Una aventura prohibida - Paraíso de placer - Bella y valiente - Yvonne Lindsay - E-Book

Una aventura prohibida - Paraíso de placer - Bella y valiente E-Book

YVONNE LINDSAY

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Beschreibung

Una aventura prohibida Yvonne Lindsay A Nate Hunter le resultó demasiado fácil seducir a la hija de su enemigo. Y después de un fin de semana tórrido, le planteó un ultimátum: Nicole Wilson tendría que trabajar con él. Si no lo hacía, su familia se enteraría de su aventura. Nicole no tenía muchas alternativas, pero ¿se atrevería a fiarse de un hombre que pretendía destruir todo lo que amaba? Paraíso de placer Kate Carlisle ¿Ciclo de ovulación? Comprobado. ¿Nivel de estrógenos? Perfecto. Ya nada podía impedir que Ellie Sterling se quedara embarazada en una clínica de fertilidad. Nada, excepto la oferta de su buen amigo y jefe: concebir un hijo al modo tradicional. Tras una noche con Ellie, Aidan Sutherland, un seductor millonario, se sintió confuso y, aunque pareciera increíble… ¿enamorado? Bella y valiente Nalini Singh En el corazón de Hira comenzaba a brillar la esperanza. Se había casado con un hombre con el que quizá mereciera la pena construir un futuro. A su madre le habían preocupado las cicatrices de Marc, pero a ella le resultaba increíblemente atractivo. De hecho, aquellas marcas de su rostro le daban un aire peligrosamente masculino que despertaba en ella sentimientos e ideas que la escandalizaban.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 437 - enero 2020

 

© 2012 Dolce Vita Trust

Una aventura prohibida

Título original: A Forbidden Affair

 

© 2013 Kathleen Beaver

Paraíso de placer

Título original: She’s Having the Boss’s Baby

 

© 2005 Nalini Singh

Bella y valiente

Título original: Craving Beauty

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013 y 2005

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiale s, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-901-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Una aventura prohibida

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Paraíso del placer

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Bella y valiente

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Las manos de Nicole temblaban de forma incontrolable al tratar de introducir la llave de contacto. El llavero se le volvió a caer y, tras recogerlo del suelo de su Mercedes Benz, se dio por vencida.

Se bajó del coche, dio un portazo y sacó el teléfono móvil del bolso. Menos mal que se había acordado de recogerlo de la mesa del vestíbulo después de abandonar airadamente la cena familiar, con lo que daba por concluidas todas las futuras cenas familiares.

Llamó a un taxi. Temblaba mientras esperaba a que llegara. Se alegró de no haber tenido tiempo de quitarse el traje de chaqueta de lana al llegar a su casa después de trabajar, ya que el aire de la noche otoñal era muy frío.

Su padre le había pedido que se pusiera elegante para cenar, pero pensó que a su padre no le importaría que se hubiera quedado trabajando en el despacho en vez de volver corriendo para vestirse. A fin de cuentas, si alguien tuviera que entender que dedicara su tiempo y energía a Wilson Wines, debía ser Charles Wilson, fundador y presidente de la empresa. Su padre le había dedicado la vida, y ella había pretendido seguir sus pasos.

Hasta esa noche.

Volvió a invadirla la ira. ¿Cómo se había atrevido su padre a menospreciarla de aquel modo y en presencia de un desconocido a todos los efectos, aunque fuera su hermano Judd, al que hacía mucho tiempo que había perdido de vista? Veinticinco años después de que el divorcio de sus padres hubiera dividido a la familia en dos, ¿qué derecho tenía Judd a volver y a reclamar responsabilidades que eran de ella? Trató de calmarse. No podía confiar en nadie salvo en sí misma.

Hasta Anna, su mejor amiga, había demostrado su verdadero rostro la semana anterior al volver a Nueva Zelanda desde Australia en compañía de Judd. Trató de convencer a Nicole de que se había limitado a cumplir las órdenes de Charles de buscar a Judd y llevarlo de vuelta para buscar una reconciliación. Pero Nicole sabía a quién era leal Anne, y ciertamente no era a ella, ya que, en caso contrario, le hubiera contado los planes de Charles.

El móvil comenzó a sonar insistentemente dentro del bolso.

–¿Dónde estás, Nicole? ¿Te encuentras bien?

Era Anna.

–Sí, estoy bien –respondió Nicole con voz cortante.

–Estás enfadada. Lo sé por el tono de voz. Siento lo que ha pasado, pero…

–¿Solo lo que ha pasado, Anna? ¿Y qué hay de tu viaje a Australia? ¿Y de traer a mi hermano de vuelta después de veinticinco años para que me arrebatara todo lo que es mío? Creí que éramos amigas, que éramos como hermanas.

–No podía contarte los planes de Charles. Créeme, por favor. Tuve que jurarle que guardaría el secreto. Ya sabes cuánto le debo. Sin su apoyo, mi madre y yo…

–¿Su apoyo? –Nicole cerró lo ojos para que no se le escaparan las lágrimas–. ¿Es que yo no cuento con el tuyo?

–Sabes que siempre lo has tenido, Nic.

–¿En serio? Entonces, ¿por qué no me dijiste que mi padre iba a sobornar a Judd ofreciéndole mi casa y la empresa?

–Solo la mitad de ella.

–Sí, pero con las acciones que le permiten controlarla, lo que equivale a darle toda la empresa.

El shock que había experimentado cuando su padre se lo había anunciado había sido terrible. Y se había sentido aún peor ante sus intentos de justificarlo:«Verás como encuentras a un hombre», le había dicho, «del que te enamorarás y, antes de que te des cuenta, estarás casada y tendrás una familia. Wilson Wines se convertirá en un pasatiempo para ti».

Su padre consideraba que sus años de trabajo, de dedicación y de compromiso con la empresa habían sido un simple entretenimiento. Nicole sintió que le hervía la sangre.

–Mi padre me ha dejado muy claro cuál es mi situación y, al apoyarle, tú has dejado muy claro de qué lado estás.

Anne le respondió con calma.

–Me tuve que enfrentar a un dilema irresoluble, Nic. Le rogué que te lo contara o que al menos te dijera que Judd iba a volver.

–Pues parece que no le rogaste lo suficiente. O tal vez podías habérmelo dicho tú, haberme llamado o enviado un correo electrónico. Sabías lo que suponía para mí, el daño que me haría. Y no hiciste nada.

–Lo siento mucho, Nic. Si tuviera que volver a hacerlo, actuaría de otra forma.

–El problema, Anna, es que ya no sé nada. Todo aquello por lo que me he esforzado, por lo que he vivido, se lo acaban de entregar a un hombre al que ni siquiera conozco. Ni siquiera sé si sigo teniendo casa, pues mi padre le ha dado la escritura a Judd. ¿Te has preguntado cómo te sentirías si estuvieras en mi lugar?

Las luces de un coche a lo lejos anunciaron la llegada del taxi.

–Tengo que dejarte. Necesito reflexionar.

–Hablemos de esto cara a cara, Nicole.

–No –respondió esta mientras el taxi se detenía–. Ya he dicho todo lo que tenía que decir. No vuelvas a llamarme.

Desconectó la llamada y apagó el móvil antes de meterlo en el bolso.

–Viaduct Basin –le dijo al taxista mientras se montaba en el vehículo. Esperaba que el alegre ambiente de bares y clubes del centro de Auckland la distrajera. Se retocó el maquillaje como pudo. Detestaba que sus enfados, poco frecuentes, siempre acabaran en lágrimas.

