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Perry Goodman, un soltero muy sexy, era capaz de enfrentarse a cualquier situación... hasta que Kristin Cole, escritora de novelas románticas, lo compró en una subasta benéfica para "inspirarse". Ella pasaba por un bache de creatividad en su profesión. Él se encontraba ante una mujer a la que deseaba desesperadamente. Mientras la química que había surguido entre ellos amenazaba con volverse explosiva, Kristin fue recuperando la inspiración. Lo único que le quedaba por hacer era convencer a Perry de que se convirtiera en el protagonista de su vida.
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Seitenzahl: 239
Veröffentlichungsjahr: 2019
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Gina Wilkins
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un soltero irresistible, n.º 273 - enero 2019
Título original: It Takes a Hero
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-1307-708-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Perry Goodman se hallaba entre bastidores, en el escefnario del lujoso Waldorf Astoria, deseando encontrarse en otro sitio. En cualquier otro sitio. Tiró del cuello de su esmoquin para aliviar la sensación de ahogo. En su trabajo como estratega político solía vestir esmoquin a menudo, y no le molestaba tener que hacerlo. Pero esa noche en concreto habría preferido llevar su vieja camiseta de los Denver Broncos y unos vaqueros.
Normalmente disfrutaba trabajando en salas abarrotadas de gente, siendo el centro de atención mientras hablaba de los candidatos políticos a los que representaba y de sus programas. Por eso había elegido una profesión que debía ejercerse tras la escena política; porque le gustaba relacionarse con la gente y porque se preocupaba de verdad por los asuntos prioritarios de su partido político. Pero esa tarde en particular habría preferido estar sentado en su sofá frente al televisor. Solo.
Miró por el borde del telón al pobre infeliz que se hallaba al final de una pasarela parecida a las que se utilizaban en los desfiles de moda y en los concursos de belleza.
El fastuoso salón estaba abarrotado de gente, la mayoría mujeres, y todas las miradas estaban posadas en el hombre que se ofrecía en aquellos momentos en la subasta caritativa de solteros promocionada por Heart Books. La última oferta por él había sido de cinco mil dólares.
La entrada valía dos mil quinientos dólares por persona, lo que sumado al dinero que se obtuviera en la subasta supondría una bonita suma para los grupos de alfabetización en beneficio de los cuales se celebraba esta. Recordar ese importante detalle dio ánimos a Perry para alzar la barbilla y decirse que podía superar aquello, y que podía hacerlo con estilo. Él nunca habría decidido por su cuenta desfilar por aquella pasarela ofreciéndose a la mejor postora para pasar con ella un fin de semana, pero, a fin de cuentas, era por una buena causa.
Además, los malditos Broncos habían perdido un partido en el que Perry había hecho una apuesta con un viejo amigo que, casualmente, trabajaba en el departamento de publicidad de Heart Books. Y Perry jamás se había echado atrás en una apuesta.
Se dijo que incluso podía pasarlo bien durante el fin de semana con su compradora, cosa que supondría un agradable cambio respecto a las insulsas tardes que había pasado desde que se rompió su compromiso, un año atrás. Aunque, probablemente, la mujer que se lo llevara sería una ávida aficionada a las novelas románticas, esperaba que no fuera demasiado fantasiosa.
Él nunca había leído una novela romántica, y no sentía el más mínimo interés por hacerlo, pues las consideraba cosa de mujeres. Pero también sabía cuándo guardarse sus opiniones para sí mismo.
En beneficio de la subasta, y por su propia reputación, simularía estar interesado en aquella literatura y en sus aficionadas… al menos, en una aficionada en particular. En la que lo «comprara» para el fin de semana.
Tal vez fue el champán lo que hizo que Kristin Cole ofreciera varios miles de dólares por pasar un fin de semana con un atractivo desconocido. Normalmente no se permitía más que unos sorbos, pero sus animadas compañeras de mesa no dejaban de llenarle la copa y de brindar por los solteros que desfilaban por la pasarela. Pronto y con la encantada aprobación de su madre y de Sophie, que estaba sentada a su lado, Kristin se encontró riendo y disfrutando de la fiesta.
