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El diagnóstico de cáncer origina en toda persona una serie de modificaciones de su estilo de vida con una manifiesta repercusión en su ámbito familiar y social. La depresión, la angustia, la incógnita por su posible evolución dolorosa y su desenlace en un tiempo breve, plantean diversas situaciones que lo desequilibran emocionalmente. El autor es médico, docente universitario y desde el inicio de su formación profesional, se inclinó por el tratamiento de tumores localizados en el tórax. El seguimiento de los pacientes a través de las consultas y el escucharlos en la declinación de sus fuerzas a unos, como en la satisfacción de sus sobrevidas a otros, le permitió acumular una amplia experiencia comunicatoria. Pero este texto de autoayuda suma un dato particular. Él tiene cáncer y se evalúa en su condición de paciente. El objetivo de esta "conversación escrita", como la ha definido, es llegar afectivamente, en su doble condición de médico y portador de una neoplasia, a quien necesita apoyo en sus momentos más difíciles. Utilizando un lenguaje exento de términos científicos, intenta que el lector comprenda, a través de explicaciones sencillas, su condición ante la enfermedad, su proceder ante la familia y su postura ante la sociedad.
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Seitenzahl: 87
Veröffentlichungsjahr: 2025
SEMY SEINELDIN
Seineldin, SemyYo también tengo cáncer : ¿puedo ayudarte? / Semy Seineldin. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6447-4
1. Narrativa. I. Título.CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Dr. Semy Seineldin
Dedicatoria
Prólogo
1 - El diagnóstico
2 - Permítame presentarme.
3 - ¿Qué y cómo es el cáncer?
4 - Hablemos de la muerte
5 - Las reacciones habituales
6 - Cómo actué ante el diagnóstico
7 - Conclusiones
Doctor en Medicina
Profesor Honorario de la Universidad Nacional de Rosario.
Miembro Emérito de la Asociación Argentina de Cirugía
Maestro de la Cirugía Torácica por la Sociedad Argentina de Cirugía de Torax
Miembro Honorario de la Sociedad de Cirugía de La Plata
Miembro Honorario de la Sociedad de Cirugía de Santiago del Estero
Ex - Miembro de la Academia Argentina de Cirugía.
Ex - Jefe del Departamento de Cirugía del Hospital Provincial de Rosario.
Ex - Presidente de la Asociación de Cirugía de Rosario.
A Rina, mi esposa
Como siempre.
A Roxana, quien con sus incógnitas, angustias y fortaleza, me inspiró para encarar este diálogo escrito.
Y, con nostalgias, a todos aquellos a quienes
intenté pero no pude ayudar.
Si un portador de cáncer o una persona cercana al mismo busca una ayuda en la copiosa literatura existente al respecto, encontrará que la mayoría intenta aconsejarlo desde una óptica preferentemente psicológica o religiosa.
Yo no disiento con esas posturas. Al contrario, las apoyo porque se basan en observaciones realizadas por profesionales o entendidos en el tema que trasmiten todas las situaciones que pueden acontecer en esas circunstancias. Es más, si un paciente desea profundizar el tema, siempre encontrará en ellos una ayuda muy útil que quizás su o sus médicos tratantes, porque no tienen el tiempo o la capacidad, no pueden ofrecerles.
He leído algunos artículos especializados. Pero, mi pregunta es: ¿lo puede comprender una persona angustiada, en un momento tan particular de su vida, cuando todo un castillo de ilusiones se desvanece? ¿No deberíamos valorar que es en su soledad cuando intentaría buscar alguna ayuda y a la menor incomprensión la abandonaría, profundizándose su decepción?
Debo confesar que me costó interpretar todas las situaciones psicológicas, motivo que me indujo a acercármeles a ellos con simpleza mediante un diálogo escrito. Es como si deseara situarme a su lado, tomarles la mano y hablarles con palabras y terminología accesible así como interiorizarlos en ciertos aspectos, que quizás conozcan, pero que no les fluyen con la espontaneidad que el momento exige.
