Una extraordinaria aventura política - Roberto Formigoni - E-Book

Una extraordinaria aventura política E-Book

Roberto Formigoni

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Este libro relata sesenta años de historia de Italia, vividos y vistos a través de los ojos de un joven político extraordinario de la región de Lombardía. No es solo la historia de un individuo, sino también la historia de un pueblo fuertemente cohesionado, que camina con él. Y juntos afrontaron batallas culturales y políticas, tanto ganando como perdiendo, pero siempre manteniendo el rumbo y reemprendiendo el camino. Roberto Formigoni ha sido el político católico que más ha concretado y expresado el patrimonio de compromiso unitario, de iniciativas sociales y culturales, de atención a la cosa pública, que a partir de los años setenta se esforzó en proyectar una comunidad lo suficientemente feliz como para atraer a las Furias: haciendo frente a envidias y ataques incluso a día de hoy, su acción política, legislativa y socialmente promotora siempre fue constructiva, extraordinariamente positiva e integradora de las capacidades humanas, técnicas y políticas, de personas de todo el arco político. «Las dos primeras partes son como una gran novela histórica, documentada pero también rebosante de anécdotas y aventuras inéditas. La tercera parte es una especie de manual del buen administrador público, con intuiciones técnico-científicas, y la descripción de un método por el que se construye una región. La cuarta parte relata ideales puestos a prueba. Los textos finales lanzan una mirada al futuro» —Cardenal Camillo Ruini

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Roberto Formigoni

Una extraordinaria aventura política

Conversación con Rodolfo Casadei

Edición y traducción de José Miguel Oriol y Jorge García Pablos

Introducción del cardenal Camillo Ruini

Roberto Formigoni con Rodolfo Casadei, Una storia popolare

© 2021 Edizioni Cantagalli S.r.l., Siena – Italia

© Ediciones Encuentro S.A., Madrid 2024

Edición y traducción de José Miguel Oriol y Jorge García Pablos

Introducción del cardenal Camillo Ruini

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Colección Nuevo Ensayo, nº 144

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN: 978-84-1339-185-4

ISBN EPUB: 978-84-1339-518-0

Depósito Legal: M-5780-2024

Printed in Spain

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa

y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Conde de Aranda 20, bajo B - 28001 Madrid - Tel. 915322607

www.edicionesencuentro.com

Índice

Nota del editor

Introducción

Nota de los autores

Primera parte

I. Cosas de la familia

II. La «balada» de GS

III. La caritativa y las jornadas de tres días de Pascua

IV. El sesenta y ocho y el referéndum sobre el divorcio

V. Extraños Cristianos

Segunda parte

I. Nace el MP

II. Barras y plomo

III. 69 veces en el Meeting

IV. Juan Pablo II

V. Navegar por la DC

Tercera parte

La batalla electoral

Una lista de las medidas principales

El secreto de un equipo muy próximo entre sí

Subsidiariedad a la manera lombarda

El método de la libertad de elección

Las grandes batallas: salud y familia

Lombardía Internacional

Acertar en el intento 17

Cuarta parte

I. CL y la política

II. La Pira, Moro, Cossiga, Andreotti

III. Los días difíciles

Post scriptum

Nota del editor

La edición española de esta historia popular que, en la versión original italiana alcanza las 530 páginas, ha quedado reducida mediante la exclusión de algunos capítulos que nos han parecido difíciles de leer y entender por parte de los lectores de nuestra área lingüística… y político-cultural.

La breve Introducción que firma el cardenal Ruini que sintetiza muy bien el significado que ha tenido y tiene, particularmente para el laicado cristiano socialmente comprometido, la trayectoria personal y política de Roberto Formigoni, se ha conservado íntegramente en esta traducción. Asimismo las dos notas de los autores, entrevistado y entrevistador, expresan con claridad los motivos por los que decidieron «construir» este libro en 2021 mediante detenidas conversaciones en el apartamento donde Formigoni cumplía la «detención domiciliaria» a la que ha estado sometido hasta fecha reciente.

Queda por adelantar al lector interesado la razón por la que un editor español, laicamente católico, se ha lanzado a traducir y publicar en Madrid esta versión. Yo conocí a Roberto en el invierno de 1975, precisamente el año del lanzamiento del Movimento Popolare, una experiencia única de acción política, no partidista. Desde entonces he seguido con atención y creciente interés una acción política, legislativa y socialmente promotora, constructiva, extraordinariamente positiva e integradora de las capacidades humanas, técnicas y políticas, de personas de todo el arco político (¡un sueño para la España actual!).

Y seguí con tristeza y estupor los actos de personas amigas, con altas responsabilidades culturales y eclesiásticas, que constituyeron una bomba de flotación contra el MP y que dañó gravemente —hasta el momento actual, irreparablemente— el proyecto y la realidad política que lideraba Formigoni así como su trayectoria personal.

Hemos prescindido de las 190 páginas, toda la parte III del original italiano, que describen detalladamente la experiencia de los sucesivos gobiernos de Lombardía, tras las elecciones de 1995, 2000, 2005, 2010 y 2012, esta última interrumpida, como verá el lector. Y hemos mantenido de la IV y última parte del original solamente tres capítulos que recogen los criterios e ideales que han constituido las referencias fundamentales de esta más que notable experiencia de catolicismo político.

Introducción

Este libro relata unos sesenta años de historia de Italia, vividos y vistos a través de los ojos de un joven que desde muy pronto encontró una propuesta cristiana que él mismo define como fascinante, la de Comunión y Liberación, y que llegó a hacer de él un hombre que siempre ha seguido las huellas de aquel encuentro, mientras se iba encontrando y asumiendo responsabilidades en el campo civil y político cada vez más importantes.

No es solo la historia de un individuo, sino también la historia de un pueblo fuertemente cohesionado, que camina con él. Y juntos afrontaron batallas culturales y políticas, tanto ganando como perdiendo, pero siempre manteniendo el rumbo y reemprendiendo el camino, y trabajando para que la inteligencia de la Fe que habían recibido llegara a convertirse en inteligencia de la realidad.

