Amores sanos y de los otros - Sonia Giménes Bawden - E-Book

Amores sanos y de los otros E-Book

Sonia Giménes Bawden

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Beschreibung

La autora realiza un recorrido por diferentes aristas del mundo vincular de parejas, intentando describir cómo se manifiestan las relaciones sanas y sus modos disfuncionales. El texto es nutrido por experiencias reales narradas por consultantes en el contexto psicoterapéutico, ayudando a comprender que detrás de las conceptualizaciones existen personas que aman, disfrutan, aprenden, sufren, se atascan en sus neurosis y buscan resolver sus necesidades existenciales con mayor o menor éxito. El lector es invitado a adentrarse en los modos de construcción de la pareja, su capacidad comunicacional, su intimidad física y emocional, el balance posible entre familia y pareja y algunos modos patológicos del accionar en relación: infidelidad, celos, dependencias tóxicas, equilibrios en sufrimiento. El lenguaje afable permite a todos quienes quieran adentrarse en el tema comprender los contenidos. Los psicoterapeutas encontrarán herramientas de abordaje e intervenciones técnicas basadas en una epistemología gestáltica. "Considero que este libro es valioso por el contenido, los recursos que brinda, la sistematización de los temas expresada en una manera clara y llana. Además es una invitación al lector a reflexionar sobre sus relaciones de pareja. Y si la acepta, podrá descubrirse en nuevos caminos de conciencia y bienestar. ¡Gracias Sonia!". Fernando Bianchi Psicólogo y Psicoterapeuta Movimiento EcoGestalt

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Seitenzahl: 330

Veröffentlichungsjahr: 2024

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SONIA GIMÉNES BAWDEN

Amores sanos y de los otros

Mirada e Intervenciones Gestálticas en el Funcionamiento de Parejas

GIménes Bawden, Sonia Amores sanos y de los otros : mirada e Intervenciones gestálticas en el funcionamiento de parejas / Sonia GIménes Bawden. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5423-9

1. Psicología. I. Título. CDD 158.2

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Imagen de portada: “Holón”, de Juan Carlos Di Pane Sánchez. Técnica mixta, lápiz de pastel, lápiz de color y guache sobre papel de color. Dimensiones: 42cm x 29,7cm. 2024. Ilustraciones: Juan Carlos Di Pane Sánchez

Índice de contenido

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO I NACE UN HOLÓN

CAPÍTULO II COMUNICACIÓNVS. DESENCUENTRO

CAPÍTULO III AL CERRAR LA PUERTA...

CAPÍTULO IV SER TRES LASTIMA

CAPÍTULO V CUANDO LA FAMILIA ECLIPSA A LA PAREJA

CAPÍTULO VI EQUILIBRIOS DISFUNCIONALES

CAPÍTULO VII ¿SOLOS O CON TERAPIA?

CAPÍTULO VIII HOJA DE RUTAPARA TERAPEUTAS

APÉNDICE

ANEXO N° 1 EVALUACIÓNDE LA COMUNICACIÓN

ANEXO N° 2 APRECIACIÓNSOBRE LA INTIMIDAD

ANEXO N° 3 Apreciaciónsobre las Fronteras

ANEXO N° 4 APRECIACIÓN DEL CICLO DE LA EXPERIENCIA

ANEXO N° 5 OTROS RECURSOS TÉCNICOS

BIBLIOGRAFÍA

SOBRE LA IMAGEN DE LA PORTADA

A quienes desde mi principio me enseñarona reconocer al amor amándome, y a los que,a lo largo del sendero, resonaron en mi corazónayudándome a ser quien soy.

PRÓLOGO

“Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”.

Julio Cortázar

Cuando Sonia me propuso escribir el prólogo de su nuevo libro sentí un gran honor en acompañar este nuevo logro profesional. Hace años que la conozco y siempre me resultó impactante tanto su tenacidad para llevar adelante sus proyectos como su rigor profesional y en especial su sensibilidad. No me sorprende que este libro la represente en cuerpo y alma.

En las páginas que lo componen Sonia, apoyada en su vasta experiencia no sólo como psicoterapeuta de parejas, sino como profesional de la salud, docente y formadora de psicoterapeutas; co-fundadora y presidenta de la Asociación Gestáltica de San Juan, pionera de la Terapia Gestalt en San Juan, nos proporciona herramientas conceptuales y prácticas para abordar la complejidad del vínculo. También nos muestra aquello que para mí es lo más importante como terapeuta, que es el respeto hacia esas personas, hacia ese vínculo y en definitiva hacia ese dolor que atraviesan. Es en ese respeto que expresa la integridad como ser humano y emerge como subtexto en cada viñeta de sesiones publicada.

En los múltiples ejemplos con los cuales ilustra los distintos temas nos muestra con claridad cómo con su posicionamiento desde el Enfoque Gestáltico sostiene la aceptación y la inclusión en el vínculo con los consultantes, más allá de las distintas modalidades que traen. Esa es la actitud fundamental que posibilita la tarea, ayudar y acompasar a los consultantes a ampliar su capacidad de darse cuenta y que sean ellos mismos quienes puedan descubrir recursos para resolver las distintas situaciones que se les presentan.

Con este espíritu como fondo a lo largo del libro, ofrece una guía para acercarnos a este amplio mundo que es cada relación de pareja y sus misterios.

