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Una boda interrumpida A Kara Kincaid le resultaba muy duro estar organizando la boda de su hermana con el magnate hotelero Eli Houghton, el hombre del que llevaba enamorada desde que era una chiquilla. Pero más duro fue cuando su hermana canceló la boda y el novio empezó a mostrarse demasiado atento con ella. Después de un compromiso que no había funcionado, Eli creía haber encontrado a la mujer adecuada: Kara Kincaid. Su plan era convencerla de que no tenía intenciones ocultas y de que las palabras mágicas que les abrirían las puertas de la felicidad eran "sí, quiero".
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Seitenzahl: 213
Veröffentlichungsjahr: 2013
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.
AL BORDE DEL AMOR, N.º 92 - abril 2013
Título original: On the Verge of I Do
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicado en español en 2013.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3027-1
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
–Esto es un montón de trabajo. No sé cómo puedes hacer esto todos los días.
Kara Kincaid se rio mientras pasaba otra página del catálogo de catering abierto sobre la mesita frente a ellos.
–Y yo no sé cómo te las apañas para dirigir una cadena con docenas de hoteles de lujo. A mí me parece muchísimo más fácil revisar listas interminables de invitados y seleccionar menús de siete platos que mantener a flote un negocio como el tuyo –le contestó al prometido de su hermana mayor.
Eli Houghton era alto, guapo, de ojos castaños y pelo del mismo color, y tenía un cuerpo que hacía que se le hiciese a una la boca agua.
–Me parece que te infravaloras, querida –le dijo Eli, sonriéndole de una manera que hizo que el corazón le palpitara con fuerza–. Tenemos talentos distintos, pero tú también has triunfado.
–Sí, pero Houghton Hotels and Resorts vale millones de dólares, mientras que Prestige Events es un pequeño negocio que yo dirijo desde casa.
Estaban sentados en un sofá de cuero negro en el impresionante despacho de Eli, que estaba en una novena planta. Normalmente, sin embargo, se reunían en casa de ella, en Queen Street, para hablar de los preparativos de la boda.
Le encantaba su casa, una bonita vivienda en el barrio francés construida a principios del siglo XIX que había restaurado meticulosamente. Sin embargo, a veces le preocupaba un poco que el dirigir su negocio desde casa diese una impresión equivocada a sus posibles clientes. Quizá debería considerar buscar una oficina de alquiler.
Quizá incluso podría alquilar un edificio pequeño. Así podría tener un saloncito donde dar a probar a sus clientes los distintos menús entre los que podían elegir para su evento, e incluso almacenar allí adornos reutilizables para no tener que alquilarlos de los proveedores. Tal vez hasta podría contratar a un ayudante –y algún día incluso más de un empleado– para que le echara una mano, ya que hasta entonces se había ocupado ella de todo.
No podía decir que le pesara. Al fin y al cabo Prestige Events era la niña de sus ojos, su propio negocio, en el que había decidido embarcarse en vez de trabajar en la empresa familiar. Sin embargo, estaría bien por una vez no tener que responsabilizarse de todo.
–Ten fe y dale tiempo –la voz aterciopelada de Eli la devolvió a la realidad–. Si sigues como vas estoy seguro de que dentro de unos años estarás organizando la boda de una de las hijas de Obama.
¡Qué suerte tenía su hermana!, pensó Kara con envidia. Era una suerte que estuviera sentada, porque el encanto que destilaba aquel hombre y la calidez y sensualidad de su voz le hacían derretirse por dentro.
Se aclaró la garganta, inspiró profundamente y se irguió en el asiento. No podía dejar que la afectase de ese modo. ¡Era el prometido de Laurel, por amor de Dios! En menos de un mes estarían casados.
No podía negar que lo encontraba atractivo, pero probablemente le ocurriría lo mismo a cualquier otra mujer de Carolina del Sur con sangre en las venas. De Carolina del Sur, o de cualquier otra parte de la costa este.
Y sí, tampoco podía negar que cuando eran adolescentes había estado coladita por él, ¿pero qué chica del instituto no había estado loca por Eli, el chico que jugaba en el equipo de rugby?
