Un soplo de alegría - Karen Rose Smith - E-Book
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Un soplo de alegría E-Book

Karen Rose Smith

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Beschreibung

Tercero de la serie. Desde que el doctor Dillon Traub llegó a Thunder Canyon, las malas lenguas habían estado elucubrando sobre la química que envolvía al millonario texano y a su nueva recepcionista. Sus anchas espaldas podían ser muy tentadoras… pero una madre soltera como Erika Rodríguez no iba a rendirse tan fácilmente a la atracción que sentía por el médico. Seguramente, Dillon regresaría a Texas… aunque, tal vez, prefiriera quedarse para prescribirle a Erika la receta de la felicidad eterna.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Harlequin Books S.A.

Todos los derechos reservados.

UN SOPLO DE ALEGRÍA, N.º 57 - septiembre 2011

Título original: From Doctor... to Daddy

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-729-7

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capitulo 1

Capitulo 2

Capitulo 3

Capitulo 4

Capitulo 5

Capitulo 6

Capitulo 7

Capitulo 8

Capitulo 9

Capitulo 10

Capitulo 11

Capitulo 12

Capitulo 13

Epilogo

Promoción

Capitulo 1

LA puerta de la consulta del doctor Dillon Traub en la enfermería del resort se abrió de golpe. Un hombre alto y fornido irrumpió dentro con un niño de unos ocho años en brazos.

—Tiene que hacer algo, doctor. No puedo encontrar su inhalador.

Erika Rodríguez apareció justo detrás del hombre.

—Es Dave Lindstrom. Piensa que su hijo Jeff presenta reacción a algo que ha comido —informó Erika de forma rápida y precisa, manteniendo la calma.

Cuando Dillon se levantó de su mesa y sus ojos se encontraron con los de su ayudante, experimentó la misma excitación que había sentido desde la primera vez que la había visto.

Sacándose de la cabeza aquellos pensamientos, Dillon se concentró en el pequeño. Lo tomó en sus brazos y corrió con él a la camilla de la consulta para examinarlo.

—Llama a Urgencias —ordenó Dillon a Erika, sintiendo la misma congoja que experimentaba siempre que estaba cerca de un niño en crisis…, recordando a su propio hijo.

—Ya lo he hecho —repuso Erika a sus espaldas.

Dillon era médico de familia y podía manejar casi cualquier emergencia que se presentara en el complejo turístico de Thunder Canyon. Aunque Marshall Cates, el médico residente del centro, le había asegurado que no solían darse muchos casos graves.

Aquélla debía de ser la excepción, se dijo Dillon.

Al niño le costaba respirar y tenía los labios azulados e hinchados. Dillon sabía que tenía todo lo que necesitaba para frenar la reacción, si no era demasiado tarde.

Demasiado tarde, se repitió para sus adentros…

No. No sería demasiado tarde para ese niño.

—Aguanta, Jeff —dijo Dillon en voz baja, depositándolo sobre la camilla.

Tras valorar el peso y la altura de Jeff, Dillon agarró un inhalador y lo preparó con la dosis apropiada del armario de los medicamentos. Instantes después, se lo aplicó al niño, conectado al tanque de oxígeno para que Jeff respirara a través de la mascarilla. Erika lo ayudó mientras él examinaba el pulso de Jeff y su respiración y lo consolaba con palabras de calma, rezando por poder controlar la reacción anafiláctica.

Dillon notaba a Erika detrás de él. Siempre sentía su presencia, desde que la había conocido durante sus vacaciones en junio. Cuando había aceptado sustituir a Marshall Cates durante el mes de septiembre, Grant Clifton, el encargado del complejo turístico, le había asignado a Erika como ayudante. Desde entonces, él se había ido sintiendo más y más atraído por ella. Por primera vez después de su divorcio, había vuelto a experimentar el aguijón del deseo.