Todo psicoterapeuta terapeuta de pareja sabe que cuando llega una pareja a consultarnos, son dos personas que en su relación están padeciendo de un dolor; dolor que a veces ni ellos saben de qué se trata, pero sí saben que duele. Enojo, decepción, tristeza, frialdad, distancia, violencia, pueden ser formas en las que se expresa ese sufrimiento a la vez que lo retroalimenta. Dos personas en crisis que a través de su pedido invitan al profesional a entrar en su mundo y depositan una esperanza de cambio que posibilite un mayor bienestar.

Aceptar esa invitación implica la responsabilidad de entrar a un sistema con su propia identidad, sus propias reglas, historia, logros y decepciones. Es un sistema inserto en un ecosistema mucho más complejo (familia propia, familias de origen de los miembros, comunidad social en la que habitan, etc.) que influye y condiciona muchas veces de manera no consciente la forma en que los miembros de la pareja van a tramitar las diferencias. Hasta esas mismas formas cambian con el tiempo, y los recursos que en algunos momentos son funcionales luego dejan de serlo.

Sonia desarrolla distintas temáticas fundamentales presentes en los vínculos de pareja, ocupándose en los niveles estructurales, comunicacionales y emocionales que se entrelazan en cada capítulo, y que se vuelven indispensables al momento de comprender dicha relación. Todos desarrollados con precisión y profundidad con un lenguaje claro y conciso. De esta manera, tanto el especialista como el lector lego pueden verse representados y encontrar este libro develador.

Así recorre desde los inicios de la pareja, motivos, aquello que los unió y esos primeros contratos fundantes, tanto explicitados como implícitos, que llevan a fijar las expectativas mutuas. Y este recorrido llega hasta el momento en que la pareja solicita apoyo, capítulo que Sonia denomina “¿Solos o acompañados?”. Ese momento en el que comienza el trabajo del terapeuta cuando recibe el motivo de consulta. Pero también en ese momento y a lo largo del proceso terapéutico se irán visualizando los temas que la autora despliega a lo largo del libro.

Prestar atención a la comunicación es fundamental en cualquier vínculo, y en especial en el de pareja. Como expone Sonia, en una sesión de terapia van a estar presentes no sólo las dos personas que forman la pareja, sino esa tercera instancia, ese tercer sujeto que es el vínculo entre ellas y cuya herramienta fundamental es la comunicación, tanto verbal como no verbal. Esta herramienta puede estar al servicio del encuentro o del desencuentro que, con sus distintas modalidades y motivos, puede fijar estilos comunicacionales que representan modelos vinculares con roles definidos y rígidos. Todas las implicancias de la comunicación que presenta están claramente mostradas a través de recortes de sesiones.

Al hablar de pareja está implícito que son dos personas que tienen un vínculo entre sí, pero a veces no se visualiza con claridad cuáles son los límites de esa construcción, cuál es la frontera que delimita a estas dos personas en una relación tan especial que deja al resto del mundo afuera. Sonia se ocupa de mostrarnos por qué es tan importante en la construcción de la intimidad, esta alianza tan especial y prioritaria que da fundamento a la confianza en el vínculo.

Aunque a veces esa frontera se abre, y cuando la apertura no es consensuada por ambos miembros de la pareja y se incluyen terceros/as, ya sea con connotaciones eróticas o afectivas, sucede la infidelidad. Es una de las crisis más complejas en la pareja porque pone en jaque a la confianza, sostén fundamental de la pareja. Los fundamentos pueden ser variados, pero siempre implican una traición y deslealtad. La autora nos muestra múltiples formas en que esto puede suceder, sus motivos y sobre todo cuál es el impacto en el vínculo.

Cabe mencionar que la frontera de la pareja puede no sólo abrirse hacia terceros ajenos al sistema familiar. A veces la invitación –a menudo consensuada– de incluir permanentemente a los hijos en espacios que son privados de la pareja (la cama, ciertas conversaciones…), o a no poder priorizar espacios de encuentro diferenciados de los familiares, provocan el punto de partida para una pérdida del contacto y la intimidad en la pareja. Otras veces estas situaciones llegan para denunciar diferencias ya existentes en la pareja y se “usan” a los hijos como motivos para mantener la distancia o distraerse de dichas diferencias.

Finalmente Sonia nos propone distintas dinámicas que tienen algunas parejas frente a situaciones que podrían implicar un cambio y la asimilación de una novedad, para mantener el statu quo en el cual nada cambia. Se repiten modos desactualizados que terminan forzando el sistema, provocando respuestas cada vez más estereotipadas y eternizando el sufrimiento. Así describe parejas que se sostienen en relaciones codependientes, relaciones violentas basadas en el dominio de uno sobre el otro y relaciones basadas en otros tipos de sufrimientos cronificados y, la mayoría de las veces, manipulatorios.

Para finalizar, considero que este libro es valioso por el contenido, los recursos que brinda, la sistematización de los temas expresada en una manera clara y llana. Además es una invitación al lector a reflexionar sobre sus relaciones de pareja. Y si la acepta, podrá descubrirse en nuevos caminos de conciencia y bienestar.

¡Gracias Sonia!

Fernando Bianchi

Psicólogo. Psicoterapeuta Gestalt.

Docente, supervisor y formador de terapeutas.

Co-generador de Movimiento EcoGestalt.

Ex presidente de la Asociación Gestáltica de Buenos Aires.

Socio honorario de la Asociación Gestáltica de San Juan

y Asociación Peruana de Psicoterapia.

