Una introducción al judaísmo temprano - James C. VanderKam - E-Book

Una introducción al judaísmo temprano E-Book

James C. VanderKam

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Basado en la mejor investigación arqueológica, este volumen explora la historia del judaísmo durante el período del Segundo Templo (516 a.C.-70 d.C.), describiendo el conjunto de literatura judía escrita durante estos siglos y los grupos, instituciones y prácticas más importantes de la época. Son particularmente interesantes las representaciones de VanderKam sobre los eventos asociados con Masada y la revuelta de Bar Kojba, así como su comentario sobre los textos descubiertos en lugares como Elefantina y Qumrán. Esta obra es la guía preeminente del judaísmo temprano para cualquier persona que busque un texto conciso y accesible, pero al mismo tiempo completo, escrito por uno de los principales expertos en la materia.

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Índice

PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN

PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN

I. LA ÉPOCA DEL SEGUNDO TEMPLO

1. EL PERÍODO PERSA (538-332 a.C.)

1.1. Los inicios

1.2. Acontecimientos en Judá (Yehud)

a) El trabajo de Esdras y Nehemías

b) Jadúa y Alejandro Magno

1.3. Acontecimientos en Egipto

1.4. Acontecimientos en Babilonia y Persia

2. LA ÉPOCA HELENÍSTICA (323-63 a.C.)

2.1. Control ptolemaico de Egipto y Judá (ca. 305-198 a.C.)

a) Ptolomeo I y Judá

b) Ptolomeo II y la traducción griega de la Torá

c) La Novela de los Tobíadas

2.2. Control/influencia seléucida de Judá (198-63 a.C.)

a) Antíoco III (223-187 a.C.)

b) Antíoco IV, sumos sacerdotes y helenismo

2.3. El Estado asmoneo (ca. 140-63 a.C.)

a) Simón (142-134 a.C.)

b) Juan Hircano (134-104 a.C.)

c) Aristóbulo I (104-103 a.C.) y la realeza

d) Alejandro Janneo (103-76 a.C.)

e) Salomé Alejandra (76-67 a.C.)

f) Hircano II y Aristóbulo II (67-63 a.C.)

3. EL PERÍODO ROMANO (63 a.C. en adelante)

3.1. Los primeros años (63-37 a.C.)

3.2. Herodes (37-4 a.C.) y Arquelao (4 a.C.-6 d.C.)

3.3. El dominio romano directo (6-66 d.C.)

3.4. La primera revuelta judía contra Roma (66-73 d.C.)

3.5. La revuelta de Bar Kojba (132-135 d.C.)

APÉNDICE SOBRE EL JUDAÍSMO EGIPCIO

II. LITERATURA JUDÍA DEL PERÍODO DEL SEGUNDO TEMPLO

1. TEXTOS DEL SEGUNDO TEMPLO EN LA BIBLIA HEBREA

2. LA CLASIFICACIÓN DE LA LITERATURA DEL SEGUNDO TEMPLO

2.1. Apócrifos

a) Los libros deuterocanónicos católicos

b) Obras en las Biblias griegas, pero no en la Biblia hebrea

2.2. Pseudoepígrafos

3. ESCRITOS JUDÍOS DEL PERÍODO DEL SEGUNDO TEMPLO

3.1. Obras narrativas

a) Historias

1 Esdras

1 Macabeos

2 Macabeos

b) Relatos

Tobías

Judit

Susana

3 Macabeos

Carta de Aristeas

Ester griego

José y Asenet

3.2. La Escritura reescrita

a) 1 Henoc

– El Libro Astronómico de Henoc (1 Hen 72–82)

– El Libro de los Vigilantes (1 Hen 1–36)

b) Documento Arameo de Leví

c) El Libro de los Jubileos

d) Los Testamentos de los Doce Patriarcas

e) Antigüedades Bíblicas de Pseudo-Filón

3.3. Apocalipsis

a) El Apocalipsis de las Semanas (1 Hen 93,1-10; 91,11-17)

b) El Libro de los Sueños (1 Hen 83–90)

c) Los Oráculos sibilinos

d) Las Similitudes o Parábolas de Henoc (1 Hen 37–71)

e) El Testamento de Moisés

3.4. Literatura sapiencial

a) La Sabiduría de Ben Sira

b) La Carta de Henoc (1 Hen 91–107 [108])

c) Baruc

d) La Sabiduría de Salomón

e) 4 Macabeos

3.5. Obras poéticas

a) Los Salmos de Salomón

b) La Oración de Manasés

c) La Oración de Azarías y el Cántico de los tres jóvenes

3.6. Burla de los ídolos

a) La Carta de Jeremías

b) Bel y el Dragón

3.7. Filón y Josefo

a) Filón de Alejandría

b) Josefo

III. GRANDES DESCUBRIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS

1. LOS PAPIROS DE ELEFANTINA

2. LOS ROLLOS DEL MAR MUERTO

2.1. Los manuscritos y fragmentos

2.2. Textos bíblicos

2.3. Texto no bíblicos

2.4. Evidencia arqueológica

2.5. La comunidad de Qumrán y su historia

3. MASADA

3.1. La historia

3.2. Evidencia arqueológica

a) Las estructuras

b) Las monedas

c) El material escrito

IV. SÍNTESIS: LÍDERES, GRUPOS E INSTITUCIONES

1. GOBERNANTES Y LÍDERES

1.1. Los sacerdotes

a) Sumo sacerdote

b) Sacerdotes principales

c) Sacerdotes comunes

1.2. Gobernantes civiles

1.3. Sanedrín/consejo

2. GRUPOS

2.1. Inicio del período del Segundo Templo

2.2. Helenismo tardío y época romana

a) Fariseos

b) Saduceos

c) Esenios

d) Otros

3. CULTO

3.1. El Templo

a) La estructura del Templo

b) El sistema sacrificial

c) Las fiestas

Pascua

La fiesta de los Panes ácimos

Segunda Pascua

La fiesta de las Semanas

El primer día del séptimo mes

El Día de la Expiación

La fiesta de los Tabernáculos (o Cabañas)

Hanukkah

Purim

d) Otras formas de culto

Música

Oración

3.2. Las sinagogas

4. ESCRITURAS

4.1. Grupos de escritos autoritativos

4.2. Versiones

4.3. Interpretación

MAPAS

BIBLIOGRAFÍA

Créditos

Prefacio a la segunda edición

Han pasado cerca de veinte años desde que apareció la primera edición de An Introduction to Early Judaism. Las ventas del libro dan a entender que ha sido de utilidad tanto a estudiantes como a otras personas interesadas en aprender más sobre este período crucial en la historia los judíos y la literatura que produjeron. Desde que Eerdmans publicó el libro, los estudiosos han seguido dedicando gran cantidad de tiempo y energía al judaísmo temprano y se han producido algunos descubrimientos de textos, aunque no tan impresionantes como los rollos del mar Muerto. Sin embargo, incluso para los rollos la situación ha cambiado considerablemente desde 2001. Por ejemplo, se han publicado todos y sus fotografías están ahora disponibles en formato digital.

A la vista del paso del tiempo y de los cambios en este campo, me pareció oportuno revisar An Introduction to Early Judaism. El cambio principal de la nueva edición es el material adicional. He completado el capítulo sobre literatura (capítulo 2) con secciones sobre tres textos adicionales, dado que es razonable datarlos en la época del Segundo Templo: José y Asenet, Antigüedades Bíblicas de Pseudo-Filón y 4 Macabeos. Había escrito una sección sobre 4 Macabeos para la traducción rusa de An Introduction to Early Judaism, dado que se incluye en las Biblias de las iglesias orientales. He revisado esa sección para esta segunda edición. Estuve tentado a colocar un epígrafe sobre 2 Henoc en el capítulo 2, pero sigo sin estar convencido de que proceda de la época del Segundo Templo. En una sección sobre los judíos en tierras orientales he añadido algunas líneas sobre los textos de Al-Yahudu, que se han publicado recientemente, y sobre el archivo Murashu.

