Yo soy tú - Diego Isabel La Moneda - E-Book

Yo soy tú E-Book

Diego Isabel La Moneda

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Beschreibung

Todas las personas tenemos algo en común: ¡queremos ser felices! "Yo soy tú" desarrolla una propuesta concreta y viable para construir una Nueva Sociedad en la que tanto los gobiernos como el resto de organizaciones humanas (empresas, ONG, etc.) tengan como principal objetivo la felicidad y el bien común. El reconocimiento de la doble identidad de nosotros los seres humanos —que somos tanto individuos singulares como seres sociales conectados— resuelve la dolorosa e innecesaria "contradicción" entre libertad y comunidad o, en términos de sistemas económicos, entre "capitalismo" y "comunismo". La perspectiva que aporta Diego Isabel La Moneda en "Yo soy tú" ayuda a resolver esta contradicción y a unir libertad y comunidad en todos los aspectos de la existencia humana. (Christian Felber, autor de Economía del bien común)

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Diego Isabel La Moneda

Yo soy Tú

Colección Con vivencias

33. Yo soy Tú

Primera edición en papel: junio de 2013

Primera edición: diciembre de 2013

© Diego Isabel La Moneda

© De esta edición:

Ediciones OCTAEDRO, S.L.

Bailén, 5, pral. — 08010 Barcelona

Tel.: 93 246 40 02 — Fax: 93 231 18 68

www.octaedro.com — [email protected]

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN: 978-84-9921-480-1

Gracias

A mi familia, por el amor y la educación en valores que he recibido de todos vosotros.

A mis amigos, por todos los momentos de felicidad compartidos.

A todos aquellos que cada día sueñan y trabajan por cambiar el mundo, por ayudarme a creer en la bondad humana.

A quienes me han hecho sufrir, por ayudarme a crecer como persona.

PRÓLOGO DEL AUTOR

Primer día escribiendo

Estoy en el jardín de la casa que temporalmente será mi hogar en la costa malagueña, son las siete de la tarde, solo llevo mi pantalón naranja de yoga, ese del que mis amigos se ríen cuando me lo ven puesto.

El frescor de la tarde envuelve el ambiente. En el pequeño jardín de este nuevo hogar, mis ojos solo abarcan a ver verdes mezclados con los violetas de las flores que cuelgan desde el techo de madera del pequeño cenador en el que estoy cómodamente sentado. Oigo el canto de una chicharra. En breve callará para dar paso a los últimos sonidos del atardecer.

Hoy ha sido un domingo perfecto. Día de playa con Rebeca, vagueando como a nosotros nos gusta. Hemos comprado el periódico y un suplemento dominical que, sorprendentemente, traía varios artículos interesantes. Me ha llamado la atención uno sobre cómo ser feliz con las cosas sencillas y me ha encantado otro en el que cuentan cómo es un día del grupo español Amaral antes de un concierto y cómo fueron sus inicios. Me ha sorprenddo la descripción de la sencillez que caracteriza a los dos integrantes del grupo. Dos simples personas que son capaces de lograr que miles de seres vibren, canten, griten y salten al unísono y que también pueden hacer que en la intimidad esas mismas personas escuchen sus canciones y se emocionen, rían, lloren y amen. ¿Será la magia de la música o será la magia de la sencillez…?

En la playa hemos tomado el sol durante un par de horas, lo suficiente para que la piel de Rebeca empezara a sonrojarse dando la voz de alarma y señalando la hora de volver a casa. Comida en el jardín y siesta en la cama —siesta VIP, como la llamamos nosotros.

Por la tarde hemos cumplido el primer paso de uno de los sueños de Rebeca, hemos ido a un vivero y hemos comprado diversas semillas para construir nuestro primer huerto, o mejor dicho, minihuerto. Ella ha escogido guisantes, calabacín, brócoli y cogollos de Tudela —todo aquello que la dependienta nos ha indicado que podemos cultivar en el mes de septiembre—. Yo he escogido espinacas, orégano y perejil para utilizar en mis pinitos como aprendiz de chef.

Veremos cómo acaba la aventura. Quizá el nuevo huerto se convierta en uno de esos «juguetes» con los que uno se entretiene unos días y luego abandona, o quizá se convierta en un nuevo hobby, así como en unos suculentos platos de sana dieta mediterránea.

Desde que aprendimos lo que es la permacultura —cultivar plantas en casa para producir tus propios alimentos— nos pareció la idea más maravillosa del mundo. ¿Cuánto dinero se desperdicia en cultivar y cuidar jardines y plantas ornamentales en nuestras ciudades y nuestras casas? Esta es una de esas preguntas que podemos hacernos en una España y en un mundo sumidos en plena crisis económica en la que nadie aporta soluciones sencillas y prácticas. Hace tres años, ni nos lo hubiéramos planteado… Son los esbozos de una crisis que, a pesar de todo el sufrimiento generado, algún día traerá consecuencias positivas.

En fin, nos ha parecido una idea sencilla y hemos dado el primer paso —ese que tanto cuesta dar—. Ahora solo queda esperar a que la naturaleza, con un poco de nuestra ayuda —no olvidemos que somos parte de ella—, dé sus frutos en forma de ricas ensaladas y verduras a la plancha.

Hace tiempo que los dos hemos hablado del sentimiento interior que nos empuja a recuperar el contacto directo con la naturaleza, a «ensuciarnos las manos» con la tierra e incluso a pincharnos con alguna espina.

Yo echo de menos los años en los que todos los meses tenía alguna acampada con el grupo de scouts, aquellas marchas por el bosque en las que pensábamos que moriríamos antes de llegar al final y que luego, incluso hoy en día, siguen siendo recordadas, en nuestras «quedadas» del grupo de amigos de la infancia, con la emoción de las grandes aventuras vividas y las risas de las anécdotas más pintorescas.