INTRODUCCIÓN

“Cuanto más lo pienso, más me doy cuenta de que no hay nada más artístico que amar a los demás”.

Vincent van Gogh

Resulta un misterio inabarcable desde la razón el amor como sentimiento hacia alguien que se elige como pareja.

Querer acertar sobre qué hace a una persona sentirse enamorada de otra es algo ambicioso.

Los biologistas apelarán a la “química”, los románticos invocarán el alma o espíritu; algunos pensadores enfocarán la sucesión de experiencias biográficas como condicionantes de las búsquedas afectivas…

Probablemente el amor surja como consecuencia de todo aquello y aún más…, considerando siempre que el resultado será más que la suma de sus partes…

Hablar de “amor sano” puede ser también bastante pretencioso.

Podríamos preguntarnos para empezar si existe “lo sano” en términos absolutos.

Sano podría ser un sentimiento vivido en plenitud, sin detrimento de otras necesidades organísmicamente vitales. Sano sería el amor vivenciado con certeza de que, aún no perfecto, es elegido libremente por sus capacidades de dar respuesta al anhelo de entregarse con confianza a otro/a que cree también en que será sostenido o no vulnerado si baja la guardia.

Saludable será un amor que sin ser vital, en el sentido de necesario para vivir, se prefiere a la soledad sostenida, porque nutre y ayuda a crecer.

Sano será el amor que puede atravesar adversidades fortaleciéndose, pero que no pierde la comprensión de que la vida no debe sesgarse hacia el sufrimiento si puede ser evitado.

Sano es un amor entre dos que no dejan de ser quienes son para estar juntos.

Sano es un amor disfrutable con los sentidos y el alma…

¿Y cuáles son “los otros” amores?

He intentado en las siguientes páginas dar cuenta de los vínculos amorosos de pareja, saludables y no.

En mis tantos años de experiencia como terapeuta, he escuchado innumerables narrativas contadas por mis pacientes.

Por humanas, siempre involucran a personas a quienes habitualmente no llego a conocer en consulta, pero a las que me represento desde el relato y descripción de mi interlocutor.

Una sucesión de entramados vinculares actuales, biográficos, fantasmáticos (por imaginarios, deseados o abortados en sus posibilidades) se superponen construyendo el relato de esa vida que se va evidenciando frente a mí.

El o la protagonista de la narrativa en general enfoca predominantemente lo que “otros” hacen, no hacen, incumplieron o dañaron de su vida, desdibujando su responsabilidad en la construcción de su realidad y evitando la conciencia de que todo vínculo se sostiene por la concurrencia de conductas (acción u omisión) de sus participantes.

En el universo de demandas adultas, muchos malestares o sufrimientos se relacionan con la pareja, o desazón, conflictos, necesidades y dolores provenientes de ella.

Suelo aún admirarme, cuando escucho la queja de uno de sus participantes, o cuando tengo a ambos integrantes de la díada erigida en paciente frente a mí, cómo una relación que comenzó elegida por amor, o lo que los participantes evaluaron como tal, puede deteriorarse tanto, generar semejante malestar y, lo que es más asombroso aún, mantener juntas a personas que no pueden describir casi ningún bienestar dentro de su funcionamiento.

Existe mucha literatura sobre el amor en pareja, su buen amor y desamor, creo no tanta sobre cómo ayudar a estas personas a reencontrar, si fuera posible, un modo de vincularse que dé respuesta a sus necesidades individuales y compartidas.

Este libro busca analizar, desde una mirada gestáltica, las características más relevantes de la relación de pareja, además de las necesidades que se espera se sacien en ella, junto a sus déficits o dificultades.

Espera aportar además posibles abordajes técnicos destinados a psicoterapeutas, así como ayudar a comprender a todo curioso que quiera explorarlo, el profundo, maravilloso y a veces misterioso mundo de la vincularidad humana, elegida como acompañamiento amoroso en la construcción del proyecto vital.

Opté por ordenar el material desarrollado complementando los contenidos conceptuales con relatos de experiencias vividas por las personas que asistieron en las últimas tres décadas a consultarme, convencida que circunscribirme sólo a material cognitivo y abstracto empobrece la vivencia.

Sin embargo espero hacer aportes simbólicos que ayuden a desarrollos teóricos referidos al funcionamiento vincular.

Podrán los lectores seguramente identificarse con algunas de las historias o situaciones mostradas en las páginas siguientes.

Todos los ejemplos son extraídos de planteos genuinos escuchados en sesión. Desde luego se han cambiado nombres o datos personales específicos para preservar identidades. Corresponden mayoritariamente a parejas heterosexuales, por ser la casuística que me llegó como demanda, pero los temas a los que hacen referencia, salvo alguna excepción puntual, no son discriminativos de género.

En el primer capítulo me enfoco en la construcción del “holon1 pareja”.

Para quienes no se encuentren familiarizados con la teoría holística, un holón es una totalidad en sí misma; constituida por otras totalidades, siendo “más que la suma de ellas”.

De tal manera que una pareja es un universo en sí que no sucede sólo por “juntar” dos personas (constituyendo cada cual además una totalidad u holón).

Cuando esos seres “construyen” una pareja, superan las individualidades de YO y TÚ, para devenir también en NOSOTROS.