Erika no había estudiado enfermería, pero era capaz de realizar con gran eficacia todos los encargos que recibía. Por eso, Grant la consideraba una empleada muy valiosa, sobre todo en aquellos tiempos de crisis y de recorte de presupuesto. A causa de esos recortes, era la antigua enfermera de Marshall, Ruthann, quien tenía que cubrir a Dillon cuando él no estaba de servicio.

De pronto, Erika miró hacia el pasillo y su largo pelo moreno se le deslizó sobre el hombro.

—Oigo sirenas. Viene la ambulancia.

—Gracias a Dios —murmuró el padre de Jeff a su lado.

Dillon comprobó con alivio que el tono azulado del muchacho estaba cediendo. Tenía los labios menos hinchados y más rosados.

—Sé que estás asustado, Jeff —dijo Dillon, tomándole la mano—. Pero todo va a salir bien.

Jeff posó sus ojitos en el médico.

—Ahora respiras mejor, ¿verdad?

El niño asintió y alargó la mano para tocar a su padre, quien se la agarró y se la apretó. El hombre tenía la frente empapada en sudor y parecía tener un nudo en la garganta.

—Él es todo lo que tengo —consiguió decir el padre del niño.

Dillon le tendió la mano.

—Señor Lindstrom, soy el doctor Traub. Los seguiré al hospital para asegurarme de que todo va bien. Llamaré a mi enfermera para que ocupe mi puesto.

—Yo la llamaré —se ofreció Erika—. Lo más probable es que esté viniendo hacia aquí, porque su turno empezara pronto.

Erika pasó junto a Dillon con su esbelta figura embutida en un discreto traje de chaqueta azul marino, con una falda por debajo de la rodilla y una blusa blanca que, por el escote, dejaba ver su piel aceitunada. Su aroma, suave y tentador, lo envolvió.

Durante un instante, ella volvió la cabeza y lo miró a los ojos. Una intensa corriente eléctrica latió entre ambos.

Erika fue quien primero rompió el contacto ocular y, cuando abrió la puerta para salir, Dillon escuchó voces acercándose. Los médicos de Urgencias estaban allí, listos para ocuparse de Jeff de camino al hospital.

Dillon estaba muy agradecido a Erika porque hubiera sabido manejar con tanta calma ese momento de crisis. Gracias a eso y a la medicación que él le había administrado, habían salvado la vida de Jeff. Deseó que todos los niños enfermos pudieran tener el mismo final feliz.

Sin embargo, sabía de primera mano que no era así. Él había perdido a su propio hijo de leucemia… sin poder hacer nada para evitarlo.

En su mesa, horas después, Erika reconoció el ruido de los pasos del doctor Dillon Traub acercándose por el pasillo de la enfermería.

Había oído que era heredero de una gran fortuna petrolera. Sus trajes de estilo vaquero, elegantes e impecables, y su inmensa fortuna eran razón más que suficiente para mantenerse alejada de él. Sin embargo, desde que lo había conocido en junio, había sido consciente de la gran química que bullía entre ellos, y había intuido que eso no podía causarle más que problemas.

No debía preocuparse, se dijo Erika intentando tranquilizarse. Estaba segura de que Dillon no estaría interesado en ella si supiera la verdad.

En ese momento, Dillon apareció en la entrada de la enfermería y Erika se dio cuenta de que tenía el pelo revuelto, como si se hubiera pasado varias veces la mano por él en un gesto de preocupación.

Al verlo tan serio, Erika temió que Jeff hubiera empeorado.

—¿Está bien Jeff?

Dillon la miró a los ojos.

—Está muy bien. Quería felicitarte por lo bien que has manejado la situación. Pero tenemos un problema. El señor Lindstrom amenaza con denunciar al resort.

El elogio de Dillon significaba mucho para ella. Sólo porque quería que la ascendieran, se aseguró a sí misma.

—¿Denunciar al resort? ¿Por qué?

Dillon se detuvo delante de su mesa.

