Un jardín de rosas - María de los Ángeles Ferreyra - E-Book

Un jardín de rosas E-Book

María de los Ángeles Ferreyra

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Beschreibung

Vení, pasá, estás invitado a mi jardín: te voy a contar las historias de mi Rosa. María de los Ángeles Ferreyra nació el 14 de julio de 1999, en Tostado, Santa Fe, donde reside en la actualidad. Desde niña, ha sentido una pasión tanto por la literatura como por la escritura y a sus doce años decidió firmemente que algún día sería escritora sin importar cuánto tiempo le llevara serlo. En el proceso para alcanzar su meta, decidió estudiar el Profesorado de Lengua y Literatura como complemento. La vida la llevó por muchos caminos, pero, en ocasiones, confiesa que creyó estar muy lejos de sus sueños. Sin embargo, esas experiencias le sirvieron para aferrarse más a su meta. Con más amor y pasión, luchó hasta poder alcanzarla.

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Seitenzahl: 102

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Ferreyra, María de los Ángeles

Un jardín de rosas / María de los Ángeles Ferreyra. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2021.

144 p. ; 21 x 14 cm.

ISBN 978-987-708-968-4

1. Poesía Argentina. I. Título.

CDD A861

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2021. Ferreyra, María de los Ángeles

© 2021. Tinta Libre Ediciones

Introducción

Hola. ¿Qué tal? ¿Cómo te va? Me quiero presentar… No, qué desastre que soy, perdón. Es que estoy practicando, no sé qué decir, y eso sonó muy formal, ¿no? ¡Ay, Dios! Pésima primera impresión, bueno, de los errores se aprende, aparte ésta es mi primera vez, tengo derecho a no saber qué hacer.

¿Seguís acá? No me di cuenta, creí que después de esto ya te habrías ido. Estaba concentrada, es que a veces hablo sola. No, bueno, no es que hable, sino que me hago como un mapa conceptual en mi cabeza, planeo todo milimétricamente, quiero que todo sea perfecto. Igual, al final, siempre me sale todo al revés. ¿No te pasa que te trazás un camino ideal y al final nunca caminás por ahí? Porque a mí, sí. Por ejemplo, yo quería arrancar este libro un poco formal, pero no demasiado, como explicando unas cosas y presentándome, pero lo arruiné.

Te quiero contar un secreto: me caíste muy bien. Aparte te quedaste acá, a pesar del mal comienzo. En fin, me llamo María Ferreyra, aunque no es ese el secreto, sino que tengo un apodo: Manu, lo que tampoco es noticia nueva. Lo importante en esto que te estoy contando es que —con el perdón de mi madre— confieso que no me gusta mi nombre, por eso a todas las personas con las que me gustaría compartir una parte de mi vida les pido que me digan Manu. Y, por eso, la mayor parte de los que me llaman así son aquellos a quienes quiero o quise profundamente.

Ahora, los que me dicen “María” son personas con las que tengo que convivir, pero no los elegiría para que fueran parte de mi vida. Entre ellos están mis compañeros de colegio, profesores, patrones, compañeros de trabajo y algunos vecinos, con ellos siempre soy formal y trato de ser distante. Y, te digo la verdad, la mayor parte de ellos me cae mal, pero vos no vayas a decir nada, por favor, aunque creo que ellos igual lo presienten. Sin embargo, los peores son los que me dicen “Mari”, solo para aparentar que somos cercanos.

Bueno, ya hablamos mucho, ¿no? Ahora voy a tener que dividir la presentación entre los que me dicen María y los que me llaman por mi apodo. Es un lío, ya sé, pero es que con ellos no puedo cancherear como con vos, por ejemplo.

La siguiente página será la bienvenida para los que me dicen por mi nombre, y la otra para los que me dicen “Manu”. Te espero allá, no te demores.

***

Bienvenida I

Hola, ¿qué tal? ¿Cómo le va, señora, señor? Espero que se encuentre bien. Primero que nada me quiero presentar: mi nombre es María de los Ángeles Ferreyra, pero usted me puede decir María, o Mari, como lo prefiera.

Le quiero dar una cálida bienvenida a este, mi libro.

Prefiero no explayarme mucho acerca del contenido, es mejor que usted lo descubra por su cuenta. Solo le voy a pedir que, por favor, tenga su mente abierta y lista para la imaginación. Dicho esto, solo me queda desearle la mejor de las experiencias. Ruego que encuentre su lado sensible al percibir como mi bella Rosa se marchita. Espero, de corazón, que las historias que siguen lo conmuevan.