El capítulo siguiente se centra en la comunicación como vehículo para el conocimiento, encuentro, contacto, emoción, superación, crecimiento y nutrición mutua; pero también como modo de deflectar, descalificar, desconfirmar y perturbar la posibilidad de coincidencia saludable.

En este apartado enfoco la necesidad de “un tercer espacio” en la interacción comunicacional que permita la salida de la subjetividad rígida para encontrar en la escucha y empatía la sana interacción.

En el apartado tercero, nos asomaremos a la intimidad de la pareja, en sus aspectos afectivos y físicos, considerando la sexualidad como modo particular de comunicación y contacto.

La cuarta sección se centra en lo disfuncional que resulta la intromisión de un/a tercero en un espacio que se consensuó para dos.

“Un par” (pareja) no admite sanamente un equilibrio triangular cuando se contrató un vínculo monógamo. En el mismo capítulo miraremos los celos como modo de incorporar a un otro fantasmático.

La quinta propuesta avanza en la articulación posible entre pareja y familia, teniendo en cuenta que las mismas personas constituyen al menos tres holones: conyugal, parental y filiar considerando la familia de origen. La multiplicidad de sistemas demarca fronteras y límites que debieran equipararse en los intercambios entre solidez y flexibilidad.

El sexto capítulo describe algunos de los posibles equilibrios que se cronifican en la disfuncionalidad, explorando los condicionantes que los sostienen, como la resistencia al cambio, los beneficios secundarios obtenidos y las patologías individuales y del vínculo.

El séptimo tramo recoge los elementos conceptuales de los capítulos anteriores, ofreciendo algunos parámetros de evaluación para que los miembros de la pareja hagan una mirada exploratoria y crítica sobre su modo relacional, explicitando las posibles limitaciones y resistencias que pueden encontrarse y que ameriten o se beneficien con un abordaje técnico terapéutico.

El capítulo ocho está destinado principalmente a terapeutas que quieran acompañar a los miembros de las parejas en su proceso de ampliación de conciencia de sí y de su relación. Ofrece un ordenamiento probable de intervención, desde el primer contacto hasta el cierre del proceso terapéutico.

Finalmente en el apéndice se estructuran los recursos, algunos de los cuales podrían ser usados en las parejas por iniciativa propia y otros cuya correcta aplicación se fundamenta en la capacitación técnica, determinación de objetivos según una apreciación diagnóstica del vínculo con epistemología gestáltica.

En todas las páginas he seleccionado y buscado un lenguaje que, sin apartarse de la rigurosidad científica y la terminología teórica específica, sea llano y de lectura amena para quien quiera adentrarse en el mundo de las relaciones, bienestares, sufrimientos, crecimientos y estancamientos de seres vivos puestos en diadas afectivas.

Todos llegamos a este plano de existencia desde un encuentro, feliz o no, de otros humanos; transitaremos por el mundo logrando y eligiendo o no acompañarnos con alguien, con quien seremos ocasión tal vez de nuevas vidas…

Ojalá sean motivos válidos para detenernos a mirar el entramado complejo de la construcción de parejas y de elegir asistir acompañarlas terapéuticamente para quienes se hayan capacitado.

1 Un Holón es una totalidad cuya realidad se concibe como “más que la suma de sus partes”, ya que incluye la especial organización que sus elementos adquieren para constituirlo como algo único. A lo largo del trabajo consideraré sinónimos a holón y sistema. Los subsistemas (o subholones) son a su vez organizaciones constituyentes de mayores totalidades.

CAPÍTULO I

NACE UN HOLÓN

“Estábamos, estamos, estaremos juntos, a pedazos, a ratos, a párpados, a sueños”.

Mario Benedetti

Es un misterio celebrado la construcción y el armado de una pareja. Las historias románticas nos cuentan que el amor nacido entre dos seres que estaban predeterminados para encontrarse instituye el flamante sistema y establece las bases para la nueva familia.

Así, a la manera como se funden el óvulo y espermatozoide en un organismo, el nuevo ser “pareja” se lanza al mundo para resolver sus necesidades y desarrollar sus potencialidades.

No obstante, como resumiera magistralmente hace algunos años una muy inteligente paciente en su narrativa: “la gente se mantiene unida no sólo por lazos amorosos”.

Yo completo: no sólo el amor nos convoca...

Entonces… ¿qué hace a las personas elegirse para acompañarse en el camino?

Lo primero a decir es que cuando nos encontramos con alguien, dos mecanismos bastante universales mediatizan el contacto.

“Ese otro” al que podemos acercarnos con curiosidad, atracción o indiferencia, sólo por ser parte “del afuera” se constituye en ocasión para proyectar sobre él o ella aspectos del propio mundo interno.

“Me pareció un hombre inteligente y reservado” (Ana al hablar de la impresión que tuvo al conocer su actual marido).

“Creo que es un poco hueca… una mujer que no tomaría muy en serio”. (Augusto al referirse a una persona con la que tuvo una cita recientemente).

Tal proyección va generando una idea que puede ser tomada como objetiva sobre quién es o cómo es ese ser. Cuanto más fuerte esa figura, más interrumpe la formación o percepción de otras, devenidas de diferentes aspectos también presentes en aquella persona, a quien se va “definiendo” dentro de los propios y limitados (por humanos) esquemas de apreciación.

Esa construcción puede intensificarse y rigidizarse en el tiempo compartido, transformándose en parámetro de evaluación sobre el modo de ser y la conducta posible, generando anticipación positiva o negativa sobre el otro.