El compromiso político, que bien pronto se vuelve predominante en él, era vivido como ocasión para conocer y compartir las necesidades de las personas. Y para buscar y construir soluciones, en la óptica que indica el protagonista: traducir en experiencia la doctrina social cristiana. Sobre todo el principio de subsidiaridad, que se proclama y se ve como la estrella polar que orienta sus diversas decisiones en el gobierno de una de las regiones más modernas y avanzadas de Europa, Lombardía, que tiene los problemas típicos de una sociedad compleja y que mira con ansiedad hacia el futuro.

Presionado por un entrevistador que, aunque es amigo suyo no le ahorra y no evita las preguntas más incómodas, el protagonista habla además de sí mismo, de los aspectos más íntimos, menos conocidos y más sufridos de su vida.

Es, por lo tanto, en toda regla, una «historia popular»1, la historia de un cristiano y de una parte del pueblo cristiano. En el acontecer de una sociedad cada vez más secularizada, en la sucesión de batallas por la unidad de los católicos y de episodios dolorosos, desde la división y la derrota en el referéndum sobre el divorcio al recomponerse de la unidad, desde la pérdida del referéndum sobre el aborto hasta la unidad en la victoria sobre la fecundación asistida. En este contexto emerge sobre todo la cuestión antropológica, que es la cuestión central ya hoy en día, y más para el futuro, y que decidirá qué será del hombre y de su identidad.

Es la historia de un político cristiano junto con otros políticos cristianos y no cristianos, desde el poder a la decadencia y a la desaparición de la DC (Democracia Cristiana), hasta el intento de imbuir una visión cristiana en algunos de los nuevos partidos nacidos de la desintegración de la primera República. Siempre con el objetivo de preservar aquellos valores fundamentales, irrenunciables, que pertenecen a lo esencial del hombre y de una sociedad realmente humana, puestos en grave peligro por la corriente principal de hoy en día.

Por otro lado, para cualquiera que se tome en serio la tarea política, ésta está ligada fuertemente a una visión cultural, y para el cristiano la cultura está ligada indisolublemente a la fe.

El libro se sitúa en la frontera entre una época en que todo esto era evidente y el momento actual, donde la cultura y la política están demasiado condicionadas por la pura imagen y el instinto inmediato: una situación que debemos tratar de corregir.

Al recordar amplios y significativos capítulos de la historia del Movimento Popolare y de CL (Comunión y Liberación), este libro ofrece un ejemplo e indica implícitamente posibles itinerarios para retomar una presencia fuerte de los católicos en la vida pública. Del relato se evidencia que para CL la decisión en favor de una presencia unitaria de los cristianos en las cuestiones sociales y en la acción política no nació de una interpretación integrista de la fe o de su reducción a una ideología. Al contrario, CL no discutía el principio del legítimo pluralismo, lo que en aquellos años había sido explicitado en la carta apostólica Octogésima adveniens de Pablo VI; CL trataba de vivir hasta las últimas consecuencias su carisma, que se puede resumir en hacer de la unidad de los cristianos en Cristo una experiencia existencial. Quien hace la experiencia de la unidad con los demás cristianos en Cristo y en las nuevas relaciones humanas que van naciendo gradualmente de ahí, desea vivir esa experiencia de unidad en todos los ámbitos de la vida: en la política, en el compromiso social, en la cultura, etc. No se trataba por lo tanto de imponer a la sociedad «leyes cristianas» y sí de actuar en la vida pública a partir del cambio de la personalidad que se produce al participar en la experiencia de comunión que se vive y se expresa en la comunidad cristiana.

A pesar de los errores y defectos típicos de cualquier experiencia humana, este enfoque ha producido en el medio plazo resultados positivos para el bien de todos. En los años setenta contribuyó a evitar la llegada al poder de un partido comunista que en ese tiempo todavía estaba muy sometido a Moscú; en los años a caballo entre los dos milenios ha dado vida a experiencias beneméritas de buen gobierno de las que Lombardía representa el exponente más avanzado. Experiencias que han sabido conjugar libertad y responsabilidad, y los principios de solidaridad y de subsidiaridad.

Aun no siendo el único exponente político italiano proveniente de las filas de CL, Roberto Formigoni ha sido el político que más ha concretado y expresado el patrimonio de compromiso unitario, de iniciativas sociales y culturales, de atención a la cosa pública, que a partir de los años setenta se había ido acumulando con revisiones y correcciones que no han faltado.

Hoy los católicos, más allá de la cuestión de un partido propio, deben apostar por los contenidos de la acción política y desarrollar una acción lo más unitaria posible, abiertos a la contribución y a la colaboración de cuantos, incluidos no creyentes, comparten tales contenidos.

Es una tarea esencial, que tiene valor para Italia y para Europa. Pertenece a los católicos trabajar para que ambas reconozcan sus raíces cristianas, hoy en día amenazadas por un violento ataque externo de raíz en particular islamista, pero sobre todo por la indiferencia y a menudo hostilidad abierta de la predominante intelectualidad occidental. Este libro nos muestra que todo esto es posible e indica un camino.

Termino con una brevísima reflexión personal: Roberto Formigoni fue forzado a un final traumático e inmerecido de su experiencia política. Fue un daño no solo para él sino también para todos aquellos que compartieron con él su visión particular de Italia y de su futuro.

Card. Camillo Ruini

Nota de los autores

Este libro nace gracias a la propuesta y a la insistencia, durante meses, de muchos queridos amigos: «No debe caer en el olvido la experiencia del Movimento Popolare2! ¡Eres uno de los pocos que ha vivido la GS3 desde el inicio! ¡No se puede olvidar la política innovadora de Lombardía!», etc.

Finalmente me he dejado convencer. Digo esto no por descargarme de responsabilidad si es que el libro no convence, y sí por subrayar que el mismo se debe también a muchas personas que han trabajado conmigo en las fases buenas, dificultosas y tantas veces complicadas de la vida, por lo que doy gracias al Señor de habérmela dado.