Bueno, la verdad era que por aquel entonces Laurel no había mostrado mucho interés por él. Sus hermanos y ella siempre habían sido amigos de aquel chico solitario que vivía con los Young en su misma calle, pero la relación entre Laurel y Eli no había comenzado hasta años después, y solo hacía unos meses que se habían comprometido.
Y no era que no se alegrara por ellos, pero no le era nada fácil organizar una boda cuando la novia era su hermana y el novio un hombre por el que había bebido los vientos durante los últimos diez años.
Pero estaba esforzándose por hacerlo lo mejor posible. Y para eso, para que fuera la boda del año, tenía que dejar a un lado el torbellino de sentimientos que se revolvía en su interior. Para ella aquello suponía un reto tanto personal como profesional.
Alargó el brazo para tomar sus gafas y se las puso. En realidad no las necesitaba para ver de cerca, pero la hacían sentirse más segura y en esos momentos un poquito más de confianza en sí misma no le iría mal.
–Cuando Laurel y tú hayáis decidido qué queréis que se sirva en el cóctel será más fácil reducir el número de opciones para el banquete –le dijo a Eli–. Y esa parte te gustará, porque entonces podréis probar distintos menús antes de elegir uno.
Eli se echó hacia atrás, apoyando los brazos en el respaldo del sofá y cruzando una pierna sobre la otra.
–Creo que deberíamos dejarle eso a Laurel. No querría que nuestra primera pelea fuera en el cóctel el día de nuestra boda porque te pedí que pusieran pollo frito en vez de canapés de cangrejo.
Kara miró su reloj. Su hermana se estaba retrasando, y ya iban más de veinte minutos. Habían acordado verse los tres allí, en la oficina de Eli, para no trastocar la apretada agenda de él, pero si su Laurel no llegaba pronto sería precisamente eso lo que ocurriría.
–Seguro que Laurel llegará enseguida –le dijo a Eli.
Él asintió con la cabeza.
–Pues claro; no hay problema.
Parecía tan seguro... y tan paciente. Más paciente de lo que sería ella de estar en su lugar, pensó Kara.
En todo el tiempo que llevaba organizando eventos había tenido que tratar con novias nerviosas, malcriadas y algunas exigentes y puntillosas, pero nunca con ninguna que mostrara tan poco interés como su hermana.
Claro que la situación tampoco era normal, con todo por lo que estaba pasando su familia desde hacía unos meses. Su padre había sido asesinado, habían descubierto que había llevado una doble vida y que tenía un hijo de otra mujer, y encima su madre había sido acusada de haberlo matado.
Aunque su padre les hubiese ocultado cosas y su madre se hubiese sentido dolida, Kara se negaba a creer que hubiese sido capaz de algo así. Su madre no mataría ni a una mosca. ¿Cómo iba a pegarle un tiro en la cabeza al hombre que había sido su marido cuarenta años?
No, era imposible, y sus hermanos eran de la misma opinión: no tenían la menor sombra de duda de la inocencia de su madre. El fiscal no lo veía así, pero por suerte había salido a la luz cierta información que en principio había permitido al menos que le concedieran a su madre la libertad bajo fianza: habían visto a un misterioso desconocido entrando en las oficinas del Grupo Kincaid poco antes del asesinato.
Con todo eso era normal que Laurel tuviera demasiadas cosas en la cabeza y no lograra concentrarse en su boda, pero aun así le parecía extraño que su hermana no tuviese una idea definida de cómo quería que fuese su boda. La mayoría de las mujeres habían imaginado muchas veces cómo sería para ellas la boda perfecta. Era algo con lo que una empezaba a fantasear cuando llegaba a la pubertad.
Por ejemplo, no había conocido todavía a ninguna novia que no tuviera claro qué colores quería para las flores de la iglesia y los vestidos de las damas de honor, o que no tuviera una idea de cómo quería que fuese su vestido.
Laurel había decidido que iba a llevar un vestido vintage de los años veinte en un tono vainilla, pero solo porque ella no había hecho más que insistirle en que era necesario que se decidiese pronto para que la modista tuviera el tiempo suficiente para hacerle al vestido los arreglos necesarios.
