Adults only: Amor en plural y 7 relatos eróticos - Sara Agnès L. - E-Book

Adults only: Amor en plural y 7 relatos eróticos E-Book

Sara Agnès L.

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2022
Beschreibung

"El desconocido del vagón" es la historia erótica de un momento de relajación descarada y lasciva compartido durante un viaje en un tren nocturno. En la humedad de la noche, al no concebir el sueño, nuestra protagonista sorprende a su vecino en plena masturbación y se asombra delaitada por la excitación que esto le provoca. Bienvenidos a un vagón llamado deseo...Esta colección contiene:El desconocido del vagónCon el cuerpo en llamasLos lazos del corazónUn regalo entre amigasAmor en pluralLa sorpresa de Sebastián¡Silencio!Miss sexy-

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Sara Agnès L.

Adults only: Amor en plural y 7 relatos eróticos

LUST

Adults only: Amor en plural y 7 relatos eróticos

Original title:

Adults only: Amor en plural and 7 other erotic stories

 

Translated by Estíbaliz Montero Iniesta, Eva García Salcedo, Javier Orozco

Copyright © 2021 Sara Agnès L., 2021 LUST, Copenhagen.

All rights reserved ISBN 9788726965162

 

1st ebook edition, 2020. Format: Epub 2.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

El desconocido del vagón

 

Mi reunión se había alargado hasta última hora de la tarde y me sentía completamente exhausta. Si había algo que no me apetecía era pasar la noche en ese tren. ¡Qué mala suerte! Tenía que estar en Barcelona temprano por la mañana y odiaba volar. En el último momento, había reservado una cama con la esperanza de dormir unas horas durante el viaje.

Una vez en mi camarote, suspiré satisfecha: estaba vacío. De entre las cuatro camas que había, elegí una al azar, me quité los pantalones y me deslicé bajo la colcha. Mientras buscaba una posición cómoda, la puerta se abrió. ¡Mierda! Debería haber sabido que no estaría sola. El otro pasajero se decidió por la cama que había frente a la mía. Abrí un ojo para observar al recién llegado: de unos veinte años, vestido con un traje oscuro. Un joven ejecutivo o un representante, pensé. Él resopló, dejó caer su equipaje en un rincón de la habitación y comenzó a quitarse la chaqueta y la corbata. Quizás se sintió observado, porque volvió la cabeza en mi dirección. Cerré los ojos para evitar tener que conversar, pero lo oí sentarse en el diminuto colchón, que crujió bajo su peso. No era la primera clase ni la comodidad que me esperaba, pero entre eso y dormir en clase turista sentada, al menos podía tumbarme.

En cuanto el tren salió de la estación y el movimiento constante me meció, me dispuse a dormir. Tal vez fue la presencia cercana de un desconocido o el hecho de que el colchón chirriaba cada vez que me movía, pero a pesar de mi cansancio, no podía dormir. Tras un rato considerable, giré la cabeza hacia mi vecino para ver si tenía más suerte que yo, pero creí que estaba alucinando cuando mi mirada captó un gesto lento y firme en el centro de la cama. El hombre se estaba masturbando tranquila y silenciosamente.

Debería haber cerrado los ojos y olvidado esa escena, obligarme a dormir para darle privacidad, pero no podía apartar la mirada del zarandeo de su mano. Traté de escuchar el sonido de su respiración, de su placer, pero no percibí nada. El ruido del tren ahogaba todo lo que quería escuchar. Teniendo en cuenta la lentitud de sus movimientos, probablemente no quería apresurar el momento de correrse, como cuando intentamos prolongar un pasatiempo agradable. Y me quedé mirando su entrepierna en la penumbra, cautivada por el baile que allí tenía lugar. Entre las subidas y bajadas rítmicas, con frecuencia le veía la punta del pene brillando en la oscuridad. La excitación crecía en mi interior y si hubiera estado menos petrificada por aquella escena, de buena gana habría deslizado los dedos entre mis muslos para acompañarlo. Debajo de mi edredón, podría haberlo hecho sin que él se diera cuenta, pero podía sentir la excitación y la humedad que fluían de mi sexo, demasiada para tocarme en silencio.

Mi compañero de viaje soltó un fuerte suspiro y no pude evitar entrecerrar los ojos para comprobar si aquello era la culminación, pero continuó sin descanso y el ritmo de sus movimientos aumentó. Lentamente, volvió la cabeza en mi dirección. Puede que quisiera comprobar que su suspiro no me había despertado, pero en lugar de cerrar los ojos, simplemente contuve la respiración, como si ese gesto por sí solo pudiera ocultarme de su mirada.

