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Si estás leyendo estas palabras es porque en algún rincón de tu alma también late una ausencia. Este libro está escrito para vos, para que no te sientas solo, para que sepas que, aunque el dolor parezca infinito, el amor siempre encuentra nuevas formas de abrazarnos. Un solo corazón es la historia de Matilda, de nuestra historia, pero también puede ser la tuya, porque el amor verdadero no muere: se transforma, se expande, se vuelve eterno en cada latido que sigue sonando en nuestro pecho. Gracias por abrir tu corazón a estas páginas. Ojalá encuentres en ellas un pequeño refugio, una luz, un abrazo.
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Seitenzahl: 58
Veröffentlichungsjahr: 2025
YAMILA DITTLER
Dittler, Yamila Un solo corazón / Yamila Dittler. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6415-3
1. Autoayuda. I. Título. CDD 158.1
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Prólogo
Capítulo 1 - El milagro de Matilda
Capítulo 2 - Un alma vieja
Capítulo 3 - Un solo corazón
Capítulo 4 - Ver el mundo a través de sus ojos
Capítulo 5 - El día que todo cambió
Capítulo 6 - La palabra innombrable
Capítulo 7 - Ver con los ojos del alma
Capítulo 8 - El regalo de la conexión eterna
Capítulo 9 - El cierre de un ciclo sagrado
Capítulo 10 - El día que el cielo ganó una estrella
Capítulo 11 - La presencia de tu ausencia
Capítulo 12 - Cuando quise irme con vos
Capítulo 13 - Reinventarse en la vida cotidiana
Capítulo 14 - 365 días para poder decirlo
Capítulo 15 - Dos años para volver a mirarte
Capítulo 16 - Volver a vivir de la mano de su recuerdo
Capítulo 17 - Acompañando a otros corazones rotos
Capítulo 18 - Donde el amor no tiene final
Capítulo 19 - Trascender en su nombre
Capítulo 20 - El eco de su amor
Capítulo 21 - El dolor que nos transforma
Capítulo 22 - Un puente de luz
Epílogo
Agradecimientos
A Matilda, mi hija, mi amor eterno.
Gracias por enseñarme la profundidad del amor y la fuerza de lo invisible.
Este libro nace de vos, y siempre vuelve a vos.
Este libro no fue planeado.
Nació del dolor más profundo y del amor más incondicional que existe: el de una madre hacia su hija.
Durante mucho tiempo creí que no podría compartir esta historia. Era demasiado sagrada, demasiado dolorosa. Sin embargo, entendí que, en cada palabra guardada, había también una posibilidad de alivio para otros corazones rotos como el mío.
Un solo corazón no es solo mi historia, ni solo la historia de Matilda. Es la historia de cómo el amor puede trascender incluso la muerte; de cómo el duelo, aunque nunca desaparece, puede transformarse en un puente hacia una vida nueva, distinta, pero igualmente valiosa; de cómo, en medio de la oscuridad, hay pequeñas luces que siguen encendiéndose cada día.
Este libro es para quienes alguna vez perdieron a alguien que aman, para quienes aún caminan con el dolor a cuestas, para quienes buscan una manera de seguir respirando, amando y viviendo.
Aquí encontrarás una historia verdadera, con cicatrices y sonrisas, con despedidas y reencuentros invisibles. No prometo respuestas mágicas, pero sí prometo acompañarte desde la verdad de mi corazón, porque sé que, a pesar de todo, el amor nunca muere, sino que se transforma, se vuelve eterno.
Gracias por estar aquí. Gracias por permitirte sentir.
Desde el momento en que empecé a soñar con ser mamá, sentía que Matilda ya estaba en camino. Era algo que no puedo explicar con palabras, simplemente lo sabía. Había hecho un vision board en el que, entre tantos deseos, había escrito muchas veces la palabra “mamá”, y, cada vez que la veía allí, algo en mí se encendía.
Un día tuve un sueño muy especial.
Soñé que una nena me decía “mamá”. Cuando me desperté, supe que estaba embarazada. No necesitaba que un médico me lo confirmara. Mi cuerpo, mi corazón, todo en mí lo sabía. Era una certeza tan profunda que me llenaba de alegría y de calma al mismo tiempo.
El día de la primera ecografía fue mágico. Apenas escuchamos el latido de su corazón, el tiempo pareció detenerse. Era como si el universo entero estuviera conteniendo el aliento junto a nosotros. Al salir, su papá, con los ojos llenos de lágrimas, me levantó en brazos y me dijo: “Este es el día más feliz de mi vida”. Yo también estaba tan feliz que no podía dejar de sonreír.
Decidimos no saber el sexo del bebé. Queríamos esperar, dejarnos sorprender. Aunque, en el fondo, yo ya lo sabía: era Matilda. Siempre fue Matilda. Su nombre y su presencia estaban en mi corazón desde mucho antes de verla.
Durante el embarazo, le escribía cartas todos los días. Le agradecía cada emoción nueva que despertaba en mí. Le contaba cómo era la vida, cómo la esperábamos, cómo la amábamos sin haberla visto aún.
No sabía entonces que estaba viviendo una historia de amor que, aunque breve, sería tan inmensa que seguiría llenándome mucho después de su partida.
Cuando llegó el día del parto, todo fue un torbellino. Desde la primera contracción hasta tenerla en mis brazos pasaron apenas 45 minutos. Todo sucedió tan rápido que casi no tuve tiempo de entenderlo. Solo podía pensar: “Ya está acá. Ya está conmigo”.
Cuando nos dieron el alta y volvimos a casa, ocurrió algo mágico. Al entrar en la habitación que habíamos preparado para Matilda, vimos que el techo estaba cubierto de vaquitas de San Antonio. Eran cientos, tal vez miles, posadas sobre el techo blanco como pequeñas bendiciones. No sabíamos cómo habían llegado hasta allí. Era algo tan surrealista, tan perfecto, que solo podía interpretarlo como un regalo del universo, como una señal silenciosa de que su llegada era, en sí misma, un milagro.
Matilda llegó así, envuelta en señales de amor, como si desde el primer instante su vida estuviera destinada a ser inolvidable.
Desde muy chiquita, Matilda tenía algo que era difícil poner en palabras. No era solo su personalidad fuerte ni su ternura infinita. Era algo más profundo, como si dentro de ella habitara un alma vieja, una sabiduría silenciosa, una manera de mirar y de sentir el mundo que iba mucho más allá de su edad.
Siempre fue muy empática. No había persona que se le acercara sin recibir una sonrisa, una caricia o esa mirada suya que parecía decir: “Te veo”. No tuvimos que enseñarle a ser cariñosa; le nacía sola, como si hubiera venido a este mundo sabiendo que lo más importante que uno puede dar es amor.
Una tarde, volviendo del mercado, Matilda venía feliz, abrazando con sus manitos su postre favorito, ese que elegía siempre con tanta emoción. Al salir, en la puerta, había una señora sentada en el suelo con su hijito –un nene más o menos de la edad de Matilda–, pidiendo ayuda. Yo me acerqué, revolví en la cartera y les di algo de dinero. Y, sin que nadie le dijera nada, Matilda, con esa inocencia tan pura y ese corazón tan grande, caminó hacia ellos y le regaló su postre al nene.
Ese día entendí que ella veía el mundo de una forma distinta.