Una vida robada - Gina Wilkins - E-Book
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Una vida robada E-Book

GINA WILKINS

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Beschreibung

Rachel Madison era una mujer tranquila que necesitaba desesperadamente alguien que cuidara de ella. Su trabajo como diseñadora de interiores era su refugio y su nuevo cliente, el doctor Mark Thomas, un hombre sexy y solitario, hacía que deseara traspasar la línea de lo que era simplemente una relación de negocios. Una llamada a la puerta hizo que Mark descubriera a un hermano y a una familia de la que no sabía nada. Todo su mundo se volvió del revés y sólo Rachel podría aclarar tanta confusión…

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Seitenzahl: 242

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Gina Wilkins

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una vida robada, n.º 1758- febrero 2019

Título original: Finding Family

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-436-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

 

LA casa de cuatro dormitorios, dos cuartos de baño y un aseo estaba tan vacía que las pisadas de Mark Thomas resonaban por todas partes. Relucientes suelos de madera carentes de alfombras amplificaban los sonidos que él hacía. Nada colgaba de las paredes.

Arriba, una cama sin cabecero y un pequeño arcón de madera se perdían en el espacioso dormitorio principal. Un escalón más abajo del dormitorio, un gran vestidor daba paso a una sala de estar anexa, abuhardillada y con vistas al jardín principal. A excepción de la ropa, esas áreas de la casa estaban vacías. Los otros tres dormitorios no tenían ni muebles ni adornos, aunque uno contenía media docena de cajas sin desembalar llenas de algunas posesiones que se había llevado a su nueva casa.

Abajo, una silla y un sofá desparejados habían sido colocados al azar en el acogedor salón, justo a la izquierda del vestíbulo con suelo de mármol. El comedor, que se encontraba enfrente de la entrada, estaba vacío. La sala de estar situada al fondo, a la que se accedía bajando tres escalones, no tenía más que una televisión grande y un buen sofá de piel.

En la cocina, dos taburetes de hierro forjado y madera ofrecían el único asiento. Una pequeña televisión, una cafetera y un microondas descansaban sobre la extensión de encimeras de cuarzo en forma de «U». El soleado desayunador al otro lado de la barra de la cocina estaba tan desnudo como el resto de su casa.

Había comprado la casa tres semanas atrás y llevaba viviendo en ella dos. Tenía grandes planes para decorarla y transformarla en un cálido y acogedor hogar, pero eso no sucedería pronto. Sin embargo, al menos tenía la satisfacción de saber que por primera vez en treinta y dos años, no estaba viviendo en una casa alquilada.

Y además, se recordaba a sí mismo que cuanto más tardara en decorarla, más tiempo podría pasar con la bella y enigmática diseñadora de interiores que había contratado.

Aquella tarde de verano aún no había oscurecido. Mark encendió las luces de la cocina y abrió la nevera. No tenía demasiada hambre, pero le gustaba la idea de cocinar en su propia cocina. Desafortunadamente, tuvo que cerrar la puerta al pensar que para preparar la cena se necesitaba algo más que un cartón de zumo de naranja, cuarto litro de leche y un par de yogures.

Parecía que tendría que recurrir a la comida de encargo…. otra vez. Pronto tendría que encontrar el momento de ir a hacer la compra. Fue hacia el teléfono para llamar al restaurante chino más cercano, cuyo número se sabía de memoria.

El timbre de la puerta sonó justo cuando marcó el segundo dígito.

—Vaya —dijo apartándose de la oreja el auricular y mirándolo—. Sí que han venido rápido.

Riéndose de ese chiste tan malo, colgó el teléfono y cruzó el pasillo hacia la puerta principal.

No conocía a la pareja que estaba de pie en el pequeño porche cubierto. La mujer de pelo y ojos oscuros era increíblemente guapa. El hombre, de pelo castaño y ojos marrones, tenía una cara que le resultaba vagamente familiar, pero que no lograba reconocer.

—¿Puedo ayudaros? —preguntó él mirando a uno y a otro.

El hombre fue el primero en hablar.

—¿Eres el doctor Mark Thomas?

—Sí.

—Soy Ethan Brannon y ella es Aislinn Flaherty.