El trabajo en la revisión ha brindado la oportunidad de corregir algunos errores y de hacer también algunos cambios estilísticos menores a la primera edición. He hecho una modificación estructural: la primera edición contenía tres capítulos, pero, después de reflexionar, me pareció más sensato hacer de la sección sobre grandes descubrimientos arqueológicos un capítulo separado y no como parte del capítulo 2, que trata sobre la literatura judía de la época del Segundo Templo. Como resultado, la versión revisada tiene cuatro capítulos, pero cubre los mismos temas que los tres capítulos de la primera edición.

Mi esposa, Mary, fue tan amable de leer el primer borrador de la revisión e hizo muchas sugerencias realmente útiles para mejorar. Casi todas han sido asumidas. ¡Gracias de nuevo, Mary! Debo también mi gratitud a Justin Howell por su muy cuidadosa corrección del manuscrito. Como siempre, ha sido una grata experiencia trabajar con la gente de Eerdmans. Mis gracias de corazón a Andrew Knapp, Jennifer Hoffman, Laura Bardolph Hubers y Amy Kent por su habilidad, eficiencia y buen ánimo en llevar el manuscrito hasta su publicación.

2022

Prefacio a la primera edición

Mi experiencia enseñando en la Universidad y en la comunicación con otros grupos me ha demostrado que existe un gran interés por conocer más sobre la parte de la historia y la literatura judías que abarca este libro. Los judíos quieren más información sobre una etapa formativa en la larga historia del judaísmo y los cristianos desean tener una mejor comprensión de qué ocurrió «entre los testamentos». Se da el problema de que el eventual estudiante no sabe adónde acudir para recibir guía en este basto campo. Los especialistas estarán familiarizados con la multitud de recursos excelentes que están disponibles para los estudiosos hoy en día, pero al no especialista, para quien esos pesados tomos pueden ser demasiado detallados y técnicos como para resultar prácticos, el período del judaísmo temprano permanece como territorio extraño.

Cuando Jon Pott y Dan Harlow de la editorial William B. Eerdmans me invitaron a preparar una introducción al judaísmo temprano en la misma línea de mi The Dead Sea Scrolls Today, me pareció una buena oportunidad para abordar la necesidad de una introducción que pudiese ser usada en el aula y servir a la vez de acercamiento a la temática para cualquier lector interesado. He intentado preparar un libro que ofrezca una cantidad de información significativa sobre la historia, la literatura y los principales lugares arqueológicos del período, pero que la presente de forma clara y sucinta, de modo que sea accesible a los lectores con diferentes niveles de interés y variedad de objetivos.

Durante la preparación del libro, hubo que tomar varias decisiones sobre qué incluir y qué excluir. En décadas recientes se ha hecho habitual llamar al período en cuestión judaísmo temprano, pero el término no se ha definido con exactitud en el sentido cronológico. Aquí se usa para aludir a los siglos en los que el Segundo Templo estuvo en Jerusalén, esto es, desde 516/515 a.C. hasta 70 d.C. Aunque sabemos con precisión cuándo se erigió ese edificio y cuándo fue destruido, nuestra evidencia es con frecuencia mucho menos satisfactoria respecto a cuándo fueron escritos algunos textos judíos. Se han incluido los textos que con mayor probabilidad fueron compuestos durante el período del judaísmo temprano, pero se podría plantear que también otros se deberían haber tratado. Por ejemplo, se podría argumentar que composiciones como las Antigüedades Bíblicas de Pseudo-Filón y José y Asenet deberían haber sido abordadas y que textos como las Similitudes o Parábolas de Henoc (1 Hen 37–71) deberían haber sido excluidas por ser de fecha más tardía. Con todo, a pesar de algunos casos discutibles, el lector puede estar seguro de que las decisiones sobre qué abordar han sido tomadas con cuidado y que el material incluido da buena idea de lo ocurrido durante este período y sobre los tipos de texto que fueron escritos y qué ideas fueron defendidas por los pensadores judíos.

He recibido ayuda de varias personas según el libro iba tomando forma. La Universidad de Notre Dame y el Departamento de Teología han proporcionado un contexto maravilloso en el cual enseñar e investigar. Mis compañeros han llevado a cabo una gran cantidad de investigaciones que se han mostrado de valor en mi trabajo, y el programa «Cristianismo y judaísmo en la antigüedad» ha atraído un flujo constante de doctorandos que me han ayudado a pensar sobre el período tratado en el libro. Deseo dar las gracias particularmente a Angela Kim por su cuidado al revisar y preparar el índice analítico.

Dedico este libro con amor a mi esposa Mary, mujer culta y con talento, que tiene sus propias bromas sobre mi interés en materias como los pseudoepígrafos. Ella es en verdad la «mujer virtuosa», que, como su predecesora en Pro 31, «abre su boca con sabiduría, su lengua enseña con bondad».

2001

I

La época del Segundo Templo

El período del Segundo Templo (516/515 a.C.-70 d.C.) fue una época en que los judíos, dondequiera que viviesen, estuvieron bajo el control político y militar de otras naciones. Solo por un breve tiempo, entre finales del siglo II e inicios del I, tuvieron su propio Estado independiente, que, sin embargo, existió a la sombra de poderes mucho mayores.

Es útil comenzar esta introducción al período del Segundo Templo con un rápido esbozo de los desarrollos históricos que afectaron a las diferentes comunidades judías durante los casi seis siglos implicados. Conocer los principales acontecimientos históricos y personajes debería hacer más fácil el uso de los capítulos subsiguientes.

1. El período persa (538-332 a.C.)

Los inicios del período del Segundo Templo se encuentran en la época en que Persia gobernaba el antiguo Oriente Próximo.

1.1. Los inicios

Los relatos bíblicos señalan que la obra del Segundo Templo de Jerusalén, inició después de que el rey Ciro, en el primer año de su dominio sobre Babilonia, promulgase un decreto ordenando que se construyese (539-538 a.C.; véase 2 Cr 36,22; Esd 1,1-2; 5,13; cf. 6,3). Incluso antes de ese año, el profeta conocido como Segundo Isaías había citado la palabra del Señor: «que dice de Ciro: “Él es mi pastor y llevará a cabo todo mi propósito”; diciendo de Jerusalén, “Será reconstruida”, y del templo, “Tus cimientos serán echados”» (Is 44,28). Según las fuentes bíblicas, el rey Ciro «envió un heraldo por todo su reino y también mediante un edicto escrito» (2 Cr 36,22; Esd 1,1):

Así dice el rey Ciro de Persia: El Señor, el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha encargado construirle una casa en Jerusalén, en Judá. Aquellos de entre vosotros que sean de este pueblo –¡que [el Señor (2 Cr 36,23)] su Dios esté con ellos!– se les permite subir [2 Cr 36,23 acaba] a Jerusalén en Judá y reconstruir la casa del Señor, el Dios de Israel, él es el Dios que está en Jerusalén; y que todos los supervivientes, en cualquier lugar que residan, sean asistidos por la gente del lugar con plata y oro, con bienes y con animales, junto a ofrendas voluntarias para la casa de Dios en Jerusalén (Esd 1,2-4).

Ciro centró su atención no en la ciudad de Jerusalén, sino en el templo en el que eligió tener su residencia el Dios que, según creía, le había dado sus posesiones. El gran rey, fiel a su política, devolvió los objetos del culto que el rey Nabucodonosor de Babilonia había retirado del templo de Jerusalén antes de destruirlo en 587/586 a.C.; Ciro se los dio a alguien llamado Sesbasar, que puede haber sido un descendiente de David (véase 1 Cr 3,18, donde «Senazar» puede que sea otra ortografía de su nombre). Quienquiera que sea, Sesbasar, y muchos otros con él, trajo los recipientes al lugar del antiguo templo en Jerusalén y parece que empezaron a construir un templo. Echaron los cimientos del futuro templo (véase Esd 5,16), pero parece que no hicieron mucho progreso, aunque el motivo de su limitado éxito es desconocido. Las fuentes sí indican, como cabría esperar, que había otros residentes en la tierra y puede que no apreciasen a los recién llegados a su territorio.