Había llegado a la subasta sin la más mínima intención de implicarse en ella. Estaba allí porque, como autora de una docena de novelas románticas, quería implicarse en el plan de su editora para obtener fondos para la alfabetización, una causa que ella apoyaba de todo corazón. Y también porque le había parecido divertida la idea de pasar una tarde con su editora y algunas de sus amigas escritoras, así como con su madre, que se había enterado del acontecimiento y había decidido de inmediato asistir.
Kristin también era consciente de que aquella función suponía una excusa muy conveniente para evitar enfrentarse al ordenador durante unos días. Hizo una mueca al pensar en la pantalla vacía de su ordenador esperándola en casa. Hacía algún tiempo que pensaba que ese vacío era un reflejo muy simbólico de su carencia de ideas. Y, según se acercaba la fecha límite para cumplir con su último contrato, la desesperación aumentaba.
—¿Qué sucede, Kristin? —preguntó Sophie Cole, mal interpretando el ceño fruncido de su hija—. ¿No te gusta ese guapísimo agente de bolsa?
Esforzándose por apartar de su mente el problema que la agobiaba hacía unos meses, Kristin miró al escenario, sonrió y negó con la cabeza.
—Es muy atractivo, pero prefiero a los hombres morenos.
Sophie hizo una mueca.
—Querida, la última cosa en la que una se fijaría respecto a ese monumento de hombre sería en el color de su pelo. Mira esos hombros. Y ese bonito y prieto…
—Mamá —Kristin giró los ojos con expresión exasperada mientras las otras cuatro mujeres que se hallaban en la mesa rompían a reír—. Trata de no avergonzarme por completo, ¿de acuerdo?
Sophie se limitó a sonreír y a dar un sorbo al champán, sin apartar la mirada del último soltero. Sophie Cole tenía cincuenta y cuatro años, pero podría haber pasado por una mujer diez años más joven. Llevaba su brillante pelo rojo artísticamente revuelto, y mantenía una estupenda figura basada en el ejercicio y la actividad constante. Debido a su fidelidad casi religiosa a las cremas hidratantes y a los protectores solares, apenas había arrugas en torno a sus ojos y boca, y las que había procedían de sus rápidas y contagiosas sonrisas. Viuda desde hacía veinte años, era una mujer divertida, impulsiva e impredecible. Y Kristin la adoraba a pesar de sus diferencias.
Para desesperación de Kristin y diversión de sus compañeras de mesa, Sophie se había ofrecido a «comprar un hombre» para el trigésimo cumpleaños de su hija. Kristin se había limitado a lanzarle una mirada iracunda y a decirle que lo olvidara. Tras su último desastre romántico, no sentía ningún interés especial por salir con nadie, y menos aún con un desconocido.
El agente de bolsa rubio fue adquirido por una escritora con la que Kristin se había visto en algunas ocasiones. Todo el mundo la ovacionó mientras alzaba un puño triunfante en el aire.
—¿No es divertido? —preguntó Joyce Milholen, la editora de Kristin, que se hallaba sentada a la izquierda de esta. Felizmente casada, Joyce no estaba pujando en la subasta, pero parecía estar pasándolo en grande—. No puedo creer la cantidad de dinero que se está gastando esta noche. La recaudación va a ser un éxito.
Kristin sonrió y asintió.
—Eso parece, desde luego.
—Tu madre parece estar pasándolo muy bien.
Kristin miró a su derecha y vio que su madre hablaba animadamente con otra escritora y una mujer que trabajaba en el departamento de ventas.
—Mi madre siempre lo pasa bien.
—¿Y tú? ¿Estás disfrutando de la tarde? —Joyce observó atentamente a Kristin mientras hablaba, y esta se preguntó si estaría al tanto de la situación de estrés por la que estaba pasando.
Kristin respondió con un desenfado que esperó resultara convincente.
—Oh, lo estoy pasando muy bien.
Alguien reclamó en ese momento la atención de Joyce, y Kristin casi suspiró de alivio. No había hablado con nadie de su reciente dificultad para escribir, ni siquiera con su madre. Temía que si expresaba en voz alta su problema solo conseguiría que se volviera más real. Además, la mera idea de pronunciar las palabras «bloqueo mental» le producía terror.
—¿Por qué no echas un vistazo a este? —Sophie suspiró cuando el siguiente soltero comenzó a avanzar por la pasarela.