Ella añora los veranos en su pequeño pueblo castellano, Villalaco. Los baños en el río, los juegos en los campos de cereal y las puertas de las casas siempre abiertas. Cuando sale el tema, suele aprovechar para recrearse y darme envidia, sabe que siempre me quejo de no haber tenido ni pueblo ni barrio y exagero lo triste de ser un chico «del centro» sin anécdotas del verano ni gamberradas compartidas con los vecinos.

Puede que las sensaciones que nos aporte nuestro nuevo huerto estén lejos de las aventuras gloriosas de mis años tanto de niño como de monitor en los scouts y más lejos aún de los olores a pueblo y las rodillas ensangrentadas de la niñez, pero seguro que comparten su sencillez, su realidad, su contacto con lo natural, con la Pachamama —como dirían en Latinoamérica—. Lo que realmente tienen en común es algo que, de una u otra manera, con unos u otros detalles, todos lo humanos hemos vivido y entendemos, esa sensación de felicidad que aportan los momentos con los amigos y el contacto con la naturaleza.

Lo que acabas de leer ¿no te ha recordado momentos, lugares y anécdotas vividas por ti?

Cambian las personas, los lugares y las anécdotas, pero las emociones, las risas y la sensación interna de paz al recordarlos hacen de esos momentos algo común para todos los humanos.

La chicharra ya se ha callado, algunos pájaros siguen cantando y la luz del sol ha dado paso a las primeras sombras y al frescor del atardecer. Mientras yo empezaba a escribir, Rebeca ya ha plantado las primeras semillas en un semillero, etiquetándolas y ordenándolas perfectamente. Voy a entrar en casa a preparar la cena. Hoy nos iremos pronto a dormir, mañana es lunes y la vida como consultores empresariales hace de las semanas algo duro, largo y monótono.

Sobre mí

Siempre me he considerado una persona de lo más normal. En numerosas ocasiones, me siento extraño por ser tan normal. No pertenezco a ninguna de las que podríamos denominar «tribu» urbana. Ni en la forma de ser ni en la forma de vestir, que tan a menudo sirve para identificarlas.

De niño nunca he destacado por nada en especial, sacaba buenas notas sin esforzarme demasiado, no destacaba en ningún deporte, ni guapo ni feo, ni divertido ni aburrido. De joven, más de lo mismo. Como adulto tampoco he destacado por nada en especial, salvo por algo que en mi país, España, es bastante inusual: crear tu propia empresa. Con 26 años y tan solo dos años de experiencia laboral decidí establecerme por mi cuenta y crear mi propia firma consultora dedicada al desarrollo sostenible y a la responsabilidad social corporativa. Han sido años de éxitos y fracasos, he conocido y trabajado con personas maravillosas y he sufrido el egoísmo y la envidia humana, algo que nunca comprenderé. Pero, sobre todo, ha sido una experiencia que me ha ayudado a aprender día a día y a crecer como profesional y como persona.

Mi principal fortuna ha sido la de tener y mantener un estupendo grupo de amigos desde los cuatro años hasta hoy en día. A este grupo de cinco amigos de infancia y juventud en mi ciudad natal, se unieron aquellos que conocí en el Colegio Mayor Elías Ahuja, en Madrid, durante mis años de universidad. Con unos y otros he compartido mi vida. Con los primeros, la diversión y risas inagotables de la juventud, la vida y campamentos en el grupo scout, los primeros amores, las borracheras juveniles y también lágrimas y momentos difíciles.

Con unos y otros comparto mi vida de adulto, el lento abandono de las salidas nocturnas —todos hemos padecido un preocupante complejo de Peter Pan—, la vida laboral, la estabilidad con nuestras parejas y la profunda crisis existencial de la que ninguno parece escapar entre los 30 y los 40 años.

Y los viajes por Latinoamérica. Desde que empezamos a trabajar y a disponer de algún dinero para las vacaciones, cada año hemos hecho un viaje a algún país de Sudamérica al que se apuntaban aquellos que podían. Unas veces hemos sido solo tres, otras hasta quince —también han venido nuestras parejas y algún que otro amigo de amigo—. Los únicos requisitos del viaje eran tener un billete barato de ida y vuelta y recorrer el país huyendo de las rutas turísticas tradicionales. Siempre me ha gustado decir que hacemos turismo «de personas». No buscamos monumentos culturales o naturales, buscamos el contacto y la convivencia con las diferentes personas que se van cruzando en nuestro camino, viviendo cada momento con intensidad, con todos los sentidos despiertos y alerta, ávidos de momentos diferentes a lo que vivimos durante el resto del año. Disfrutando de amaneceres y atardeceres, de la conversación con un anciano, de la fiesta inesperada en la casa de un desconocido, de la convivencia con indígenas, de conducir todo el día por exóticas carreteras, de reír toda la noche.

Así hemos recorrido la práctica totalidad de Latinoamérica, el Amazonas, los Andes, las playas e incluso el desierto. Y en una de esas noches ocurrió que, de forma mágica e inesperada, surgió la motivación que hoy me ha llevado a encontrarme a mí mismo escribiendo un libro, algo que nunca entró en mis planes.

Fue en el viaje a Venezuela, en el año 2005. Comenzamos el viaje adentrándonos en el corazón del Amazonas. Nos dirigimos hasta Ciudad Bolívar, en la entrada de la selva, y desde allí viajamos durante un día en todoterreno hasta agotar la posibilidad de avanzar por carretera. La siguiente parte del viaje la hicimos en dos botes descendiendo el río Caura en plena selva amazónica. En su parte trasera, cada bote tenía un pequeño motor que manejaba uno de nuestros guías. Los botes eran alargados y estrechos, de modo que íbamos solos, sentados en los pequeños tablones de madera que hacían la función de asientos. A pesar de ser suave, el sonido del motor hacía casi imposible la conversación. Gracias a ello, el viaje lo disfrutamos observando la selva que invadía ambas orillas del río. Fue una experiencia meditativa única. Un día entero observando inmensos árboles, aves de vivos colores y el salto de algún que otro mono. En silencio, en paz y con una sonrisa en el rostro que de vez en cuando compartíamos con el compañero que iba delante o detrás en el bote.

