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Una de las tragedias rurales de Lorca en forma de obra teatral, Yerma presenta a una mujer incapaz de concebir, y la pena, la frustración y el dolor que dicha imposibilidad le produce. En este texto, al igual que en el resto de su trilogía de tragedias rurales, Lorca mezcla poesía, un crudo realismo rural y una dimensión mitológica de la realidad andaluza.
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Seitenzahl: 55
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Federico García Lorca
Saga
YermaCover image: Shutterstock Copyright © 1934, 2020 Federico García Lorca and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726479683
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 2.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
YERMA
HEMBRA
MARÍA
CUÑADA 1ª
VIEJA PAGANA
CUÑADA 2ª
DOLORES
MUJER 1ª
LAVANDERA 1ª MUJER 2ª
LAVANDERA
2ª NIÑO
LAVANDERA
3ª JUAN
LAVANDERA
4ª VÍCTOR
LAVANDERA
5ª MACHO
LAVANDERA 6ª HOMBRE 1º
MUCHACHA
1ª HOMBRE 2°
MUCHACHA
2ª HOMBRE 3°
(Al levantarse el telón está YERMA dormida
con un tabanque de costura a los pies.
La escena tiene una extraña luz de sueño. Un pastor sale de puntillas mirando
fijamente a YERMA. Lleva de la mano a un
niño vestido de blanco.
Suena el reloj. Cuando sale el pastor, la luz se
cambia por una
alegre luz de mañana de primavera. YERMA se
despierta.)
CANTO
VOZ DENTRO.-
A la nana, nana, nana,
a la nanita le haremos
una chocita en el campo
y en ella nos meteremos.
YERMA.-Juan, ¿me oyes? Juan.
JUAN.-Voy.
YERMA.-Ya es la hora.
JUAN. ¿Pasaron las yuntas?
YERMA.-Ya pasaron.
JUAN.-Hasta luego. (Va a salir.)
YERMA.-¿No tomas un vaso de leche?
JUAN.- ¿Para qué?
YERMA.-Trabajas mucho y no tienes tú cuerpo
para resistir los trabajos.
JUAN.-Cuando los hombres se quedan enjutos
se ponen fuertes como el acero.
YERMA.-Pero tú no. Cuando nos casamos eras
otro. Ahora tienes la cara blanca como si no te
diera en ella el sol. A mí me gustaría que fueras
al río y nadaras y que te subieras al tejado
cuando la lluvia cala nuestra vivienda. Veinti-
cuatro meses llevamos casados, y tú cada vez
más triste, más enjuto, como si crecieras al
revés.
JUAN.-¿Has acabado?
YERMA.-(Levantándose.) No lo tomes a mal. Si
yo estuviera enferma me gustaría que tú me
cuidases. “Mi mujer está enferma. Voy a matar
ese cordero para hacerle un buen guiso de car-
ne.” “Mi mujer está enferma. Voy a guardar
esta enjundia de gallina para aliviar su pecho,
voy a llevarle esta piel de oveja para guardar
sus pies de la nieve.”Así soy yo. Por eso te cui-do.
JUAN.-Y yo te lo agradezco.
YERMA.-Pero no te dejas cuidar.
JUAN.-Es que no tengo nada. Todas esas cosas
son suposiciones tuyas. Trabajo mucho. Cada
año seré más viejo.
YERMA.-Cada año... Tú y yo seguiremos aquí
cada año...
JUAN.-(Sonriente.) Naturalmente. Y bien sose-
gados. Las cosas de la labor van bien, no tene-
mos hijos que gasten.
YERMA. - No tenemos hijos... ¡Juan!
JUAN.-Dime.
YERMA.-¿Es que yo no te quiero a ti?
JUAN.-Me quieres.
YERMA. - Yo conozco muchachas que han
temblado y que lloraban antes de entrar en la
cama con sus maridos. ¿Lloré yo la primera vez
que me acosté contigo? ¿No cantaba al levantar
los embozos de holanda? Y no te dije, ¡cómo
huelen a manzanas estas ropas!
JUAN.-¡Eso dijiste!
YERMA.-Mi madre lloró porque no sentí sepa-
rarme de ella. ¡Y era verdad! Nadie se casó con
más alegría. Y, sin embargo. . .
JUAN.- Calla. Demasiado trabajo tengo yo con
oír en todo momento...