Kristin miró una de las pantallas en que aparecía en primer plano. De cerca de cincuenta años, tenía la piel morena, los ojos de color azul claro y el pelo negro y algo plateado en torno a un rostro de facciones atractivamente duras. El maestro de ceremonias, cuyos animados comentarios habían hecho reír a menudo a la audiencia, lo presentó como Jack Burnett, piloto de aerolínea. La cita con él incluía un salto en paracaídas y un baile de salón.
—Ese sí que es un auténtico héroe romántico… una gran cita —dijo Joyce, y suspiró—. Si estuviera en tu lugar, Kristin, pujaría por él.
Kristin estaba a punto de recordar a su editora que no tenía intención de pujar por nadie cuando su madre la interrumpió.
—Lo siento, cariño, pero este es mío —dijo, y a continuación alzó la mano para hacer una puja inicial de mil dólares.
Kristin se quedó boquiabierta.
—¡Mamá! ¿Se puede saber qué haces?
Otra mujer elevó la oferta a mil quinientos dólares. Sophie subió de inmediato a dos mil y luego contestó a la pregunta de su hija.
—¿A ti qué te parece? Voy a comprar una cita con ese hombre de aspecto delicioso.
—¿Una cita que incluye saltar de un avión? ¿Has perdido la cabeza?
—Es algo que siempre he querido intentar —Sophie volvió a subir la nueva oferta de la otra mujer.
Finalmente, para regocijo de las compañeras de Kristin y bochorno de esta, su madre acabó llevándose al piloto por cinco mil dólares.
—No puedo creer que lo hayas hecho —murmuró Kristin.
—Oh, vamos, Kristin, anímate —Sophie rellenó la copa de champán de su hija y la suya—. Brindemos por mi éxito, ¿de acuerdo?
Dos solteros y varios brindis después, Kristin renunció a tratar de mantener el sentido común. Las ofertas por el resto de los solteros fueron rápidas y frenéticas, y pronto se encontró animando a las participantes con tanto entusiasmo como el resto de los asistentes. Ya que la fiesta se debía a una buena causa y además le había ayudado a salir de su rutina, ¿por qué no disfrutar de ella al máximo? Y tal vez, se dijo con un ligero toque de desesperación, volvería a casa con una idea brillante para su libro.
—Y ahora, señoras, permitan que les presente a Perry Goodman —anunció el maestro de ceremonias tras una introducción a la que Kristin apenas había prestado atención. Creía haber oído algo referente al mundo de la política y a una cita que incluía la asistencia a una de las galas para recaudar fondos más exclusiva de la temporada.
El ruidoso aplauso que dio la bienvenida al nuevo soltero sorprendió a Kristin. Tal vez no fuera un político. Debía tratarse de un actor o de algún atleta conocido que simplemente planeaba asistir a la gala con su cita. En muy pocas ocasiones había escuchado unos aplausos tan animados dedicados a un político. Lamentó no haber escuchado más atentamente la presentación. Se inclinó hacia Joyce y preguntó:
—¿Quién es ese tipo?
Joyce pareció sorprendida por su pregunta.
—¿No has oído hablar de Perry Goodman?
Kristin frunció el ceño mientras trataba de concentrarse. El nombre le resultaba familiar, pero no lograba ubicarlo.
—Creo que no.
—¿No estás al tanto de lo que sucede en política?
Kristin negó con la cabeza.
—La política me aburre —admitió—. Todo en ella resulta tan falso y pretencioso…
—Seguro que has oído hablar de Perry Goodman —dijo Sophie—. Sale en televisión todo el rato. El pasado domingo participó en el programa Meet the Press.
—Supongo que estaría viendo alguna película clásica en el canal de cine —replicó Kristin con un encogimiento de hombros—. Ya sabes que no me interesa la política, mamá. ¿Se presenta Perry Goodman a algo?
—Él no se presenta a nada. Es un estratega político. Es el cerebro que hay tras las campañas de los políticos que lo contratan.
—Oh —Kristin se movió en la silla para poder ver mejor al hombre que era en aquellos momentos el centro de atención de todas las miradas. Sintió que los ojos se le abrían de par en par.
—¡Oh, cielo santo!
Sophie rio junto con sus compañeras de mesa ante la estupefacta expresión de Kristin.
