La mujer española y otros escritos - Emilia Pardo Bazán - E-Book

La mujer española y otros escritos E-Book

Emilia Pardo Bazán

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Esta selección de textos de Emilia Pardo Bazán constituye un testimonio incomparable de las diferencias que existían entre los hombres y las mujeres a finales del siglo XIX, y una ocasión única para acercarse a la obra y la ideología de esta escritora española.

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Veröffentlichungsjahr: 2018

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Emilia Pardo Bazán

La mujer española

y otros escritos

Edición de Guadalupe Gómez-Ferrer

Índice

INTRODUCCIÓN

Infancia y adolescencia

La forja de la mujer, 1868-1889

1889, un año clave en la biografía de Emilia Pardo Bazán

La denuncia de la realidad y su compromiso feminista

La propuesta de una alternativa

Conclusiones

BIBLIOGRAFÍA

LA MUJER ESPAÑOLA Y OTROS ESCRITOS

La cuestión académica

La mujer española

I.

II. La aristocracia

III. La clase media

IV. El pueblo

Cartas a Benito Pérez Galdós(1889-1890)

La cuestión académica

La educación del hombre y de la mujer

Tristana

Del amor y la amistad

Una opinión sobre la mujer

Concepción Arenal y sus ideas acercade la mujer

Stuart Mill

Augusto Bebel

La exposición de trabajos de la mujer

Sobre la mujer rusa

Algo de feminismo

El Congreso internacional de la Mujer

Mujeres

Sobre los derechos de la mujer

La discriminación del Derecho Penal

Las expectativas de vida en función de los sexos

Por una justicia que no discrimine

La cuestión feminista

La vida contemporánea

Feminismo

Condesa de Pardo Bazán

Sobre la moda

Hipocresía

En favor de la igualdad

En favor del trabajo de la mujer

Contra la discriminación

Carta privada a la familia Cossío

La galantería y el culto a la mujer

Cuentos

Navidad (¿1908?)

Casi artista (1908)

Feminista (sin fecha)

La mujer española

Carta al Director de La Voz de Galicia

Conversación entre Emilia Pardo Bazán y el caballero audaz

CRÉDITOS

A Lupe, María, Kika, Mamen,Alessandra, Fuensanta y Paloma,que viven en un mundo más justo

Introducción

Nuestro propósito en esta páginas que preceden a un conjunto de textos de Emilia Pardo Bazán, altamente significativos de su talante feminista, no es otro que el de poner al lector en contacto con la mujer de carne y hueso que fue doña Emilia, y recordar las circunstancias de su trayectoria biográfica, con el fin de que éste pueda valorar el alcance de su discurso contra la desigualdad y la injusticia que era común entre hombres y mujeres, especialmente en el ámbito de la clase media y alta.

Creemos que la obra de Emilia Pardo Bazán es un buen camino para entender, por una parte, las diferencias que existían entre hombres y mujeres en aquel contexto social, y por otra para valorar el esfuerzo de la escritora en favor de una modificación de los roles tradicionales. Doña Emilia denuncia las desigualdades que observa en todos los planos entre ambos sexos, y señala las consecuencias negativas que se derivan de esta situación. Su obra no tiene un sentido victimista, ni se centra exclusivamente en las mujeres, sino que plantea las diferentes vías y expectativas que la sociedad les ofrece para desarrollar su personalidad, y las diferentes exigencias que gravitan sobre cada sexo. En suma, a nuestro juicio, la obra de la escritora gallega constituye un excelente medio para aproximarse al conocimiento de la vida privada y de las relaciones sociales de la España de la Restauración1. Un excelente medio también para conocer el talante y la personalidad de una de las mujeres que más se comprometió en la causa del feminismo durante los últimos lustros del siglo XIX.

INFANCIA Y ADOLESCENCIA

Fue Emilia Pardo Bazán una mujer privilegiada por su extracción social, por su educación, por su inteligencia despierta y aguda, por el medio cosmopolita en que se desarrolló su vida intelectual y personal, por sus múltiples relaciones sociales. Desde muy pronto fue consciente del mundo en que le había correspondido vivir; y tomó conciencia de los problemas, de las tensiones, de las fuerzas intelectuales que lo atravesaban impulsándolo hacia nuevos horizontes, o tratando de fijarlo en posiciones inmovilistas. En esta toma de conciencia hay una cuestión que, sin lugar a dudas —por esa estrecha e íntima relación que existe entre vida privada y vida pública—, se convertirá, al hilo de su biografía, en uno de los ejes de su obra; me refiero a la preocupación que siente por la discriminación que experimentan las mujeres en la sociedad española, por razón exclusiva de su sexo.

La extracción social de doña Emilia, su educación, la trayectoria social y cultural de su familia, que le permite salir con frecuencia del estrecho marco provinciano, colocan a doña Emilia, de entrada, en una situación excepcional entre el conjunto de las mujeres de su época. Si a esta ventajosa posición de partida, añadimos su extraordinaria agudeza, su curiosidad sin límites, su gran sensibilidad para percibir y tomar nota de los vientos que soplan en una España —la España de la Restauración— en proceso de cambio y de modernización, tendremos una primera aproximación a la personalidad de la escritora gallega.

Pertenece la obra de Emilia Pardo Bazán a la primera fase de la cultura de la Edad de Plata. Pardo Bazán será la que teorice sobre el naturalismo francés y lo divulgue en nuestro país a través de La cuestión palpitante. Y también será doña Emilia la que perciba el giro que experimenta el quehacer novelesco hacia unas vías más espiritualistas a fines de los años ochenta, y lo dé a conocer en España, tanto a través de sus conferencias en el Ateneo madrileño2, como a través de dos novelas escritas en 1890: Una Cristiana - La Prueba3.

En septiembre de 1851, nace doña Emilia en La Coruña, en el seno de una familia que bien podemos considerar burguesa, aunque tenga antecedentes nobiliarios; la familia está bien relacionada, y cuenta entre sus antecesores con personas de variopinta ideología: carlistas, liberales y masones4. Vive una infancia feliz en medio del cariño y de las atenciones paternas, que la rodearán de un ambiente poco común en las niñas de su época. Entre sus juguetes se encuentran mezclados la locomotora que se hace eco del reciente ferrocarril, el caballo de cartón piedra y la muñeca «vestida de raso con tirabuzones y zapatitos de cabritilla»5; la pequeña, si tiene algún juguete preferido, es tal vez el caballito de cartón al que se sube imitando a los paisanos de su tierra. En todo caso lo que nos interesa subrayar es que en su cuarto conviven juguetes de diverso carácter, que no parecen determinados exclusivamente por el sexo de la pequeña.

La educación de doña Emilia se desarrolla en el seno de una familia culta, de talante liberal, a pesar de sus inmediatos antecedentes carlistas. La madre la iniciará en la lectura, por la que la niña mostrará muy pronto excepcional afición. Uno de sus primeros recuerdos —cuando apenas cuenta ocho o nueve años— es el de su estancia en Sangenjo en una casa bien provista de libros. Ella rememora en sus Apuntes autobiográficos el placer que sentía en aquella biblioteca doméstica: «Libros, muchos libros que yo podía revolver, hojear, quitar, poner otra vez en el estante.» Y es que la niña Pardo Bazán se encuentra a sus anchas en aquel ambiente que con cierta ternura recordará años más tarde: «era yo de esos niños que leen cuanto cae por banda, hasta los cucuruchos de especias y los papeles de rosquillas; de esos niños que se pasan el día quietecitos en un rincón cuando se les da un libro, y a veces tienen ojeras y bizcan levemente a causa del esfuerzo impuesto a un nervio óptico endeble todavía»6.