Así descendimos por todo el río Caura hasta llegar al lugar que los indígenas denominan El Playón, un lugar de arenas blancas —dignas de la mejor playa caribeña— y de aguas oscuras, a causa de los elevados procesos de descomposición de la vegetación en la selva, ocupado por unas pocas chozas y habitado por un pequeño número de indígenas. Permanecimos allí cinco días, que recuerdo como los más felices de mi vida en cada instante, en cada segundo.

La felicidad suele ser un estado de ánimo muy puntual y pasajero. Allí no, el tiempo se detuvo y, con él, la sensación de felicidad permaneció con nosotros de forma continua. Durante aquellos días nos autodenominábamos «Los Flanders» en honor a la familia vecina de «Los Simpson» en la serie de TV, conocidos por su estado de continua felicidad —traspasando la frontera de la estupidez—, a pesar de todo lo que les suceda.

Que uno de nosotros decía «¡a bañarnos al río!», allá que íbamos todos a chapotear y reír. Que otro decía «¡a dar un paseo por la selva!», allá íbamos todos juntitos, saltarines y despreocupados. El último día incluso tuvimos la suerte —suerte porque nos dijeron que ocurre en muy extrañas ocasiones— de que, cuando estábamos bañándonos en el río, apareció un grupo de delfines de agua dulce, a los que los indígenas llaman toninas. Sí, parece increíble pero es cierto, en pleno corazón de la selva del Amazonas existe una especie de delfines de agua dulce. Siguiendo las instrucciones de nuestro guía, nos zambullimos en el río y empezamos a chapotear, ya que esto les atrae y hace que se acerquen a jugar. Y así pasamos nuestro último atardecer en el río Caura, jugando con las toninas bajo un cielo anaranjado, como si estuviéramos en un cuento de hadas.

Finalizada la semana en la selva, alquilamos dos todoterrenos y seguimos recorriendo el país. El siguiente destino fueron las paradisiacas playas del Caribe venezolano. Nos alojamos en el pequeño pueblo de San Juan de las Galdonas, en la alejada Península de Paria, al noreste del país.

Alquilamos unas habitaciones en un exótico y rústico alojamiento rural, situado en un acantilado al borde el mar. Este pequeño negocio era el proyecto y hogar de Luis, un emigrante español que, como tantos otros, partió de su Rioja natal en busca del sentido de la vida, tan difícil de encontrar en los países que llamamos «desarrollados».

Era un hombre alto, delgado y esbelto, de porte señorial, pelo y barba blanca y pocas palabras. Era una de esas personas que con su sola presencia transmite paz. No hacía falta mantener una conversación transcendental. Con solo sentarse en la mesa mirando al mar y sentir sus movimientos preparando el desayuno, todo estaba dicho.

Mucha gente como él abandonan sus trabajos y propiedades en Europa o Estados Unidos y viaja a Latinoamérica, África o Asia con el objeto de cambiar de vida y encontrar sentido a su existencia. No todos lo logran. La mayoría fracasan, llevándose sus fantasmas con ellos. Como dijo el poeta romano Horacio: «Quienes cruzan el mar cambian de cielo, pero no de alma».

Luis sí había cambiado de alma, se sentía. Tiempo después supe cómo lo logró. Hubo un detalle al que en aquellos días no di gran importancia, pero hoy sé que fue la herramienta clave que aquel hombre, ejemplo de calma y paz, utilizó para alcanzar el ansiado objetivo de sentirse bien y en paz consigo mismo.

Con él trabajaba su sobrino, que para nada era ejemplo de paz y sosiego, sino más bien un aventurero en busca de la «autorrealización» a través de la juerga. Todos los atardeceres, Luis desaparecía. Un día, al preguntarle a su sobrino por él, este nos contó que su tío «está un poco loco, todas las tardes se sienta en su cuarto a meditar, como si estuviera preparándose para la muerte o algo así».

En aquella época, la palabra meditar no significaba para mí nada en especial. Suponía que era algún tipo de rezo o ejercicio que hacían los hindúes, los lamas del Tíbet y cuatro hippies desfasados de los años sesenta. Pero el comentario sobre Luis y sus momentos de meditación en los atardeceres caribeños quedó almacenado y disponible en mi mente.

El viaje por Venezuela finalizó en Caracas. Las grandes ciudades latinoamericanas nunca nos han atraído. Quitando su centro histórico, con su Iglesia colonial y su antigua Plaza de Armas, tienen poco más que ofrecer. Atascos, polución, inseguridad… Han sabido copiar lo mejorcito de las ciudades desarrolladas.

La noche anterior a tomar el vuelo de regreso a España, salimos de fiesta para despedirnos del país. Como nos acompañaban amigos venezolanos, tuvimos la suerte de ir a sitios seguros y con buena música. Algo imprescindible en una ciudad como Caracas, con un promedio de cinco muertes violentas y treinta asaltos a mano armada diarios.

La celebración finalizó en un gran local con muy buena música —mezclando temas desde los sesenta hasta los noventa— y con alguna que otra copa de más. Recuerdo que el lugar tenía diversas salas y que para pasar de una a otra había que cruzar a través de pequeños espacios separados por grandes y pesadas cortinas. Y esa noche, entre tragos de ron y brindis de exaltación de la amistad, en el interior de mi mente sucedió algo especial, algo que me ha movido hasta hoy.

En algún momento de la noche se encendió una pequeña pero ardiente chispa con un mensaje sencillo, claro y trascendental. «Mi misión es alcanzar mi máximo potencial como Ser».

