Vivir sin dolor. La guía definitiva para aliviarlo y recuperar tu vida - Dr. Alfonso Vidal - E-Book
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Vivir sin dolor. La guía definitiva para aliviarlo y recuperar tu vida E-Book

Dr. Alfonso Vidal

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Beschreibung

¿Tienes habitualmente dolor? ¿Sientes a diario sus efectos? ¿Qué impacto tiene en tu día a día? ¿Crees que es posible vivir sin él? El doctor Alfonso Vidal, uno de los mejores especialistas en dolor de nuestro país, explica en estas páginas qué es el dolor, qué pautas y fármacos son los más adecuados para controlarlo, qué hábitos lo alivian y de qué modo minimizar el malestar que provoca padecerlo. Porque el dolor es una experiencia muy compleja que requiere no solo de tratamientos puramente fisiológicos, sino que también han de tenerse en cuenta aspectos psicológicos, emocionales y sociales. Desde el dolor de cabeza, el de espalda, el de huesos, el que produce el cáncer, el agudo, el crónico…, un manual útil que ayudará a convivir con una de las patologías más incapacitantes que existen, y mejorar así la calidad de vida de quien lo sufre. Si eres una de esas personas que vive con dolor este es tu libro.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

Vivir sin dolor. La guía definitiva para aliviarlo y recuperar tu vida

© 2022, Alfonso Vidal Marcos

© 2022, del prólogo, Juanma Vidal

© 2022, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

 

Diseño de cubierta: Rudesindo de la Fuente - DiseñoGráfico

Imágenes de cubierta: Dreamstime y Shutterstock

 

ISBN: 978-84-9139-776-2

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Prólogo

Introducción

¿Qué es el dolor?

Humanizar la atención sanitaria

1. La medida del dolor, objetiva y subjetiva

Medida objetiva

Medida subjetiva

2. El dolor según su duración

Dolor agudo

Dolor irruptivo

Dolor postoperatorio

El dolor en el parto

Epicondilitis o codo de tenista

Dolor crónico

El papel de las autoridades: las Unidades del Dolor

El papel de la familia

Las asociaciones de pacientes

La vitamina D

3. El dolor de músculos y huesos

Cabeza: cefaleas y dolores orofaciales

El dolor de cabeza o cefalea: elaboración mental y maldición

Dolores orofaciales: caries, dolores dentales y de trigémino

Tronco: el dolor de espalda

El dolor lumbar: de la espondilolistesis al síndrome facetario

Dolor lumbar, casos severos y su tratamiento: epiduroscopia y neuromodulación

Extremidades: el dolor articular

Dolor muscular, miofascial y fibromialgia

4. Dolor visceral

El corazón

Los riñones

La función intestinal

5. Las neuropatías

Neuralgia de trigémino

Neuralgia postherpética

Neuropatía diabética

Síndrome de miembro fantasma

6. Medicamentos analgésicos

Escalera de la OMS

Antiinflamatorios no esteroideos (AINES)

Opioides

7. El dolor y el cáncer

La palabra cáncer

Dolor en el cáncer de mama

Mieloma múltiple

Opioides y dolor asociado al cáncer

Neuropatía posterapia oncológica

8. El dolor y la enfermedad mental

Antidepresivos y dolor

Dolor en el alzhéimer

Dolor en el ictus

9. Dolor y estilo de vida

La importancia del sueño

El papel de la alimentación

La actividad física

La actividad laboral

10. El dolor en los extremos de la vida: niños y ancianos

Dolor en el niño

Dolor en el anciano

11. El dolor al final de la vida

Cuidados paliativos

Dolor y muerte

Atención paliativa en enfermedades incurables

Epílogo

Dedicatoria

 

 

 

 

 

A mi familia, mis padres, mis hermanos, mis hijos.

A mis maestros y a mis pacientes, que me han enseñado lo que sé sobre el Dolor.

Prólogo

 

 

 

 

 

El dolor es una manifestación muy personal e intransferible, tanto el físico como el anímico, y en verdad ambos interactúan y condicionan nuestro estado general de salud.

Un dolor de espalda severo es muy incapacitante y puede determinar nuestra actitud para afrontar otras actividades. Pero lo mismo que ocurre en el duelo por la pérdida de un ser querido, a veces engendra reacciones simultáneas del organismo por la normal bajada de defensas.