No fue hasta unos dieciocho años más tarde, en 520, el segundo año de Darío (522-486 a.C.), que el esfuerzo por construir un nuevo templo se retomó en serio (Esd 5,1–6,15). Los líderes del esfuerzo de reconstrucción se nombran en Esdras. El líder civil fue Zorobabel, que era ciertamente descendiente de David (1 Cr 3,19); el sumo sacerdote era Josué, que era descendiente del último sumo sacerdote del Primer Templo; y los dos profetas Ageo y Zacarías animaron a Zorobabel, a Josué y a la gente a continuar con la tarea. El libro de Esdras cuenta que el templo se completó, con permiso y apoyo real, el día tercero del mes de Adar (el decimosegundo mes) en el sexto año del rey Darío (516/515 a.C.; Esd 6,15), inaugurando así la época conocida como el período del Segundo Templo.

1.2. Acontecimientos en Judá (Yehud)

Después de informar de la finalización de la estructura del templo, las fuentes de la Biblia hebrea se vuelven muy irregulares en su tratamiento de los acontecimientos en Judá. Durante aproximadamente el siguiente siglo, se registra el trabajo de tan solo dos líderes eminentes; otros acontecimientos solo merecieron una breve alusión.

a) El trabajo de Esdras y Nehemías

En el año 458 a.C., según la cronología aceptada aquí (el séptimo año de Artajerjes I [465-424 a.C.]), un escriba sacerdotal llamado Esdras, «un estudioso del texto de los mandamientos del Señor y sus estatutos para Israel» (Esd 7,11), dejó Babilonia y viajó a Judá al frente de un considerable grupo de otros retornados, sacerdotes, levitas y laicos. Esdras volvió con un insólito encargo del rey; específicamente, tenía que poner en vigor una cierta ley en la provincia persa llamada «Al otro lado del río», de la cual Judá era una pequeña parte.

Y tú, Esdras, según la sabiduría que posees dada por Dios, designa magistrados y jueces que juzguen a toda la gente en la provincia Al otro lado del río que conoce las leyes de tu Dios; y tú enseñarás a aquellos que no las conozcan. Sea el juicio estrictamente ejecutado sobre todo el que no obedezca la ley de tu Dios y la ley del rey, sea por muerte, por expulsión, por confiscación de sus bienes o por encarcelamiento (Esd 7,25-26).

El rey y sus consejeros también continuaron la política de Darío contribuyendo generosamente al funcionamiento y mantenimiento del templo en Jerusalén (Esd 7,14-24; 8,36).

Al llegar a Jerusalén, Esdras se enteró de que un número de judíos había contraído matrimonio fuera del grupo de exiliados retornados. Él, después de ayunar y desgarrar su cabello y ropa, ofreció una gran oración de confesión (cap. 9) y entonces exigió que aquellos culpables de tales matrimonios mixtos despidiesen a sus mujeres extranjeras e hijos (cap. 10). Su crimen –«la semilla santa se ha mezclado con los pueblos de las tierras» (9,2)– parece bastante suave, pero violaba la ley divina y tal violación, según Esdras, había conducido a la destrucción y cautividad en manos de los babilonios más de 125 años antes. Su solución radical subraya el hecho de que una genealogía y familia puras eran consideradas parte esencial de la fidelidad a la ley divina en aquel tiempo, al menos según aquellos de la convicción de Esdras.

Hasta este punto de la historia, Esdras parece no haber hecho lo que el rey le había encargado, lo cual no iba a suceder hasta que hubiesen transcurrido unos catorce años. El libro que lleva su nombre nos cuenta que Nehemías, que estaba sirviendo como copero al mismo rey persa Artajerjes I, recibió un inquietante informe sobre la situación en Jerusalén. Su hermano Jananí acudió a él con «ciertos hombres de Judá» (1,2; el pasaje muestra que había tránsito en ambas direcciones entre Judá y Susa) que dijeron a Nehemías: «Los supervivientes allí en la provincia que escaparon al cautiverio están en graves problemas y vergüenza; la muralla de Jerusalén está devastada y sus puertas han sido destruidas por el fuego» (1,3). No sabemos si se referían a que la muralla había permanecido en ruinas desde que los babilonios la arrasaron en 587/586 a.C. (2 Re 25,10) o a que se había destruido una nueva porción de muralla. Sin embargo, conmovido por esta información, Nehemías reunió el coraje de pedir al rey permiso para dejar a un lado sus tareas oficiales por un tiempo y reconstruir la ciudad de Jerusalén (Neh 2,5). Nehemías nos cuenta que esto ocurrió en el vigésimo año de Artajerjes (1,1; 2,1), que sería el año 445/444 a.C.

Nehemías viajó a Jerusalén con una escolta armada y cartas del rey autorizándole a obtener la madera necesaria de los bosques reales. Una vez en Jerusalén, organizó la labor de reconstruir las murallas devastadas de Jerusalén (Neh 3) y logró llevar a cabo la gran empresa en cincuenta y dos días, pero encontró una fuerte oposición de los líderes que vivían cerca de Jerusalén y que sospechaban que albergaba ambiciones de ser rey (ejerció como gobernador [5,14-15]). Entre ellos destacaron Tobías el amonita y Sambalat el horonita. Nehemías efectuó una serie de reformas sociales en Jerusalén, pero su libro repentinamente desvía la atención de él y la coloca sobre Esdras en los capítulos 8–10. Allí Esdras, finalmente (catorce años después de su llegada a Jerusalén), hizo lo que Artajerjes le había ordenado: leyó y explicó la ley a una asamblea pública consistente en «tanto hombres como mujeres y todo el que pudiese oír con entendimiento» (8,2). Según leía del «libro de la ley de Moisés, que el Señor había dado a Israel» (8,1), Esdras era asistido por levitas, «que ayudaban a la gente a entender la ley, mientras la gente permanecía en su lugar. Así, ellos leían del libro, de la ley de Dios, con interpretación. Ellos daban el sentido, de modo que la gente entendiese la lectura» (8,7-8). La lectura condujo a la celebración de la fiesta de los Tabernáculos/Cabañas y a una confesión de los pecados por parte de los israelitas que ya se habían separado de las gentes extranjeras (cap. 9). En su confesión, Esdras reconoció que el fracaso al observar la ley había desembocado en el exilio y en las actuales circunstancias de subyugación; de ahí que la gente presente llegase a «un acuerdo firme en escribirla» y sellarla con sus nombres (según es típico en Esdras y Nehemías, todos los nombres se enumeran). Su «acuerdo firme» implicaba el juramento de obedecer la ley de Dios, no contraer matrimonios mixtos con otros pueblos, no comerciar en sabbat, observar el año sabático incluida su remisión de deudas, pagar un tercio de séquel anualmente para los gastos del servicio del templo, aportar madera periódicamente para los holocaustos, llevar las primicias anualmente al santuario y pagar los diezmos (cap. 10). Más tarde, Nehemías efectuó varios de esos elementos por la fuerza (cap. 13).

El libro cuenta que, en el trigésimo segundo año del rey (433-432 a.C.), Nehemías volvió junto al monarca (13,6), pero, después de un tiempo sin especificar, viajó de nuevo a Jerusalén para su segunda etapa como gobernador. El trigésimo segundo año de Artajerjes es la última fecha segura mencionada en la Biblia hebrea, aunque algunas de las listas de nombres sacerdotales en Nehemías 12 pueden llegar a un momento mucho más tardío en la historia. Por ejemplo, la lista de sumos sacerdotes se extiende hasta Jadúa, que se supone que ejerció como supremo pontífice cuando Alejandro Magno visitó Jerusalén en 332 a.C. (12,11.22). Sin embargo, algunos expertos piensan que debe haber sido un Jadúa anterior cuyo nombre se omitió de algún modo en otras listas de sumos sacerdotes de este período. «Darío de Persia», mencionado en 12,22, es probablemente Darío II, que reinó desde 423 hasta 404 a.C.

Los libros de Esdras y Nehemías muestran que un grupo de judaítas, retornados desde la diáspora oriental, hicieron enérgicos esfuerzos en ocasiones por mantenerse separados de sus pueblos vecinos, quienes puede que también hayan adorado al Señor, aunque de un modo diferente. Sambalat el honorita fue el antepasado de una serie de gobernadores en el área de Samaría y los habitantes de allí parecen haber tenido unas relaciones antagonistas con los judaítas. Lo mismo puede decirse de la gente asociada con Tobías el amonita y con Guesen el árabe (véase Neh 6,1, por ejemplo). Parece que cierto grupo judío, centrado en torno al templo de Jerusalén, vio en la práctica de mezclarse con otros pueblos un peligroso modo de vida que amenazaba con llevar a más problemas en el futuro. En cambio, ellos se comprometieron a mantener la ley de la alianza que había sido revelada a Moisés, incluidas sus exigencias separatistas y a asegurar así el beneplácito divino hacia ellos.