No sé ni cómo ni por qué sucedió. Supongo que el alcohol a veces ayuda a despertar o a utilizar partes del subconsciente que en otras circunstancias están aletargadas. Supongo que contribuirían el viaje en lancha por el Caura, los días «flanderianos» en «El Playón» y el misterio que despierta alguien que vive en paz consigo mismo y la trasmite a aquellos que le rodean. Me imagino que también influyó el resto de mi vida, el resto de mi Yo. La educación en valores recibida de mis padres y mis años en los scouts, primero como chaval y luego como monitor, jugando y trabajando siempre bajo el lema de «Intentad dejar el mundo en mejores condiciones de cómo os lo encontrasteis».

Recuerdo que entre trago y trago de ron comentaba la frase con alguno de mis amigos. Recuerdo cómo filosofábamos y debatíamos sobre cuál era el máximo potencial de cada uno, sobre el sentido de la vida y la necesidad vital de sentirse útil, de sentirse parte de un todo, de sentir que la vida tiene algún sentido. Comentamos que con los treinta y un años que teníamos por entonces, aún no habíamos hecho «algo importante». A lo largo de toda la historia, con esa edad, los hombres y las mujeres normales que han habitado este planeta ya habían recorrido la mayor parte de sus vidas intentando dejar su huella. Los grandes personajes de la historia, conquistadores, inventores, artistas, filósofos y grandes seres humanos como Buda o Jesús, con esa edad estaban recorriendo el camino de la iluminación y dejando un mensaje de vida para toda la humanidad.

¿Conversaciones de borrachos? Prefiero considerarlo un debate entre personas que se sienten vivas. Un debate que en nuestro querido primer mundo escasea, o escaseaba, ya que, gracias a la crisis económica, parece que por fin muchas personas empiezan a despertar y a preguntarse por lo que realmente importa en sus vidas.

Último día escribiendo

Ha transcurrido un año desde que comencé a poner por escrito mis ideas y mi visión de la vida. El huerto ha crecido y, a pesar de algún fracaso con los calabacines y las espinacas, hemos disfrutado del placer de alimentarse con productos cultivados por uno mismo. Jamás pensé que lo que empecé a escribir hace un año llegaría a convertirse en un libro. No era ese el objetivo inicial. Los primeros meses apenas escribí algunas páginas y apuntes sueltos y, a partir de la primavera del año 2012, empecé a ordenar mis ideas y a escribir de manera fluida.

Ha sido un año muy duro en lo personal y en lo profesional. Ha sido un año en el que he visto la cara más miserable de algunas personas. Por eso, no ha sido fácil encontrar momentos de calma en los que escribir con motivación y sin la influencia de los problemas propios y ajenos. Aunque he conocido la parte más oscura de algunos corazones, me he reafirmado en una idea: a pesar de nuestras imperfecciones, las personas somos buenas y merecemos ser felices. Por ello, necesito perdonar y perdonarme para seguir avanzando en mi propio desarrollo personal, en la búsqueda de mi verdadero ser. Escribir mis ideas me ha ayudado a conocerme mejor y a reencontrarme conmigo mismo. Por el camino he tomado una de las decisiones más importantes de mi vida: abandonar mi actual actividad profesional, descansar, respirar hondo y reorientar mi vida. Me he dado cuenta de que mi trabajo me impedía alcanzar «mi máximo potencial».

Hoy puedo decir que tengo claro a qué quiero dedicar mi vida: «A Cambiar el Mundo». Puede parecer arrogante, intrépido o estúpido, pero es lo que siento desde mi interior y en lo que pienso al levantarme cada mañana. Sé que el primer paso es el más difícil: cambiarme a mí mismo —ya nos lo recomendó Gandhi—, pero estoy firmemente decidido a trabajar en mi transformación personal. Sé que, escuchando en mi interior y conociendo mis limitaciones, podré llegar a ser un agente de cambio y mejorar el mundo que nos rodea. Todos podemos hacerlo y, por ello, todos debemos contribuir a construir y a disfrutar de un mundo mejor.

Este libro es para cada persona que desea que el mundo cambie. Es un libro para cada persona que desea pasar a la acción y contribuir a ese cambio. Por eso lo escribo en segunda persona de singular. Porque es un libro para ti.

Lo importante de este libro no son las ideas y opiniones que yo, como persona normal y aprendiz de escritor, he plasmado en estas páginas. Podrás estar de acuerdo o en total desacuerdo con ellas. Lo verdaderamente importante, donde está la magia, es en las opiniones, reflexiones e ideas que tú seas capaz de desarrollar a partir de lo que aquí leas. Y es más, esa magia se transformará en realidad, en cambio y renovación de tu realidad y de la realidad de los que te rodean, en las acciones que seas capaz de emprender y en los cambios que seas capaz de materializar una vez alcanzada la última página.

Estás aquí para descubrir tu propio camino y entregarte a él en cuerpo y alma.

Buda. El Dhammapada

PARTE I

HACIA UNA NUEVA SOCIEDAD

Un antropólogo propuso un juego a los niños de una tribu africana. Puso una canasta llena de frutas cerca de un árbol y le dijo a los niños que aquel que llegara primero ganaría todas las frutas. Cuando dio la señal para que corrieran, todos los niños se tomaron de las manos y corrieron juntos, después se sentaron juntos a disfrutar del premio. Cuando él les preguntó por qué habían corrido así si uno solo podía ganar todas las frutas, le respondieron: «Ubuntu, ¿cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás están tristes?»

(Ubuntu, en la cultura Xhosa, significa: «Yo soy porque nosotros somos».)

Pequeña historia extraída de Internet

¿Cómo lograr un cambio tan grande, tan universal, que consiga transformar nuestra sociedad en un mundo mejor, en una Nueva Sociedad?1

La fórmula que permitirá transformar el mundo es tan sencilla que, por esa misma sencillez, se convierte en mágica y poderosa. Responde a la esencia de la existencia humana, da sentido a nuestras vidas y se encuentra en lo más genuino y verdadero de todas las creencias y religiones que han motivado al ser humano durante millones de años. La fórmula mágica consiste en reconocernos en los demás y reconocer la Unidad Universal de todos los seres.