—La cocina ha estado preparando comida especial para Jeff a causa de sus alergias alimenticias. Al parecer, le dio el ataque justo después de comer. El señor Lindstrom está convencido de que había restos de frutos secos en la ensalada. Me ha asegurado que tiene dinero suficiente para tener al complejo turístico anclado en los tribunales durante años.

—¿Está dispuesto a llegar a un acuerdo?

—No lo creo. Creo que sólo quiere asegurarse de que no vuelva a repetirse con otra persona.

—Pero si demanda al complejo…

—Lo sé. Son tiempos difíciles. El nivel de ocupación del resort ha bajado, sobre todo en el mes de septiembre. Tendré que advertirle a Grant de la posible demanda.

Erika se fijó en el rostro preocupado de Dillon y adivinó que no se debía sólo al problema de la denuncia.

—Jeff no va a sufrir efectos secundarios después de lo de hoy, ¿verdad?

—Espero que no.

¿Era dolor lo que brillaba en los ojos de Dillon? ¿Angustia? ¿Por qué?, se preguntó ella.

Erika apartó la vista, sintiendo un nudo de nervios en el estómago, como siempre le ocurría cuando Dillon estaba cerca. De forma instintiva, sabía que si lo seguía mirando, cualquier cosa era posible. Después de que Scott Spencerman la hubiera dejado de forma tan repentina, ella se había trazado un plan de futuro… que no incluía el amor. Ni se dejaría distraer por los rumores sobre ella.

Dillon señaló al cuaderno de notas que Erika tenía delante, obviamente queriendo cambiar de tema. Había dibujado en la portada guitarras, sombreros de vaquero y un par de botas.

—¿Qué es esto?

—Estaba intentando decidir qué hacer a continuación —repuso ella. ¿Podría confiar en Dillon Traub?

Después de que los rumores sobre ella se hubieran extendido por todo el pueblo, le costaba mucho confiar en la gente. Pero aquello no era nada personal y no tenía nada de malo compartirlo.

—Es mi cuaderno de Días de Frontera.

Además de ser recepcionista de la enfermería, Erika dirigía el festival Días de Frontera que se celebraría el cuarto fin de semana de septiembre. El festival había sido planeado para darle un empujón a los comercios del pueblo y al complejo turístico. Era un proyecto abrumador, pero Grant Clifton le había asegurado que confiaba en su capacidad. Ella esperaba usarlo para conseguir su esperado ascenso. Si pudiera ascender a encargada del hotel, tendría más dinero para ahorrar… para el futuro de Emilia.

—¿Va todo bien?

—Casi todo va según lo previsto —contestó ella—. Tengo que encargarme de los eventos que tendrán lugar en el pueblo y de las actividades que se celebrarán en el resort. Pero falta algo y no sé cómo arreglarlo.

—¿Qué es?

—Esperaba poder contar con un cantante famoso de country con gancho, alguien conocido, como Brad Paisley, Keith Urban o Zane Gunther. He llamado a sus representantes. Incluso tengo reservado el estadio del condado para el gran concierto. Pero no tengo ninguna estrella que actúe allí.

—Igual te puedo ayudar —dijo Dillon.

—¿Conoces a alguien? —preguntó ella, sorprendida.

—Tal vez —repuso él con una sonrisa misteriosa y sexy.

—Me preocupa el tiempo, también —continuó ella.

Dillon estaba escuchándola. Era algo a lo que no la habían acostumbrado los hombres que ella había conocido.

—En septiembre nunca se sabe qué tiempo hará. No he planeado actividades veraniegas, por si hace frío. De todas maneras, si hace sol, los turistas disfrutarán más, tendrán más ganas de visitar las tiendas, comprar comida en los puestos de la calle... He intentado tenerlo todo en cuenta, pero incluso los mejores planes pueden fallar.

Dillon parecía escucharla relajado, apoyado en su mesa.

—El centro necesita turistas antes de que llegue la temporada de esquí en invierno. Y el pueblo necesita también un poco de movimiento, gente que dé un poco de vida a sus comercios.