“Yo esperaba que ella fuera alguien menos individualista; cuando la conocí no creía que fuera tan poco compañera” (Omar, 43 años).

“Me gusta mucho como es como padre, nunca hubiera imaginado, siendo como es, que se dedicara tanto a los chicos” (Ángeles, 39 años).

Cuando la expectativa se transforma en exigencia explícita o implícita, surgen frustraciones compartidas: en él o ella por estar decepcionados al confrontar la realidad con su proyección fantaseada, y la contraparte por sentirse juzgada parcial y negativamente.

Claro que la mayor parte de las veces nadie toma registro de que su juicio es producto de una construcción personal; generalmente se atribuye a la contraparte la responsabilidad “del engaño”.

“Me siento estafada…, él me vendió algo que no era cierto… y no le perdono por haberme hecho vivir en una mentira, esperando que el hombre que creí que era volviera…” (Agustina, 54 años).

Cierto es que no siempre esas apreciaciones primarias son errores proyectivos, puede que se asentaron sobre lo que el otro/a quería que se pensara o viera de él/ella.

En efecto, un aspecto potencialmente presente en el nacimiento de cualquier vínculo es que las personas tienden a acercarse al encuentro “con el personaje” de quien quieren ser para sí y para los demás.

Por lo dicho, esos primeros encuentros están lejos de ser de “alma a alma” o de “self a self”.

Salvo los niños y unos pocos adultos no acorazados en escondites defensivos, la mayoría lleva a la interacción sus aspectos más cuidados o controlados, “la mejor cara de sí”, según su propio parámetro de valoración, o sus mandatos o introyectos2, dejando fuera cualidades que no sólo podrían enriquecerlo, sino que cuando inevitablemente busquen luz para manifestarse generarán extrañamiento y desconcierto en los otros involucrados.

Podría suceder entonces, que en esos momentos insipientes de la construcción de la pareja, en lugar de dos, sean “cuatro o más” en danza o interacción: el que yo imagino que el otro es, quien muestro de mí, quien el otro es en realidad y el que me muestra o quiere que yo vea y quien soy en mi sí mismo más genuino. Es fácil comprender cómo esta maraña de vincularidades puede entorpecer el camino de lo que debiera ser un par en contacto, descubrimiento, intercambio, recepción, entrega… TÚ y YO.

El mito de la media naranja ha llevado a la creencia confusa que una pareja debe ser alguien que nos complete, lo que implica aceptar que mientras no lo encontremos seremos inacabados.

Desde luego que somos realidades en proceso, crecimiento y formación constante si no nos interferimos, pero ese camino es individual, por más que lo transitemos en compañía.

Como ya lo relataron y analizaron otros terapeutas antes de mí, la idea de la media naranja nació en la Grecia Clásica.

Platón en su obra “El Banquete” cuenta cómo, tras un gran festín, los comensales comenzaron a dedicarle al dios del amor, Eros, un diálogo de agradecimiento en el que se relacionaba la figura de la naranja con el amor.

Platón se habría apoyado en la idea de Aristófanes, quien creía que el ser humano era originariamente como una naranja, con forma esférica, con dos rostros, cuatro piernas y cuatro brazos, y que fue Zeus quien lo cortó en dos con un rayo para que no se sintiera tan poderoso.

Desde entonces cada mitad buscaría a la otra para fundirse en un abrazo y unificarse…

Muchos siglos más acá, algunas personas esperan completarse con la pareja, o buscan alguien lo suficiente y rígidamente complementario como para sentirse plenas.

Tal anhelo asienta sobre el no registro de sí, la invalidación de las propias capacidades, junto a la proyección demandante, como dije, de cómo debe ser el otro para mí.

Lucía y Alejo son ejemplos del modo vincular en el que dos personas, que no han podido desarrollarse adultamente plenos, se unen en codependencia al punto de fusionarse y sentir “que no podrían realizar su vida sin que el otro aporte lo necesario”.

Lucía se evidencia como alguien muy inseguro. Arrastrando una historia de descontención familiar, con sentimientos de minusvalía, en especial frente a las figuras de autoridad, se refugia en la fortaleza y templanza de Alejo, quien se presenta al mundo como equilibrado, tranquilo, concreto y realista. Sin embargo él necesita saber siempre qué hace Lucía, cómo, cuándo y con quién, justificando tal accionar por su tendencia a ser protector y desear que ella esté bien y asistirla si necesita algo.

Lucía complementa el intercambio estimulando a Alejo a hacer cosas, llevándolo a una vida social que sin ella no tendría, ya que es “muy corto” socialmente y no muestra iniciativas, además de recordarle que se tiene que ocupar de él porque siempre se posterga.

Ese equilibrio, que comenzó en la adolescencia de ambos cuando se eligieron y se fusionaron con amor, continuó durante mucho tiempo hasta que algo “lo rompió” y comenzó el organismo pareja a manifestar síntomas.

En distintas oportunidades he insistido en algo obvio: “la mitad buscada” está en uno mismo o misma. Tal vez en “la sombra” o zona oscura de la autopercepción. Oscura no quiere decir mala o negativa, sólo sin luz. Puede haber allí todo un bagaje rico y creador al que no le prestamos percepción y conciencia como dije más arriba.

A veces es luego de dolorosas rupturas amorosas, mientras se cree “que se ha perdido todo y que el otro se llevó algo que nunca se recuperará”, cuando la persona descubre que lo que necesita para seguir su camino está en su mundo interno y siempre estuvo allí.