Ninguno de los dos nombres le dijo nada.

—Encantado.

Ethan miró a Aislinn, que asintió ligeramente como si lo estuviera animando a hablar. Mark esperó impaciente hasta que Ethan se volvió hacia él y le dijo:

—Esto va a resultarte extraño, lo sé, pero espero que nos des la oportunidad de explicarnos. Hay una… esto… existe una posibilidad de que seamos hermanos.

¿Hermanos?

Mark sintió como si la palabra lo golpeara bruscamente, aunque esperaba poder esconder esa reacción mientras miraba a la pareja y, más concretamente, al hombre que le resultaba vagamente familiar. Al que se parecía sospechosamente al mismo hombre que él veía cada mañana en el espejo al afeitarse.

Abrió la puerta un poco más y dio un paso atrás.

—Creo que es mejor que paséis.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

 

EL móvil de Rachel Madison sonó mientras ella aparcaba su pequeño deportivo utilitario en la entrada de la casa de Mark Thomas, situada en un vecindario de clase alta a las afueras de Atlanta, Georgia. Miró la pantalla del teléfono sin demasiado entusiasmo. No le habría importado que se hubiera tratado de una llamada de negocios, pero dudó que pudiera tener tanta suerte.

Al reconocer el número entrante, supo que en aquella ocasión la suerte no estaba de su parte.

—Hola, mamá.

—Rachel, tienes que hablar con tu hermana. A mí no va a escucharme.

—Hablaré con ella —prometió Rachel sin ni siquiera molestarse en preguntar qué se suponía que tenía que decirle—, pero tengo que ver a un cliente ahora así que esto va a tener que esperar un rato, ¿de acuerdo?

—Primero deja que te cuenta lo que ha dicho.

—Te llamaré luego y podrás contármelo todo. Pero de verdad, ahora no puedo.

Su madre suspiró exageradamente.

—De acuerdo. Supongo que debes concentrarte en tu trabajo, eso es más importante ahora mismo.

Aunque su madre no podía verla, Rachel contuvo el impulso de hacer una mueca de disgusto.

—Ya sabes que para mí el trabajo no es más importante que la familia, pero ya había quedado con un cliente.

—Entonces te dejo. Llámame cuando hayas terminado, ¿de acuerdo?

—Lo haré.

Tras cerrar el teléfono aliviada, Rachel gruñó cuando volvió a sonar antes de que le hubiera dado tiempo a cerrar la puerta del coche. También reconoció aquel número.

—Hola, hermanita. Mira, tengo una reunión…

Como era costumbre, Dani no le dio la oportunidad de terminar la frase.

—Tienes que hablar con mamá, Rach, esta vez ha ido demasiado lejos. Tienes que decirle…

—Hablaré con ella —la interrumpió—, pero ahora tengo que reunirme con un cliente, ¿vale? Me está esperando.

—Pero…

—Tengo que irme. Te llamaré en cuanto esté libre.

Colgó mientras su hermana seguía farfullando. Puso el teléfono en modo vibrador, para que no interrumpiera su reunión si volvía a sonar, y sacó del asiento trasero las muestras y dibujos que había preparado.

Siempre le hacía ilusión presentarles sus ideas a sus clientes, pero tenía que admitir que esa reunión resultaba especialmente emocionante. El doctor Mark Thomas no era un simple cliente. Era especial. Atractivo, divertido e inteligente, y el primero que la había convencido para mezclar negocios y placer y salir con él una noche sin hablar de decoración.

Había sido la mejor cita desde… bueno, desde hacía más tiempo del que le gustaba admitir. Sin situaciones incómodas, sin conversaciones forzadas, sin disimuladas miradas al reloj; sólo unas horas de agradable compañía añadidas a una saludable dosis de atracción mutua.

Él se había comportado como un perfecto caballero: la había dejado en su puerta con un suave beso de despedida y con la seguridad de que le gustaría repetir la experiencia pronto. Ella se había ido a dormir aquella noche rememorando aquel breve y seductor beso y fantaseando con que llegara el día en que una noche con él no terminara en la puerta de su casa.