—Por eso he organizado el festival para finales de septiembre. También les ha parecido buena idea a los candidatos a la alcaldía, que tendrán la oportunidad de dar a conocer sus campañas para las elecciones de noviembre.

—Has pensado en todo.

Ella se sonrojó.

—No te creas.

La electricidad que unía sus miradas casi podía palparse.

—¿Está Ruthann? —preguntó Dillon al fin.

—Está en su consulta.

—Iré a verla antes de irme a cenar. ¿Quieres venir a comer algo conmigo?

Eran más de la cinco y, en realidad, el turno de Erika ya había terminado. Tenía responsabilidades que atender en casa, pero podía hacerle una llamada a su madre…

La oferta de Dillon era muy tentadora. Durante los últimos tres años, Erika no había salido con ningún hombre. Lo cierto era que ninguno había hecho latir su corazón como Dillon, ni siquiera Scott Spencerman. ¿Sería eso buena o mala señal? En el pasado, se había dejado engatusar por la personalidad halagadora y zalamera de Scott.

Dillon, sin embargo, no era dado a los cumplidos fáciles.

Él… la hacía sentir como una mujer. Y viva. Además, la hacía sentir como si se hubiera estado perdiendo algo.

¿Qué daño podía hacerle cenar con él? Nadie pensaría mal de ella por eso, ¿o sí? Y podía ser una buena ocasión de descubrir qué clase de hombre era Dillon. Podía averiguar si le gustaba la cerveza o la música… o si le importaba que le vieran con su ayudante en público.

—¿Qué te parece The Hitching Post?

—Me parece bien —repuso él con una sonrisa.

Dillon era un texano atractivo y sexy con fuerte mandíbula, ojos de color castaño claro y cabello dorado. Sin embargo, no daba la sensación de ser un dandy. Parecía ser un hombre seguro de sí mismo, pero no arrogante.

Erika estaba a punto de aceptar su invitación cuando Stacy Gillette se presentó en la puerta. Morena y guapa, Stacy era una de las relaciones públicas del complejo turístico. Era atenta y amistosa y siempre tenía una sonrisa en los labios.

El rostro de Dillon se iluminó al verla.

—Hola, Stacy. Hacía mucho que no te veía. Esperaba encontrarte por aquí un día de éstos —dijo él y le dio un abrazo y un beso en la mejilla.

Ese beso y su amistad con la relaciones públicas molestó a Erika, aunque sabía que no debía ser así.

—Conocí a Stacy en Thunder Canyon cuando éramos niños —explicó Dillon, volviéndose hacia Erika.

También Stacy parecía contenta, como si ver a Dillon le hubiera alegrado el día. Saludó a Erika con un escueto gesto de la cabeza. Erika no tenía muchos amigos entre los empleados a causa de los rumores que la perseguían. Y había perdido muchos amigos. Desde entonces, no quería confiar en ningún compañero de trabajo por temor a que la traicionara. La única amiga que había hecho recientemente en el complejo turístico era Erin Castro, una recién llegada a Thunder Canyon. Se sentía cómoda con ella, tal vez porque Erin no sabía nada de su pasado.

—Había pensado que podíamos cenar juntos — propuso Stacy, mirando a Dillon.

—Esta noche tengo un compromiso —contestó él sin mirar a Erika, aunque ella no le había dado una respuesta definitiva—. ¿Qué te parece mañana?

—Genial —afirmó Stacy y le dio un suave codazo con ánimo juguetón—. Así me contarás que has estado haciendo en Midland, Texas… además de trabajar. Bueno, no te entretengo más. Nos vemos mañana —añadió, sonrió, se despidió con la mano y se fue.

Dillon volvió a posar los ojos en Erika.

—Tengo un compromiso esta noche, ¿verdad?

¿Serían Stacy y él amigos de la infancia nada más? ¿O sería él la clase de hombre que salía con más de una mujer al mismo tiempo?, se preguntó Erika.

Iba a ser una cena, nada más, se dijo. Así, podría averiguar si era un hombre de fiar o si era un mujeriego igual que había resultado ser Scott.

