el edificio y sintió cómo Zafir la seguía mientras cruzaban el vestíbulo.
–¿No hay conserje? –preguntó con incredulidad.
–No.
Abrió la puerta y entró. Aquel apartamento se había convertido en su refugio durante el último año, dejó las llaves y se giró para enfrentarse a su mayor amenaza.
Zafir cerró la puerta a sus espaldas mientras Kat se cruzaba de brazos.
–Bueno, Zafir. ¿Qué es lo que has venido a decirme?
Él miró a su alrededor con curiosidad y, cuando terminó, por fin la miró a ella. Kat presenció horrorizada cómo se quitaba el abrigo y se quedaba con un traje que le sentaba como un guante.
–Tengo muchas cosas que decirte –le respondió muy serio–. ¿Por qué no preparas un café?