Se lo agradezco a estos amigos, como también doy las gracias a muchos otros que han colaborado conmigo en estos 50 años, de los cuales nunca podré hacer una lista completa. A algunos los nombro en el libro, conectados a episodios específicos. Mi gratitud también va hacia el resto.

Por otra parte, los amigos mencionados al principio, para asegurarse de que no me arrepintiera, me proporcionaron el entrevistador…

Conozco a Rodolfo Casadei desde hace ya tiempo, he leído muchos artículos periodísticos suyos, reportajes y libros. La relación de amistad recíproca no le ha impedido hacerme todas las preguntas que creía oportunas y necesarias y también las inoportunas e incómodas.

A ninguna me he negado. Por lo tanto, si creéis que se ha excluido algo, remitiros a él, no a mí, aunque no creo que eso suceda porque el libro ha llegado a extenderse más de lo que pensaba.

Doy las gracias a quienes me han ayudado a describir con claridad aspectos técnicos y pasajes más detallados y a quienes me han ayudado releyendo con atención el texto para evitarme imprecisiones, errores y olvidos. En particular quiero dar gracias, por este trabajo de reconstrucción y de reflexión, a Giulio Boscagli, Raffaele Cattaneo, Robi Ronza, Nicola Sanese, Carlo Lucchina, Saverio Allevato, Gian Franco Lucini, Marco Carabelli, Stefano Cecchin, Marco Nicolai, Guido Pinoli, Massimiliano Bombonati y Renato Farina.

Con todo ello, estoy seguro de que he olvidado cosas y otras las he recordado de forma imprecisa, ya que una gran parte de este libro está sacado de mi memoria… ¡y para muchas cosas han pasado más de 50 años! Por ello si alguna persona quiere comunicarme olvidos o imprecisiones, puede escribir a la editorial (Edizioni Cantagalli, Strada Massetana Romana 12, 53100 - Siena), le estaré muy agradecido y lo tendré en cuenta para una eventual segunda edición.

Y finalmente os doy gracias a vosotros, los lectores, esperando que seáis más que los veinticinco de Los novios de Alessandro Manzoni4 y que no os arrepintáis de la compra hecha.

Buena lectura.

Roberto Formigoni

***

Juzgar el recorrido político y humano de Formigoni, sus 18 años de gobierno de Lombardía, sus 16 años en los parlamentos europeo e italiano y sus 12 años como responsable del Movimento Popolare, por su condena judicial debida al caso Maugeri sería como, entiéndase en su justa proporción, juzgar a las figuras de Helmut Kohl y François Mitterrand a la luz del escándalo de los fondos ilegales recibidos por la CDU alemana con la participación en ello del gobierno francés.

Dejo a criterio del lector el discernimiento sobre el proceso judicial que le ha condenado —yo estoy convencido de que Formigoni es inocente desde el punto de vista penal y distraído desde el punto de vista de la prudencia— pero no nos conformemos perezosamente con aceptar y reducir la historia de una parte tan notable y originalísima del catolicismo político italiano a un asunto judicial. Que es lo que los enemigos de este político católico han soñado siempre poder hacer, y finalmente su sueño se ha convertido en realidad.

Por lo que respecta a mí, el origen de este libro tiene un sentido de protesta por una injusticia doble: la criminalización por parte de sus enemigos de una historia donde en realidad las luces son mucho más numerosas que las sombras; y de otro lado el silencio u olvido de tantos amigos suyos respecto a una experiencia que en su tiempo habían compartido. Esta segunda injusticia la considero más descorazonadora que la primera.

Cuando Formigoni fue condenado en el Tribunal de Casación Italiano (en España el Tribunal Supremo), Comunión y Liberación difundió un comunicado donde manifestaba con razón compasión cristiana por el hecho de que «Si un miembro padece, todos los miembros padecen con él» (1Cor12,26). Por el mismo motivo es justo que miembros y simpatizantes de Comunión y Liberación, y todos los que hicieron política con Formigoni, sientan orgullo por lo que él y su equipo hicieron de bueno en los años de gobierno de Lombardía y por lo que el Movimento Popolare, bajo la dirección de Formigoni, hizo en la sociedad italiana en los tremendos años setenta y ochenta. De hecho, la cita de san Pablo prosigue así: «…si un miembro recibe honra, todos los miembros se gozan con él». Pero si nadie se toma la molestia de contar la historia al completo, de hacer memoria de las cosas buenas realizadas —sin esconder los puntos oscuros, las contradicciones y las cuestiones incómodas— ¿cómo podrán los hermanos de Formigoni alegrarse con él y consigo mismos, además de sufrir?

Admito aquí el conflicto de intereses: fui algunos años consejero de comunicación del presidente de la región de Lombardía: Formigoni. Relatar meticulosamente los logros de ese período es una forma de defender y justificar mi contribución desde entonces.

Por otra parte, mi condición profesional de periodista asegura que no se le ha ahorrado al político y a la persona de Formigoni ningún tipo de pregunta. Quien lea hasta la última parte del libro se dará perfectamente cuenta de ello.

Me uno finalmente a los agradecimientos del presidente y a su lista de nombres añado los de Fiorenzo Colombo y Anna Maria Formigoni, sabiendo que aun así la lista no estará nunca completa. Por otra parte, en este libro encontraréis, como se suele decir, más nombres que en Los novios de Manzoni. Porque la historia de Formigoni es una historia de un pueblo, un pueblo de rostros únicos e irrepetibles.

Rodolfo Casadei

Primera parte

I. Cosas de la familia

Roberto Formigoni nació en Lecco el 30 marzo de 1947, hijo de Emilio Formigoni y Doralice Baroni. Era el primogénito, dos años más tarde nacerá una hermana, Anna María, y cinco años después Carlo. ¿Qué tal eran como padres y como matrimonio Emilio y Doralice?

Era una pareja muy unida, dentro y fuera de casa. No se les podía enfrentar entre ellos. Sus hijos veíamos en ellos a una pareja muy firme. No era posible conseguir que uno te concediera algo si el otro te lo había negado. Sobre todo estaban unidos en transmitirnos el sentido de la seriedad de la vida, la importancia de la educación y de la cultura. Mi padre era ingeniero y mi madre graduada en contabilidad, pero toda su vida fue ama de casa: mi madre tomaba la mayor parte de las decisiones en casa y encontraba siempre el apoyo total de mi padre.