Otro recuerdo de infancia que consigna en sus Apuntes es la impresión que le causó, cuando apenas tenía nueve años, el regreso del ejército vencedor de la guerra de África. La pequeña Emilia que había seguido en La Iberia —diario al que estaba suscrito su padre— los incidentes de la campaña, conservará un recuerdo imborrable del desembarco de una parte del ejército africano en La Coruña7. Me parece importante subrayar esta impresión, ya que es entonces cuando nace en ella y cuando toma conciencia, por vez primera, de un sentimiento patriótico que será siempre fundamental en su vida. Su preocupación por la situación de España, por su atraso respecto a Europa, por el mal hacer de sus gobernantes, por la frivolidad reinante, por la guerra de Cuba y de Filipinas, por la necesidad de poner remedio a los males de la patria..., son temas siempre presentes tanto en su obra novelada como en sus conferencias y artículos8.

Dos aspectos quisiera subrayar de este recuerdo infantil: por una parte la manifestación de cierta demofilia que aflorará en su obra en muchas ocasiones9; por otra, la aparición en la futura escritora de un sentimiento nacional espontáneo que brota directamente del eco despertado por la contienda africana. Este sentimiento nos ayuda a conocer el alcance, no estrictamente político, de las expediciones militares de la era isabelina en una persona de carne y hueso; y nos permite intuir su trascendencia tanto en la forja de un africanismo que perdura durante toda la segunda mitad del siglo XIX, como en las resonancias emocionales que despierta, llamadas a reavivar un sentimiento nacional en el contexto de la Europa de los nacionalismos.

La familia Pardo Bazán pasa los inviernos en Madrid; y allí asistirá la pequeña, como mediopensionista, a un colegio francés, privado y laico, «muy protegido de la Real Casa y flor y nata de los colegios elegantes». No guarda, sin embargo, buenos recuerdos de su estancia en este centro: ni de la directora, ni de la comida, ni de la escasa instrucción recibida10. Esta falta de instrucción, propia de los colegios femeninos de la época por muy encopetados que fuesen, le pesará durante toda su vida y se convertirá en una de las asignaturas pendientes que reivindicará para la mujer. De esta época conservará, sin embargo, algo positivo: un excelente dominio del francés.

¿Fue éste todo el bagaje cultural que recibió en su infancia? En absoluto. Durante su estancia en La Coruña, la vida de la pequeña transcurre bastante solitaria pero no aburrida, ya que se enfrasca en la lectura; y sin apenas cortapisas, lee o más bien devora cuanto queda a su alcance. Recibe lecciones de matemáticas y de ciencias, y se rebela ante las clases de piano, que pide se le conmuten por otras de latín con el deseo de leer «una Eneida, unas Georgicas y unas Elegías de Ovidio que andaban por el armario de hierro»11. Recibe también lecciones de costura y labor que no parece que fuese muy de su agrado si nos atenemos al tono irónico con que las recuerda: «como parte de educación, en el capítulo de labores de mi sexo, me había enseñado una maestra de costura, del tipo más clásicamente español, a calcetear medias menguando y creciendo lo que Dios manda»12.

En fin, por lo que deducimos de sus Apuntes autobiográficos, doña Emilia aprendió en su infancia y adolescencia, más de los libros que tenía a su alcance que de sus profesores. Tres libros fueron sus predilectos entre los muchos que tuvo ocasión de manejar: la Biblia, el Quijote y la Ilíada. Los títulos pueden parecer chocantes, pero no hay que olvidar que la futura escritora no tiene a su alcance una biblioteca infantil sino una biblioteca de adultos, y de ella entresaca y recuerda las obras que la impresionaron más vivamente. Doña Emilia leyó otras muchas cosas: La conquista de México de Solís, Los varones ilustres de Plutarco, las novelas ejemplares de Cervantes..., y por supuesto, le atrajo la poesía romántica al despuntar su adolescencia.

Doña Emilia comienza a escribir versos desde muy pequeña; versos que reciben los plácemes de los tertulianos de la familia, algunos tan ilustres como Olózaga. Tanto estas alabanzas que darán a la pequeña una gran confianza en sí misma, como su asistencia habitual a las reuniones familiares, conformarán un talante espontáneo y seguro que le permitirá participar en los círculos masculinos ilustrados con gran naturalidad y resolución.

Gran lectora desde la infancia, comienza muy pronto a saborear la poesía e incluso hace sus pinitos en la lírica como acabamos de indicar, si bien guarda cierta reticencia hacia la novela; la clave de esta reticencia puede encontrarse en una experiencia que ella nos cuenta en sus Apuntes autobiográficos. Según éstos, a los catorce años había leído casi todo: poesía, historia, ciencia, novelas de Cervantes, letrillas de Quevedo... Sólo tenía una traba para sus lecturas, las modernas novelas francesas: Dumas, Sue, Sand, Victor Hugo... Lógicamente, la prohibición arrecia su deseo, y a escondidas comienza a leer Nuestra Señora de París de Victor Hugo, que le decepciona profundamente; el carácter maravilloso y extraordinario de los acontecimientos le convencen de que está fuera de su alcance dedicarse a este género. Y posiblemente esta primera impresión fue la que le hizo perder interés por la novela durante su infancia y adolescencia, como confesará ella misma años más tarde13.

En suma, doña Emilia a los catorce años es una adolescente bien distinta de las muchachas de su edad. Se ha criado en el seno de una familia distinguida, de talante liberal, católica, culta, rica; ha vivido en Galicia y en Madrid; ha hecho lecturas variadas y abundantes, ha saboreado la poesía romántica, y ha tenido ocasión de asistir regularmente a las tertulias familiares, lo que le ha permitido conocer y dialogar con algunos prohombres locales y aun nacionales.

El año 1868 es fundamental en su vida. «Tres acontecimientos importantes —escribe— se siguieron muy de cerca: me vestí de largo, me casé y estalló la revolución de 1868»14. Así recuerda doña Emilia aquella fecha tan transcendente en su biografía. Aunque no sabemos en qué medida su matrimonio pudo estar concertado por la familia, sí parece que jugó un papel importante el amor. Se casa con José Quiroga y Pérez Deza, que tiene dieciocho años y estudia Derecho en la Universidad de Santiago, ciudad en la que se establece el joven matrimonio. Al año siguiente marchará a Madrid, al ser elegido don José Pardo Bazán diputado progresista para las Constituyentes de 1869, por el distrito de Carballino.

Se produce entonces un giro de ciento ochenta grados en la vida de Pardo Bazán: ha cambiado de estado y cambia de residencia. La vida de la capital rompe el ritmo austero de su vida coruñesa, limitada al trato de la familia y de amigos graves. Madrid significa bullicio, reuniones en salones, paseos en coche por la Castellana, conciertos, teatros... Este tipo de vida corrige la propensión al aislamiento que podía haberse afianzado de seguir el ritmo austero de la casa paterna en la provincia, pero también este continuo ajetreo le produce cierta inquietud y desasosiego. Los veranos que pasa en Galicia en su nueva situación de casada no le permiten el recogimiento y las horas de lectura a que estaba habituada, si bien las diversas excursiones a caballo, en coche o a pie le familiarizarán con el paisaje y la tierra gallega que tanta fascinación ejercerán sobre ella durante toda su vida.

El marido muestra una gran admiración por Emilia, que le alienta en sus estudios, que le repasa las lecciones, e incluso le prepara los trabajos. Ya desde entonces queda clara la capacidad superior de la mujer en aquel matrimonio15, y deja en evidencia su mayor inteligencia, su mayor empuje, su mayor iniciativa; doña Emilia es consciente de ello y, sin duda, se le presentará con viveza cuando observe a lo largo de su vida la costumbre de que la mujer preste callado asentimiento a lo que sugiere o mande el varón. Y esta relación injusta será uno de los temas que aparecerá denunciado en sus novelas16.

