Un regalo sorpresa - Todo por su amor - Atrapados sin remedio - Nikki Logan - E-Book

Un regalo sorpresa - Todo por su amor - Atrapados sin remedio E-Book

Nikki Logan

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Beschreibung

Un regalo sorpresa Jessica Hart La llegada de aquel bebé sorpresa solo le dejó al ejecutivo Gabriel Stearne una opción: pedirle ayuda a Tess Gordon, su secretaria. Gabriel y Tess habían estado ocultando la atracción que sentían; pero cuando Tess tuvo que quedarse en el apartamento de Gabriel para cuidar al pequeño Harry, vieron que entre biberón y biberón podía pasar cualquier cosa... Todo por su amor Terry Essig Mary Frances Parker deseaba tener un hijo..., aunque antes tenía que encontrar un marido. Drew Wiseman llevaba años volviéndola loca, pero lo había visto evitar con facilidad las trampas que le habían tendido otras mujeres. Tenía que dar con el plan perfecto para conseguirlo. Al fin y al cabo, era capaz de todo por un bebé... y por Drew. Atrapados sin remedio Nikki Logan Al aventurero Will Margrave le gustaba trabajar en la naturaleza salvaje de Canadá con sus huskies como única compañía. Tras perder a su esposa, se había prometido no volver a ser vulnerable. Hasta que rescató de la nieve a Kitty Callaghan, la única mujer que siempre supo atravesar su armadura, y ya no pudo seguir negando la atracción que sentía por ella desde hacía tiempo.

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Seitenzahl: 549

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 543 - marzo 2022

 

© 2001 Jessica Hart

Un regalo sorpresa

Título original: Assignment: Baby

 

© 2002 Mary Therese Essig

Todo por su amor

Título original: Before You Get To Baby...

 

© 2016 Nikki Logan

Atrapados sin remedio

Título original: Stranded with Her Rescuer

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2002, 2002 y 2017

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-511-6

 

Índice

 

Créditos

Un regalo sorpresa

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

 

Todo por su amor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

 

Atrapados sin remedio

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

TRAS su reciente éxito en la ceremonia de entrega de premios el pasado viernes, la pelirroja presentadora de televisión, Fionnula Jenkins, ha sido vista en el restaurante londinense Cupiditas en compañía de Gabriel Stearne, fundador de la gigantesca empresa constructora Contraxa. La pareja se conoció en Nueva York, en una fiesta de caridad patrocinada por Contraxa a la que Fionnula atendió. Las actividades empresariales de Gabriel, normalmente, aparecen en las secciones financieras de los periódicos; sin embargo, desde su llegada a Londres, se le ha visto en compañía de Fionnula en varias ocasiones, pero la presentadora se niega a confirmar los rumores que la señalan como la causa de que el empresario se haya mudado a Inglaterra. «Lo pasamos bien juntos», es todo lo que Fionnula ha dicho.

 

 

Tess apenas había acabado de leer el artículo cuando la puerta del despacho interior se abrió; inmediatamente, se apresuró a ocultar el periódico en la papelera.

Cuando Gabriel, poniéndose el abrigo, apareció, ella estaba inocentemente absorta en su trabajo, mecanografiando las cartas que él le había dictado aquella mañana.

–Voy a la reunión con los aseguradores –dijo él en tono brusco mientras se abrochaba los botones del abrigo–. Ten listas las cartas para cuando vuelva. Y también quiero una copia del informe del diseño y los archivos de los arquitectos. Todos. Y ordenados por fechas.

–Sí, señor Stearne –respondió Tess.

La voz de ella era fría, con un ligero acento escocés. Gabriel la miró burlonamente. Ella lo observaba por encima de las gafas que llevaba cuando trabajaba y que, junto con el bolígrafo y el cuaderno de notas en la mano, le conferían el aspecto de la perfecta secretaria personal.

En las cuatro semanas que llevaba trabajando para él, solo sabía tres cosas respecto a Tess Gordon: era excepcionalmente eficiente, iba siempre impecable…

Y no lo soportaba.

Una pena, pensó Gabriel con indiferencia. Pero su trabajo no era gustar al personal. Estaba allí para hacer de esa empresa una empresa del siglo veinte, lo que le permitiría introducirse en el mercado europeo, y no lo preocupaba lo que la fría señorita Gordon pudiera pensar de él.

–Cuando hayas acabado eso, envía un mensaje electrónico interno a todo el personal recordándoles que el teléfono no es para uso privado –continuó Gabriel con dura voz–. E incluye también el correo electrónico. Dentro de poco se va a instalar un sistema de control, así que será mejor que todos los empleados empiecen a acostumbrarse desde ya.

Una orden así iba a causar un gran revuelo, pero Tess no reaccionó, se limitó a tomar nota y se guardó sus opiniones para sí misma.

–¿Algún mensaje? –preguntó Gabriel secamente.

–Ha llamado su hermano. Quiere que lo llame cuando pueda.

Gabriel lanzó un quedo gruñido.

Greg, que era como el hermano de Gabriel Stearne se había presentado, a juzgar por la conversación que había mantenido con él, un hombre que coqueteaba con todas las mujeres. Y ella, aunque pensaba que cualquier persona asociada con su jefe debía ser insoportable, lo había encontrado encantador. Era simpático, divertido, agradable… ¡todo lo contrario a su hermano!

Gabriel estaba revisando su portafolios con el fin de cerciorarse de que llevaba consigo todos los papeles necesarios para la reunión.

–¿Alguien más?

–No –contestó Tess, pero se quedó vacilante y Gabriel alzó la cabeza y la miró.

Gabriel Stearne tenía unos ojos grises que contrastaban con sus cejas negras, y Tess todavía no se había acostumbrado al modo como parecían penetrarla.

–¿Qué? –dijo él.

–Me estaba preguntado a qué hora va a regresar.

–A eso de las seis y media. ¿Por qué?

–Me gustaría hablar con usted –la tranquila expresión de Tess no traicionó la vacilación que sentía.

Gabriel frunció el ceño.

–¿Sobre qué?

–Nadie podía acusarlo de andarse con rodeos, pensó Tess. Tenía que pedirle un aumento de sueldo, pero no era la clase de conversación que se tenía sin más y a toda prisa.

–Preferiría hablar de ello cuando disponga de algo de tiempo –respondió Tess.

–¿No podría esperar hasta mañana?

–Mañana vamos a estar muy ocupados con el asunto Emery –observó Tess.

Y después era el fin de semana, lo que significaba dos días más preocupándose por Andrew. No le gustaba rogar, pero no tenía alternativa.

–Si pudiera dedicarme cinco minutos cuando vuelva, se lo agradecería enormemente.

Gabriel la miró. Su secretaria tenía uno de esos rostros de rasgos ilegibles. Era imposible adivinar lo que pensaba. No se trataba de que no fuera atractiva. Tenía un rostro agradable, bonita piel, bonitos ojos y el cabellos siempre recogido en la nuca, un cabello castaño dorado. Podía incluso resultar bonita, pensó él desapasionadamente, sin que su expresión se tornara menos seria.

De repente, al ocurrírsele la idea de que lo que ella podía querer era presentar su dimisión, frunció el ceño. No tenía tiempo para buscar otra secretaria personal en esos momentos. Había heredado a Tess al adquirir SpaceWorks, y el conocimiento que ella tenía del funcionamiento de la empresa era de un gran valor. No podía permitirse el lujo de perderla en esos momentos. Tenía que seguir soportando aquella gélida atmósfera hasta conseguir familiarizarse con la empresa.

–Muy bien –dijo él, irritado por la idea de perder un tiempo precioso en intentar convencerla para que se quedara–. Si espera a que vuelva, hablaremos.

–Gracias.

Típico de Tess; simplemente «gracias», sin más. En cierto sentido, era la perfecta secretaria. Jamás perdía la compostura. Cuando él gritaba, ella ni se inmutaba. Era inteligente y discreta. Y él sabía que era la persona ideal para ocupar el puesto de secretaria particular.