Se recostó en el asiento e intentó olvidar las palabras de su padre y su ligero tono de superioridad, que parecía indicarle que pronto se le pasaría la rabieta.

–Tendrá que pasar por encima de mi cadáver.

–¿Cómo dice, señorita? –le preguntó el taxista.

–Nada, perdone. Hablo sola.

Trató de contener las lágrimas que volvían a agolpársele en los ojos. Su padre había dañado la relación entre ambos para siempre, había hecho desaparecer la confianza existente entre Anna y ella y destruido la posibilidad de que entre Judd y ella se estableciera un vínculo de hermandad. Ya no podía confiar en nadie de la familia: ni en su padre, ni en su hermano, ni en su hermana ni, desde luego, en su madre, a la que no veía desde que se había llevado a Judd a Australia, donde ella había nacido, cuando el niño tenía seis años y Nicole uno.

Hacía mucho tiempo que ella se había convencido de que no necesitaba a su madre. Su padre lo había sido todo para Nicole. Pero ya de niña se había dado cuenta de que ella no bastaba para compensarle por la pérdida de su esposa e hijo. Eso la había llevado a esforzarse más, a ser una alumna ejemplar con la esperanza de que su padre estuviera orgulloso de ella. Desde el momento en que se percató de que lo que le importaba a su padre, su única ambición fue dirigir Wilson Wines.

Con Judd de vuelta, era como si ella no existiera.

Pero no se dejaría vencer por la conducta paterna, cuando se le pasara el enfado, ya se le ocurriría el modo de solucionar las cosas. Hasta entonces, su intención era divertirse.

Bajó del taxi, se soltó el pelo, que llevaba recogido en una cola de caballo, se desabrochó el botón superior de la chaqueta, con lo que quedó a la vista un sujetador de encaje, y se dirigió al primer bar que vio.

 

 

Nate, apoyado en la barra, miraba con desinterés a los que bailaban en la pista. Estaba allí por complacer a Raoul. Acudir a la despedida de soltero de su amigo era una pequeña recompensa por su trabajo para que Jackson Importers siguiera adelante después de la repentina muerte, el año anterior, del padre de Nate. Se había sentido muy aliviado al saber que Raoul llevaría las riendas del negocio hasta que él pudiera volver a Nueva Zelanda. Había tardado en abandonar la sucursal europea de Jackson Importers y encontrar a alguien que lo sustituyera, y le debía un gran favor a Raoul por sacarlo del atolladero.

De todos modos, se aburría. Estaba a punto de despedirse cuando la vio. La mujer bailaba con una sensualidad que despertó su instinto masculino más básico. Iba vestida como si acabara de salir de la oficina. Llevaba la chaqueta desabrochada lo justo para que se adivinaran sus senos. Y aunque la falda no era exactamente corta, sus largas piernas y los zapatos de tacón hacían que lo pareciera.

Sintió una punzada familiar en la entrepierna. De pronto, marcharse a casa dejó de ser una prioridad.

Se abrió paso entre los cuerpos para acercarse. Había algo en ella que le resultaba conocido. Su larga melena oscura se movía a un lado y a otro al ritmo de la música y él se la imaginó deslizándose por su cuerpo extendida sobre las sábanas de su cama.

Se aproximó bailando.

–Hola, ¿puedo acompañarte? –le preguntó sonriendo.

–Desde luego –respondió ella mientras se apartaba el pelo de la cara y mostraba unos ojos oscuros en los que un hombre se perdería y unos deliciosos y pecaminosos labios pintados de rojo.

Bailaron durante un rato sin tocarse. Una persona chocó con Nicole y la lanzó contra el pecho de Nate. Él la sujetó y ella lo miró con una sonrisa.

–Eres mi salvador –afirmó con un brillo malicioso en los ojos.

–Puedo ser lo que quieras –afirmó él inclinándose para hablarle al oído.

–¿Lo que quiera?

–Lo que quieras.

–Gracias –ella le rodeó el cuello con las manos.

En aquel momento, lo único que Nate deseó fue llevársela a su casa y a la cama.

No le gustaban las aventuras de una noche. Le gustaba calcularlo todo, la espontaneidad no era su fuerte, sobre todo en su vida privada. Sabía que había que ser precavido con los demás hasta conocer sus verdaderos motivos. Pero la mujer que estaba entre sus brazos tenía algo por lo que estaba dispuesto a arriesgarse.

De pronto se dio cuenta de por qué le resultaba familiar. Era Nicole Wilson, la hija de Charles Wilson y su mano derecha en Wilson Wines. Había visto su foto en el dosier que había pedido a Raoul sobre las empresas de la competencia y, especialmente sobre el hombre que había sido el mejor amigo de Thomas, su padre. Tras una pelea llena de falsas acusaciones, Charles Wilson se había convertido en su peor enemigo.

En su adolescencia, Nate le había prometido que se vengaría de Charles. Thomas le había pedido que le prometiera que no lo haría mientras él viviera. Por desgracia, su padre había muerto, por lo que ya no tenía que seguir manteniendo su promesa.

Llevaba tiempo esperando el momento oportuno para su venganza. Había recogido información y planeado su estrategia. Y aunque no formara parte de sus planes, no iba a desaprovechar la oportunidad que le acababa de caer en los brazos.

No negaba lo mucho que Nicole lo atraía. Si aquello no funcionaba, seguiría con su plan. Pero si le salía bien, si ella respondía del mismo modo que él había reaccionado, su plan de vengarse de Charles Wilson daría un giro muy interesante.

 

* * *

 

Nicole sabía que había bebido mucho y que debería llamar para que un taxi la llevara a casa. Además, al día siguiente tenía que trabajar.

Al pensar en el trabajo y en su casa, se le hizo un nudo en el estómago, porque recordó la baja estima en que la tenía su padre. Antes había bloqueado el recuerdo bebiendo en compañía de unos conocidos que no veía desde que se había licenciado en la universidad. Y en aquel momento se estaba dejando llevar por la atracción que resultaba evidente entre dos personas jóvenes, sanas y en la flor de la vida.

La distancia entre ella y el hombre con quien bailaba era prácticamente inexistente. Ella rozó la parte inferior del cuerpo masculino con el suyo y soltó una risita.

–¿Me cuentas el chiste?

Ella apretó los labios y negó con la cabeza.

–Entonces, tendrás que pagar una prenda.

–¿Una prenda? –ella sonrió– ¿No irás a castigarme por estar contenta?

–No pensaba en un castigo.

En vez de reírse por lo que él acababa de decir, Nicole sintió una punzada de deseo.

–¿En qué habías pensado?

–En esto.

Ella no tuvo tiempo de reaccionar ni espacio para moverse en el caso de que hubiera querido evitar sus labios, inesperadamente fríos y firmes en los suyos.

Nicole sintió una descarga eléctrica en su interior y desapareció todo lo que había a su alrededor. Lo único en lo que pensaba era en el contacto de los labios masculinos y en la deliciosa presión de su cuerpo cuando él le puso las manos en las caderas y la atrajo hacia sí.

Siguieron moviéndose al ritmo de la música. La pelvis de Nicole se frotaba contra la de él, y ella, al percibir la excitación de Nate, deseó algo más que el contacto a través de la ropa.

Trató de reprimir el gemido que pugnaba por salir de su garganta cuando él retiró los labios.