El exterior de la casa de Mark era bastante agradable, aunque carecía de originalidad: ladrillo rojo estilo Georgia y una sección central de dos pisos flanqueada por dos alas de una planta y media. Cada ala lucía dos ventanas abuhardilladas en blanco. Tres chimeneas de ladrillo sobresalían del tejado de guijarros, una a cada lado de la sección central y la tercera en el extremo del ala izquierda.

Las ventanas estaban dispuestas con perfecta simetría por todas las caras de la casa. Al típico estilo de Georgia, la puerta delantera panelada se encontraba en la sección central y el porche cubierto por un pórtico triangular descansaba sobre cuatro pilastras blancas. Cuatro escalones de ladrillo conducían al porche. Una hilera de relucientes ventanales emplomados servían a modo de dintel sobre la puerta blanca, dotando de más claridad al vestíbulo.

No era una casa particularmente grande, según los estándares modernos; alcanzaba los 1.220 metros cuadrados, pero como el resto de casas del vecindario con medidas y estilo similares, proclamaba a su propietario como un joven de éxito profesional. Como conocía que recientemente Mark se había convertido en socio de una próspera clínica de medicina familiar, Rachel sabía que no tendría problemas para cobrar sus honorarios.

Al detenerse en la puerta y llamar al timbre, pensó en lo equilibrado que parecía: educado, con un trabajo bien remunerado y aparentemente feliz con su vida, a pesar de no tener familia. Y tal vez era feliz precisamente por eso, añadió ella irónicamente, aunque no lo pensaba en realidad.

La puerta se abrió y allí estaba Mark, con un gesto de preocupación nada propio de él.

Inmediatamente Rachel pudo ver que algo no iba bien. Él estaba… despeinado. Su siempre impecable pelo castaño estaba alborotado y tenía sombras bajo sus normalmente sonrientes ojos verdes. Los vaqueros y la camiseta que llevaba resultaban chocantes en contraste con la vestimenta informal, pero elegante a la vez, que había llevado en las citas anteriores.

A juzgar por la expresión de su cara, Rachel supuso que había olvidado la reunión, algo que no era propio del Mark Thomas que había conocido semanas atrás.

—Rachel —dijo, como si le hubiera llevado un momento reconocerla—. ¿Qué…? Oh, ¡maldita sea! Habíamos quedado hoy.

Comprobado: se había olvidado.

—Si es mal momento, podemos quedar para otro día.

—No, no, pasa. Yo… —se pasó una mano por el pelo y luego sacudió la cabeza—. Lo siento. Me temo que hoy estoy un poco distraído.

Ella no iba a preguntar. Estaba claro que algo le había ocurrido, pero fuera lo que fuera, no era asunto suyo. A pesar de haber quedado para cenar, él era su cliente y no tenía intención de entrometerse en sus problemas. Lo último que necesitaba era los problemas de alguien más en su vida.

Mark cerró la puerta y le indicó a Rachel que se dirigiera a la, casi vacía, sala de estar.

—Ayer me dieron una noticia que me dejó bastante impresionado —admitió él—. Me temo que se me olvidó nuestra reunión.

Pero no, ella no preguntaría. Se detuvo en lo alto de los tres escalones que conducían a la sala.

—Siempre podemos quedar en otro momento. ¿Por qué no me llamas cuando te venga bien?

—No, ahora está bien. De hecho, me vendrá bien distraerme —le dijo haciéndola entrar en el cuarto—. ¿Te traigo algo para beber? Tengo refrescos y podría hacer café.

—Un vaso de agua estaría bien —lo cierto era que no tenía sed, pero pensó que hacerle ir a por el agua lo ayudaría a recomponerse y a prepararse mentalmente para la reunión que había olvidado.

—Vale. Ponte cómoda, vuelvo enseguida —y entonces miró a su alrededor y, tras ver la habitación escasamente amueblada, le dijo con una sonrisa irónica—: Bueno, tan cómoda como puedas.

—Para eso estoy aquí —le recordó con tono animado—, para ayudarte a hacer de tu casa un lugar cómodo y agradable para ti y tus invitados.

Aún distraído, él asintió y se dirigió a la cocina.