—Vaya, esto resulta alentador. Después de todo, mi hija no es totalmente inmune a los encantos de un joven guapo.
«Estupefacción» era la palabra exacta para describir la reacción de Kristin mientras miraba el primer plano de Perry Goodman en la pantalla más cercana. Pero la palabra «guapo» era deplorablemente inadecuada para describir al hombre. Era… maravilloso, decidió, y sintió que se ruborizaba. Su pelo, moreno y ondulado, solo podía haber sido peinado por un experto. Los ojos, rodeados de pestañas oscuras y tupidas, eran de color avellana brillante. Sus rasgos eran clásicos, definidos. Su sonrisa, muy sexy, revelaba una blanca hilera de dientes… y un par de hoyuelos increíblemente atractivos.
Kristin pensó de repente que se parecía mucho al héroe del libro que llevaba tratando de escribir varios meses. No podría haberlo descrito mejor si hubiera estado mirando su fotografía cuando creó al héroe, Nick O´Donnell.
—Si no estuviera casada, yo misma pujaría por él —murmuró Joyce.
—¿Seguro que no quieres que te lo compre para tu cumpleaños, cariño? —preguntó Sophie, con expresión de necesitar tan solo un pequeño empujón para abrir la subasta.
—Olvídalo, mamá —replicó Kristin, aunque su tono careció de la firmeza anterior.
Le resultaba imposible apartar la mirada de él. Aquel pelo. Aquellos hoyuelos. Aquella actitud confiada y ligeramente chula. ¿Habría visto alguna vez a aquel hombre en la televisión y lo habría convertido inconscientemente en un héroe romántico?
La puja comenzó por mil dólares. En menos de un minuto había subido a cinco mil.
—Alguna mujer afortunada va a pasar un fin de semana espectacular —murmuró Sophie—. Tal vez debería comprarlo para mí misma. Así tendría dos magníficas citas seguidas.
Como si a su madre le faltaran citas, pensó Kristin irónicamente. El calendario social de su madre hacía que el suyo resultara claramente aburrido. Probablemente debido a que lo era, pensó. Desde su dolorosa ruptura con Jim Hooper, no se había arriesgado a salir con ningún otro hombre. Había asegurado a su madre repetidamente que no iba a permitir que un error arruinara su vida para siempre, pero no había sido fácil recuperarse de una relación que le había hecho dudar de su habilidad para reconocer a un buen hombre cuando lo veía.
Alguien ofreció cinco mil quinientos dólares por la cita con Perry Goodman. De inmediato, otra mujer subió a seis mil. La multitud pidió más. En la pasarela, y en las pantallas gigantes de televisión, la sonrisa de Perry adquirió un matiz de diversión que, en opinión de Kristin, hizo que pareciera aún más atractivo.
Mientras observaba la pantalla tuvo la inquietante sensación de que la miraba directamente a ella, animándola a pujar por él, tentándola…
Pensó en toda la angustia que había pasado mientras trataba de insuflar algo de vida a aquella historia. La frustración se había ido transformando en pánico ante la perspectiva de tener que desarrollar otra idea para cumplir con su contrato antes de la fecha límite. Había habido momentos en los que había temido no volver a ser capaz de escribir. El hecho de saber que numerosos escritores se enfrentaban a menudo con aquellos mismos temores no le había servido de consuelo.
Se preguntó si pasar un fin de semana con un hombre que podría haber salido directamente de las páginas de su novela le serviría de inspiración para terminarla.
Sintió que alzaba la mano, aunque no recordaba haber tomado la decisión de pujar en la subasta.
—¡Muy bien, Kristin! —exclamó alguien en la mesa. Sophie aplaudió frenéticamente. Kristin mantuvo la mirada fija en la pantalla y alzó la mano de nuevo cuando alguien ofreció quinientos dólares más.
Hacer aquello no era una completa locura, se dijo, tratando de racionalizar su comportamiento. Si existía la más mínima oportunidad de salvar su carrera obteniendo inspiración de un héroe de la vida real, sería una estupidez no aprovecharla. No solo estaría haciendo una donación por una causa que merecía la pena, sino que además se estaría ayudando a sí misma en el proceso. De manera que lo que estaba haciendo tenía mucho sentido.
