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274 es la historia de una familia que se ve obligada a separarse; mientras la madre y el hijo logran viajar a los Estados Unidos, el padre debe permanecer en Cuba. Telencio, el niño protagonista, debe adoptar una cultura y un idioma diferentes, pero mientras va pasando el tiempo, los recuerdos en lugar de borrarse se avivan, con los aromas del mar y la brisa. Un paralelo entre Cuba y Miami, entre la opulencia y la pobreza, la cultura y las costumbres. Es un relato muy emotivo, y a la vez divertido, donde un pequeño nos cuenta, en el espacio de unas pocas horas, cómo ha cambiado su vida en 274 días, los que lleva fuera de La Habana. El encuentro del primer amor, las sesiones con un psicólogo que no lo entiende y la espera de la fuga secreta del padre son los elementos que mantienen vivo el interés del lector.
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Seitenzahl: 88
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Pi Andreu, Andrés
274 / Andrés Pi Andreu ; ilustrador Carlos Manuel Díaz
Consuegra. -- Bogotá : Panamericana Editorial, 2015.
128 páginas : ilustraciones ; 13,5 x 20,5 cm.
ISBN 978-958-30-4676-6
1. Cuentos infantiles cubanos 2. Familia - Cuentos infantiles 3. Cuba - Emigración e inmigración - Estados Unidos - Cuentos infantiles I. Díaz Consuegra, Carlos Manuel, ilustrador II. Tít.
I863.6 cd 21 ed.
A1476391
CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango
Andrés Pi Andreu
274
Primera ediciónen Panamericana Editorial Ltda., marzo de 2015
© 2011 Editorial Gente Nueva, Cuba
© 2015 Panamericana Editorial Ltda.
Calle 12 No. 34-30, Tel.: (57 601) 3649000
Fax: (57 601) 2373805
www.panamericanaeditorial.com
Bogotá D. C., Colombia
ISBN DIGITAL: 978-958-30-6641-2
Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso del Editor.
Impreso por Panamericana Formas e Impresos S. A.
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Bogotá D. C., Colombia
Quien solo actúa como impresor.
Impreso en Colombia - Printed in Colombia
Editor
Panamericana Editorial Ltda.
Edición
Luisa Noguera A.
Ilustraciones
Carlos Manuel Díaz
Diagramación
Martha Cadena
Andrés Pi Andreu
Ilustraciones
Carlos Manuel Díaz
274
10:15 a.m. 11:00 a.m.9
11:00 a.m. 11:15 a.m.27
11:15 a.m. 12:05 p.m.37
12:05 p.m. 1:00 p.m.51
1:00 p.m. 1:30 p.m.69
1:30 p.m. 2:00 p.m.83
2:00 p.m. 3:00 p.m.97
3:00 p.m. 5:00 p.m.109
7:30 a.m. 7:30:05 a.m.125
Contenido
10:15 a.m.
11:00 a.m.
10:15 a.m. 11:00 a.m.
Cuandoyo era chiquito pensaba que la lluvia venía de otro planeta, de otra galaxia, de un punto en el infinito, hasta llegar a la Tierra, y que también llovía en todo el sistema solar y en los púlsares y en Nauru, que es un país diminuto que queda lejísimo, en Micronesia. Pero un día mi pro-fesor de historia natural me hizo oír la lluvia. Me dijo: “Cierra los ojos y escucha, la procedencia de la lluvia no importa mucho, aunque ya has aprendido lo del ciclo del agua, lo importante es su significado, las imá-genes de la vida que arrastra consigo, las palabras que aquella vez te dijeron un día nublado y que te cambia-ron la vida”.
Y el profe tenía razón, hay cosas que uno recuerda por olores, o lugares que se parecen a lugares, o por la lluvia, por esta lluvia tan igualita a la lluvia de Cuba, a la lluvia de La Habana.
Ahora Valentina dice que huele a La Habana. Yo sé que no le gusta que la llame por su nombre, pero es que me da una rabia así por dentro de lo más rica cuando le digo:
—Valentina, ¿ya me preparaste el desayuno?—Y la veo poner los ojos en blanco y sacar las palabras de entre los dientes:
—No me digas más Valentina, Telencio, que soy tu madre. Respétame.
Y yo siempre le contesto, que si no se llama Valen-tina y ella me amenaza con decirme Cuqui frente a mis amigos del colegio. Siempre es lo mismo. Anyway, nos llevamos bien, aunque ahora dice que huele a La Ha-bana y yo me pongo triste y a ella se le ponen oscuras la ojeras.
Valentina dice que huele a La Habana y a mí me parece que huele a más, huele a mi barrio, a la esquina de la avenida 51 y la calle 124, donde un día me quebré las dos muñecas pasando de un jagüey a otro. Aunque estemos en el southwestde la Florida, es el mismo olor a tierra mojada y a viandas y a mar.