Durante el poco tiempo que estuvo sola, Rachel colocó su caballete portátil, dejó sobre el suelo las muestras que había llevado y abrió su carpeta, mientras no dejaba de recordarse lo importante que era desarrollar aquella reunión en un tono estrictamente profesional.

Se ocuparían estrictamente de negocios porque a ella la habían contratado como diseñadora y en aquel momento Mark era su jefe y su cliente. La amistad en ciernes, con potencial para algo más, que había entre los dos tenía que quedar en suspenso durante la tarde. O tal vez indefinidamente. Lo único que quería era que esa reunión llegara a su fin para que ella pudiera volver a su trabajo y él a lo que fuera que lo había estado preocupando cuando había llamado a su puerta.

Le había dicho que le habían dado una noticia inquietante. ¿Habría muerto alguien importante para él? ¿Estaría metido en alguna clase de problema?

Sin embargo, como volvió a recordarse, eso no era asunto suyo.

La semana anterior, cuando habían salido a cenar, lo había visto muy feliz. Ilusionado por haberse convertido en socio de una clínica donde comenzaría a ejercer tras un par de semanas que se había tomado libres para instalarse en su casa. Eufórico por haberse comprado su primera casa y deseando que ella se la decorara de acuerdo a sus gustos y necesidades. Y, tal vez, incluso intrigado por la química que había surgido entre los dos desde el principio; tan intrigado como había estado ella.

Mark le había dicho que lo había criado su madre soltera, fallecida unos años atrás, y que no tenía más familia, a excepción de un grupo de buenos amigos. A pesar de lo frustrada que Rachel se sentía por su omnipresente y exigente familia, le había resultado triste que él no la tuviera.

Por mucho que la exasperaran, adoraba a su madre, a sus hermanos, tíos y primos. Sabía que podía recurrir a ellos si tenía problemas, aunque lo normal era que sucediera justo lo contrario. Por alguna razón, todo el mundo parecía acudir a ella cuando necesitaban algo… y, de algún modo, ella solía encontrar la forma de ayudarlos.

Le resultaba bastante difícil pronunciar frases como: «Lo siento, no puedo», «pídeselo a otro esta vez» o la simple palabra «no». Tras varios años de reflexión había llegado a la conclusión de que había nacido con «falta de determinación y carácter», razón por la cual se prometió que en aquella ocasión no iba a involucrarse. Por muy solo que estuviera en el mundo, Mark era un joven médico de éxito con un futuro brillante y suficiente encanto como para poner a flote un barco. No necesitaba su ayuda más que para decorar esa preciosa y vacía casa.

Tras unos instantes, Mark volvió con un vaso de agua con hielo.

—Aquí tienes. ¿Te traigo algo más antes de que empecemos? —le preguntó con una sonrisa algo forzada y un tono artificialmente alegre.

—No, gracias, estoy bien.

Dio un sorbo de agua y luego miró a su alrededor buscando un lugar en el que dejar el vaso. Como no había ninguna mesa en la habitación, lo dejó sobre su carpeta.

—Siéntate en el sofá y te enseñaré los diseños y muestras que he traído, siempre que quieras hacer esto ahora —añadió.

—Por supuesto —se sentó en el sofá, se cruzó de brazos y miró hacia el caballete con tanta concentración que casi la hizo suspirar.

Estaba intentando con todas sus fuerzas fingir que había dejado sus preocupaciones de lado y que lo único que le interesaba en aquel momento era la decoración. Ella, por su parte, de nuevo se vio tentada a preguntarle qué le había sucedido, pero se tragó la pregunta recordándose que no era asunto suyo.

Comenzó su presentación con la misma profesionalidad que habría empleado con cualquier otro cliente. Habitación por habitación, le fue mostrando los diseños que había hecho, las muestras de telas y las fotografías de muebles que había seleccionado para él. Mark los observó detenidamente, estudiando todo lo que ella le mostraba y asintiendo siempre que Rachel se detenía para respirar.

Se mostró de acuerdo con cada una de las cosas que ella sugirió. No hizo ni una sola pregunta y, dado que se había metido de lleno en la conversación al hablar de decoración la primera vez que habían quedado, Rachel sospechó que apenas estaba escuchando una palabra de lo que le estaba diciendo.

