Un griego poderoso - Sarah Morgan - E-Book
SONDERANGEBOT

Un griego poderoso E-Book

Sarah Morgan

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Tendrá que enfrentarse a su orgulloso marido… El guapísimo multimillonario Leandro Demetrios saca a la nada sofisticada Millie de su granja y la lleva a un mundo de glamour. De su brazo y cubierta de diamantes, Millie pensaba que nada podría afectarlos. Pero iba a tener que enfrentarse con las más oscura y terrible de las traiciones: su hermana decía estar esperando un hijo de Leandro. De modo que Millie escapa, desolada. Los vestidos de diseño nunca habían podido esconder lo poco elegante y cosmopolita que era. Ahora, sin embargo, el imponente Leandro exige a su esposa que vuelva a casa… y aunque le avergüence reconocerlo, ella está deseando hacerlo.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 183

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Sarah Morgan

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un griego poderoso, n.º 2026 - julio 2022

Título original: Powerful Greek, Unworldly Wife

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-113-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LEANDRO Demetrios, banquero multimillonario y el protagonista de un millón de fantasías femeninas, tiró de la estrella de Hollywood hacia el interior de su lujosa morada en Londres y cerró la puerta ante la cara de los fotógrafos.

La sonriente joven lo miraba con femenina admiración.

–¿Has visto sus caras? Les has dado un susto de muerte. Me siento más segura contigo que con mis guardaespaldas y tienes mejores músculos –le dijo, pasando una mano por su bíceps–. ¿Pero por qué no hemos usado la puerta de atrás?

–Porque me niego a colarme en mi propia casa como si fuera un ladrón. Y porque a ti te gusta que te vean.

–Bueno, desde luego nos han visto –rió ella–. Mañana saldrás en todos los periódicos por asustar a los paparazzi.

Leandro arrugó el ceño.

–Yo sólo leo las páginas económicas.

–Y ésas son las páginas que yo no leo –rió ella–. Lo único que sé sobre el dinero es cómo gastarlo. Tú, por otro lado, sabes cómo ganarlo y eso te convierte en mi tipo de hombre.

–Ya, claro.

–Deja de mirarme con esa cara y sonríe un poco, hombre. Sólo voy a estar en Londres veinticuatro horas y tenemos que aprovechar el tiempo –la joven pestañeó provocativamente–. Bueno, Leandro Demetrios, mi guapísimo millonario griego, por fin estamos solos. ¿Qué vamos a hacer esta noche?

Leandro se quitó la chaqueta y la tiró descuidadamente sobre un sillón.

–Si lo preguntas en serio puedes marcharte ahora mismo.

Ella soltó una carcajada.

–Nadie más se atreve a hablarme como lo haces tú. Es una de las cosas que más me gustan de ti –le dijo, pasándose la lengua por los labios pintados de rojo–. Si te dijera que voy a darte un beso de buenas noches antes de volver al hotel, ¿qué harías?

–Dejarte plantada –la corbata de Leandro cayó encima de la chaqueta–. Pero los dos sabemos que eso no va a pasar. Tú quieres lo mismo que yo, así que deja de jugar. Mi dormitorio está en el piso de arriba, la última puerta a la izquierda.

–Ah, te gusta dar órdenes –la actriz lo miró de arriba abajo–. Según una encuesta de la semana pasada, eres oficialmente el hombre más sexy del mundo.

Aburrido de la conversación, la única respuesta de Leandro fue tomarla por la muñeca para llevarla hacia la escalera.

–¿De verdad no te importa lo que la gente piense de ti? Esa indiferencia es muy atractiva. Y cuando se trata de indiferencia, tú lo sabes todo –siguió ella, caminando lentamente como solía hacerlo para las cámaras–. Hay una química especial entre nosotros, eso seguro.

–Se llama deseo –dijo Leandro.

–¿Nunca has tenido una relación seria con una mujer? Me dijeron que habías estado casado durante un tiempo.

Él se quedó inmóvil. Un tiempo muy corto.

–Últimamente prefiero la variedad.

–Cariño, yo puedo darte variedad –dijo ella, con esa voz ronca con la que había ganado millones en el cine–. Y me muero por saber si lo que dicen de ti es cierto.

–¿Y qué dicen de mí?

–Que eres muy inteligente y que conduces tu deportivo a toda velocidad. Pero lo que yo quiero saber es si de verdad eres un chico tan malo en lo que se refiere a las mujeres.

–Tan malo como te puedas imaginar –dijo Leandro, mientras la llevaba por la escalera–. De modo que esta noche estás de suerte.