Tampoco había conocido a ninguna novia que se presentara tarde cada vez que se reunían, ya fuera para elegir las flores, fijar el día de la despedida de soltera, o hacer el ensayo de la ceremonia.
Se preguntaba si Eli no se habría fijado también en la peculiar actitud de su prometida y si no lo tendría tan perplejo como a ella, aunque parecía que, o no se había dado cuenta, o no le molestaba que Laurel llegase siempre tarde. La verdad era que no se le veía preocupado en absoluto; ni siquiera por lo que la boda iba a costar. Era tradición que fuese la familia de la novia la que corriese con los gastos, y para ellos desde luego el dinero no era un problema, pero como estaban envueltos en un mar de problemas Eli le había dicho a Kara que le enviara a él todas las facturas.
Aquel gesto no la había sorprendido en absoluto. Eli siempre había sido amable, generoso y comprensivo. Como había crecido en hogares de acogida sabía lo que era no tener nada, y aunque había logrado hacer una fortuna, no era un mísero avaro.
Solo esperaba que siguiese siendo igual de benévolo cuando viese las facturas que se le venían encima. La cifra ya ascendía a las seis cifras.
Mientras los segundos seguían pasando, marcados por el pesado tictac del antiguo reloj de pie que había en la pared opuesta, Kara se preguntó qué otros detalles podría discutir con Eli sobre la boda hasta que llegara su hermana.
Podría volver al principio del catálogo de catering y explicarle con más detenimiento todos los platos entre los que podía elegir, pero estaba segura de que él se daría cuenta de que lo que estaba intentando: ganar tiempo.
Por suerte no fue necesario, porque justo en ese momento se abrió la puerta y entró Laurel, tan femenina y chic como siempre. Era una auténtica belleza, como su madre, y siempre había tenido varios pretendientes, aunque hasta su compromiso con Eli no había parecido demasiado dispuesta a decantarse por ninguno.
–Perdonad que llegue tarde –murmuró sin mirarlos a los ojos mientras guardaba en su bolso de diseño unas enormes gafas de sol.
Eli, que se había puesto en pie en el momento en que había entrado, fue junto a ella y la besó en la mejilla.
–No te preocupes; tu hermana me ha tenido de lo más entretenido. Al parecer podemos elegir entre no sé cuántos canapés y aperitivos para el cóctel –le dijo–, pero bueno, ahora te lo explicará a ti también –añadió dirigiendo una sonrisa a Kara.
No parecía incómodo en absoluto ante la idea de tener que volver a oírla recitar el catálogo, y eso la hizo sonreír.
Laurel sonrió también, pero la sonrisa no alcanzó sus ojos, y su expresión era tensa. De hecho, como advirtió Kara en ese momento, estaba apretando con tanta fuerza el asa del bolso que tenía los nudillos blancos.
–¿Podemos hablar? –le preguntó a Eli bajando la voz. Luego, mirando a Kara, le dijo–: Lo siento mucho, ¿pero podríamos hacer esto en otro momento? Necesito hablar con Eli; es importante.
–Claro –respondió Kara poniéndose de pie para recoger sus cosas.
Con las carpetas debajo del brazo, iba a dirigirse hacia la puerta, pero se detuvo un momento frente a la pareja. Eli estaba muy relajado, pero Laurel irradiaba tensión.
–Llamadme para saber qué otro día podemos hablar –les dijo, y le apretó suavemente el brazo a Laurel para que supiera que estaba preocupada y que podía contar con ella.
Luego salió cerrando despacio tras de sí y rogó por que no se tratara de nada serio.
Más tarde, cuando estuviera en casa, llamaría a Laurel para saber qué estaba ocurriendo.
Que Laurel se hubiese puesto tan seria de repente y que le hubiera pedido a su hermana que se marchara hizo intuir a Eli que algo no iba bien.
Esperaba que no fuese nada grave. Bastante mal lo estaban pasando ya ella y el resto de su familia con todo por lo que estaban pasando.
Claro que, si hubiera alguna novedad en la investigación del asesinato, lo normal sería que hubiera querido que Kara lo escuchara también en vez de pedirle que los dejara para hablar a solas.
