Al fin viviré sin temor al fin - Roberto Luis Aguirre - E-Book

Al fin viviré sin temor al fin E-Book

Roberto Luis Aguirre

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Beschreibung

El primer gran problema que tiene el ser humano es la muerte. El segundo es el temor a la muerte. El primero no tiene solución, el segundo se puede enfrentar. Durante siglos, grandes pensadores, religiosos, filósofos y hasta científicos se ocuparon del tema, llegando a todo tipo de conclusiones y profundos conocimientos. Aún así estos conocimientos, por su nivel de complejidad no serían accesibles al común de las personas. En el presente trabajo el autor, quien se califica como "una persona común", aborda la temática desde preguntas que la mayoría se han hecho al respecto. Partiendo de su propia experiencia, con razonamientos simples y apoyándose en hechos comprobables, avanza en la búsqueda de respuestas. Roberto Luis Aguirre es oficial retirado de la Fuerza Aérea Argentina y durante su carrera profesional dedicó gran parte de la misma a cumplir misiones en la Antártida. Las características propias de esta actividad le permitió, en momentos de encierro dedicarse a la lectura, la escritura y a reflexionar. Hoy, ya retirado de la actividad, vive alejado de centros urbanos y más dedicado a sus reflexiones y poemas.

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Seitenzahl: 168

Veröffentlichungsjahr: 2022

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ROBERTO LUIS AGUIRRE

Al fin viviré sin temor al fin

Aguirre, Roberto Luis Al fin viviré sin temor al fin / Roberto Luis Aguirre. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2824-7

1. Ensayo. I. Título. CDD A864

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de Contenido

Aclaraciones

CAPÍTULO I

Tengo un problema

1. Así comenzó

2. Y continuó

CAPÍTULO II

Busco una solución

3. Primera búsqueda de solución

4. Resumen del camino

5. Dios se asoma

6. Inicio de la Búsqueda

7. La idea de Dios

8. ¿Obra de Dios o qué?

9. Último planteamiento antes de la búsqueda

CAPÍTULO III

Solución en el conocimiento

10. Búsqueda y conocimiento

11. Conocer a Dios

a. El sujeto que conoce, Yo.

b . Dios, el objetivo a conocer

c . Los recursos disponibles para la búsqueda

d. La forma de conocer a Dios

CAPÍTULO IV

CONOCER VIVIENDO

12. Conocer viviendo

a. ¿Cómo vivo en función de lo que aprendí?

b. Cómo podría vivir para mejor conocer a Dios

Dios me comparte el “ser”

Dios es plenamente perfecto y yo tengo la característica de ser perfectible

Dios es el creador de todo lo que existe, pero también me compartió el don de crear

Dios es infinito y eterno. ¿Compartirá su infinitud y eternidad conmigo?

Conclusión temporaria

A todas las Almas que estuvieron, están y estarán en mi Vida, perdón por mis errores y gracias por sus enseñanzas.

La muerte es inevitable. Durante años esa idea me quitó el sueño. Cómo resolví mi temor a la muerte y pude alcanzar una tranquilidad sin engaños.

Roberto Luis Aguirre

Aclaraciones

Nací en el seno de una familia católica practicante, no al punto de decir profundamente religiosa, pero sí de fuerte tradición católica.

Con el hábito de rezar, de pedir “la bendición” a los padres en el saludo de las buenas noches, vivenciar los tiempos, fiestas y celebraciones que tiene la Iglesia durante el año y todo lo que enseña la religión respecto de la figura de Dios y, en nuestro caso, la figura de Jesús, la Virgen María, los Santos, dogmas, preceptos, etc.

Sigo considerándome católico y seguro lo seguiré siendo hasta que parta hacia donde sólo Dios sabe. Aun así me exijo ser sincero y sobre todo conmigo mismo. Por esta razón me permito disentir incluso con mi Iglesia si así lo siento y entiendo. Estoy convencido que Dios me hizo libre, por lo que encuentro contradictorio digerir y aceptar algo que no me convence por el sólo hecho que así me lo indiquen.

Por otra parte, creo que Dios no está limitado en un solo camino, considero que es generoso y se muestra de distintas maneras, en todas las creencias, en el mundo que nos rodea y en forma palpable en muchos acontecimientos de nuestras vidas.