El problema era que le habría gustado que, de vez en cuando, Tess cometiera algún error.

O sonriese.

Enfadado consigo mismo por permitirse pensar en esas tonterías, Gabriel cerró el portafolios y se encaminó hacia la puerta.

–Ah, y resérvame una mesa en Cupiditas para esta noche a las nueve.

¿Por qué nunca decía «por favor» ese hombre?, se preguntó Tess.

–¿Una mesa para dos?

–Sí, para dos –respondió él irritado.

La mayoría de la gente temblaba en su presencia, pero Tess no.

––Muy bien, señor Stearne.

–Hasta luego –dijo él antes de salir.

En el momento en que hubo desaparecido, Tess sacó el periódico de la papelera Y volvió a leer el artículo sacudiendo la cabeza con incredulidad. ¡Gabriel Stearne y Fionnula Jenkins! ¿Quién lo habría podido imaginar?

Algunas chicas de la oficina lo encontraban muy atractivo y, de vez en cuando, se pasaban a verla a ella con la esperanza de que, en ese momento, Gabriel saliese y verlo. Ella no lo comprendía; en su opinión, Gabriel no era guapo, solo antipático.

¿Qué podía ver en él una mujer como Fionnula?, se preguntó Tess al tiempo que tiraba el periódico a la papelera antes de marcar el teléfono del restaurante. Fionnula era guapa y famosa, podía tener al hombre que quisiera; en ese caso, ¿por qué Gabriel? No podía ser por dinero porque Fionnula tenía en abundancia y, desde luego, no podía ser por el encanto personal de él.

Quizá le gustara el desafío, pensó Tess. Gabriel tenía fama de ser un hombre falto de escrúpulos y nada sentimental. Si Fionnula creía que ese hombre tenía corazón, se iba a llevar una desilusión, pensó Tess cínicamente. Que le aprovechara.

 

 

A las seis, Tess tenía hecho todo lo que Gabriel le había pedido. La mesa en el restaurante estaba reservada y los informes y las cartas en la mesa de su jefe. Sabía que Gabriel estaba esperando a que cometiera un error; pero hasta el momento, ni siquiera había cometido una sola falta de ortografía. Casi le divertía demostrarle que podía seguir el ritmo infernal de trabajo al que él la estaba sometiendo.

Tess se felicitó a sí misma. Gabriel tendría que intensificar el ritmo de trabajo si quería verla derrumbarse.

Envió un mensaje electrónico a Andrew para decirle que no tardaría en recibir un cheque y que esperaba poder enviarle otro a la semana siguiente. Después, mientras pensaba en cómo sacar el tema de la subida de sueldo, el teléfono sonó.

–Hay una mujer que quiere ver al señor Stearne –dijo la recepcionista–. No ha querido darme su nombre, me ha dicho que se trata de un asunto personal.

Tess se miró el reloj. Gabriel no le había dicho que esperaba una visita.

–Dile que suba –contestó Tess conteniendo un suspiro.

Unos minutos más tarde, Gabriel se quedó atónita al ver a una mujer de unos sesenta años empujando un cochecito de niños entrar en el despacho.

Con un esfuerzo por ocultar su sorpresa, Tess se quitó las gafas y se levantó de su asiento con una educada sonrisa.

–¿En qué puedo ayudarla?

La mujer miró a su alrededor.

–Quiero ver a Gabriel Stearne –le dijo la mujer a Tess en tono agresivo.

–Lo siento, pero no está en la oficina. Yo soy su secretaria personal, quizá pueda ayudarla.

–No sé si podrá.

La mujer revolvió en el cochecito y sacó un periódico. Estaba doblado por la página en la que aparecía la foto de Gabriel y Fionnula.

–¿Es este Gabriel Stearne? –preguntó la mujer con cierta vacilación.

–Sí, ese es el señor Stearne.

–No lo había imaginado así –confesó la mujer frunciendo el ceño–. Leanne me dijo que era el hombre más guapo que había visto en su vida. Yo no diría que este hombre es guapo, ¿y usted?

–No, yo tampoco –contestó Tess.

–El amor es ciego.

–¿El amor? –repitió Tess cautelosamente.

–Eso es lo que Leanne dijo. Leanne es mi hija –explicó la mujer, al ver que Tess no parecía salir de su asombro–. Conoció a Gabriel el año pasado en un crucero. Ella es crupier. Él iba en primera clase y mi hija me dijo que era muy divertido.

Tess no llegaba a comprender lo que aquella mujer le estaba diciendo.

–La verdad es que no me lo imaginaba en un lugar así. Leanne me dijo que era un hombre muy despreocupado.

Tess continuó tratando de imaginar a Gabriel en el casino de un crucero y… ¡un hombre despreocupado!

–Bueno, lo siento, pero no va a volver hasta más tarde –dijo Tess–. ¿Quiere que le dé algún mensaje?

–Puede hacer algo mejor que eso –respondió la mujer bruscamente–. Puede darle a su hijo.

Tess perdió la compostura.

–¿Su hijo? –repitió con perplejidad.

–Exacto –la mujer indicó el cochecito–. Se llama Harry.

Tess se quedó mirando el cochecito. ¿Gabriel era padre? Imposible de creer.

–¿Sabe… lo de Harry? –preguntó Tess con toda la delicadeza de la que fue capaz dadas las circunstancias.

–No –respondió la mujer secamente–. Leanne piensa que no es la clase de hombre al que le gustan las ataduras. Cuando Harry nació, tuvo idea de decírselo, pero al final, decidió no hacerlo. Está decidida a criarlo sola. De acuerdo, es cosa suya; pero como yo le dije: ¿qué pasa con el aspecto económico? Leanne iba a buscar trabajo aquí, pero le ofrecieron un contrato en un crucero por seis meses, un contrato de mucho dinero, y no pudo rechazarlo.

Tess estaba cada vez más confusa. No comprendía lo que aquella mujer estaba tratando de decir; pero de una cosa estaba segura: lo último que Gabriel querría en el mundo era llegar a la oficina y encontrarse con un bebé.

–Creo que es cosa de su hija discutir con él el asunto de la paternidad –dijo Tess con firmeza–. El señor Stearne no mezcla su vida privada con el trabajo.

–Leanne no está aquí, por lo que no puede discutir nada con él –observó la mujer–, y esa es precisamente la cuestión. Yo le dije que cuidaría de Harry mientras ella estuviera trabajando en el crucero; sin embargo, hace unos días me enteré de que he ganado un viaje a California en un concurso. ¡Yo! ¡Es la primera vez que gano algo!

La mujer sonrió y continuó:

–Siempre he tenido ganas de ir a Estados Unidos, así que… En fin, el premio del viaje es para ya, no se puede retrasar; ha sido una casualidad que leyera el artículo ese en el periódico. En resumen, no veo por qué voy a tener que perderme unas vacaciones pagadas por cuidar de Harry cuando su padre puede hacerlo perfectamente.

–Bueno, yo no puedo decirle nada sobre eso –dijo Tess alarmada–. El señor Stearne está muy ocupado…

–No tanto como para no poder salir con esa Fionnula Jenkins, ¿no? –observó la abuela de Harry sacudiendo el periódico como prueba–. Si tiene tiempo para eso, también tiene tiempo para cuidar de su hijo. Y, en mi opinión, ya es hora de que acepte sus responsabilidades como padre. ¿Por qué tiene Leanne que criarlo sola? No se quedó embarazada sola, ¿verdad?

–Bueno, no, evidentemente…

–Además, no es que vaya a dejarlo aquí para siempre. El viaje es solo por dos semanas y Harry es un niño muy bueno, no dará problemas.

Tess rodeó el escritorio apresuradamente al darse cuenta de lo que aquella mujer estaba diciendo.

–No estará pensando en dejarlo aquí, ¿verdad?

