Situación desesperada - Heidi Betts - E-Book

Situación desesperada E-Book

HEIDI BETTS

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Beschreibung

¿Podrían encontrar algo que los uniera además del dinero? Burke Bishop, el soltero más solicitado de Chicago, quería tener un hijo, pero no tenía la menor intención de dejarse atrapar por el matrimonio. Así que la mejor solución era encontrar una madre de alquiler. Y supo que había dado con la mujer perfecta en cuanto conoció a la bella Shannon Moriarty. Por algún motivo desconocido, Shannon aceptó su cuantiosa oferta y le pidió que mantuvieran las cosas en el terreno de los negocios. Concibieron al niño sin tocarse siquiera. Sin embargo, la dulzura de Shannon no tardó en dejar maravillado a Burke, que le pidió que se mudara a su apartamento. Poco después su relación se volvió más íntima y ninguno de los dos pudo negar el vínculo que los unía...

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2005 Heidi Betts. Todos los derechos reservados.

SITUACIÓN DESESPERADA, Nº 1384 - junio 2012

Título original: Bought by a Millionaire

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0206-3

Editor responsable: Luis Pugni

Conversion ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo Uno

Shannon Moriarty leyó la dirección que había escrita en el papel que llevaba en la mano y luego miró el número del edificio. Sí, era allí. Y contaba sólo con tres minutos para llegar a tiempo a su cita con Burke Ellison Bishop, uno de los solteros más codiciados de Chicago, en el decimoctavo piso.

El portero asintió educadamente con la cabeza y luego le indicó los ascensores. Negándose a que el mármol y los dorados del vestíbulo le intimidaran, Shannon lo cruzó y entró en uno de los ascensores.

«Relájate», se ordenó a sí misma. «Al fin y al cabo, no es la primera vez que tienes una entrevista de trabajo». Aunque, por supuesto, jamás se había presentado a una entrevista de ese cariz.

Las puertas del ascensor se abrieron en el decimoctavo piso mostrando un vestíbulo enmoquetado en color salmón, un mostrador de recepción de madera de caoba y unas grandes letras doradas que decían: Bishop Industries, Incorporated.

Shannon respiró profundamente, salió del ascensor y se dirigió a la sonriente secretaria.

–¿En qué puedo servirle? –preguntó la mujer aún sonriendo.

–Me llamo Shannon Moriarty y estoy citada a las dos con el señor Bishop.

La atractiva morena de mediana edad asintió.

–El señor Bishop la está esperando, señorita Moriarty. Ahora mismo la llevo al despacho del señor Bishop.

Ni siquiera dispondría de unos minutos para calmar sus nervios, o para empolvarse la nariz o pasarse la mano por el revuelto cabello. Le entraron ganas de ir al baño. No obstante, se limitó a seguir a la secretaria por un pasillo con paredes cubiertas de caoba en dirección al despacho de Burke Bishop.

Shannon cruzó la puerta, que estaba abierta, y se detuvo. El negro suelo de mármol brillaba, proyectando la ilusión de que caminar sobre él sería como caminar en el aire; un aparador con todo tipo de licores y bebidas ocupaba una de las paredes; sillones de cuero negro rodeaban una mesa de centro de cristal colocada al lado de otra pared.

La estancia era toda cromo, negro y cristal. Incluso la mesa de despacho de aquel hombre era de cristal.

Por fin, clavó los ojos en el sillón giratorio de cuero negro que se movía suavemente a un lado y a otro mientras su ocupante hablaba por teléfono.

Burke Bishop estaba sentado en ese sillón. El hombre más rico de Illinois y, posiblemente, de Estados Unidos. Un hombre codiciado por todas las mujeres solteras de la alta sociedad de Chicago, y por algunas casadas, pero que no parecía interesado.

La conversación telefónica acabó y Burke Bishop clavó sus ojos grises en ella, paseando la mirada por todo su cuerpo.

Shannon sintió el rubor de sus mejillas y los acelerados latidos de su corazón. Las fotos de las revistas y periódicos no le hacían justicia, ese hombre era increíblemente atractivo. Tenía el cabello negro y corto; llevaba un traje, que debía de ser de Armani, que se le ajustaba como un guante; la corbata, con algo de color, le bajaba por el torso.