YERMA.-No. No me repitas lo que dicen. Yo
veo por mis ojos que eso no puede ser. . A fuer-
za de caer la lluvia sobre las piedras éstas se
ablandan y hacen crecer jaramagos, que las
gentes dicen que no sirven para nada. "Los ja-
ramagos no sirven para nada", pero yo bien los
veo mover sus lores amarillas en el aire.
JUAN.-¡Hay que esperar!
YERMA.- Sí; queriendo. (YERMA abraza y besa
al marido, tomando ella la iniciativa.) ,
JUAN.-Si necesitas algo me lo dices y lo traeré.
Ya sabes que no me gusta que salgas.
YERMA.-Nunca salgo.
JUAN.-Estás mejor aquí.
YERMA.-Sí.
JUAN.-La calle es para la gente desocupada.
YERMA.-(Sombría) Claro.
(El marido sale y YERMA se dirige a la costura,
se pasa la mano por el vientre, alza los brazos
en un hermoso bostezo y se sienta a coser.)
¿De dónde vienes, amor, mi niño?
De la cresta del duro frío.
¿Qué necesitas, amor, mi niño?
La tibia tela de tu vestido.
(Enhebra la aguja)
¡Que se agiten las ramas al sol
y salten las fuentes alrededor!
(Como si hablara con un niño.)
En el patio ladra el perro,
en los árboles canta el viento.
Los bueyes mugen al boyero
y la luna me riza los cabellos.
¿Qué pides, niño, desde tan lejos?
(Pausa. )
Los blancos montes que hay en tu pecho.
¡Que se agiten las ramas al sol y salten las fuen-
tes alrededor!
(Cosiendo.)
Te diré, niño mío, que sí,
tronchada y rota soy para ti.
¡Cómo me duele esta cintura
donde tendrás primera cuna!
Cuándo, mi niño, vas a venir.
(Pausa.)
Cuando to carne huela a jazmín.
¡Que se agiten las ramas al sol
y salten las fuentes alrededor!
(YERMA queda cantando. Por la puerta entra
MARÍA, que viene con un lío de ropa.)
YERMA.-¿De dónde vienes?
MARÍA.-De la tienda.
YERMA.-¿De la tienda tan temprano?
MARÍA.-Por mi gusto hubiera esperado en la
puerta a que abrieran; y ¿a que no sabes lo que
he comprado?
YERMA.- Habrás comprado café para el des-
ayuno, azúcar, los panes.
MARÍA.-No. He comprado encajes, tres varas
de hilo, cintas y lanas de color para hacer ma-
droños. El dinero lo tenía mi marido y me lo ha
dado él mismo.
YERMA.-Te vas a hacer una blusa.
MARÍA.-No, es porque... ¿sabes?
YERMA.--¿Qué?
MARÍA.-Porque ¡ya ha llegado!
(Queda con la cabeza baja. YERMA se levanta y
queda mirándola con admiración.)
YERMA.-¡A los cinco meses!
MARÍA.-Sí.
YERMA.-¿Te has dado cuenta de ello?
MARÍA.-Naturalmente.
YERMA.-(Con curiosidad.) ¿Y qué sientes?
MARÍA.-No sé. Angustia.
YERMA. - Angustia. (Agarrada a ella.) Pero...
¿cuándo llegó?... Dime. Tú estabas descuidada.
MARÍA.-Sí, descuidada...
YERMA. - Estarías cantando, ¿verdad? Yo can-
to. Tú... dime...
MARÍA.-No me preguntes. ¿No has tenido
nunca un pájaro vivo apretado en la mano?
YERMA.-Sí.
MARÍA.-Pues, lo mismo..., pero por dentro de
la sangre.
YERMA. - ¡Qué hermosura! (La mira extraviada.)
MARÍA. - Estoy aturdida. No sé nada.
YERMA.-¿De qué?
MARíA.-De lo que tengo que hacer. Le preguntaré a mi madre.
YERMA. ¿Para qué? Ya está vieja y habrá olvi-
dado estas cosas. No andes mucho y cuando
respires respira tan suave como si tuvieras una
rosa entre los dientes.
MARÍA.-Oye, dicen qur más adelante te empu-
ja suavemente con las piernecitas.
YERMA.-Y entonces es cuando se le quiere
más, cuando se dice ya: ¡mi hijo!
MARÍA.-En medio de todo tengo vergüenza.
YERMA. ¿Qué ha dicho tu marido?
MARÍA.-Nada.
YERMA. ¿Te quiere mucho?
MARÍA.-No me lo dice, pero se pone junto a mí
y sus ojos tiemblan como dos hojas verdes.
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