Para el dolor físico contamos con unos profesionales exclusivamente sanitarios que buscan aliviarlo, curarlo o paliarlo, pero para el anímico, además de sanitarios, tenemos expertos en psicología que ayudan a ordenar el cosmos interno que parece estallar en mil pedazos hasta recomponernos por dentro.

Quien más, quien menos, a ciertas alturas de la vida, ya ha pasado por estos dos estadios, incluso es posible que en varias ocasiones, se haya quedado sin lágrimas de tanto llorar por uno y por otro, sin embargo, la vida es un contínuum y no podemos ni debemos parar, sino para reflexionar y coger aliento, porque el pasado únicamente es un oasis del que aprender, no un lugar para vivir.

Cada golpe que recibimos suele dejarnos huella, algunas inmanentes, otras indelebles y otras efímeras. Nuestra memoria suele jugarnos malas pasadas y nos recuerda, de vez en cuando, aquel difícil momento, aquella dura travesía por el dolor, cuando nada ni nadie nos hacía presagiar que nos recuperaríamos.

Por suerte duran poco, como un mal sueño o un largo bostezo, pues la vida cotidiana no permite quedarse a reposar ni siquiera en los momentos más aciagos. Dicen que lo bueno dura poco, pero tampoco conviene acostumbrarse a las rachas en contra, porque lo importante es hacer las cosas bien, independientemente del resultado.

La obra que leerán a continuación es un viaje a través del dolor físico contado por una persona muy especial, uno de los mejores especialistas en la materia de este país, pero, sobre todo, por un ser humano cuya vocación didáctica y voluntad por ayudar a los pacientes es infinita, tanto como su capacidad para empatizar con ellos y merecer no solo su reconocimiento, sino su respeto y admiración.

Hay un detalle nimio, casi imperceptible, que escaparía a los ojos de la razón de quien viera al autor de la obra y al responsable de estas humildes líneas con voluntad de servir de pórtico a cuanto bueno se cuenta detrás y que no han de despistar ni por un segundo al público lector.

Compartimos apellidos. Eso es. Podría tratarse de un mero accidente, de una casualidad, de un antojo del azar, pero me temo que también compartimos código genético e incluso ancestros, y a más a más podría certificar que hemos vivido bajo un mismo techo. ¡Tranquilos, no hace falta la prueba del Carbono 14! Somos hermanos.

Hace muchos años, en un encuentro social al que ambos acudimos, una persona asistente me preguntó que «quién era mi amigo». No dudé en seguirle la corriente, porque me pareció una divertida ocurrencia que luego nos serviría como chanza de la que reírnos, pero que a lo largo de los años se ha consolidado, porque el parecido es completamente inexistente.

Son muchas las personas que le han tratado como pacientes, y de un tiempo a esta parte más como lectores de su ingente obra literaria y científica, a las que posteriormente he oído y leído expresar infinidad de elogios por su buen hacer, su generosidad y entrega.

Atrás quedan tantos sacrificios que la mayoría ignora, algunos de los cuales le han costado más de lo que muchos estarían dispuestos a soportar y que a mis ojos le convierten en un ser diferente, singular y, por encima de todo, especial.

He tenido la suerte y el privilegio de compartir muchas hojas de este infinito calendario que es la vida y solo puedo decirles que nada de lo que soy, de lo que siento, sería lo que es si no hubiera tenido un compañero de fatigas que tanto sabe de dolor, como de mil y una historias, a mi lado.

Me resulta de todo punto imposible concluir este prólogo sin emocionarme por servir de umbral a esta obra que espero disfruten y sirva de consulta habitual, pero recuerden, la realidad siempre supera a la ficción y su contenido no les dejará indiferentes.

JM Vidal

Introducción

 

 

 

 

 

¿Qué es el dolor?

 

Definir el dolor y hacer un recorrido somero por las patologías principales que cursan con dolor y sus posibles tratamientos es la justificación de este libro y, probablemente, de toda mi vida profesional, que no persigue otra cosa que aliviarlo, aunque tengamos que ser más ambiciosos y tratar de eliminarlo. La definición que me interesa ha de ser aceptable, es decir, comprensible y de acuerdo a la realidad; sensata, según experiencias medibles y demostrables, y sostenible, que perdure en el tiempo como una definición válida.