Pardo Bazán tiene un convencimiento espontáneo de la igualdad entre el hombre y la mujer recibido en el ámbito familiar de boca de su propio padre, por el que guardará toda su vida una profunda veneración y de él se sentirá especialmente deudora. No compartía éste los prejuicios comunes de su época, ni en lo que se refiere a la educación de la mujer, ni en lo que atañe a su papel dentro de la sociedad. Don José Pardo Bazán creía en la igualdad intelectual y moral de hombres y mujeres, y creía que unos y otras debían desarrollar al máximo sus facultades. La escritora recuerda emocionada las palabras que solía repetirle: «Mira, hija mía, los hombres somos muy egoístas, y si te dicen alguna vez que hay cosas que pueden hacer los hombres y las mujeres no, di que es mentira, porque no puede haber dos morales para dos sexos»17. Y esta lección no se le olvidará nunca como testimonia su vida y su obra. Creo que es oportuno recodar el homenaje que le rinde doña Emilia en su prólogo a la obra de Stuart Mill —que el lector tendrá ocasión de leer más adelante—, dos años después de su muerte, con unas palabras que manifiestan la gratitud, el cariño y la deuda que sintió siempre por él:

Adornaban a mi padre clarísima inteligencia y no común instrucción; mas donde pudiesen faltarle los auxilios de ambos dones, los supliría el instinto de justicia de su íntegro carácter, prenda en que muchos le igualarán, pero difícilmente cabrá que nadie le supere. Guiado por ese instinto, juzgaba y entendía de un modo tan diferente de como juzga la mayoría de los hombres, que con haber tratado yo después a bastantes de los que aquí pasan por superiores, en esta cuestión de los derechos de la mujer rara vez les he encontrado a la altura de mi padre. Y repito que así le oí opinar desde mis años más tiernos, de suerte que no acertaría a decir si mi convicción propia fue fruto de aquélla, o si al concretarse naturalmente la mía, la conformidad vino a corroborar y extender los principios que ya ambos llevábamos en la médula del cerebro18.

En suma, Emilia Pardo Bazán, que aún no ha cumplido los diecisiete años cuando se casa en 1868, es una joven inteligente, católica, vital, inquisitiva, llena de curiosidad y amiga del razonamiento. La joven Emilia tiene un talante liberal si bien ideológicamente está cercana al carlismo —al que pertenece la familia de su esposo—, aunque es bueno precisarlo, a un carlismo ribeteado de romanticismo. No es una joven tímida, que calla sumisa y cohibida cuando hablan los varones, o disculpa su atrevimiento por participar en una conversación que se salga de los tópicos que la sociedad considera como los propios de las mujeres. Podríamos decir que doña Emilia no respondía al arquetipo de ángel del hogar que la literatura normativa había socializado —y continuará divulgando— durante la era isabelina19.

LA FORJA DE LA MUJER, 1868-1889

Pardo Bazán se instala con su marido y sus padres en Madrid a raíz de la elección de su progenitor como diputado de las Constituyentes. No permanecerán mucho tiempo en la capital, ya que los avatares de la revolución y la trayectoria del partido progresista les determinan a salir del país20. Creo que es oportuno hacer un par de observaciones acerca de la estancia de doña Emilia en Madrid, además de lo ya señalado acerca del ritmo de su vida cotidiana. La primera hace referencia a las impresiones que le quedan de esa época. La escritora recuerda esos años como un tiempo en el que la política predomina sobre la literatura; y es consciente de que se trata de un tiempo de fermento y gestación: «El mismo interregno literario de los primeros años de la Revolución —durante el cual enmudecieron las musas y sólo derramó a torrentes gracia y mordacidad la prensa satírica y despidió centellas la oratoria parlamentaria— fue provechoso como lo es el descanso del terruño en que ha de caer la simiente. Los que quedaban en pie de la época anterior se rehicieron; los nuevos salieron a la palestra con el ímpetu irresistible de la esperanza»21. Anotemos, pues, que la escritora señala con su poderosa intuición la estrecha conexión entre el movimiento literario de los comienzos de la Edad de Plata y los acontecimientos del Sexenio.

La segunda observación se refiere a su manera de percibir los sucesos de esos años. Para entender su actitud conservadora ante la República, conviene tener presente su posición y extracción social, su pertenencia ideológica y sus creencias religiosas22. Por lo demás, doña Emilia en sus Apuntes autobiográficos recoge una serie de reflexiones que ayudan a explicar su actitud: señala la trascendencia social que la politización del tema religioso lleva consigo; se refiere al clima reaccionario que se vive en los salones durante el reinado de Amadeo, y alude de pasada a la atmósfera que sirve de caldo de cultivo para la reorganización del carlismo23.

Sabemos que en 1871, la familia Pardo Bazán, acompañada del joven matrimonio, cruza la frontera, camino de París, y que visita después Italia, Austria y Alemania. Esta época resulta muy fecunda en la maduración de doña Emilia. Al ser muy reducidas sus relaciones y obligaciones sociales, puede llevar un género de vida tranquilo y sosegado que le permite dedicar varias horas a la lectura, y facilita su contacto con la literatura europea.

En 1872 visita la Exposición de Viena, se inicia en el conocimiento del alemán, y toma buena nota de los avances de la ciencia y de la industria contemporáneas. En resumen, podríamos decir que en estos primeros años setenta, la futura escritora entra en contacto con un mundo nuevo, en plena ebullición intelectual, que favorece su orientación por las letras. Las impresiones de estas visitas las recoge en un Diario de viaje que, si bien «nunca verá la luz», le creará un hábito de escritura según confiesa: «desde entonces fue para mí una necesidad apremiante el tener emprendido algún trabajo o estudio; señal de que la reflexión empezaba a sobreponerse a la perezosa alegría y vagancia de los tiernos años juveniles»24.

Fundamental en su trayectoria biográfica será la amistad con Giner de los Ríos —amigo cercano a la familia— a partir de 1873. Don Francisco le dará a conocer el krausismo —filosofía que en pleno Sexenio tiene gran actualidad en España—, y le descubrirá nuevos horizontes: «en largas conversaciones, Giner me fue abriendo la senda. Para alentarme, me sugirió que en mí existía un temperamento artístico. Sus consejos, no exentos de cierta severidad sana, me indujeron a estudiar, a viajar, a conocer idiomas y autores extranjeros y, al propio tiempo, a sentir la poesía del ambiente patrio y hasta del casero y familiar»25. Será entonces cuando la joven doña Emilia se lance con avidez a la lectura de los filósofos krausistas, alternando estas obras —según confiesa ella misma— con la de los místicos del Siglo de Oro, cuyo excelente castellano le hará gustar de las excelencias de nuestra lengua ya para toda su vida.

Su relación con el mundo del krausismo fomentó su curiosidad intelectual, gracias a la cual, señala, «cobré afición a la lectura seguida, metódica y reflexiva que pasa del solaz y toca al estudio». Precisamente será a raíz de la lectura de Krause, cuando se adentra en el conocimiento de Kant, «primer filósofo —escribe— cuya obra leí con admiración». Instalada en este horizonte intelectual, la futura escritora lee a los filósofos alemanes, a los clásicos, a santo Tomás... Nadie mejor que ella misma para señalar el resultado de esta formación autodidacta: «Me persuadí que para lo de tejas arriba me convenía la filosofía mística, que sube hacia Dios por medio del amor, y para lo de tejas abajo, el criticismo, método prudente que no anda en zancos, pero que no se expone a caídas»26. Puede afirmarse, pues, que mediados los años setenta, doña Emilia es una mujer cultísima, y que sólidas lecturas cimentan su formación.