–Por favor, señorita Moriarty, siéntese.

Le temblaron las rodillas al oír esa voz, una voz profunda y segura, una voz que le corrió por las venas como miel cálida. Antes de que pudieran fallarle las piernas, Shannon se acercó a una de las sillas de cuero negro y cromo que había delante del escritorio y dejó el bolso a sus pies.

–Le agradezco que haya venido –dijo él al tiempo que abría una carpeta con papeles–. ¿Le importa que repasemos algunos detalles de las entrevistas que ya ha tenido con los médicos y los abogados?

Shannon tragó saliva. Había tenido un montón de entrevistas y había contestado a cientos de preguntas. No obstante, sabía que para eso estaba allí y asintió con la cabeza.

–Tiene veintiséis años.

–Sí –respondió ella, aunque había sido una afirmación más que una pregunta.

–Estudiante de educación infantil en la universidad Northeastern Illinois.

–Sí.

–Los informes médicos demuestran que siempre ha tenido buena salud, nada a excepción de las típicas enfermedades infantiles.

–Sí –volvió a responder ella.

Aparentemente satisfecho, Burke Bishop cerró la carpeta y la dejó a un lado del escritorio.

Cuando él volvió a clavar sus ojos grises, en ella, Shannon sintió cómo se le tensaban los músculos del vientre.

–Si no le molesta, me gustaría hacerle algunas preguntas personales.

–No, no me molesta –aquélla era una entrevista de trabajo, se recordó a sí misma. No podía negarle nada.

–¿Qué le ha hecho responder a mi anuncio pidiendo una madre sustituta, señorita Moriarty?

No era la pregunta que Shannon había esperado, pero contestó sinceramente.

–Necesito dinero.

Al ver que él ni siquiera parpadeó, Shannon añadió:

–Sé que suena frívolo, señor Bishop, pero supongo que prefiere que le responda con sinceridad a que le ofrezca una amable mentira.

–¿Y por qué necesita este dinero?

Shannon respiró profundamente.

–No hace mucho mi madre sufrió un infarto. Aunque se ha recuperado, no tiene el cuerpo ni la cabeza como antes. Necesita que la cuiden las veinticuatro horas del día. Después del infarto, estuvo viviendo conmigo durante un tiempo; pero entre la universidad y el trabajo... en fin, no puedo pasar el día entero con ella. Mi madre decidió que la solución era una residencia, de esa manera yo podía seguir estudiando; sin embargo, no se da cuenta de lo cara que es.

–Meadow Lark Assisted Living Center –murmuró Burke Bishop–. ¿No le ha dicho a su madre lo cara que es esa residencia?

–No –contestó Shannon–. Mi madre cree que sus ahorros están pagando la residencia, y así fue al principio. Desgraciadamente, sus ahorros no duraron mucho. De momento, Meadow Lark nos ha ofrecido un préstamo; entre el préstamo y lo que yo puedo ahorrar, pagamos las mensualidades, pero no sé cuánto tiempo puedo continuar así. Y, por supuesto, no quiero preocupar a mi madre con estas cosas.

Shannon tragó saliva para contener las lágrimas.

–Mi madre ha dedicado su vida a cuidarme y ahora es justo que yo me encargue de ella.

Él asintió.

–Además de ir a la universidad, tiene dos trabajos. Trabaja como recepcionista en el despacho de abogados, Benson y Tate, por las mañanas, y en un restaurante, The Tavern, por las noches. Y, cuando su madre tuvo el infarto, suspendió sus estudios durante dos años para cuidar de ella.

Shannon inclinó la cabeza.

–Mi madre insistió en que reanudara mis estudios. No quiere que renuncie a mi vida por ella.

–¿Y está realmente dispuesta a hacer de madre sustituta? ¿A realizar ese sacrificio con el fin de que su madre continúe en la residencia?

Shannon enderezó la espalda, alzó la barbilla y respondió simplemente:

–Es mi madre. Haría cualquier cosa por ella.

Una sonrisa asomó a los labios de Burke Bishop mientras cruzaba los brazos apoyándolos encima del escritorio.

