Una amante inadecuada - Escándalo de familia - Heidi Betts - E-Book
SONDERANGEBOT

Una amante inadecuada - Escándalo de familia E-Book

HEIDI BETTS

0,0
3,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 3,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Una amante inadecuada Heidi Betts Se había convertido en la amante de un hombre que la mantenía en secreto con todos los lujos de Las Vegas. Fue una situación ideal… hasta que Misty Vale descubrió que estaba embarazada. Cullen Elliott jamás se casaría con una mujer como Misty. Ella tenía un pasado escandaloso y él una familia de reputación irreprochable. ¿Cómo podría decirle la verdad? Escándalo de familia Charlene Sands La periodista Bridget Elliott, heredera de un importante negocio editorial, tenía intención de descubrir los secretos de su familia, pero en el proceso se perdió a sí misma. Un accidente le arrebató la memoria y la dejó a merced de un guapo desconocido llamado Mac Riggs. Y de pronto dejó de parecerle importante descubrir su verdadera identidad…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 320

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 45 - junio 2015

© 2006 Harlequin Books S.A.

Una amante inadecuada

Título original: Mr. & Mistress

Publicada originalmente por Silhouette® Books

© 2006 Harlequin Books S.A.

Escándalo de familia

Título original: Heiress Beware

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicados en español en 2007

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

I.S.B.N.: 978-84-687-6373-6

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Créditos

Índice

Una amante inadecuada

Wine Country Courier

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Epílogo

Escándalo de familia

Joven rica desaparecida

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Wine Country Courier

Crónica Rosa

LOS ELLIOTT VUELVEN A DAR DE QUÉ HABLAR

La familia más rica de Manhattan vuelve a ocupar las páginas de la prensa del corazón. Esta vez de quien se habla es de Cullen Elliott, director de ventas de la revista Snap, a quien se ha visto en compañía de una bella mujer, con la que se rumorea lleva viéndose mucho tiempo en secreto. Según fuentes fidedignas esta misteriosa dama es Misty Vale, una mujer joven de ojos verdes y largas piernas que se dedicaba antes al mundo del espectáculo en Las Vegas como bailarina.

Se dice también que Cullen tiene la intención de presentársela a sus padres, Daniel y Amanda Elliott, para anunciarles su próxima boda, aunque las malas lenguas aseguran que podría haber una causa de fuerza mayor que lo haya obligado a dar este paso. ¿Podría ser cierto que su amante está embarazada?

Capítulo Uno

–¿Diga?

–Misty, soy yo. Estoy en la ciudad y he pensado que podría pasar a verte.

Aun a través del teléfono, la aterciopelada voz de Cullen hizo que un cosquilleo eléctrico recorriese el cuerpo de Misty.

–De acuerdo; estaré esperándote.

Misty colgó el teléfono y rápidamente organizó las revistas sobre la mesita, puso bien los cojines de los sofás, y bajó las luces antes de dirigirse al dormitorio. Una vez allí se quitó los pantalones cortos y la camiseta de tirantes que llevaba y se puso un camisón corto que había comprado hacía unos días y que sabía que a Cullen le encantaría. Era de seda, negro, y muy sexy.

Si no fuera por Cullen probablemente no tendría en su armario ni la mitad de prendas de lencería fina que tenía.

Se quitó la coleta, dejándose suelta la larga y ondulada melena, y se cepilló el cabello.

Segundos después sonaba el timbre de la puerta. Fue a abrir, asegurándose de que todo estaba en orden, y cuando abrió encontró a Cullen con el hombro apoyado en el marco de la puerta, tan guapo como siempre.

Al verla, esbozó una de esas sonrisas que hacían que el estómago se le llenara de mariposas, y Misty tuvo que tragar saliva para poder hablar.

–Hola; pasa.

Misty cerró después de que entrara, y cuando se volvió lo encontró mirándola como un ave rapaz observa a un ratoncillo antes de abalanzarse sobre él.

Los pantalones grises y la camisa blanca que llevaba estaban algo arrugados por el viaje de varias horas en avión y el que sin duda habría sido un largo día de reuniones.

Se había aflojado el nudo de la corbata, tenía desabrochados los dos primeros botones de la camisa, y llevaba la chaqueta del traje colgada del brazo.

Si por Misty hubiera sido lo habría arrastrado directamente al dormitorio, pero parecía cansado, así que se dijo que tal vez necesitara relajarse un poco primero.

–¿Quieres tomar algo? –le preguntó señalando la cocina con un movimiento de cabeza–. ¿Una cerveza fría, algo de comer?

Cullen arrojó la chaqueta sobre una silla y se dirigió hacia ella con los ojos fijos en los suyos.

–Luego –le dijo con voz ronca, haciendo que una ola de calor la invadiera. Al llegar junto a ella le rodeó la cintura con los brazos y murmuró contra sus labios–: Lo único que quiero ahora es a ti.