El dolor tiene un alto componente de subjetividad que hace difícil definirlo. Sensaciones anímicas, vivencias y sentimientos contribuyen a despertarlo y a hacer que dure. La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP) lo califica como una «experiencia sensorial y emocional desagradable, asociada con una lesión de los tejidos real o potencial, o que se describe como ocasionada por dicha lesión». En esta definición podemos encontrar referencias al sufrimiento, la desesperación, la ansiedad, la depresión, la angustia o el miedo, expresiones típicas de la vivencia del dolor. Para nosotros es, pues, más una experiencia que una percepción simple, pero eso no quiere decir que no tenga una causa física, que en su origen no esté en «esa lesión de los tejidos real o potencial». Y es esta lesión lo que hemos de encontrar para aliviar o erradicar la «experiencia del dolor».

Cuando contemplamos un paisaje o un objeto recibimos una información «cuantitativa», que se puede medir: dimensiones, color, luminosidad, movimiento… En el plano del dolor, esta percepción simple, sensorial, que tiene aspectos medibles, como la intensidad, la localización, la frecuencia, su relación con movimientos o actividades, con la temperatura o la presión atmosférica, recibe el nombre de componente nociceptivo, mientras que a aquel que tiene que ver con su interpretación, su relación con alguna vivencia, estado de ánimo, con alguna limitación funcional o sus consecuencias lo llamamos afectivo. La combinación de ambos nos dará las distintas clasificaciones y cuadros clínicos del dolor.

Por la complejidad de la vivencia, el dolor se ha clasificado de muchas maneras, según su duración, intensidad o características concretas. Quizá la más sencilla sea la que distingue entre dolor agudo y dolor crónico, una clasificación que será objeto de análisis en este libro, pues al estudio y tratamiento del segundo es a lo que me dedico.

El agudo es el de inicio súbito, relacionado con algo que nos hace daño, que es lesivo, ya sea un traumatismo, una quemadura, una infección o una intervención quirúrgica. Es limitado en el tiempo y no supera los tres meses en el peor de los casos tras la desaparición de sus causas. El dolor crónico, sin embargo, se prolonga en el tiempo, persiste más de tres meses desde su aparición y, aunque puede ser repentino, en general, es progresivo. Un dolor agudo persistente puede convertirse en crónico, aunque este último suele ser una patología con entidad propia, una enfermedad per se.

El diagnóstico es una pieza clave del proceso general de atención al paciente con dolor crónico. Si no sabemos cuál es el problema, difícilmente podremos ofrecer orientación terapéutica eficaz, consistente en analgésicos orales, antiinflamatorios o analgésicos opioides (morfina), procedimientos físicos, como la electroterapia, las infiltraciones y los bloqueos anestésicos, analgésicos localizados en la médula espinal y los sistemas implantables de infusión de analgesia, como bombas o estimuladores medulares.

Habitualmente se obtiene alivio en prácticamente todos los pacientes, si bien dependiendo de las características del dolor, la evolución varía, ya que, en muchos casos, requiere tratamientos complicados, prolongados o indefinidos, en los que la colaboración con el paciente y su entorno es esencial para conseguir el éxito.

El tratamiento del dolor es responsabilidad de todos, empezando por el propio paciente y su entorno familiar y sociolaboral, y siguiendo por los profesionales de la salud que conocen su patología y, por tanto, tienen la responsabilidad de actuar desde la asistencia primaria a la especializada y, por supuesto, por las Unidades del Dolor, centros médicos constituidos por equipos de profesionales dedicados a la atención, estudio y tratamiento específico del dolor crónico, de las que yo formo parte.

Otras clasificaciones se centran en características como la intensidad (leve, moderado o severo), el pronóstico vital (dolor benigno o maligno) o la zona del cuerpo afectada (musculoesquelético o somático, visceral si afecta a los órganos internos o neuropático si el afectado es el sistema nervioso central o periférico). Veremos, a lo largo del libro, algunos ejemplos y patologías concretas de esta segunda clasificación según la zona del cuerpo dolorida y su grado de cronificación.