Pero no es necesario atravesarse por el dolor para elegir buscar el propio desarrollo. Lo cierto es que si no se hace de sí una persona completa, se vivirá una adultez a medias, usando a medias las capacidades y construyéndose relaciones medianamente satisfactorias.

Por supuesto que existen y buscamos de manera legítima relaciones donde fluya la armonía y la flexible complementariedad engrandecedora, que implique un suave movimiento de contención alternante y de ayuda mutua apoyada en los recursos que cada uno disponga con más facilidad.

Pero se trata de dos individuos completos y diferentes, que aportan al vínculo su potencial enriquecedor.

La ilusión de las “almas gemelas” también es generadora de disfuncionalidad.

Existe en este último concepto algo diferente al de “la media naranja” que se supone completa o cierra algo inacabado.

En lo gemelar en cambio existe una réplica, una duplicación de lo mismo, por lo que involucra más al narcisismo, un “amor especular”, la búsqueda de la propia imagen en otro.

De nuevo no se trata de negar la armonía necesaria y esperada con y en alguien que nos comprenda y comparta nuestra visión del camino a transitar y se reúna con nosotros en la búsqueda de objetivos existenciales, implica comprender que si no hay dos no hay “nosotros”.

Hace unos años atendí a una paciente quien consultaba “porque ella creía que era una persona muy narcisista y no sabía si eso estaba bien”.

Efectivamente, luego de mi exploración a su escucha, constaté que era una mujer con una autoestima muy elevada y bastante ocupada en sí misma, sus necesidades y gratificaciones.

Se había casado con un hombre igualmente narcisista, muy apuesto estéticamente como también lo era ella en versión mujer; cada uno le otorgaba al compañero/a validación para su ego. “Que esté conmigo confirma lo valioso/a que soy” podría ser la frase que sintetizaba el vínculo que compartían.

El problema en aquella pareja era que no sabían ni querían ocuparse demasiado de sus hijos, a quienes sí les procuraban lo que necesitaban en recursos materiales y educación, ya que disfrutaban de muy buen pasar económico.

En la época de la consulta los hijos eran adolescentes y mi paciente decía que, “aunque se sentía muy mala por eso”, ella quería que se independizaran, ya que sólo deseaba dedicarse a su vida de pareja y disfrutar de esa relación.

Por supuesto existen vínculos que se fundan desde aspectos más sanos.

Cuanto más esclarecida está una persona consigo misma y más conciencia tenga de sus roles, necesidades sobre otro y su subjetividad interactuante en la percepción de los demás, más preparada estará para la construcción de un nosotros saludable.

De la misma manera es posible que los miembros de una pareja sean capaces de rectificar satisfactoriamente las primeras apreciaciones compartidas e integrar otras nuevas, nutriéndose y ganando en profundidad en el conocimiento mutuo. Este es el camino deseable en un relación adulta sana.

Me he referido a la articulación de las “subjetividades” en la edificación de una pareja, pero… ¿cómo se construyen esas subjetividades?

¿Qué hace que busquemos determinadas características en la persona a la que queremos amar? ¿Y qué hizo que elaboráramos los roles sociales con los que nos presentamos al mundo?

Llevamos en nosotros nuestra historia. En ella se articulan mensajes paternos y de las personas que nos importaron o nos fueron mostrando el mundo y contando la realidad.

Traemos sin mucha consciencia nuestras situaciones inconclusas y las de nuestros padres, quienes nos transmitieron sus anhelos sobre nosotros en búsqueda de cerrar los suyos; cargamos con introyectos, huecos del desarrollo, mandatos, secretos, tabúes, impronta de sensaciones corporales que buscan ser repetidas o evitadas, alegrías y bienestares que se transforman en expectativas de ser reeditadas con quien nos abra esa posibilidad..., por lo que, detrás o al fondo de cada mirada humana, puede encontrarse todo un universo de experiencias vividas que condicionan sus elecciones.

De las situaciones inconclusas la relación con los padres puede ser una de las más significativas.

Se trate del Edipo tan magistralmente descripto y explicado por Freud o de otra apreciación teórica, lo cierto es que en cualquier terapia introspectiva, comience por el emergente que sea, en algún momento aparecerá la figura de los padres y su influencia sobre la vida del paciente.

Es de esperar entonces que en mayor o menor medida la impronta de ellos se proyecte en la elección y funcionamiento dentro de la pareja.

Uno de esos condicionantes lo constituyen los mensajes que alimentan la autovaloración.

Quienes no recibieron un adecuado reconocimiento de alguno de sus padres no sólo tienen dificultad para quererse a sí mismos, sino que buscan personas (o “las encuentran”), en sintonía con la valoración autopercibida.

“Vas a necesitar un hombre con mucha paciencia, ¡porque hay que aguantar tu carácter!” (Mensaje de la mamá de Violeta cuando ella era jovencita).

“Vas a tener que buscar alguien que hable mucho, con lo mudo que sos…” (El padre a Javier de 30 años).

Desde luego también existen los “príncipes y princesas de mamá o papá” a quienes “nadie les llega a los talones” y cuya sobrevaloración se transforma también en un estorbo en la libertad de elección.

“¡No le puedo presentar este chico a mi madre!, me imagino su cara al verle los tatuajes o el pelo largo..., ella cree que yo me merezco no sé qué… un magnate o algo así”… (Natalia, una adulta de 38 años quien aún se siente condicionada por el juicio de su madre).