Sí, quiero resaltar mi total respeto por todas las religiones y lo que ellas encierran y enseñan.

En el transcurso de este relato, en ocasiones hago uso de conceptos que no he tomado de ninguna enseñanza religiosa, filosófica, ni de autor alguno. Son razonamientos personales, para los cuales utilizo términos a los que les doy un sentido, que se me ocurre adecuado y lo necesito al solo efecto de hacerme entender.

Como seguro reiteraré, son pensamientos, razonamientos y conclusiones de una persona común.

En este trabajo no uso método científico. Si bien la ciencia nos da la mayoría de las certezas, mi humilde opinión es que no debería tener afirmaciones absolutas sobre cuestiones ajenas a ella, ya que la misma ciencia en su propio avance se ha ido contradiciendo en más de una oportunidad, siendo estas contradicciones parte de las razones que le permitieron avanzar.

¿Quién dice o puede afirmar que hoy la ciencia llegó a las verdades absolutas? Al no hacerlo evidentemente debe haber mucho que desconoce y siendo así no estaría habilitada a desacreditar otros caminos por fantasiosos que les parezcan.

Siento que soy alguien contándole a quien sea, un hijo, un amigo, un conocido, lo que me ha pasado, lo que he experimentado, lo que hoy vivo, pienso y siento, como lo hice en tantas conversaciones.

En esta oportunidad me he tomado el trabajo de ordenar, en la medida de lo posible, mis conclusiones siguiendo una estructura de racionamiento.

Por último y ya que trabajaba entrelazando mis reflexiones con narrativas de hechos personales y alguna ficción, se me ocurrió incorporar también algunos de mis poemas relacionados con ciertos temas que trato aquí, pero todos escritos con anterioridad a este trabajo, incluso los más recientes como los versos infinitos.

CAPÍTULO I

Tengo un problema

1. Así comenzó

El recuerdo más lejano de la infancia y que debió ser mi primera experiencia traumática fue a los tres años, cuando vivía en Villa Mercedes, provincia de San Luis.

Una mañana, cerca del mediodía me fui de la vereda de casa caminando detrás de una vecinita cinco años mayor que yo que solía cuidarme y jugar conmigo. En esa ocasión ella se iba a sus clases de inglés y no notó que la seguía. Como era de esperar a las pocas cuadras la perdí de vista y seguí caminando hacia ninguna parte. Me perdí con tres años de edad en una ciudad de unos veinticinco mil habitantes, durante un lapso que puede haber sido de dos a tres horas, apareciendo en una comisaría al otro extremo de la ciudad. Recuerdo que quien me llevó estaba vestido de gaucho, no le tuve miedo pero recuerdo que me oriné encima mientras caminaba a su lado. En la comisaría lloré pero me calmaron regalándome una pelota.

Si bien tengo muchas imágenes de aquella experiencia, no me dejó huellas traumáticas o al menos no lo registré de esa forma.

Lo que sí me marcó de por vida fue un hecho vivido a los nueve años aproximadamente, ya mudado a la ciudad de Córdoba. Puedo decir que esa noche conocí el miedo llegando al espanto y descubrí “la loca de la casa”.

Había disfrutado de esas cenas únicas de la infancia, estando esa noche mis tres hermanos y yo al cuidado de mis abuelos maternos, abuela Lucía y abuelo Domingo. Mamá y Papá habían ido a cenar a casa de unos tíos al otro lado de la ciudad y regresarían tarde.

La libertad de ser dueños de la mesa, jugar, reírnos y sobre todo la incomparable comida de la abuela, cuyo aroma y sabor se llevan guardados toda la vida, hacían que el momento se disfrutara plenamente, esas ocasiones en que parece que el tiempo está detenido y todo es alegría.

Durante la cena ya la televisión (blanco y negro) ocupaba su lugar en la mesa familiar y en esta oportunidad, por la hora no había programas infantiles, razón por la cual estuvo sintonizado un programa de noticias.

En medio de nuestras risas y juegos se escucha un periodista dar una noticia de último momento, un accidente ferroviario.

Un tren detenido es impactado por otro lleno de pasajeros. Las imágenes eran terribles, más de doscientos la cantidad de muertos y mucho más aún los heridos.