Será entonces cuando caiga en la cuenta de las diferentes oportunidades que la sociedad, su sociedad, ofrece al hombre y a la mujer. El varón tiene unas vías establecidas que le permiten, de acuerdo con su posición o con su curiosidad intelectual, seguir una determinada trayectoria fijada por la costumbre. Para la mujer todo es distinto, y doña Emilia señala que ni el mismo varón es consciente de esta discriminación que sufren las mujeres por razón exclusiva de su sexo:

Apenas pueden los hombres formarse idea de lo difícil que es para una mujer adquirir cultura autodidacta y llenar los claros de su educación. Los varones desde que pueden andar y hablar, concurren a las escuelas de instrucción primaria; luego, al instituto, a la academia, a la universidad, sin darse punto de reposo, engranando los estudios. Harto se me alcanza que mucho de lo que aprenden es rutinario, y algo tal vez estorboso o superfluo; con todo, semejante gimnasia fortalece y siempre queda lo aprendido para las futuras direcciones. Ejercitándose en partir de lo conocido y elemental a lo superior; se familiarizan con palabras e ideas que por punto general no maneja la mujer, como no maneja el florete de esgrima ni las herramientas del artesano. Hoy atienden las lecciones de un profesor eminente y célebre; mañana se preparan a un examen, a una oposición, y como el púgil antes de entrar a la palestra, prueban y ensayan la agilidad y el vigor de sus miembros. Todas ventajas, y para la mujer, obstáculos todos27.

Pardo Bazán, consciente de sus deficiencias en el terreno intelectual, traza su propio plan de formación, que sigue férreamente, saboreando el bienestar y la paz que le proporciona esta dedicación al estudio provista de un método y un orden. Es muy posible que la futura escritora experimentara la inferioridad de su formación al relacionarse con los varones ilustrados con los que gustaba alternar en las tertulias, y a raíz de esa experiencia se propusiese conseguir su mismo nivel. Doña Emilia, que es ya una joven enérgica y obstinada, que cree en la igualdad entre hombres y mujeres, se organiza un rígido método de estudio para lograrlo, y se prohíbe la lectura de «todo libro de puro entretenimiento», aludiendo con ello a la poesía y a la novela. Ello puede ayudar a explicar que a la altura de los años 1874 y 1875 ignorase la naciente literatura realista española.

Estos primeros años setenta son de aprendizaje, de reto, de consolidación de su vasta formación, que había sido muy poco sistemática hasta aquel momento. Don Francisco Giner tuvo un gran magisterio cerca de ella; Pardo Bazán lo recordará siempre, y le profesará gran cariño, respeto y admiración. Su deuda con don Francisco no se reducirá al plano estrictamente intelectual sino a todo un talante ante la vida:

Don Francisco me enseñó aquel sentido de tolerancia y respeto a las ajenas opiniones, cuando son sinceras, que he conservado y conservaré, teniéndolo por prenda inestimable y rara, no ya en España, en que las discusiones suelen ser violentas y los juicios tajantes y secos, sino en el mundo entero [...]. Don Francisco respetaba, no ya con los labios, sino internamente, los sentires y pesares ajenos, y ponía en este ejercicio un espíritu de justicia y hasta de amor. Y no era un escéptico que todo lo respeta porque todo le es igual; al contrario, fue el más convencido de los hombres28.

Giner será para doña Emilia un permanente estímulo y uno de los referentes de su feminismo29. Su austeridad, su sencillez, su modestia le recuerdan el talante de san Francisco, cuya biografía empieza a concebir por aquellas fechas.

En la década de los setenta, doña Emilia consolida su formación y mantiene sus contactos con Europa. Viaja a París y a Londres, y perfecciona su inglés para leer en su lengua a los grandes maestros de la literatura británica. A su regreso a España vuelve a escribir poesía que, como ella recuerda, era un género que ejercía una fuerte atracción sobre toda persona que aspirara a destacar en las letras por aquella época. En 1876 nace su primer hijo, Jaime, al que dedica unos poemas que titulará precisamente Jaime30. Será a partir de entonces cuando doña Emilia, que ha conocido poco antes la novela española contemporánea, se encamine definitivamente hacia la prosa, y se sienta capaz de novelar al modo realista; es una sensación nueva, ya que anteriormente la lectura de los novelistas románticos le había convencido de su incapacidad para escribir fabulando y derrochando imaginación. En fin, entre 1876 y 1879 —en 1878 nacerá su primera hija, a la que llamará Blanca—, Pardo Bazán prosigue su formación —para ella siempre inacabada— y hace sus primeras apariciones en el ámbito público.

En 1876, muy poco después de su primera maternidad, presenta en los Juegos Florales de Orense un trabajo: «El Estudio crítico de las obras del P. Feijoo», que, aun concurriendo con otros de Concepción Arenal y Morayta, obtiene el primer premio31. La lectura de la obra del benedictino le impresiona vivamente, quizá porque conecta con una de sus más profundas inquietudes. Pienso que las palabras con que Feijoo comienza su Defensa e las mujeres estarán desde entonces muy presentes en su memoria: «En grave empeño me pongo. No es ya sólo un vulgo ignorante con quien entro en la contienda. Defender a todas las mujeres, viene a ser lo mismo que ofender a casi todos los hombres... Estos discursos contra las mujeres son de hombres superficiales... El más corto lógico sabe, que de la carencia del acto a la carencia de la potencia no vale la ilación; y así de que las mujeres no sepan más, no se infiere que no tengan talento para más»32. Quizá el mensaje de Feijoo, el talante de Giner, y los consejos de su propio padre fueran los tres referentes en el desarrollo de su feminismo.

A partir de ese año de 1876, comienza a publicar en revistas gallegas artículos de divulgación, en muchos casos de carácter científico; alguno de ellos promueve polémica, y la autora entra en liza sin timidez alguna, mostrando incluso cierto aire de superioridad. En 1877 escribe en La Ciencia Cristiana —revista de ámbito nacional que dirige Ortí y Lara—, a propósito del darwinismo. No es ocasión de analizar los temas y tesis que sostiene, pero sí de tomar nota de que la joven Emilia —apenas tiene poco más de veinticinco años—, hace su entrada en la vida pública con temas científicos de gran actualidad en España; con temas que eran objeto en aquel momento de conferencias y discusiones en el Ateneo madrileño. Doña Emilia escribirá en La Ciencia Cristiana junto a prohombres ya consagrados: fray Ceferino González, Navarro Villoslada, el mismo Ortí... Ahora bien, el carácter apologético y el estrecho y cerrado horizonte que le impone la dirección de la revista chocarán con su talante liberal33. ¿Por qué colabora?, cabe preguntarse. Nada podemos afirmar con certeza, aunque es posible aventurar la hipótesis de que la futura novelista, mujer llena de ambición a pesar de su juventud, viese en ello la oportunidad de participar en una revista de ámbito nacional, y eso en un momento en que su propia cercanía al tradicionalismo hacía que no le repugnara la idea de escribir en un medio —de esa misma orientación— en el que lo hacían grandes personalidades. Por lo demás, la escritora guardará un recuerdo y una herencia de esta colaboración. El recuerdo: se sentirá orgullosa de ser la única mujer que colabora en la revista, y de que muchos lectores —tal vez por los mismos temas de que se ocupaba— creyeran que su firma correspondía al seudónimo de un varón. La herencia: la precisión y el dominio del lenguaje que será consecuencia del estricto control y de la férrea censura que llevaba a cabo la dirección de la revista.