De repente, el movimiento cesó, pero su mano permaneció apretada alrededor de su pene:

—Lo siento. No quería molestarte…

Creía que iba a desmayarme cuando me habló. Debería haber sabido que vería mi mirada. Después de todo, ¿acaso no veía la suya yo también? Como estaba conteniendo la respiración, mi respuesta salió entrecortada:

—Tú... no me molestas.

Él sonrió, como si mis palabras le hubieran dado permiso para continuar. Además, reanudó los movimientos despacio.

—¿Me dejas mirarte mientras…?

Su petición me sorprendió aún más de lo que esperaba. Quizás lo notara, porque se dio mucha prisa en añadir:

—Es para acelerar el proceso, ¿sabes? Cuanto antes me relaje, antes te dejaré dormir.

—Ah, bueno... si quieres.

Me llamé idiota por dentro, repitiendo mi respuesta: «Si quieres». ¿Qué significaba eso? ¿Adelante, tócate mientras finjo dormir? ¿Mientras yo me deleito con las vistas? Sin más explicaciones, el hombre se puso de lado, se colocó enfrente y continuó masturbándose a buen ritmo, sin apartar los ojos de mí. Intenté mantener la atención a la altura de su cara de alguna manera, pero no pude evitar que se desviara hacia más abajo, donde su pene se animaba silenciosamente bajo sus caricias. Esa vez sí podía distinguir el sonido de sus movimientos y la escena me estaba excitando cada vez más.

La colcha bajo la que me escondía de repente me dió mucho calor. Me estaba sofocando. Sin pensar, retiré la manta hasta mis rodillas y pude ver claramente cómo su mirada se deslizaba por mi cuerpo. Su respiración era irregular y reprimió un gemido mientras cerraba los ojos, luego cambió de opinión, levantó la mirada y desafió a la falta de aliento que distorsionaba su voz:

—¿Te excita lo que estoy haciendo?

—Yo... sí. Bueno, creo.

—Enséñamelo, ¿quieres?

Sus palabras tenían un tono de súplica y cambiaba constantemente el ritmo de la masturbación, pero parecía exhausto. Como no estaba segura de haber entendido su petición, insistió, a todas luces ansioso por obtener alguna reacción por mi parte:

—Tócate. Acaríciate conmigo...

Dudé un momento antes de ceder a su ruego, probablemente porque me estaba muriendo de ganas. Mis músculos estaban tensos y rígidos, tanto que tuve dificultades para deslizar una mano entre mis muslos. Así que me tumbé sobre la espalda y me abrí de piernas antes de dejar que mis dedos desaparecieran debajo de mis bragas. Estaba tan excitada que comencé a acariciarme el clítoris con entusiasmo. Mi cuerpo estaba en llamas. Tuve que reprimir un gemido porque la excitación era muy intensa y causaba una deliciosa oleada que irradiaba desde la parte inferior de mi abdomen al menor movimiento.

—¿Te gusta? —susurró.

—Sí. Por dios, sí.

Tenía el sexo tan empapado que cada uno de mis gestos me parecía ruidoso. Era demasiado. Estaba demasiado excitada y por eso mantuve los ojos cerrados, para no correrme demasiado rápido. Verlo masturbarse solo aumentaraba mi deseo.

—Quiero verte —se quejó—. ¡Mírame! ¡Y quítate la ropa!

Soltó un gemido nervioso, todavía sin aliento. Salí de entre las sombras para incorporarme un poco, me quité la camiseta por la cabeza y ni siquiera esperé a su orden para deshacerme de las bragas que entorpecían mis caricias. La cama hizo un ruido terrible cuando me derrumbé sobre el colchón, pero estaba tan ansiosa por deslizar mi mano entre mis muslos de nuevo que no me importó. Esa vez le sostuve la mirada y una oleada de deseo se apoderó de mí. Di rienda suelta a mis gemidos, me atreví a provocarlo más:

—¿Esto te pone?

—¡Uf! ¡Si tú supieras!

Aún se sostenía el miembro con una mano, pero ya no se masturbaba, cautivado por el espectáculo que le estaba dando. Yo estaba ya en éxtasis, y tan cerca del orgasmo que no quería darle la oportunidad de que se escapase entre mis dedos. Realcé mis caricias con pequeños golpes de cadera, dejé que el goce me invadiera por completo. Bajo esa mirada desconocida, mis sensaciones se multiplicaron por diez. También el placer. Los gemidos escapaban de entre mis labios, y después, un grito imposible de reprimir resonó en el camarote. A continuación apreté los muslos, dejando los dedos cómodamente en mi interior, como para retener el placer que se desvanecía.