Aquel pensamiento lo hizo fruncir el ceño.
–Ven, sentémonos –le dijo, y al tomarla de la mano vio que la tenía helada–. ¿Va todo bien? –le preguntó cuando hubieron tomado asiento en el sofá.
Por el modo en que insistía en rehuir su mirada era evidente que algo no iba bien.
–Lo siento, Eli –la voz le temblaba un poco a Laurel. Finalmente alzó la vista hacia él, e inspiró profundamente, como armándose de valor para decirle lo que le quería decir–. Lo siento –dijo de nuevo, y luego las palabras brotaron de sus labios como un torrente–, pero me temo que no puedo hacer esto, no puedo seguir adelante con la boda.
Por un segundo Eli creyó haber oído mal.
–¿Cómo?
Laurel se puso en pie como un resorte y arrojó su bolso al sofá para después rodear la mesita y ponerse a andar muy agitada arriba y abajo.
–Cometimos un tremendo error –dijo retorciéndose las manos–. Nos precipitamos. Y aunque al principio pareciera que era una buena idea, las cosas han cambiado –se detuvo y se volvió hacia él dejando caer los brazos–. Mi vida ahora mismo es un desastre, Eli. Han matado a mi padre, mi madre está acusada de haber cometido el asesinato, de repente tengo un hermanastro que no sabía ni que existía...
Aunque le temblaba la voz, sus palabras estaban marcadas por una firme convicción.
–Has sido un gran apoyo para mí en estos meses, y mi madre se ha estado comportando con una entereza increíble, siempre con una sonrisa en los labios, diciéndonos que siguiéramos adelante con la boda... –inspiró temblorosa y dejó escapar un suspiro–. Pero no puedo hacerlo. Todo mi mundo está patas arriba y no sé qué ocurrirá mañana. No puedo casarme, por mucho que decepcionemos a todos. Lo siento.
Eli se quedó sentado en silencio, viendo cómo los ojos verdes de Laurel brillaban por las lágrimas contenidas, y cómo sus labios apretados temblaban mientras aguardaba su respuesta.
Se preguntó si esperaba que se enfadase, que se pusiese en pie, rojo de ira, y empezase a gritarle por haberle hecho malgastar su tiempo y su dinero. O quizá pensase que no iba a consentir un cambio de planes, que insistiría en que siguiesen adelante con la boda a pesar de que ella estaba pasando por un infierno con lo que estaba viviendo su familia.
Probablemente debería sentirse así... al menos hasta cierto punto. Después de todo estaba dándole la patada, dejándolo tirado. ¿No debería estar indignado, herido en su ego masculino?
La verdad era que ni siquiera se sentía especialmente decepcionado. Extrañamente el pensamiento que cruzó por su mente en ese instante fue que los ojos de Laurel no eran de un verde tan intenso como los de su hermana Kara.
Eran bonitos, por supuesto, y no había duda de que Laurel era una mujer encantadora, pero el verde de sus ojos tendía más al jade, mientras que los de Kara eran de un verde intenso y brillante que le recordaba al verde esmeralda de las marismas de Carolina del Sur.
El hecho de que se le estuvieran pasando por la cabeza pensamientos así en un momento como ese probablemente era un signo de que Laurel tenía razón en que deberían cancelar la boda.
Tal vez lo de los problemas por los que estaba atravesando su familia solo fuera una excusa, pero la verdad era que él también estaba empezando a pensar que era posible que sencillamente no estuvieran hechos el uno para el otro.
Lo suyo no había sido nada increíblemente romántico, como un flechazo repentino, ni mucho menos. Él había llegado a ese punto en que un hombre considera que tiene que sentar la cabeza, y le había parecido que Laurel podría ser una buena esposa. Habían crecido juntos, habían sido amigos durante años, y cuando le había propuesto matrimonio, ella había asentido con la cabeza y lo había besado en la mejilla. Y siendo sincero consigo mismo, su manera de pedirle que se casara con él tampoco había sido muy romántica; había parecido más una proposición de negocios.
A partir de ahí los acontecimientos se habían ido sucediendo de un modo sistemático y bien planificado, igual que la vida de ambos, cuyo día a día estaba sistemáticamente planificado.