Nosotros vivíamos en un barrio malo, de esos que la gente dice el nombre como con miedo y con falso orgullo, y de lo que más me acuerdo y extraño, aparte de los olores, es de mis amigos: Alejandro, María Petu-nia… y hasta del Salvaje Unitario y Joseíto. Desde que llegué a Miami no he sabido nada de ellos, ni siquie-ra cuando llamo a casa de mi abuela, que vive al lado del Salvaje Unitario. Yo le he dicho que me lo ponga, pero siempre es lo mismo…, que si el minuto sale a 94 centavos, que si se demora mucho; aunque el otro día Valentina estaba enojada y le oí decir que al Sal-vaje no lo dejaban hablar conmigo porque sus padres
eran del Gobierno… cosas de mi madre, que siempre piensa mal de todo el mundo. Yo no le creo porque el Salvaje siempre vivía pendiente de lo que decían to-dos. Se moría de miedo si yo gritaba que la comida de la escuela sabía a cemento con leche, miraba para arri-ba y para los lados, todo azorado y me decía que me callara, que alguien me iba a oír. A mí me importaba un pepino todo aquello, yo siempre critico lo que no me gusta, es un defecto de familia. Si los padres del Salvaje fueran del Gobierno él no tendría miedo, y en vez de estar muerto de pánico me hubiera encarado y criticado o soltado un discursito como los que nos da la directora de la escuela cuando alguien se queja en los pasillos de que las pizarras están llenas de hue-cos o que las soldaduras que unen las cabillas de las que están hechos los pupitres se han roto y los niños se menean en las aulas como botes al compás de las voces de los profesores, que parecen entrenadores de focas con sus punteros en las manos. Pero no, él no le echa la culpa al imperialismo yanqui ni a las destartala-das relaciones de producción, ni siquiera a la maltrecha cadena puerto-transporte-economía interna; al Salvaje la ca-ra se le corre, como en las acuarelas cuando se te va la mano en la cantidad de agua y la boca se le borra y los ojos se le mueven al lugar de las orejas, donde estas los tapan, como párpados gigantes y protectores.
Anyway, que todo es muy distinto y muy parecido a la vez. El calor, la comida y la familiaridad de la gente
es la misma; pero hay detalles importantes que no es-tán, hay cosas como no tener amigos o las moscas.
Una de las primeras cosas que me extrañó muchí-simo de aquí es que casi no hay moscas. El otro día vi una en la casa y ¡me dio una alegría! Formé un escán-dalo tan grande que Valentina salió del baño armada con el destupidor del inodoro pensando que había en-trado un cocodrilo.
Y me encontró mirando la mosca posada en el cristal de la ventana, y apuntándole con el dedo le dije: “¡Mira, mami, una mosca!”. ¡Hacía como tres meses que no veía una mosca! Y a Valentina le cambió la cara de tranca que tenía y se quedó mirándola también. Y hubiera jurado, por lo más grande de este mundo, que por un momento pareció que ella también extra-ñaba las moscas de La Habana.
Anyway, va a llover. Cada vez que va a llover la ca-lle Flagler huele a las calles de Cuba. Y esto, como dice la maestra de Sociales, es una verdad irrefutable.
* * *
Ponen la verde y Valentina acelera la cafetera. Hoy va-mos a casa de tía Arminda, que vive en Hialeah, y si no llegamos a tiempo para almorzar se molesta. Tía Ar-minda se parece a la mujer de la limpieza de mi antigua
escuela secundaria (la de Cuba), pero pintada y arregla-da… y alegre. Tía Arminda se emperifolla desde que se levanta hasta que se acuesta, yo creo que hasta se baña emperifollada. Es una viejita presumida a la que no le gusta hablar de política porque le saca las almorranas. Dice Valentina que hasta sale por televisión en un club de viejos fanáticos de los programas del canal 41. Pero a mí me parece que debería salir en el programa de va-riedades musicales de Don Francisco, bailando conga o cantando boleros de esos donde el cantante dice que está solito y nadie lo quiere.
La tía Arminda nos mandaba ropa desde que ten-go memoria. Ella era “el símbolo de la prosperidad”, como le decía mi papá cuando abría los paquetes de camisas, shorts, zapatos y demás atuendos envueltos en nailon finito que mandaba la tía cada seis meses, siguiendo a la perfección el reporte de mi crecimiento mensual que mi mamá le mandaba en cartas escri-tas sobre mis huellas de papel. En mi familia, que no existen las ceremonias, esa era la única excepción: el trazado de la huella de mi pie derecho en una hoja de papel tamaño carta con un bolígrafo chino y todo el corre-corre, las amenazas y el lenguaje de adultos que acompañaba a este evento.
Primero era capturarme. Casi siempre cometían el error de ofrecerme algún dulce y yo comenzaba a sospechar, cuando veía a mi padre poner la pizarrita
donde pintábamos con tizas de colores –también man-dadas por la tía.
Anyway, al Salvaje Unitario siempre lo dejaron an-dar conmigo y jugamos en su casa hasta el día antes de irnos… A mí me daba miedo decirle que me iba, porque no sé qué pasa en Cuba que todo el mundo tiene miedo de decir que se va. Y a mí me daba miedo igual que a todo el mundo, aunque no había nada que me fuera a hacer daño por irme, no sé, pero no veía a gente con palos esperando para darme golpes como Alejandro me contó que le hicieron a su tío Pepe cuan-do se iba del país en el año 81, ni vi un hacha grande en el cielo esperando que saliéramos de la casa para picarnos en pedacitos camino al aeropuerto; nada de eso. Lo único que sí recuerdo fue que el papalote lle-no de crucetas