—Dame la mano —susurró.

Dejé que mi cuerpo se deslizara hacia un lado y vi su brazo estirado hacia mí. Despacio, salí de mi letargo y retiré mis dedos pegajosos para ofrecérselos. Bajó al suelo, se colocó de rodillas junto a mi cama y comenzó a lamérmelos apasionadamente mientras sostenía cada uno de ellos entre sus labios.

—Estás deliciosa —dijo cuando mi mano se empapó de saliva en lugar de mis propios fluidos.

Al momento siguiente, estaba guiando mis dedos hacia su pene y usándolos para reanudar su masturbación. Me miró fijamente, como si pareciera preocupado por mi reacción, pero intensifiqué sus caricias con las mías, dejé que mis dedos frotaran su miembro y amplifiqué mis movimientos arriba y abajo hasta que me dejó el control total de su cuerpo. Su rostro, muy cerca del mío, dejó que un aliento entrecortado chocara con mi mejilla. Su cuerpo se estremeció bajo mis caricias y lo sentí temblar mientras daba a su pene tirones largos y rítmicos. Se corrió con un pequeño y profundo gruñido de satisfacción, golpeando su cabeza contra la mía, como si buscara apoyo para no derrumbarse. Mis dedos estaban salpicados de semen, pero su mano volvió a la mía, obligándome a darle unas cuantas caricias más mientras reprimía una especie de ruido entrecortado.

Cuando me soltó, me llevé los dedos a los labios y me los lamí mientras le dedicaba una mirada provocativa y suspiré un «mmm» apenas audible que lo hizo sonreír.

—Señorita... gracias.

Sus hombros se hundieron y quise reírme ante su tono cansado. Yo también lo estaba, pero aquella situación en concreto conseguía mantener todos mis sentidos despiertos con facilidad. Quizás esperaba que él volviera a su cama y diera por concluido ese interludio, pero me sorprendió al rodearme con un brazo y sacarme de la cama. Caí a su lado y le dediqué una mirada perpleja, pero sus dedos ya se dirigían a mi entrepierna y me penetraron de repente. En cuanto mi cuerpo cedió a sus embestidas, susurró:

—No nos vamos a conformar con unos simples preliminares...

Sus penetraciones se volvieron rápidas y no pude responder con palabras. De todos modos, mi sexo palpitaba ante la presión de sus dedos, lo cual era una respuesta mucho más persuasiva que cualquier otra que mi boca pudiera haber formulado. Me tumbó en el suelo, luego su rostro desapareció de mi vista. No lo busqué. Su aliento me indicaba exactamente dónde estaba: sobre mis pechos, que devoró sin dulzura, en mi estómago, que lamió de extremo a extremo, luego entre mis muslos, donde me arrancó un espasmo febril. Sentí el baile frenético de sus dedos y su lengua sobre mi sexo. La una mortificaba mi clítoris mientras los otros me hacían vibrar de placer.

—Yo... estoy a punto —anuncié, sosteniendo su cabeza contra mí.

Mis palabras se perdieron en un murmullo, luego en gritos que ni siquiera traté de contener. Mi amante se enderezó, vino a presionar su boca cubierta de fluidos sobre la mía y me escudriñó mientras recobraba los sentidos. Se apoyó sobre los pies y se desabrochó la camisa, sin apartar los ojos de los míos, probablemente para asegurarse de que entendiera que no había terminado conmigo. Una vez que estuvo levantado, su ropa interior, que simplemente había retirado hacia atrás para masturbarse, se deslizó por sus piernas. Se arrodilló de nuevo y se agarró el pene con la mano, acariciándolo suavemente, probablemente para demostrarme que había recuperado todo su vigor. Sus ojos me devoraron con deseo cuando ordenó:

—Date la vuelta.

Me costó levantarme, pero él me ayudó con una mano ansiosa, me empujó la cabeza contra el colchón de mi cama y su cuerpo se apretó contra el mío, obligándome a adoptar una posición incómoda que le permitió hundirse en mí de repente. Con tanta fuerza que me medio tiró sobre la cama. Las embestidas de su pelvis me empujaban hacia delante y me arrancaron un grito antes de que él gimiera con fuerza. La fricción de nuestros sexos resonaba en el pequeño compartimento en el que estábamos, pero nuestras respiraciones trabajosas producían una música muy agradable. Con firmeza, me agarraba los pechos con fuerza y, a veces, me obligaba a enderezar más el culo para penetrarme mejor. Un impacto atravesó mi columna y sentí los escalofríos que recorrieron mi piel y me provocaron un gemido bajo e incitante: «¡Sí! ¡Otra vez!». El placer ya se estaba extendiendo por todo mi cuerpo, como una oleada que me obligaba a correrme. La colisión de nuestros cuerpos se hizo más y más fuerte y sus gemidos eran extrañamente fuertes, incluso más fuertes que los míos, pero su disfrute duplicó mi excitación. En la pared contigua se oían golpes e insultos que nos pedían que calláramos, pero estábamos demasiado cerca del abismo para frenar. En el segundo en que el orgasmo me invadió, su cuerpo se subió al mío, luego su pene se retiró para correrse sobre la zona baja de mi espalda. Largos chorros de semen se esparcieron por mi piel, acompañados de gemidos de satisfacción.