Con Nehemías se cierra el telón en el escenario histórico de Judá, al menos a efectos prácticos. Muy poca información nos ha llegado respecto a lo sucedido entre 432 a.C. y el levantamiento de los macabeos en la década de 160 a.C. Prácticamente los únicos datos que han sobrevivido proceden de la pluma del historiador judío Josefo en su obra Antigüedades judías (véase la sección sobre Josefo en el capítulo 2). Josefo escribió las Antigüedades en los años 90 d.C. y aparentemente tuvo solo unas pocas fuentes de información disponibles sobre los acontecimientos ocurridos entre el gobierno de Nehemías y la revuelta macabea. Un incidente que sí narra con detalle implica al sumo sacerdote Jadúa, el último sumo sacerdote mencionado en Neh 12 (vv. 11.22).

b) Jadúa y Alejandro Magno

Según Josefo, Jadúa estaba en el cargo cuando tuvo lugar la campaña de Alejandro Magno por las tierras de la orilla oriental del Mediterráneo en 332 a.C. Algunos expertos han pensado que este difícilmente pudo ser el Jadúa del libro de Nehemías, por los largos sumos sacerdocios que tendríamos que asumir para los últimos dos hombres de la lista de Nehemías. Sin embargo, unos mandatos de duración plausible sí permiten a Jadúa ser el sumo sacerdote reinante en tiempos de Alejandro.

Según el relato de Josefo, Jadúa era aliado del último rey de Persia Darío III (336-331 a.C.) y se negó a renegar de su fidelidad al rey cuando Alejandro exigía la lealtad de los líderes de la región. Cuando el monarca macedonio marchó contra Jerusalén para castigar a Jadúa, el sumo sacerdote condujo a su pueblo, todos vestidos de blanco, al encuentro del emperador. Alejandro entonces hizo algo extremadamente inesperado: descabalgó, caminó hacia el sumo sacerdote y se inclinó ante él. Afirmó haber visto al sumo sacerdote en un sueño hacía tiempo y Jadúa le aseguró que su llegada había sido predicha en el libro de Daniel. En ese momento, Alejandro otorgó una serie de beneficios a los judíos antes de reemprender su marcha hacia Egipto.

La historia tiene varios elementos inverosímiles y ninguna fuente griega o judía menciona el encuentro entre Alejandro y el sumo sacerdote. Con independencia de lo que uno piense del relato, ciertamente revela una panorámica de la comunidad de Judá bajo el liderazgo del sumo sacerdote y disfrutando de buenas relaciones con las grandes potencias.

Esta misma historia incluye la trama secundaria que implica a la gente que vivía justo al norte de Jerusalén, los habitantes de Samaría. Los libros de Esdras y Nehemías muestran en varias ocasiones que las relaciones con estos vecinos eran tensas ya en los primeros días del retorno del exilio. Esd 4,1 menciona «los adversarios de Judá y Benjamín» sin identificarlos con mayor precisión, aunque afirmaban adorar al mismo Dios que los exiliados retornados y deseaban ayudar a reconstruir el templo (4,2). Su ofrecimiento fue rechazado (4,3). Más tarde, en tiempos de Artajerjes, oficiales de la misma zona escribieron al rey alertando de que los judíos estaban reconstruyendo la ciudad de Jerusalén; en su respuesta, Artajerjes ordenó parar la obra (4,7-23). Entre el grupo de enemigos de Nehemías estaba Sambalat el honorita (mencionado por primera vez en Neh 2,10). Jorón se encuentra en la misma zona norte y ahora tenemos evidencia de que Sambalat estableció una dinastía de gobernadores allí que bien pudo durar hasta la llegada de Alejandro Magno más de un siglo después.

Pruebas de esta afirmación proceden de un conjunto de papiros que fueron encontrados en Wadi ed-Daliyeh a principios de los años 60. Estos papiros de Samaría, la mayoría de los cuales son contratos, fueron escritos en arameo y datan de mediados del siglo IV a.C. En algunos de ellos se conserva el nombre de Sambalat y, a partir de esas referencias, se puede reconstruir un linaje. El Sambalat enemigo de Nehemías parece haber sido el primero de tres Sambalat en ocupar el cargo de gobernador en Samaría. Su hijo Delaías es mencionado en uno de los papiros de Elefantina (véase el capítulo 3). Un segundo Sambalat figura en los papiros de Samaría y el Sambalat que Josefo presenta como contemporáneo del sumo sacerdote Jadúa sería el tercero. Según Josefo, este Sambalat dio su apoyo a Alejandro y él le dio permiso para construir un templo en su territorio. Sambalat invitó al hermano de Jadúa a contraer matrimonio con su hija y convertirse en sumo sacerdote de su nuevo templo. Este se supone que es el origen de un templo en la zona de Samaría.

1.3. Acontecimientos en Egipto

Difícilmente Judá era la única región con población judía durante el período en que Persia controló el Oriente Próximo. Se podían encontrar judíos en numerosos países. Estaban allí por distintos motivos; la causa más conocida y documentada para su dispersión es el proceso de exilio que tuvo lugar a inicios del siglo VI, un exilio que vio la recolocación de un considerable número de judaítas en Mesopotamia. Las fuentes del período persa y posteriores indican que Egipto también fue un lugar con una población judía significativa, que iba a crecer en el transcurso de los años y a llegar a ser, de hecho, muy grande.

El libro de Jeremías habla de una migración de judíos a Egipto como consecuencia de la conquista de Jerusalén por parte de Nabucodonosor en 587/586 a.C. Los conquistadores designaron a un judaíta llamado Godolías para ser gobernador de Judá (Jr 39,14; 40,5-12), pero fue asesinado en 582 a.C. (40,13–41,10). Los asesinos fueron posteriormente derrotados por otro grupo judaíta y expulsados del país, pero el grupo que había vengado la muerte de Godolías y sus hombres tuvieron miedo de que los babilonios los castigaran por la muerte del gobernador. Como resultado, escaparon a Egipto y forzaron al profeta Jeremías a acompañarlos (43,1-7). Jeremías, que había declinado la invitación a unirse a los exiliados a Babilonia (40,1-6) e instado a los judaítas temerosos a permanecer en la tierra (42,7-22), continuó su negativa trayectoria profética entre los judíos de Egipto y, aparentemente, acabó sus días allí (43,8–44,30). El libro de Jeremías dice que había judíos «en Migdol, Tafnis, Menfis y la tierra de Patrós» (44,1) e indica que continuaron sus prácticas idolátricas en esos lugares. Lo último que oímos de Jeremías es su profecía acerca de que el faraón Jofrá (588-569 a.C.) sería entregado a sus enemigos (44,30). Por tanto, el monarca estaba todavía vivo y en el cargo en aquel momento.

Un conjunto de textos conocido como los papiros de Elefantina aporta evidencia sobre la presencia judía en Egipto en épocas posteriores. La isla de Elefantina se encuentra frente a la ciudad de Asuán, lugar de la gran presa moderna. A finales del siglo XIX e inicios del XX, varios grupos de papiros fueron descubiertos allí. Estos textos, que fueron escritos en lengua aramea y datan de finales del siglo V e inicios del IV a.C., provienen de una colonia militar judía situada en una isla, que es llamada Yeb en los textos. Los papiros de Elefantina se tratarán en el capítulo 3; aquí se esbozará la información histórica que se extrae de ellos.

