¿Y quién dijo que hasta que la muerte los separe? - Paz Fernández Cueto - E-Book

¿Y quién dijo que hasta que la muerte los separe? E-Book

Paz Fernández Cueto

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En la Biblia, Dios establece con Adán y Eva una alianza nupcial, que se proyecta a lo largo de todo el texto bíblico. Las enseñanzas de la Iglesia mantienen ese vínculo entre Dios y el hombre en todo su cuerpo doctrinal, y así se expresa también en su liturgia. San Pablo compara la unión matrimonial con la unión de Cristo con su Iglesia, una unión permanente y eterna. Y el Catecismo de la Iglesia Católica recuerda que esa unión, celebrada y consumada entre bautizados, no puede disolverse jamás, pues está integrada en la unión entre Dios y el hombre. ¿Cómo debe repercutir esa solidez del vínculo en nuestra vida matrimonial cotidiana? ¿Cómo entender entonces que ese vínculo entre esposos, perpetuo y exclusivo, trascienda con la muerte?

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PAZ FERNÁNDEZ CUETO

¿Y QUIÉN DIJO QUE HASTA QUE LA MUERTE LOS SEPARE?

Trascendencia del vínculo conyugal

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2023 byPAZ FERNÁNDEZ CUETO

© 2023 by EDICIONES RILAP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15 - 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión / eBook: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-6322-7

ISBN (versión digital): 978-84-321-6323-4

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

A Alejandro, mi esposo, fuente de inspiración.

Al Espíritu Santo, que me mostró el camino.

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

DEDICATORIA

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

I. ¿QUIÉN DIJO HASTA QUE LA MUERTE LOS SEPARE?

II. ALIANZA PRIMERA: VÍNCULO GOZOSO

III. PECADO EN COMPLICIDAD

IV. UN AMOR MÁS FUERTE QUE LA MUERTE

V. AL PRINCIPIO NO FUE ASÍ

VI. ¿CUÁL DE LOS SIETE SERÁ SU ESPOSO?

VII. LA FUERZA DEL VÍNCULO

VIII. “GRAN SACRAMENTO”

IX. “CON JOSÉ SU ESPOSO”

X. JESÚS, EL HIJO DE JOSÉ

XI. SANTO Y LEGÍTIMO MATRIMONIO

XII. LA EUCARISTÍA, SACRAMENTO NUPCIAL POR EXCELENCIA

EPÍLOGO

BIBLIOGRAFÍA

AUTOR

PRÓLOGO

EL MATRIMONIO ES UNA institución natural, y por ello —con palabras de la autora— «la verdad del matrimonio no es una ley impuesta desde fuera, sino una verdad inscrita en el corazón». Este libro tiene su origen precisamente en el corazón de Paz que, tras la muerte de su esposo Alejandro, le muestra la permanencia del íntimo ligamen establecido con él ante Dios el día en que se donaron mutuamente durante la celebración del matrimonio. A esta intuición se opone la razón, mostrando que el matrimonio pertenece al orden presente y que termina con la muerte de uno de los cónyuges. Pero si el corazón muestra la verdad, la contradicción con la verdad de la razón debe ser tan solo aparente. ¿Cómo solucionarla? La tarea no es fácil. El lector se encuentra con el resultado final de una larga y profunda reflexión a través de la Teología bíblica y dogmática, estimulada por la luz que procede de la liturgia como lugar teológico que afirma sin ambages que san José es esposo de María.

He tenido la suerte de dialogar con la autora durante seis meses. Conozco bien las razones teológicas para sostener que el vínculo conyugal desaparece tras la muerte del marido o de la esposa, puesto que enseño teología sacramental del matrimonio en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma. El diálogo sincero nos ha enriquecido mutuamente, y me siento orgulloso de aportar una pequeña contribución a la redacción final. Me parece que la llave maestra encontrada por la autora para abrir la razón a acoger la verdad del corazón es la íntima relación entre el amor conyugal y el vínculo. En estas líneas quiero evidenciar la profundidad teológica de algunas de las afirmaciones de la autora sobre esta relación, que traeré entrecomilladas.