Estaba tan agotada que me subí a mi cama con dificultad para recuperar la comodidad limitada que me ofrecía, pero que era definitivamente más agradable que el suelo del vagón. Me quedé dormida sin una palabra, con el sonido del tren y sus sacudidas regulares meciéndome.

Llamaron a mi puerta y la voz del revisor me dijo que el tren llegaría pronto a su destino. Pegué un bote. Estaba amaneciendo y solo quedaba yo en el camarote. En la cama de al lado no había ni rastro del desconocido y durante un minuto largo creí que mi aventura de la noche anterior no había sido más que un sueño. Sin embargo, mi piel llevaba con orgullo el olor de un hombre. Una segunda serie de golpes me sacó de mi ensimismamiento y me apresuré a vestirme para prepararme para la llegada del tren a la estación.

Contra todo pronóstico, llegué a Barcelona más descansada y más satisfecha de lo que esperaba.

Con el cuerpo en llamas

 

Esta noche me entregaré a la pista de baile. Hace tiempo que no salgo de de fiesta y realmente necesito que mi cuerpo se exprese. Tengo ganas de mezclarme entre la multitud de personas bailando, sentir sus cuerpos frotándose en el mío. Y si encuentro a un hombre que me llame la atención… ¿pues por qué no?

Hace calor en la disco y yo me contoneo como si mi trasero estuviera incendiado. Me encanta como mi piel responde a las vibraciones de la música y ver mi vestido volando cuando giro. El aire fresco entre mis muslos resulta una bendición. Todos estos bailarines sudorosos me incitan y no me incomoda sentir un cuerpo firme frotándose contra mí. El hombre se desliza de arriba a abajo por mi espalda. A pesar de que mis movimientos son furtivos, puedo imaginar su erección tocando mi trasero; cuando pone sus manos en mi cintura las retengo ahí mismo con las mías.

–Eres magnífica –susurra, poniendo su boca en mi oído.

¡Me fascinan los cumplidos! Me meneo aún más, tallando mis nalgas en su cuerpo. Esta vez ya no es una ilusión generada por mi imaginación, de verdad siento una vara dura apretándose contra mis glúteos. Sospechando que el tipo no es de mi gusto, me alejo para darme la vuelta. ¡Mmm, qué sorpresa tan agradable! Alto, delgado y con hombros ligeramente musculosos. Su rostro es atractivo, con ojos almendrados y una nariz puntiaguda sobre unos labios carnosos que trazan una sonrisa pícara.

Vaya, es totalmente mi tipo. Reinicio mis movimientos lascivos, y al acercarme él me envuelve con sus brazos. El ritmo no se presta para este tipo de baile, pero tengo ganas de volver a sentir su erección. Él se menea tallándose en mí, mis ganas de bambolearme se incrementan al sentir su polla tiesa.

Paseo mis manos acariciando su torso tenuemente, las bajo hasta rozar el bulto en sus vaqueros y vuelvo a sus hombros. Sus manos se cierran en mis caderas para atraerme hacia él. Su boca se desliza deliciosamente por mi cuello, me besa justo ahí, dándome unos golpecitos prometedores con su pelvis. ¡Juraría que lo hizo a propósito!

Intento, casi con desesperación, mostrarme tranquila, concentrándome en su rostro para decir:

–¿Cómo te llamas, guapo?

–Kevin, ¿y tú?

–Chloé.

Sus brazos me atraen hacia su cuerpo rozando mi nariz suavemente con la suya.

–Chloé, eres increíble cuando bailas. Es como si estuvieras poseída por el diablo.

–De diablos no sé mucho, pero esta noche siento como si mi cuerpo estuviera en llamas –respondo.

Una sonrisa carnívora ilumina su exquisita boca.

–Seguro que es eso lo que me tiene intrigado –responde–, ¿puedo invitarte a una copa?