Las antiguas civilizaciones expresaban el concepto de Unidad mediante el saludo. En el sur de África, la cultura Xhosa utilizaba la palabra ubuntu, que significa «yo soy porque nosotros somos». Otras tribus africanas usaban para saludarse la palabra sawabona para expresar: «yo te respeto, yo te valoro y tú eres importante para mí», a lo que la otra persona respondía: shikoba, que significa: «entonces, yo existo para ti».

Una de las civilizaciones que más interés y misterio despierta, los mayas, utilizaban como saludo la expresión In Lak´ech, que significa «yo soy tú», a lo que la otra persona respondía: Hala Ken, confirmando la verdad «tú eres yo».

El calendario maya señalaba el veintiuno de diciembre de 2012 como la fecha de inicio de una nueva Era. Muchos piensan que ese día no ocurrió nada. Mi opinión es que algo nuevo está sucediendo en la humanidad, una nueva Era está naciendo. En el espíritu de muchas personas existe el deseo de que esta nueva etapa esté marcada por el amor y el sentimiento de unidad. Si cada vez que te encuentres junto a otra persona piensas y sientes: «yo soy tú», ese deseo se hará realidad.

1. Nueva Sociedad: A lo largo del libro denominaré «Nueva Sociedad», escrito en mayúsculas, a aquella sociedad en la que el objetivo de todas las personas, organizaciones y gobiernos es la felicidad de todas y cada una de las personas que habitan y habitarán el planeta.

1. TODOS QUEREMOS LO MISMO, ¡SER FELICES!

La felicidad es el significado y la finalidad de la vida, el propósito y el objetivo de la existencia humana.

Aristóteles

1.1. Todos queremos ser felices

¿Quieres ser feliz? Ante esta sencilla pregunta, cualquier persona responderá afirmativamente. Todos nosotros firmaríamos e incluso pagaríamos por disfrutar de más momentos con risas, por sentirnos a gusto con las sensaciones físicas de nuestro cuerpo, con los pensamientos de nuestra mente y con las emociones de nuestro corazón.

Aunque la felicidad es un concepto difícil de definir con palabras, cualquier persona entiende perfectamente su significado. La sensación de felicidad está ligada a un estado en el que nuestro cuerpo y nuestra mente, nuestro Ser, se encuentra en paz, satisfecho consigo mismo y con las personas y circunstancias que le rodean. El debate comienza cuando nos preguntamos: ¿qué circunstancias, qué agentes externos o, incluso, qué objetos favorecen alcanzar ese estado denominado felicidad?

El error está en el propio planteamiento de la pregunta. La sensación de felicidad es un estado intrínseco y propio del individuo. Las circunstancias y agentes externos están ahí y tienen influencia sobre la personas, pero, ante idénticas situaciones, diferentes personas reaccionarán de muy diversas maneras. Ante la misma circunstancia, unas personas serán felices, mientras que otras podrán llegar a ser muy desdichadas.

Podemos encontrar ejemplos extremos en situaciones críticas como las guerras o en estados de extrema pobreza, en los que, a pesar de lo crítico de las circunstancias, hay personas que consiguen ser felices. En contraposición, existen muchísimas personas que, poseyendo todo lo que desean —dinero, fama, poder—, son sumamente desdichadas.

Ante situaciones cotidianas idénticas observamos cómo diferentes personas pueden alcanzar un estado de felicidad o de desdicha total. Vas conduciendo al trabajo y de repente otro vehículo hace una maniobra arriesgada y está a punto de colisionar contigo. Durante un instante el cuerpo se pone en tensión ante la situación de peligro. Una vez pasado el momento, podemos encontrarnos dos reacciones opuestas. Algunas personas empezarán a insultar al conductor, generarán sentimientos de odio e ira y los llevarán consigo mucho más allá del momento de peligro. La persona que actúe así, llegará a su puesto de trabajo de mal humor y con el gesto descompuesto y enfadado. No saludará a sus compañeros y, ante la mínima situación, gritará a otras personas retroalimentándose en su enfado, haciéndose daño a sí mismo y a los demás. Regresará a su casa, sus hijos le pedirán que juegue con ellos y les contestará «no estoy para tonterías, he tenido un mal día».

Otra persona, una vez salvada la situación de peligro, estará agradecido por haber salido sano y salvo de ella. Se alegrará por seguir viva, pensará que la vida es bella y puede acabar en cualquier momento y se propondrá disfrutar mucho más de cada momento del día. Saludará con una sonrisa a sus compañeros, se interesará por ellos y sus familias, disfrutará de su jornada laboral, saboreará su comida, regresará a casa y jugará con sus hijos.

¿Te resulta familiar la historia? Todos nosotros hemos dicho alguna vez: «hoy mejor no haberme levantado», o por contra: «¡qué día más genial!». En muchas ocasiones, parece que el día evoluciona, positiva o negativamente, en función de cómo hemos comenzado la jornada. Esto no se debe a que existan «días malos» o «días buenos», somos nosotros mismos los que hacemos que el día sea «malo» o «bueno». Si has leído el libro El secreto, o has visto la película, sabrás que la Ley de la Atracción es una ley universal muy potente. En función de nuestros pensamientos y deseos, generamos un gran poder sobre lo que nos ocurre, atrayendo aquello que ocupa nuestra mente. Si piensas: «¡voy a llegar tarde, voy a llegar tarde!», es muy probable que llegues tarde. Tu cerebro está mandando mensajes a tu cuerpo que favorecerán que llegues tarde.

Somos energía. Nuestra mente emite ondas que afectan a todo nuestro cuerpo y que también son captadas por el resto de personas. Si emitimos pensamientos negativos, generamos y favorecemos entornos negativos. Si emitimos pensamientos positivos, estamos favoreciendo situaciones positivas para nosotros y para los demás. ¿Magia? Realidad.