Cullen inclinó la cabeza para apoderarse de su boca con un beso ardiente, y Misty enredó los dedos en su cabello. Cullen acarició sus labios con los suyos, succionó suavemente su labio inferior, tiró de él con sus dientes, y enredó su lengua con la de ella en una danza provocativa y sensual.

Cuando atrajo a Misty hacia sí, los senos de ella quedaron aplastados contra su musculoso tórax. Las manos de Cullen subieron por la espalda de Misty para luego descender de nuevo y cerrarse sobre sus nalgas y atraerla más hacia sí. Al notar su miembro erecto empujando contra su vientre, Misty gimió y levantó una pierna para engancharla en su cadera.

Cullen despegó sus labios de los de ella y le dijo jadeante:

–Vamos al dormitorio; ahora.

Se agachó, la alzó en volandas, y cruzó la sala de estar con paso decidido. No necesitaba preguntarle dónde estaba el dormitorio porque lo sabía de sobra. Él mismo había adquirido aquel edificio de dos plantas para ella hacia tres años, después de que se lesionara la rodilla por un accidente sobre el escenario y se viera truncada su carrera como vedette en Las Vegas.

Desde entonces se ganaba la vida dando clases de baile moderno. En la planta baja del edificio había montado un estudio de danza, y vivía en la superior.

Cullen tenía su residencia en Nueva York y era director de ventas de Snap, una de las revistas del grupo editorial que pertenecía a su familia, pero visitaba Nevada tan a menudo como le era posible, y siempre que iba allí pasaba la noche con ella, en su cama.

Misty vivía esperando con ansia esas noches, aun cuando sabía que aquello jamás pasaría de ser un mero romance.

Cullen tenía cinco años menos que ella, y su familia, los Elliott, eran gente rica e influyente. No podrían pertenecer a dos círculos sociales más distintos si hubiesen nacido en hemisferios opuestos.

Sin embargo, desde el momento en que lo viera por primera vez, de pie, al fondo de la sala durante una de sus actuaciones, había sentido que había una conexión especial entre ellos, algo que no habría sabido explicar.

Cuando llegó junto a la cama, Cullen la tumbó sobre el colchón y se colocó sobre ella, apoyándose en los codos y en las rodillas.

–No es que no me guste lo que llevas puesto –murmuró jugueteando con uno de los tirantes de su camisón semitransparente–; de hecho me encanta; pero te quiero desnuda.

–Tú mandas –respondió ella con una sonrisa.

Cullen le bajó el tirante, luego el otro, y Misty se incorporó un poco para que pudiera sacarle el camisón. Sus ojos azules la recorrieron hambrientos, admirando sus senos, y descendiendo luego hasta las braguitas negras de encaje que llevaba. Cuando Cullen se hubo deshecho también de esa prenda Misty se arqueó como un gato, pidiéndole en un ruego mudo que la tocara, pero únicamente le acarició el costado con las yemas de los dedos.

–Tú también llevas demasiada ropa encima –le dijo Misty aprovechando su proximidad para tirar de su corbata y besarlo de nuevo.

Le desanudó la corbata, la arrojó a un lado, y comenzó a desabrocharle los botones de la camisa. Cuando hubo sacado el último de su ojal, le sacó la camisa de los pantalones, dejando al descubierto su tórax bronceado y bien definido.

Misty tragó saliva, abrumada por la perfección del cuerpo de Cullen, y acabó de quitarle la camisa para luego dejarla caer al suelo, encima de su camisón. Después le tocó el turno a su cinturón, y cuando se hubo ocupado de él, Misty desabrochó el botón de los pantalones y deslizó los dedos por debajo de la cinturilla. Cullen aspiró entre dientes pero no apartó la mirada de su mano ni un instante.

Con las yemas de sus dedos rozando el vello que descendía desde el ombligo de Cullen, Misty fue bajando la cremallera suavemente.

Cullen contuvo el aliento. El ruido de los dientes de la cremallera al separarse parecía estar resonando en sus huesos, en sus dientes apretados, en su miembro en erección, que pugnaba por liberarse.

Se había pasado todo el día fantaseando con aquel momento, con el momento en que terminase la reunión de negocios por la que había ido a Las Vegas y pudiese escaparse a casa de Misty a hacerle el amor. Lo que no habría imaginado jamás era que fuese a torturarlo de esa manera. Se sentía a punto de explotar.

Dios, Misty era sin duda alguna la mujer más increíble que había conocido. Era pura dinamita en la cama, pero aparte del sexo también disfrutaban haciendo otras cosas juntos, ya fuera viendo una película antigua un sábado por la noche en la televisión, o comiendo una pizza.