Pase derecho. Vaya al jardín, que en un segundo iré para allá y comenzaremos con los relatos. Usted, póngase cómodo, póngase cómoda.

Bienvenida II

Bueno, a vos todo ese discurso no te lo doy porque ya estuvimos hablando. Pero ¿viste las palabras que usé? Me faltaba decir “no obstante” y ya estábamos completos.

Ahora, yo pregunto, ¿por qué tenés tanta ansiedad? Te pedí que esperaras, pero no: vos vas y te metés allá a ver la bienvenida que les di. Te vi detrás de las cortinas. ¿Viste?, yo sabía que no ibas a aguantar y te ibas a poner a escuchar a escondidas. Mirá que te dije que ya venía para acá. Bueno, ya está, mejor me relajo un poco.

A vos tampoco te puedo contar todo, pero te prometo que más adelante te busco y te cuento algunas cosas. Mientras, tenés que ir al jardín con ellos. Ojalá que te gusten las rosas. A mí me encantan, sobre todo las rojas.

¡Shhh! Esperá… Ahí vienen los de la página anterior, disimulá… y espera a que se vayan.

***

Uff… Ya se fueron. ¿Viste cómo miraban? Son muy chismosos, por eso yo nunca les cuento nada. Llevan en la cara y en la mirada esas ganas de juzgar, siempre creyéndose mejor que todos. Por eso prefiero hablar con vos.

Bueno, dale, andá que se va a hacer tarde. Pasá por allá, yo en un rato te alcanzo. Espero que te guste lo que mi Rosa tiene para contar.

¡Chau! ¡Chau!

Un jardín de rosas

Mi Rosa se marchita

Mi Rosa se marchita, se vuelve cada día más chiquita. Ella recibe todos los días mi visita, la observo desde la ventana que da al patio, sin que se dé cuenta, y recuerdo con amor y hasta con un poco de dolor el día que floreció.

La miro. Está tan dañada, tan maltratada. Pobre de ella, mi bella Rosa roja, ¡tan rota!

A mi Rosa la marchita aguantar tantas críticas. Está cansada, soportó muchas tormentas, mucha agua, incluso eso que llaman lágrimas.

Yo odio los árboles, tan grandes, tan imponentes. Y mi Rosa es una plantita tan pequeñita al lado de ellos… aunque está llena de valentía y coraje, con tantas ganas de vivir. O por lo menos hace un tiempo era así, cuando aún estaba florecida y rebosaba de energía. Pero se dio cuenta de que los grandes no caen fácil, ni tan seguido, que nada sucedió como lo soñó, como lo imaginó.

También odio las hormigas. Son unas pequeñas problemáticas, se creen con el derecho de llevarse todo a su hormiguero, todos los días atacaban a mi Rosa. Por culpa de ellas se marchita, no me dejaron opción y las asesiné sin piedad, pero con una muy buena razón.

Me odio a mí, también, porque yo la traje a mi jardín, sin saber que todo aquí la quiere ver morir.

Mi Rosa se marchita, pero antes me cuenta muchas historias. Yo las escribo y lloro, porque sé que sufrió, que todo el daño que recibió le dolió. Anoto todas y cada una de sus palabras, las comparto con vos, lector, que también tienes el corazón roto.

Mi Rosa se marchita y por cada pétalo que se le ha desprendido yo escribo acerca de su dolor.

En una terminal

En una terminal, pueden pasar muchas cosas, hay una infinidad de posibilidades, tanto trágicas como románticas.

En una terminal, se puede esperar al ser que tanto se extraña.

En una terminal, hay risas y llanto, también hay muchos abrazos, valijas llenas de noticias, hay besos que se dan con prisa.

En una terminal, una jovencita se dio cuenta de que uno la amaba y otro la quería.

En una terminal, ella se despidió con besos y abrazos de uno y al alejarse el colectivo vio por la ventanilla que él estaba ahí, viéndola partir.

En una terminal, ella se despidió con cariño de otro, que no la miró, y simplemente a su casa se volvió.

En una terminal, una joven enamorada supo a quién llamar para decirle: “Amor, por favor, vení a buscarme”.

En una terminal, uno sabe quién, siempre, nos va a extrañar.