—Sí —contestó Erika y apartó la silla para levantarse—. Recogeré mis cosas y nos encontraremos en The Hitching Post.

—De acuerdo —asintió él.

Y ella rezó por no lamentar el conocer un poco mejor al doctor Dillon Traub.

Erika abrió la puerta de The Hitching Post y entró, inquieta por la conversación telefónica que había tenido con su madre. Cuando le había dicho que iba a cenar con el doctor Traub, el frío silencio de su madre al otro lado de la línea le había recordado muchas cosas que habría preferido olvidar.

—Es sólo para comer algo —había explicado Erika y le había contado a su madre el incidente de Jeff.

De todos modos, su madre se había mostrado preocupada y Erika sabía por qué. Después de todo, su relación con Scott las había puesto a ambas en el punto de mira.

Cuando tenía veintitrés años, Erika trabajaba como recepcionista en una agencia inmobiliaria del pueblo. Scott se había comprado un adosado en el complejo turístico de Thunder Canyon, con la intención de pasar allí su tiempo libre. Ella había compartido con él ese tiempo libre, creyéndose enamorada. Scott era atractivo y sofisticado y la había engatusado por completo. Debería haber sospechado algo cuando él no había querido que los vieran juntos en público. Pero no lo había hecho, tan cegada había estado por lo bien que se había sentido entre sus brazos.

Nunca olvidaría la expresión de Scott cuando ella se lo había dicho…

Erika suspiró, deseando que el pasado dejara de perseguirla. Scott la había usado y la había abandonado y su madre le había ayudado a recomponer los pedazos de sí misma. Ella nunca lo olvidaría, igual que no podía dejar atrás los rumores. Las habladurías decían que lo que había querido había sido medrar a costa de… La gente la había juzgado y la había acusado de ser una cazafortunas.

Desde entonces, Erika se había asegurado de que su comportamiento fuera impecable.

Pero allí estaba, cenando con Dillon Traub, soltero y rico. Tal vez, su madre tenía razón por preocuparse. Quizá una simple cena podía suscitar más rumores de lo que creía.

El aroma de The Hitching Post envolvió a Erika en cuanto entró. Había una bonita barra de nogal a su derecha, llena de clientes esperando a que se quedara vacía una mesa para cenar o charlando mientras tomaban una copa.

Al sugerir cenar allí, ella había pensado que, tal vez, la cerveza, los aperitivos y la música marchosa la distraerían de la atracción que sentía hacia él.

Sin embargo, cuando lo vio en una mesa del fondo, su corazón se aceleró. Dillon se puso de pie, todavía vestido con su traje. Casi todo el mundo llevaba ropa informal. Él se había quitado la corbata y se había desabrochado el cuello de la camisa. Por si no estuviera bastante sexy con traje, con esos botones abiertos estaba… irresistible, pensó ella, sorprendiéndose a sí misma de lo mucho que le gustaba.

Comería algo rápido y se iría, se prometió Erika.

Cuando llegó a la mesa, Dillon sonrió y ella no pudo evitar sonreír también. Se sintió encantada cuando él le sacó una silla para que se sentara. Al ayudarla, ella percibió su aroma y se quedó un instante sin respiración.

No debía dejarse seducir por sus buenos modales, se recordó a sí misma. Ni por la química que había entre ambos.

Después de que los dos se hubieran sentado, la mesa para dos le pareció a Erika demasiado íntima, a pesar de que estaban rodeados por decenas de comensales.

—Ha venido la camarera, pero no sabía qué querías —señaló él. Levantó la mano para volver a llamarla.

Una pelirroja con cola de caballo se apresuró a atenderlos.

—¿Listos? —preguntó la camarera, mirando a Dillon.

Dillon hizo una seña para que Erika hablara primero y ella pidió refresco de cola con un poco de limón. Necesitaba cafeína para sobrellevar la larga noche que tenía por delante. Dillon pidió también un refresco. Entonces, ella recordó que estaba de servicio y que podían llamarlo para cualquier urgencia.