Abrió los ojos. Con aquella luz era difícil saber de qué color tenía él los ojos, pero eran poco comunes. Su mirada la tenía fascinada. ¿No hacían lo mismo los animales con sus presas? ¿Estaba a punto de ser devorada?

–Así que esa era la prenda –afirmó ella con la voz ronca de deseo.

–Solo es una de muchas.

–Qué interesante.

Trató de controlarse para no agarrarle la cara y repetir la experiencia. Mientras la había besado se había olvidado de todo: de quién era, de por qué estaba allí, de lo que ya no podía seguir deseando…

Y le había gustado. Mucho. Quería repetir.

–¡Eh, Nic!

Amy, una de sus conocidas, apareció a su lado al tiempo que Nate la soltaba.

–Nos vamos a otro club. ¿Vienes? –le gritó su amiga para que la oyera por encima de la música.

–No. Tomaré un taxi más tarde.

–Vale. Ha sido estupendo que nos hayamos encontrado. A ver si nos vemos más a menudo.

Amy se marchó.

–¿Estás segura de que no quieres irte con tus amigos? –le preguntó Nate.

–No, ya soy mayorcita y sé cuidar de mí misma.

–Estupendo. Me llamo Nate.

–Yo, Nicole –contestó ella mientras volvía a bailar.

La distrajo el flash de una cámara, pero pronto volvió a centrarse en Nate, que bailaba muy bien. Sus movimientos parecían surgir de forma natural. Y, además, era muy guapo.

Tenía el pelo castaño, pero no tan oscuro como el de ella, y un rostro masculino y elegante. Y esos labios… Estaba dispuesta a aceptar lo que tuvieran que ofrecerle.

–¿He aprobado el examen? –preguntó él.

Ella sonrió.

–Sí.

Él se echó a reír. El sonido de su risa era precioso. ¿Había algo en él que no fuera maravilloso?

La multitud que los rodeaba comenzaba a disminuir, por lo que Nicole pensó que la noche iba a terminar. Le dolían los pies por llevar varias horas bailando con tacones y sentía los efectos de haber bebido en exceso. No le hizo ninguna gracia que la realidad irrumpiera cuando se lo estaba pasando tan bien. Nate le dijo algo, pero ella, debido a la música, no lo entendió.

–¿Qué has dicho?

–Que si quieres algo de beber.

Ya había bebido demasiado, pero asintió.

–¿Aquí? ¿O prefieres que vayamos a mi casa?

Ella sintió un escalofrío de excitación. ¿Le estaba proponiendo lo que ella creía? Nunca había hecho nada así: ir a casa de un tipo a tomar algo sin amigos que la acompañaran. Pero, por alguna razón, le pareció que podía confiar en Nate y, de paso, averiguar si la energía que parecía haber entre ambos era real.

–Vamos a tu casa.

Él sonrió.

–Estupendo –respondió tomándola de la mano.

Ella apartó de la mente todo pensamiento de peligro. Aquella noche estaba dispuesta a arriesgarse.

Además, ¿qué era lo peor que podía ocurrirle?

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Nate vio que Raoul lo miraba mientras salía con Nicole. Le hizo un gesto con la cabeza y su amigo le guiñó el ojo, pero su expresión cambió al reconocer quién era ella. Nate reprimió una sonrisa de superioridad.

En los años que llevaba tramando cómo humillar a Charles Wilson nunca se había imaginado que su hija fuera a estar en sus brazos y que se sintiera enormemente atraído por ella. Sería idiota si no aprovechaba semejante oportunidad. Pero tenía que ser precavido y no comenzar la casa por el tejado. Después de tomar algo en su casa, podría llamar a un taxi para que la llevara a su domicilio, pero algo le decía que sería poco probable.

Abrió el Maserati que los esperaba junto a la acera.

–Un coche muy bonito –comentó ella mientras Nate le abría la puerta.

–Me gusta viajar con estilo.

–Y a mí me gusta eso en un hombre.

Estaba seguro de que así era. A ella nunca le había faltado de nada en la vida. Todo lo contrario. Y cabía esperar que sus exigencias con respecto a un hombre fueran elevadas.

A diferencia de Nicole, él sabía lo que costaba conseguir algo. Su padre se lo había demostrado durante casi toda su infancia. Después de que Charles Wilson lo echara de la empresa que habían creado juntos, Thomas tardó años en recuperar la credibilidad y crear su propia empresa. Y aunque había hecho lo imposible para proteger a su único hijo, la experiencia había marcado a Nate, y de ella había extraído dos reglas que regían su vida: la primera era tener mucho cuidado a la hora de confiar en alguien.

La segunda era que todo valía en la guerra y en el amor.

Nate arrancó y se dirigió a la autopista que iba hacia el noroeste.

–¿Vives en el oeste?

–Sí. Tengo dos casas, pero mi hogar está en Karekare. ¿Sigues queriendo esa copa?

Vio que ella tragaba saliva antes de responder.

–Sí, hace siglos que no voy a Karekare.

–Sigue prácticamente igual: hermoso y salvaje.

–¿Como tú? –le preguntó ella con los ojos brillantes.

–Más bien como tú.

Ella rio.

–Tus palabras son un bálsamo para un alma herida.

–¿Herida?

–Cosas de familia. Es muy complicado y aburrido para contártelo.

Nate se había enterado de la vuelta del hijo pródigo al hogar de los Wilson. ¿Era ese el problema de Nicole?

–El viaje es largo. Estoy dispuesto a escucharte si quieres hablar de ello.

Ella lanzó un profundo suspiro.

–Me he peleado con mi padre. Aunque parezca un tópico, no me entiende.

–¿No es esa una prerrogativa de los padres?

–Supongo –reconoció ella riéndose–. Pero me siento utilizada. Llevo toda la vida tratando de estar a la altura, de ser la hija perfecta, la trabajadora perfecta… Bueno, perfecta en todos los aspectos. ¡Y mi padre cree que lo que tengo que hacer es sentar la cabeza y tener hijos! No me valora en absoluto. Llevo cinco años ayudándole en la empresa familiar y dice que solo es un pasatiempo para mí.

–¿Por esa discusión has ido al club esta noche?

–En efecto. No podía quedarme bajo el mismo techo con él ni un segundo más. ¡Ah, no! Ya no es su casa, ni la mía. Se la ha dado a mi querido hermano –resopló enfadada–. Perdona. Será mejor que cambiemos de tema. Hablar de mi familia me pone de mal humor.

–Lo que la señora desee –contestó Nate, aunque ardía en deseos de saber más cosas sobre la situación familiar de los Wilson.

–Eso está mejor. Me encanta esa actitud.

–¿No es la que siempre adoptan los demás contigo?

Nicole se giró ligeramente en el asiento y lo miró.

–Lo dices como si me conocieras.

–No me has entendido bien. Creo que una mujer como tú consigue lo que desea sin problemas.

Ella volvió a resoplar y cambió de tema.

–Háblame de tu casa. ¿Tiene vistas al mar?

Él asintió.

–Me encanta la costa oeste: las playas de arena negra, las olas salvajes…

–¿Haces surf?

–No, siempre me ha dado miedo. Hay líneas que no cruzo. Soy hija única y mi padre me ha sobreprotegido.

–¿Hija única? Acabas de mencionar a un hermano.

–Vivía con nuestra madre hasta hace poco. ¿Por qué volvemos a hablar de ese tema?

Él la miró. Sus manos anhelaban acariciarle el rostro. Volvió a concentrarse en la carretera. Sí, la deseaba. Y estaba dispuesto a tenerla. Pero no podía perder el control.