El dolor es un problema sanitario, pero también social a juzgar por las cifras que muestran la magnitud del problema. Aunque patologías como la cefalea o dolor de cabeza y la lumbalgia afectan en mayor o menor medida a toda la población en algún momento de su vida, se calcula que alrededor del 18% tiene dolor de forma persistente y necesita medidas de control y alivio. Esto supone en nuestro país más de ocho millones de personas, sobre todo ancianos, con un gasto en tratamientos que equivale al 2,5% del Producto Interior Bruto (PIB): unos 16.000 millones de euros.

Paliar y acabar con el dolor es pues un esfuerzo ímprobo que debe ser solidario, compartido entre todos los actores de la salud pública y privada: pacientes, sanitarios, autoridades administrativas y entidades promotoras de la salud.

Cómo ha de ser nuestra actitud en esta nueva sociedad tras la crisis sanitaria vivida aún está por definir. Es curioso que los virus, superendebles, prácticamente inertes, microscópicos y que precisan de otros seres para existir y replicarse, sean capaces de generar una afectación tan intensa y extensiva de la especie humana. Urge ahora reconstruir un modo de vida que permita de nuevo elegir el entorno vital y laboral, y la actividad física que sea más adecuada para nuestra salud.

La organización para evitar aglomeraciones, con espacios específicos y nuevas maneras de distribuir los horarios, y la consulta telemática son elementos incorporados en la llamada «nueva normalidad» que no nos abandonarán si algún día regresamos a la «antigua cotidianeidad», aún lejana en la fecha de escritura de este libro. La atención online ha llegado para quedarse de alguna manera, y pacientes y médicos deberemos adecuar nuestra manera de comunicarnos a estos nuevos tiempos que nos toca vivir. Las mascarillas, las pantallas de metacrilato, los biombos de plástico transparente, los geles antisépticos hidroalcohólicos y la distancia de seguridad son parte del peaje que tuvimos que pagar para regresar a la atención regular de los pacientes del dolor y pasar a la siguiente pantalla del videojuego en el que se ha convertido nuestra vida.

 

 

Humanizar la atención sanitaria

 

En todo proceso patológico, el tratamiento es un compendio de consejos, medicación y terapias físicas que tienen aspectos positivos y negativos; en suma, una actividad humana que, como muchas otras, requiere de competencia y empatía para que los primeros prevalezcan sobre los segundos.

La atención sanitaria es un ejercicio basado en una serie de competencias técnicas, es decir, en el desempeño de conocimientos teóricos aplicados de una forma correcta, eficiente. Cada uno de estos dos adjetivos define cualidades de nuestra actividad basadas en la evidencia científica, en el rigor metodológico y la estadística, un compendio que suele encontrarse en los libros y que, revisado o no, según los avances de la medicina, pasa de unas generaciones de profesionales a otras de forma convencional, automática. Siempre ha habido profesionales más hábiles, con mejor mano, más avispados y observadores, que adquieren estas competencias con mayor facilidad e intensidad.

Pero hay, además, otras competencias no técnicas, basadas más en la actitud, en la forma de ser y en el posicionamiento de los individuos en su entorno. Aunque también se pueden aprender y potenciar, tienen un componente vinculado a la propia naturaleza del terapeuta. Estos aspectos, diferentes en cada persona, interactúan con las competencias profesionales para adaptarse a las necesidades del paciente. Es lo que denominamos factor humano.

La humanización, por tanto, sería la potenciación de estos aspectos. Y digo potenciación porque mientras que un ser humano atienda a otro, dicha actividad siempre será humana y sería redundante «humanizar lo humano». Sin embargo, la interferencia de otras variables, muchas de ellas de enorme fuerza, altera esa relación humana natural: la masificación, la optimización de los tiempos, las listas de espera, los ratios médico/paciente/unidad de tiempo, el coste de efectividad… Todos ellos son necesarios, decisivos, para una atención sanitaria colectiva, universal e igualitaria, pero pueden sobrecargar el sistema y poner en peligro su buen funcionamiento.

Otro aspecto peligroso, no menos relevante, es la desmotivación de los profesionales, agotados por el exceso de presión asistencial, la demanda continua de acierto, la dedicación continua, también en turnos de noche o en días festivos, y la desproporción entre la exigencia para el acceso a la formación en medicina y la especialización y el creciente número de atenciones por unidad de tiempo, unido a la escasa o nula repercusión de todos estos esfuerzos en la remuneración o compensación.