Misty acabó por fin de bajarle la cremallera, e introdujo la mano entera en sus calzoncillos para cerrarla en torno a su miembro. El diafragma de Cullen se contrajo, y trató como pudo de controlar su excitación, algo casi imposible cuando ella empezó a acariciar su pene y a apretarlo.

–Ya no puedo más –masculló agarrando su muñeca y haciéndole sacar la mano.

Se bajó de la cama, y en apenas un par de minutos se había quitado los zapatos, los calcetines, los pantalones, y los calzoncillos. Ya desnudo volvió a subir a la cama y empujó a Misty sobre su espalda al tiempo que se colocaba a horcajadas sobre ella. Apoyándose en los codos se inclinó hacia delante y tomó sus labios en un beso sensual.

Misty respondió como siempre lo hacía, con pasión, entregándose sin reservas. Entrelazó los brazos en torno al cuello de Cullen, y éste se tumbó sobre ella, deleitándose en la sensación de sus blandos senos bajo su pecho.

Misty le rodeó la cintura con las piernas, hincándole los talones en las nalgas y las uñas en los hombros.

Cuando Cullen finalmente despegó sus labios de los de ella fue para imprimir una lluvia de ardientes besos por todo su cuerpo: en la garganta, en la curva de un seno, sobre un pezón endurecido... Trazó un círculo con la lengua en torno a la areola, y luego tomó en su boca el pezón y succionó.

Misty se removió ansiosa debajo de él, haciendo esos ruiditos, como maullidos, que lo volvían loco. Jadeante, levantó la cabeza para mirarla.

–Ya no puedo esperar más –le dijo con voz ronca, antes de hundirse en ella hasta el fondo.

Los gemidos de placer de ambos se entremezclaron.

–Cullen... espera... No te has puesto preservativo...

A Cullen, enajenado por el intenso placer de su calor húmedo en torno a su miembro, le llevó un instante comprender lo que estaba diciendo.

Maldijo para sus adentros y se retiró inmediatamente de su interior, sacudiendo la cabeza de incredulidad. ¿Cómo podía haberle ocurrido algo así?

–Perdóname, Misty; no sé cómo ha podido pasar. Nunca había tenido un despiste así; te lo prometo.

Misty esbozó una sonrisa comprensiva y alargó un brazo hacia la mesilla de noche.

–No pasa nada; nos hemos dado cuenta a tiempo; no creo que tengamos por qué preocuparnos.

Cullen no contestó, pero esperaba que tuviese razón. Era verdad que aquello no le había pasado nunca. Decididamente Misty le hacía perder la cabeza, se dijo mientras la veía abrir un cajón y sacar un preservativo.

–Lo tengo –le dijo triunfal, sosteniendo el sobrecito plateado entre dos dedos.

Lo rasgó con los dientes, sacó el círculo de látex, y arrojó a un lado el envoltorio. Cullen mantuvo los ojos fijos en sus dedos mientras sostenía el preservativo con ambas manos y se lo colocaba con eficiencia.

Luego se acercó a él y depositó un beso sensual en su barbilla, pero Cullen no estaba para juegos. Le asió las muñecas y se las levantó por encima de la cabeza antes de abalanzarse sobre ella, haciéndola caer sobre el colchón, debajo de él.

Los muelles los hicieron rebotar un poco, y Misty prorrumpió en una risita tonta, haciéndolo reír a él también.

Sonriendo aún, apretó sus labios contra los de ella al tiempo que recorría todo su cuerpo con las manos: los brazos, los senos, la cintura, las caderas... Cuando llegó a los muslos se los separó y con una embestida certera la penetró.

Con el corazón latiéndole con tal fuerza que parecía que quisiera salírsele del pecho, esperó un poco a que pasara la ola de placer que lo inundó.

Misty se retorció con un gemido debajo de él y arqueó las caderas en un esfuerzo por llevarlo incluso más adentro de ella.

Luego le rodeó la cintura con las piernas, como había hecho antes, y Cullen comenzó a moverse, despacio al principio, deleitándose en su húmedo calor, pero al cabo de un rato supo que no resistiría mucho más antes de perder el control y empezó a acelerar el ritmo.

–Oh, sí, Cullen, sí...

La voz de Misty en su oído hizo que las llamas de la pasión lo envolvieran y murmuró su nombre una y otra vez como una plegaria.

A los pocos segundos Misty alcanzaba el orgasmo. De su garganta escapó un grito y su espalda se arqueó al tiempo que los músculos de su vagina se contraían en torno a su miembro.

Cullen siguió sacudiendo las caderas contra las suyas con más fuerza, con mayor rapidez, y pronto sintió un estallido de placer en su interior que se transmitió por todo su cuerpo.

–Debería irme.

Las palabras de Cullen despertaron a Misty, que estaba quedándose dormida con la cabeza apoyada en su hombro y un brazo en torno a su cintura.