«No preguntes», se repitió encarecidamente. «No te metas».

—¿Entonces te gusta la pintura rojo arándano para las paredes del comedor? —le preguntó.

Él miró confundido la tarjeta del muestrario de pinturas que Rachel señalaba con el dedo.

—Claro. Rojo arándano. Está bien.

Le estaba rompiendo el corazón verlo así; había algo en su mirada, en la caída de sus hombros… Fuera cual fuera la noticia que había recibido el día antes, estaba claro que lo había afectado mucho. Y, dado que no tenía familia, tal vez tampoco tenía a nadie al que acudir en busca de apoyo o consejo.

—Sé que es un color intenso, pero… —tragó saliva. «No lo hagas, Rachel. Cíñete al trabajo»—. Creo que…

Tras varios momentos de silencio, él pareció darse cuenta de que Rachel había dejado de hablar.

—Lo siento, ¿me he perdido algo?

«Bueno, me rindo». Dejó el muestrario de pinturas y se movió lentamente hasta sentarse al lado de él sobre el sofá de piel.

—¿Quieres hablar de ello?

—¿Del color de la pintura?

Ella negó con la cabeza y con voz resignada dijo:

—Sobre eso que te está preocupando. Me han dicho que sé escuchar muy bien.

Menos mal que había decidido no involucrarse…

 

 

Rachel resultaba fascinante. Parecía tener menos de treinta años con esas mejillas rosadas y con hoyuelos, esa piel perfecta y esos ojos azul grisáceo. Era de estatura media, tenía un cuerpo esbelto y cabello castaño claro que solía llevar recogido en una despeinada cola de caballo baja que resultaba bastante atractiva. No era bella, exactamente, pero se acercaba bastante.

Y hablando de acercarse…

Miró la mano que Rachel le había puesto sobre la rodilla cuando se había sentado a escasos centímetros de él. Estaba claro que no estaba coqueteando, como ya habían hecho otras chicas que sólo se habían interesado en él por ser un joven médico de éxito.

Rachel era diferente y parecía preocuparse realmente por él y por sus problemas. Ella era auténtica o, al menos, ésa era la impresión que a él le había dado.

Sin embargo, decidió que ignoraría educadamente la pregunta asegurándole que le agradecía su preocupación, pero que no había motivos para ello. Después de todo, ella era una mujer a la que había esperado impresionar, a la que había querido acercarse. De poco le serviría que Rachel descubriera el tremendo lío en que se había convertido su vida.

—Gracias, pero estoy bien —le aseguró—. Háblame más del comedor color rojo arándano.

—Creo que no deberías tomar ninguna decisión estando tan distraído. Podrías acabar viviendo en una casa a la que odiarías por completo.

—No creo que eso pase. Confío en tu gusto, por eso te he contratado.

Ella sonrió.

—Te lo agradezco, pero dejaste claro que querías participar en todo y quiero asegurarme de cumplir eso, de modo que hoy no vamos a tomar ninguna decisión final. Te dejaré todo esto aquí para que le eches un vistazo cuando puedas concentrarte. Y, mientras tanto, si hay algo que pueda hacer por ti, como amiga, espero que no dudes en pedírmelo.

Ella era una persona verdaderamente encantadora, tal vez sí que podría contarle lo que le había sucedido el día anterior.

—Ayer tuve un visitante inesperado —comenzó a decir Mark lentamente—. Dos, mejor dicho. Un hombre y una mujer. Jamás los había visto antes.

Para demostrar que sabía escuchar, ella se limitó a asentir y esperó a que él continuara mientras lo miraba fijamente.

—La mujer se llama Aislinn Flaherty y dice que es vidente —se aclaró la garganta y añadió—: El hombre se llama Ethan Brannon y dice que es mi hermano mayor.

—¿Tu hermano? —repitió ella sorprendida—. Pero, ¿no eras hijo único?

Él asintió tristemente. Que le dijeran que tenía un hermano había sido la noticia menos impactante de todas las que le habían dado durante aquel encuentro.