–Supongo que es consciente de que va a tener que dedicar bastante tiempo a este asunto.

Shannon no se relajó ligeramente, contenta de dejar de hablar de su madre.

–Sí, lo sé. Pero las visitas al médico no me van a impedir que siga con mis estudios.

Shannon mencionó el desgaste emocional, mucho mayor que el desgaste físico. Pero estaba dispuesta a enfrentarse a ello por la salud y la felicidad de su madre.

Se miró las botas de ante de color crema antes de volver a mirarle a él.

–Trabajaría algo menos con el fin de dedicar más tiempo a mis estudios, pero no voy a dejar ambos trabajos. En caso de contratarme, el dinero que usted me diera lo destinaría a pagar la residencia y la asistencia médica de mi madre. Por mi parte, soy joven y capaz de sobrevivir por mí misma.

Ambos se quedaron en silencio momentáneamente. Después, Burke Bishop volvió a su interrogatorio.

–Perdone que se lo pregunte ya que sé que se lo han preguntado antes, pero... no tiene relaciones sexuales con nadie por el momento, ¿verdad?

–No –respondió Shannon rápidamente–. Respecto a eso no tiene por qué preocuparse.

Y era verdad, hacía mucho tiempo que no tenía relaciones con nadie.

Achicando los ojos, Burke la miró fijamente. No era una mujer de belleza clásica y perfectamente maquillada, como todas las mujeres con las que había salido después de ganar su primer millón. No, Shannon era muy natural, con el cabello suelto y ropa elegida por comodidad más que por estilo.

Los rizos rojos de ella se le antojaron como las llamas de un fuego, y las pecas de su nariz le hicieron desear inclinarse sobre ella para chuparlas con el fin de comprobar si sabían a canela.

Shannon llevaba una falda de colores vistosos y un jersey de color verde oliva que le caía hasta medio muslo, cubriendo todo aquello de interés. Lo que no logró contener su imaginación, estaba seguro de saber cómo era esa mujer debajo de la amplia ropa.

Y ése era el problema.

Aquella mañana había entrevistado a seis candidatas más para el puesto de madre sustituta, y tenía que entrevistar a dos más por la tarde. Pero Shannon era la única que había despertado su interés sexual.

A menos que las dos candidatas que le quedaban por ver fueran Julia Roberts o Meg Ryan, no podía ser que le atrajeran más que Shannon.

Podía imaginarla perfectamente en el papel de madre de su hijo. O hijos. El problema era que, tratándose de Shannon, le gustaría concebirlos de manera tradicional.

Y eso era terrible. En ese momento, no había cabida en su vida para una mujer, sólo para su futuro hijo. Cuando el niño naciera, pensaba trabajar mucho menos y dedicarse a ser un padre modelo, el padre que habría querido para sí mismo pero, que nunca había tenido.

¿Una mujer? ¿Una esposa? No, gracias.

Además, Shannon había admitido que lo único que le interesaba era el dinero, al igual que a las demás mujeres que conocía. Todas querían casarse con él por sus millones.

Shannon no quería casarse con él, pero estaba dispuesta a tener un hijo suyo con el fin de cuidar a su madre enferma.

Los motivos de Shannon eran nobles, pero Burke se recordó a sí mismo que eso no era asunto suyo.

Burke se puso en pie. Shannon le imitó, agarró el bolso y se lo colgó del hombro.

En contra de toda lógica, Burke sonrió y le preguntó a esa mujer algo que no le había preguntado a ninguna otra de las candidatas.

–¿Querría cenar conmigo esta noche?

Burke había entrevistado aquella tarde a las dos candidatas que le quedaban, pero lo había hecho sólo porque estaban citadas. Sin embargo, ya había tomado una decisión, Shannon iba a ser la futura madre de su hijo.

Eran las seis y cincuenta y nueve minutos de la tarde y, delante de la limusina, esperaba a que Shannon saliera del edificio de apartamentos donde vivía.

Nunca se ponía nervioso, ¿por qué lo estaba en ese momento?

Se metió las manos en los bolsillos del pantalón azul marino, se apoyó en el coche y adoptó una postura relajada.