–¿Y tú? –preguntó ella–. ¿Cómo es tu familia?

–Mis padres han muerto: mi madre, cuando estaba en la universidad; y mi padre recientemente. No tengo hermanos.

–¿Así que estás completamente solo? ¡Qué suerte! –ahogó un grito al darse cuenta de su falta de tacto–. Lo siento, no debí haber dicho eso.

–No importa. Los echo de menos, pero estoy contento de que hayan compartido mi vida. Mi padre fue un excelente ejemplo para mí. Se dejó la vida, en sentido literal, para que no nos faltara de nada, y yo traté de compensárselo después de licenciarme, y empecé a trabajar en la empresa familiar.

Nate no le ofreció detalles a propósito. No iba a decirle de quién era la culpa de que su padre hubiera tenido que trabajar así.

Cambió de tema al tomar la salida de la autopista que los conduciría a la playa.

–¿Qué te parece hacer surf este fin de semana?

–¿Este fin de semana?

–¿Por qué no te quedas? ¿Tengo tablas y trajes de neopreno de sobra?

–¿Y ropa también? –señaló su enorme bolso, que estaba en el suelo del coche–. Aunque sea grande, no es una maleta.

Él se echó a reír.

–Haremos las cosas sobre la marcha. ¿Te fías de mí?

–Claro. Si no lo hiciera, no estaría aquí.

Él extendió la mano, tomó la de ella y le acarició la muñeca con el pulgar.

–Muy bien.

Volvió a agarrar el volante. Vio por el rabillo que ella se acariciaba la muñeca. Sonrió satisfecho. La noche iba de maravilla.

 

 

Al quedarse en silencio, Nicole se preguntó por qué se fiaba de él. Era instintivo, ya que no lo conocía.

Se dijo que se merecía una noche como aquella. Su cuerpo le decía que Nate era el hombre adecuado para conseguir que se olvidara de todos sus problemas, al menos esa noche.

La piel todavía le cosquilleaba donde le había acariciado. ¿Esperaba hacer el amor con ella? Solo de pensarlo, una oleada de deseo la recorrió de arriba abajo. Nunca había reaccionado con aquella intensidad ante nadie. Le bastaba mirar sus manos en el volante y cómo sus largos dedos se doblaban en torno al cuero para desear que estuvieran sobre ella, dentro de ella. Apretó los muslos con fuerza. El mero pensamiento de que la acariciara estaba a punto de hacerla explotar. ¿Cómo sería cuando lo hiciera?

Carraspeó para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta.

–¿Estás bien? –preguntó Nate.

–Sí. Es un largo trayecto de la ciudad a tu casa. ¿Trabajas en la ciudad?

–Sí. Tengo un piso allí para pasar las noches en que estoy demasiado cansado para conducir hasta Karekare, aunque duermo mejor con los sonidos del mar y del bosque.

–Suena idílico.

–Pronto lo comprobarás por ti misma.

Ella se quedó callada. Y debió de dormirse, ya que de pronto el Maserati subió una empinada cuesta y se introdujo en un garaje bien iluminado. Miró el reloj: eras casi las dos de la mañana. Estaba muy lejos de sus conocidos y de su hogar, pero no se inquietó. Había llegado hasta allí por elección propia.

–Hogar, dulce hogar –dijo Nate mientras le abría la puerta del coche.

Nicole aceptó su mano para bajar. Él no la soltó, sino que la condujo hasta la puerta de la casa, que, una vez abierta, dio paso a un enorme espacio abierto que hacía las veces de comedor, salón y cocina. Los muebles y la decoración eran sencillos pero caros.

–¿Te sigue apeteciendo una copa? –preguntó Nate mientras se llevaba la mano de ella a los labios y la besaba.

–Por supuesto. ¿Qué vamos a tomar?

–Hay champán en la nevera, o podemos tomar una copa de licor.

–Mejor lo segundo.

Algo fuerte y que se subiera a la cabeza. Nate la soltó para ir al mueble bar a servir las bebidas. Ella se acercó al ventanal y escuchó el sonido de las olas. Vio a Nate, que se acercaba con las copas, reflejado en el cristal.

–Vamos a brindar –afirmó él.

–¿Por qué? –preguntó ella mientras agarraba la copa y la alzaba hacia el reflejo de Nate.

–Por dos almas heridas y por que sanen.

Ella asintió y bebió. Era whisky.

–Está muy bueno –dijo volviéndose hacia él. Se quedó sin aliento al ver su mirada.

–Es el mejor –afirmó él mientras acercaba su rostro al de ella.

El corazón de Nicole se aceleró. Si aquel beso fuera a ser como el del club, se moría de ganas de recibirlo. Entreabrió los labios, fijó la mirada en la boca masculina y cerró los ojos cuando él puso sus labios en los de ella y le lamió suavemente el inferior.

–A esto lo llamo yo lo mejor –dijo él.

Apretó sus labios contra los de ella, le rodeó la espalda con un brazo y la atrajo hacia sí. Él ya estaba excitado, lo cual hizo que la sangre de Nicole corriera más deprisa por sus venas. Apretó las caderas contra él y sintió la dureza y longitud de su excitación. Su cuerpo respondió con deseo, humedad y calor.

Los labios y la boca de Nate sabían a whisky. Cuando él se echó hacia atrás, su cuerpo fue a buscarlo como si una fuerza magnética la atrajera.

Nate dejó las copas en un estante cercano. Después le introdujo las manos en el cabello para atraer su cara hacia sí. Esa vez la besó con mas deseo, como si le hiciera una promesa de lo que iba a suceder.

Nicole le sacó la camisa del pantalón e introdujo las manos por debajo. Le arañó levemente con las uñas mientras sus dedos le recorrían la columna vertebral. Se dijo por última vez que no debería estar allí ni haciendo aquello. Pero el deseo venció a la lógica.

Él la deseaba. Ella lo deseaba. Era algo básico y primario, y era lo que Nicole necesitaba en aquel momento. Eso y un montón de satisfacción.

Nate le desabrochó la chaqueta. Sus manos eran anchas y cálidas. Le rodeó la cintura y subió hacia el sujetador.

Se separó de los labios de Nicole y recorrió con los suyos su mandíbula y el cuello. Ella notó que se le hinchaban los senos y se le endurecían los pezones hasta el punto de hacerle daño al rozarse con el satén del sujetador. Cuando él le rozó uno con la punta de la lengua, se estremeció como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Él concedió la misma atención al otro, y fue como si le hubiera atravesado el corazón con una lanza.

La lengua de Nate recorrió el borde del sujetador hasta descender por el valle entre ambos senos. Ella comenzó a jadear mientras el corazón se le desbocaba. Sintió la mano masculina en la espalda que le desabrochaba el sujetador dejándole los senos libres. A continuación le quitó la chaqueta y le empujó los tirantes del sujetador para que cayeran. Después tiró las prendas al suelo.

Atrapó uno de sus pezones con los dientes y lo lamió con su lengua ardiente. A Nicole comenzaron a temblarle las piernas y se aferró a él, a punto de perder el sentido por el placer que le producía. Apenas se dio cuenta de que las manos masculinas bajaban a su falda. La prenda fue a parar a sus pies, junto a las otras.

Vestida solo con unas minúsculas braguitas y los zapatos de tacón, hubiera debido sentirse vulnerable cuando Nate acarició cada centímetro de su piel con la mirada. Pero se sintió deseada y poderosa.