Los judíos de Yeb tenían un templo donde adoraban al Dios que llamaban Yahu, una forma del nombre bíblico Yahvé (habitualmente traducido como «el Señor»). Sostenían que su templo había estado en su lugar incluso antes de que el rey persa Cambises invadiese Egipto en 525 a.C. Sin embargo, el santuario fue destruido en el año 410, un hecho incitado por los sacerdotes que servían al dios egipcio Khnum y ejecutado con permiso de las autoridades persas. El oficial persa de mayor rango, el sátrapa Arsames, se encontraba lejos de Egipto cuando ocurrió el ataque. Los judíos de Elefantina intentaron recabar apoyo para la reconstrucción de su templo. Escribieron a Yohanán, el sumo sacerdote de Jerusalén (mencionado en Neh 12,22), pero parece que no recibieron respuesta de él (se desconoce la razón). También escribieron a Bagohi/Bigvai, el gobernador de Jerusalén, y a Delaías, hijo de Sambalat, el oponente de Nehemías; él era en aquel momento el gobernador de Samaría. Estos oficiales abogaron por el programa de reconstrucción, pero, aunque el templo parece haber sido reconstruido, no se permitió el sacrificio de animales.

Hay una serie de referencias en los textos de Elefantina a otros dioses, mostrando así que estos judíos tendían al sincretismo religioso, del mismo modo que los judíos en Egipto a quienes Jeremías había criticado tan enérgicamente unos 170 años antes.

1.4. Acontecimientos en Babilonia y Persia

2 Re 25 acaba prácticamente con la caída de Jerusalén ante los babilonios y la deportación de muchos judaítas a regiones más al este (no se especifica ningún lugar excepto Babilonia). El último párrafo del capítulo cuenta que el rey Evil-Merodac de Babilonia (562-560 a.C.) liberó al rey judaíta Jeconías en el trigésimo séptimo año del encarcelamiento de este último (598-561 a.C.); y le aprovisionó bien: «Cada día de su vida cenó en la presencia del rey. Para su sostenimiento, una asignación regular le era dada por el rey, una porción cada día, mientras viviese» (25,29-30). Esta breve noticia ha recibido confirmación de los documentos babilonios, que mencionan provisiones dadas a Jeconías y sus hijos.

El profeta Ezequiel, que al parecer estaba entre los deportados en 598 a.C., añade alguna información sobre los exiliados en Babilonia. Él mismo recibió su famosa visión del carro divino en el río Quebar donde había otros desterrados (Ez 1,1). Después menciona exiliados en Tel Abib (3,15), situado cerca del mismo río. Su visión respecto a la tierra restaurada de Judá y el templo, que se encuentra al final del libro (caps. 40–48), está fechada en el año 573 a.C. (40,1).

Después de esto, la información bíblica sobre los judíos en tierras mesopotámicas se vuelve muy escasa. Esd 1, como hemos visto, habla del retorno de algunos desde el exilio, mientras que otros permanecieron donde estaban, apoyando económicamente a los retornados. El propio Esdras volvió de Babilonia (Esd 7,9; 8,1). Reunió a aquellos que quisieron viajar con él a Jerusalén «junto al río que corre hacia Ahavá» (8,15; cf. vv. 21.31) y menciona que se puso en contacto con un líder exiliado en Casifías, donde también había ministros del templo (8,17). Nehemías era un oficial en la capital real de Susa (Neh 1,1). Estas pocas noticias, junto con pasajes como Sal 137, indican que había judíos, quizá significativos en número, en varios lugares de Mesopotamia y Persia; aun así, las fuentes no nos permiten escribir mucho de su historia.

Dos descubrimientos arqueológicos han mejorado nuestro limitado conocimiento sobre los judaítas en la diáspora oriental. Los textos de Al-Yahudu (= la Ciudad de Judá) consisten en aproximadamente doscientas tablillas de arcilla escritas en acadio y que datan de la década de 570 a la de 470 a.C. Estos textos, principalmente de naturaleza económica, contienen muchos nombres identificables como judíos por su uso de formas abreviadas del nombre divino Yahvé. Los documentos muestran cómo los judíos interactuaban entre ellos y con otros según las normas legales de los imperios babilonio y persa. Un segundo descubrimiento, el archivo Murashu de la ciudad de Nippur (en el actual Irak), es mucho mayor e incluye documentos que datan de ca. 450-400 a.C. Están escritos en acadio y arameo, y permiten rastrear a la familia Murashu en el transcurso de tres generaciones. La familia estaba fuertemente implicada en asuntos financieros como préstamos y recaudación de impuestos. Estos documentos contienen también muchos nombres judíos y los muestran en contacto con sus vecinos, judíos y no judíos, en la vida cotidiana.

Algunas obras, bíblicas y apócrifas, se relacionan con la diáspora oriental, pero es difícil situarlas históricamente. Por ejemplo, el libro de Tobías, que se tratará con mayor detalle en el capítulo 2, se sitúa en la diáspora israelita que siguió a la destrucción de Samaría en 722 a.C. durante la época de los asirios, mucho antes de que los babilonios destruyesen Jerusalén y de que los persas derrotasen a los babilonios. El propio Tobías, se nos dice, estuvo al servicio del rey Salmanasar (726-722 a.C.; Tob 1,13-15). Su sobrino Ajicar fue un alto oficial de los reyes Senaquerib (704-681 a.C.) y Asaradón (680-669 a.C.; 1,21-22). El libro es el primer ejemplo de un escenario literario que se hará familiar: israelitas/judíos ocupando altos cargos al servicio de reyes extranjeros.

Daniel y Ester son ejemplos bíblicos de este tipo de literatura, ambos problemáticos para aquellos que creen que cuentan acontecimientos históricos. Se nos dice que Daniel fue uno de los jóvenes israelitas de la realeza deportados por Nabucodonosor para servir en su corte (Dn 1,1-7) y allí, él y sus amigos, con la ayuda divina, se distinguieron de varias maneras. Daniel, en particular, tuvo algunos éxitos impresionantes interpretando sueños (caps. 2 y 4) y descifrando una inscripción (cap. 5). En la segunda mitad del libro (caps. 7–12), él mismo se convierte en receptor de visiones oníricas que requerían la interpretación de ángeles. Su destacada trayectoria en la corte de reyes extranjeros tuvo lugar en tiempos de Nabucodonosor (caps. 1–4) y Baltasar (caps. 5; 7; 8) de Babilonia, Darío el Medo (caps. 6; 9; cf. 11,1) y Ciro de Persia (caps. 10–12). Nabucodonosor y Baltasar (llamado rey, aunque al parecer nunca llegó a ser tal) son conocidos por otras fuentes. También Ciro es familiar, sin embargo, en Daniel no es el conquistador de Babilonia; y nadie sabe a quién se refiere Darío el Medo, descrito en Daniel como el inmediato sucesor de Baltasar y, de ese modo, como el conquistador de Babilonia. El rey persa Darío no era de origen medo, mientras que el Darío de Daniel se dice que es «hijo de Asuero, medo por nacimiento, que llegó a ser rey sobre el territorio de los caldeos» (9,1). Estos son solo algunos de los motivos que han llevado a muchos expertos a concluir que los relatos de Daniel no son literatura histórica.

Una segunda historia sobre judaítas con altos cargos en cortes extranjeras es Ester. Se sitúa en los días de Asuero, que se suele entender que es el monarca persa Jerjes I (486-465 a.C.), famoso por sus invasiones de territorios griegos. Ester 1,3 especifica el tercer año de su reinado como el tiempo en que la reina Vastí perdió su favor y tuvo inicio el proceso que llevó a la judía Ester a convertirse en reina. Los dramáticos acontecimientos que yacen en el corazón del relato se sitúan en el duodécimo año del rey (3,7). Ester y su primo Mardoqueo, que la había criado, fueron capaces de convencer al rey para que emitiese un contraedicto que contrarrestase la orden de Amán, el malvado oficial del rey, de matar a todos los judíos en el Imperio persa; los judíos se defendieron con éxito del ataque y decidieron conmemorar la ocasión por medio de la fiesta de Purim (los días catorce y quince de Adar, el decimosegundo mes, son mencionados como fecha en 9,17-19). Ni Ester ni Mardoqueo aparecen en las fuentes históricas extrabíblicas sobre el rey Jerjes (en ellas Jerjes tiene una esposa con diferente nombre) y el libro tiene otras afirmaciones improbables, como la existencia de 127 provincias en el Imperio. Por tanto, este tampoco parece ser un relato histórico, pero, como los otros textos antes mencionados, retrata a judíos competentes encargados de altos puestos en un gran imperio extranjero.