Shannon salió del edificio vestida con una blusa de color marfil y una falda marrón que le caía hasta media pierna. Llevaba los rojizos rizos recogidos en una coleta.

Al verle, ella sonrió.

Burke le devolvió la sonrisa, se apartó de la limusina y le abrió la puerta.

–Gracias –dijo ella con la respiración entrecortada antes de adentrarse en el vehículo.

Burke se sentó al lado de ella y, casi al instante, el coche se puso en marcha.

–De nada. ¿Qué tal está?

–Bien. ¿Y usted?

Burke asintió.

–¿No se ha echado atrás? –preguntó él, yendo directamente al grano.

Lo directo de la pregunta tomó a Shannon por sorpresa; por fin, negó con la cabeza. No había cambiado de idea respecto a ser la madre sustituta del hijo de ese hombre.

Ella también había hecho algo de investigación sobre él. Burke Ellison Bishop era un hombre decente que no debía de haber tenido una infancia feliz, quizá ése fuera el motivo por el que quería tener un hijo. Aunque no comprendía por qué no esperaba a casarse para tener un hijo, estaba segura de que sería un buen padre. Donaba grandes sumas de dinero a obras de caridad destinadas a niños y, en algunas ocasiones, había visto fotos de él en las revistas rodeado de niños.

No obstante, no podía evitar estar nerviosa por el hecho de que Burke Bishop estuviera considerándola seriamente para el puesto de madre sustituta. Que la hubiera invitado a cenar era un muestra de ello.

Como no lograba calmar sus nervios, volvió la cabeza y miró por la ventanilla. Era la primera vez que iba en limusina, pero la comodidad de los asientos y la perfecta temperatura la hicieron pensar que era algo a lo que podría acostumbrarse fácilmente.

En cuestión de minutos se detuvieron delante de un restaurante llamado Le Cirque. Por los ventanales del establecimiento se veían luces en forma de estrellas, también había un mozo para aparcar los coches. Ella había oído hablar de aquel restaurante, pero jamás había imaginado que fuera a ir allí a cenar.

El chófer le abrió la puerta y le ofreció una mano para ayudarla a salir. Ella se quedó quieta en la calle hasta que sintió una cálida mano en la espalda.

Shannon alzó la cabeza y, al ver a Burke a su lado, forzó una sonrisa.

–Creo que no voy vestida apropiadamente.

Hombres enfundados en perfectos trajes y mujeres cubiertas de satén pasaron por su lado camino a la puerta del restaurante. De repente, Shannon se sintió completamente fuera de lugar.

–Estás perfecta –le aseguró Burke empujándola suavemente hacia la puerta–. Además, he reservado una mesa privada para que nadie pueda molestarnos.

Con discreción para no dirigir la atención en dirección a Burke, un efusivo maître con un acento francés algo sospechoso les guió por el perímetro del comedor hasta un rincón apartado con una pequeña mesa y dos sillas. Shannon aún se sentía fuera de lugar, pero en el refugio que el rincón ofrecía se encontró más tranquila.

Los menúes ofrecían más variedad de comida que un festival culinario multicultural. Shannon ni siquiera podía pronunciar la mitad de los entremeses.

Cuando Burke le propuso pedir por los dos, ella asintió, convencida de que él no le pediría algo tan desagradable como caracoles.

Cuando el camarero se retiró después de que hubieran pedido, Burke sirvió dos copas de clarete.

–¿Todavía tiene más preguntas que hacerme? –inquirió Shannon después de beber un sorbo de vino.

Al fin y al cabo, ¿qué otro motivo podía haberle hecho invitarla a cenar?

Burke sacudió la cabeza.

–Creo que sé todo lo necesario respecto a su salud y bienestar en general.

–En ese caso, ¿por qué me ha invitado a cenar?

Burke esbozó una sonrisa.

–Porque me apetecía. ¿Acaso le desagrada haber venido aquí?

–No, no es eso –respondió Shannon rápidamente–. Lo que ocurre es que no comprendo por qué me ha traído aquí si no quería hacerme continuar la entrevista que hemos tenido.

–Olvídese de la entrevista –le dijo él–. Esta noche quiero que se relaje. Me ha parecido buena idea que charlásemos, que nos conociéramos algo mejor.