–Veo que tienes muchos cuadros… son una buena inversión, claro. ¿Son originales? Yo odio las falsificaciones.

–Ya me imagino –Leandro miró los pechos operados con expresión burlona. Haciendo una rápida estimación, diría que el noventa por ciento de aquella mujer era falso. Y el poco tiempo que había pasado con ella demostraba que estaba tan acostumbrada a jugar con la gente que había olvidado quién era en realidad.

Y a él le daba exactamente igual.

Cuanto más superficial, mejor. Al menos uno sabía con qué estaba lidiando cuando no tenía expectativa alguna.

–Sólo tú tendrías la imagen de una mujer desnuda en la pared –la joven arrugó la nariz–. Algo raro para un hombre que se rodea de cosas bellas. ¿No es un poco gorda para tu gusto?

Leandro miró la celebrada pieza maestra renacentista que le habían devuelto recientemente después de prestarla a una galería de arte.

–En sus tiempos se llevaba estar gruesa.

La chica miró el retrato con gesto desdeñoso.

–Entonces no sabían nada sobre los carbohidratos.

–Las curvas eran signo de riqueza –murmuró Leandro–. Significaba que tenías dinero para comprar comida.

La actriz se acercó un poco más al cuadro, pero él tiró de su mano.

–Tócalo y tendremos a un escuadrón de policía por compañía esta noche.

–¿Tan valioso es?

–Mucho, sí.

–Tú eres un hombre poderoso –sonrió la joven–. ¿Por qué resulta tan excitante? A mí no me importa el dinero.

–No, claro que no –dijo Leandro, burlón, sabiendo que esperaba de sus amantes que la recompensaran por el privilegio de escoltarla–. Los dos sabemos que te gusto porque soy amable con los animales y los ancianitos.

–¿Te gustan los animales?

–Siempre he tenido debilidad por las criaturas desamparadas.

–Ah, eso es muy atractivo. Me encantan los hombres duros con un lado tierno –dijo ella, enredando los brazos en su cuello–. ¿Te das cuenta de que hemos cenado juntos tres veces y no me has contado absolutamente nada sobre ti?

–¿Te das cuenta de que hemos cenado tres veces y tú nunca has probado la comida? –alejando hábilmente la conversación de cualquier tema personal, Leandro empezó a bajar la cremallera de su vestido.

–Veo que no te andas por las ramas.

–Digamos que ya está bien de juegos verbales –murmuró él, tirando del vestido. Pero arrugó el ceño ligeramente al notar los huesos bajo la piel.

–La gente paga mucho dinero para ver este cuerpo en la pantalla –murmuró la joven, acariciando su brazo con las uñas–. Y tú, Leandro Demetrios, lo vas a conseguir por nada.

No era cierto, pensó él, mirando sus pendientes. Unos pendientes de diamantes que él le había regalado esa misma noche.

–Una pena que no te vendas por kilos. Entonces no me costarías nada.

–Gracias –pensando que era un cumplido, la chica sonrió–. Tú, por otro lado, le costarías una fortuna a una mujer porque los músculos pesan más que la grasa y no tienes ni gota de grasa en el cuerpo. Y estás tan seguro de ti mismo… ¿es porque eres griego?

–No, es porque yo soy así. Cuando algo me gusta, voy a por ello –dijo Leandro, levantando su barbilla con un dedo para mirarla a los ojos–. Y cuando me canso de ello, lo dejo atrás.

–Sin pedirle disculpas a nadie. Frío, despiadado, decidido…

–¿Estamos hablando de mí o de ti? –Leandro soltó el prendedor de su pelo–. Estoy confuso.

–Y yo juraría que tú no has estado confuso en toda tu vida –sonriendo, la joven deslizó un dedo por su labio inferior–. Cuéntame algo personal sobre ti. Sólo una cosa.

–¿Qué quieres saber?

–Lo último que han publicado las revistas es que tenías un hijo, ¿es cierto?

Ni siquiera con un pestañeo reveló Leandro su repentina tensión.

–¿Esas revistas son las que dicen que tú eres lesbiana?

–La diferencia es que mi equipo de Relaciones Públicas lo ha negado, tú no has dicho nada.

–Nunca siento la menor necesidad de dar explicaciones.

–¿Y eso significa que tienes un hijo… o que eres un semental y que ni siquiera lo sabes?

–Tómalo como quieras.

–Cuéntame algo sobre ti, venga.