—Mi… em… mi madre me dijo que mi padre murió cuando estaba embarazada de mí. Dijo que ella no tenía familia y que la familia de mi padre no quería saber nada ni de ella ni de mí. Estuvimos solos durante toda mi infancia; vivíamos al día, pero más o menos éramos felices.

—Y ese hombre, Ethan Brannon… ¿crees lo que te dijo? ¿Existe alguna posibilidad de que sea tu hermano?

—Más de una. Prácticamente me convenció, al menos hasta que tengamos los resultados de la prueba de ADN.

—¿Vas a hacerte la prueba?

—Los dos. Ethan insistió y yo acepté.

—¿Entonces dice que es tu hermanastro? ¿Fruto de una relación que tu padre tuvo antes de que tú nacieras?

—Es algo más complicado que eso.

—Oh.

—Ethan no dice que sea mi hermanastro. Dice que es mi hermano, bueno, mejor dicho, uno de los dos hermanos que tengo.

Rachel estaba confundida.

—¿Hay dos? ¿Y Ethan dice que tenéis los mismos padres?

—Sí —tragó saliva—. Según él, mi madre… bueno… la mujer que me crió…

Se detuvo bruscamente y sacudió la cabeza.

—No importa, seguro que no quieres oír esto. Creo que deberíamos hablar sobre la casa. ¿Qué dijiste que querías hacer aquí dentro? Espero que tengas pensado poner mesas.

—Mesas, absolutamente. Pero ibas a decirme lo que Ethan te dijo de tu madre.

Él suspiró. Lo mejor era contárselo directamente porque Rachel acabaría descubriéndolo si, como él esperaba, su relación personal iba a más.

—Según lo que me dijo Ethan, la mujer que me crió me raptó de mi familia. De mis padres y de mis dos hermanos. La mujer que yo pensaba que era mi madre era la niñera. Hace treinta años, cuando yo apenas tenía dos, dejó caer el coche a un río desbordado y me raptó, haciéndoles pensar a todos que estaba muerto.

Rachel no parecía estar segura de lo que había oído.

—¿Tu madre…?

Él asintió con tristeza.

—Resultó no ser mi madre. Según Ethan Brannon, mi verdadera madre está viva y reside en Alabama con mi padre, que es ortodoncista. Aún no saben que su hijo pequeño no murió ahogado cuando era un bebé.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

 

RACHEL había oído historias como ésa en programas de testimonios de televisión y en periódicos, pero nunca había imaginado que algo tan extraño le sucediera a alguien que ella conociera.

—Esto es… Cuesta creerlo. ¿Te dio alguna prueba?

—Anoche uno de mis pacientes verificó su historia. A título póstumo.

El relato se estaba volviendo más enrevesado por momentos.

—¿A título póstumo? No lo entiendo. ¿Cómo…?

—Sé lo extraño que parece todo esto. Intentaré contártelo desde el principio… al menos como creo que lo he entendido yo.

Tras tomar aire profundamente, comenzó y lo hizo describiendo a un joven matrimonio con tres hijos que vivían felizmente en Carolina del Norte. El padre era ortodoncista, la madre ama de casa y una activa voluntaria de la comunidad cuya apretada agenda les obligó a contratar a una niñera para que los ayudara con los niños, especialmente con el pequeño Kyle.

La niñera, Carmen Thomas, se convirtió en parte de la familia y creó un estrecho vínculo con los niños, especialmente con Kyle. Decía que estaba sola en el mundo, de modo que se volcó en su trabajo y sus jefes la tenían en gran estima.

Y entonces un día cuando Kyle tenía dos años, Carmen sacó al niño a la calle en medio de una terrible tormenta. La riada ya se había cobrado dos vidas en la zona y nadie sabía por qué ella había salido de casa aquel día. Su coche fue descubierto más tarde; había sido arrastrado por el agua hasta un barranco. Aunque no se encontraron los cuerpos junto al vehículo, se supuso que tanto la niñera como el bebé habían sido arrastrados y que sus cuerpos habrían quedado enterrados bajo los restos de los destrozos causados por la riada.

—Pobres padres —murmuró Rachel, al imaginarse el terrible golpe que debió de ser para los Brannon perder a su hijo pequeño.