Shannon sonrió con ironía.

–Si ha leído los informes de los innumerables médicos y abogados, no creo que yo pueda proporcionarle mucha más información. Le aseguro que me han investigado a fondo.

–Sí, la gente que trabaja para mí lo hace a conciencia. Pero eso no significa que la conozca. Sé su tipo de sangre, su fecha de nacimiento y las notas que ha sacado durante sus estudios. Pero esta noche me gustaría que me hablara de otras cosas.

–¿Como qué?

–Su color preferido, el helado que más le gusta y... su primera desilusión amorosa.

–De acuerdo –accedió Shannon en voz baja, sintiéndose más segura de sí misma–. Pero si yo contesto a sus preguntas, me parece justo que usted responda a las que yo le haga.

Burke se quedó pensativo un momento; sin embargo, a juzgar por el brillo de sus ojos, parecía divertido.

–Trato hecho.

Les llevaron los entremeses y, mientras comían, Shannon respondió a la primera pregunta.

–Mi color preferido es el verde en cualquier tono, desde el verde menta al verde oliva. Mi helado preferido es el de chocolate con menta, pero el de tutifruti también me encanta. Y mi primera desilusión amorosa fue con Tommy Scottoline cuando teníamos diez años y en las clases de estudio empezó a sentarse con Lucinda Merriweather –Shannon le lanzó una traviesa sonrisa–. Lucy hacía como si fuera a subirse a un árbol y le pedía a Tommy que se colocara debajo por si se caía.

–Ah –Burke sonrió.

–Y ahora le toca a usted –declaró Shannon.

–¿Quiere que conteste a las mismas preguntas o prefiere hacerme otras?

–Las mismas.

–De acuerdo. Supongo que mi color preferido es el negro. No me gustan demasiado los helados, pero si tuviera que elegir uno elegiría el de vainilla. Y jamás he sufrido una desilusión amorosa.

Sorprendida, Shannon le miró con asombro.

–¿Nunca?

–No, nunca –reiteró Burke impasible.

–¿Cómo es posible? –Shannon sabía que no era asunto suyo, pero sentía verdadera curiosidad.

Burke se encogió de hombros.

–Es difícil sufrir una desilusión amorosa cuando nunca se ha estado enamorado. No tengo tiempo para cosas tan triviales.

La ronca risa de Shannon fue provocada por una mezcla de incredulidad y asombro.

–¿Cómo puede calificar el amor de trivial? ¿No es el amor lo que mueve el mundo?

–Lo que mueve el mundo es el dinero –respondió Burke sucintamente–. Al amor se le da demasiada importancia.

Shannon abrió mucho los ojos.

–Es una visión muy cínica de la vida. El dinero no puede comprarlo todo.

Burke hizo una mueca burlona con los labios.

–Cuando se tiene tanto dinero como yo sí se puede. Y no me considero cínico, sino realista.

Shannon supuso que no le faltaba razón. Burke Bishop iba a emplear parte de sus millones en comprar a una madre para su hijo; y si podía conseguir algo semejante, quizá pudiera conseguir cualquier cosa que se propusiera.

Pero le entristeció pensar que ese hombre no creyera en el amor. Además, había muchas clases de amor: el amor en el sentido romántico, el amor filial, el amor de un padre por un hijo, el amor entre amigos... Y no estaba segura de que Burke Bishop hubiera encontrado ningún tipo de amor. No obstante, desde el momento en que tuviera a su hijo en sus brazos, todo cambiaría, Burke aprendería lo que era amor incondicional.

–No creo que sea erróneo suponer que a usted le alegra que yo juzgue desde el punto de vista económico algo tan mercúreo como las emociones humanas. Al fin y al cabo, eso le va a proporcionar una importante suma de dinero.

A Shannon se le atragantó la comida. Dejó los cubiertos en el plato antes de intentar hablar.

–¿Significa eso que ya ha tomado una decisión? –preguntó ella.

–La decisión la tomé incluso antes de que se marchara de mi despacho esta mañana. Usted va a ser la madre sustituta de mi hijo. Felicidades.

Capítulo Dos