Reprimiendo un suspiro se incorporó, tapándose con la sábana, y se remetió un mechón de cabello tras la oreja mientras lo observaba bajarse de la cama para empezar a recoger su ropa.

Siempre se ponía triste cuando llegaba aquel momento, el momento en el que Cullen se marchaba.

No ocurría siempre así; a veces se quedaba a pasar toda la noche y desayunaban juntos antes de que se fuese al aeropuerto. Otras, con suerte, se quedaba un par de días o tres y hacía la clase de cosas que hacían las parejas de verdad como ir al cine, o a dar una vuelta por el parque.

Sin embargo, incluso en esas raras ocasiones detestaba igualmente esas despedidas porque le recordaban que lo suyo no tenía futuro.

Al fin y al cabo sólo estaban teniendo un romance; jamás acabarían juntos, con una casa, niños, y un perro, ni se irían de acampada el fin de semana con los críos. Claro que la verdad era que tampoco se veía en un camping. No, ella tenía mejor gusto y sueños más ambiciosos para su futuro. Si no hubiera sufrido aquella lesión en la rodilla tres años atrás en esos momentos quizá estaría triunfando, interpretando el papel de la bailarina principal en algún musical.

Y por otro lado Cullen tampoco era de la clase de hombres que se casaban. Además él tenía veintisiete años y ella treinta y dos, y por si eso fuera poco pertenecía a una de las familias más ricas de Manhattan. Las posibilidades de que quisiese pasar el resto de su vida con una mujer como ella... y de que su familia lo permitiese, eran de un cero por ciento.

Sin embargo, la cruda realidad no impedía que de vez en cuando se permitiese fantasear, preguntándose cómo podrían haber sido las cosas si no los separase aquel abismo.

Con todo, a pesar de esas fantasías mantenía siempre los pies en el suelo. Estaba contenta con su vida y con lo que había entre Cullen y ella, aun sabiendo que no podía durar. Por el momento se conformaba.

Cullen, que ya había acabado de vestirse, se detuvo en medio de la habitación con las manos en los bolsillos. Misty se bajó de la cama, tomó su bata de seda del perchero y se la puso.

–Te acompañaré a la puerta.

Cullen asintió y se dirigieron juntos al vestíbulo. Misty alargó la mano hacia el pomo, pero antes de que pudiera abrir la puerta Cullen le puso una mano en la muñeca para detenerla, y cuando alzó la vista la intensidad de su mirada la hizo estremecer.

Cullen se inclinó, le rodeó el cuello con una mano y la besó con tanta pasión que Misty creyó que iba a derretirse.

–Si no tuviera que estar de vuelta en Nueva York mañana por la mañana te llevaría de nuevo al dormitorio y no saldríamos de él en una semana entera –murmuró acariciándole el labio inferior con la yema del pulgar. Misty sonrió y abrió la puerta. Cullen la besó en la frente y salió.

–Te llamaré.

Misty asintió, y como siempre se quedó en lo alto de la escalera, observando cómo se alejaba.

Capítulo Dos

Cuatro meses después, a finales de abril

El sonido de la música, mezclado con el de las pisadas de sus alumnos sobre el suelo de madera de su estudio de danza, martilleaba en la cabeza de Misty.

Llevaba varios meses sobrellevando a duras penas las náuseas, los mareos, y toda la ristra de síntomas que acompañaban el comienzo del embarazo, pero hasta ese momento había creído que una vez pasados los tres primeros meses empezarían a remitir. En vez de eso tenía la impresión de que estaban cada vez más acusados.

Ese día le había costado horrores levantarse de la cama, y llevaba toda la mañana con unos mareos horribles.

Sin embargo tenía que seguir con sus clases o no podría ser autosuficiente como pretendía.

Hacía tres años que Cullen había comprado para ella aquel edificio de dos plantas en Henderson, una pequeña población cercana a Las Vegas. Había transformado el piso inferior en una academia de baile para niños y adultos, y en el superior tenía su vivienda.

Había detestado verse obligada a aceptar su caridad, pero Cullen le había insistido tanto para que lo hiciera... Además, con la lesión que había sufrido en la rodilla no le había quedado otra opción más que tragarse su orgullo. De lo contrario, en cuestión de semanas se habría encontrado viviendo en la calle.

Le había prometido a Cullen, y también a sí misma, que le devolvería todo el dinero, hasta el último centavo, cuando el estudio de danza empezase a ser rentable... algo que por desgracia todavía no había ocurrido.

Lo que ganaba con las clases sólo le daba para sus gastos personales, pero era Cullen quien pagaba los recibos de la luz, del gas, y los impuestos del inmueble.

Misty detestaba aquello; la hacía sentirse como una querida, una mujer mantenida por su amante. Claro que eso era exactamente lo que era, aun cuando Cullen estuviese soltero.