2. La época helenística (323-63 a.C.)

Después de derrotar al rey persa Darío III en Issos en 333 a.C., Alejandro tomó casi toda Siria y algunas regiones al sur, incluyendo Judá, prácticamente sin luchar. Solo se vio obligado a combatir en Tiro y Gaza. Luego continuó hasta Egipto, donde, además de ser proclamado nuevo faraón, fue designado hijo del dios Amón y fundó la ciudad de Alejandría, que lleva su nombre. Desde Egipto continuó sus campañas de conquista hacia el este. Derrotó al rey Darío por última vez en Gaugamela en 330 a.C. y tomó el control del basto Imperio. No contento con esto, marchó hasta la India y finalmente volvió a Babilonia, donde murió a la edad de treinta y tres años, en 323 a.C. Dejó un hijo muy joven que de hecho le sucedió por breve tiempo, pero los grandes territorios de Alejandro pronto fueron disputados entre poderosos rivales, oficiales importantes de su ejército. Las guerras entre los sucesores de Alejandro iban a durar más de una generación antes de que emergiese algún tipo de estabilidad en su extenso Imperio. La época posterior a Alejandro es conocida como el período helenístico, una época en que aspectos de la cultura griega y el conocimiento del griego llegaron a ser generalizados y dominantes. La nueva realidad cultural y política dejó una fuerte huella en la historia judía durante los siglos siguientes.

2.1. Control ptolemaico de Egipto y Judá (ca. 305-198 a.C.)

Solo dos de los sucesores de Alejandro son directamente relevantes para nuestro tema: Ptolomeo en Egipto y las regiones de alrededor, y Seleuco en Siria, Mesopotamia y las tierras vecinas (para él, véase la siguiente sección). Ptolomeo fue a Egipto y lo reclamó para sí, junto con mucho territorio adicional. Entre esas regiones vecinas estaba la pequeña franja de tierra ocupada por el enclave étnico de judíos de Jerusalén y sus alrededores. Como consecuencia, Ptolomeo se convirtió en señor de la gran población judía de Egipto y también de los judíos de Judá. Luchó durante mucho tiempo para conseguir esas tierras y llevó a cabo campañas en Judá en varias ocasiones. Judá y el sur de Siria serían disputadas entre ptolomeos y seléucidas durante las décadas siguientes.

a) Ptolomeo I y Judá

Josefo informa de que Ptolomeo, que se convirtió en sátrapa en 323 y gobernó como rey de 305 a 283 a.C., tomó Jerusalén con engaños (Ant. 12,3-10). Entró en la ciudad en sabbat y fingió que había venido a ofrecer un sacrificio en el templo. Los confiados judíos, que no lucharían en el séptimo día, cayeron así bajo su control. Una vez que hubo tomado la ciudad, Ptolomeo gobernó cruelmente. Tomó numerosos cautivos de Jerusalén y alrededores, a los que llevó a Egipto y asentó allí. Dado que los judíos se caracterizaban por su fidelidad a la observancia de las condiciones de los acuerdos, Ptolomeo los puso en sus guarniciones y en Alejandría les dio los mismos privilegios de ciudadanía de que disfrutaban sus compañeros macedonios (12,8). Josefo añade que otros judíos fueron voluntariamente a Egipto debido a su buena tierra y a la generosidad del rey.

Habiendo escrito esta descripción algo contradictoria sobre el trato que Ptolomeo brindó a los judíos, Josefo tiene relativamente poco que decir sobre los siguientes cien años que Ptolomeo y sus descendientes gobernaron sobre los judíos de Egipto y Judá. Durante la mayor parte de su relato se basa en dos fuentes –la historia sobre la traducción de la Torá al griego y la Novela de los Tobíadas–, las cuales presuponen que había comunicaciones regulares entre Egipto y Judá.

b) Ptolomeo II y la traducción griega de la Torá

La fuente de Josefo para la historia sobre la traducción (Ant. 12,11-118) es la Carta de Aristeas, que será descrita con más detalle en el capítulo 2. Como dice la carta, el trabajo de traducir la ley mosaica fue propuesto por el jefe de la nueva biblioteca real en Alejandría, aprobado y apoyado por el rey, y llevado a cabo por setenta y dos eruditos de Israel actuando bajo las órdenes del sumo sacerdote. El rey en cuestión es Ptolomeo II Filadelfo (283-246 a.C.), el más grande de los reyes ptolemaicos. La historia, tal como aparece en la Carta de Aristeas, está generosamente provista de rasgos de leyenda, pero la afirmación subyacente de que el Pentateuco fue traducido del hebreo al griego a principios del período helenístico es apoyada por la existencia de citas muy tempranas de él (ca. 200 a.C.) y por las copias precristianas que han sobrevivido. El autor de la Carta de Aristeas pule y modela los hechos en una historia que se convierte en un espléndido tributo a la Torá, al Dios que la ha revelado, al Moisés legislador que la puso por escrito y a la sabiduría de los hombres que tradujeron el extraordinario texto del hebreo al griego.

Demetrio de Falero, el bibliotecario, informó al monarca, amante de los libros, de que los judíos tenían leyes que debían ser incluidas en la colección del rey, que crecía rápidamente, «pero que, estando escritas en caracteres y dialecto propios, causaría no pequeños sufrimientos en conseguir que se traduzcan a la lengua griega» (Ant. 12,14). El rey acordó con entusiasmo que el trabajo de traducción debía realizarse y ordenó que se hiciesen los preparativos necesarios. Aristeas nos dice que él mismo, que estaba presente en la corte real, aprovechó la oportunidad para pedir al rey la libertad de los más de cien mil judíos que permanecían esclavizados a causa de la toma de Jerusalén y Judá por parte de Ptolomeo I. El rey autorizó también esto y ordenó el pago de veinte dracmas a cada judío esclavizado. También, como hicieron otros reyes del período del Segundo Templo, envió suntuosos regalos para el templo de Jerusalén, descritos con detalle por Aristeas (12,17-84).

Los preparativos para la traducción fueron hechos por medio del sumo sacerdote Eleazar (los hombres que desempeñaron este cargo son siempre retratados como los representantes de los judíos ante los gobernantes extranjeros de este período). El sumo sacerdote seleccionó setenta y dos judíos que tuviesen fluidez en hebreo y griego para viajar a Alejandría y llevar a cabo la traducción. El número setenta y dos resulta de elegir seis de cada una de las doce tribus, una de las características legendarias de la historia dado que muchas de las tribus ya no tenían representación en Judá. Los traductores llevaron una copia de la Torá con ellos; se describe como escrita sobre piel en letras de oro (Ant. 12,89). Dio la casualidad de que el trabajo de traducción duró setenta y dos días (12,107), momento en el que la traducción del texto fue aprobada por la comunidad judía. Había un acuerdo de que si alguien observaba algo en la traducción que necesitase ser cambiado, la cuestión podía ser abordada (la carta difiere en esto de la narración de Josefo).

Con independencia de cómo la traducción tuviese lugar, la Torá parece ser el primer texto escritural de cualquier religión en ser traducido a otro idioma. El trabajo de los traductores no solo permitió que los judíos del mundo helenístico que vivían fuera de Judea tuviesen acceso a su Escritura (algo que no tenían porque el hebreo no era su lengua nativa), sino que también hizo esas Escrituras accesibles a un auditorio más amplio. La traducción, empezada a inicios del período helenístico, se conoció como Septuaginta (la palabra latina septuaginta significa «setenta») a causa de los setenta (y dos) traductores que se supone que hicieron el trabajo. La Biblia griega, en varias formas, se convirtió en las Escrituras del judaísmo helenístico y, más tarde, de la primitiva Iglesia cristiana.

c) La Novela de los Tobíadas

La segunda historia que cuenta Josefo (Ant. 12,154-236) al relatar lo que ocurrió a los judíos cuando estuvieron bajo el control de los ptolomeos, concierne a los tobíadas, una destacable familia de judíos, algunos de cuyos miembros ascendieron a puestos prominentes en el Imperio ptolemaico. Cabe recordar que uno de los antagonistas de Nehemías se llamaba Tobías y que estaba conectado con el territorio de Amón en el lado oriental del río Jordán. Es probable que la Novela de los Tobíadas se refiera a ulteriores miembros de la familia de ese Tobías. El padre de la familia en la historia de Josefo también se llama Tobías y se sabe por los registros ptolemaicos (los papiros de Zenón, textos griegos del siglo III a.C. de un representante de un alto oficial ptolemaico) que fue un líder pudiente del lado oriental del río Jordán. La novela trata principalmente del avance de José, hijo de Tobías, hacia una gran riqueza y poder en el Imperio ptolemaico a través de su trabajo de recaudador de impuestos. Su inmensa fortuna sirve de trasfondo a las aventuras de su octavo y más exitoso hijo, Hircano, que asumió la rentable posición de su padre. Los tobíadas no solo eran prominentes por derecho propio, sino que también estaban relacionados con la familia sumosacerdotal por medio del matrimonio. Miembros de ambas familias aparecen en la intrigante historia que relata acontecimientos que ocurrieron a finales del siglo III e inicios del II a.C.