–¿Por qué no? Por lo que Leanne me dijo, su precioso Gabriel tiene recursos. Estoy segura de que se las arreglará.

–¡No puede abandonarlo!

La mujer alzó la barbilla obstinadamente.

–No lo estoy abandonando, lo estoy dejando con su padre –la abuela se inclinó sobre la cuna para darle un beso a su nieto–. Adiós, cariño, hasta dentro de dos semanas.

La mujer se enderezó y, mirando a Tess, señaló la malla debajo del cochecito.

–Ahí tiene todo lo que necesita para dos días, pero luego tendrá que comprar más leche para el biberón y más pañales.

–¿Pañales? No puede marcharse así –gritó Tess, pero la abuela del niño ya había emprendido el camino hacia los ascensores–. ¡Eh, espere! ¡Espere!

Los gritos despertaron al niño, que empezó a llorar inmediatamente. Distraída con el llanto del bebé, Tess vaciló en el umbral de la puerta. No podía creer que su abuela, al oírlo llorar, no volviera. Sin embargo, cuando salió al pasillo, vio cerrarse la puerta de un ascensor; la mujer había desaparecido.

Tess miró a su alrededor en busca de ayuda, pero el piso entero parecía vacío. Era evidente que los empleados se habían marchado a las cinco y media, lo mismo que debería haber hecho ella.

A sus espaldas, el llanto de Harry se hizo más agudo.

¿Qué iba a hacer?

Volvió al despacho y se alarmó al ver el enrojecido y contorsionado rostro del pequeño. ¿Estaba a punto de sufrir un ataque? Movió el cochecito y, cuando comprobó que eso no estaba dando efecto, lo tomó en sus brazos y lo acunó de la forma que había visto a Bella, su amiga, acunar a su hijo.

–Chist, calla, cielo, tranquilo –le dijo al niño.

Tess miró al reloj que colgaba de la pared, deseando que Gabriel volviera cuanto antes.

Gabriel regresó viente minutos después y fue recibido con un suspiro de alivio.

–¡Gracias a Dios que ha vuelto! –exclamó Tess.

Gabriel se quedó inmóvil al verla. Al salir, había dejado una fría y eficiente secretaria particular; ahora, esa misma persona tenía en sus brazos a un bebé, su blusa estaba llena de lágrimas y varias hebras de cabello se le habían salido del moño.

Gabriel arrugó el ceño.

–¿Qué significa esto? ¿De quién es este niño?

Tess estaba tan descompuesta que no fue capaz de pensar en una forma diplomática de darle la noticia.

–Suyo.

–¿Qué? –gritó Gabriel, y Harry empezó a llorar otra vez.

–¡No grite! ¡Mire lo que ha hecho! –dijo Tess en tono acusatorio–. Acababa de dejar de llorar.

Tess volvió a acunar al niño hasta que los sollozos acabaron.

–Bien, así está mejor –murmuró ella–. Ese hombre ya no va a volver a gritar más, no te asustes.

Gabriel hizo un esfuerzo por controlar su impaciencia.

–¿Tess, te importaría explicarme qué estás haciendo con ese niño? –al momento, Gabriel dejó el portafolios encima del escritorio de ella.

Tess le contó lo que recordaba de la conversación.

–Todo ha sido tan rápido –concluyó ella.

–A ver si he entendido –dijo Gabriel apretando la mandíbula–. De repente, aparece una mujer, te dice que se va de vacaciones y te deja a un niño… ¿y tú le has permitido que se marcharse sin más, sin preguntarle siquiera el nombre?

Dicho así, parecía como si ella no hubiera manejado bien la situación, admitió Tess para sí misma.

–Me ha dicho que usted es el padre de Harry –contestó Tess confusa.

–¿Y tú la has creído?

–Yo no sabía qué creer –respondió ella en tono defensivo–. Por lo que yo sé, puede tener una docena de hijos.

Gabriel le lanzó una mirada furiosa.

–Te aseguro que, no solo no tengo hijos, sino que tampoco he estado en un crucero y, por supuesto, no he seducido a ninguna crupier.

Mordiéndose los labios, Tess miró con gesto preocupado al bebé que tenía en los brazos.

–¿Qué vamos a hacer? –preguntó ella.

–¿«Vamos», los dos? –Gabriel arqueó las cejas de una manera que hizo desear a Tess darle un puñetazo.

–Desde luego, no es mi hijo –respondió ella.

–Tampoco es mío –contestó él con expresión tormentosa–. Eres tú quien se ha responsabilizado del niño, así que arréglatelas tú como puedas.

Tess no tomó bien aquellas palabras. Al principio, se quedó sin saber qué responder. Después…

–¡Espere un momento! –exclamó ella furiosa.

Pero antes de decirle a Gabriel lo que pensaba sobre él, el teléfono empezó a sonar. Involuntariamente, ambos se volvieron para clavar los ojos en el teléfono.

Gabriel lanzó una maldición por la interrupción.

–Será mejor que contestes; podría ser alguien que se va de vacaciones y quiere dejarnos otro niño o un perro. ¡Vamos, contesta, diles que estaremos encantados y, también, si quieren, podemos ir a regarles las plantas!

A Tess le ofendió el sarcasmo.

–¿Cómo me sugiere que conteste? Por si no lo ha notado, en estos momentos tengo ambas manos ocupadas. ¿O quiere que descuelgue el auricular con los dientes?

El teléfono continuó sonando; era imposible ignorarlo.

–Está bien, yo contestaré –dijo Gabriel de mal humor.

Se acercó al escritorio y descolgó el auricular.

–¿Sí? –gruñó Gabriel–. Ah, Greg… sí, sí, me han dado tu mensaje… No, no puedo hacer nada… –súbitamente, a Gabriel le cruzó una idea por la mente–. A propósito, ¿conoces tú a una crupier que se llama Leanne?

Tess no pudo oír la contestación de Greg, pero resultó evidente que no era la contestación que Gabriel había esperado, a juzgar por los cambios en su expresión.

–Espera, voy a colgar. Te llamaré dentro de cinco minutos.

Gabriel colgó y se volvió a Tess.

–Era mi hermano –explicó Gabriel innecesariamente. Durante unos momentos, pareció perdido.

–¿Su hermano? ¿Y qué tiene que ver su hermano con la madre de Harry? –preguntó Tess, que no comprendía el rumbo que estaban tomando los acontecimientos.

–Eso es lo que voy a averiguar –dijo Gabriel con voz tensa.

Gabriel se quitó el abrigo y se dirigió a su despacho.

–¿Y qué se supone que voy a hacer yo entre tanto? –preguntó ella.

–Pues… impedir que el niño llore.

–¡Estupendo, muchas gracias! –murmuró ella mientras Gabriel cerraba la puerta de su despacho.

Tess volvió a mirar al reloj y la sorprendió ver que solo había transcurrido una hora desde que la abuela del niño entrara en la oficina.

Sin saber qué hacer con él, Tess se paseó por la estancia dándole palmaditas a Harry en la espalda, igual que hacía su amiga con su hijo.

Al oír la puerta, Tess se dio media vuelta y vio a Gabriel salir de su despacho con las mangas de la camisa subidas y expresión de consternación.

–¿Y bien? –preguntó ella.

Gabriel se aflojó la corbata.

–Greg estuvo en un crucero por el Caribe el año pasado. Me ha dicho que conoció a una crupier llamada Leanne y que tuvieron una aventura amorosa durante el crucero; pero, típico de mi hermano, no se acuerda de su apellido, por lo que va a ser muy difícil encontrar a la madre de la tal Leanne. Por supuesto, eso no significa que Greg sea el padre de Harry; sin embargo, al menos ahora sabemos por qué esa mujer nos ha dejado a su nieto.

–Pues ella mencionó a Gabriel Stearne –objetó Tess–. No es fácil confundir Gabriel con Greg.

