7 mejores cuentos de Víctor Pérez Petit - Víctor Pérez Petit - E-Book

7 mejores cuentos de Víctor Pérez Petit E-Book

Víctor Pérez Petit

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Beschreibung

La serie de libros "7 mejores cuentos" presenta los grandes nombres de la literatura en lengua española.Víctor Pérez Petit fue un abogado, escritor, poeta y dramaturgo uruguayo. En sus contribuciones a la literatura uruguaya se pueden encontrar cuentos, poemas, artículos de crítica literaria en un gran número de periódicos en su país y en el exterior. Sus obras de teatro fueron estrenadas tanto en teatros de Montevideo como en Buenos Aires.Este libro contiene los siguientes cuentos: Horas tristes.Mártir del amor.Las botinas acusadoras.Heroísmo.Justo castigo.La liga.¡Inocente!

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Table of Contents

Title Page

El Autor

Horas tristes

Mártir del amor

Las botinas acusadoras

Heroísmo

Justo castigo

La liga

¡Inocente!

About the Publisher

El Autor

Víctor Pérez Petit (Montevideo, 27 de septiembre de 1871 - Montevideo, 19 de febrero de 1947) fue un abogado, escritor, poeta y dramaturgo uruguayo.

Hijo de Juan Francisco Pérez y Elena Petit.1 En 1892 se recibió de Bachiller en Ciencias y Letras; y en 1895, de Abogado y Doctor en Jurisprudencia con una tesis titulada La libertad de testar y la legítima.

Fue también fundador de la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales en 1895, con José Enrique Rodo, y los hermanos Daniel Martínez Vigil y Carlos Martínez Vigil.  Además fue editor del diario El Orden.

Desde 1908 a 1915 fue director y redactor de El Tiempo de Montevideo, también fue Presidente de la Sociedad de Autores de Uruguay y miembro de Ateneos de El Salvador y Honduras.

En sus contribuciones a la literatura uruguaya se pueden encontrar cuentos, poemas, artículos de crítica literaria en un gran número de periódicos en su país y en el exterior. Para sus trabajos utilizó variados seudónimos entre los que están "Argos", "Fabio", "Don Gil de las calzas verdes", "Sóstrato", "Araguirá", "Chrysals", "El Otro" y "Juan Palurdo"

Sus obras de teatro fueron estrenadas tanto en teatros de Montevideo como en Buenos Aires.

Horas tristes

Como a nuestro parecer, Cualquiera tiempo pasado Fue mejor... MANRIQUE 

La pequeña Lisa está aburrida, aburridísima. La bonita sonrisa que, siempre incrustada en sus labios, ilumina el rostro encantador con una aurora misteriosa de vida y de dicha, ha desaparecido esta noche. En sus ojos muy negros y muy profundos, sobre los que las espesas y tendidas pestañas derraman tesoros de sombras, hay hoy una débil lucecilla de tristeza, muy pálida, muy cambiadiza. Su delicada frente, sobre la que corren reflejos de nácar, se ha reclinado pensativa y con ligeras arrugas señalan el rastro de los negros pensamientos que tras ella discurren. Y su corazoncito querido, ese corazón cuya posesión reclaman de rodillas muchísimos amantes bellos y ricos, está casi sin latidos, como si el frío del esplín detuviera y helara la pobre savia que corre por sus arterias. La encantadora Lisa está muy fastidiada. La bonita novela de Loti, Mi hermano Ives, que ha poco leía –cortando con su dedito de marfil las paginas, por no incomodarse en pedir su plegadera– ha rodado sobre la gruesa alfombra de Esmirna, al pie del canapé de sedas de la China en que se encuentra reclinada. También se ha negado recibir Raúl, su fiel amante Raúl, que tanto placer le da con su conversación galante y divertida. Y hasta la pícara Semíramis, un pequeño simio que del Brasil le trajo no recuerda qué admirador de hace tres meses, vése alejada de Lisa. 

¿Qué tiene la linda mujercita para estar tan pesarosa? Los numerosísimos ramos de flores que se ven en la habitación llenando todos los floreros, mesas y sillas, indican palpablemente que la dulce amante no ha sido olvidada por sus adoradores... El mismo Raúl, al retirarse sin lograr el favor de llegar hasta ella, lo ha hecho lleno de tristeza; y la querida Lisa, que tanto placer disfruta con ver sufrir al joven, puede estar segura de que pasará el día tendido sobre su lecho, los ojos llenos de lágrimas y el corazón de pesadas angustias. 

La noche antes, en el teatro, ha visto que las más hermosas mujeres la miraban de reojo, rápidamente, con sonrisa desdeñosa, prueba ms que acabada de que ella estaba encantadora y de que el traje que estrenaba era una maravilla. Y más tarde, después de la cena, había tenido la inmensa dicha de entregar una pobrecita mendiga que encontró a la puerta del café, su ramo de lilas. 

¿Qué tenía, pues, la pequeña Lisa para estar así, tan triste? Ella misma no hubiera podido decirlo. Nada que pudiera desear le hacía falta en aquel instante; por lo demás, el capricho más extravagante de Lisa, la orden más imposible hubiera sido cumplida instantáneamente. Y sin embargo, una sombra de tristeza llenaba su delicada cabecita, dejando sin luz sus ojos y sus labios sin sonrisas. Sentía una opresión en el pecho, que le subía hasta la garganta, encendiendo en ella el fuego de los sollozos. 

–¡Qué desgraciada soy, Dios mío, qué desgraciada! –murmuraba la encantadora joven. Y la espléndida luna de Venecia, que reproducía su imagen sobre el mullido canapé de finísima sedería de China, le mostraba, al par de los artísticos bronces y candelabros, las valiosísimas acuarelas y los tapices otomanos que recubrían el mosaico de las paredes, y los muebles Renacimiento que representaban por sí solos una fortuna. 

¡Ah! Pero a la delicada niña nada de esto la seducía ya. Los dedos helados del fastidio estrujaban su corazón, apagando la luz de su sentimiento. ¿Qué le importaban los diamantes, los rubíes y las esmeraldas que en el secrétaire de laca de redo, ocultaban sus luces primorosas? ¿Qué le importaban todos aquellos monísimos bibelots