Según cuenta Josefo, el sumo sacerdote Onías (Onías II) era un hombre avaro que se negó a pagar tributo a la tesorería ptolemaica, situando a la nación judía en grave peligro. En esta situación crítica, el tobíada José salvó la coyuntura ofreciendo visitar al rey e intentando rectificar la situación. Mientras estuvo en Alejandría, José logró, usando tácticas inteligentes y grandes sobornos, comprar el lucrativo derecho de recaudar impuestos en una extensa área del Imperio. Mantuvo esta posición veintidós años, durante los cuales llegó a ser un hombre muy rico. José llegó a tener siete hijos con su esposa, y un octavo, llamado Hircano, con su sobrina, a quien su hermano (el padre de ella) había sustituido en un momento íntimo por la bailarina extranjera de la que José se había enamorado. El hermano actuó así para proteger a José de violar la ley que prohibía que un judío tuviese relaciones sexuales con una mujer extranjera (Ant. 12,186-189). Hircano, el hijo de José, se convierte más tarde en el protagonista de la historia. Él, como su padre, era excepcionalmente audaz y demostró ser mucho más hábil que sus hermanos para continuar el legado de su padre (12,190-195).

La rivalidad entre Hircano y sus hermanos resultó un rasgo central del clima político de Judá en las décadas siguientes. Sabemos que estos hermanos habían escrito «a todos los amigos del rey que debían acabar con él» (Ant. 12,202; cf. 12,218). Hircano, por supuesto, fue más astuto que ellos e incluso persuadió al rey, que le había ofrecido cualquier regalo que desease, de intervenir:

Pero pidió que el rey no hiciese por él más que escribir a su padre y hermanos sobre él. Así el rey, después de mostrarle el mayor honor y darle espléndidos presentes, escribió a su padre y hermanos y a todos sus gobernadores y administradores, y lo despidió. Pero cuando los hermanos de Hircano oyeron que había obtenido estos favores del rey y que regresaba con gran honor, salieron a su encuentro para acabar con él (12,219-221).

Incluso José estaba enfadado con Hircano por haber gastado tanto de su dinero en un regalo real. El resultado fue una guerra fratricida:

Y cuando los hermanos de Hircano lo encontraron en la batalla, él mató a muchos de los hombres que estaban con ellos e incluso a dos de los hermanos, mientras el resto escapó junto a su padre en Jerusalén. Por consiguiente, Hircano fue a aquella ciudad, pero como nadie lo admitía, se retiró con miedo al país del otro lado del río Jordán y allí hizo su hogar, cobrando tributo a los bárbaros (12,222).

Tras la muerte de su padre José, el conflicto entre Hircano y sus medio hermanos continuó (véase Ant. 12,228).

Ahora bien, a la muerte de José surgieron luchas de facciones entre la gente a causa de sus hijos. Porque los hermanos mayores hicieron guerra contra Hircano, que era el más joven de los hijos de José, y la población estaba dividida en dos grupos. Y la mayoría luchó del lado de los hermanos mayores, como hizo el sumo sacerdote Simón a causa de su afinidad con ellos (12,228-229).

Josefo atribuye a Hircano un gobierno de siete años en partes de Transjordania y la construcción de magníficos barrios allí. Sin embargo, su final fue trágico:

Respecto a Hircano, viendo qué grande era el poder que tenía Antíoco [= Antíoco IV, el rey seléucida] y temiendo que pudiese ser capturado por él y castigado por lo que había hecho a los árabes, acabó con su vida por su propia mano. Y toda su propiedad fue incautada por Antíoco (12,236).

Con este recordatorio de que Hircano era enemigo del monarca seléucida (y probablemente amigo del rey egipcio), la Novela de los Tobíadas acaba.

Con la novela, la información que Josefo cubre sobre de los judíos de época ptolemaica llega también a su fin.

2.2. Control/influencia seléucida de Judá (198-63 a.C.)

El segundo sucesor de Alejandro Magno que resulta de especial interés en la historia judía fue Seleuco (gobernó entre 312 y 281 a.C.), que se apoderó de Mesopotamia y de otros territorios al este, así como de Siria y partes de Asia Menor. Desde el principio de su mandato, los monarcas seléucidas codiciaron el control del sur de Siria y Judá, que pertenecían a los ptolomeos. Hubo una serie de guerras (llamadas guerras sirias) durante el siglo III por la posesión de esos territorios, con los ptolomeos manteniendo siempre el control sobre ellos. La última de esas guerras acabó en 217 a.C. con la batalla de Rafia, donde las fuerzas ptolemaicas ganaron una sorprendente victoria sobre el ambicioso nuevo rey del reino seléucida, Antíoco III.

a) Antíoco III (223-187 a.C.)

Tras pasar algunos años lidiando con problemas más al este, Antíoco III volvió una vez más su atención hacia el sur en 201 a.C. Al principio, sus efectivos se movieron fácilmente por el sur de Siria y Judá, pero el general ptolemaico Escopas contraatacó y, en el proceso, tomó Judá y colocó tropas en Jerusalén. La fortuna de ambos bandos se invirtió una vez más en el año 200 a.C., cuando el ejército de Antíoco III derrotó a los efectivos ptolemaicos en la batalla de Panio (un lugar situado cerca de las fuentes del río Jordán; Ant. 12,132). Tomó Jerusalén en 198 a.C. y, durante más de un siglo, el gobierno seléucida o controló Judá o tuvo una influencia considerable sobre ella.

Antíoco III, de nuevo según Josefo, estableció disposiciones especiales para los judíos en reparación por los sufrimientos de la zona durante los recientes enfrentamientos entre los gobernantes ptolemaicos y seléucidas, y también por la asistencia que los residentes de Jerusalén le habían prestado al recibirlo en la ciudad, proveer para sus tropas y elefantes, y ayudarlo en sus esfuerzos por expulsar la guarnición ptolemaica de la ciudadela de Jerusalén. En particular, estableció un fondo para pagar los animales y otros suministros necesarios para el sacrificio en el templo; proveyó para las reparaciones del templo y proporcionó materiales para hacerlo más espléndido; se permitió a la nación vivir según sus leyes ancestrales; los miembros del senado, los sacerdotes, los escribas del templo y los levitas cantores estaban exentos del pago de impuestos; la exención de impuestos se dio también a los residentes de Jerusalén y a otros que se trasladasen allí en un tiempo determinado; también redujo los futuros impuestos en un tercio y garantizó libertad y restitución de bienes para aquellos judíos que habían sido esclavizados (Ant. 12,138-146). Además, el rey ordenó que dos mil familias judías fuesen trasladadas desde Mesopotamia a Lidia y Frigia en Asia Menor de modo que pudiesen ayudar a sofocar allí una rebelión. Esto documenta la presencia de judíos en otra zona más del mundo helenístico. También les garantizó el derecho de vivir según sus leyes y les otorgó ventajas financieras (12,147-153). Al proveer para el templo de Jerusalén, Antíoco III tan solo estaba siguiendo la política de sus predecesores, empezando por Ciro. En otro lugar nos enteramos de que su sucesor, Seleuco IV (187-175 a.C.), hizo lo mismo (2 Mac 3,3).