Pocos colectivos se ven obligados, por definición, a realizar turnos fuera de horario, y menos aún que esa «atención continua» no se considere una actividad laboral a todos los efectos, ya sea con una remuneración igual o como horas extraordinarias, como actividad computable a efectos de descanso anual o como cotización a la Seguridad Social de cara a la jubilación.

Sorprende que las categorías profesionales sigan dependiendo de un grado o licenciatura, y que la realización de formación especializada no coloque en un escalón más alto a especialistas formados después de enormes esfuerzos y todo tipo de barreras educativas.

La humanización pretende recuperar la atención personalizada, ajustada a las necesidades del paciente, con un conocimiento extenso no solo del cuadro clínico, sino de la penuria, las emociones y la pérdida de oportunidades de cada paciente, que son mucho más llamativas en patologías graves o crónicas como el cáncer.

Hemos visto en esta breve introducción aspectos esenciales para la comprensión de qué es exactamente el dolor, su alto componente subjetivo y esa peligrosa tendencia a cronificarse que puede acabar en cuadros de dolor que han de tratarse de por vida.

A partir de aquí, recorreremos dos clasificaciones principales del dolor, aquella que distingue entre agudo y crónico, y la que se centra en los dolores que sufre el cuerpo —musculoesqueléticos, viscerales y neurológicos—, con una insistencia especial en los dolores que produce el cáncer y su tratamiento, así como aquellos que causan enfermedades mentales como el alzhéimer, con algunos ejemplos de patologías concretas y casos reales de enfermos a los que hemos dado un nombre ficticio. Veremos diferentes tratamientos contra el dolor y cómo estos no dependen exclusivamente de los facultativos y de la administración sanitaria, sino de nosotros y de nuestros hábitos de vida saludables, que no ayudan solo a paliar el dolor, sino que pueden prevenirlo. Además, señalaremos los errores actuales del tratamiento del dolor en la infancia y en la ancianidad, para terminar con los tratamientos paliativos de enfermedades incurables y de cara a la muerte inevitable por enfermedad.

Espero que este recorrido por la experiencia del dolor ayude a los que lo sufren a comprender mejor su procedencia y los esfuerzos que, como pacientes y facultativos, hemos de hacer para aliviarlo o, si fuera posible, vencerlo.

1 La medida del dolor, objetiva y subjetiva

 

 

 

 

 

Cuando decimos que el dolor tiene un componente subjetivo, no queremos decir que no sea real, sino que no es medible por medios externos a nuestra propia percepción. No hay marcadores analíticos, no podemos decir: «este paciente tiene altos los dolorígenos, ha de tener un dolor de 7,5 unidades por miligramo». Lo llamamos subjetivo porque aún no hemos sido capaces de desentrañar el misterio de su percepción y el todavía mayor de cómo se interpreta en cada vivencia particular. Por eso, cualquier definición de dolor contiene matizaciones, no es algo rotundo como pueda ser la definición de la luna.

Esta experiencia sensorial y emocional desagradable que llamamos dolor, que tiene causas reales pero también afectivas, es conocida para todo el mundo. A todos nos duele alguna vez algo, pero nuestra experiencia no coincide exactamente con la de otros, depende en gran medida de nuestras vivencias y jerarquía de valores. El hecho verdaderamente diferencial del dolor es la elaboración emotiva que hace, por ejemplo, que los corredores de fondo no paren a pesar del sufrimiento, o que las mujeres sigan empujando en los partos pese a saber que el dolor irá a peor. Es pues, en cierta medida, una elaboración relacionada con nuestras experiencias y expectativas, que modula la mera percepción, más aún cuando se perpetúa en el tiempo. Si una percepción aislada puede acarrear múltiples elaboraciones, una percepción sostenida añade la continuidad como variable principal a la ecuación del dolor.

Como otros absolutos del ser humano (el amor, la belleza, la honestidad, el pundonor, etcétera), el dolor sigue siendo una incógnita. Nuestra primera obligación como terapeutas es formarnos para entender a nuestros pacientes, aprender de ellos y enseñarles cómo pueden definir mejor lo que les pasa y así mejorar su diagnóstico.

Por tanto, la evaluación del dolor es un proceso complejo que depende, desde luego, del paciente: de sus vivencias, su cultura, su expresividad, pero también de las del terapeuta que debe calibrar el mensaje y catalogarlo. Por suerte, o por desgracia, nuestras experiencias y estrategias de comunicación son múltiples y no siempre extrapolables.