Todos queremos ser felices. Es decisión nuestra empezar a serlo y ayudar a que los demás también lo sean.

1.2. Eres libre de decidir ser feliz

Tenemos la libertad de decidir cómo queremos que sea nuestra vida y provocar que ocurra. Cuando la gente habla de libertad, solemos oír frases como: «esto coarta mi libertad», «dejadme ser libre», «aquello limita mi libertad». Pensamos que la libertad es algo que nos conceden o quitan los demás. No es así. La libertad es totalmente individual. ¡Eres libre de decidir ser libre o de decidir no serlo!

La libertad y la felicidad están íntimamente vinculadas. Ambos estados, el sentirse libre y el sentirse feliz, dependen de nosotros mismos y de nuestra actitud y voluntad, con independencia de los factores externos. ¡Eres libre de decidir ser feliz! Veamos algunas de las claves para ser felices.

•Actitud ante los factores externos

Como hemos visto con anterioridad, ante una misma circunstancia, totalmente ajena a nosotros, tenemos la libertad de comportarnos de maneras totalmente opuestas. Somos libres de decidir nuestra actitud ante lo que nos ocurre, por duro que sea. La historia nos ha dejado ejemplos extremos, como las personas que sobrevivieron a campos de concentración o secuestros, gracias a su actitud positiva y sus ganas de vivir. Esta misma actitud, aplicada a los asuntos del día a día, nos ayudará a ser felices.

•Vivir el presente con visión de futuro

Proyectamos deseos de felicidad imaginando un futuro idílico en función de los tópicos, modelos y deseos que los demás y la sociedad nos imponen. Los medios de comunicación, la publicidad, la educación y la gente que nos rodea nos quieren hacer creer que la felicidad es tener un buen sueldo, un elevado reconocimiento público, un marido o esposa perfecto, como «de película», y una casa y un auto «de anuncio». Pero, incluso alcanzando todo esto, no somos felices porque, inmediatamente, nuestro Ego manipula y engaña a nuestra mente proyectando nuevos deseos de felicidad futuros. Una casa en la playa, un ascenso en el trabajo, viajar a un país exótico… Caemos una y otra vez en la misma trampa. Deseamos ser felices en el futuro y, lo que es peor, condicionamos esa futura felicidad a objetos o agentes externos: «cuando consiga esa casa seré feliz», «seré la persona más feliz del mundo cuando sea padre (o madre)», «si me toca la lotería seré feliz», «si consigo ese ascenso seré feliz», «cuando ella me corresponda con su amor seré feliz para siempre», etc.

El futuro hay que sentirlo con emoción, no con deseo. La palabra emoción procede del latín y significa aquello que hace que nos pongamos en movimiento, energía para la acción. Por lo tanto, la clave es vivir el presente, disfrutando de cada instante, de cada momento, viendo lo positivo que hay en la vida y, al mismo tiempo, dar significado a nuestros actos sintiendo sana emoción por el futuro que estamos construyendo con cada paso que damos.

•¿Qué tal estoy?

A lo largo de toda la historia y en todas las civilizaciones y culturas, cuando dos personas conocidas se encuentran se saludan diciendo: «¿Qué tal estás?». Esta es una práctica habitual y saludable. Al interesarnos por el otro con esta pregunta, demostramos empatía y creamos un entorno amigable y cercano. Pero ¿con qué frecuencia te preguntas a ti mismo: «¿Qué tal estoy?». Una de las prácticas de los esenios —aprox. siglo ii a.C.— era preguntarse cada día: ¿qué tal estoy?, ¿cómo me encuentro?, ¿cómo me estoy comportando con los demás? Creo que esta es una enseñanza que debemos recuperar. Si queremos ser felices, debemos empezar por preguntarnos qué tal estamos, escuchar nuestro «Yo» interior, identificar nuestro estado de ánimo, encontrar aquello que limita nuestra felicidad y aquello que la favorece. Debemos preguntarnos ¿qué tal estoy? con frecuencia y, en función de la respuesta, actuar y, si es necesario, reconducir nuestra actitud y nuestros actos.

• Sé tú mismo

Olvida el afán por ser otro. Anhelamos la vida de otros, su trabajo, su pareja, su aparente felicidad… Sé tú mismo, es tu única opción y ¡puede ser maravillosa! ¿Por qué castigarse intentando ser otro? Todos los tesoros están escondidos, enterrados y profundos. El tesoro de la felicidad se encuentra en el último lugar en el que se nos ocurriría buscarlo: escondido en lo más profundo de nuestro Ser.

En este mundo solo existe una clase de felicidad, que consiste en ser tú mismo.

Osho

1.3. El Ego y el verdadero «Yo»

Si queremos ser felices y poder evolucionar como personas y como sociedad, el gran enemigo que batir, el gran reto que superar es el Ego. ¿Qué es el Ego? Por Ego entendemos aquello que nos hace tener un exceso de autoestima o aquello con lo que nos identificamos, lo que creemos que somos, el «yo». Según el psicoanálisis de Freud, el Ego es la instancia psíquica que se reconoce como «yo», parcialmente consciente, y que controla nuestros movimientos, nuestros actos.

El Ego no es nuestro «Yo» verdadero, nuestro «Yo» interior y con mayúsculas. Una forma sencilla de ver la diferencia entre el Ego y el «Yo» verdadero es imaginarnos a una persona desnuda, sin nada, a la que se viste con multitud de ropas, capas de diferentes prendas, multitud de complementos y abalorios. La persona, el «Yo» verdadero, es el ser desnudo, al natural y sin nada que lo cubra. Todo lo demás es lo que da forma al Ego. Capas innecesarias de objetos e ideas que nos impiden conocer al «Yo» verdadero.