Pasaste directamente a segundo de primaria sin cursar primero, al haber superado el examen de acceso. ¿Por qué?

Los tres hijos de Emilio y Doralice empezamos directamente en el segundo curso de primaria. Yo nací el 30 de marzo y en esos años el que nacía después del 1 de enero debía inscribirse en el colegio el año escolar siguiente, que empezaba el 1 de octubre de ese mismo año. Mis padres pensaban que eso significaba perder un año, por lo que me propusieron ir al colegio cuando no había cumplido todavía los 6 años. La misma situación se dio con Anna María y con Carlo porque ambos nacieron en enero. ¡Lo afronté como un reto y dije con entusiasmo que sí! Como no era posible inscribirse con cinco años en el colegio público en ese curso, había un colegio privado en Lecco que posibilitaba hacerlo, para lo cual se debía preparar un examen de acceso privado. Así lo hice, yendo a clases particulares con mi tía Ida, que era maestra de elemental ya jubilada. Iba todas las mañanas a su casa, que estaba a 200 metros de la mía, y me preparó para el examen de final de año. Lo aprobé con buena nota y al octubre siguiente, a la edad de seis años y medio, en vez de siete o siete y medio como el resto de mis compañeros de clase, entré en segundo de primaria. Mi profesora se llamaba Luigia Lorigiola, que llegó a ser alumna de mérito, medalla de oro del ayuntamiento de Lecco entre los homenajeados de la escuela. Era una clase con chicos y chicas, de 53 alumnos: en aquellos años, al contrario que hoy, el número de alumnos era elevado; por el contrario, el número de profesores era insuficiente para esa cantidad de alumnos. Por lo que las clases estaban muy llenas, ¡atestadas!

¿No te molestaba ser el más pequeño de la clase?

No, no me molestaba. Sólo me pasó el primer día de colegio. Los padres nos acompañaban hasta la puerta del aula y luego debíamos entrar solos. En cuanto me quedé delante de la profesora, y de aquellos 52 compañeros, me entró una llorera enorme, ya que ella no era mi tía y a mis compañeros no los conocía de antes. ¡Ellos ya se conocían desde primero de primaria y yo sin embargo no conocía a ninguno! La llorera se terminó cuando le dije a la profesora que no tenía la goma y que debía pedírsela a mi madre: era la excusa para poder salir. Es cierto que ya me habían dicho cuál era mi sitio, pero la clase no había empezado todavía. Así que salí de la clase. Mi madre estaba todavía fuera en el pasillo, junto a las otras madres, y con esa excusa pude calmarme antes de que sonara el timbre para empezar la clase. Desde entonces ya no tuve más problemas.

¿Ibas al colegio contento o te resultaban pesadas las clases y el estudio?

Iba contento porque me lo pasaba estupendamente con los compañeros de clase. Recuerdo que cuando estaba en cuarto de primaria un día iba andando junto a mi hermana al colegio, que iba a segundo, nosotros dos sin nuestros padres. Distaba unos quinientos metros de casa, y entonces yo le arrebaté la cartera escolar y le dije: «¡vayamos corriendo!». Quería llegar rápidamente al aula para estar con mis compañeros antes de que comenzara la clase. Corríamos como dos locos porque quería disfrutar estando con los compañeros de clase. Por lo que respecta a la parte de las clases propiamente dichas y a las materias, confieso que no era todavía un apasionado de las mismas. Me iba bien en todas las asignaturas, pero no me esforzaba, me costaba hacerlo y los demás lo notaban. Hace algún tiempo encontramos el diario de mi abuela materna, y en una página se decía: «Roberto va muy bien en el colegio pero se ve que no le gusta». A tal punto que cuando escuchaba ese tipo de afirmaciones y me preguntaban que en qué quería trabajar de mayor (mientras estaba en primaria y también al comienzo de la enseñanza media) yo respondía: «Quiero ser el que lava». Quería trabajar en aquello que no conllevara demasiadas responsabilidades y que tal vez no requiriera ningún estudio.

Imagino que tus padres no estaban contentos de esos planes.

Así es. Pero a mí me gustaba jugar a provocar. Mis padres se escandalizaban y yo insistía. Bastaría este ejemplo para que se comprenda la importancia que daban a la enseñanza y a la formación intelectual: en nuestra casa no había televisión. La TV llegó a nuestra casa en los años sesenta, cuando tenía yo 15 o 16 años. Nuestros padres pensaban que era una distracción del estudio y un asunto poco serio. Nos debíamos educar y formar en el colegio y con la lectura. ¡La televisión era (años 50-60) algo frívolo!

¿Es cierto que solo fuiste a colegios públicos?

Sí, siempre he ido a colegios públicos. Solamente cuando fui a la universidad lo hice en la Universidad Católica, pero los colegios siempre fueron públicos.

¿Tus batallas políticas posteriores por la libertad educativa y por la paridad escolar fueron una revancha por los años pasados en los colegios públicos?

No fue revancha: Estuve bien en todos los colegios a los que fui. Me involucré después en los asuntos educativos, junto a muchas otras personas, por la convicción plena de que la libertad de enseñanza es un derecho fundamental de la persona y de la familia, un derecho inalienable y no negociable. La responsabilidad educativa reside fundamentalmente en la familia y ésta tiene el derecho y el deber de educar a sus hijos. Y por lo tanto tiene el derecho de poder elegir para ellos la línea educativa que crea más coherente con sus propias convicciones. Y el Estado tiene la tarea de garantizar, también desde el punto de vista económico, este derecho.

De acuerdo; de esto hablaremos más adelante. ¿Quiénes eran tus compañeros de juego y a qué jugabais?