La rocola comenzó a sonar con música country y varios comensales se levantaron para bailar. Dillon sonrió de nuevo.

—Nunca se me dio bien. Soy muy mal bailarín.

—¿Pero lo has intentado?

—Oh, claro. También en Texas se oye mucho country. Ella se sonrojó. Debía haberlo pensado, se dijo. —¿Te gusta el country? —Un poco. Me gusta el jazz, Nickelback y Paul

McCartney, también.

La conversación fluyó mientras esperaban su comida. Sabiendo que si comía mucho le entraría sueño, Erika sólo había pedido una ensalada ligera. Dillon se zambulló con entusiasmo en su plato de costillas con ensalada de col y terminó con él antes que ella.

Él se limpió la boca con la servilleta y la dejó junto al plato. —Tengo que admitir que las costillas estaban buenas. Pero las de D. J. son mejores.

El primo de Dillon, D. J. Traub, era dueño del asador que había en el complejo turístico. Era propietario de toda una cadena de restaurantes en el país. Por lo que ella sabía de D. J. y su hermano, Dax, no habían nacido ricos. Los dos habían aprovechado su suerte y habían sabido triunfar en los negocios. También Dillon era mucho más que un médico.

—Cuéntame por qué te hiciste médico —pidió ella—. Por lo que he oído, podrías ser presidente de la compañía que fundó tu padre.

Dillon arqueó una ceja, aunque no parecía molesto ni incómodo por la pregunta.

—Hay cientos de razones por las que no quería dirigir Petróleos Traub. Mi madre se encargó del negocio a la muerte de mi padre. Mi hermano Ethan es el director financiero y lo hace muy bien.

Sin duda, había mucho más bajo la superficie, pero Dillon no parecía inclinado a contárselo, pensó Erika. Era lógico, pues no se conocían tan bien. ¿Por qué iba a confiar en ella?

Sin embargo, a Erika le sorprendió cuando él continuó.

—Mi padre murió al caer a uno de los pozos cuando yo tenía doce años. Murió por las heridas. Entonces, yo me pregunté si habría podido salvarlo de haber sido médico. Por eso, estudié Medicina.

Erika recordó más detalles que había oído sobre Dax y D. J. Traub y se preguntó si estaría entrando en terreno vedado. Pero había sido Dillon quien había sacado el tema…

—La madre de tus primos murió cuando eran niños también, ¿no es así?

—Siempre olvido que todo el mundo está al tanto de la vida de los demás en Thunder Canyon —comentó Dillon con una sonrisa socarrona—. No hay privacidad ninguna. La respuesta es sí. Creo que ésa es una de las razones por las que estamos tan unidos, aunque sólo los veía durante los veranos cuando éramos niños. Compartimos una experiencia difícil y supongo que eso estableció un vínculo entre nosotros.

Comenzó a sonar una balada lenta. Dillon reconoció la melodía.

—Creo que esta conversación se está poniendo demasiado seria. ¿Quieres bailar? Se me da mejor bailar lento que movido.

Erika titubeó, sabiendo que debería negarse. Aunque venció su necesidad de sentirse deseada de nuevo.

—Sí.

Antes de que ella pudiera ponerse en pie, Dillon se colocó detrás de su silla para ayudarla. Era todo un caballero… o se le daba muy bien fingirlo.

La pista de baile estaba abarrotada y eso hizo que Erika se sintiera más cómoda. No había nadie conocido a la vista.

En muchas ocasiones, Erika había imaginado cómo sería estar entre sus brazos, pero la realidad superaba con mucho a la fantasía. En el momento en que Dillon le rodeó la cintura con un brazo y le tomó la mano, ella supo que estaba perdida. Podía sentir la fuerza de sus músculos. ¿Haría ejercicio? Él le había contado que iba a montar a caballo siempre que podía. Y, para colmo, una barba incipiente comenzaba a asomarle por la mandíbula, dándole un toque increíblemente sexy.