También podemos decir que nuestro «Yo» verdadero es lo que llamamos Alma, el Ser que realmente somos desde que cobramos vida en el vientre de la madre hasta que fallecemos, y posiblemente más allá…

Otra forma divertida de intentar diferenciar el «Yo» verdadero del Ego es la siguiente. Cierra los ojos y, durante un momento, observa tu mente, tus pensamientos. Sentirás cómo la mente navega, viaja dando saltos de un pensamiento a otro, saltando del pasado al futuro, sin parar ni un instante. Deja los pensamientos ir y venir, simplemente observa. Probablemente, muchas veces la «cabeza se te vaya» y tengas que hacer un esfuerzo por volver a observar. Un pensamiento viene, otro va… Intenta ser consciente de cómo observas tu mente.

Si es tu propia mente la observada, ¿quién es el observador? El observador, en última instancia es tu «Yo», eres tú. La mente, con sus múltiples y caprichosos pensamientos, es el Ego jugando contigo, manejándote a su antojo.

El Ego y el apego

El Ego se autoconstruye a través del apego y la autoidentificación con características de nuestra personalidad —«yo soy de esta manera» o «yo no soy así»—, con objetos externos y colectivos, o «Egos colectivos» —«yo soy de este país», «esta es mi ideología política», «yo soy de este sexo», «esta es mi religión», etc.—. Todo esto hace que el Ego sea separatista por naturaleza. Nos convierte en seres egoístas y es el responsable de nuestro sufrimiento y del sufrimiento que causamos a los demás.

Los mensajes genuinos de las más importantes religiones de la historia, los mensajes originales de los seres especiales que dieron pie a esas religiones nos hablan de la importancia del desapego, de vencer al Ego y de iluminarnos mediante el despertar de la consciencia al sentimiento de Unión con los demás. El Buda original, Shidarta Gautama, centra su mensaje en el desapego por los objetos materiales y por los deseos. El apego es la causa principal del sufrimiento de las personas. Buda nos explica cómo nuestra mente está continuamente viajando hacia atrás para recordar y añorar los días y sucesos del pasado, y viajando hacia delante, generando deseos para el futuro. Esta trampa de la mente, del Ego, hace que nos olvidemos de vivir el presente, la única realidad verdadera.

El Ego, manifestándose a través de nuestra mente, se siente incómodo en el presente. Una y otra vez hace que nuestros pensamientos vayan al pasado —«ese lugar era maravilloso», «no me gustó lo que dijo aquella persona»—, o al futuro —«tengo que hacer esto», «me gustaría que ocurriera aquello»—. Nuestra vida pasa como un sueño, sin vivirla, lamentando y recordando los tiempos pasados —haciéndonos creer el dicho «cualquier tiempo pasado fue mejor»— y anhelando el futuro —comprar la nueva casa, viajar a ese lugar de ensueño—. ¡Nos olvidamos de vivir el presente!

En las movilizaciones del movimiento 15M en mayo de 2011 en España, en las que miles de españoles, de diferentes ideologías y creencias, salieron a las calles a demostrar su indignación ante la clase política y ante la situación socioeconómica. Hubo una frase, entre todas las que portaban los manifestantes en sus pancartas, que me gustó en especial. La portaba un joven y decía: «Estamos hartos de que digan que los jóvenes somos el futuro, ¡somos el presente!».

Me encantaría que esta frase no solo la dijeran los jóvenes, sino que la sintiéramos todas las personas. Somos y vivimos el presente. Aprendamos del pasado, emocionémonos con el futuro, ¡pero no nos olvidemos de vivir el presente! La palabra presente en español e inglés significa «ahora», pero también «regalo». ¡Qué maravilla! ¡Es el regalo de estar viviendo el ahora!

El Ego y el lenguaje

Una de las armas más poderosas con la que juega el Ego es el lenguaje. El lenguaje moderno se fundamenta en la separación de las personas a partir de los pronombres personales. Yo, mío, tú, tuyo, etc.

Cuando a un niño le quitan un juguete, rompe a llorar. El origen de este sufrimiento no es el valor del juguete, el cual pronto será sustituido por otro, el origen está en la identificación del Ego del niño con dicho objeto.

Este es solo el principio, los años pasan y el Ego sigue formándose y creciendo mediante la identificación, no solo con objetos, sino con otras características personales con las que nos vamos identificando. Yo soy divertido o tímido, fuerte o débil, «esto se me da bien…», «aquello se me da mal…», etc.

En su Moral a Nicómaco, Aristóteles nos explica cómo se construyen las virtudes a partir del hábito de practicarlas.

No adquirimos las virtudes sino después de haberlas previamente practicado. Con ellas sucede lo que con todas las demás artes; porque en las cosas que no se pueden hacer sino después de haberlas aprendido, no las aprendemos sino practicándolas; y así uno se hace arquitecto, construyendo; se hace músico, componiendo música. De igual modo se hace uno justo, practicando la justicia; sabio, cultivando la sabiduría; valiente, ejercitando el valor.

Lo mismo que sucede con las virtudes ocurre con el resto de características negativas que vamos desarrollando y potenciando con el lenguaje. A base de decir a alguien «no sabes hacer esto» una y otra vez, esa persona pasará a decir «no sé hacerlo» y acabará por no saber hacerlo. Otro sencillo ejemplo. Al enseñar a un niño a botar el balón de baloncesto, si ante los fracasos iniciales en lugar de continuar ayudándole y motivándole positivamente rápidamente decimos «no sabes» y abandonamos la práctica, el niño no aprenderá a botar el balón. De ahí pasaremos al «no se le da bien el baloncesto» y, a continuación, cuando iniciemos la enseñanza de un nuevo deporte y pronto cedamos ante sus primeros fracasos, pasaremos al «no se le dan bien los deportes». El Ego del niño pronto se identificará con el «no se me dan bien los deportes», lo interiorizará y potenciará, y el niño no llegará a practicar ningún deporte y, probablemente, sufra cada vez que alguien le proponga practicar uno. Ese mismo niño, con motivación positiva y constancia, habría conseguido llegar a practicar y disfrutar de múltiples deportes con mayor o menor destreza.