–Dime lo que quieres –le pidió él.

–Quiero que me acaricies.

–Dime dónde.

Ella se agarró los senos y los elevó ligeramente.

–Aquí –dijo con voz ronca.

–¿Y…?

Ella bajó la mano hasta el elástico de las braguitas.

–Aquí –le tembló la voz al sentir el calor que había entre sus piernas y la humedad que esperaba las caricias masculinas.

–Dime lo que te gusta –dijo él poniendo la mano encima de la suya.

–Esto –afirmó ella mientras introducía su mano y la de él por debajo de la tela.

Condujo la mano masculina con la suya hasta la abertura y las sumergió en la humedad antes de volver a llevarlas hacia arriba, hasta el botón que pedía a gritos que lo acariciaran. Primero rodeó aquel punto sensible con sus dedos, después con los de él, aumentando la presión para luego disminuirla y repetir el ciclo.

–Sigue acariciándote –pidió el mientras llevaba la mano más abajo hasta alcanzar los suaves pliegues de su piel.

La agarró con el otro brazo para sostenerla mientras se aproximaba más a ella. Nicole notó la tela de los pantalones masculinos en los muslos desnudos antes de concentrarse únicamente en que él le estaba introduciendo un dedo, luego otro. Sus músculos los aferraron mientras él los deslizaba arriba y abajo y le acariciaba con cuidado las paredes internas.

La inundó una oleada de calor y placer. La unión de las caricias de ambos la llenó de una abrumadora conciencia de la presencia masculina, de su fuerza y de su poder sobre ella. Nunca había experimentado nada igual.

Nate se inclinó ligeramente y atrapó uno sus pezones con la boca y lo succionó con fuerza. Mientras lo hacía, ella notó que aumentaba la presión de sus dedos en su interior, lo cual bastó para que el placer fuera tan intenso, tan inconmensurable, que le fallaron las piernas.

Todo su cuerpo experimentó una sacudida con la intensidad del orgasmo. Notó que Nate se retiraba de su interior, a pesar de que sus músculos seguían contraídos.

Él la tomó en sus brazos y la llevó a una habitación oscura.

Nicole logró darse cuenta de que era su dormitorio mientras él la depositaba sobre la cama. A la luz de la luna que entraba por la enorme ventana, vio que él se desnudaba y desvelaba toda su belleza ante sus ojos. Él le quitó los zapatos y, después, sus manos comenzaron a subir por sus piernas. Cuando llegó a las braguitas, se las quitó lentamente, le abrió las piernas y se situó en medio de ellas.

Se inclinó hacia la mesita de noche, sacó una caja de condones y se puso uno. Ella le colocó las manos en los hombros. A pesar de su evidente excitación, se situó frente a la entrada del cuerpo de ella con movimientos lentos, controlados y deliberados. La miró a los ojos dándole, incluso en aquel momento, la oportunidad de cambiar de idea, de decidir lo que quería. Ella le respondió echando la pelvis hacia delante para darle la bienvenida.

Nate la besó con labios tan ardientes como los de ella, le acarició la boca con la lengua mientras se introducía en su interior. Los músculos de ella se extendieron al ajustarse a su tamaño. Le puso las manos en la cabeza e introdujo los dedos en su cabello, mientras él la sostenía, y lo besó con toda la fuerza que le quedaba.

Su cuerpo revivió cuando él comenzó a moverse con embestidas poderosas y profundas, tan profundas, que a ella le pareció que le llegaban al alma antes de volver a hundirse en el abismo del placer sexual. Él se puso rígido y soltó un grito ahogado de liberación mientras alcanzaba el clímax entre escalofríos y ella lo apretaba rítmicamente con su cuerpo.

Volvieron a besarse mientras él se tumbaba sobre ella. Aquello era real, él era real.

Lo que habían hecho superaba todas sus experiencias anteriores y, por último, cuando la venció el sueño, desaparecieron los problemas y preocupaciones de su vida.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

Cuando Nate se despertó se dio cuenta de que se había quedado dormido no solo encima de Nicole, sino también dentro de ella. Se apartó con cuidado para no despertarla. Buscó la punta del preservativo, pero no la halló. Se apartó aún más de ella y su cuerpo echó de menos inmediatamente su calor.

El preservativo seguía en el interior de Nicole. Aterrorizado, se preguntó si tomaría la píldora, pero se calmó de inmediato: una mujer como ella no dejaría nada al azar. Era poco probable que tuvieran que preocuparse por un posible embarazo.

No, era el momento de centrarse en el placer. Se moría de ganas de repetir la experiencia.

Buscó el preservativo entre las piernas de Nicole y se lo sacó con cuidado. Fue al cuarto de baño a tirarlo. Al volver a tumbarse se puso otro preservativo y la atrajo hacia sí.

Ella se acurrucó instintivamente contra su cuerpo y abrió los ojos sonriendo. Él le acarició la mejilla. Una cosa era saber por Raoul que Nicole Wilson era una mujer atractiva con una habilidad increíble para los negocios, y otra descubrir que además era una amante cálida y generosa.

Devolver a Nicole a su padre había dejado de ser una posibilidad. Con un poco de suerte, la ira de ella contra su padre y su hermano sería lo suficientemente profunda para que los abandonara y se pasara a Jackson Importers… y a la cama de Nate, con lo que su empresa triunfaría y sus noches serían muy satisfactorias.

Claro que cabía la posibilidad de que prevaleciera la lealtad de ella a su familia, lo que implicaría recurrir a métodos más creativos para mantenerla a su lado. No quería hacerle daño: su objetivo era Charles. Pero si alterarla un poco era el precio de su venganza y de que se quedara con él, estaba dispuesto a pagarlo.

–Eres hermosa –afirmó él con sinceridad.

–Está oscuro –replicó ella en tono ligeramente burlón–. Todos somos hermosos en la oscuridad porque no se ve nuestro lado malo.

–Tú no lo tienes –se inclinó y la besó.

–Todos lo tenemos. Simplemente, a veces lo ocultamos.

Sus labios se unieron en un estallido de deseo. Esa vez, el fuego interior de Nate no lo desbordó como le había sucedido la vez anterior, pero su deseo de ella no había disminuido. La saborearía lenta y completamente.

El tiempo desapareció y lo único importante fue dar y recibir placer. Cada caricia estaba destinada a producir un gemido o un suspiro en el otro, cada beso era una promesa de lo que iba a suceder.

Y cuando ella se puso encima de él y descendió sobre su tersa carne, él se rindió por completo a sus exigencias.

Ese clímax no fue menos intenso que la primera vez, y cuando Nicole se desplomó en sus brazos y rápidamente se quedó dormida, él se aseguró de que no volviera a suceder el mismo accidente con el preservativo.

Cuando Nate se despertó, el sol se filtraba por la ventana. Extendió el brazo. La cama estaba vacía. Se sentó en el borde y se desperezó.

–Bonita vista –dijo una voz detrás de él.

Él se volvió despacio y sonrió al ver que Nicole había encontrado la cámara de video que utilizaba para filmar los restos que dejaban las olas en la playa.

–¿Tienes licencia para usarla? –preguntó él.

–Me gusta aprender sobre la marcha –respondió ella.

Solo llevaba puesta la camisa de él, que le dejaba las largas piernas al aire.

La sangre de Nate comenzó a correr más deprisa.

–Me parece que se subestima la experiencia práctica, ¿no crees? –ya estaba completamente excitado, y se le acababa de ocurrir una idea.