–¿Quieres saber algo sobre mí? –Leandro inclinó la cabeza para besar su cuello–. Si me entregas tu corazón, te lo romperé. Recuerda eso, agape mou. Y no lo haré con delicadeza.

–Si estás intentando asustarme no lo vas a conseguir –los famosos ojos azules se habían oscurecido de deseo–. Me encanta un hombre que sabe ser un hombre. Especialmente cuando, además, tiene un lado tierno.

–Yo no tengo un lado tierno –la voz de Leandro era ronca–. Me da igual lo que piensen de mí. Ven a mi cama y te garantizo una noche fantástica, pero nada más. Si estás buscando un compromiso, has elegido al hombre equivocado.

–Los finales felices son para las películas. Es lo que hago durante el día. De noche, prefiero vivir el momento –dijo ella, levantando una mano para acariciar su mandíbula–. Debería pedirte que te afeitases antes de tocarme, pero me gusta tu aspecto. Eres tan guapo, Leandro, que deberías estar prohibido –añadió, levantando la cara para ofrecerle sus labios–. Mi último compañero de trabajo necesitaba navegación por satélite para entender el cuerpo de una mujer, pero tengo la sensación de que contigo no voy a tener ese problema.

–Siempre he tenido buen sentido de la orientación –Leandro la empujó suavemente hacia la puerta y la actriz dejó escapar un gemido.

–Sí… –jadeando, abrió su camisa de un tirón, enviando botones por todas partes antes de tirarla al suelo–. Tienes un cuerpo increíble. Definitivamente, voy a conseguir un papel para ti en mi próxima película.

Habiendo llegado a la parte de la noche que más le interesaba, Leandro la tomó en brazos y se dirigió a la cama…

Y se quedó helado al ver que ya estaba ocupada por una mujer.

Una mujer que estaba mirándolo fijamente, los ojos azules brillantes en un rostro muy pálido. Evidentemente le había sorprendido la lluvia porque el jersey se pegaba a su cuerpo y la larga melena rizada, empapada ahora, caía sobre sus hombros como lenguas de fuego.

Dado el estado en el que estaba debería tener un aspecto patético, pero no era así. Parecía enfadada, el brillo de sus ojos y el ángulo de su barbilla advirtiéndole que aquélla no iba a ser una reunión agradable.

Era como si un petardo hubiera caído en su habitación y Leandro se quedó sorprendido porque nunca la había visto enfadada. De hecho, no la creía capaz de enfadarse.

Había visto su silencioso reproche y su dolor. Había visto su desilusión y su desprecio. Pero nunca la había visto enfadada.

Millie había creído que no merecía la pena luchar por lo que había entre ellos.

Pero, de repente, Leandro se puso furioso; la furia amenazaba su habitual autocontrol.

Estaba a punto de decir algo cuando su acompañante lanzó un grito:

–¿Quién es? ¡Serás canalla! Cuando dijiste que podrías hacerme daño no imaginé que sería tan pronto. ¿Cómo te atreves a tener otra mujer en la cama? Yo sólo mantengo relaciones exclusivas con los hombres.

Sorprendido al darse cuenta de que aún la tenía en brazos, Leandro la dejó en el suelo sin ceremonias.

–Yo no tengo relaciones.

Nunca más.

–¿Y ella? –intentando mantener el equilibrio sobre sus vertiginosos tacones, la actriz señaló a la joven que estaba en la cama–. ¿Ella lo sabe?

–Sí, lo sabe –Leandro miró a la chica–. Ella no confía en mí en absoluto, ¿verdad, Millie?

Sus ojos eran dos pozos de condena, tanto que Leandro tuvo que apretar los dientes. «Lucha conmigo», la urgió, en silencio.

«Si eso es lo que piensas de mí salta de la cama y aráñame la cara. No te quedes ahí. Y no te vayas como hiciste la primera vez».

Pero ella no se movió. Se quedó donde estaba, en silencio, sus ojos diciéndole que nada había cambiado.

–¡Entonces la conoces! –exclamó la actriz–. Pues qué sorpresa porque no parece tu tipo. Debería despedir a su peluquero. El look natural no se lleva nada –añadió, inclinándose para recoger su vestido del suelo–. ¿Y cómo ha entrado aquí? ¿Nadie la ha visto?

Nada mataba el deseo más rápido que los celos de una mujer, pensó Leandro, lamentando el impulso que lo había hecho invitarla a su casa. La lengua de aquella chica era tan afilada como los huesos de sus costillas.

–No lo sé.

–¿Y bien? ¿No vas a echarla de aquí?

Él estudió a la joven que estaba en su cama, notando el rubor en sus mejillas y el brillo acusador en sus ojos.