Mark aún no parecía dispuesto a centrarse en las emociones; por el contrario, quería explicar detalladamente los hechos tal como sucedieron en el pasado.

—Sin el conocimiento de los Brannon, Carmen debió de haber llevado tiempo planeando el rapto y la riada resultó ser una buena tapadera para su desaparición. Una conocida quedó con ella junto a una montaña aquella tarde y la ayudó a empujar el coche dentro del agua. Luego los sacó a ella y al niño del Estado.

—¿Una «conocida» ayudó a Carmen a raptar a un niño? —Rachel sacudió la cabeza indignada—. ¿Qué clase de persona haría eso?

—Una persona con graves problemas emocionales. Una mujer a la que se le dijo que estaba rescatando a una madre y a un hijo de una violenta situación doméstica. Durante los días que siguieron, comenzó a sospechar que la había engañado, pero para entonces ya le parecía demasiado tarde como para echarse atrás. Dejó a la mujer y al niño en Georgia y siguió su camino, intentando olvidarse de ellos. Como te he dicho, aquella mujer tenía sus propios problemas.

—Pero eso no justifica lo que hizo.

—No. Y eso la ha torturado durante años, a pesar de los esfuerzos por intentar olvidarlo. Años más tarde, tal vez el destino, o… algo…, la metió de nuevo en mi vida; sucedió hace varios meses. Ella era paciente mía en el geriátrico. Murió ayer y dejó una carta describiendo el papel que había jugado en mi secuestro.

Rachel volvió a sacudir la cabeza, más confundida que antes todavía.

—Espera. ¿Cómo te siguió la pista? ¿Cómo supo que eras tú? ¿Cómo llegó a ser tu paciente en el geriátrico?

—No puedo responderte a algunas de esas preguntas y el resto no son realmente importantes ahora mismo. El hecho es que creo lo que dijo. Creo que soy… o que era Kyle Brannon. Aunque quiero esperar al resultado de las pruebas, siento que todo esto es… verdad.

Tal vez ella era más escéptica por naturaleza que él.

—Si yo fuera tú, tendría mucho cuidado hasta no tener los resultados de las pruebas de ADN. Tú mismo has dicho que tu antigua paciente tenía problemas emocionales y encima el hecho de que Aislinn Flaherty diga que es vidente me pone bastante nerviosa. Y tampoco conoces a ese tipo que se presenta en tu casa diciendo que es tu hermano. Esto podría ser alguna clase de trampa.

Él esbozó una pequeña sonrisa.

—Confía en mí, Rachel. No soy tan ingenuo como pareces creer. No haré nada hasta que no haya visto el resultado de las pruebas.

Ella observó su rostro, intentando leer esa irónica expresión.

—¿Cómo te sientes por todo esto?

Tras una larga pausa, él se aclaró la garganta.

—La verdad es que no lo sé. Me está costando asimilarlo.

Ella asintió; comprendía absolutamente que se sintiera de ese modo. Y entonces de su boca salieron las típicas palabras que empleaba cuando veía a alguien afligido.

—¿Hay algo que pueda hacer por ti?

Aunque, por supuesto, no sabía qué podría hacer por él. Aquella situación se le escapaba de las manos, no tenía experiencia en algo similar y, además, tampoco podía decirse que conociera a Mark especialmente bien.

—Lo cierto es que hay algo…

Ella intentó esconder su sorpresa.

—Claro. ¿Qué es?

—¿Puedes cenar conmigo esta noche?

—¿Quieres que cene contigo? —no podía entender cómo otra cena con ella lo ayudaría a resolver sus problemas familiares.

Él asintió.

—Esta noche he quedado con Ethan y con su novia para cenar. Decidimos que era mejor reunirnos después de que yo hubiera tenido tiempo para pensar en lo que me habían dicho. Me sería de gran ayuda que me acompañaras esta noche… Ya sabes, me vendría bien algo de apoyo moral.

Ella se aclaró la garganta.

—No sé, Mark, sería una situación algo incómoda.

—Más lo sería para mí cenar con Ethan Brannon y su novia sin tener a nadie de mi lado.