Durante estos años, doña Emilia está abierta a todo lo nuevo y se muestra permeable y crítica con las diversas lecturas que van cimentando su sólida personalidad intelectual. Nelly Clemessy, excelente conocedora de su obra, se he referido a «la fluctuante posición de la escritora entre la tradición y la modernidad», y a «su deseo de adaptación ideológica al pensamiento contemporáneo sin renegar por ello de sus convicciones cristianas». «Es —señala— una actitud de la que jamás se separará la Pardo Bazán y que caracterizará sus escritos críticos, así como su obra novelesca y, más concretamente, la del primer decenio de su carrera (1880-1890)»34.

En el segundo lustro de la década de los setenta, doña Emilia imprime un giro a sus lecturas; fatigada dice, «por la lectura continuada de obras graves», se recrea principalmente con la novela. La escritora, conocedora de varios idiomas y sabedora de la fama de una serie de autores extranjeros, se siente atraída en un principio por autores de fama internacional: Victor Hugo, Scott, Dickens, Sand... Y ello, confesará posteriormente, «sin sospechar la existencia de la novela española contemporánea». Esta ignorancia nos puede parecer chocante, a posteriori, mas doña Emilia explica la laguna aludiendo a la estrechez del horizonte cultural del marco provinciano en que vivía. Allí recibía revistas científicas y filosóficas españolas y extranjeras a las que estaba suscrita, pero de la prensa sólo leía La Fe y El Siglo Futuro, periódicos que sin duda, por el militante carlismo de su marido, entraban regularmente en su casa. En consecuencia, escribe en 1886 refiriéndose a estos momentos, «mi época literaria pasaba a mi lado, y oía su voz como esos rumores lejanos que no encuentran eco en nuestro distraído espiritu»35. Ahora bien, la lectura, casual en un principio, de la obra de Valera, Alarcón, Pereda y Galdós le introducirá en el mundo de la novela contemporánea que la conquistará por completo y acabará rápidamente por enrolarla en sus filas.

A partir de entonces doña Emilia se entusiasma con el quehacer de sus contemporáneos, y fascinada por su realismo, se lanzará a la aventura de su primera novela, Pascual López (1879). La obra será bien acogida por los críticos, incluso por Manuel de la Revilla, «acérrimo enemigo de las hembras escritoras»36 y uno de los más prestigiosos del momento. Esto la animará a proseguir por un camino en el que empiezan a ser conocidos una serie de escritores que con su nueva forma de novelar acabarán dando al traste con la popularidad del drama y de la poesía lírica, géneros predilectos desde el romanticismo.

En 1880, doña Emilia contrae una hepatitis y marcha al balneario de Vichy. Apenas tenemos noticia de su vida familiar durante estos años, mas por lo que puede deducirse de sus Apuntes autobiográficos, parece ser que la escritora debía de tener dificultades con su esposo, que terminarán pocos años después en una separación amistosa. Pensamos que a estas dificultades alude Pardo Bazán al hablar de «las hondas tristezas» y de «las ideas obscuras que iba a olvidar en la portería del convento», recordando las continuas visitas que hacía a los franciscanos de Santiago cuando estaba gestando su San Francisco: «¡Jamás entré allí triste o turbada —confiesa— que no saliese llena de consuelo...»37. Pensamos también, al levantar esta hipótesis, en el tema de desacuerdo matrimonial que presenta en Un viaje de novios, novela que empieza a escribir precisamente en el balneario de Vichy. Antes de regresar a España, Pardo Bazán pasa por París, parece ser que con el fin de conocer personalmente a Victor Hugo. En la tertulia del gran literato, éste la sitúa a su lado y entabla con ella animado diálogo, al que doña Emilia corresponde primero con cierta timidez, aunque luego, al considerar que España sale malparada de labios del poeta, salta apasionada y segura en defensa de su patria, y hace gala de su educación cosmopolita con tal convencimiento y brillantez que harán exclamar a Victor Hugo: «Voilà bien l’espagnole.» Pardo Bazán cuenta entonces veintinueve años, y ha tenido oportunidad de conocer en su propia carne las dificultades que rodean a las mujeres para obtener una educación y una preparación que a los varones les facilita la sociedad normalmente. Pero esta gallega no se arredra, y como hemos señalado anteriormente, coge al vuelo los consejos de Giner y tras fijarse unos objetivos y trazarse un plan de lecturas para conseguirlos, busca establecer y establece múltiples relaciones sociales e intelectuales38.

En 1881 nace su segunda hija, Carmen; termina Un viaje de novios, y prosigue su San Francisco de Asís, que verá la luz en 1882. En ambas obras da muestra de su incipiente feminismo militante; en la primera subraya las dificultades que conlleva la educación femenina exclusivamente orientada al logro del matrimonio39. En la segunda, se refiere a las posibilidades que las mujeres tenían de ilustrarse en la Edad Media, en una época considerada como bárbara, pero que en este aspecto era más justa que la contemporánea. Se refiere también en esta obra a la influencia benéfica del cristianismo que libera socialmente a la mujer de una serie de prejuicios, la iguala con el varón y la remite a su propia conciencia, temas que estarán muy presentes en muchas de sus obras40.

En septiembre de 1882, doña Emilia comienza a escribir en La Época una serie de artículos con el fin de difundir en España la nueva forma francesa de novelar: el naturalismo. Este conjunto de artículos se recogerán en un libro con el título de La cuestión palpitante en 1883. La obra levantará gran revuelo, y suscitará el reproche de tradicionalistas, conservadores, liberales y republicanos41. Las críticas lloverán sobre ella, y alguno de sus oponentes apelará a su condición familiar, sorprendido de que sea capaz de propagar las nuevas ideas: «¿Cómo una buena madre de familia, esposa y dama honesta —escribe Luis Alfonso— puede ser naturalista? ¡Horror!, esta señora honorable, además, se complace en salpicar sus escritos literarios de palabras de baja estofa y en exponer [...] algunos pormenores de obstetricia al final de su novela más reciente?» El golpe bajo no paraliza a la escritora, que probablemente se pregunta —sin dudar de la respuesta— si el argumento de ser buen padre, esposo y hombre distinguido invalidarían a un varón para publicar lo que él creyera oportuno. Y de inmediato salta a la palestra y contesta con viveza y desenfado a sus críticos. Creo que vale la pena recordar uno de los cruces de palabras que tuvo con Luis Alfonso, porque nos da la medida del talante de esta mujer, que se considera igual en derechos y saberes a cualquier varón: «Pero, señora, ¿cómo se atreve usted a polemizar con un caballero tan importante como don Eduardo Calcaño?», la increpará Luis Alfonso. Y doña Emilia le contestará en el mismo tono: «Y ¿acaso no soy yo tan importante como él o más?» «Pero, señora, insistirá el crítico — recapacite usted y piense que tiene hijos y honor familiar.» «Cállese usted —le recriminará la escritora—, que no es para tanto, y el que yo divulgue una teoría no compromete mi honra.» «Recuerde usted, señora, que es religiosa», replicará el crítico pensando que si pone en entredicho su religiosidad pone en entredicho también su misma honorabilidad, y que con ello puede silenciar a la escritora. Mas la respuesta de doña Emilia tratará de pulverizarlo y poner fin a la discusión. Doña Emilia no contestará a la defensiva sino que esgrimirá las mismas armas que su contrincante, y le responderá: «Naturalmente que lo soy, por eso estoy a salvo de sus ataques, y limpia de mancha»42. La escritora se crece; y tras la polémica, que ha tenido gran difusión, la ilustre gallega tiene la seguridad de ser conocida; sabe que su fama ha trascendido al extranjero, y que el mismo Zola se ha ocupado de su obra.