–Por supuesto. Y también el valor de las ayudas visuales.

Nate se dijo que le había leído el pensamiento.

–Tengo un trípode.

Ella se echó a reír y él tuvo que contenerse para no lanzarse sobre ella.

–Yo diría que más de uno –afirmó Nicole bajando el objetivo de la cámara y volviendo a subirlo al rostro de él.

Era traviesa, y a él eso le gustaba en una mujer.

–Voy a por el otro –dijo él guiñándole el ojo.

Pasó a su lado y la besó en los labios.

–¿Por qué no te vas poniendo cómoda en la cama? Tardaré un minuto.

Tardó menos, y colocó el trípode en diagonal con respecto a la cama. Ella le dio la cámara. Tenía las mejillas encendidas y los ojos brillantes. Los pezones endurecidos, que se percibían a través de la camisa, demostraban su excitación. Él colocó la cámara en el trípode.

–¿Estás segura de esto?

–Totalmente. Y después, cuando lo veamos, podremos analizar qué hay que mejorar.

Nate pensó que era imposible hallarse más excitado de lo que estaba.

–¿Por dónde te parece que empecemos? –preguntó.

–Creo que tengo que conocerte mejor –dio una palmada en el borde de la cama–. ¿Por qué no te sientas?

Lo hizo. Ella se puso de rodillas sobre la alfombra y colocó las manos en la parte externa de los muslos masculinos.

–Me parece –prosiguió– que anoche todo giró en torno a mí, por lo que hoy lo hará en torno a ti.

Un ligero temblor recorrió el cuerpo de Nate mientras observaba que las manos de ella le acariciaban los muslos de arriba abajo, cada vez un poco más cerca de la parte interna.

–¿Te gusta? –preguntó ella.

Incapaz de hablar, él se limitó a asentir.

–¿Y esto?

El cerebro de Nate estuvo a punto de estallar cuando ella se inclinó y le rozó con la lengua la punta del miembro excitado, que experimentó una sacudida y segregó una gota que ella rápidamente lamió. El pelo de Nicole le rozaba los muslos y le impedía verle la cara. Él se lo apartó y lo mantuvo recogido en su nuca con la mano. Quería verlo todo. Y que la cámara también lo hiciera.

 

 

Nicole experimentó una extraña sensación de posesión al acariciar levemente con la lengua la erección de Nate, de arriba abajo. Sintió el calor que despedía mientras lo hacía y cómo temblaba él tratando de no perder el control. Pero lo perdió cuando ella lo tomó en la boca.

Nate lanzó un sonido gutural, y ella supo en qué momento iba a alcanzar el clímax. Aumentó la presión de la boca y de la lengua y el ritmo de los movimientos hasta que él lo alcanzó. Disminuyó el ritmo mientras tomaba la última gota de la esencia masculina y él volvía a gemir y caía sobre la cama.

Ella se tumbó de lado, apoyada en un codo, y le acarició el estómago y el pecho hasta que él recuperó el aliento. Nicole pensó que la velocidad a la que se recuperaba decía mucho a favor de su condición física y su energía. Él extendió el brazo y la atrajo hacia sí para besarla. Comenzaba a excitarse de nuevo, y ella se sintió de maravilla al saber que era por su causa.

–Debe ser hora de desayunar –afirmó con los labios casi pegados a los de él.

–Todavía no. Cuando tengamos más ganas. Y creo que te deberías quitar la camisa.

Se la desabrochó y tomó uno de sus senos en la mano mientras le acariciaba con el pulgar el pezón endurecido.

–Ya tengo muchas ganas.

Él le quitó la camisa y se tumbó sobre ella.

Lo que siguió fue un curso de cómo proporcionar mucho placer en muy poco tiempo. Nate se aplicó y le demostró lo habilidoso que era con accesorios muy simples: la punta de la lengua, el aliento, la caricia con la punta de los dedos…

Ella estaba a punto de suplicar, de gritar, cuando él se puso un condón y finalmente la penetró llevándolos a ambos al reino del júbilo.

La cámara lo grabó todo.

Esa mañana marcó la pauta de los tres días siguientes. De vez en cuando se levantaban para bañarse o comer, hasta que la fascinación mutua que experimentaban los llevaba de vuelta a la cama.

El lunes por la mañana, Nicole estaba exhausta, física y emocionalmente. La noche anterior, mientras trataban de comer como dos personas civilizadas, habían visto el video que habían grabado. Pero la comida se había enfriado en los platos porque la acción en la pantalla había vuelto a despertarles el deseo.

Nate seguía durmiendo a su lado. Nicole se sorprendió de lo natural que le resultaba estar con él, ya que apenas se conocían. En el trabajo, sus compañeras hablaban y se reían sobre sus aventuras de una noche con tipos a los que no esperaban, y en algunos casos no deseaban, volver a ver, y ella nunca había pensado que se vería en semejante situación.

Los días pasados con Nate le parecían unas vacaciones, no solo del trabajo y la responsabilidad, sino de sí misma. No le importaba que el viernes anterior la hubieran estado esperando en el despacho. No había dicho a nadie dónde estaba, ni había consultado los mensajes de su móvil.

¿Qué más daba si los abandonaba a todos, a su padre; a su hermano, al que no conocía; a su mejor amiga, ya que era evidente que ella les traía sin cuidado?

Se dijo que no daba igual. El jueves estaba muy enfadada y se había portado de una forma impropia de ella. En su fuero interno sabía que su familia y Anna la querían y que estarían preocupadas por su paradero.

La persona que estaba en la cama con un desconocido no era ella. Se lo había pasado muy bien, desde luego, pero todo tenía que acabar en algún momento.

La invadió un sentimiento de culpa que hizo que se levantara y fuera al cuarto de baño, donde se echó a llorar. Se había portado de forma irracional y estúpida. Los veintiséis años de su vida tenían sus raíces en el otro lado de la ciudad, en su hogar, con su familia. ¿Qué importaba que su padre le hubiera entregado las escrituras a Judd? Era evidente que su hermano no iba a echarla a la calle. Él, al igual que Anna, era una víctima de las artimañas paternas.

En cuanto a su padre… Le sería difícil perdonarlo, pero no podía olvidar que la había cuidado y protegido toda la vida. Y seguía siendo su padre. Tenían que llegar a un acuerdo, y ella estaba dispuesta a dar el primer paso.

Se lavó la cara, salió del cuarto de baño y cruzó silenciosamente el dormitorio. Al cerrar la puerta soltó el aire que no se había dado cuenta de estar reteniendo. ¡Por Dios! Ya era mayorcita para decidir por sí misma. El fin de semana había sido fabuloso, justo lo que necesitaba, pero no había necesidad de escabullirse como si fuera una ladrona.

Fue al lavadero a recoger la ropa interior que había lavado y el traje de chaqueta, que había cepillado y colgado en una percha. Se vistió. Agarró el bolso, se cepilló el cabello, se lo recogió con una goma y volvió al dormitorio a por los zapatos. Tendría que llamar a un taxi para ir a trabajar.

Nate estaba despierto.

–¿Vas a algún sitio? –le preguntó mientras ella se ponía los zapatos.

–Sí, es hora de volver a la realidad. Ha sido un fin de semana estupendo, gracias.

–¿Ya está?

–¿Qué? ¿Quieres más?

–Siempre quiero más, sobre todo de lo que hemos hecho.

–No he dicho que no quiera volver a verte.

–Pero lo has dado a entender.