La noticia de muertes repentinas de tantas personas, golpeó de lleno mi comprensión de niño. El shock duró unos cuantos minutos. Los comentarios en tono de tragedia de mis abuelos y los comentarios de asombro de mis hermanos mayores dominaron el momento.

Pienso que mi abuela, al percatarse que los niños estábamos demasiado atentos absorbiendo el impacto de tremenda noticia, decidió apagar el televisor. El abuelo Domingo la miró con gesto de asombro y ella con otro gesto, señalándonos con su cabeza, le hizo entender.

Pasados unos minutos regresó el jolgorio de niños a la mesa, mostrando una capacidad propia de esa edad de dar vuelta una página y regresar a su centro de atención, su mundo.

No fue mi caso en esa oportunidad, si bien seguía atento a compartir el momento con mis hermanos, algunas imágenes y pensamientos sobre lo que acababa de mostrar la televisión aparecían y desaparecían en mi cabeza.

Unos minutos más tarde la abuela Lucía dio por acabada la reunión. Saludar al abuelo Domingo, lavarse los dientes y a meterse en cama. Algo me inquietaba, era como que no quería quedarme solo en mi cama y a oscuras, a pesar de compartir el dormitorio con mi hermano menor Enrique, el menor de los cuatro hermanos, yo soy el tercero.

Fue esa noche creo, que conocí a quien en mi edad adulta supe que le decían “la loca de la casa” (mi mente), no fue un diálogo interior con la loca, fue un monólogo de ella, difícil de acallar. El momento de soledad sobrevino y sobrevino una primera idea a mi cabeza; “esas personas ni se imaginaron que morirían hoy y de esa forma”.

Traté de sacarme esa idea, de pensar en otra cosa y al instante apareció otra; “La muerte no solo viene cuando pasan muchos años y uno se pone viejo, puede aparecer en cualquier momento, incluso siendo un niño”.

Un pinchazo de miedo en mi pecho me sacudió y continuó con un intenso hormigueo en todo el cuerpo.

Nuevamente quise sacarme esas ideas de mi cabeza e inmediatamente me di cuenta que con este revuelo me había olvidado de rezar como era la costumbre. Hacerlo en este momento me venía mejor que nunca, me haría olvidar todo y me sentiría más seguro.

Comencé bien con el Padrenuestro, pero a la mitad me aparecieron nuevamente los pensamientos y olvidé por dónde iba el rezo.

¡¡A comenzar de nuevo!! Padrenuestro desde el principio. Así pasó varias veces y continuó el mismo problema con el Ave María y con el Gloria.

Las oraciones me trajeron algo de calma pero no logré dormirme.

“Las familias de esas personas deben estar llorando y sufriendo mucho”. Sin darme cuenta aparecieron nuevamente y con ellas el miedo en aumento.

¿Y si le pasara a alguien de mi familia? Otra vez intenté rezar y. . . “es de noche, Mamá y Papá fueron a lo de los tíos y tienen que cruzar unas vías de ferrocarril”. Padre nuestro que estás en el Cielo, santificado sea tu nombre. . . . “ese cruce de vías no tiene barreras”.

Ya no pude contenerme y comencé a llorar, mi hermano me escuchó y fue a decirle a mi abuela. Cuando ella vino ya tenía una respuesta;

—¡¿Qué pasa Robertito?! —Preguntó preocupada.

—Me duele la panza abuela —Dije con un sollozo un tanto actuado.

La abuela me trajo un vaso de agua que le pedí y comenzó a friccionarme en la zona del dolor. El contacto con su mano de abuela me tranquilizó.

A los pocos minutos se escuchó el auto de mi Papá que llegaba y todo mi ser se inundó de alegría, una alegría tan grande que creo, solo se repetiría cuando nacieron mis niños, alegría que tuve que contener como para no despertar sospechas de lo que me estaba pasando.

—¿Todo bien mamá? ¿Se portaron bien? —Preguntó mi mamá a su mamá.

—Sí, de maravilla, solo Robertito que le duele el estómago.

—¡¡No, nooo!!, ¡¡¡ya se me pasó un poco!!! —Se me escapó contestar.

La abuela levantó las cejas, agrandó sus ojos y de inmediato bajó las cejas y me miró con una sonrisa, me dio un beso en la frente y se fue.