Este libro no se trata de una monografía distinta o de una visión filosófica diferente. No, nada de eso. Es solamente una ayuda más, aunque admito con otra óptica, para que los portadores de cáncer logren neutralizar sus ansiedades, convivir mejor con sus familiares, colaborar más positivamente con el médico y, si es posible, continuar disfrutando de la vida en un mundo cada vez más acelerado, en el que las palabras de apoyo tienden a desaparecer, el vertiginoso tiempo impide aconsejar y la voracidad de los cambios obliga a desatender a los seres queridos.
A este “coloquio” lo desarrollo basado en observaciones propias de vivencias de consultorio y especialmente, en el hecho de haber podido escuchar las angustiosas y dolidas palabras con la cuales clamaban ayuda de mi parte. En su contenido “converso” con una persona ficticia, adulta, ávida por escuchar cual es su situación y si algún tratamiento puede serle indicado. Pero, con una significativa diferencia. En mi profesión, el mayor número de pacientes que he tratado ha sido por cáncer y ahora, yo soy el que debo sentarme ante el médico para escucharlo.
Internamente necesito que este “diálogo escrito” transite por “el túnel del análisis y de la crítica”. Pretendo ayudar y hacer comprender la enfermedad con la intención de que con conocimientos, aunque limitados, se pueda enfrentarla con una mayor fortaleza mental y espiritual.
Por último, quisiera destacar que mis pretensiones son mínimas. Solamente, si una sola persona angustiada encuentra las explicaciones requeridas y consigue modificar sus actitudes, mi mente se tranquilizaría valorando que la misión ha sido cumplida.
Rosario (Argentina), primavera de 2011.
Semy [email protected]
La adversidad fortalece la mente,
moviliza el ingenio y promueve los cambios.
Afligida regresa de la consulta médica. Camina tambaleándose, abatida, preocupada. Abre la puerta de su casa y se sienta en una silla de la cocina. Apoya la cabeza en sus manos. Algunas lágrimas comienzan a brotar de sus ojos. Desconsolada, se pregunta una y otra vez “¿Por qué a mí?”.
Algo sospechaba cuando por unos síntomas leves, insignificantes, que aparentemente no ocasionaban molestias, le solicitaron tantos estudios. Pensaba que era solamente por la exigencia de la medicina actual. Que se trataba de esa palabra no nuestra pero que la hemos adoptado, integrado a nuestro vocabulario. Chequeo o algo así.
Intenta prepararse una taza de café o de té para calmarse. Prende la hornalla pero apaga la llama. No, no tiene voluntad. En su desorientación, trata de recordar lo acontecido en el consultorio. La expresión de preocupación del profesional mientras se interiorizaba de los resultados de los estudios. Esa sonrisa que lo caracterizaba, que lq hacía sentir cómodo, y que notaba que había desaparecido. Comenzó a hablarle con ciertas dudas, como intentando encontrar las palabras más adecuadas, mientras él no sabía si tenía que escucharlo con la máxima atención o “evadirse” mentalmente por algún atajo imaginario. Su hija, que lo acompañaba, estaba paralizada. Tampoco la miraba. En sus manos entrecruzadas, con los dedos apretujados uno con el otro, percibía su angustia, su nerviosismo y también su impotencia. El médico no le mencionó ningún diagnóstico pero cuando con todos los informes le habló, por un instante no la miraba a sus ojos. Solamente el profesional hablaba. Su hija no lo interrumpía. Ella tampoco se animaba. Tenía miedo, mucho temor a cualquiera de sus respuestas. Como si deseara ocultar una situación... Pero, recuerda o trata de recordar, que le dijo que tenía que tratarse. No le mencionó de qué o cómo. Tal vez, tampoco lo escuchó. No, no recuerda mucho.
Ahora se pregunta: “¿Me tocó?”. Y se responde a sí mismo: —Sí, es casi seguro. No lo quiero pensar, pero... es casi seguro que... Sus manos dejan de sostener a su cabeza y la apoya totalmente sobre la mesa. —Sí, es cáncer y... tengo que aceptar que... es el principio del fin, es el final de mi vida. Se levanta. Por el pasillo se dirige a su habitación. Enciende la luz y su primera mirada es a la fotografía de sus nietos, sonrientes, con sus hermosos y pícaros ojos que la “contemplan” con la inocencia de sus tiempos. Permanece observándolos. Deseaba verlos crecer pero está convencida de que el tiempo se lo negará.