Doña Emilia cree en lo que hace, y cree compatible su quehacer como escritora y su vida familiar. Ella lo cree de buena fe, pero la realidad vendrá a demostrarle lo contrario. En La Coruña La cuestión palpitante levanta críticas, suscita escándalos y es objeto de duras recriminaciones en ámbitos religiosos. Su marido, que procede de una familia tradicionalista, que es un hombre tímido, romántico y propenso al abatimiento, se asusta; él, que había fomentado en un principio la avidez de lecturas de su esposa, no puede soportar la presión del ambiente, y prohíbe a su mujer que siga escribiendo. Doña Emilia se siente sola, no puede compartir ni el triunfo ni las dificultades que le ha propocionado la publicación de esta obra, y es entonces cuando quiebra definitivamente la posibilidad de entendimiento del matrimonio que, como señalábamos anteriormente, debía de tener ya dificultades. Por lo demás, en aquellos momentos, doña Emilia, mujer de profundas convicciones religiosas y católica practicante, mujer capaz de resistir los envites de la crítica y aun las desavenencias conyugales, necesita buscar un suplemento de seguridad que confirme su propia conciencia en lo que a ortodoxia se refiere. Por ello marcha a Roma, presenta su obra a un culto cardenal y de él recibe el visto bueno de la misma43; el Vaticano la apoya, coincide con su propia conciencia y la escritora sale fortalecida de esta entrevista.

Poco sabemos de lo ocurrido entre los esposos, doña Emilia no se refiere a ello en sus Apuntes autobiográficos, y Bravo Villasante señala que mantendrán una separación amistosa. Posiblemente, la disyuntiva que se le plantea a la escritora entre el marido y la profesión, la proyecta en un cuento que escribe en 1885, La dama joven. El personaje optará por el matrimonio; la escritora optará por la profesión; esta decisión acabará en un distanciamiento del matrimonio que tal vez en un principio hubiera sido remediable, pero que, posiblemente, tanto por la intransigencia de su marido como por la progresiva toma de conciencia de Pardo Bazán respecto a sus derechos como persona, se irá ahondando hasta hacerse irremediable. Ambos cónyuges optan por una separación discreta; ella se queda con los tres hijos y reside en La Coruña, en Meirás o en Madrid; él en sus fincas en tierras de Orense o en el castillo de Santa Cruz. Los esposos se ven, asisten juntos a actos relevantes, dialogan sobre la educación de sus hijos, pero el lazo que los unía se ha debilitado hasta romperse, porque, como escribirá años más tarde doña Emilia, «el cariño de los cónyuges propende a caducar si no lo fortifican inmensas afinidades espirituales y una amistad poderosa y consciente»44. A partir de entonces doña Emilia suprime la «J» que anteponía, al firmar, a su propio nombre.

Pardo Bazán es consciente que la desigual posición del hombre y la mujer dentro del matrimonio ha ocasionado o al menos ha influido directamente en la ruptura del suyo. Y sin duda, doña Emilia reflexiona, ¿sería pensable que una mujer prohibiera a su marido ejercer su profesión y que éste la obedeciera? La respuesta la encuentra en su propio entorno, y no tiene sino repasar la serie de libros de lectura destinados a la educación de las niñas; todos proponen un modelo de mujer sumisa y obediente45. Este modelo será el que ella misma ofrezca en el desenlace de su cuento La dama joven, posiblemente para ajustarse a los usos sociales y no levantar más polémica tras la ya habida con motivo de La cuestión palpitante. Ahora bien, doña Emilia interiorizará su propia experiencia, vivirá las consecuencias que le ha reportado, observará las desigualdades, que no por la ley o por la ortodoxia religiosa sino por la fuerza de la costumbre imperan en la sociedad46 y se propondrá denunciarlas con su pluma.

1889, UNAÑOCLAVEENLABIOGRAFÍA DEEMILIAPARDOBAZÁN

El año 1889 es clave en la biografía de Pardo Bazán. Es una época en la que reflexiona acerca de su propia condición femenina y acerca de la situación de la mujer en la sociedad, y se obliga a verbalizar sus reflexiones con motivo de un estudio que sobre este tema le piden desde Londres para publicarlo en una revista, la Fortnightly Review. A partir de entonces, doña Emilia se interroga cada vez más insistentemente sobre las discriminaciones que afectan a las mujeres en función exclusiva de su sexo (Insolación). La escritora vive en poco más de un año una serie de experiencias personales llamadas a dejarle profunda huella. Me refiero al rechazo de su candidatura para la Academia, a su aventura con Lázaro Galdiano, a su íntima amistad con Galdós, y a la muerte de su padre (comienzos de 1890), al que como sabemos estaba profundamente unida. Y todo ello combinado con una larga estancia en París —y otros viajes por Europa— con motivo de la Exposición Universal, cuyas crónicas debe enviar puntualmente a Madrid. Son unos meses en los que las experiencias personales en el ámbito de la vida pública y privada se superponen y le obligan a plantearse a fondo una serie de cuestiones tales como la discriminación del talento femenino que existe en ámbitos ilustrados; la cuestión de la doble moral en función de que la persona sea mujer u hombre; la conveniencia, dada su situación personal, de emanciparse económicamente, es decir, de vivir de su trabajo. Todo este conjunto de vivencias hace que este año largo sea fundamental en la vida de la escritora, especialmente en lo que se refiere a la toma de conciencia de la situación de las mujeres en la sociedad española.

Examinemos un poco más detenidamente cada una de las cuestiones enunciadas, si bien el lector encontrará en los textos de la escritora que se publican en este volumen, la reflexión más detenida de la propia autora.

A comienzos de 1889 es rechazada su candidatura para la Academia de la Lengua. Las cartas que Pardo Bazán dirige a Gertrudis Gómez de Avellaneda47 constituyen la mejor vía de aproximación al talante de la escritora en este momento, talante que, me anticipo a señalar, no tiene ni asomos de victimismo, aunque sí traduce una clara conciencia de ser víctima de un atropello por el único motivo de ser mujer. En esta cartas, doña Emilia quiere dejar constancia que el hombre y la mujer deben tener los mismos derechos y pueden expresarse de idéntica manera; comienza por manifestar que no cree que la mujer deba disculparse —como era bastante usual— por aparecer en el ámbito público; piensa muy al contrario que tiene derecho a ello y que hay que valorar que sea capaz de manifestar el «propio valer cuando se funda en verdaderos méritos»48. Ahora bien, aunque expresa estos principios, doña Emilia se manifiesta muy pesimista en cuanto al reconocimiento que los hombres ilustrados puedan hacer públicamente del talento femenino. En la Academia, escribe, la actitud hacia las mujeres es más hostil en 1889 que cuando a mediados de siglo se le negó el sillón a Gertrudis Gómez de Avellaneda. A fines del siglo XVIII fue posible la recepción de una mujer en la Academia como miembro honorario; el siglo XIX, en cambio, no ha permitido la entrada de ninguna dama a pesar de ser considerado un siglo progresista. Doña Emilia ironiza sobre este motivo:

¡Qué candidez la tuya, Gertrudis! El sexo no priva sólo del provecho sino de los honores también.