–Greg, de vez en cuando, utiliza mi nombre en vez del suyo. Dice que así consigue mejores mesas en los restaurantes y, en el caso concreto de este crucero, una cabina mejor. Como había empezado a utilizar mi nombre en el viaje, continuó haciéndolo, incluso con Leanne. De todos modos, Greg dice que no tiene importancia ya que no cree que vaya a realizar otra vez un crucero y que es poco probable que Leanne lea las páginas de la sección financiera de los periódicos o que vea mi foto.

–Puede que no sea solo Leanne quien crea que ha tenido una aventura amorosa con usted. Quizá haya chicas por todo el mundo que crean que usted es un hombre increíblemente guapo, un amante extraordinario y una persona divertida.

Gabriel lanzó a Tess una mirada sospechosa. No había confundido el tono burlón de su voz. ¿Por qué no le decía abiertamente que la idea de que alguien lo encontrara divertido o un amante extraordinario le parecía absolutamente ridícula?

–En estos momentos, solo nos debe preocupar Leanne –respondió él secamente.

–¿Y Leanne cree que Greg es el padre de Harry?

–Sí.

–Eso convierte a Harry en su sobrino –declaró Tess deliberadamente.

–Es una posibilidad –admitió Gabriel; evidentemente, no muy feliz.

–¿Cree Greg que es posible que sea él el padre del niño?

Gabriel se sentó en el borde del escritorio de Tess y se frotó la nuca.

–No le he dicho lo de Harry.

Tess lo miró sorprendida.

–¿Que no se lo ha dicho a su hermano? ¿Por qué no?

–Porque, por una vez en su vida, Greg está donde debe estar –respondió Gabriel–. Está en Florida, con mi madre. Su padre, que es mi padrastro, está ingresado en el hospital, van a operarlo a corazón abierto, y mi madre no puede pasar por todo eso sola. No es una mujer muy fuerte, y yo prefiero que mi hermano esté con ella allí a que venga a Londres. Además, él no sabe nada de cómo cuidar a un bebé.

–Al contrario que nosotros –dijo Tess; esta vez, sin molestarse en disimular el tono burlón.

Gabriel decidió ignorar sus palabras y empezó a pasearse por el despacho.

–Es lo único que nos faltaba –murmuró entre dientes–. Tenemos que revisar los costes de nuestra propuesta y también quiero cambiar algunas cosas. No tengo tiempo para ir por todo Londres en busca de una abuela que nos ha dejado a su nieto en la oficina.

–¿Por qué no llama a la policía?

–No puedo arriesgarme a que este incidente aparezca en los periódicos. Si resulta que Greg es el padre y mi madre se enterase, sería terrible para ella. En estos momentos, con la enfermedad de Ray, necesita el apoyo de mi hermano.

Tess decidió dejar a Harry en la cuna; le pesaba. Mientras lo hacía con cuidado, pensó en lo extraño que le resultaba ver a Gabriel Stearne como un devoto hijo. Quizá, en el fondo, fuera humano. Desde luego, la mayoría del tiempo conseguía disimularlo perfectamente.

Por su parte, Gabriel contempló sus opciones. Con las manos en los bolsillos, continuó paseándose.

–Podría contratar a un investigador privado para que busque a la madre del niño –declaró Gabriel mirando el suelo–. No creo que haya muchos crupieres que se llamen Leanne.

–Aunque no puedan encontrar a Leanne, ella tiene que volver del crucero en algún momento –dijo Tess con voz esperanzada–. Pero… ¿qué va a hacer hasta entonces?

–Contratar a una niñera –tras tomar esa decisión, Gabriel empezó a pensar en la propuesta que iban a someter a concurso al día siguiente–. Será mejor que llames inmediatamente a una agencia de niñeras. Di que necesitamos una por una semana, de momento. Con un poco de suerte, lograremos localizar a la madre en ese tiempo.

Dispuesto a no dedicarle ni un minuto más al asunto del niño, Gabriel se volvió para encaminarse a su despacho. Tess lo miró con expresión incrédula.

–Son casi las siete, todas las agencias estarán cerradas a estas horas. Hasta mañana, no voy a poder contratar a nadie.

Exasperado, Gabriel le lanzó una mirada furiosa. Sabía que no era culpa de Tess, pero sus objeciones parecían destinadas a impedirle concentrarse en cosas más importantes.

–En ese caso, ¿qué sugieres que hagamos? –preguntó Gabriel malhumorado.

Tess le dedicó una dulce sonrisa.

–No va a tener más remedio que encargarse usted personalmente del niño.

–¿Yo?

–¡Sí, usted! Harry es su responsabilidad.

–¡Yo no sé nada de niños!

–Es solo por una noche; lo único que tiene que hacer es emplear su sentido común.

Gabriel lo miró con desagrado.

–No puedo encargarme del niño solo, tendrás que ayudarme.

–Lo siento, pero esta noche voy a salir, tengo una cita.

–¿No puede cancelarla? Sé que es mucho pedir, pero necesito ayuda. Yo no podría arreglármelas solo con Harry. Jamás he tenido a un niño en mis brazos.

A Tess la afectó la desesperación que notó en la voz de Gabriel, pero no quería ceder.

–Pídale a algún amigo que lo ayude.

–No conozco a nadie en Londres –contestó Gabriel–. Solo llevo aquí un mes.

–¿En serio? –Tess pensó en el periódico que estaba en la papelera–. Tengo entendido que es amigo de Fionnula Jenkins.

–No la conozco lo suficiente como para pedirle que pase la noche entera cuidando a un bebé conmigo.

–Tampoco me conoce a mí lo suficiente, pero me lo ha pedido.

–Es diferente. Tú trabajas para mí.

–¡Como secretaria particular, no como niñera!

–Me ayudaría particularmente con Harry esta noche.

Tess alzó la barbilla.

–Lo siento, pero…

–Por supuesto, le pagaré un extra por ello –dijo Gabriel interrumpiéndola–. El doble de lo que le pago normalmente.

Fue un golpe mortal. Tess había estado preguntándose cómo iba a conseguir el dinero que Andrew necesitaba y aquella era la respuesta.

¿Podía permitirse el lujo de rechazar la oferta?

–Yo sé lo mismo que usted de niños –dijo Tess.

–Pero no menos. Vamos, Tess, no puede abandonarme con el niño.

Tess estaba a punto de contestarle que sí, pero cometió el error de mirar al bebé. El niño parecía a punto de llorar y ella, instintivamente, se agachó para tomarlo en sus brazos. Harry ya había sido abandonado una vez ese día, no podía darse la vuelta e ignorarlo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

TESS suspiró.

–Está bien, lo ayudaré. Pero no voy a hacerlo yo sola, tenemos que cuidarlo los dos.

–De acuerdo –respondió Gabriel, aliviado en extremo–. Iremos a mi piso. Antes, si quieres, te llevaré a tu casa en el coche para que recojas lo necesario para pasar la noche en mi casa.

Gabriel parecía dispuesto a marcharse ya, pero Tess sintió que todo estaba ocurriendo con demasiada rapidez para su gusto.

–Creo que no nos vendrían mal unos consejos. Ya que ninguno de los dos sabe qué hay que hacer con un niño, me gustaría llamar por teléfono a una amiga mía; ha tenido un hijo hace unos meses. ¿Le parece bien?

–Sí, sí, hazlo –contestó él.

Con horror, Gabriel se encontró al momento con el niño en los brazos mientras ella se acercaba al teléfono para descolgar el auricular. Sabía el número de teléfono de Bella de memoria.

–¿Sí? –contestó la voz de su amiga al otro lado de la línea.

–Hola, Bella, soy yo, Tess.

–¡Tess! –exclamó Bella encantada–. Hacía mucho tiempo que no hablábamos. ¿Qué tal el monstruo de tu jefe?

–Está justo a mi lado –respondió Tess.

No se atrevía a mirarlo. ¿Habría oído a Bella por el teléfono?

