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De una manera fluida, Sonia Giménes Bawden, apoyada en su experiencia clínica y testimonios de pacientes, dimensiona la alimentación más allá de su valor nutricional, resignificándola como modo de estar y contactar con el mundo e influida por el entrelazado de vínculos afectivos y sociales de la persona. Desde su mirada holística, para la autora el comer acompaña la individuación del self y la construcción y evaluación del sí mismo. Diferenciando conducta alimentaria y digestión como dos vertientes de una misma realidad totalizadora, la obra aborda la relación con el ambiente y sus aspectos culturales, así como el papel de la familia en la construcción y efectos de las patologías, describiendo las disociaciones o conflictos actuantes en los pacientes, en especial con su dimensión corporal. Finalmente, desde la mirada epistemológica, teórica y técnica de la terapia Gestáltica, el libro se detiene en la descripción y comprensión de los principales trastornos alimentarios y en sus abordajes terapéuticos. "Tenemos entonces en nuestras manos un libro que es un estudio profundo de los trastornos del comportamiento alimentario, que ya de por sí es un regalo valioso por la escasa literatura que hay al respecto. Es, además, un estudio profundo y científico del origen y, lo más meritorio, es un manual de terapia especializada en el conflicto […] es para tenerlo en el escritorio, al alcance de la mano. Cualquier terapeuta podrá sentirse un experto en el tema solo con aplicar las enseñanzas de la Maestra Sonia Giménes". Hector Grijalva Médico Neurólogo y Doctor en Psicoterapia
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Seitenzahl: 333
Veröffentlichungsjahr: 2022
Sonia Giménes Bawden
Giménes Bawden, Sonia Algo más que comer o no comer : abordaje gestáltico a la alimentación y sus trastornos / Sonia Giménes Bawden. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-2306-8
1. Psicología. I. Título. CDD 150.1982
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
ALGO MÁS QUE UN PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1: ALIMENTACIÓN
CAPÍTULO 2: ¿CUÁL BELLEZA?
CAPÍTULO 3: LAS VOCES SOCIALES
CAPÍTULO 4: EL CUERPO,CASA DESHABITADA
CAPÍTULO 5: YO, TÚ Y NOSOTROSLA FAMILIA
CAPÍTULO 6: COMO MUCHO, POQUITO Y NADALA PATOLOGÍA
CAPÍTULO 7: CÓMO SALIR, ADÓNDE LLEGAR…EL TRATAMIENTO
ANEXO: CAJA DE HERRAMIENTAS
BIBLIOGRAFÍA
Cover
Table of Contents
… a la vidaa mis padres por regalármelaa Juan por acompañarme en el caminoa Joel por ser el milagro que lo cambió todoa Mónica por estar siemprea las Silvanas de mi historia:la amiga sin tiempo y la ardilla inspiradoraa mis pacientes, por dejar que estuviera allí mientras me enseñaban tantoa mí…. por permitírmelo…
ALGO MÁS QUE UN PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1: ALIMENTACIÓN
CAPÍTULO 2: ¿CUÁL BELLEZA?
CAPÍTULO 3: LAS VOCES SOCIALES
CAPÍTULO 4: EL CUERPO, CASA DESHABITADA
CAPÍTULO 5: YO, TÚ Y NOSOTROS LA FAMILIA
CAPÍTULO 6: COMO MUCHO, POQUITO Y NADA LA PATOLOGÍA
CAPÍTULO 7: CÓMO SALIR, ADÓNDE LLEGAR… EL TRATAMIENTO
ANEXO: CAJA DE HERRAMIENTAS
BIBLIOGRAFÍA
Durante el primer año de mi ejercicio profesional como neurólogo me llamaron de un hospital para atender a una mujer con diagnóstico de neurastenia. Lo primero que llamó mi atención fue el uso de un término médico ya obsoleto, la falta de fuerzas de origen neurológico. Una palabra más asociada a neurosis de histeria que a un padecimiento del sistema nervioso. Al revisarla me encontré con una mujer de 30 años, madre de cinco hijos y acompañada por un esposo sumamente angustiado. La historia era tan simple como dramática: el hombre se quejaba constantemente de lo cara que estaba la vida, de lo mucho que tenía que trabajar para darle de comer a siete bocas y lo pésima administradora del gasto familiar que era su esposa. En respuesta, la paciente no comía para que a sus hijos no les faltara. La mujer había perdido más del cincuenta por ciento del peso que le correspondía por su talla y el pronóstico era fatal. Hice todos los intentos que se tenían al alcance, como alimentación por sonda nasogástrica, transfusión sanguínea y nutrición parental, que resultaron inútiles. La paciente falleció un día después de su ingreso. El caso me produjo un impacto emocional contundente. Yo no alcanzaba a comprender ¿Por qué una persona deja de comer? ¿Cómo es que el esposo no se dio cuenta de que la mujer se deterioraba? Y si se percató ¿Por qué no hizo algo antes? ¿Cuál es la razón por la que, al perder la mitad del peso necesario, la persona muere? Esta última pregunta fue la que tuvo más pronta respuesta: en los textos se menciona que el corazón pierde consistencia, entra en insuficiencia y ocasiona el paro irreversible.