Es frecuente encontrarse con casos de personas que, de repente y a una avanzada edad, con motivación externa y, sobre todo, con motivación interna, fuerza de voluntad y constancia son capaces de desarrollar habilidades que ni los demás ni ellos mismos hubieran supuesto. Aprendizaje de idiomas, habilidades comunicativas, tocar instrumentos musicales o pintar son actividades que muchas personas llegan a desarrollar al liberarse de las ataduras de su Ego.

Muchas personas construyen su Ego autoidentificándose con caracteres negativos: «soy muy enfermizo», «la gente no me comprende», «no le gusto a las mujeres», o con actitudes cómodas del tipo: «se me da mal, mejor ni intentarlo», «es que soy así, no puedo hacer nada para evitarlo». De este modo, esa persona se siente víctima, atacada, inferior, o evita esforzarse por mejorar, buscando su propia autocomplacencia y la compasión, protección y lástima de los demás. Cada vez que oigo a alguien decir «es que soy muy pesimista» veo a su Ego poseyéndole y pienso que se es pesimista a base de ver siempre el lado negativo de las cosas. ¡Empieza a ver el lado positivo y lograrás ser una persona optimista! Y lo mismo ocurre con «soy mentiroso», «no soy divertido», «se me da mal la gente», «no sé hacer esto o lo otro», «siempre me sale todo mal»… ¡Por qué nos castigamos tanto!

Cada vez que nos oigamos decir alguna de estas frases, debemos identificar a nuestro Ego trabajando, fomentando esos pensamientos y palabras en nuestra mente de forma inconsciente, mecánica. Quien es capaz de oír al Ego y observarle trabajando es nuestro «Yo» interior. Debemos motivarle a actuar y a tomar las riendas, debemos tomar conciencia de lo que ocurre y decidir. Decidir cuál queremos que sea nuestro comportamiento y pasar a la acción para lograrlo, cambiando nuestro lenguaje por un lenguaje positivo y proactivo. De esta forma, nuestro «Yo» verdadero despertará y acallará a nuestro Ego.

El «Ego colectivo»

El Ego también actúa mediante la identificación y el sentimiento de pertenencia a diversos colectivos o grupos: «soy de esta nación», «este es “mi” país…», «soy del Real Madrid», «soy de raza blanca», «soy de este partido político», etc. Nos identificamos con una serie de colectivos que complementan nuestro Ego y mediante los cuales adquirimos una serie de roles que determinan nuestro comportamiento. Una vez más, al identificarse con esos grupos, el Ego vuelve a comportarse de forma separatista y excluyente: «soy de este grupo, por lo cual no pertenezco al resto de grupos». A menudo, el sentimiento de pertenencia a un colectivo se reafirma mediante el enfrentamiento a los otros colectivos que son diferentes al nuestro. Ese enfrentamiento incrementa el Ego colectivo del grupo. Lo podemos ver en las naciones, donde habitualmente el sentimiento patriótico se ensalza al enfrentarse a sus principales enemigos, habitualmente las naciones cercanas y vecinas. Ocurre lo mismo al identificarnos con religiones y creencias, ideologías políticas, razas e incluso con equipos de fútbol y diferentes modas o estilos de vestir.

La pertenencia a estos colectivos acentúa nuestro comportamiento bajo diferentes roles en función del momento o lugar en el que nos encontremos. Es curioso pensar cómo dos personas que pertenecieran a la misma religión podrían encontrarse en un acto religioso y abrazarse o, gustándoles el mismo grupo de música, bailar agarradas por los hombros cantando la letra de las canciones, mientras que, esas mismas dos personas, podrían llegar a pelearse y dañarse físicamente en un estadio de fútbol por pertenecer a diferentes equipos de fútbol. Las dos personas son en esencia las mismas, pero en función de los roles que adquieren sus Egos pueden amarse o llegar a odiarse.

Escuché una vez en la radio una frase para definir el patriotismo que me encantó: «Patriotismo es pensar que tu país es el mejor ¡solo porque tú has nacido en él!». Esta definición describe con claridad lo que estoy diciendo. Solo por el hecho de que hayamos nacido nosotros en un lugar, ese lugar no tiene por qué ser mejor o superior al resto. ¿Y si tu madre hubiera viajado antes de que nacieras y te hubiera dado a luz en otro país?

Eliminación del Ego

Intenta hacer el siguiente ejercicio. Respira profundamente. Observa a tu alrededor. Siente tu cuerpo, siente la sensación de tus ropas sobre tu piel. Escucha los sonidos, siente el presente… Cuando hagas este ejercicio, probablemente no aguantes más de unos segundos. Probablemente tu mente viajará al pasado —«olvidé esto o aquello en el trabajo»—, al futuro —«mañana tengo que comprar detergente»— o hará juicios de valor —«¿para qué servirá este ejercicio?»—. Este sencillo ejercicio nos ayuda a concentrarnos y a vivir el presente, pero es uno de los ejercicios que más dedicación y esfuerzo requieren.

Este sencillo ejercicio es meditar. Quizá hayas oído hablar sobre la meditación, la practiques o la hayas practicado alguna vez. La primera vez que escuché hablar sobre la meditación, o al menos la primera vez que me interesé por ella, supuse, como supone la mayoría de la gente, que era algo propio de monjes, yoguis de la india o tipos raros. Imaginé que la meditación consistía en alguna suerte de fuegos artificiales, alguna magia misteriosa por la que el alma sale del cuerpo o algo así. Este es el principal problema que tiene la meditación: nos imaginamos y esperamos algo sobrenatural, y es todo lo contrario. Es natural, humilde y sencilla.