Nicole le dirigió una mirada nerviosa.

–Mira, tengo que ir a casa y luego a trabajar.

–No.

Nicole comenzó a tener miedo.

–¿Qué quieres decir?

–Quiero decir que vas a trabajar conmigo.

Nate se levantó, agarró los vaqueros que se había quitado la noche anterior y se los puso tranquilamente. Nicole trató de no mirarlo. La atracción sexual no podía distraerla. ¿A qué demonios se refería al decir que iba a trabajar con él? Ni siquiera sabía a lo que Nate se dedicaba. Y él no sabía nada de ella… ¿o sí?

–Creo que no me has entendido. Tengo un empleo que me encanta y una familia a la que…

–No me digas que los quieres, Nicole, después de lo que te han hecho.

Ella se arrepintió de haber hablado demasiado en el coche.

–Sigue siendo mi familia. Por lo menos tengo que aclarar las cosas.

–Creo que no se lo merecen. Además, pronto estarán claras.

–¿De que demonios hablas? –preguntó ella cruzando los brazos.

–Cuando tu familia sepa con quién has pasado el fin de semana, dudo mucho que te reciban con los brazos abiertos. No le caigo muy bien a tu padre –esbozó una media sonrisa, como si se estuviera riendo de un chiste que solo él entendía.

–¿Por qué iba a importarle con quién he pasado el fin de semana? –preguntó ella con brusquedad.

Nate se le acercó.

–Porque soy Nate Hunter Jackson.

¿Nate Hunter? ¿El multimillonario que llevaba una vida apartada, el nuevo director de Jackson Importers, que buscaba la ruina de la empresa de su familia? Su padre nunca había tenido palabras amables para Thomas Hunter ni para sus empleados.

Pero ¿había dicho Nate Hunter Jackson?

–Ya veo que has establecido la relación –prosiguió él con frialdad–. Sí, soy el hijo de Thomas Jackson. ¿No es gracioso? Durante todo el tiempo que tu padre acusó al mío de estar con tu madre, en realidad, mi padre estaba con mi madre.

Nicole lo miró horrorizada. La cabeza comenzó a darle vueltas. ¡No solo había estado acostándose todo el fin de semana con un desconocido, sino con el enemigo!

Capítulo Cuatro

 

 

 

 

 

Nate observó la expresión de sorpresa y consternación de Nicole al darse cuenta de la situación.

–¿Así que ya sabías quién era? ¿Este fin de semana solo he sido un instrumento para vengarte de mi familia? –preguntó ella con voz temblorosa, lo que revelaba lo mucho que la habían alterado las palabras de Nate.

Este reconoció para sí que había comenzado siendo eso, pero después de haber tenido relaciones íntimas con ella, sabía que la venganza era lo último en lo que había pensado. Al menos, en vengarse de ella. Su padre, desde luego, era otra historia.

–¿Me estabas persiguiendo? –prosiguió ella.

–Nos conocimos por casualidad, una feliz causalidad –extendió el brazo y recorrió el perfil de sus labios con el dedo–. Y no me arrepiento de un solo segundo del tiempo que hemos estado juntos.

Ella apartó la cabeza con brusquedad.

–Claro que no –dijo enfadada–. Pues se te ha acabado el jueguecito. Me vuelvo con mi familia y a mi trabajo.

–Me parece que no –respondió él tranquilamente, al tiempo que se cruzaba de brazos.

–¡No dirás en serio eso de que trabaje contigo!

–Totalmente en serio.

–No –Nicole retrocedió un paso y extendió el brazo–. De ninguna manera lo haría, ni siquiera aunque mi padre no quisiera que trabajara en Wilson Wines. Destruiría nuestra relación. Tal vez no me comprenda como yo esperaba, pero es mi padre, y no voy a hacerle eso.

–¿Hablas del hombre que te ha dicho que Wilson Wines es un entretenimiento para ti?; ¿del hombre que, sin hablarlo contigo, su mano derecha, ha cedido el control de la empresa a alguien que es un completo desconocido tanto para él como para ti?

–Para –gimió ella–. Ya sé lo que ha hecho, no hace falta que me lo digas. Pero es mi padre, y siempre le seré leal.

–¿En serio? ¿Por qué? Incluso le ha cedido tu casa, Nicole, también si avisarte y sin asegurarte que seguirás teniendo un techo. ¿No te has preguntado qué clase de hombre hace algo así a su hija?

Nate estaba furioso, no con Nicole, sino con su padre, la causa de su desgracia; el hombre que, al rechazar a su mejor amigo, lo había destrozado moralmente y lo había dejado en una situación financiera desastrosa; el hombre que nunca apoyaba a su hija y al que ella le perdonaba cualquier insulto con tal de ganar su aprobación.

–Te mereces mucho más, Nicole. Eres fuerte, inteligente y muy competente. Deberías trabajar donde se te valorara. Piensa en el equipo que formaríamos. Seríamos la mejor empresa del mundo.

Ella lo miró con los ojos empañados de lágrimas y él no quiso hacer caso de la punzada de remordimiento que sintió en el pecho. No podía permitirse ser blando. Si ella no cedía, tendría que hacerle mucho más daño, a pesar de que no lo deseara. Todo valía en la guerra y en el amor. Y aquello era la guerra.

–Tu lealtad a tu padre es encomiable, pero no se la merece. Trabaja conmigo. Ayúdame a desarrollar todo el potencial de Jackson Importers.

Ella tragó saliva antes de hablar.

–¿Y tú qué ganas? No esperarás que me crea que lo haces por bondad.

Él se echó a reír.

–Claro que no, soy un empresario. Siempre juego para ganar, a cualquier precio.

–No voy a trabajar para ti. Me marcho. No eres la persona que creía, Nate. No puedo hacer lo que me pides.

–No te lo estoy pidiendo

–Supongo que tengo voz y voto en este asunto –afirmó ella mientras se daba la vuelta y se dirigía a la puerta.

–Por supuesto –reconoció él. Ella se detuvo al oír sus palabras–. Pero yo también. Y tengo un as en la manga.

–No me había percatado de que se tratara de un juego.

–No lo es –dijo él sonriendo, aunque su voz había perdido toda calidez–. Pero, de todos modos, voy a ganar yo –señaló la cámara que seguía en un rincón de la habitación–. ¿Qué pensaría tu padre si viera nuestra película de aficionados? ¿Qué le dolería más: ver que trabajas para mí o saber que te has pasado el fin de semana en la cama conmigo?

 

 

–Eso no es justo –balbuceó Nicole mientras trataba de mantenerse en equilibrio–. Entonces no sabía quién eras.

–No he dicho que juegue limpio. Tu padre odia el apellido Jackson porque cree que tu madre se acostaba con mi padre. Eso fue lo que destruyó su amistad con mi padre, lo que dividió tu familia y destruyó la mía. Le mandaré una nota con el DVD explicándole quién soy. ¿Qué sentirá al ver a su hija relacionándose íntimamente con el hijo de Thomas Jackson?

–¡No serás capaz!

–Lo seré. Te quiero conmigo en la sala de juntas, en el despacho, en casa y en la cama.

A ella se le endurecían los pezones y notó una sensación de calor en el bajo vientre. Se lo reprochó a sí misma, porque él no hablaba de sexo, sino de traicionar a su padre y abandonar un trabajo que lo era todo para ella.