En ese momento Eli cayó en la cuenta de que en todos los meses que llevaban comprometidos ni siquiera lo habían hecho, y el hecho de que ni siquiera le hubiera parecido inusual debería haber hecho sonar en su cabeza las señales de alarma.
Se levantó para ir junto a Laurel, la asió por los brazos con suavidad y escudriñó sus ojos preocupados antes de inclinarse para reconfortarla con un beso en la mejilla.
–Lo entiendo –la abrazó con ternura y se echó hacia atrás para darle ánimo con una sonrisa–. No te preocupes por nada. Yo mismo hablaré con Kara para que lo cancele todo. Tú ocúpate solo de tu familia y de ti.
Vio cómo la tensión de Laurel se disipaba.
–Gracias –murmuró ella apoyando la cabeza en su hombro–. No sabes cómo te lo agradezco.
–Quiero que seas feliz, Laurel. Lo último que querría sería que te casases conmigo porque lo vieras como una obligación y que fueras desdichada.
Ella levantó la cabeza y le sonrió, con los ojos llenos de lágrimas, pero esa vez de alivio.
–Eres un buen hombre, Eli, y algún día serás un marido maravilloso para una esposa muy afortunada. Solo siento no ser yo esa mujer.
Se puso de puntillas y apretó suavemente su mano contra la mejilla de él antes de tomar el bolso y salir del despacho, dejándolo de nuevo solo y sin ataduras.
Eli estaba sentado en el reservado de siempre, en Tamblyn, con un vaso de whisky con hielo en la mano mientras esperaba a su viejo amigo Rakin Abdellah.
Se habían conocido en su época de estudiantes en la facultad de Ciencias Empresariales de Harvard. Los dos habían formado parte del equipo de remo y el hecho de que ninguno de los dos tuviera familia había hecho que se formase un estrecho vínculo entre ellos.
Eli había vivido en hogares de acogida desde su más tierna infancia, y Rakin había perdido a sus padres siendo niño en un accidente de avioneta. Ahora trabajaban juntos: la compañía de importaciones y exportaciones de Rakin le suministraba lo que necesitaba Eli para su cadena hotelera.
Llevaba en el restaurante casi media hora e iba por su segundo whisky, pero no era que Rakin se retrasara; era él que había llegado demasiado pronto.
Se había quedado en la oficina hasta la hora a la que solía dar por acabada la jornada, pero no podía decirse que hubiera hecho demasiado después de que Laurel le hubiese dicho que quería cancelar la boda.
No era que se sintiese mal por ello, y desde luego no culpaba a Laurel. Aunque las circunstancias hubieran sido distintas y su familia no estuviera pasando por el calvario por el que estaba pasando, no habría querido que se casase con él a menos que hubiese estado segura al cien por cien de que era lo que quería hacer.
Ninguno de los dos se merecía pasarse los próximos treinta o cuarenta años embarcados en un matrimonio sin amor que los hiciera infelices a ambos.
Sin embargo, no iba a ser plato de buen gusto para él pasar por la humillación de tener que decirle a la gente que la boda a la que les habían invitado y que supuestamente se iba a celebrar dentro de un mes ya no se iba a celebrar. Y también la humillación de saber que cuando estuviera en la oficina o con sus amigos estarían mirándolo y preguntándose qué habría pasado: si habría sido ella quien lo había dejado plantado o había sido él quien se había echado atrás, y si se alegraría de volver a ser libre como un pájaro o si estaría lamentándose y compadeciéndose de sí mismo.
Pero sobre todo, dejando todo eso a un lado, la verdad era que se sentía algo descorazonado por encontrarse de repente solo de nuevo. No era que estuviese desesperado. Había tenido unas cuantas novias, aunque algunas le habían durado más que otras, y también había tenido sus aventuras de una noche. Y que su relación con Laurel no hubiera funcionado no era el fin del mundo. «Hay muchos peces en el mar», se dijo.
Pero el problema era que no quería a cualquier otra mujer. Y lo que le preocupaba no era exactamente la idea de estar soltero; lo que le preocupaba era que aquello lo distanciaba de su sueño de formar una familia.