«La Alianza establecida por Dios en el matrimonio nos adentra e introduce en el misterio del Amor Trinitario». El papa Francisco afirma que la imagen más perfecta del amor divino se encuentra en el amor conyugal (cfr. Ex. ap. Amoris laetitia, 11). Para corroborar esta afirmación basta con advertir una de las semejanzas específicas entre ambos amores, considerando el amor como donación. El don del amor entre el Padre y el Hijo es el Espíritu Santo, que procede de ambos y es principio de la unidad intratrinitaria. La autora sostiene que el vínculo conyugal es «esa verdad intangible de quienes al unirse en matrimonio se constituyen en don y aceptación de sí mismos». Por tanto, el vínculo es el don que nace en el momento en que libremente un hombre y una mujer se donan mutuamente como esposos. Este don procede de ambos esposos, porque «no es distinto el consentimiento del hombre que el de la mujer», y es el principio de unidad entre ellos, por el que «ya no son dos, sino una sola carne» (Mt 19,6).

La autora subraya que el vínculo conyugal, además de ser el don mutuo entre los esposos, es un don divino. Como dice Jesús, «Dios ha unido» (Mt 19,6): es Dios quien une a los esposos al mismo tiempo que el vínculo es establecido por los esposos. Por ello, el matrimonio «es una alianza ante Dios que reclama fidelidad» (Francisco, Ex. ap. Amoris laetitia, 123).

Dado que el amor conyugal exige la plena fidelidad de los cónyuges, el vínculo también pertenece por naturaleza al ámbito de la justicia en las relaciones interpersonales. «Por esta dimensión de justicia del vínculo, el matrimonio es una institución». Se entiende así la siguiente enseñanza de san Juan Pablo II: «El único “lugar” que hace posible esta donación total es el matrimonio, es decir, el pacto de amor conyugal o elección consciente y libre, con la que el hombre y la mujer aceptan la comunidad íntima de vida y amor, querida por Dios mismo, que solo bajo esta luz manifiesta su verdadero significado. La institución matrimonial no es una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad ni la imposición extrínseca de una forma, sino exigencia interior del pacto de amor conyugal que se confirma públicamente como único y exclusivo, para que sea vivida así la plena fidelidad al designio de Dios Creador. Esta fidelidad, lejos de rebajar la libertad de la persona, la defiende contra el subjetivismo y relativismo, y la hace partícipe de la Sabiduría creadora» (Ex. ap. Familiaris consortio, 11).

El vínculo pertenece al ámbito de la justicia, y de aquí que el matrimonio sea una institución, pero en cuanto don no se reduce a su dimensión de justicia. El vínculo no solo constituye a los esposos en una comunidad, sino que nace y está al servicio de la comunión entre ellos y con Dios en el amor. ¿Esta trascendencia del vínculo sobre su dimensión de justicia confirma la verdad del corazón? ¿Se puede concluir con la autora que «el vínculo conyugal, alianza eterna con Dios, tendrá su realización plena en su significado UNITIVO a través del AMOR», o que «la comunión en el amor tendrá su realización plena en una unión nupcial y definitiva con Dios en Quien todo se perfecciona, todo cabe, todo se integra, todo vuelve a su pureza original, todo permanece»?

Toca al lector tras la lectura del libro juzgar la consistencia de la propuesta de la autora. Lo que puedo asegurar es que la lectura no dejará indiferente al lector interesado en el tema estudiado y enriquecerá su comprensión teológica del misterio del matrimonio.

Rafael Díaz Dorronsoro

INTRODUCCIÓN

SE ACERCABA EL TIEMPO de envejecer juntos, muy cerca de cumplir cincuenta años de casados. Después de haber visto crecer a nuestros hijos y nietos, tocaba ver llegar a los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación, como creíamos sucedería desde el día de la boda, cuando el padre imploró esta petición al término de la ceremonia. Sabíamos que tarde o temprano uno de los dos partiría primero. Sin embargo, la muerte suele tomarnos por sorpresa por más que aparezcan en el cielo nubes rosas anunciando el atardecer.

Más allá del dolor que experimenté por la muerte de Alejandro, mi esposo, son muchas las preguntas que surgieron cuando, después de vivir íntimamente unidos, llegó el día en que nos tuvimos que separar. A su partida, mis inquietudes no encontraban respuesta frente a las certezas que intuía el corazón —fuente de conocimiento—: «La verdad del matrimonio no es una ley impuesta desde fuera, sino una verdad inscrita en el corazón»[1].

No me refiero a la tristeza que se sufre durante el duelo, a la soledad que invade cuando nos dejan, a la añoranza que día a día van despertando los recuerdos o al vacío que oprime el alma cuando sobra la mitad de la cama y falta la mitad del corazón. Me refiero al VÍINCULO CONYUGAL —esencia del matrimonio—, aesa realidad intangible que sostiene a los esposos durante la vida conyugal, y quizá más intensamente, después de la muerte.