La cuestión era que necesitaba incrementar sus ingresos, y no ya sólo por una cuestión personal de orgullo, sino por el bebé que estaba en camino y del que Cullen no sabía nada.

Misty se llevó una mano al vientre y tragó saliva en un intento por controlar los mareos y de no reprenderse una vez más por estar ocultándole su embarazo a Cullen.

Era mejor así, se dijo. Si Cullen se enterara querría hacer lo honorable: le insistiría en que se casaran aun cuando atarse a una mujer de por vida fuese lo último que quisiese.

Lo habían educado para que fuera un hombre responsable de sus actos y para que salvaguardase ante todo el buen nombre de la familia.

De hecho, cuando su padre había dejado embarazada a su madre al poco de acabar el instituto, su abuelo los había obligado a casarse para que el niño llevara su apellido y el escándalo no salpicase a su familia.

Ella no quería poner a Cullen en esa situación; no quería que se viese forzado a hacer algo por lo que luego la odiase. No, era mejor así.

Llevaba meses evitándolo, desde que le diera positivo el test de embarazo de la farmacia, y se lo hubiese confirmado después el análisis de sangre que se había hecho en la clínica.

Si consiguiese al menos seguir evitando a Cullen un poco más, hasta que empezase a rentabilizar el estudio de danza... Entonces podría comenzar a devolverle el dinero que se había gastado en ella, y con el tiempo Cullen se daría cuenta de que el que no hubiera devuelto sus llamadas significaba que no quería volver a verlo.

Detestaba romper su relación con él de un modo tan brusco, pero era lo mejor para los dos.

La música terminó y Misty se apartó de la pared cubierta de espejos en la que había estado apoyada.

–Buen trabajo, chicos –les dijo a sus alumnos dando un par de palmadas–. Ahora quiero que prestéis atención a...

No llegó a acabar la frase. La habitación entera le daba vueltas y el corazón estaba latiéndole como si hubiese corrido una maratón. Se notaba la boca seca y la cabeza a punto de estallarle.

La vista se le nubló, y de pronto todo a su alrededor se volvió oscuridad.

Sentado en el restaurante de su hermano Bryan, Une Nuit, Cullen estaba esperando a su amigo John Harlan, pues habían quedado para almorzar.

Misty lo tenía preocupado, y si no fuera porque en los últimos tres meses no había tenido un momento de respiro, se habría plantado ya en Las Vegas para verla.

La culpa de todo la tenía el desafío que había lanzado su abuelo en Nochevieja. Cada uno de sus hijos dirigía una de las cuatro principales revistas de EPH, el grupo editorial que él fundara años atrás, y había decidido que aquel que consiguiese mayores beneficios al finalizar el año sería quien lo sucedería al frente de la compañía.

–¿Puedo sentarme contigo?

Al oír aquella voz familiar Cullen giró la cabeza y se encontró a su prima Scarlet de pie junto a él con Stash, el gerente del restaurante.

Él la miró vacilante.

–Um, bueno, es que estoy esperando a...

–A mí –lo interrumpió John, apareciendo en ese momento tras Scarlet.

A Cullen no le pasó desapercibido el repentino nerviosismo de su prima.

–¿Entonces qué? ¿Tres para comer? –inquirió Stash alegremente.

–No –respondió Scarlet abruptamente.

Dio un paso atrás y se chocó con John, que la agarró por los codos para que no perdiera el equilibrio, y la sostuvo hasta pasado un rato, cuando ya no era necesario.

Sin embargo, antes de que pudiera preguntarles por aquel extraño comportamiento en ambos, sonó su teléfono. Al ver el número en la pantalla el corazón le dio un vuelco: el teléfono del estudio de Misty... Llevaba esos tres meses intentando ponerse en contacto con ella y le había dejado docenas de mensajes, pero no le había devuelto ni una sola llamada.

Lo que había entre ellos era sólo un romance, un romance al que llevaba años pretendiendo poner fin, pero no le gustaba ni pizca que pareciese que era ella la que estaba intentando hacer precisamente eso al distanciarse de él.

De hecho, por alguna razón le estaba haciendo sentirse incluso más desesperado por hablar con ella, por verla.

Contestó antes de que el teléfono sonara de nuevo.

–¿Diga?

–¿Señor Elliott? –inquirió vacilante una voz al otro lado de la línea.

Era una voz femenina, pero no la de Misty. ¿Cómo habría conseguido una desconocida el número de su móvil? ¿Y por qué estaba llamándolo desde el estudio de Misty?

–Sí; ¿quién llama? –contestó con el ceño fruncido.

–Mi nombre es Kendra. Soy una de las alumnas de la señorita Vale. Ha sufrido un desvanecimiento en clase y su número era el primero en la lista de marcado rápido. No sabíamos a quién llamar.