Si dejaba Wilson Wines para trabajar con Nate, su padre ni lo entendería ni la perdonaría. Pero ¿podía arriesgarse a que Nate cumpliera su amenaza y le enviara la cinta? Estaba segura de que lo haría. Los hombres de su clase no jugaban limpio. A su padre le dolería que trabajara con Nate, pero ver el video acabaría con él.

–¡Canalla! –exclamó en voz baja.

–Sí, sin duda –replicó él con un deje de amargura que ella nunca le había oído.

Ella intentó recordar. Su padre apenas le había hablado del que había sido su mejor amigo desde la escuela, y solo lo hacía con comentarios cáusticos. Thomas Jackson no se había casado ni reconocido públicamente que tenía un hijo. ¿Era verdad lo que Nate le había dicho?

Daba lo mismo, ya que era él quien tenía todos los ases en la mano. Y con esa mano le había hecho cosas deliciosas en las últimas setenta y ocho horas. Rechazó ese pensamiento. Tenía que olvidarse del hombre que había conocido y verlo como el implacable empresario que había pasado ese tiempo con ella sabiendo quién era y lo que estar con él significaría para su familia.

–Y bien, Nicole, ¿qué decides?

Él estaba frente a ella, con el pecho desnudo, los hombros aún mostrando las señales de las uñas de ella, que le había clavado en los momentos de pasión. Incluso en aquel momento, cuando ya conocía sus intenciones, tuvo que reprimir su deseo de él.

No podía consentir que su padre conociera su comportamiento disipado, sobre todo con el hijo de su enemigo. No tenía alternativa.

–Tú ganas.

–¿Lo ves? No ha sido tan difícil.

Ella lo fulminó con la mirada.

Aunque Nate Hunter Jackson hubiera ganado esa partida, se juró que no las ganaría todas. De un modo u otro, se las pagaría.

–No es algo forzosamente malo, Nicole. Al menos conmigo serás valorada.

Ella no le prestó atención.

–Tengo que ir a casa a por mis cosas y a por el coche.

–No es necesario.

Ella se señaló el traje.

–No puedo llevarlo puesto siempre.

–Personalmente, preferiría verte sin él.

–Personalmente, me da igual lo que prefieras –aunque se hubiera visto obligada a aceptar sus términos, no pensaba volver a desnudarse delante de él–. Necesito mis cosas, el coche, el cargador del móvil… Y tengo que decirle a mi padre y a mi hermano que no voy a seguir trabajando con ellos.

–Ya me encargaré de que recojan el coche. En cuanto a la ropa, lo solucionaremos de camino al trabajo. Y con respecto a tu padre y tu hermano, yo se lo comunicaré con mucho gusto. En cinco minutos me ducho y me cambio. Podemos desayunar en la ciudad, antes de ir de compras.

Se dio la vuelta y se dirigió al cuarto de baño.

–No tengo hambre.

Él se volvió a mirarla mientras se bajaba la cremallera de los vaqueros.

–Es una pena. Yo tendré por los dos.

Nicole apartó la vista de la bragueta semiabierta y lo miró a la cara. Los ojos le brillaban con tanta intensidad que su cuerpo reaccionó de inmediato.

–Muy bien –afirmó ella entre dientes–. Yo no tengo ningunas ganas.

Se dio la vuelta y se fue a mirar el mar por la ventana del salón. El agua estaba tranquila bajo un cielo azul, en acusado contraste con la tormenta emocional que ella experimentaba en su interior.

Iba a trabajar para el hijo del mayor rival de su padre y él nunca se lo perdonaría, aunque a ella no debiera importarle porque su padre no daba ninguna importancia a todo su esfuerzo y sacrificio por la empresa. No sabía lo importante que era para ella, y no lo sabía porque no había comprendido lo importante que era él para su hija.

Desde muy pequeña, Nicole se dio cuenta de que la empresa lo era todo para su padre y a ella le dedicaba todos sus esfuerzos. Ella creyó que si lo imitaba se ganaría su respeto. Y, sin embargo, él creía que el trabajo de su hija era un entretenimiento mientras le llegaban asuntos verdaderamente importantes como el matrimonio o los hijos.

La ira volvió a invadirla. Quería a su padre y sabía que él la quería, a pesar de que no habían encontrado la forma de comunicarse. Y se negaba a aceptar que fuera demasiado tarde. Cerró los ojos y trató de respirar normalmente. Conseguiría salir de aquella y volver con su familia.

–¿Estás lista?

Nicole se dio la vuelta. Vestido con un traje gris oscuro, camisa y corbata, Nate en nada se parecía al hombre sensual del fin de semana, pero seguía resultando igual de atractivo.

–Soy yo la que te ha estado esperando.

Él sonrió.

–Entonces, vamos.

 

 

El viaje hasta la ciudad fue interminable. Nicole intentó comprobar de nuevo si había llamadas en el móvil, apenas le quedaba batería y estaba fuera de cobertura. Al remontar una colina, el maldito aparato comenzó a vibrar y fueron apareciendo los mensajes hasta que la batería se agotó definitivamente.

–¡Nooo!

–¿Qué pasa?

–Me he quedado sin batería.

–Te compraré otro. Así empezarás de cero.

–Me gusta este –afirmó ella obstinadamente–. Tiene todo lo que necesito.

–Lo que necesitabas en tu antigua vida, pero no en la nueva. Vas a trabajar y a comunicarte con gente nueva. Además, lo más probable es que tu móvil lo pague la empresa, y ya no trabajas en ella.

Nate le quitó el teléfono y ella lo miró asombrada.

–También necesita una puesta al día.

–No le pasa na… ¡Espera! ¿Qué haces?

Nate bajó la ventanilla y lo tiró.

–¿Cómo te atreves? Era mío.

–Ya te he dicho que te compraré otro.

Ella trató de contener las lágrimas. Aquello era una pesadilla. ¿Tenía Nate que controlarlo todo? Tal vez hubiera sido mejor enfrentarse a las consecuencias de que su padre hubiera visto el DVD.

–Espero que el que lo sustituya sea lo mejor que haya en el mercado– afirmó ella con toda la frialdad de la que fue capaz.

–Por supuesto. Para ti, siempre lo mejor.

–Eso es mucho prometer. ¿Crees que podrás cumplirlo?

–Soy un hombre de palabra.

–Eso está por ver –masculló ella mientras comenzaba a mirar por la ventanilla.

 

 

Nat observó a Nicole mientras la llevaban al probador de la tercera tienda de diseño en la que habían entrado esa mañana. Ella había insistido en comprarse un nuevo guardarropa antes de comer. Y él se moría de ganas, pero no de comer, sino de ella, de la textura de su piel, del sabor de sus labios, de sus suspiros y gemidos mientras se exploraban mutuamente.

Una parte de él quería mandar a tomar viento el trabajo y la ropa, y volver a su casa para pasar otro día en la cama. Le detenían dos cosas.

La primera era la empresa. Jackson Importers era la herencia de su padre y Nate se había prometido que dedicaría todos sus esfuerzos y sus energías a que mejorara todo lo posible. Era seguro que haber llamado el viernes anterior diciendo que no podía ir a trabajar porque estaba enfermo habría extrañado a sus empleados. Si tampoco iba el lunes, probablemente mandarían una ambulancia a su casa.

La segunda razón era la propia Nicole. Era cierto que la deseaba con locura y que era más de lo que nunca había soñado. Y sabía, por el dosier de Raoul, que era muy inteligente. El problema era su lealtad hacia su padre. Supuso que se había excedido al confiar en que al estar enfadada con su familia estaría encantada de vengarse de ella.