Y consciente de que los estatutos no hacen ninguna discriminación respecto a las mujeres, continúa con mordacidad imaginando la respuesta que la docta santa Teresa recibiría si se presentase a las puertas de la Academia:

Señora Cepeda, su pretensión de verdad es inaudita. Usted podrá llegar a ser el dechado del habla castellana, porque eso no lo repartimos nosotros: bueno; usted subirá a los altares, porque allí no se distingue de sexos: corriente; usted tendrá una butaca en el cielo, merced a cierto espíritu demagógico que aflige a la Iglesia: concedido; ¿pero sillón aquí? Vade retro, señora Cepeda. Mal podríamos, estando usted delante, recrearnos con ciertos chascarrillos un poco picantes y muy salados que a última hora nos cuenta un académico (el cual lo parla casi tan bien como usted, y es gran adversario del naturalismo). En las tertulias de hombres solos no hay nada más fastidiosito que una señora, y usted, doña Teresa, nos importunaría asaz.

Pardo Bazán termina la segunda carta señalando que está plenamente convencida de su derecho a entrar en la Academia, pero que no se encuentra despechada ante el rechazo que ha recibido, como es común en muchos varones que muestran con alardes de menosprecio al docto lugar su resentimiento. Doña Emilia, sincera y directa como es ella misma, reconoce el prestigio que conlleva ser miembro de la Academia a pesar de lo que puedan afirmar los que no llegan a obtener el apetecido sillón, ya que «el mismo ruido de tempestad que se alza al vacar un sillón prueba que la cosa algo significa y algo vale». La escritora —seguramente con ánimo de irritar a los académicos— termina de forma un tanto audaz y provocativa: «... creo que estoy en el deber de declararme candidato perpetuo a la Academia [...]. Seré candidato archiplatónico, lo cual equivale a candidato eterno; y mi candidatura representará para los derechos femeninos lo que el pleito que los duques de Medinaceli ponían a la Corona cuando vacaba el trono». Y para que cada vez sea más injusto el rechazo de su candidatura, se dispone a incrementar lo que hoy llamaríamos su currículum o su hoja de servicios, es decir, su obra literaria.

En 1889, una revista inglesa —la ya aludida Fortnightly Review— le encarga un estudio sobre la mujer española, que le obliga a formular, ordenar y poner por escrito su propia reflexión acerca del tema. El estudio se publicará también en España entre mayo y agosto de 1890 en La España Moderna. La escritora es consciente de que el tema puede suscitar recelos dentro del país, pero se decide a publicarlo en castellano, a mi juicio, por dos razones: una, por el deseo y el compromiso de colaborar en una revista que tiene gran fama y que dirige Lázaro Galdiano con el que le une buena amistad; otra, por su deseo de dar a conocer a hombres y mujeres —aunque sin duda, aquéllos serían los lectores mayoritarios— su opinión y sus ideas sobre los problemas, incoherencias y atrasos que condicionan la trayectoria biográfica de las mujeres españolas.

Creo que hay en doña Emilia un afán de denunciar la injusticia que supone el supeditar toda la vida de las mujeres al criterio masculino, y un afán de llamar la atención sobre los efectos negativos que de ello se derivan, tanto para la propia mujer como para la sociedad y la familia. Es posible que la escritora, al hilo de la redacción de estos artículos, tomara conciencia de que «la cuestión de la mujer» —así la llamará algo más tarde— era uno de los grandes problemas del país, como tendrá ocasión de exponer posteriormente en diversos artículos. En 1890, en un momento en que en España se empieza a indagar acerca de «los males de la patria»49, doña Emilia llama la atención sobre uno de ellos, que apenas atraerá el interés de sus contemporáneos cuando se acercan al estudio de este tema desde perspectivas masculinas50. Doña Emilia, mujer, ensanchará el horizonte ofreciendo nuevas y acertadas pistas, que sólo entrada la segunda mitad del siglo XX empezarán a ser consideradas.

Pardo Bazán, en cuatro artículos —«La mujer española», «La aristocracia», «La clase media» y «El pueblo»—, presenta una excelente visión de los rasgos que en su opinión caracterizan a la mujer española. Lo primero que llama la atención es la franqueza con que se apresta a exponer sus convicciones. Instalada en este surco, manifiesta que el comportamiento y el quehacer femeninos obedecen fundamentalmente a criterios masculinos, y por ello no es justo exigir a la mujer la completa resposabilidad de sus actos. Doña Emilia denuncia el hecho de que la revolución liberal no haya tenido una repercusión directa en el estado social y moral de las mujeres, y recuerda que tampoco la tuvo la Ilustración, lo que ayuda a explicar que la mujer hispana continúe «en saludable ignorancia; sumisión absoluta a la autoridad paterna y conyugal; prácticas religiosas y recogimiento sumo», que hacen de ella «la más rezadora, dócil e ignorante». Y advierte doña Emilia que «rezadora» no significa «cristiana»51. Por todo ello, el arquetipo de mujer española en pleno siglo XIX queda muy cercano al del Antiguo Régimen, ya que las transformaciones que ha reportado la revolución liberal del siglo XIX apenas han afectado a la mujeres52. Y es que el varón no desea que cambie el papel que la sociedad asigna a la mujer ni quiere que varíe o evolucione la posición femenina.

Lo sorprendente —afirma— es que el hombre de la España nueva, que anheló y procuró ese cambio radicalísimo, no se haya resignado aún a que, variando todo —instituciones, leyes, costumbres y sentimiento—, el patrón de la mujer también variase [...]. Para el español, por más liberal y avanzado que sea, no vacilo en decirlo, el ideal femenino no está en el porvenir, ni aun en el presente, sino en el pasado. La esposa modelo sigue siendo la de cien años hace [...]. Para el español, todo puede y debe transformarse; sólo la mujer ha de mantenerse inmutable y fija como la estrella polar...53.

Esta situación implica unas consecuencias sociopolíticas. A comienzos del siglo XIX existía entre hombres y mujeres mayor igualdad que al filo de la última década, ya que los avances que han tenido lugar a lo largo de la centuria han beneficiado casi exclusivamente al varón54 que ha entrado en el camino de la modernidad mientras la mujer permanece estancada en el viejo horizonte. Ello explica la distinta conciencia política que manifiestan unos y otras a lo largo del XIX. Durante la Guerra de la Independencia, las mujeres hicieron acto de presencia en la calle junto a los varones, expresando su deseo de libertad y su rechazo a los franceses; en adelante, sólo volverán a manifestarse en la vida pública para adherirse a la España antigua. La clave de este comportamiento reside, para doña Emilia, en que la revolución liberal no se ha preocupado de crear una base social femenina. Puede afirmarse que la España que se moderniza no cuenta con mujeres modernas ni en educación ni en mentalidad; y este hecho, a mi juicio, ayuda a explicar la actitud de aquéllas en muchas situaciones posteriores de la historia española. Por lo demás, la escritora tiene muy claro que el atraso y la incuria en que se encuentra la mujer española constituye una clave para entender el atraso del país. Lo raro y lo que llama profundamente su atención es que a pesar de ser muchos los que se afanan en buscar la raíz de «los males de la patria» apenas nadie caiga en la cuenta de la correlación que puede haber entre estos factores.

Doña Emilia, al denunciar la desigualdad entre hombres y mujeres, responsabiliza al varón por su criterio estrecho y alicorto: «Preguntad al hombre más liberal de España qué condiciones tiene que reunir la mujer según su corazón, y os trazará un diseño muy poco diferente del que delineó Fray Luis de León [...]. Al mismo tiempo que dibuja tan severa silueta, y pide a la hembra las virtudes del filósofo estoico y del ángel reunidas, el español la quiere metida en una campana de cristal que la aísle del mundo exterior por medio de la ignorancia.» La escritora insiste una y otra vez, acerca de lo que juzga un grave problema: la nefasta costumbre de que la educación femenina responda a los deseos del varón, ya que éste no quiere la igualdad, y lejos de aspirar a «que la mujer sienta y piense como él, le place que viva una vida psíquica y cerebral, no sólo inferior, sino enteramente diversa»55.