–¿Qué? ¿Y cómo está?

–No lo sé. Yo me he quedado con un compañero para ver a quién podíamos llamar. Otra chica ha llamado por su móvil para pedir una ambulancia y se la han llevado hace un momento.

–¿Dónde?, ¿a qué hospital la han llevado?

–Al Saint Rose Dominican Hospital.

Cullen le dio las gracias y colgó.

–No puedo quedarme –les dijo a su prima y a John.

–¿Qué ha ocurrido? –inquirió Scarlet–, ¿quién está en el hospital?

–Nadie a quien conozcas –contestó él antes de volverse hacia su amigo–. Perdona que te haya hecho venir hasta aquí; no...

–Tonterías –replicó John–; no podías saber que iba a surgir un imprevisto. Si hay algo en lo que pueda ayudar no tienes más que decirlo.

Cullen asintió y tras agradecerle el ofrecimiento y despedirse de ambos se marchó.

Cullen tomó el jet privado de la familia y en poco más de cinco horas estaba en Henderson, Nevada.

Tomó un taxi al hospital, y casi frenético se acercó al mostrador de recepción del pabellón de urgencias para preguntar por Misty. Una de las enfermeras miró su nombre en el ordenador y le indicó la planta donde la habían llevado pero le dijo que tendría que preguntar allí el número de habitación.

Cullen se dirigió a toda prisa a los ascensores al final del pasillo y cuando llegó a la tercera planta asió del brazo a una enfermera que pasaba por allí en ese momento.

–Misty Vale –le dijo hecho un manojo de nervios–; busco a Misty Vale.

La joven morena esbozó una sonrisa.

–Le llevaré con ella –le contestó echando a andar para que la siguiera–. Acabo de verla hace un momento. Lo único que necesita es descanso. Se ha excedido un poco y una mujer en su estado no puede llevar ese ritmo.

Cullen apenas estaba escuchándola. Lo único en lo que podía pensar era que necesitaba ver a Misty y saber que estaba bien.

La enfermera se detuvo frente a una puerta cerrada.

–Es aquí –le dijo–. Puede pasar a verla. Y no se preocupe –añadió dándole unas palmaditas en el brazo–; tanto el bebé como ella están bien.

¿El bebé?, se repitió anonadado Cullen mientras la enfermera se alejaba. La boca se le puso seca y un centenar de pensamientos cruzaron por su mente. ¿Había dicho «el bebé»? De pronto le costaba trabajo respirar y las manos se le habían puesto sudorosas.

No, no podía ser. Giró el pomo, empujó la puerta lentamente, y entró sin hacer ruido.

En la habitación había dos camas separadas por una cortina corrida. El fluorescente sobre el cabecero de la cama vacía estaba encendido, y era la única luz que iluminaba la habitación en penumbra.

Cullen se alejó de puntillas hasta la otra cama y sus ojos se posaron en Misty, que yacía en ella pálida y con el cabello castaño desparramado sobre la almohada. Tenía una vía puesta en la mano, y junto a ella había un monitor que controlaba sus constantes.

Sin embargo, lo que hizo que el corazón le diera un vuelco fue el ver su vientre hinchado bajo las sábanas.

Dios... estaba embarazada de verdad...

Cullen tragó saliva y se acercó un poco más sin saber cómo debía reaccionar. En parte estaba aún molesto por que lo hubiese estado evitando durante esos tres meses... ahora sabía por qué... ¿pero cómo podía enfadarse con ella viéndola tan vulnerable, tan frágil?

Acercó una silla a la cama y se sentó. Puso su mano sobre la de ella y escrutó pensativo su rostro antes de bajar de nuevo la vista a su vientre.

No tenía ninguna duda de que aquel bebé era suyo. Siempre habían sido sinceros el uno con el otro, y estaba seguro de que si Misty hubiese estado acostándose con otro hombre se lo habría dicho. Después de todo nunca habían considerado su relación nada más allá de lo que era: un romance, algo que no los ataba a nada.

Cuando algún conocido la había invitado a cenar o a salir, Misty se lo había comentado. Él no era tan abierto en ese sentido, pero a pesar de su fama de playboy no iba saltando de cama en cama.

De hecho, aunque en los eventos a los que tenía que asistir por su posición social se le veía siempre acompañado por una mujer hermosa, ninguna de ellas había calado tan hondo en él como Misty. De un tiempo a esa parte se había encontrado pensando más y más en ella, ansiando estar con ella.

Extendió la mano libre y al posarla sobre el montículo de su vientre la sintió moverse. Ladeó la cabeza y se miró en sus ojos verdes, nublados por la preocupación.

–Cullen... –susurró con voz ronca–. ¿Qué estás haciendo aquí?

–Me dijo un pajarito que no te encontrabas bien y pensé que podría pasarme por aquí con unas flores y unos bombones.