Los compañeros de juego eran chicos y chicas de los pisos que formaban parte de la gran manzana hacia la que daba la plazuela donde estaba mi casa. Vivíamos en un piso de un edificio de tres plantas, que originariamente fue del abuelo materno (ya fallecido) y que tenía vistas al patio. Éramos numerosos los que estábamos allí. El patio era verdaderamente grande; no era únicamente la impresión que podía tener un chiquillo; había espacio para un campo de fútbol, para jugar a la bandera, al escondite, al pilla-pilla, etc. Los fines de semana eran especialmente buenos cuando íbamos con nuestros primos de Casletto de Rogeno, en la orilla del lago Pusiano. Su apellido era Ratti y eran sobrinos del papa Pío XI, un brianzolo de Desio. Ellos eran seis, nosotros tres y por ello la diversión estaba asegurada.

¿La familia viajaba mucho junta?

La mayoría de los domingos cogíamos el coche y salíamos de excursión todos juntos. Visitábamos todas las zonas de Lombardía a las que se pudiera llegar en una jornada de viaje saliendo y volviendo a Lecco en un día. Salíamos los cinco justo después de la misa y regresábamos al anochecer. Íbamos donde quiera que hubiera monumentos para visitar, obras de arte para ver o maravillas de la naturaleza para admirar. Como Monza, Milán, Cremona, Pavía, Bérgamo, Brescia, etc. La razón por la cual yo y mis hermanos no fuimos al oratorio, proviniendo de una familia católica, era porque los domingos los empleábamos en estos viajes fuera de la ciudad.

¿Las vacaciones de verano eran también así de intensas?

En líneas generales eran similares aunque más relajadas. En primer lugar, cambiábamos de destino todos los años. Íbamos siempre al mar —en Lecco teníamos las montañas bien cerca todo el año— al mar de Liguria, al Adriático, al Tirreno… Nos alojábamos en un hotel o en un hostal, haciendo vida playera durante tres o cuatro semanas, y antes de retornar a Lecco se programaba una visita turística a una ciudad italiana que fuera significativa en cuanto al arte y que se encontrara cercana a la ciudad de vacaciones donde habíamos veraneado: Venecia, Pisa, Florencia, Nápoles, Asís, etc.

¿Por qué escogiste el liceo clásico al terminar la enseñanza secundaria?

Era el liceo al que había ido mi padre y en nuestra familia se daba por descontado que el primer hijo de la familia, o sea yo, tenía que hacer también el liceo clásico. De esta elección no me he arrepentido nunca y tampoco la puse en cuestión. Fue una elección natural tanto para mis padres como para mí. El liceo clásico era el colegio de más nivel de la ciudad, gozaba de prestigio, y era el centro de estudio más importante. Y en ese momento tenía ganas de estudiar. No cesé en el empeño de estudiar. Sabía que en esa época debía estudiar y estudiaba. Los días en los que quería ser el que «lavaba» habían terminado. Aunque mis ganas de aventura me hacían decir que llegaría a ser un piloto de Fórmula Uno.

¿Cuáles eran tus asignaturas preferidas?

Me desenvolvía bien en todas, pero sobre todo en las científicas. Recuerdo que superé el examen de acceso a la universidad con tres «nueves», tres «ochos» y tres «sietes». Los sobresalientes en Matemáticas, Física e Historia del Arte; dos de los notables altos en Griego y Latín; y dos de los notables fueron en Italiano y en Historia; del resto no me acuerdo… Y recuerdo que, en aquellos años, el examen de acceso a la universidad era un examen importante y muy difícil: incluía la materia de los tres años anteriores, se daba nota para cada asignatura y los profesores eran muy exigentes. Mi nota media, que fue de 8 exacto, me hizo quedar segundo del distrito escolar de Lecco, por detrás de uno de mis compañeros de clase que obtuvo un 8,1 y que se llamaba Emilio Dolcini.

¿Qué tipo de persona eras en la educación secundaria y en el liceo? ¿Tu carácter era ya el que se pondrá de manifiesto más adelante?

Si lo que tratas de hacerme decir es que ya entonces mostraba dotes de líder, la respuesta es que no. Si se me tenía en cuenta era porque me encontraba cómodo con los otros chavales y ellos también estaban bien conmigo, pero no me hacía notar de una manera particular. Ya entonces discutía frecuentemente, intentaba convencer: sobre este aspecto era «hijo de mi padre», que era una persona a la que le gustaba explicar y persuadir. De mi madre heredé ser reservado sobre las cuestiones más personales… No me gustaba hablar con los demás de mis sentimientos ni desvelar mi intimidad. El ser líder llegó más tarde, de una forma muy natural, al tener el encuentro con GS.

De lo que hablaremos pronto. Emilio, tu padre, se adhirió al fascismo: participó a los 17 años de edad en la Marcha sobre Roma y fue alcalde en una localidad de la comarca de Lecco. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial fue acusado y juzgado por hechos sucedidos en los años de la «República Social» y fue amnistiado, como tantos otros, en 1947, sin que el juicio se llevase a cabo. ¿Cómo viviste el hecho de tener un padre fascista en tu adolescencia? ¿Fue algo que te echaron en cara tus coetáneos?

No me lo echaron en cara. La primera vez que fue utilizado contra mí, yo tenía casi 50 años. Y el que lo hizo se llama Umberto Bossi. Yo era candidato para ser presidente de Lombardía contra una candidata de la Lega y otro candidato de centro izquierda, y para debilitarme Bossi no encontró otra manera que insultarme acusándome de ser hijo de un «fascista fusilador». Cosa que mi padre siempre negó. Él no fue militar sino director de una cementera en Missaglia que era considerada infraestructura estratégica. Nunca participó en acciones de guerra y menos con las manos manchadas de sangre. Por supuesto me querellé contra Bossi por difamación y calumnias. Pero el juez decidió no admitirla a trámite porque ambos éramos «políticos». El tribunal afirmaba, quizás acertadamente, que los políticos debían resolver y sustanciar esas polémicas entre ellos mismos. Quince años más tarde, en una situación similar, el tribunal de Milán me condenó a pagar una cifra económica enorme, decenas de miles de euros, a un líder del Partido Radical porque le había llamado mentiroso, habiéndolo yo demostrado. Dos varas de medir, el enésimo episodio rabioso contra mí.

¿Tuvo tu padre problemas con su trabajo?