Pero le devolvió una mirada cargada de sus propias acusaciones.

El ambiente estaba tan cargado de tensión que los dos olvidaron que había una tercera persona en el dormitorio hasta que golpeó el suelo con el pie.

–¡Leandro!

–No –dijo él–. No voy a echarla de aquí.

No era el momento que él hubiera escogido, pero ahora que estaba allí no tenía intención de dejarla escapar.

La actriz no pudo contener una exclamación de incredulidad.

–¿Eliges a esa mujer antes que a mí?

Leandro lanzó sobre ella una de esas miradas que hubieran llenado de pavor a cualquiera de sus empleados.

–Al menos así tendré un aterrizaje suave cuando caiga sobre el colchón… ni huesos ni garras.

–¡No te permito que me hables así! –con una actuación merecedora de un Óscar, la joven se puso el vestido a toda prisa–. Me dijiste que no estabas saliendo con nadie y yo te creí. Evidentemente, soy más ingenua de lo que pensaba.

Pensando que lo mejor sería no responder, Leandro se quedó callado, mirando a la chica que estaba en la cama.

Entre ellos siempre había habido una enorme atracción sexual. Era algo elemental, básico, primitivo… una conexión tan poderosa que no podía controlarla o entenderla

Vibrando de rabia, la actriz miró su bronceado torso con expresión de anhelo.

–Sé que no esperabas encontrarla aquí. Y sé que las mujeres se lanzan a tus brazos. Líbrate de ella y podremos empezar otra vez. Te perdono.

Leandro, sin embargo, la empujó suavemente hacia la puerta.

–Tienes que aprender a ser más amable con otras chicas. No me importa que haya cuchillos en mi sala de juntas, pero los encuentro incómodos en el dormitorio.

Con la cara ardiendo de rabia, la joven sacó el móvil de su bolsito de noche.

–Los rumores sobre ti son ciertos: eres frío y despiadado y acabas de perder la oportunidad de tener lo que desean millones de hombres.

–¿Y qué es, paz y tranquilidad? –Leandro levantó una ceja, deliberadamente provocador.

–¡La próxima vez que vayas a Los Ángeles no te molestes en llamarme! Y tú… –dijo ella entonces, volviéndose hacia la chica que estaba en la cama–. Si crees que te será fiel, estás muy equivocada, querida.

Después de comprobar que los pendientes de diamantes estaban en su sitio, la famosa estrella de Hollywood salió de la habitación y, unos segundos después, Leandro oyó un portazo.

Y se hizo el silencio.

–Si vas a llorar, será mejor que te marches –murmuró Leandro.

–No voy a llorar por ti –replicó ella–. Ya he llorado demasiado.

–¿Por qué estás aquí?

–Tú sabes por qué estoy aquí. He venido a buscar al niño.

Por supuesto, el niño. Había sido un tonto al pensar que podría ser otra cosa. Y, sin embargo, por un momento…

Leandro apretó los puños, sorprendido al descubrir que la gruesa capa de cinismo bajo la que se protegía podía ser atravesada.

–Estaba preguntando qué haces en mi dormitorio a medianoche –le dijo, cerrando la puerta.

Él confiaba en su equipo de seguridad, pero también sabía que aquélla era la historia que más había interesado a los medios en mucho tiempo. Por eso los periodistas estaban haciendo guardia en su puerta.

Y todo el mundo tenía su precio.

Había descubierto esa horrible verdad de la peor manera posible y a una edad en la que la mayoría de los niños aún jugaban con sus juguetes.

–Me intriga saber cómo te han dejado pasar los de seguridad.

–Sigo siendo tu mujer, Leandro. Aunque a ti se te haya olvidado.

–No se me ha olvidado –dijo él–. Pero eliges mal los momentos. Gracias a ti, mi noche de diversión acaba de marcharse por la puerta.

Ella irguió los hombros, su espalda rígida.

–Seguro que pronto encontrarás una sustituta. Siempre lo haces –contestó, respirando con dificultad–. Eres un canalla, en eso tenía razón.

–Nunca te había oído utilizar ese lenguaje. No te pega –Leandro se acercó a la cómoda de la que tomó una botella de whisky. Curioso, pensó, que sus manos estuvieran tan firmes–. Y no entiendo por qué estás tan enfadada. Fuiste tú quien rompió nuestro matrimonio, no yo. Yo había pensado que sería para siempre.