Cuando Papá y Mamá vinieron al beso de las buenas noches los abracé tan fuerte que ya no me importaba que sospechen. Esa noche, no lo recuerdo con tantos detalles, pero seguro dormí muy tranquilo.

2. Y continuó

No todo terminó aquella noche de mi infancia, más bien creo que comenzó y fue el inicio de un vínculo (si se lo puede llamar de ese modo) con el miedo a la muerte. Una relación recurrente que podía suceder una vez al mes, cada dos meses o más, no podría determinarlo. El remedio terminaba siendo siempre el mismo rezar, lo único que sentía tener a mano.

Durante ese período de continuidad, no sé si tempranamente o ya pasado un tiempo, había aparecido un nuevo pensamiento, idea o conclusión que terminó de complicarme;

“La muerte no se puede evitar, es como rodar dentro de un embudo y no tener cómo frenar ni de dónde agarrarnos”.

¡¡Ya nada le faltaba a mi tragedia!!

El vínculo continuó y con el tiempo llegué a asumir que cada tanto iba a tener una noche de terror, literalmente de terror. Y así, de ese modo se fue dando durante parte de la infancia y la adolescencia.

Hoy noto que aquello ha ido cambiando, mi preocupación por la muerte fue cambiando y pasando por distintos estados de acuerdo a las circunstancias.

En este proceso de cambio uno de los hechos más importantes fue pasar de la toma de conciencia sobre la muerte a la posibilidad que suceda ya, ahora, en lo inmediato.

Una cosa era la muerte como cierta pero lejana y otra tenerla frente a mí, sin poder defenderme, pudiendo aparecer en cualquier momento.

En la infancia supe de la muerte y que podía sucederme a mí o a un ser querido. Pero llegó solo a eso durante mucho tiempo, era una posibilidad remota.

Entre la muerte y yo siempre se interpusieron cuestiones que la hacían remota; faltaba mucho tiempo, estaba sano, estaba seguro, era joven. Siempre tuve objetivos y acciones para alcanzar esos objetivos (escuela, trabajo, familia), las que me mantuvieron ocupado lo suficiente como para estar pensando en un final.

Después la vida me llevó a situaciones donde ya no sólo era una posibilidad sino algo concreto y palpable. Estaba a la puerta, se hizo presente.

Me sucedió, por ejemplo en un vuelo, durante una noche muy tormentosa, sabía que estaban intentando aterrizar y no lo lograban. Más de una hora de terror, gritos y el avión que se sacudía como si algún demonio estuviera descargando su furia.

Pero lo más palpable de esta situación frente a la muerte, es lo que vivimos con la pandemia de Covid–19. Esta experiencia global que experimentamos en primera persona, creíamos que estaba en libros de historia o en algún noticiero, que sucedía al otro lado del planeta, en pueblos de una jungla lejana, donde este tipo de enfermedades son más frecuentes.

Hoy a este miedo se lo conoce por propia experiencia, que es la forma más eficaz de conocer. Difícilmente haya habido un sentimiento de temor tan compartido, tan esparcido por el mundo. Ni hablar de aquellos que perdieron un ser querido y que de no haber sido por esto hubieran tenido varios años más de vida. Esta situación es sólo comparable con las grandes guerras, que aun así no afectaron directamente a todos los países.

Como dije, esta relación con el temor a la muerte fue evolucionando junto con mi crecimiento, con los cambios propios de mis interpretaciones, de la búsqueda a la que me llevaron mis inquietudes, pero por sobre todo lo que dejaron mis experiencias.

En esta continuidad he notado que junto al temor siempre sentí la necesidad de buscar una solución e intuí que era posible una salida a este problema, pero como era algo lejano la búsqueda se postergaba o se eludía.

En realidad hoy veo que no la dejé a un lado, la he llevado adelante en un camino de años que no fue previamente trazado, la idea de la muerte cambió, ha evolucionado y ha tornado en una visión totalmente distinta.

Sigo hablando de vínculo con el temor a la muerte porque creo que no desaparece por completo, ya que ese temor está íntimamente relacionado o es consecuencia del instinto de conservación.