“Mi padre piensa que todo hombre que se me acerca quiere aprovecharse de algo mío: mi casa, mi dinero, mi trabajo…, ningún hombre según él “es suficiente hombre para mí’…” (Carolina, una adulta soltera en pareja con un hombre divorciado y con un padre de 82 años, quien sigue opinando sobre la vida afectiva de su hija).

Pero la voz paterna puede no llegar desde el exterior; con esa la persona adulta sería capaz de confrontar, acordar, discutir o tomar distancia.

La voz de los padres se lleva en el mundo interno; en el armado de nuestra consciencia moral, en el “súper yo” para Freud, “perro de arriba” para Perls; en la construcción de nuestra expectativa sobre nosotros “o ideal de yo”.

La voz interna surge como certeza de que “el mundo es así”; naturaliza la mirada que sin embargo está filtrada por el lente de la subjetividad. Con esas voces internas es más difícil batallar. Suelen estar a medias reconocidas. No resuenan tanto desde la lógica cognitiva sino desde la esfera emocional que busca caminos para el reconocimiento afectivo en última instancia de los padres.

Todos llevamos internamente un niño que desea ser amado y aprobado por sus padres.

Algunas personas buscan en su pareja al padre o madre que perdieron, al que les hubiera gustado tener, o al que quieren derrocar, doblegar o conquistar.

Marisa es una mujer profesional que toda su vida se lamentó de “las características obsesivas y controladoras de su madre”.

Vive hace varios años con su pareja Ernesto, quien está todo el tiempo pendiente de la limpieza de la casa, teniendo una actitud crítica, controladora y cuestionadora sobre ella, más allá de las conductas afectivas que los une.

Marisa “nunca imaginó que él era así” ya que se enamoró de “las capacidades profesionales y desarrollos personales que la hacían admirarlo”, “y ahora me encuentro dentro de un vínculo que me recuerda al de mi madre, de quien siempre quise huir porque me ahogaba”…

La pareja que los padres construyeron constituye otro condicionante fuerte a la manera de modelo buscado o rechazado.

Siendo niños incorporamos, por vivir dentro del ambiente familiar más que por lo que se nos dijo, cómo se manifiesta el amor y los desacuerdos, cómo se resuelven o no los conflictos, qué es lo que cada padre valora o rechaza en el otro, cuánto lugar tiene la pareja en la vida de cada uno, de qué temas se habla y cuáles se evitan, que “está bien y mal” dentro de los vínculos, a quién le corresponde hacer qué en la convivencia, entre muchos aspectos que se van estableciendo como propios de la cultura o matriz familiar3.

En ese bagaje de experiencias biográficas muchas afortunadas personas cuentan con referentes amorosos que se erigen como anhelos idealizados de lo que se quiere lograr para la propia vida.

Otras sin embargo arrastran vivencias traumáticas. Abandono de alguno de los padres, quien al irse de la pareja se fue del vínculo paterno/materno; duelos; violencia intrafamiliar que el/la niño/a recibió u observó impotentizado; infidelidades y deslealtades que le mostraron cómo dentro de una relación que debía ser de amor se encuentra dolor y traición; desconsideración, falta de comunicación; carencia de manifestaciones afectivas; frustraciones evidentes de los adultos…, entre muchos lamentables etcéteras…

Puede que la persona busque huir hacia una relación afectiva para rescatarse de sus fantasmas, redimir la historia vivida o repetirla por maravillosa, lo cierto es que lo que esté irresuelto en el mundo interno aflorará más temprano que tarde, contaminando la nueva historia o entorpeciendo sus posibilidades de desarrollo saludable.

Si tales figuras mal cerradas se entrelazan con las del compañero/a resulta un ovillo confuso en la vida de relación.

Cuando una pareja busca psicoterapia, esos elementos mencionados se encuentran en mi marco de referencia para su exploración, más allá del relato consciente de los integrantes.

Suele ser necesario sugerir a uno o ambos miembros del vínculo que revisen y resuelvan sus situaciones individuales necesitadas de sanación.

En general los miembros de la pareja tienden a ver los aspectos irresueltos en el compañero/a y no en sí mismos, lo que es comprensible, ya que si llegaron al vínculo o siguieron en el camino de su vida sin verlos es porque lo evitaron, no pudieron o se defendieron de su contenido.

Ojalá todos tuviéramos el entrenamiento de revisar las lagunas de nuestra consciencia con el coraje para resolver lo necesitado o inacabado; hacernos responsables, es decir responder, por nuestra felicidad o malestar.

Pero lo cierto es que la mayoría de los humanos va hacia adelante en búsqueda del bienestar, queriendo dejar atrás lo que sea que fue malo, para no reeditarlo, sucediendo que lo lleva consigo, en su mundo interno.

En una terapia de pareja enfocaremos, a la manera de un lente que amplía o reduce el campo a explorar, la pareja como un todo y los individuos como subholones, y si se evidenciara que existen cosas individuales a curar, puede tomarse la decisión de derivar a cada uno a cerrar y crecer en sus aspectos dañados que afecten la relación, o convenir con los miembros de la pareja que pueden trabajarse esos aspectos con el acompañamiento del otro.

Esto último amerita algunas salvedades.