–Sólo tú podrías hacer que sonara como una prueba de resistencia –dijo ella, irónica–. Y me alegra saber que tenías una visión tan positiva de nuestro matrimonio… por eso es lógico que durase cinco minutos.

–Eso fue culpa tuya, no mía.

–Tienes menos sentimientos de lo que yo creía… –Millie no pudo terminar la frase–. Eres una persona totalmente insensible.

–Estoy intentando vivir mi vida. ¿Qué tiene eso de insensible? Había una vacante en mi cama y he intentado ocuparla. En estas circunstancias, no creo que puedas culparme de nada. ¿Quieres una copa?

–No, gracias.

–Ah, las impecables maneras británicas –Leandro rió, amargo, mientras levantaba el vaso–. No me lo digas… el alcohol engorda y estás intentando controlar tu peso.

–No, estoy intentando controlar mi lengua y si bebiera te diría exactamente lo que pienso de ti. Y ahora mismo no sería buena idea porque lo que pienso de ti no es muy halagador.

–No te contengas por mí. Me interesa saber que eres capaz de expresar lo que piensas cuando se te provoca. Y tú sabes que yo prefiero una confrontación antes que una retirada.

Millie cerró los ojos, la angustia que sentía era visible en su expresión.

–Yo odio los enfrentamientos. No he venido aquí para discutir contigo.

–No, claro que no –Leandro examinó el líquido dorado de su vaso–. Tú no hablas de los problemas, ¿verdad? Y desde luego nunca estás interesada en solucionar los que había en nuestra relación. Es mucho más fácil marcharse cuando las cosas empiezan a ser incómodas.

–¿Cómo te atreves a decir eso cuando fuiste tú quien…?

–Dilo, Millie. Vamos, dime que yo soy el culpable.

–No he venido aquí a hablar de eso. Eres un… –ella no parecía saber qué decir.

–Deberías aprender a terminar las frases, agape mou –replicó Leandro, burlón. No quería ofrecerle simpatía porque en su opinión no merecía ninguna. Le había dado una oportunidad, le había dado algo que no le había dado a ninguna otra mujer y ella se lo había tirado a la cara–. Soy frío y sin corazón, ¿era eso lo que ibas a decir?

–Ojalá no te hubiera conocido nunca.

–Eso es una tontería.

–Nuestra relación fue un desastre.

–Yo no diría eso –murmuró Leandro–. Durante un tiempo fuiste una revelación en la cama y a mí me divertía mucho ese talento tuyo para decir justo la frase equivocada.

–Eso se llama decir la verdad –replicó ella–. Y es lo que hace la gente normal, las personas decentes. Dicen lo que hay y así no hay confusiones. En tu mundo, cuando alguien dice: «me alegro de verte» no lo están diciendo de verdad. Te besan aunque te odien.

–Es una forma de cortesía aceptada por todo el mundo.

–Es superficial, todo en tu vida lo es –Millie saltó de la cama y se acercó a él, fulminándolo con la mirada–. Y eso incluye nuestra relación.

–No fui yo quien dejó este matrimonio.

–¡Sí lo hiciste! Me culpas a mí por haberme marchado… ¿pero qué querías que hiciera? ¿Qué podía hacer? ¿Creías que diría: no te preocupes, no importa? –estaba tan angustiada que le temblaba la voz–. ¿Creías que iba a mirar para otro lado? A lo mejor eso es lo que hacen las mujeres en tu mundo, pero no era ése el tipo de matrimonio que yo quería. Te acostabas con otra mujer… y no era sólo otra mujer –siguió Millie, respirando con dificultad–. Era mi hermana. ¡Mi propia hermana!

Su ansiedad era tan evidente que Leandro arrugó el ceño.

–Tienes que calmarte.

–Por favor, no finjas que te importan mis sentimientos porque ya has demostrado que no es así.

Era valiente, pensó Leandro; una parte de él estaba intrigada por la fuerza que veía en sus ojos. No sabía que Millie tuviera esa voluntad de hierro.

Al final de su relación había llegado a la conclusión de que era un peso ligero y que lo único que impedía que saliera volando era el peso de su dinero en el bolso.

Leandro se llevó el vaso a los labios antes de dejarlo delicadamente sobre una mesa.

–Dadas las circunstancias de tu partida, me sorprende que hayas decidido volver.

Millie se dejó caer sobre el borde de la cama y, por su postura, parecía increíblemente cansada. Cansada, mojada, herida y derrotada.

–Si tanto te sorprende es que me conoces menos de lo que yo pensaba.

–Nunca te conocí –dijo él. Había sido una fantasía, una ilusión.

O tal vez una desilusión.