En 1945 debió dimitir como director de la cementera y desaparecer. Como ha contado Giampaolo Pansa en sus libros de historia, las represalias contra los que fueron fascistas fueron muy duras. Tuvieron que pasar algunos años para que mi padre encontrara trabajo como ingeniero de una empresa eléctrica que tenía su sede en Milán. Se marchaba en tren todas las mañanas y regresaba a casa por la noche sobre las 20:30. Salía de casa a las 6.45 de la mañana y regresaba cuando nosotros ya habíamos terminado de cenar; a veces él cenaba con mi madre que lo esperaba. Esta es la razón por la cual los domingos estaban reservados para la «salida familiar» y no se podía hacer otras cosas, ya que era el único momento de la semana en el que toda la familia podía estar junta.

¿Cómo se tomó tu padre tu compromiso político con los católicos? ¿Lo aprobaba o se oponía?

Nunca dijo una palabra en contra. Y creo que en su corazón lo aprobaba. Lo vi muy contento en mis primeros éxitos y sé que me votó todas las veces que me presenté a las elecciones.

¿Cuándo empezaste a interesarte por los problemas sociales y por la política? ¿Ya te ocurría cuando estabas en el colegio y en el liceo?

Fue en el liceo, en el bachillerato. Mi interés se inicia a la par que mi adhesión al movimiento Gioventù Studentesca (GS).

¿Cuándo se produce ese encuentro?

Pronto, en 1960. GS, de la que menos de diez años después nacería CL, había sido iniciada en 1954 por don Luigi Giussani, quien había dejado un puesto importante como profesor en el seminario y la facultad de Venegono para dar clase de religión en el liceo clásico Berchet en Milán. Yo vivía en Lecco e iba al liceo clásico Alessandro Manzoni. No conocía a don Giussani y no le conocí sino hasta llegar a mis años de universidad. En Lecco vivían algunos chavales que tenían cinco o seis años más que yo y que iban a primero en la universidad. Siguiendo a don Giussani y a GS llevaron este Movimiento a los colegios de Lecco. Ellos lo habían conocido en los últimos años del liceo: cursaban el último año y habían oído hablar de GS en Milán. Acudieron a sus reuniones, conocieron GS y a don Giussani e introdujeron el Movimiento en los liceos de Lecco. Yo conozco GS cuando entré en cuarto de bachillerato, tenía trece años y medio, y el Movimiento ya estaba presente en el liceo clásico, en el científico, en magisterio, en ingeniería y en aparejadores del Iti. Y estaba ya muy extendido en toda la ciudad de Lecco con una presencia significativa: algunos centenares de estudiantes. La comunidad de GS de Lecco era una de las más fuertes y vivas entre las ciudades de la archidiócesis de Milán.

II. La «balada» de GS

¿Recuerdas a los primeros «giessini» (de GS) que conociste personalmente y que te hicieron conocer el Movimiento?

Desde luego. Para participar en GS, fueron sobre todo dos personas: Angelo Scola (nacido en 1941), que luego sería cardenal y arzobispo de Milán, y Fabio Baroncini (nacido en 1942), que luego fue sacerdote, responsable de la guía de la comunidad de CL de Varese, antes de llegar a ser párroco en Milán. Cuando yo pasaba los exámenes de tercero de secundaria, ellos estaban en los de acceso a la universidad. Baroncini se había licenciado hacía poco en Contabilidad, y en el verano estudió intensamente para el examen para el bachillerato clásico del otoño con el fin de poder entrar en el seminario de Venegono. Angelo Scola había superado los exámenes para el bachillerato clásico cuando yo superaba los de tercero de enseñanza media. Después él se inscribió en el Politécnico de la Universidad de Milán, mientras yo me inscribía en cuarto del liceo Manzoni de Lecco. Scola fue quien me propuso participar en GS, la persona que en el verano entre tercero de secundaria y primero de bachillerato me llamó para vernos. Me convocó a una reunión, a través de un amigo, en la sede de GS, haciéndome saber que tenía una propuesta que hacerme. Nos vimos al día siguiente y Scola me propuso participar en unas jornadas de tres días que tendrían lugar pronto en Gazzada, en la provincia de Varese, en la residencia de una entidad religiosa. Allí se iba a hablar de cómo establecer y ampliar el equipo editorial de un periódico estudiantil que editaba GS y que se llamaba Il Michelaccio, que más o menos quiere decir el chaval imprudente. Lo escribían estudiantes de liceo que pertenecían a GS y se distribuía en los colegios de Lecco, Gallarate, Busto Arsizio, Varese, Como y Sondrio. Se vendían unos miles de ejemplares. Era un periódico con una edición muy cuidada, no un ciclostilado corriente: 24 páginas impresas que se publicaban todos los meses. Participar en aquellas jornadas costaba dinero: convencí a mis padres de pagarlo y partí hacia allí con curiosidad, junto con Angelo Scola y otras personas. Villa Cagnola era propiedad de la Santa Sede, un edifico notable de esa localidad. Consistió a la vez en una jornada de presentación de GS y de trabajo sobre cómo se podía ser periodista del Michelaccio. De esta manera llegué a ser redactor del periódico, órgano oficioso de GS. Para mí ambas cosas iban juntas: ser redactor del periódico y formar parte de GS. No era desde luego el periódico de un partido político, era un periódico estudiantil escrito por y para los estudiantes. Y la propuesta era muy clara: el cristianismo como plenitud de la experiencia humana.

¿Por qué Scola, entonces con 19 años, quiso conocer a un chaval de 13?

Por lo que yo sé, la propuesta se hizo también a otros pero fui el único en aceptarla. Él era presidente de la GS de Lecco y no perdía ocasión para dar testimonio de la belleza del acontecimiento cristiano y de proponerlo. Estaba también atento a los más jóvenes, o sea los chavales que iban a pasar a bachillerato y que tenían las condiciones para asumir ciertas responsabilidades en GS. En particular les echaba el ojo a aquellos que entraban en el Liceo Clásico, el liceo donde él también había estudiado.

¿Estabas coartado por aquel hombre de 19 años que te había llamado? ¿Le preguntaste qué era GS?