Tan escuetamente como pudo, Tess le explicó a su amiga la situación; pero con Bella interrumpiéndola constantemente y haciendo comentarios, le llevó algún tiempo contarle todo.

En cierto momento, se arriesgó a mirar a Gabriel, y este arqueó las cejas burlonamente. Sí, lo había oído.

–Bella, dime qué tenemos que hacer –dijo Tess apresuradamente–. La abuela de Harry ha dicho que tiene lo necesario debajo del cochecito, pero yo no sé qué es qué. Hay muchas cosas, pero no sé para qué sirven.

–Mmmm –Bella se quedó meditabunda unos segundos–. ¿Qué edad tiene el bebé?

Tess cubrió el auricular con la mano aunque, dado que Gabriel había oído ambas partes de la conversación, era algo tarde para mostrarse discreta.

–¿Qué tiempo tiene Harry?

–¿Cómo voy a saberlo?

El «monstruo de su jefe» estaba irritado consigo mismo por la forma como había estado mirando a su secretaria mientras hablaba por teléfono. Iba vestida con un discreto y elegante traje de chaqueta gris y los mismos zapatos negros de siempre; sin embargo, por algún motivo desconocido, parecía diferente. ¿Siempre había tenido esas piernas? En ese caso, ¿cómo no lo había notado antes?

–Un bebé es un bebé, ¿no? –preguntó Gabriel exasperado, mientras esperaba que Tess no hubiera notado la forma como se la había quedado mirando.

–Al parecer, no –respondió ella, reprimiendo una mala contestación. No le estaba resultando fácil prestar atención a lo que decía Bella con su jefe, delante de ella, frunciendo el ceño. Era evidente que el comentario de Bella no le había sentado bien.

Sacudiendo la cabeza para sí misma, Tess volvió a concentrarse en el problema de la edad de Harry.

–¿Le ha dicho su hermano cuándo fue al crucero?

–El verano pasado; creo que ha dicho que fue en agosto –Gabriel, rápidamente, hizo cálculos–. De ser así, Harry debe de tener alrededor de cinco meses.

–Creemos que cinco meses –informó Tess a su amiga por el teléfono.

–Mmmm ¿Y adónde vais a llevar al niño?

–Al piso del señor Stearne.

–¿Sí? ¿Quieres decir que vas a pasar la noche con él?

Hasta ese momento, Tess había preferido no pensar en aquel aspecto de la situación. Por supuesto, Gabriel y ella no iban a pasar la noche juntos en el sentido al que Bella se había referido; no obstante, había algo incómodamente íntimo en pasar la noche juntos en casa de él.

Involuntariamente, miró a Gabriel, que había oído tanto las palabras como la forma en que habían sido entonadas. Él no dijo nada, pero las arrugas de su ceño fueron significativas. Un hombre que salía con mujeres como Fionnula Jenkins no iba a tener problemas en mantener la distancia con ella.

Tess se volvió de espaldas a él y le dijo a su amiga que no fuera tonta.

–Es una cuestión de cuidar al niño hasta que consigamos una niñera mañana. Si pudieras explicarnos qué tenemos que darle de comer…

Llevó algo de tiempo, pero al final Tess obtuvo la información necesaria respecto a cómo esterilizar biberones, a la temperatura a la que tenía que estar la leche, a cómo hacer eructar al niño…

Cuando acabó de anotarlo todo, Tess lanzó una rápida mirada a sus notas y se dio cuenta de que faltaba algo.

–¿Qué hay de lo cambiar pañales?

–¿Cuál es el problema?

–Bueno… ¿cómo sabemos cuándo hay que cambiarle los pañales?

Bella lanzó una carcajada.

–¿Le has olido?

Sin que Tess le dijera nada, Gabriel acercó el rostro a Harry y le olió con cuidado. Arrugó la nariz y su gesto le dijo a Tess lo que necesitaba saber.

–Me parece que vamos a tener que encargarnos de eso ahora mismo. ¿Cómo lo hacemos?

–Tess, no puedo creer que, a los treinta y cuatro años, no hayas cambiado un pañal. Si prestaras más atención a tu ahijada, no tendrías que hacerme estas preguntas –Bella continuó antes de que Tess pudiera contestar–. Y dime: ¿desde cuándo tienes tanta confianza con Gabriel Stearne?

Tess evitó mirar a Gabriel.

–Bella, ¿podrías centrarte en lo de cambiar pañales?

–Está bien, pero tienes que prometerme que me llamarás mañana y me lo contarás todo.

Tess anotó las instrucciones de Bella.

–Gracias, Bella.

–Buena suerte –dijo su amiga–. Y dile a tu jefe que, a pesar de lo que tú digas, encuentro su voz muy sexy.

Tess colgó el teléfono apresuradamente. ¡Iba a estrangular a Bella cuando la viera! Con las mejillas enrojecidas, fingió leer las instrucciones que Bella le había dado.

–No sabía que tuvieras la costumbre de hablar de mí con tus amigas –dijo él lanzando a Tess una fría mirada.

–Y yo no sabía que usted tuviera la costumbre de escuchar las conversaciones ajenas –contestó Tess.

Cansado de la postura en que lo tenía Gabriel, Harry empezó a moverse inquieto. A tiempo, Gabriel recordó que necesitaba la ayuda de Tess y se tragó una mala contestación.

–Bueno, vamos a cambiarle el pañal de una vez –gruñó Gabriel–. Lo haremos juntos, ya que es evidente que no va a ser una tarea agradable.

–De acuerdo.

La presencia de Harry parecía haberlos desinhibido a los dos, y ella se recordó tener cuidado con el fin de no encontrarse sin trabajo al día siguiente.

El dinero extra que iba a ganar aquella noche le vendría muy bien, pero su salario fijo era esencia. Había empezado a buscar otro trabajo desde la llegada de Gabriel a SpaceWorks, pero todos los que había encontrado pagaban menos y, en ese momento, no podía permitirse un salario menor. Mantenerse firme con él era una cosa, provocarlo hasta el punto de hacer que la echara era algo muy distinto. Lo mejor era mantener la boca cerrada y hacer su trabajo.

Gabriel, con el niño en brazos, fue hasta el moderno cuarto de baño privado que había en su despacho. Allí, tras una breve discusión, extendieron una toalla en el mostrador de mármol en el que estaba insertado el lavabo y tumbaron a Harry encima de la toalla.

–Bueno, vamos a quitarle el pañal –dijo Tess tras respirar profundamente.

Al momento, comenzó a desabrochar los botones del traje del niño.

Harry empezó a llorar y a moverse de modo alarmante, y tanto Tess como Gabriel tuvieron que hacer ímprobos esfuerzos para evitar que el niño se cayera al suelo mientras le quitaban el pañal.

Ambos arrugaron la nariz al ver el interior del pañal y, durante un momento, se miraron. Gabriel se encontró con los ojos clavados en los de Tess y le resultó extraño darse cuenta, por primera vez, del bonito color castaño de esos ojos. Normalmente, Tess llevaba gafas cuando trabajaba delante del ordenador. Ahora, mientras contemplaba los ojos de ella, sintió como si le hubiera pasado por el cuerpo una pequeña corriente eléctrica.

Tras hacer un esfuerzo por ignorar esa sensación, Gabriel apretó la mandíbula y se concentró en la tarea del cambio de pañal.

A Tess le pareció increíblemente complicado. No comprendía cómo las madres podían cambiarle los pañales a sus hijos sin ayuda. Gabriel y ella tuvieron que leer las instrucciones de Bella en varias ocasiones para averiguar qué crema y qué artículos necesitaban.

A pesar de que prefería morir antes de admitirlo, Tess se alegró de que Gabriel estuviera allí. Fue un alivio descubrir que él era incluso más escrupuloso que ella. Cuando acabaron de cambiarle el pañal, ambos estaban agotados; no obstante, Gabriel sujetó al niño con firmeza. Distraídamente, Tess se fijó en las manos de Gabriel; eran unas manos grandes y competentes, con uñas muy limpias. No comprendió por qué era tan consciente de ello cuando, accidentalmente, sus manos se rozaban.