Se refiere también a la postura del varón ante la actitud religiosa de la mujer. Por una parte, ve en la práctica piadosa una garantía de su honestidad, pero teme que profundice en este terreno, ya que ni la quiere profundamente religiosa —mística, como dice Pardo Bazán—, ni le gusta que tenga demasiados contactos con el sacerdote, a pesar de que éste no es para ellos un enemigo sino «un aliado»; será excepcional que éste aconseje a la mujer que luche, que proteste, que se emancipe, y «sólo en raras ocasiones, cuando puede peligrar la fe, el confesor recordará a la penitente que ella no ha de perderse ni salvarse en compañía de su marido, y que el alma no se enajena al contraer nupcias»56. Pienso que, sin descartar las razones que se han dado comúnmente —intromisión del clero en los asuntos domésticos— para explicar las suspicacias del varón a los contactos entre el confesor y la mujer, es posible que el varón viese con reticencia que otro hombre tuviera ascendiente sobre su mujer; además conviene, seguramente, tener en cuenta su temor a que consejos como el señalado, debidamente reflexionados y asimilados, pudieran tener consecuencias que cuestionaran las relaciones sociales entre hombres y mujeres.

En tres artículos referentes a la mujer española que el lector encontrará en este volumen, Pardo Bazán hace una semblanza de las mujeres de la aristocracia, de la clase media y del pueblo. No es ocasión de repetir lo que la escritora expone lúcidamente con la fuerza de su pluma; sólo haré una brevísima referencia a los factores, que en mi opinión, son claves para entender la situación a juicio de doña Emilia.

La escritora señala que la mujer de la aristocracia tiene fama de frívola, de ociosa y hasta de atrevida. Doña Emilia admite que algo de verdad hay en esta apreciación, aunque no sea la tónica general; pero se indigna ante el hecho de que la imagen de la alta clase se encarne en una mujer con estas connotaciones negativas y deje a salvo enteramente la percepción del varón, habida cuenta que estas actitudes son comunes a uno y otro sexo, y desde luego, resultan mucho menos disculpables en los hombres, quienes han gozado de unas ventajas a lo largo de su educación de las que han carecido las mujeres. Doña Emilia es tajante al expresar su opinión, que tiene tintes de denuncia:

... en el hombre tiene este pecado menos excusa. La mujer, al ser frívola, al vivir entre el modisto y el peluquero, no hace sino permanecer en el terreno a que la tiene relegada el hombre, y sostener su papel de mueble de lujo [...]. El hombre, en cambio, tiene abiertos todos los caminos y todos los horizontes; y si nuestra aristocracia masculina quisiese pesar e influir en los destinos de su país, y ser clase directiva en el sentido más hermoso y noble de la palabra, nadie se lo impediría, y se lo alabaríamos todos57.

Resulta fascinante la capacidad crítica de la escritora que no sólo invalida las razones que maneja la opinión pública, sino que va más lejos, y acusa a los varones de no cumplir con sus deberes en la vida pública.

En cuanto se refiere a la mujer de las clases medias, Pardo Bazán señala una serie de factores que limitan la personalidad de éstas hasta dejarlas reducidas a la mediocridad. Condicionadas por el temor al declàssement, por la falta de educación y de instrucción serias, e incapacitadas no sólo por su escasa preparación, sino por todo un conjunto de prejuicios sociales que les impiden desempeñar casi todos los trabajos, «la señorita» no tiene más «carrera» que el matrimonio. Y esta idea oída desde la infancia se convierte en el objetivo de su vida; de hecho, señala Pardo Bazán, la búsqueda de marido es «la única forma de lucha por la existencia permitida a la mujer»58. Puesto que cuenta que el matrimonio es la principal aspiración de las mujeres de este grupo social, es lógico que las directrices de la educación de la joven no vayan encaminadas a desarrollar sus facultades personales, sino a mantenerla en un justo medio —con tendencia a la inmovilidad—, que es lo que desea el varón en su compañera. Y aunque es cierto, señala doña Emilia, que en los últimos años debido al nuevo horizonte cultural se ha mejorado la educación femenina, ésta se mantiene muy deficiente, y continúa encaminándose a satisfacer las aspiraciones del varón:

Por más que todavía hay hombres partidarios de la absoluta ignorancia en la mujer, la mayoría va prefiriendo, en el terreno práctico, una mujer que sin ambicionar la instrucción fundamental y nutritiva, tenga un baño, barniz o apariencia que la haga «presentable». Si no quieren a la instruida, la quieren algo educada, sobre todo en lo exterior y ornamental. El progreso no es una palabra vana, puesto que hoy un marido burgués se sonrojaría de que su esposa no supiera leer ni escribir59.

Tal vez puedan parecer exageradas las palabras de doña Emilia. No lo eran; en el siglo XVIII se había planteado si la mujer había sido creada a imagen y semejanza de Dios, y en la segunda mitad del siglo XIX, en una de las obras más leídas, La mujer, podía leerse que lo importante para ésta no era saber mucho, sino conocer mucho; añadiendo que el mucho conocimiento no se adquiría únicamente en los libros de los filósofos, cuya lectura, explicaba pormenorizadamente, era harto perjudicial para la mujer: «es fuerza que las mujeres sepan que el clima de estos espacios es poco saludable; en él peligran la vivacidad del rostro y la tersura de la frente; se habla poco y se medita mucho; funciona la inteligencia y descansa el corazón. Las que pedís sabiduría para vuestro sexo, reparad lo que pedís...»60. Los discursos en sentido análogo podrían multiplicarse; basta echar una ojeada a la literatura normativa de la época.

El resultado de esta precaria educación es altamente negativo para las mujeres, para la familia y para la sociedad, ya que contribuye a mantenerlas en «perpetua infancia», les impide desarrollar su capacidad de razonamiento y de crítica, les imposibilita para tomar cualquier iniciativa y, por supuesto, para tener unos criterios personales. Socialmente también es altamente negativa esta situación, ya que esta mujer pasiva y limitada se mostrará por sistema resistente a cualquier cambio; su seguridad y su ideal estarán en el pasado, por la sencilla razón de que será incapaz por sí misma de afrontar el futuro. Y cabe preguntarse, como más o menos explícitamente hace doña Emilia, acerca del lastre que suponía para una sociedad en proceso de cambio y de modernización como la española de fines del siglo XIX, los condicionamientos que pesaban sobre la mitad de la población española. Por lo demás, la falta de una plataforma común desde el punto de vista cultural —entendido el término en su sentido más amplio— dificulta una profunda relación conyugal y favorece la falta de intimidad en el hogar. Tal vez aquí radique para doña Emilia la explicación de un hecho cotidiano que no se da en otras naciones europeas: que el hombre haga gran parte de su vida fuera del hogar en el café, en el casino, en cualquier asociación..., ya que socialmente no está bien visto que se reduzca a la familia, actitud que es interpretada como muestra de sometimiento a la esposa:

Entre nosotros el hombre muy casero se hace menos de valer; diríase que se acoquina. Como la vida de la mujer es tan incompleta, y la esfera de su actividad tan limitada, el hombre no puede reducirse a ella impunemente. Pegarse a las faldas es aquí mal síntoma61.

Mediocridad y mimetismo son dos connotaciones de la mujer de clase media. La mediocridad es el resultado de la educación; el mimetismo social es fruto de su deseo de ascenso a través del matrimonio.