GS era la presencia cristiana en el bachillerato. Yo había recibido en mi familia una educación católica, sobre todo de mi madre. Había estado en el «oratorio» y en la Giac5 un año en tercero de secundaria porque los domingos salíamos de excursión todos juntos. Mi fe no estaba en absoluto en crisis y veía normal participar en GS, presente en el colegio, aún sin tener las ideas muy claras sobre lo que era. Tenía muchas ganas de que alguien me lo propusiera y ese alguien fue Scola. Supe inmediatamente qué era lo que debía hacer.

¿No había otras realidades en competencia con GS en esa época? ¿Qué hacía la Acción Católica?

Al haber participado en el «Oratorio» en tercero de secundaria fui inscrito en la Giac, que se proponía a todos los que habían participado en el «Oratorio». En esa época había una gran colaboración entre la Giac y GS. No existía ninguno de los problemas que surgirían más tarde. De la Acción Católica no recuerdo ninguna propuesta, a excepción de algunas reuniones de catequesis, mientras que GS estaba muy viva.

Tan viva que antes de que te contactara «el de 19 años» a ti «el de 13», tú ya conocías que GS expresaba la presencia cristiana en los colegios.

¡No solamente! ¡Yo ya había participado antes en dos iniciativas! La primera cuando cursaba segundo de secundaria y tenía 11 años. GS había propuesto a los estudiantes de secundaria la celebración de una misa semanal a las 07.30 h de la mañana de los miércoles en el santuario de Nuestra Señora de la Victoria. Se celebraba antes de las clases, que empezaban a las 8:10. A las 8 en punto la misa había terminado y podíamos llegar cada uno a su colegio. Lecco no es una ciudad grande. Cada participación en la misa se apuntaba en una tarjeta, que se distribuía en el primer encuentro del curso. En la tarjeta había 12 casillas, tantas como misas se proponían. A la salida de la misa un voluntario marcaba la casilla en la tarjeta. Quien llegaba al menos a 9 asistencias, podía ver gratis una película alguna tarde en el Cine Impero de Lecco. Algo que no se entiende en nuestra época, pero estamos hablando de 1958.

¿Un film con contenido moralizante, de trama religiosa?

No, eran westerns, de los cuales no recuerdo el título. Yo era uno de los pocos que tenía todas las marcas de asistencia cubiertas en la tarjeta, así que estaba admitido para ver la película. Cuando llegué a la entrada del cine, un encargado del acto me hizo la propuesta de controlar a los que llegaban y ver si podían o no pasar al cine, no dejando acceder si tenían menos de 9 casillas marcadas en la tarjeta. Para mí fue un orgullo aceptar esta petición. Todo iba normal hasta que llegó un chaval que sólo tenía 7 sellos y me pidió si podía pasar. Me lo pensé un instante y le dije: ¡Pasa! Este hecho se me quedó en la memoria y durante mucho tiempo me pregunté el por qué. Al cabo de años entendí que esa fue la primera experiencia de «poder» que sucedió en mi vida. Aquel día tuve experiencia de la responsabilidad que comporta el poder. Podía o no dejar acceder y decidí dejar acceder. Tenía el poder de decir «sí» o «no», lo tenía solamente yo: no dependía de ningún otro más que de mí. Y decidí ejercerlo diciendo que «sí».

La GS de Lecco estaba muy lanzada, universitarios de primer curso que pensaban y ponían en marcha iniciativas para los chicos de secundaria.

Exactamente. La creatividad y la capacidad de propuesta de GS de Lecco no tenían límites. Encontraban la forma para involucrar a los chicos más jóvenes, nos enseñaban y ayudaban a generar relaciones con nuestros compañeros de clase. Se dio una circunstancia al finalizar tercero de secundaria. En junio, justo después de terminar los exámenes, la GS de Lecco invitaba a todos los estudiantes que habían superado el curso y el acceso al bachillerato, a una presentación de los diferentes institutos de enseñanza media superior para ayudarles a escoger la más adecuada para cada uno. Toda una tarde escuchando las experiencias de estudiantes universitarios que habían cursado sus estudios, algunos en el clásico, otros en el científico, etc. Los participantes eran los chavales, sin sus padres. Y era una jornada dirigida por universitarios de 18-19 años que no sólo presentaban las escuelas en las que habían estudiado sino que explicaban a qué opciones abrían.

A los 14 años practicabas la esgrima. No la elegiste tú sino que te inscribieron tus padres. ¿No es así?

La esgrima era una de las propuestas de GS, que organizaba asimismo cursos de teatro, imitando la experiencia de la GS milanesa del «teatro de bolsillo», cursos de baile y otros. Repito que la GS de Lecco era una realidad muy viva y muy atenta a los gustos y las necesidades de los chavales. Organizaba también encuentros culturales de un cierto nivel, conferencias literarias, charlas sobre la enseñanza, intervenciones de intelectuales activos de Milán: personas como Claudio Scarpati, Giuseppe Lazzati, etc.

Con Lazzati las cosas se torcieron más tarde…, ¿no?

Sí, años más tarde, en la época del referéndum sobre el divorcio. Pero en aquella época anterior GS involucraba fácilmente a todos los profesores en sus iniciativas. La esgrima era una de tantas de las mismas. En ella estaba implicado uno que ciertamente no era un desconocido: Dario Mangiarotti, campeón olímpico en Helsinki en espada por equipos y medalla de plata en espada individual, además de pluricampeón del mundo en estas dos especialidades. Él venía a darnos clase una vez a la semana desde Milán, la ciudad donde vivía, y nos dedicaba tres o cuatro horas de su tiempo. Los resultados llegaron: uno de nosotros, Enrico Rossi, fue campeón italiano de su categoría, yo llegué a ser segundo en otro campeonato italiano y nos tuvieron en cuenta para las Olimpíadas de Tokio de 1964. La Federación italiana me comunicó que podría ser seleccionado, lo que finalmente no sucedió, aunque esto no me importó demasiado. Yo tenía claro que habría perdido un curso de liceo para preparar mi participación, tendría que haberme ido al centro deportivo de Formia y abandonar por un periodo Lecco. Continué practicando la esgrima todos los años del liceo y el primer curso de la universidad. Mis armas eran la espada y el florete.