Cuando Erika levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de él, algo se estremeció en su interior.

Estaba sintiendo cosas demasiado intensas… y demasiado deprisa, se dijo ella.

Respirando hondo, Erika se apartó un poco para iniciar otra conversación. Fue la única manera que se le ocurrió para distraerse de lo que su cuerpo sentía, por no hablar de las fantasías que la asaltaban. Dillon no intentó mantenerla cerca, pero no dejó de mirarla a los ojos. Los pocos milímetros que se separaron supusieron una gran diferencia para ella. Le resultó más fácil respirar. Y pensar. ¿Qué le estaba pasando esa noche? Desde que había roto con Scott, siempre había sido capaz de mantener la cabeza fría y las situaciones bajo control.

—Has dicho que tu madre se ocupó del negocio de tu padre —comenzó a decir ella—. Me parece maravilloso.

—Muchos hombres de la compañía no pensaban lo mismo, pero ella les dejó claro que, si no la apoyaban, debían irse.

—¿Cuántos hermanos tienes?

—Cuatro hermanos y una hermana.

—¡Vaya! ¿Tu madre se ocupó de todos y de su trabajo también?

El silencio de Dillon le dijo a Erika que no se sentía cómodo con esa pregunta. Sin embargo, la respondió de todos modos.

—Dos años después de que muriera mi padre, mi madre se casó de nuevo. Peter estaba trabajando en el pozo petrolero cuando mi padre se cayó. Luego, fue una gran ayuda para mi madre.

Dillon le tocó el pelo y ella se preguntó si lo haría para distraerla. Si era así, lo estaba consiguiendo. —Hoy es la primera vez que te veo con el pelo suelto.

A Erika le parecía más profesional recogérselo en un moño o en una coleta. Pero esa mañana no había tenido tiempo.

Entonces, Dillon le acarició la mano con el pulgar. La sensual atracción entre ellos hizo que subiera la temperatura un par de grados.

Así que Erika intentó iniciar otra conversación.

—¿Planeas pasar mucho tiempo con tus primos, ahora que estás en el pueblo?

—Otra vez con eso, ¿eh?

—Sólo tengo curiosidad. Hay muchas historias sobre Dax y D. J, sobre su rivalidad, su pelea a puñetazos, las mujeres con las que se casaron… ¿Tú también has formado parte de eso?

—No. Estaba ocupado con mi trabajo de médico. Una vez más, algo que Erika no supo descifrar enturbió la expresión de Dillon. —Tuvimos una reunión familiar en junio. Lo pasamos genial —continuó él.

—¿Tienen hijos? —preguntó Erika. Sin poder evitarlo, quiso saber lo que opinaba Dillon al respecto de tener descendencia.

El rostro de él se ensombreció.

—Dax tiene uno de seis años y otro de dos. El hijo de D. J. tiene dos años, también. No he pasado mucho tiempo con ellos. Pero espero poder verlos más mientras estoy aquí.

Sin embargo, el tono con el que lo dijo parecía contradecir sus palabras, observó ella.

A Erika se le heló la sangre al pensar que Dillon era uno de tantos hombres que huía de la responsabilidad. Como muchos, pensaría que la paternidad era una carga. Sería un error volver a salir con él, se advirtió a sí misma.

¿Qué estaba haciendo allí con Dillon Traub?

Durante el resto del baile, Erika no volvió a mirarlo a los ojos. Imaginó que estaba bailando con un hombre cualquiera, por el que no sentía ninguna atracción especial.

Cuando terminó la música, Erika se sintió aliviada, pero Dillon no la soltó.

—¿Qué pasa? —inquirió él.

—Acabo de recordar… —comenzó a decir ella.

Pero no, no iba a inventarse una excusa. No iba a mentirle—. Tengo que irme, Dillon. Gracias por la cena, pero tengo que irme ya.

Acto seguido, Erika se marchó bajo la mirada atónita de él. Y no miró atrás. Su hija Emilia siempre debía ser su prioridad.