—¡Vendido por diez mil dólares! —anunció el maestro de ceremonias unos minutos después.
Kristin sintió que se hundía en el asiento como si los huesos se le hubieran vuelto de gelatina. Se preguntó qué la habría poseído mientras veía que su madre lanzaba un beso alborozado al hombre de la pasarela.
¡Acababa de pagar diez mil dólares por pasar un fin de semana con un desconocido!
Debía estar más desesperada respecto a su libro de lo que creía. Después de todo, ¿cuántos escritores se veían obligados a comprar un «héroe»?
Kristin organizó las cosas para quedarse en Nueva York entre el día de la subasta y el jueves por la tarde, día en que comenzaba la cita que había «comprado». Se reunió en varias ocasiones con su agente y su editora y les aseguró que su libro seguía adelante sin problemas y que podría entregárselo a tiempo de cumplir con la fecha del contrato. Sophie se quedó en Nueva York hasta dos días después de la subasta, y ella y Kristin hicieron algunas compras. Sophie animó a su hija a comprar algún traje más atrevido para su vestuario, pero Kristin insistió en mantener el estilo clásico y conservador que prefería hacía tiempo.
Durante aquellos días llegó a la conclusión de que el día de la subasta debió perder momentáneamente la cabeza para empezar a pujar por aquel atractivo político. El champán, las risas y las bromas, las brillantes luces, el hecho de que se pareciera tanto al héroe al que trataba de dar vida en las páginas de su novela… todo ello debía haber contribuido a que se volviera momentáneamente loca.
¿Qué había pensado que iba a hacer? ¿Seguir al tipo con un cuadernito para anotar cualquier cosa interesante que dijera? ¿Convertirse durante aquellos dos días en la pediatra alta, sofisticada y ocurrente que había imaginado como heroína de la novela? Ja.
No sabía nada de política, y no era un tema que le interesara. No le atraían los acontecimientos pretenciosos y superficiales como la gala de cinco mil dólares a la que iba a asistir. Ni siquiera beneficiaría al partido político al que solía votar.
¿Cómo iba a ayudarle aquello a terminar su libro? Lo único que había conseguido de momento había sido retrasar su trabajo una semana más. Sus intentos de escribir en la habitación del hotel con el ordenador portátil habían resultado inútiles. En cada ocasión había terminado por apagarlo y escapar de la habitación en busca de distracción… de cualquier distracción.
Y, tal vez, de eso trataba el asunto de la cita, decidió mientras se vestía para la gala. Se volvió hacia el espejo para echar un último vistazo a su aspecto. Tal vez era un intento más de distraerse, de evitar enfrentarse a sus problemas con la creatividad. Había oído hablar a otros escritores sobre furiosas limpiezas de todos sus armarios u ocurrencias absurdas como ordenar alfabéticamente el contenido de sus neveras… todo antes que enfrentarse a sus peores temores. ¿Estaría haciendo ella lo mismo con la excusa de investigar a su héroe?
Contempló sombríamente su imagen en el espejo. El vestido negro sin mangas en forma de tubo y los tacones altos le hacían parecer más alta, y su corte minimizaba los dos o tres kilos que había engordado debido a la glotonería que despertaba en ella el estrés. Había hecho lo posible por encajar con las personas elegantes y sofisticadas con las que iba a reunirse esa tarde, aunque era consciente de que su imagen era sobre todo una ilusión.
Pero ella se ganaba la vida creando ilusiones, se recordó. Podía enfrentarse sin problemas a una tarde de fantasía.
Por deseo expreso de Kristin, Perry y ella habían quedado por teléfono en encontrarse en el hotel en que iba a celebrarse la gala. Él había prometido enviarle una limusina, y una mirada a su reloj hizo ver a Kristin que ya era hora de bajar al vestíbulo.
En el último minuto metió en su bolso un pequeño cuaderno. Solo por si acaso…
Perry no había tenido oportunidad de conocer a la mujer que « le compró» en la subasta de solteros. Después de él quedaban aún unos cuantos por subastar, y tuvo que irse antes de que acabara el acontecimiento para tomar un avión de vuelta a casa.