Las comisuras de los labios de Misty se arquearon en una leve sonrisa.

–¿Cómo te encuentras? –le preguntó Cullen.

Ella bajó la vista.

–He estado mejor.

–Misty... ¿por qué no me lo dijiste? –inquirió él apretando la mano suavemente contra su vientre.

Los ojos de ella se llenaron de lágrimas y su labio inferior tembló.

–Lo siento –contestó con voz trémula, sollozando antes de continuar–. No sabía cómo decírtelo, y lo último que quería era que sintieses que tenías alguna obligación para conmigo.

–¿Alguna obligación? –repitió él, esforzándose por controlar la irritación que estaba sintiendo–. Soy el padre de ese niño, ¿no es así?

Misty inspiró y asintió.

–Sí.

Cullen se irguió en su asiento. Tenía más preguntas pero no le parecía que Misty estuviese en condiciones de ser sometida a un interrogatorio en ese momento.

–Está bien, ya hablaremos de eso luego –le dijo acariciándole el cabello–; ahora lo que te hace falta es descansar.

Misty lo miró vacilante pero no replicó, y al cabo de un rato empezaron a cerrársele los ojos.

Lo primero que debería hacer sería hablar con su médico, se dijo Cullen. Necesitaba saber qué había ocurrido exactamente, y si requeriría algún tratamiento o cuidados especiales.

Luego, en cuanto le diesen el alta, la llevaría a casa, donde estaría mucho más cómoda, y entonces llegaría el momento de hacer lo más difícil: convencerla para que se casara con él.

Capítulo Tres

Dos días después a Misty le habían dado el alta. Cullen había permanecido a su lado prácticamente cada minuto, solícito, atento a su más mínimo gesto, pendiente de lo que pudiese necesitar.

Cuando se bajaron del taxi que habían tomado para que los llevara a su casa, Misty se fijó en lo arrugado que estaba su traje. Podía haber ido a su apartamento, donde siempre dejaba algo de ropa cuando iba a verla, pero no había querido dejarla ni un momento, aunque no le habría llevado más de media hora ir a su apartamento y volver. De hecho, incluso había hecho todas las comidas con ella en la habitación, y cuando se había despertado en algún momento de la noche lo había encontrado dormido en la incómoda silla junto a su cama.

Se sentía mal de pensar en lo cariñoso y bueno que estaba siendo con ella después de que se hubiera pasado los tres últimos meses evitándolo y le hubiera ocultado su embarazo.

Cuando entraron en su apartamento Cullen la alzó en volandas y la sentó en el sofá antes de que pudiera protestar.

–El médico dijo que debías hacer reposo –le dijo antes de quitarse la chaqueta del traje y colgarla sobre el brazo de un sillón–. Cualquier cosa que necesites no tienes más que decírmelo, ¿entendido?

Misty esbozó una sonrisilla. Así debía ser en el trabajo con sus subordinados.

–A la orden, mi comandante –respondió con un saludo militar.

Cullen frunció el ceño, pero aquello únicamente la hizo sonreír más. Sin embargo no quería que pensase que no apreciaba todo lo que estaba haciendo por ella, así que se quitó los zapatos, subió las piernas al sofá, y se estiró.

Cullen le puso un par de cojines bajo la cabeza.

–¿Estás cómoda así?

Ella asintió.

–¿Necesitas alguna cosa?, ¿tienes hambre? –inquirió Cullen, balanceándose sobre los talones con las manos en los bolsillos del arrugado pantalón–. Puedo traerte unas tostadas y una taza de té. O un vaso de leche.

Tenía el cabello revuelto, como si se hubiese estado pasando la mano por él, como le había visto hacer tantas veces cuando estaba agitado por algo, y tenía barba de dos días.

Parecía que lo tenía verdaderamente preocupado, pensó. Le debía una explicación.

–Estoy bien –le dijo–, pero creo que a ti no te vendría mal darte una ducha y cambiarte de ropa. Te prometo que no me moveré de aquí.

Cullen vaciló, pero luego sus hombros se relajaron y su mirada se suavizó.

–¿Seguro que estarás bien?

–Seguro –contestó ella, asintiendo con la cabeza.

–De acuerdo; volveré enseguida.

Cullen abandonó el salón, y Misty se quedó a solas con sus pensamientos.

No había querido decirle que estaba embarazada porque había sospechado que su sentido de la responsabilidad le haría insistir en ocuparse del pequeño y de ella, aunque sólo fuera económicamente.

Bien era cierto que podría darle al bebé todo lo mejor: la mejor ropa, la mejor educación, los mejores juguetes... Ella jamás podría competir con él en eso, no con la miseria que ganaba dando clases.

De hecho, aquello la asustaba un poco, porque implicaba que, si quisiera, Cullen podría emplear su riqueza y la influencia de su familia para intentar hacerse con la custodia de su hijo.