¿Habrías podido practicar otros deportes? Tenías buen físico…

De hecho, practiqué otros también: baloncesto, cross, esquí. Lecco no tenía aún infraestructura para las carreras de medio fondo en pista y gané algunos trofeos de cross. Todos estos deportes los he seguido practicando, ya de adulto, pero en un cierto momento tuve que abandonar el esquí porque no era compatible con mis tareas en el Movimiento. Volví a correr en el año 2000 y participé en la «Stramilano» de ese año, sin haber entrenado para ello, el día mismo de las elecciones generales. Después corrí otras «Stramilano» y participé en otras competiciones de carreras en distancias medias de 10-15 kilómetros. Todos los domingos nos entrenábamos en el Parque de las Cuevas, junto con el alcalde de Milán, Gabriele Albertini, el honorable Maurizio Lupi y otros políticos.

¿Qué has aprendido de la esgrima que haya sido útil para tu vida? ¿Has adquirido de ella enseñanzas también para la política?

Diría que sí. La esgrima es un deporte en el que hay que estar ágil física y mentalmente. Ágil de cuerpo y brazos pero también de mente. Es necesario prever los movimientos del adversario para desviarlo del objetivo y golpearlo cuando se queda al descubierto, cuando su brazo y su arma no le defienden. Diría justamente que la política se inspira en esas estrategias. Se trata sobre todo de no estar allí donde el adversario está convencido de que estarás.

Es sabida tu adhesión inquebrantable por el AC Milan. ¿Cuándo nació este apego?

Cuando la gente insinúa que soy milanista para complacer a Berlusconi, les respondo que fui concebido hincha «rossonero» en el seno de mi madre. Siempre he sido hincha del Milan pero también del equipo de mi ciudad, que en el transcurso de su historia ha participado tres veces en el campeonato de la Serie A6, cada vez resultando ser el único equipo de Italia que ha participado en la máxima categoría siendo de una ciudad que no era capital de provincia. En febrero de 1962 el Milan vino a jugar a Lecco y aquel domingo yo fui al estadio sin saber de quién sería hincha. Mi corazón estaba dividido entre los dos equipos. Me coloqué como otras veces en la zona popular del estadio. Ese choque de sentimientos contrapuestos finalizó rápidamente al salir los dos equipos al campo: exploté como el resto de los quince mil espectadores en un impactante y ensordecedor ¡Lecco, Lecco!

¡Había vencido el terruño, las raíces! El partido terminó 2 a 2 pero ese punto no sirvió para que el Lecco no bajara de categoría, tal como sí se había conseguido el año anterior, cuando empatamos en los partidos con el Milan y estábamos muy satisfechos habiendo ganado 2 a 1 al Inter de Helenio Herrera. El Lecco ha sido el único equipo por el que he llorado al bajar de categoría, cuando tenía 15 años. Esto se compensó porque el Milan ganó el «scudetto7». Aquel fue su octavo título. Y por esta fe «rossonera» durante muchos años he sido capaz de recordar las alineaciones y los resultados del Milan en Liga y Copa.

¿Además de recibir una buena educación física recibiste también educación musical?

Sí, me dieron clase de piano desde segundo de primaria hasta el final de secundaria. Iba durante la semana a ver clase con un maestro de piano y luego practicaba en casa con el piano que habían comprado mis padres. De esta manera conseguí tener el oído bien afinado, lo que ha seguido siendo así aun habiendo dejado las clases de piano.

Volvamos a GS: con 13 años entraste a formar parte de ella. ¿Fue una elección de tus padres?

Fue una elección totalmente mía, que al principio mi madre no vio con mucho agrado. No se opuso aparentemente, pero decía que era mejor que continuase yendo al oratorio. Nunca entendí el motivo de esta oposición blanda: quizás pensaba que GS me distraería del estudio, lo que no sucedió; o quizás entendía que mi emancipación como adolescente (y después la de mi hermana y la de mi hermano) coincidía con mi pertenencia a GS; estaría menos tiempo con mis padres y más con otras personas. Por lo demás, en los primeros tiempos de GS nuestros padres estaban de acuerdo con los retiros de Cuaresma y de Adviento. Aunque nos costó un poco convencerles para que nos dejaran participar en las vacaciones de verano con el Movimiento. En todo caso la decisión de entrar en GS fue completamente mía. Más adelante la oposición de mi madre se hizo menor, sobre todo porque el consiliario de GS en Lecco era el vicario de nuestra parroquia, don Spirito Colombo, un extraordinario sacerdote del que no podían dejar de fiarse.

Has hablado antes de algunas iniciativas de GS. ¿Cuáles eran los momentos y las actividades más «oficiales», más características de la GS de entonces, dentro y fuera del colegio?

Eran iniciativas muy inteligentes desde el punto de vista pedagógico, que iban siempre en la línea de salir al encuentro de los intereses verdaderos de los chicos y buscaban hacerles entender que el cristianismo abarca toda la experiencia de la vida, que es parte interesada en todo lo que como persona te interesa. El interés en un aspecto determinado era visto como un punto importante de la persona al que la fe no deja de lado para imponerse, sino más bien al contrario, al que le aporta valor. GS ha tenido siempre una concepción totalizadora del factor humano, considerando como suyas estas palabras de Terenzio: «Homo sum, humani nihil a me alienum puto», o sea: «Soy un ser humano, pienso que nada me es ajeno». Nada de lo que es humano es ajeno a la participación en el corazón del Ser. En la base de todo esto estaba el núcleo de la propuesta de GS: un modo de vivir el cristianismo según una fascinante propuesta integradora e integral. De hecho los momentos más importantes de GS, aquellos en los que se participaba porque se quería vivir la experiencia de GS, eran el Radio8 y la Caritativa, donde se nos llamaba a las tres dimensiones del cristianismo que don Giussani decía en el librito marrón: Appunti di metodo cristiano: Cultura, Caridad y Misión.