La trascendencia del vínculo conyugal no ha sido definida por el magisterio de la Iglesia. El criterio que adoptan la mayoría de los teólogos y especialistas en la materia considera que el matrimonio dura hasta que la muerte nos separe. Cuando muere Alejandro, basada en mi experiencia y en la de muchos otros, esta afirmación parecía contradictoria.

«Hasta que la muerte los separe o la migra los agarre» solía repetir, bromeando, monseñor Emilio Berlie —obispo emérito de Tijuana— a los nuevos esposos, en alusión al peligro que enfrentan los migrantes en esta esta ciudad fronteriza entre México y Estados Unidos, al cruzar del otro lado. La expresión era frecuente en películas populares cuando el padrecito, después de casar a los novios, los despedía diciendo: «Los declaro marido y mujer, hasta que la muerte los separe».

Más allá de lo anecdótico, me propuse averiguar si la frase lapidaria que decreta la fecha de caducidad del matrimonio tenía fundamentación teológica o si, por el contrario, había algo que trascendía más allá de la muerte. Investigué primero en la Escritura y en el Catecismo de la Iglesia Católica, así como también en documentos de pontífices, doctores de la Iglesia y autores contemporáneos. Al final pude constatar —no sin sorpresa— que semejante afirmación no se enuncia, como tal, en ningún lado.

La trascendencia del vínculo conyugal —incoada como música de fondo— aparece desde la primera alianza nupcial que Dios estableció con Adán y Eva en el Paraíso Terrenal y acompaña la narración bíblica a lo largo de toda la Escritura. La contiene también —aunque no siempre de manera explícita— el cuerpo doctrinal de la Iglesia y se expresa en el lenguaje teológico de la liturgia.

Sabemos que a la muerte de uno de los cónyuges, el viudo o la viuda quedan libres para volverse a casar. Nadie dice lo contrario. Y menos yo, cuando mi padre, mi abuelo y mi bisabuela, a la muerte de sus respectivos esposos, contrajeron segundas nupcias con todas las de la ley. ¿Cómo entender entonces que el vínculo perpetuo y exclusivo que origina el sacramento del matrimonio —como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica— desaparezca con la muerte?[2] ¿Cómo interpretar las palabras de san Pablo cuando compara al matrimonio —Gran Sacramento— con la unión de Cristo con su Iglesia, unión permanente y eterna? [3].

El cuerpo de los esposos es el lugar de comunicación del amor conyugal «de manera que ya no son dos sino una sola carne»[4] y en este sentido el matrimonio tiene su realización en el tiempo. Sin embargo, el amor conyugal no se limita al cuerpo, abarca también el alma espiritual que, junto con el cuerpo, conforman a la persona en todas las expresiones de su ser. ¿Qué sucede entonces cuando el cuerpo ya no está? La fe nos dice que fuimos creados para vivir eternamente y que, «para quienes creemos en ti, Señor, la vida se transforma, no se acaba; y disuelta nuestra morada terrenal, se nos prepara una mansión eterna en el cielo»[5].

¿Qué ocurre con «el vínculo matrimonial establecido por Dios mismo que, celebrado y consumado entre bautizados, no puede ser disuelto jamás?»[6].El Catecismo de la Iglesia Católica es muy claro cuando se refiere a la alianza conyugal contraída en el matrimonio: «La alianza de los esposos está integrada en laalianza de Dios con los hombres»[7]. También es contundente cuando habla del vínculo conyugal: «Por tanto, el vínculo matrimonial es establecido por Dios mismo de modo que el matrimonio celebrado y consumado entre bautizados no puede ser disuelto jamás»[8].Por otra parte, el Código de Derecho Canónico establece que «el matrimonio no puede ser disuelto por ningún poder humano ni por ninguna causa fuera de la muerte»[9]. ¿Cómo compaginar esta doctrina con las enseñanzas del Catecismo sobre un vínculo que «no puede ser disuelto jamás»[10]?¿Cómo puede la muerte disolver una alianza garantizada por la fidelidad de Dios?

Hoy en día, el ataque que sufre la familia a través de la ideología de género nosobliga a profundizar en la naturaleza humana de manera que la dignidad de la persona, el valor sagrado de la vida, la complementariedad sexual —hombre-mujer— y el matrimonio, principio fundacional de la familia, son en la actualidad temas prioritarios. De ahí la importancia de ahondar en la naturaleza del VÍNCULO CONYUGAL —esencia del matrimonio—. Su trascendencia en la familia y en la sociedad nos compromete a todos:

A los casados, descubrir la fuerza del vínculo conyugal les afianzará en su compromiso de amor y fidelidad frente a las amenazas de un mundo plagado de materialismo y hedonismo.