 

 

Medida objetiva

 

La manera más sencilla de medir el dolor es usar una especie de metro que, como si dijéramos, mide solo la longitud, una única dimensión, aunque la realidad es que el dolor tiene muchas. Sabremos si el dolor es pequeño (leve), mediano (moderado) o grande (severo); no obstante, esta clasificación es relativa según con lo que se compare.

Sin duda, la Escala Visual Analógica (EVA) es la más empleada: un segmento sin marcas excepto en sus extremos, que parte de la ausencia de dolor y llega hasta el dolor mayor imaginable.

 

 

También es la más fácil de utilizar porque no necesita de un interrogatorio complejo al paciente y se puede extrapolar a una fórmula numérica que permite la cuantificación y el análisis estadístico de manera automática.

A veces, especialmente con niños o personas con dificultades de comprensión y expresión verbal, se emplean escalas visuales, como la de Campbell, con imágenes de caras con diferentes expresiones de sufrimiento, en las que el paciente puede identificar la suya en pleno «éxtasis» de dolor.

Ninguno de estos procedimientos sirve para medir el dolor neuropático (DN), que por su complejidad requiere de cuestionarios distintos. Los más conocidos son el DN4, con diez apartados que describen el dolor y a los que los pacientes responden con un sí o un no, y la escala LANSS (Evaluación de Signos y Síntomas Neuropáticos de Leeds, por sus siglas en inglés), parecida en su mecánica a la anterior.

Estas escalas se han ido mejorando con procedimientos más complejos que evalúan aspectos como la discapacidad, el descanso nocturno, la calidad del dolor, etcétera. Uno de los más extendidos es el Cuestionario del Dolor de McGill (MPQ, según sus siglas en inglés), elaborado en la universidad canadiense del mismo nombre en 1971. Consiste en 78 adjetivos agrupados en cuatro categorías —sensorial, afectivo-motivacional, evaluativa y miscelánea—, a través de los cuales el paciente puede definir con mayor precisión su dolor al especialista.

Sin embargo, todos estos sistemas se circunscriben a evaluar la presencia o ausencia de dolor y algunas de sus características y a nada más, cuando en la actualidad lo que interesa a los facultativos es conocer la calidad de vida de los pacientes con dolor, además de diagnosticar sus patologías, porque esta engloba aspectos emocionales, sociales y laborales que complementan y explican mejor su estado, y ayudan a determinar mejor los tratamientos para el dolor.

Para evaluar la calidad de vida de los pacientes con dolor existen unas herramientas, a modo de encuestas, que analizan la capacidad, la autonomía, la necesidad de ayuda, el descanso, la libertad de movimientos o el uso de medicación. Se llaman «cuestionarios de salud». Existen varios, los más utilizados en las consultas son de los que llamamos «tipo test», preguntas y respuestas definidas con un valor específico. Así funcionan el SF36 y su versión abreviada, el SF12, o el WHOQOL de la OMS (World Health Organization Quality of Life), que tiene una versión abreviada de fácil uso, con 26 puntos que generan un perfil de calidad de vida en el que se incluye la salud física y psicológica, las relaciones sociales y el medio ambiente.

Todos estos cuestionarios para conseguir medir el dolor están elaborados a partir de la percepción del paciente y dependen de la fiabilidad de sus respuestas y de su educación y cultura. Luego tienen un margen variable. Más preciso en cierto sentido es el uso de un método mecánico más objetivo: la resonancia nuclear magnética cerebral funcional (RNMf). En ella podemos ver activos los circuitos nerviosos relacionados con el dolor en tiempo real, lo que permite asegurar que a esos pacientes les duele en el momento de la toma de las imágenes. Desgraciadamente, estas captan las áreas activas si existe dolor, pero no nos dicen si es leve, moderado o grave. Por eso, el camino hacia una evaluación objetiva sigue siendo todavía muy largo.

 

 

Medida subjetiva

 

Los intangibles, como el amor, la belleza o el dolor, son imposibles de cuantificar objetivamente, dependen de la percepción de cada individuo. Nuestros esfuerzos para homogeneizar criterios y datos topan con esa valoración individual y se desvían dependiendo del paciente, del terapeuta y del método de evaluación, lo que a veces no nos permite llegar a una conclusión definitiva.