Erika nunca lo olvidaría.

Capitulo 2

DILLON sacó dinero de la cartera y lo dejó sobre la mesa con la cuenta. ¿Qué le había pasado a Erika?

En ese momento, sintió que el móvil le vibraba en el bolsillo. ¿Sería alguna urgencia médica?

Cuando miró la pantalla del teléfono, sin embargo, sonrió.

—Espera un momento, Corey, que voy a salir del restaurante.

En la puerta, Dillon tomó aliento, preguntándose por qué la marcha de Erika le hacía sentir tan mal. Ni siquiera la conocía. Ni debería pensar en conocerla. Él solamente se iba a quedar allí un mes. Además, ella debía de ser doce o trece años más joven que él. Quizá, ése fuera el problema. Lo más probable era que ella prefiriera salir con alguien de su edad.

Sin embargo, debía concentrarse en su hermano, que le estaba llamando desde Midland, Texas.

—Ya estoy aquí —dijo Dillon al teléfono—. Estaba en The Hitching Post, ya sabes que siempre hay mucho ruido aquí dentro.

Corey soltó una sonora carcajada texana. De treinta y tres años, alto, pelo castaño claro y ojos marrones, su hermano Corey era la más pura representación del hombre texano. Además, siempre le gustaba vestirse con vaqueros y botas. Dillon lo había visto con sus amigos y primos en The Hitching Post en junio.

—¿Qué hacías en The Hitching Post? —preguntó Corey—. ¿No me digas que estabas intentando ligar?

Corey disfrutaba mucho de la compañía femenina y no entendía por qué Dillon no salía con nadie.

Dillon y su hermano siempre habían sido sinceros el uno con el otro. A excepción del tema de las mujeres, los dos se parecían mucho y, con el paso del tiempo, se habían hecho cada vez mejores amigos.

—He cenado con alguien —repuso Dillon.

Hubo una pausa, como si Corey estuviera digiriendo sus palabras.

—¿Con alguien? ¿La recepcionista que conociste en el complejo turístico este verano?

—¿Cómo lo has adivinado?

—Me fijé en cómo la mirabas cuando nos acompañó a la consulta de Marshall en junio. Y, sobre todo, me fijé en cómo te miraba ella.

—Sí, bueno, ya no me mira tanto. Estábamos disfrutando de la velada y, de pronto, ella quiso irse. Me hubiera gustado saber qué he hecho mal, por lo menos.

—Lo más probable es que nunca lo sepas —señaló Corey—. Yo tampoco entiendo a las mujeres. Tienen su propio lenguaje. Quieren que lo aprendamos, pero no quieren enseñárnoslo.

—¿Sólo has llamado para saludar? —preguntó Dillon tras una pausa.

—En parte, sí. Pienso volver a Montana en noviembre. Había pensado quedarme en el hotel del complejo turístico. ¿A ti te gusta estar allí?

—Es un lujo. Cualquier cosa que necesites está al alcance de tu mano. —¿Pero? —preguntó Corey, adivinando que había algo más.

—Pero si vas a quedarte durante un periodo largo, tal vez prefieras alquilar una de las casas adosadas. Muchas están vacías.

—Gracias, lo tendré en cuenta. Dime, ¿qué te parece el trabajo de Marshall? —Es el sueño de cualquier médico. Hasta se pueden ver alces desde las ventanas de la consulta.

—Pero no es tu sueño, ¿o sí?

—Yo ya no tengo sueños, Corey.

—No puedes seguir cargando con tanta culpabilidad. Nunca serás feliz si sigues haciéndolo. Te vuelvo a repetir que no estuvo en tu mano controlar la leucemia de Toby.

—No quiero hablar de ello —le espetó Dillon. Había bloqueado los agridulces recuerdos de su hijo de cuatro años, pues le resultaban demasiado dolorosos.

—De acuerdo. Pues hablemos de qué vas a hacer cuando termine tu trabajo allí. ¿Vas a aceptar el puesto en Odessa?