El baño del Instituto

Al baño del Instituto solíamos ir con mis compañeras, varias veces al día.

Íbamos, en ocasiones, a acomodarnos la ropa, a sacarnos fotos, para escapar un poco del aula, a charlar o a retocar el maquillaje, a hablar por teléfono, y bueno, lo otro, para lo que se supone que uno va al baño.

A veces concurríamos en grupos grandes y a veces de a dos o solas.

Recuerdo que un día fui con una compañera, volvíamos antes del recreo, estábamos solas. Ella entró y yo me quedé viendo mi celular por un rato. Todo estuvo normal hasta que oí un llanto, pensé que era mi amiga, por eso le pregunté si se encontraba bien. Ella respondió que sí y, efectivamente, su voz se notaba normal, no parecía estar llorando.

El baño del Instituto me entregaba el llanto desesperado de una mujer, cuyo rostro estaba escondido detrás de una de las tantas puertas. Con el pasar de los minutos, comenzó a cesar, pero no terminaba de sollozar.

Cuando la puerta se abre, puedo ver, de reojo, una mujer de unos treinta y algo. Mi edad, en ese momento, eran veinte años. Y ahí estaba yo, con las manos en los bolsillos de mi saquito, mientras ella lloraba frente al espejo e intentaba secar sus imparables lágrimas.

La mujer no se iba y mi compañera no salía. La situación era algo incomoda, pero confieso que me ayudó a pensar en mí.

Yo también lloraba mucho y por muchas cosas, pero siempre lo hacía a solas.

Empecé a llorar cuando me di cuenta de que trabajaba mucho y ganaba poco, cuando supe que no tenía tiempo para estudiar y que me sentía muy cansada como para hacer lo que amaba: escribir.

Después se volvió normal llorar, lo hacía bastante seguido en mi habitación. Creo, hasta el día de hoy, que nadie me oyó entonces.

Lloré cuando dejé de trabajar tanto y empecé a ganar mucho menos.

Lloré cuando tuve que elegir entre pagar el alquiler o comer.

Lloré cuando escuché a mi gato llorar de hambre, cuando cociné para él lo último que tenía en la alacena.

Lloraba camino al trabajo y al volver también, yendo al Instituto y volviendo de él, pero nadie me veía, nadie lo sabía.

Lloré cuando me estafaron en tres meses de trabajo, cuando me soltaron la mano, cuando me traicionaron, me abandonaron.

Lloré por el presente y el pasado, por las heridas, las despedidas, las cosas que habían pasado en mi vida, y por lo que nunca ocurriría.

Lloré tantas veces y por tantas cosas.

Y la comprendía aunque no la conociera.

Ella estaba ahí, no podía ni debía ser indiferente a su dolor, yo conocía muy bien esa sensación.

En el baño del Instituto la vi a ella y me vi a mí. Sin saber en ese momento muy bien por qué, fui y la abracé, le dije que todo iba a estar bien, que yo no la conocía, no sabía por lo que ella estaba pasando, pero que tarde o temprano todo lo malo pasa y uno vuelve a tener paz y tranquilidad. La mujer se secó las lágrimas y con una sonrisa me lo agradeció.

Hasta el día de hoy sigo sin saber su nombre, después de eso la vi un par de veces, ella estudiaba Profesorado de Matemáticas; yo, de Lengua y Literatura.

Nunca supe quién sos ni por lo que estabas pasando, pero si algún día, por esas casualidades de la vida, llegás a leer esto, te quiero decir: Gracias. Porque cuando te abracé, me abracé a mí. Te dije todo lo que yo necesitaba escuchar, lo que te di lo recibí, por un momento fui un ángel, mi propio ángel.

La casa

De repente ya nada está en calma, no reina la paz en casa, nadie canta, nadie baila, sobran las lágrimas. La habitación parece una película de terror, una prisión, la calle aparenta ser mejor opción para dejar (por ratos) el dolor.

Reina el silencio, huele a decepción, ya no hay color, no se puede pintar distinto el enojo, parece ya que no habrá perdón.

Gritos de auxilios emanan de los ojos: nadie los escucha, nadie los ve, se pierde la fe.

La casa está vacía, la gente antes sonreía, se desmoronan las apariencias, ya no se puede estar completos en esa presencia.

Todo está roto. De a poquito, de a pedacitos se ven las astillas, la paciencia se rompió en el intento de construir el templo.