Hacia el final de su largo reinado, las tropas de Antíoco fueron derrotadas por los romanos en la batalla de Magnesia. El año de la batalla, 190 a.C., marcó un punto de inflexión importante en el poder político del Oriente Próximo, a medida que la estrella de Roma ascendía y seguiría haciéndolo hasta controlar toda la zona. El acuerdo político impuesto por Roma en la paz de Apamea (188 a.C.) tras su victoria contra los seléucidas incluyó fuertes indemnizaciones de guerra que ejercieron presión sobre la hacienda seléucida durante los años que siguieron.

b) Antíoco IV, sumos sacerdotes y helenismo

El tercero de los monarcas seléucidas en controlar Judá, Antíoco IV (175-164 a.C.), está estrechamente asociado a uno de los períodos más famosos de la historia judía. Al parecer, no mucho antes de que el lúcido joven ascendiese al torno, surgieron problemas en relación con Onías III, el sumo sacerdote de Jerusalén. El segundo libro de los Macabeos, nuestra única fuente para estos acontecimientos, describe a Onías como un hombre santo que contaba con la oposición de un tal Simón, administrador del templo (2 Mac 3). Su controversia tenía que ver con «la administración del mercado de la ciudad» (3,4). Simón informó al gobernador seléucida de la zona de que el templo albergaba increíbles sumas de dinero que podían convertirse en parte de las arcas del rey dado que no se necesitaban para los sacrificios (3,5-6). Esto llevó a una visita por parte de Heliodoro, el oficial principal del reino, que fue enviado a confiscar el dinero para el rey, Seleuco IV. No tuvo éxito, pero es difícil entender exactamente qué le impidió tomar el dinero. Según 2 Macabeos, su fracaso se debió a un milagro: un impresionante jinete a caballo, asistido por dos hombres increíblemente fuertes, lo golpeó hasta que perdió el sentido. Solo la intervención y piedad de Onías III lo salvó de un destino peor que fracasar al saquear el templo (3,22-40).

Una vez que Antíoco se convirtió en rey en 175 a.C., se produjo un cambio trascendental respecto al cargo de sumo sacerdote:

Jasón, el hermano de Onías, obtuvo el sumo sacerdocio por corrupción, prometiendo al rey en una conversación trescientos sesenta talentos de plata y, de otras fuentes de financiación, ochenta talentos. Además de esto, prometió pagar ciento cincuenta más si se le daba permiso para establecer por su cuenta un gimnasio y un grupo de jóvenes en él, y para inscribir a los habitantes de Jerusalén como ciudadanos de Antioquía. Cuando el rey asintió y Jasón accedió al cargo, inmediatamente cambió a sus compatriotas al estilo de vida griego (2 Mac 4,7b-10).

Habiéndole sido arrebatado el oficio, Onías III se refugió en Dafne, cerca de Antioquía (2 Mac 4,33). La promesa de grandes pagos habría atraído al monarca, que tenía grandes apuros económicos; en ese momento rompió con lo precedente e intervino en el secular e ininterrumpido linaje del sumo sacerdocio hereditario. De ese modo, el cargo de mayor rango en el judaísmo pasó a ser designado directamente por el gobernante extranjero. Todavía más, Jasón (nótese el nombre griego) recibió permiso para introducir en Jerusalén algunas de las más características instituciones griegas, incluyendo un gimnasio. El autor de 2 Macabeos indica que los sacerdotes eran particularmente entusiastas en seguir las nuevas sendas a expensas de las prácticas judías tradicionales (4,14-15). A Jasón también se le atribuye haber recibido con emoción a Antíoco cuando el rey visitó Jerusalén (4,21-22).

El sumo sacerdocio de Jasón duró de 175 a 172 a.C. En 172 a.C. envió a un cierto Menelao (hermano del Simón que había causado problemas a Onías III) al rey para hacer un pago.

Pero él, cuando se presentó al rey, lo exaltó con un aire de autoridad y se aseguró el sumo sacerdocio para sí, sobrepujando a Jasón en trescientos talentos de plata. Tras recibir las órdenes del rey regresó, sin competencia para el sumo sacerdocio, pero con el mal temperamento de un cruel tirano y la furia de una brutal bestia salvaje (2 Mac 4,24-25).

Una vez que asumió el cargo de sumo sacerdote, Menelao tuvo problemas para cumplir con sus pagos. Para cubrir el déficit, robó y vendió objetos del templo. Sus métodos arrogantes fueron denunciados por Onías III, que permanecía exiliado en Dafne. Entonces, Menelao se las arregló para que matasen a Onías. Posteriormente, el hijo de Onías, Onías IV, huyó a Egipto, donde se le dio permiso regio para construir un templo en la ciudad de Leontópolis. Allí continuó la tradición sumo sacerdotal oníada, mientras el templo de Jerusalén caía en manos de otros, que introdujeron cambios importantes en las rutinas del santuario y finalmente presidieron un cambio en la religión que allí se practicaba.

Mientras Menelao fue sumo sacerdote (172-162 a.C.), Antíoco IV invadió Egipto en 170 a.C. y derrotó a Ptolomeo VI Filométor (1 Mac 1,16-19). Sin embargo, cuando al año siguiente se dirigió nuevamente hacia Egipto, el enviado romano Popilio Lenas le ordenó no ir allí. Retornó a casa con pésimo humor y, de camino, él y su ejército entraron en Jerusalén.

Arrogantemente entró en el santuario y tomó el altar de oro, el candelabro para la luz y todos sus utensilios. Tomó también la mesa para el pan de la Presencia, las copas para las libaciones, los cuencos, los incensarios de oro, las cortinas, las coronas y la decoración de oro en la parte delantera del templo; se lo quitó todo. Tomó la plata y el oro y los costosos recipientes; tomó también los tesoros escondidos que encontró. Cogiéndolo todo, se fue a su tierra (1,21-24a).

Más problemas siguieron para Jerusalén. 1 Mac 1,29-40 describe una ocasión dos años más tarde en que el rey envió un representante a Jerusalén. Vino acompañado por una fuerza militar que, por razones no explicitadas, atacó la ciudad y a sus habitantes. Derribó las murallas de la ciudad y él y sus hombres «fortificaron la ciudad de David con una gran muralla fuerte y fuertes torres, y se convirtió en su ciudadela» (1,33). Esta ciudadela, donde se asentaron tropas extranjeras, se convirtió en el centro militar del control seléucida de Jerusalén y Judá durante la siguiente generación.

Aparentemente en el mismo año, 167 a.C. (1 Mac 1,54), Antíoco IV

escribió a todo su reino que todos debían ser un pueblo y que debían renunciar a sus costumbres particulares. Todos los gentiles aceptaron la orden del rey. Muchos, incluso de Israel, adoptaron con gusto su religión, sacrificaron a los ídolos y profanaron el sabbat. Y el rey envió cartas por medio de mensajeros a Jerusalén y a las ciudades de Judá; les ordenó seguir costumbres extrañas al país, prohibir holocaustos y sacrificios y libaciones en el santuario, profanar el sabbat y las fiestas, contaminar el santuario y los sacerdotes, construir altares y recintos sacros y santuarios para los ídolos, sacrificar cerdo u otros animales impuros, y dejar a sus hijos incircuncisos. Tenían que hacerse abominables por medio de todo lo impuro y profano, de modo que olvidasen la ley y cambiasen todas las normas. Añadió: «y quien no obedezca en mandato del rey morirá» (1 Mac 1,41-50).

El santuario fue renombrado como el templo de Zeus Olímpico (2 Mac 6,2); allí se practicaba la prostitución, se ofrecían animales no aptos para el sacrificio, y los judíos, durante la celebración mensual del cumpleaños del rey, eran forzados a comer sacrificios impuros. También se les hacía participar en un festival del dios griego Dionisio (2 Mac 6,3-7). Un acontecimiento especialmente notable, según las fuentes, ocurrió el 15 de Kislev (el noveno mes) de 167 a.C., cuando «erigieron un sacrilegio desolador sobre el altar de los holocaustos» (1 Mac 1,54). Todavía más, se destruyeron libros de la ley (v. 56). El decreto y acción del rey, que parece haber sido contrario a su política habitual al tratar con pueblos sometidos, equivalía a una prohibición de la religión judía bajo pena de muerte. ¿Por qué un monarca aparentemente lúcido dio un paso tan radical?