Por fin, Harry volvió a estar vestido y más tranquilo. Tess lo tomó en sus brazos y se felicitó a sí misma por lo bien que lo estaba haciendo.

–¡Gracias a Dios que hemos acabado! –exclamó Gabriel mientras echaba a la papelera el pañal sucio.

Harry se negó a que lo dejaran en el cochecito, por lo que se turnaron para llevarlo en brazos mientras recogían y apagaban los ordenadores. Había transcurrido una eternidad hasta que metieron el cochecito en el ascensor. Mientras descendían, Gabriel se acordó de que se había dejado en la oficina unos papeles que iba a necesitar aquella noche. Tuvieron que subir otra vez.

Cuando llegaron al coche, se les presentó el problema de cómo plegar el cochecito del niño, y Gabriel lanzó una maldición mientras movía aquellos artilugios.

–No puede ser tan difícil si todas las madres lo hacen –comentó Tess a destiempo–. No todas son ingenieras.

–¡No, y tampoco tienen a alguien a su lado haciendo estúpidos comentarios! –le espetó Gabriel.

–No la pague conmigo, yo no soy la responsable de esta situación –le contestó ella.

Gabriel pensó que eso era cuestión de opiniones. Si Tess hubiera manejado mejor la situación con la abuela de Harry, no se encontrarían con el problema que tenían entre manos. Se había visto obligado a rogarle a Tess que lo ayudara, a soportar una repugnante sesión con el pañal de un niño y, ahora, se estaba poniendo en ridículo por culpa de un cochecito.

Y, para colmo, iba a pasar el resto de la tarde y la noche en compañía de su secretaria, que había dejado muy claro la poca simpatía que le tenía.

Por fin, Gabriel plegó el cochecito y emprendieron el camino; pero casi inmediatamente, se encontraron en medio de un atasco al sur del Támesis de camino a casa de Tess. Él se sentía cada vez más impaciente, enfadado consigo mismo por sentirse tan consciente de la presencia de Tess a su lado.

Deseó no haber notado los ojos de ella. Deseó no haberse fijado en sus piernas. Deseó no haberla visto en forma diferente; sin embargo, ahora que había empezado a notar esas cosas, le resultaba muy difícil evitarlo.

Irritado, Gabriel movió los hombros. Solo había mirado a Tess a los ojos durante unos segundos. Nada había cambiado. En ese caso, ¿por qué lo distraía tanto?

No tenía tiempo para que su secretaria lo distrajera, se recordó a sí mismo. La adquisición de SpaceWorks había sido una empresa arriesgada y, si no conseguían el contrato con Emery, sería un desastre, tanto profesional como económicamente. Y a él no le gustaba perder. No estaba dispuesto a arriesgar el contrato con Emery por un bebé, y menos porque su secretaria se hubiera quitado las gafas.

Una hora más tarde, cuando llegaron a casa de Tess, Harry se había dormido. Gabriel se quedó con el niño en el coche mientras ella entró a recoger las cosas que necesitaba para pasar la noche en casa de él. Después, volvieron al centro de Londres, donde Gabriel vivía, en un edificio antiguo restaurado cerca del Támesis.

Tess estaba harta de tanto coche y, cuando entraron en el piso de él, se arrepintió de no haber sugerido que pasaran la noche en su casa; quizá no fuera lujosa, pero tenía la ventaja de ser cómoda.

El piso de Gabriel era agresivamente moderno, todo brillante acero, cristal y tejidos de color natural. Desde luego, no era acogedor. El piso entero era un espacio abierto, sin puertas. Tess no pudo imaginar cómo alguien podía vivir ahí.

–Es un piso muy… moderno –dijo ella.

–No te gusta –dijo él en tono acusatorio, dando la impresión de que le importaba la opinión de ella.

–No es eso, lo que pasa es que no tiene… carácter.

–Yo no quiero carácter, sino algo práctico y funcional –respondió él en tono cortante–. Estos pisos se han vendido extraordinariamente bien. Vienen completamente equipados, incluida ropa de cama, toallas, equipo de cocina e, incluso, una selección de vinos. Es ideal para gente profesional sin tiempo para perder comprando cosas como sacacorchos.

Tess no estaba impresionada.

–Creo que no me gustaría no tener tiempo para montar mi casa.

–Una casa es un sitio donde dormir.

Gabriel se acercó a los ventanales para correr las cortinas.

–Me he trasladado hace dos días –dijo él mientras trataba de averiguar cómo cerrar las cortinas–; estaba en un hotel. Pero esto es mucho mejor. Tiene servicio como en un hotel y, como es nuevo, todo funciona.

–Me parece que no todo –comentó Tess observando los frustrados intentos de Gabriel con las cortinas.

Él estaba lanzando maldiciones entre dientes cuando ella se le acercó.

–Deje que lo intente yo.

Para Gabriel irritación, Tess descubrió los controles de alta tecnología que estaban habilidosamente disimulados en un rincón de la pared. Tras apretar un botón, las cortinas se corrieron.

–Muy práctico –comentó ella.

En ese momento, oyeron a Harry quejarse desde la cuna.

–Se está despertando –dijo Tess.

Casi con miedo, ambos se acercaron al cochecito.

–¿Y qué hacemos ahora? –preguntó Gabriel.

Tess sacó las notas con las instrucciones de Bella de su bolso.

–Creo que tenemos que darle el biberón. Antes, por supuesto, tenemos que prepararlo –dijo Tess no con excesiva confianza en sí misma. Se agachó para buscar en la bolsa con las cosas del niño–. Tiene que haber una lata… Ah, debe ser esta.

–¿Estás segura de que sabes lo que estás haciendo? –preguntó Gabriel mientras la seguía a la zona donde se encontraba la cocina.

–No –contestó Tess lanzándole una desafiante mirada–. Pero si sabe taquigrafía, no tengo inconveniente en que lea mis notas.

–No, no, hazlo tú.

Tess leyó las instrucciones de la lata.

–Deme un cazo, por favor.

–Supongo que de eso sí soy capaz –respondió él con dignidad, recordando su fracaso con las cortinas.

Gabriel empezó a abrir armarios de cocina y, al final, encontró el cazo que Tess le había pedido. Ella, inmediatamente, le ordenó que fuera a vigilar a Harry.

La inquietud de Harry aumentó mientras Gabriel merodeaba alrededor del cochecito. Por fin, Harry empezó a llorar y Gabriel lanzó una mirada suplicante a Tess, que medía cuidadosamente leche en polvo.

–¿Aún no está listo el biberón?

–Ahora tengo que calentar la leche –respondió ella–. Tendrá que distraerlo.

–¿Cómo?

–No sé… acúnelo, por ejemplo.

Con un suspiro, Gabriel tomó al niño en brazos apoyándolo contra su hombro y lo agitó ligeramente.

–No se calla –se quejó él cuando el llanto del niño incrementó en volumen.

–No me sorprende –dijo Tess tras lanzarle una rápida mirada–. ¿Así es como le parece que se acuna a un niño?

–¿Qué tiene de malo la forma como lo estoy acunando?

–Nada, excepto que lo debe de estar molestando con tanto subirlo y bajarlo.

–No sabía que fueras una experta –dijo él con una cínica mirada.

Tess decidió no contestar y Gabriel empezó a pasearse con el niño de un modo que, esperó, fuera más apaciguador. No obstante, el niño continuó llorando.

–¿Por qué estás tardando tanto en calentar el biberón? Es solo un poco de leche, ¿no? Cualquiera diría que estás preparando una cena de tres platos.

Tess apretó los dientes.

–Estoy dándome toda la prisa que puedo. Tengo que comprobar la temperatura antes de darle la leche.

Después de mirar sus anotaciones una vez más, Tess agitó el biberón y se echó unas gotas de leche en la mano para ver lo caliente que estaba. Caliente, pero no ardiendo, justo como Bella le había dicho que tenía que estar.