Debido a los focos que iluminaban la pasarela y a la cantidad de gente que abarrotaba el salón, apenas pudo ver nada. La oferta final llegó de una mesa que se hallaba más o menos en medio del salón. La única mujer a la que Perry vio con claridad en aquella mesa sobresalía entre las demás debido a su pelo rojo y al vestido color púrpura que llevaba. Además, le lanzó un beso cuando se volvió para salir del escenario.
Cuando le dijeron que la mujer en cuestión era Kristin Cole, una conocida escritora de novelas románticas, supuso que se trataba de la mujer de pelo rojo y se felicitó por sus poderes de deducción. Por su aspecto y extrovertida actitud, aquella mujer encajaba con su idea preconcebida del aspecto que debía tener una exitosa escritora de novelas románticas. Evidentemente, tenía bastantes más años que él, pero también tenía una sonrisa contagiosa que le hacía sospechar que podía ser una compañera divertida. Estaba deseando conocerla.
Les esperaba una tarde brillante y festiva. Normalmente, Perry disfrutaba con aquellos acontecimientos, aunque asistir a ellos formara parte de su trabajo. Trabajaba incluso mientras se relacionaba con los demás invitados, pero él siempre estaba trabajando. Algunas personas, especialmente su ex prometida, lo habían acusado de ser un adicto al trabajo. Y de otras cuantas cosas, admitió a su pesar.
Estaba con un par de colegas mientras esperaba a que apareciera su cita. A pesar de que iban adecuadamente vestidos para la gala, estaban trabajando, y se tomaban su trabajo muy en serio. Incluso la decisión de Perry de llevar a su cita a aquel acontecimiento había sido detenidamente calculada; ser visto como un hombre interesado por la causa de la alfabetización haría que su reputación creciera, y también le daría la oportunidad de comentar que su partido político siempre había estado firmemente comprometido con los avances en la educación.
—Asegúrate de que el senador Henley saluda a todo el mundo y que es fotografiado con los individuos que te he mencionado antes —dijo Perry a uno de sus colegas.
Elspeth Moore asintió enérgicamente.
—No te preocupes. No le perderé la pista.
—Bien. Marcus… —Perry se volvió hacia el hombre que estaba junto a Elspeth.
—¿Sí, Perry?
—No pierdas de vista a la señora Henley, por favor. Trata de interponerte lo más posible entre ella y la esposa del senador O´Malley. Y, si puedes, también entre la señora Henley y el champán.
Marcus sonrió.
—Lo intentaré.
—Elspeth, además de ocuparte del senador Henley, ¿podrás hacerte cargo del congresista Nalley?
—Por supuesto, Perry. Por cierto, ¿no tenías una cita esta tarde?
Las burlonas sonrisas de sus compañeros hicieron que Perry sonriera a su vez.
—Como ya sabéis, esta tarde va a reunirse alguien conmigo como parte de mi contribución a la gala proalfabetización que organizó la semana pasada la editorial Heart Books. Se trata de una conocida escritora de novelas románticas, y estoy seguro de que será una compañía muy interesante. Espero que hagáis un esfuerzo por darle la bienvenida.
—He oído que pagó diez mil dólares para pasar la tarde contigo —bromeó Marcus—. Me pregunto cuánto tardará en descubrir que la han estafado.
—Si lo único que pretendía era asistir a esta gala, con pagar los cinco mil dólares que cuesta la entrada se habría ahorrado los otros cinco mil —dijo Elspeth—. Y así no habría tenido que pasar toda la tarde con Perry.
—Sí, pero ya hace varios meses que se agotaron las entradas —le recordó Marcus—. Tal vez, venir con Perry ha sido la única manera que ha encontrado para poder entrar.
—¿Tanto os cuesta creer que simplemente quisiera pasar la tarde en mi compañía?
Marcus y Elspeth sonrieron y dijeron al unísono.
—Sí.
—Muchas gracias. Con amigos como vosotros…
—¿Crees que querrá que poses para la portada de uno de sus libros, Perry? Tal vez podrías quitarte la camisa y simular que tienes algún bíceps que flexionar.
—De acuerdo, Marcus, ya vale.
—Eso le gustaría —insistió Elspeth—. Sería una oportunidad para conseguir que su bonito rostro apareciera en otro medio, ¿no crees, Marcus?
—¿Habéis terminado ya?