No podía negar que quería a sus padres de acogida, Warren y Virginia Young, que se habían hecho cargo de él desde los doce años. La mayoría de la gente prefería un bebé o un niño pequeño de cuatro o cinco años, pero aquella pareja mayor lo había acogido a pesar de que ya había alcanzado la pubertad y había permanecido bajo su techo hasta que se había hecho mayor.
En más de una ocasión incluso se habían ofrecido a adoptarlo, pero él, aunque se había sentido conmovido por el gesto y por el cariño que le profesaban, les había asegurado que no era necesario. Para él a todos los efectos eran sus padres, aunque no lo fueran ante la ley ni fueran sus padres biológicos.
Sin embargo había algo dentro de él que siempre lo haría ser un lobo solitario. No quería el apellido de otras personas; quería hacer del suyo un apellido digno. No quería que la gente lo mirase y pensase que no habría podido llegar a nada si no hubiese sido por la caridad de la rica pareja que lo había acogido.
A decir verdad, sus perspectivas de futuro probablemente habían mejorado diez veces gracias a los Young y siempre les estaría agradecido. Pero a excepción de haberle dado un hogar y un entorno estables, y de que le hubieran costeado los estudios en una de las universidades de mayor prestigio del país, todo lo que tenía y todo lo que había conseguido había sido gracias a su esfuerzo.
Y aunque se habían ofrecido a ayudarle con una generosa suma de dinero cuando les había hablado de su idea de fundar su cadena hotelera: Houghton Hotels and Resorts, él se había negado a aceptar un solo centavo.
Tomó otro sorbo de whisky. Era un empresario de éxito que se había forjado a sí mismo, pero ansiaba formar una familia; tener una esposa e hijos. Pero aún tenía tiempo, se dijo.
–¡Qué pensativo te veo!
Aunque había estado esperándolo, la voz de Rakin le hizo a Eli dar un respingo. Alzó la mirada hacia su amigo, que se sentó frente a él.
Rakin, que se había criado con sus abuelos paternos en Qatar tras la muerte de sus padres, tenía el pelo negro, los ojos castaños, y su tez morena y sus rasgos delataban sus raíces árabes. Sin embargo, también era mitad americano, y había pasado muchas épocas de vacaciones y sus años de universidad en los Estados Unidos con su familia materna, por lo que se sentía cómodo en ambos países y con ambas culturas.
–¿Problemas con los negocios? –le preguntó Rakin.
–Ojalá fuera algo tan simple –masculló Eli.
Rakin enarcó una ceja pero no hizo ninguna pregunta. Se conocían tan bien que su amigo sabía que cuando algo le preocupaba, si quería compartirlo con él, lo haría a su debido tiempo.
–Pidamos primero –le dijo Eli.
Le echaron un vistazo a la carta, y cuando se hubieron decidido Rakin levantó el brazo para llamar a un camarero que pasaba. A Eli le sorprendió que su amigo pidiera un whisky también; tal vez no era el único que había tenido un mal día.
Cuando el camarero regresó con el whisky de Rakin bebieron un par de tragos en silencio, y al cabo se miraron y abrieron la boca al mismo tiempo para decir algo.
Los dos se rieron.
–Tú primero –dijo Eli.
Rakin suspiró y bajó la vista a la mesa.
–Mi abuelo a amenazado con desheredarme.
Eli se echó hacia atrás y abrió mucho los ojos.
–¿Qué? ¿Por qué?
Rakin volvió a alzar la vista hacia él.
–Quiere que me case. Ha estado dándome la lata algún tiempo con ello, pero ahora es mucho peor. Quiere que sea pronto, y le da igual lo que yo opine.
Por un momento Eli se quedó callado, pensando en lo irónica que resultaba aquella situación, y soltó una carcajada.
–Ah, ya veo que te hace gracia –dijo Rakin con fastidio.
Eli sacudió la cabeza.
–Perdona. No es gracioso, pero es que si supieras lo que ha pasado hoy tú también te reirías.
–Está bien, morderé el anzuelo: ¿qué ha ocurrido?