7 mejores cuentos de Emilia Pardo Bazán - Emilia Pardo Bazán - E-Book

7 mejores cuentos de Emilia Pardo Bazán E-Book

Emilia Pardo Bazán

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Beschreibung

La serie de libros "7 mejores cuentos" presenta los grandes nombres de la literatura en lengua española. En este volumen traemos Emilia Pardo Bazán, una noble y novelista, periodista española introductora del naturalismo en España. Fue una precursora en sus ideas acerca de los derechos de las mujeres y el feminismo.Reivindicó la instrucción de las mujeres como algo fundamental y dedicó una parte importante de su actuación pública a defenderlo Este libro contiene los siguientes cuentos: - Accidente. - Que vengam aquí... - Padre e hijo. - Berenice. - Comedia. - Instinto. - Implacable Kronos.

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Tabla de Contenido

Title Page

El Autor

Accidente

Que vengan aquí...

Padre e hijo

Berenice

Comedia

Instinto

Implacable Kronos

About the Publisher

El Autor

Emilia Pardo-Bazán y de la Rúa-Figueroa, o simplemente Emilia Pardo Bazán, (La Coruña, 16 de septiembre de 1851-Madrid, 12 de mayo de 1921), condesa de Pardo Bazán, fue una noble y novelista, periodista, feminista, ensayista, crítica literaria, poetisa, dramaturga, traductora, editora, catedrática y conferenciante española introductora del naturalismo en España. Fue una precursora en sus ideas acerca de los derechos de las mujeres y el feminismo. Reivindicó la instrucción de las mujeres como algo fundamental y dedicó una parte importante de su actuación pública a defenderlo. Entre su obra literaria una de las más conocidas es la novela Los pazos de Ulloa (1886).

Se casó a los dieciséis años de edad con José Quiroga y Pérez Deza de cuyo matrimonio nacieron tres hijos: Jaime (1876), Blanca (1879) y Carmen (1881). Se separaron en 1884, cuando se inició una separación amistosa, él se retiró a vivir a sus propiedades gallegas y ella continuó con su actividad de escritora en Madrid y Galicia. Él siguió con interés su carrera e incluso en alguna ocasión es el organizador de algún homenaje que ella recibe en Galicia. Cuando en 1912 murió, la escritora guardó luto riguroso durante un año.

Posteriormente inició una relación amorosa con Benito Pérez Galdós, por entonces cercano también al naturalismo, con quien había mantenido previamente una relación literaria. La confirmación de esta relación que durará más de veinte años y sus detalles, se revelaron a partir de 1970 tras la publicación de 32 cartas inéditas de Emilia a Galdós. Según Bravo-Villafante es posible que la correspondencia con Galdós datase de 1881. De su correspondencia inédita se deduce que la amistad literaria derivó hacia una intimidad amorosa de larga duración no exenta de sobresaltos a causa de sus relaciones esporádicas con jóvenes como Narcís Oller o Lázaro Galdiano. Infidelidades que según estudios posteriores dolieron al escritor. La relación de don Benito con doña Emilia pasó por momentos delicados cuando ella se permitió una aventura con Lázaro Galdiano, «un error momentáneo de los sentidos, fruto de las circunstancias imprevistas», según lo calificó ella. Al escritor le dolió profundamente la infidelidad, que, debidamente disfrazada, quedó reflejada en dos novelas de él —La incógnita y Realidad— y en una de ella —Insolación—. La relación se caracteriza por una gran admiración mutua y la correspondencia revela una gran amistad y una gran intimidad literaria y amorosa.

Pardo Bazán falleció en 1921 en el número 27 de la madrileña calle de la Princesa.

Accidente

Bajo el sol -que ya empieza a hacer de las suyas, porque estamos en junio-, los tres operarios trabajan, sin volver la cara a la derecha ni a la izquierda. Con movimiento isócrono, exhalando a cada piquetazo el mismo ¡a hum! de esfuerzo y de ansia, van arrancando pellones de tierra de la trinchera, tierra densa, compacta, rojiza, que forma en torno de ellos montones movedizos, en los cuales se sepultan sus desnudos pies. Porque todos tres están descalzos, lo mismo las mujeres que el rapaz desmedrado y consumido, que representa once años a lo sumo, aunque ha cumplido trece. La boina, una vieja de su padre, se la cala hasta las sienes, y aumenta sus trazas de mezquindad, lo ruin de su aspecto.

Es el primer día que trabaja a jornal, y está algo engreído, porque un real diario parece poca cosa, pero al cabo de la semana son ¡seis reales!, y la madre le ha dicho que los espera, que le hacen mucha falta.

Hablando, hablando, a la hora del desayuno se lo ha contado a las compañeras, una mujer ya anciana, aguardentosa de voz, seca de calcañares, amarimachada, que fuma tagarnina, y una mozallona dura de carnes, tuerta del derecho, con magnífico pelo rubio todo empolvado y salpicado de motas de tierra, a causa de la labor.

-Somos nueve hermanos pequeños -ha dicho el jornalerillo-, y por lo de ahora, ninguno, no siendo yo, lo puede ganar. Ya el zapatero de la Ramela me tomaba de aprendís; solamente que, ¡ay carambo!, me quería tener tres años lo menos sin me dar una perra... Aquí, desde luego se gana.

-En casa éramos doce -corrobora la tuerta, con tono de indefinible vanidad-, y mi madre baldada, y yo cuidando de la patulea, porque fui la más grande. ¡Me hicieron pasar mucho! Peleaba con ellos desde l'amanecere. A fe, más quiero arrancar terrones. Había un chiquillo de siete años que era el pecado. Estando yo dormida me metió un palo de punta por este ojo y me lo echó fuera...

Y la vieja, entre dos chupadas, declaró sentenciosamente:

-El que con chiquillos se acuesta... Yo, ende viendo uno (que sea ajeno, que sea mi nieto), le levanto la ropa y le pego un buen azote...

No era verdad; el vecindario de aquel pobre barrio extramuros sabía que la bruja de la voz carrascuda, aun cuando tuviese el cuerpo muy lastrado de líquido, no se metía en realidad con nadie; pero andaba siempre alabándose de abofetear al uno y de destripar al otro. Y la tuerta, con expresión de malicia, guiñó su ojo viudo, sonriendo al escuchimizado rapaz.

Desde que sonó la hora cesaron las confidencias. La taciturnidad del trabajo monótono pesaba sobre los espíritus, adormilándolos, como si el aire que sus pulmones absorbían afanosamente en el trajín les barriese las ideas del seso. Su faena mecánica les atontaba quitándoles del pensamiento cuanto no fuese la repetición incesante, espaciada por la acción de alzar y bajar la piqueta, del golpe que había de socavar aquella trinchera formidable, desmontando tierra y más tierra, que llevaban los carros ni sabían los jornaleros adónde. ¿Qué les importaba, además?