—Siempre se ha considerado un tipo heroico —murmuró Marcus, apenas intimidado por la exasperación de Perry—, retando a sus oponentes a proponer a sus candidatos, llevando adelante el estandarte de sus creencias e ideales.
Perry miró atentamente su reloj.
—La gala está a punto de empezar. ¿No tenéis nada que hacer?
—Oh, vamos, Perry. Queremos conocer a la mujer que pensó que valías diez mil dólares.
Perry frunció el ceño.
—Marcus, ¿te importaría…?
—¿Señor Goodman?
Al oír su nombre, Perry dedicó a sus compañeros una mirada de advertencia antes de volverse para conocer a su cita.
Al parecer, sus poderes de deducción no eran tan buenos. Si aquella era Kristin Cole, no podía ser más distinta que la mujer de pelo rojo con la que había asumido que iba a pasar el fin de semana.
La mujer que estaba ante él no debía tener más de treinta años y llevaba su pelo castaño sujeto en un prolijo y conservador moño alto. Su vestido negro revelaba unas bonitas curvas, y las escasas joyas que llevaba eran discretas y elegantes. Sus rasgos eran agradables, más bonitos que hermosos, pero sus ojos marrones tenían una expresión tan cautelosa mientras observaba a Perry que hizo que este pensara que se estaba preparando para describirlo más tarde a un dibujante de la policía.
Sin embargo, tenía el aspecto exacto del tipo de mujer que llevaría a casa de su madre para que la conociera. Estaba seguro de que se ganaría de inmediato la aprobación de esta.
Tal vez no fuera Kristin Cole. Tal vez se tratara de alguien que lo había reconocido y quería hablar de política.
—Soy Perry Goodman —confirmó.
La mujer alargó la mano hacia él.
—Y yo soy Kristin Cole. Tu… cita de esta tarde.
Perry se aseguró de que su sorpresa no quedara reflejada en la sonrisa que le dedicó mientras estrechaba su mano.
—Estaba deseando conocerte. He oído hablar muy bien de tus libros. Uno de mis colegas no ha dejado de alabarte durante toda la semana. Me habría gustado tener la oportunidad de leer alguno de ellos, cosa que pienso hacer en cuanto tenga algo de tiempo —Perry se volvió hacia sus visiblemente curiosos colegas—. Kristin, estos son mis asociados, Elspeth Moore y Marcus Williams.
—Me alegro de conocerla, señorita Cole —dijo Marcus, mientras Elspeth murmuraba un educado saludo—. Tenemos entendido que el fin de semana pasado hizo una generosa donación para un programa de alfabetización.
Kristin sonrió.
—Mi editora siempre ha apoyado incondicionalmente los programas de alfabetización, y yo trato de colaborar cuando puedo.
—Perry nos ha dicho que ya ha escrito doce libros —dijo Elspeth—. ¿De dónde saca sus ideas, señorita Cole?
—Llámame Kristin, por favor. Las ideas son la parte divertida de mi trabajo, las encuentro en numerosos lugares.
Perry volvió a mirar su reloj, decidido a rescatar a su cita antes de que Elspeth y Marcus empezaran a tomarle el pelo, como habían hecho con él.
—Será mejor que vayamos entrando —dijo. No quería que la señora Henley empezara a beber champán demasiado pronto, o a meterse con la esposa del senador O´Malley. Las dos mujeres eran rivales de toda la vida ya que sus respectivos maridos tenían intención de presentarse a la presidencia, y a pesar de su conocido tacto político, estos no habían podido evitar que saltaran chispas la última vez que se encontraron en un acontecimiento político parecido a aquel.
Perry era irónicamente consciente de que el público toleraría palabras acaloradas entre ambos candidatos, pero, fueran cuales fuesen las circunstancias, esperaría que sus esposas sonrieran y fueran corteses todo el rato. Y su trabajo consistía en darle al público lo que quería.
Una vez que sus ayudantes se fueron, Perry se volvió de nuevo hacia Kristin y la encontró observándolo pensativamente, de un modo que le hizo sentirse ligeramente cohibido. De inmediato, echó mano del encanto innato que tan buenos resultados le había dado siempre y le dedicó su mejor sonrisa a la vez que le ofrecía su brazo.
—¿Nos sumamos a la fiesta?