En esto radica mi trabajo, en desarrollar el camino que me llevó, de forma natural, no planificada, a un cambio significativo en mi relación con el temor a la muerte y alcanzar un estado de mayor tranquilidad al respecto. Es un camino ya transitado, lo relato en primera persona porque es mi experiencia y son mis conclusiones, las que comparto pero que de ningún modo pretenden ser verdades absolutas. Lo verdadero es mi testimonio.

CAPÍTULO II

Busco una solución

3. Primera búsqueda de solución

Las convicciones que orientaron mi camino se nutrieron de lo que aprendí con mi familia, en la iglesia, las escuelas, mi sociedad, pero principal y fundamentalmente por mis inquietudes y las conclusiones de numerosas experiencias.

A este camino lo entiendo, lo siento y comprendo como espiritual y de conocimiento, iniciado en las enseñanzas religiosas de mi primera infancia en el seno de la familia y movido posteriormente, no sé si en forma consciente o inconsciente, por ese temor a la muerte y una constante necesidad de avanzar, de descubrir.

Hubo un hecho que hoy considero como punto de partida.

A los trece años tomé mi Primera Comunión luego de una extensa preparación de catequesis, razón por la cual el relato que sigue debe haber sucedido a los once años aproximadamente.

La tarea de catequista la llevó adelante mi madre, ya que en esos años se había incorporado la modalidad que una mamá del grupo de niños cumpliera esta función.

Durante estas actividades ocurrió esto que, durante mucho tiempo lo tomé como una cuestión propia de un niño, pero cincuenta años después me di cuenta de la trascendencia que tuvo y aún tiene en mi vida.

A pesar de tener una base religiosa, el hecho en cuestión tiene más un componente de razón que de fe. Pero teniendo en cuenta que la fe es “la certeza de lo que se espera”, sería más apropiado hablar de un componente de creencia religiosa.

Punto de partida

En una de las clases de catequesis mi mamá nos habló de las enseñanzas de Jesús y me llamó especialmente la atención una que decía:

“todo lo que pidan en mi nombre se los daré”.

Si bien era una frase simple, las explicaciones de mi mamá le dieron mayor fuerza.

Como niño en un principio debo haber pensado en todas las cosas que le podía pedir, pero seguro fue esa misma noche cuando se me ocurrió algo al respecto.

Cuando aparecía el miedo a la muerte mi defensa era rezar para pedirle a Dios su protección, pero había un problema escondido.

El problema era si realmente había un Dios a quien pedir. Por las enseñanzas recibidas afirmaba creer en Dios, buscaba sentir en la fe esa verdad, pero siempre terminaba apareciendo la duda.

Pensaba: “Yo pido, pero si Dios no existe el problema continúa, no está resuelto”.

La muerte no era el problema a resolver, lo que necesitaba resolver verdaderamente era la existencia de Dios y lo que eso implicaba, la vida eterna, el más allá, una continuidad de mí y de los seres que amo.

Si comprobaba que Dios existía. . .

¡¡SANTO REMEDIO!!

Entonces me dije;

“Si Dios me dará todo lo que pida, voy a pedirle que me haga saber si en verdad existe y me ayude a conocerlo. Si en verdad existe me lo hará saber y me dará el conocimiento. Y si no es así, nadie se va a enterar que le estuve pidiendo algo a alguien que no existía”.

En ese momento no tomé dimensión de lo que iniciaba, porque hubiera sido imposible imaginarlo, ya que el camino no existía aún, solo era la ilusión de un niño. Pero con el paso del tiempo se fue concretando y desde la perspectiva de hoy se ha hecho visible.

He aquí una primera conclusión de algo maravilloso.

Estamos acostumbrados a pretender y conseguir lo deseado en un tiempo inmediato. Si pedimos algo generalmente esperamos recibirlo en poco tiempo, a lo sumo si es valioso o importante, tendremos que esperar un tanto más pero siempre en un tiempo previsible.

Cuando pedí a Dios fue diferente, su respuesta fue inmediata pero el resultado se fue dando en cincuenta años y todavía continúa.

En la década de 1970, la de mi adolescencia, solíamos poner pósters o afiches en los dormitorios. Mi hermano tenía uno con un niño acariciando a Cristo crucificado y la leyenda decía:

“No siempre es fácil encontrar a Dios, pero buscarlo es empezar a encontrarlo”.