¿Y si ocurriera eso, si decidía que no estaba interesado en ella pero sí quería al niño?

No, Cullen no haría algo así, se dijo. Claro que también podía pasar que su familia pusiese el grito en el cielo cuando se enterase de que había dejado embarazada a una mujer que había trabajado como vedette, algo que para mucha gente era sinónimo de stripper o incluso de prostituta.

Se tapó el rostro y dejó escapar un gemido de frustración.

–¿Qué ocurre?

La voz de Cullen detrás de ella hizo que Misty diera un respingo.

–Me has asustado –le dijo llevándose una mano al corazón, que parecía que fuese a salírsele del pecho.

–¿Estás bien? –inquirió Cullen rodeando el sofá, y se acuclilló a su lado.

Misty asintió y se pasó una mano por el vientre.

–Es sólo que... estaba pensando en todo este desastre –murmuró girando la cabeza hacia él–, en cómo de repente nuestras vidas están patas arriba.

–No seas tan dura contigo misma –le dijo Cullen peinándole el cabello con los dedos. Se había afeitado y se había puesto unos vaqueros y una camiseta–. Además, no estás sola en esto.

Misty bajó la vista.

–Creo que deberíamos hablar de ello, ¿no crees? –le preguntó él.

Misty inspiró profundamente y asintió.

–Imagino que debe haber un montón de cosas que querrás preguntarme.

–Pues la verdad es que sí –respondió Cullen antes de levantarse para acercar una silla al sofá y sentarse–. ¿De cuánto estás?

–De dieciséis semanas.

Cullen frunció el ceño ligeramente mientras hacía el cálculo mental.

–Eso son cuatro meses –murmuró–. La última vez que estuvimos juntos.

Misty tragó saliva.

–¿Cuándo lo supiste?

–Más o menos un mes después.

Cullen se acarició la barbilla.

–Eso explica por qué dejaste de contestar al teléfono y por qué no me devolvías ninguna de mis llamadas.

–Lo siento –musitó ella.

Se incorporó, quedándose sentada, y apoyó la espalda en el brazo del sofá.

–Sé que hice mal en ocultártelo, pero es que estaba tan... confundida. Al principio incluso me negaba a creerlo. Siempre habíamos tenido tanto cuidado... Además estaba segura de que si hablaba contigo sabrías por el tono de mi voz que me pasaba algo.

Dejó escapar un suspiro y se quedó callada un momento antes de volver a hablar.

–No quería mentirte y decirte que no pasaba nada, así que decidí no contártelo.

–¿Y no pensaste que tenía derecho a saberlo?

A Misty no le pasó desapercibida la ira apenas contenida en su voz.

–Lo sé; es verdad, y sé que no es excusa, pero si no te lo dije en cuanto lo supe fue porque estaba asustada y porque, lo creas o no, quería protegerte.

–¿Protegerme? –repitió Cullen con incredulidad.

Sacudió la cabeza, se levantó, y comenzó a andar arriba y abajo, pasándose una mano por el cabello antes de detenerse y sacudir la cabeza de nuevo con los brazos en jarras.

–Sí, para protegerte –le contestó ella con firmeza–. Cullen, sólo tienes veintsiete años y eres el director de ventas de una de las revistas más importantes del grupo editorial de tu familia. Eres demasiado joven para atarte de por vida a una bailarina cuya carrera se vio truncada por una lesión, y a un hijo que no habías planeado tener. Además, tu familia no te agradecería precisamente la mala prensa que esto podría acarrearos si llegara a oídos de los medios.

Cullen estaba mirándola con el ceño fruncido de indignación.

–¿De verdad crees que me importa lo que los medios puedan decir?

–Puede que ahora estés convencido de que no, ¿pero cómo te sentirías si esto afectara a la reputación de tu familia y un día empezaran a echarte la culpa de ello por haberte mezclado con alguien como yo?

Cullen detestaba oírle hablar de sí misma de esa manera, como si fuera un estigma el que fuera unos años mayor que él y presuponiendo que su familia no la aceptaría por haber sido una vedette.

No podía negar que su abuelo probablemente se llevaría las manos a la cabeza si regresase con una amante embarazada que antes había sido vedette, ¿pero cuándo no le había encontrado faltas Patrick Elliott al comportamiento de sus hijos o sus nietos? Nada de lo que hacían le parecía bien. Él ya estaba cansado de intentar conseguir su aprobación y sabía que le ocurría lo mismo a otros miembros de la familia.

–Alguien como tú, ¿eh?

–Escucha, Cullen: desde un principio lo nuestro fue sólo un romance, y ninguno de los dos esperaba nada más; no tienes que atarte a mí por lo que ha ocurrido. Las cosas no tienen por qué cambiar porque me haya quedado embarazada.