Con alivio, Tess miró a su alrededor en busca de un sitio donde sentarse, pero no era la clase de cocina en la que había una mesas con sillas para sentarse a tomar un café y leer el periódico tranquilamente. Las sillas que había alrededor de una mesa de cristal parecían sumamente incómodas; al final, Tess se inclinó por uno de los sofás color crema.

–Bueno, vamos a ver qué tal se nos da esto.

Gabriel le dio a Harry. Tess fingió no notar el roce de sus manos. Por suerte, Harry sabía más de biberones que ella y, al momento, se puso a chupar con ansia.

Tess y Gabriel, cansados, observaron al bebé. Justo cuando empezaron a relajarse, Harry se atragantó y se manchó de leche. Tess, ya tarde, se acordó del babero.

–¿Qué le ha pasado? –preguntó Gabriel.

–No lo sé –Tess enderezó a Harry y le dio unas palmadas en la espalda. Después, con cuidado, volvió a ofrecerle la tetilla–. No tenía idea de que cuidar a un niño fuera tan difícil.

–Yo tampoco –Gabriel se había quitado la chaqueta y, de pie al lado de la mesa de cristal, se aflojó la corbata con una mano mientras, con la otra, sacaba papeles del portafolios–. Prefiero mil veces el estrés del trabajo.

–No sabía que usted sufriera estrés en el trabajo –dijo Tess, y Gabriel la miró con el ceño fruncido.

–¿Qué quieres decir?

–Que nadie diría que su forma de dirigir una empresa es… tranquila –observó Tess, pensando en las frenéticas semanas de trabajo que habían precedido a la presentación de la propuesta a la empresa Emery–. Da la impresión de que a usted le gusta la presión en el trabajo. Me sorprende que sepa lo que es el estrés.

Gabriel apartó los ojos de ella.

–A ti no parece afectarte.

–Lo soporto, lo que no significa que me gusta.

–No tiene que gustarte –respondió Gabriel–. Lo único que se requiere de ti es que hagas lo que se te paga por hacer, y eso implica que me ayudes con la propuesta de Emery. Una vez que la presentemos, podrás preocuparte todo lo que quieras por el estrés; pero hasta entonces tenemos mucho que hacer.

Gabriel se miró el reloj.

–Aún podemos trabajar un rato esta noche. Quiero cambiar algunas cosas y quiero que tú compruebes las cifras. Va a haber mucha competencia para conseguir este contrato y no podemos permitirnos que la propuesta no sea perfecta.

–¿Quiere que revise las cifras esta noche?

–Le estoy pagando un extra –le recordó Gabriel.

–Sí, pero por ayudarlo con Harry.

–Ya que estás aquí, puedes ayudarme con la propuesta también. No hay televisión y tampoco tengo libros. ¿Qué otra cosa podemos hacer con el resto de la tarde?

El burlón tono de voz de Gabriel hizo que las mejillas de Tess enrojecieran. La mayoría de los hombres y las mujeres encontraban mejores cosas que hacer juntos, pero Gabriel y ella no tenían esa clase de relación.

–Nada, dadas las circunstancias –contestó ella.

–No es imperativo que ayudes –dijo Gabriel con un indiferente encogimiento de hombros–. Si quieres perder tu trabajo, es asunto tuyo.

Tess alzó la cabeza y le lanzó una gélida mirada.

–¿Es una amenaza?

–No, no es una amenaza –la voz de Gabriel fue igualmente fría–, sino una realidad. Necesitamos ese contrato. Si no lo conseguimos, voy a tener que reconsiderar la inversión que he hecho en SpaceWorks. En este último caso, la empresa se vendrá abajo y tú perderás el trabajo. Es así de sencillo. Contraxa es una empresa líder en su campo, y nuestra reputación depende en ofrecer, constantemente, calidad y éxito. No podemos permitirnos el lujo de que se nos asocie con fracasos, ni siquiera en ramas de la empresa de menor importancia.

Tess sabía que lo que Gabriel había dicho era verdad, pero no pudo evitar sentir resentimiento por la forma despectiva con que Gabriel se acababa de referir a la empresa en la que ella había trabajado durante más de diez años. SpaceWorks no era una rama de menor importancia.

–Si SpaceWorks es tan poco importante, no comprendo por qué se ha molestado en adquirir la empresa.

–Porque creo que, para conseguir lo que uno quiere, hay que correr riesgos –contestó Gabriel al tiempo que dejaba los últimos papeles del portafolios encima de la mesa con un golpe seco–. SpaceWorks no es importante todavía, pero tiene muchas posibilidades. Si todo va bien, según mis planes, me ofrecerá el trampolín para introducirme en el resto de Europa. Vivimos en un mercado global, Tess; uno tiene que mantenerse a la cabeza para sobrevivir, no se puede conseguir nada sin riesgos.

–A veces, no arriesgarse es la única opción –Tess lanzó un suave suspiro–. Algunas personas tenemos responsabilidades que no nos permiten correr riesgos.

–Por eso, yo evito las responsabilidades.

Gabriel podía considerarse afortunado, pensó Tess disgustada. A veces, tanto si se quería como si no, uno se encontraba con responsabilidades.

Tess dejó el biberón en el suelo y se puso en pie con Harry en los brazos.

–Bueno, pues aquí tiene una responsabilidad –dijo ella–. Encárguese de su sobrino un rato.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

GABRIEL miró al niño que Tess le tendía.

–¿Qué quieres que haga con él? –preguntó Gabriel, incómodo. Su indiferencia lo abandonó inmediatamente.

–Según Bella, hay que hacerlo eructar. Yo he visto a su marido hacerlo –dijo ella al notar pánico en la expresión de Gabriel–. Es fácil, lo único que tiene que hacer es pasearse con él al tiempo que le da palmadas en la espaldas.

A Gabriel le parecía que ya había paseado a Harry lo suficiente, pero no podía negarse. Con desgana, extendió los brazos y agarró al bebé.

–Ahora, apóyelo contra su hombro y, suavemente, dele palmadas en la espalda.

Gabriel palmeó a Harry.

–¿Así?

–Bueno, Roger canta mientras lo hace –dijo Tess al tiempo que se encaminaba hacia la cocina para lavar el biberón–, pero supongo que eso es opcional.

Disimuladamente, Tess observó a Gabriel que, obedientemente, empezó a pasearse con Harry por el piso. Era sorprendente ver cómo un bebé había erradicado de aquel rostro todo rastro de arrogancia y crueldad.

A veces, la vida era maravillosa, pensó Tess.

Gabriel, en su paseo, se acercó a la cocina.

–Me parece que estoy empezando a manejar bien a Harry –y se arriesgó a tararear una canción para demostrar la confianza que sentía en sí mismo.

En ese momento, Harry vomitó, manchándole la camisa.

–Ha debido de ser porque ha desafinado –comentó Tess.

Gabriel la miró arqueando las cejas.

–Justo lo que necesitaba, una crítica.

Tess encontró un trapo de cocina.

–Debe de ser por eso por lo que Roger siempre se pone un trapo sobre el hombro cuando hace eructar a Rosy –dijo ella mientras mojaba el trapo que había encontrado.

–Me alegra mucho que te hayas acordado ahora –gruñó él.

Ignorándolo, Tess le puso una mano en el brazo.

–Quédese quieto –Tess le limpió la camisa, pero apenas había acabado cuando Harry volvió a vomitar un poco más de leche.

Tess volvió a limpiarlo con vigor. Después, se apartó de él.

–Será mejor que vaya a leer las notas para ver qué tenemos que hacer ahora –comentó Tess.

Tras mirar las notas, ella dijo:

–Se supone que tenemos que darle un baño, pero… ¿no deberíamos haberlo hecho antes de darle el biberón?