Acepto sin titubeos. Primero porque tengo sed, pero también porque tengo la esperanza de que sugiera que vayamos a otro lugar. Su casa, por ejemplo, y quizás ponernos cómodos en posición horizontal. O vertical. ¡Qué más da! Me siento ligeramente decepcionada al verlo dirigirse a la parte trasera del local, lejos de la salida, hacia una mesa donde un hombre bebe una cerveza.

–Él es Louis. Es un amigo, venimos juntos.

La noticia está lejos de complacerme, pero intento no demostrarlo, al menos no mucho. Especialmente porque su amigo es, físicamente, opuesto a Kevin: pelo casi rapado, ojos grandes y negros. Su rostro es el de un hombre maduro montado en un cuerpo extremadamente musculoso. Mis ojos se pasean por su camiseta ajustada, sus hombros son del tamaño de mis muslos.

Lo miro rápidamente, porque no quiero ofender a Kevin, quien sin preámbulos, hace que me siente en la mesa y se acomoda junto a mí. En menos de tres segundos quedo emparedada entre estos dos hombres. ¡Por si fuera poco Kevin está metiendo su mano entre mis muslos! Por más ganas que tenga, me molesta que lo haga justo ahora que estoy aplastada junto a su amigo, que además hasta este momento ni siquiera me ha dirigido una palabra. Kevin, sonriendo, me mira fijamente, subiendo su mano a mi coño y acariciándolo sobre la tela de mis bragas. Como respetando ciertos principios coloco mi mano en su antebrazo, pero en realidad, no hago esfuerzos por detenerlo. Menos ahora que una punzada cálida de placer asciende por mi vientre. De hecho, me muero de ganas, quiero que tire la tela a un lado y correrme aquí mismo en este sitio. Después de todo, ¿qué necesidad de ir a otra parte?

–¿Te gusta?

–Sí, –respondo sintiendo que mis muslos ceden.

Eso lo pone incluso de un mejor humor. Le dirige una mirada a su amigo.

–¿Te das cuenta de lo hermosa que es?

–Sí –dice asintiendo y rodeándome con su brazo. Vaya, el brazo de un hombre me rodea mientras otro hombre me está acariciando con gusto.

–¿Te gusta esto, estar con dos hombres? –pregunta Kevin, acariciando delicadamente mi clítoris incendiado.

Mi garganta está tan seca que me es imposible responder, asiento poniendo mis dedos en los suyos, como indicándole que siga adelante. Se ríe tocándome de nuevo, justo en el lugar donde lo necesito. Les entrego mi cuerpo con los ojos cerrados. Uno besa mi cuello y el otro me está transportando al paraíso.

No tardo mucho en correrme. Probablemente porque no me resisto al deseo que me invade o quizás son las ansias de perder el control que han estado devorándome desde que puse un pie en la discoteca. Una boca se cierra en la mía mientras gimo, los brazos que sostienen mi cintura me aprietan más. Estoy deleitablemente atascada entre dos hombres y acabo de tener un orgasmo en público. Sin embargo, al abrir los ojos descubro que no se recreó nadie con este bello espectáculo.

Kevin retira sus dedos de mi carne pulsante y me pasa una cerveza. Supongo es la de Louis, pero me da igual, me la bebo toda de un trago. Y vaya si me sienta bien, se lo agradezco con una mirada apreciativa.

–¿Por qué no te vienes a casa con nosotros? –me pregunta súbitamente.

Su propuesta es atractiva pero necesito pensarlo. Él se da cuenta y se apresura a aclarar:

–Bueno, es que Louis y yo… somos más que amigos, ¿sabes a lo que me refiero?

No, no estoy segura de comprender lo que quiere decirme. Entonces digo de forma abrupta:

– ¿Sois qué… homosexuales?

–¿Acaso eso te asombra? –responde inmediatamente–. Porque sí, él es gay y yo soy bi.

Lo dice llevándose una mano al corazón, como realizando una confesión solemne. ¿Y bueno, en el fondo, a mí qué me incumbe lo que a ellos los ponga cachondos? ¿Acaso mi meta en esta disco no es llevarme a un hombre?

–De vez en cuando Louis me permite conquistar alguna mujer, pero esta noche, también tiene ganas de ver. O quizás hasta le den ganas de probarlo. De hecho, aún no sabe muy bien de lo que tiene ganas.

Cautivada, me giro para mirar a su novio, que se encoge de hombros intentando explicarse.

–De verdad eres muy linda, no te lo tomes a mal, pero… uh…

–Prefieres a los chicos. No te apures, lo comprendo. –Aclaro riéndome.