Por un lado saber que si se trabaja algo personal en presencia del compañero/a no significa que éste comparta la responsabilidad de lo que acontece. Por otro lado la pareja no debe estar atravesando un momento particularmente violento o agresivo que pueda significar que la vulnerabilidad de uno de los integrantes sea usada por el otro a la manera de triunfo, poder o ventaja.

Mario y Sofía constituyen ejemplo de cómo trabajar algo individual dentro de una sesión de pareja.

Habían solicitado terapia conjunta con motivos de consulta bastante comunes en las relaciones: mala comunicación, desacuerdo en los modos de encarar la crianza de los hijos, poca respuesta afectiva según la vivencia de ella sobre él, y falta de reconocimiento de las cosas buenas que hace, con mirada muy crítica de ella hacia él, según lo registraba Mario.

En el proceso de las sesiones y en una en particular, Mario comenzó a darse cuenta que su dificultad de compartir actividades con su hijo varón de 12 años se vinculaba con la mala relación que había mantenido él de niño con su papá, angustiándose mucho y llorando profusamente mientras Sofía asistía impotentizada a su manifestación emocional.

Como yo conocía que Mario no realizaba terapia personal mientras que Sofía sí, les pregunté a ambos si estaban de acuerdo que tomáramos el tiempo restante de la sesión en abordar el aspecto emergente de Mario, explicitando que era un contenido que le pertenecía a él y por lo tanto una desviación del enfoque de pareja.

Ambos estuvieron de acuerdo, por lo que realizamos una silla vacía4 de Mario con su papá, mientras Sofía acompañaba respetuosamente el trabajo de su marido, estando muy presente desde su actitud corporal y emocional.

Cerrada la situación en la que Mario logró plantear, concientizar y resolver temas de enojo y angustias infantiles con su padre, reenfocamos la vivencia de la pareja, manifestando cómo se había vivenciado cada uno en la experiencia, preguntando a Sofía su emoción; qué quería decirle a Mario; invitándolo a él a expresar cómo se sentía al haber expuesto algo tan íntimo y propio delante de su esposa.

Los trabajos en sesiones posteriores permitieron tomar conciencia de qué manera esos elementos del mundo interno de Mario habían intervenido en la construcción de la pareja, ya que Sofía se vinculaba con él como con un niño más; jugando siempre un rol de madre híper presente, mientras Mario reeditaba dentro de la relación su posición con su padre también crítico.

La experiencia les sirvió para lograr mayor intimidad y comprensión de que cada cual cargaba con un mundo interno condicionante.

El terapeuta debe estar alerta a no desbalancear con estos trabajos la simetría de la relación, sesgando la carga en los problemas de relación sobre uno de los miembros.

Es necesario que se comprenda que la responsabilidad de lo que acontece en la pareja es compartida y que las interacciones son complementarias.

Siempre es recomendable que cada cual procure su espacio personal terapéutico para abordar sus necesidades individuales.

Algunas veces los elementos intervinientes en la elección de pareja sobrepasan lo recibido de la familia nuclear.

Tal el caso de Josué, quien relató en sesión que su gran amor fue una compañera de facultad, pero como era católica; siendo él judío de religión, “debió” dejarla para luego relacionarse con quien era en ese momento de la terapia su esposa, también profesante judía .

—“No sé si usted comprende” me dijo Josué.

Terapeuta:—Dígame usted cómo lo comprende.

Josué: —Somos un pueblo que no podemos darnos el lujo individual de tener acciones que lo hagan desaparecer… es muy larga nuestra lucha y sólo quien sea parte de nuestro pueblo lo puede comprender…

Tal vez algún romántico empedernido piense que Josué se privó de la felicidad “del verdadero amor” por sometimiento a algún introyecto. Lo cierto es que seguramente tampoco sería feliz con aquella muchacha, quien “no comprendería” probablemente algo para él tan importante.

Aún menos romántico puede parecer la influencia de la clase social en las elecciones afectivas.

Tenemos una altísima probabilidad de hacer construcciones de pareja entre nuestros grupos sociales de pertenencia.

Pasamos gran parte de la vida en los mismos lugares, concurriendo a la misma escuela, en la misma provincia del mismo país, dentro de grupos sociales limitados en número de integrantes.

¡Qué casualidad que la media naranja justo concurría a los mismos lugares!

Si hubiéramos habitado y asistido a otros sitios seguramente la naranja encontrada sería otra. Lo que quiere decir que el amor nace además donde lo habiliten las condiciones externas.

También el armado de la pareja puede incluir “un tercero” que precipita la unión. Hace algunos años atrás un embarazo no buscado solía implicar un matrimonio apresurado.

Actualmente no existe tanta presión social para que los protagonistas en cuestión se casen, pero algunas parejas suelen relatar que decidieron convivir e incluso unirse en matrimonio cuando se enteraron de la llegada de un bebé, a pesar del poco tiempo que llevaban conociéndose.

Marta es ejemplo del primer caso.

Con 56 años y su hijo mayor de 36, dice que “no se le ocurría otra salida cuando se enteró de su embarazo, que le significaría censura familiar, que casarse”. Muchos años después, el que siguió siendo su marido le recriminaba de forma reiterada que “lo había obligado a casarse” por presión moral y social y “que él no quería hacerlo”.

De la misma manera María dice que “casi sin conocernos decidimos vivir juntos y ver qué sucedía cuando me embaracé, no sin antes recibir dudas de él sobre si le pertenecía la paternidad del bebé”…