Acabaron por decidir que a Harry no le haría daño pasar una noche sin baño. La niñera podría bañarlo al día siguiente; aquella noche ellos ya tenían bastante con cambiarle otra vez el pañal y la ropa.

–Vamos a ponerlo aquí –Gabriel encendió una lámpara al lado de la enorme cama que había junto a una pared al fondo del piso. A un lado, una cristalera ofrecía una vista espectacular de la ciudad mientras que una línea de armarios ofrecía aislamiento respecto al resto del piso.

Tess miró a su alrededor y fue entonces cuando vio un cuarto de baño. Al menos, el baño tenía puerta. Esa puerta y la de la entrada parecían ser las únicas en todo el piso.

–¿Es este su dormitorio?

–Sí –ahora que sabía cómo funcionaba, Gabriel fue a correr las cortinas. Pero algo en el silencio de Tess lo hizo volverse–. Sin embargo, esta noche no. No tienes por qué preocuparte, tendrás la cama para ti sola. Yo dormiré en el sofá.

Tess se ruborizó ligeramente.

–No estaba preocupada –respondió ella alzando ligeramente la barbilla–. Solo estaba pensando que no va a ser muy cómodo para usted dormir en un sofá.

Los sofás eran enormes, pero Gabriel pasaba del metro ochenta y ella no podía imaginarlo durmiendo en un sofá.

Gabriel encogió los hombros.

–No es problema.

–No me importa dormir en un sofá –dijo ella–. Soy bastante más baja que usted.

Gabriel, que había estado abriendo y cerrando puertas en los armarios, se detuvo y volvió la cabeza para mirarla.

–Soy perfectamente consciente de que tienes una opinión muy pobre de mí, Tess –declaró él con cierta aspereza–. De todos modos, no sabía que llegara a estos extremos. ¿En serio piensas que voy a dejarte dormir en un sofá mientras yo paso la noche cómodamente en la cama?

Tess se mordió los labios mientras él volvió a rebuscar en los armarios. Cierto que a ella la habría extrañado que Gabriel hubiera aceptado su oferta, pero él no tenía por qué hacerla sentirse ridícula por haberlo sugerido.

–¿Qué es lo que está buscando? –preguntó Tess.

–Sábanas limpias –respondió Gabriel. No consigo encontrar nada. Me parece que cambiar la cama entra dentro del servicio de estos pisos, pero supongo que cambian la cama cada dos días.

–No tiene importancia –dijo ella, tratando de no pensar en acostarse en la cama de él, entre sus sábanas.

–Las sábanas están bastante limpias –dijo Gabriel–. Solo he pasado una noche aquí.

¿Dónde había pasado la otra noche?, se preguntó Tess involuntariamente. Gabriel había dicho que se había trasladado al piso hacía dos días. Entonces, se acordó de Fionnula Jenkins. Sin duda con ella, y no en su sofá.

–En serio, no importa –insistió Tess al tiempo que acunaba a Harry.

Desde luego, no estaba dispuesta a dejar que Gabriel le notara el efecto que estaba teniendo en ella la idea de pasar la noche en su cama.

A Harry no le gustó la idea de que lo dejaran solo en una habitación extraña y lo expuso muy claramente. Cada vez que Tess y Gabriel empezaban a alejarse de él, el niño se echaba a llorar. Empezaron a preguntarse si iban a tener que pasar la noche alrededor del cochecito cuando el sueño se apoderó de él, a pesar de la lucha que estaba manteniendo consigo mismo por mantener los ojos abiertos.

Conteniendo la respiración, lo vieron quedarse dormido. Tess asintió cuando Gabriel hizo el signo de la victoria con los dedos.

Juntos, salieron de puntillas de aquella zona del piso.

–¡Qué día! –exclamó Gabriel en voz baja mientras se pasaba una mano por los cabellos.

Tess se dejó caer en uno de los sofás.

–Sí, estoy totalmente de acuerdo –Tess lanzó un suspiro–. No sé cómo los padres tienen humor para hacer esto todas las noches.

–¡Ni yo! –exclamó él mientras se tumbaba en el sofá opuesto al que ocupaba Tess–. Lo único que sé es que, si alguna vez se me había pasado por la cabeza tener hijos, jamás se me volverá a ocurrir semejante locura.

Tess se quitó los zapatos y se preguntó si, luego, no se vería mal que se quitara las medias. Sin pensar, se quitó el pasador que le recogía el cabello, se lo dejó suelto, y contuvo un bostezo.

–Me parece que nunca cambiaré mi profesión por la de niñera –dijo ella, contenta de que Gabriel pareciese tan cansado como ella se sentía.

–Me alegra oír… –Gabriel se interrumpió cuando, al abrir los ojos, vio a Tess acurrucada en el sofá, masajeándose los pies, con esa espesa melena castaña cayéndole por los hombros.

Gabriel parpadeó, perplejo por la transformación. ¿Cómo había aparecido de repente todo ese cabello? La hacía parecer una mujer completamente diferente, en absoluto fría y distante, sino sensual y cálida.

¿Sensual? ¿Tess?

La idea lo hizo incorporarse bruscamente en el sofá.

Sorprendida por la rapidez con que Gabriel había cambiado de postura, Tess se echó hacia atrás el pelo y lo miró con cierta preocupación.

–¿Qué le pasa?

Gabriel abrió la boca, pero la cerró de nuevo.

–¿Te apetece beber algo? –preguntó él poniéndose en pie súbitamente con la esperanza de que Tess no le hubiera notado la ronquera en la voz–. No sé tú, pero yo necesito una copa esta noche.

Escapando a la cocina, Gabriel tardó más de lo necesario en abrir una botella de vino. Ver a Tess acurrucada en el sofá con el cabello suelto y esas bonitas piernas lo había tomado por sorpresa. Hasta ahora, no se había dado cuenta de que pudiera estar tan guapa y, en ese momento, necesitaba unos minutos para acostumbrarse a la idea.

Había recuperado la compostura cuando volvió a los sofás con una botella de vino y dos copas.

–No tengo nada de comida en casa; así que si te parece bien, pediré que nos traigan una pizza.

–¿Una pizza?

Gabriel alzó las cejas y luego sirvió el vino.

–¿Qué pasa? ¿No te gusta la pizza?

–Sí, me gusta –contestó Tess–. Lo que ocurre es que lo asociaba con elegantes restaurantes… como Cupiditas…

Tess se interrumpió cuando vio a Gabriel lanzar una maldición y darse una palmada en la frente.

–¿Qué pasa? ¿Qué he dicho?

–Acabas de recordarme que tengo una cita para cenar en Cupiditas esta noche.

–Creía que la había cancelado –dijo Tess.

Ella, al pasarse por su casa para recoger lo necesario con el fin de pasar la noche en casa de Gabriel, había aprovechado para cancelar la cita que tenía con sus amigos, y había supuesto que Gabriel había hecho lo mismo mientras la esperaba en el coche.

–No, no me he acordado –dijo Gabriel al tiempo que se ponía en pie para ir a la cocina, donde había dejado su teléfono móvil–. Será mejor que llame a Fionnula ahora mismo.

Recostándose en el sofá, Tess bebió vino y se preguntó qué clase de relación tenía Gabriel con Fionnula Jenkins. No podía ser tan íntima si a Gabriel se le había olvidado llamarla.

Pudo oír el murmullo de la voz de Gabriel desde la cocina. No parecía la clase de persona a la que le gustaba disculparse y, por lo que podía oír de la conversación, Fionnula no lo estaba tomando muy bien. Tess supuso que la hermosa pelirroja no estaba acostumbrada a que la dejaran plantada.

La expresión de Gabriel parecía sombría cuando regresó de la cocina al cabo de unos minutos. Fionnula se había puesto furiosa al enterarse de que él la dejaba por un bebé, y atónita cuando Gabriel le dijo que debía responsabilizarse de Harry en nombre de su hermano.

–¿Se da cuenta de que todo el mundo va a pensar que es hijo suyo? –comentó Tess.