Se acuesta sin ingerir ningún bocado. No le es fácil conciliar el sueño. La obscuridad de la habitación y el silencio de la noche es el escenario sombrío de un espacio detenido mientras que su almohada recoge las lágrimas que no cejan de brotar. Todo es pesimismo. Sin un esbozo de sobreponerse. Con una angustia que se incrementa. No había pensado que era tan importante lo que padecía. Imagina sentirse abandonada en un extenso mar sin ninguna posibilidad de que lo auxilien. Esperando una muerte segura. Un desenlace con dolor... mucho dolor... Abstraída, anhela que amanezca pero ansiando que las horas no transcurran. Que el tiempo se detenga.
Al día siguiente, agotada, espera el llamado telefónico de algún familiar. Necesita hablar con alguien. Confiarle sus padecimientos. Preguntar y preguntar. O mejor no preguntar. Quiere enterarse de todo y no quiere informarse de nada. Solamente ansía que lo acompañe alguien que se compadezca de sus penurias y llore a su lado. Que la entienda en sus angustias. Que le demuestre paciencia. Que no esté permanentemente mirando el reloj de un mundo materialista que a todos los obliga a correr. Como buscando algo que no es posible encontrar. Necesita una mano que le apoyen en el hombro. Unas palabras sentidas, tranquilizadoras. Una mirada de afecto. Claro —medita— ellos no pueden hacerlo porque no tienen mi problema – y frunce su entrecejo - ¿Por qué se van a detener? ¿Para ayudarme? Si apenas tienen tiempo para pensar. No, no pueden detener su ritmo y además... yo estoy desahuciada.
Y en su imprevista tragedia, la ansiedad la traiciona y la depresión la delata.
Estimada señora:
¿Me permite que me introduzca en su problema?
A través de esta conversación con usted intentaré mantener un diálogo silencioso cuya única pretensión será interiorizarlo de datos o informes que quizás desconozca y le puedan ser útiles.
¿Podemos lograrlo?
Estoy seguro de que sí, porque pienso que desea conocer cómo encarar el problema y cómo proyectar su vida a partir de este momento. Entonces, asegúrese una cuota de concentración, aunque sea mínima, y comencemos.
Para empezar, planteemos dos aspectos del problema.
Obviamente, el primero será sobre el tratamiento específico de su enfermedad. En medicina, hay profesionales con distintos grados de preparación y actitudes diferentes para atender y resolver el problema de los pacientes. Yo considero que cuando más acertada es la elección del profesional por quien usted opte, existen mayores garantías de éxito terapéutico con menor margen de error.
Simplifico sugiriéndole que una relación médico-paciente óptima ayudará notoriamente para tranquilizara durante el tratamiento y estimularla en los controles posteriores. En líneas generales, prefiera a quién la recibe cordialmente y con una sonrisa, que sepa escucharla, contener sus emociones, que respete sus sentimientos, que la mire a los ojos mientras le hable, que le explique las distintas posibilidades, que no permita que las dudas la depriman. No es fácil encontrarlo por la modalidad de atención que nos imponen en los diversos sitios de consulta, pero, por lo menos una sonrisa. No cuesta mucho y logra un efecto tranquilizador y de seguridad en una persona angustiada.
Pero usted tampoco se deje invadir por las dudas. Pregunte sin temor. Es su vida ¡y la tiene que defender! A mis pacientes siempre les sugiero que tengan a mano un papel y una lapicera mientras realizan sus tareas habituales. Es normal que surjan mentalmente preguntas y es conveniente escribirlas. Porque si usted solamente confía en su memoria, es habitual que en la próxima consulta, cuando se encuentre frente a su médico, por olvido o por ansiedad o, lo más probable, por temor, no las recuerde. Obviamente no se olvide de interiorizarse sobre los antecedentes y experiencia del profesional que asumirá la responsabilidad de su tratamiento.