Entonces, aprendí lo poco que sabíamos todos sobre los trastornos de la conducta alimentaria. Más grave aún era el no conocer las causas de fondo. Y lo peor de todo es que no teníamos recursos terapéuticos para tratar el problema antes de llegar a los extremos letales.
Desde entonces a la fecha he leído todo lo que ha caído en mis manos sobre el tema, he buscado afanosamente un documento que me orientara sobre qué hacer y cómo hacerlo.
El libro de Sonia Giménes es la respuesta.
En el primer capítulo, “Alimentación”, hace un análisis profundo de la relación con el entorno, la identidad de los conceptos de hambre, alimentación, nutrición y manejo del ambiente familiar y social. Aprovecha el tema para iniciar el abordaje de las causas profundas.
“¿Cuál Belleza?” es la pregunta que abre el segundo capítulo en el cual confirma verdades y, al mismo tiempo, deshace mitos y leyendas sobre la asociación de la delgadez extrema y la obesidad con los conceptos estéticos a través de los tiempos.
Un tema controvertido, siempre mencionado aunque siempre de manera insuficiente, es el de Las Voces Sociales. En este libro, la autora va directo a la causa, nos informa claramente los condicionamientos de la familia, el entorno y el comportamiento de una sociedad ante la figura de una persona. No solamente eso, sino que nos muestra también la respuesta individual ante una sociedad exigente, crítica y duramente severa.
Sonia es alumna de la Nana Schnake y conoce a la perfección su manejo de los trastornos psicosomáticos. Con gran maestría aborda en estas líneas el enfoque Gestalt aplicado al cuerpo. El concepto de la “Casa Deshabitada” es genial porque ayuda al lector a comprender el origen y, sobre todo, porque de ahí comienza a estructurarse la terapia.
La terapia familiar está implícita en todo terapeuta que quiera resolver un caso de fondo. No existe la patología única e indivisible porque, inevitablemente, siempre hay un involucramiento de la familia, la pareja, el amigo o el otro. Siempre hay un alguien más. Por ello en el capítulo “Yo, Tú y Nosotros” se aborda al mismo tiempo origen y solución terapéutica. Este es uno de los grandes logros de este libro: la suave integración de la etiología con el tratamiento. De una lógica indiscutible, pero que con la lectura casi no se siente la diferencia. Al ir pasando las páginas, el lector va aprendiendo el ¿Cómo comenzó? junto con el ¿Cómo se resolverá?
La psicopatología se aborda en “Como Mucho, Poquito y Nada”. Y esto no es fácil, porque la clínica es muy evidente en la sintomatología, en la descripción que el paciente hace de su situación y en el sufrimiento que el trastorno le ocasiona, pero de ahí a encontrar el verdadero origen del padecimiento hay un mar de diferencia. La autora enlaza este tema con el “¿Cómo Salir y Adónde Llegar?” Que es el paso a paso de la terapia.
Tenemos entonces en nuestras manos un libro que es un estudio profundo de los trastornos del comportamiento alimentario, que ya de por sí es un regalo valioso por la escasa literatura que hay al respecto. Es, además, un estudio profundo y científico del origen y, lo más meritorio, es un manual de terapia especializada en el conflicto. En la bibliografía mundial los libros de tratamiento son mínimos. Además, cuenta con una caja de herramientas abundante, práctica, fácil de comprender y de utilizar.
Este libro es para tenerlo en el escritorio, al alcance de la mano. Cualquier terapeuta podrá sentirse un experto en el tema solo con aplicar las enseñanzas de la Maestra Sonia Giménes.
He tenido un verdadero honor al compartir estas letras que son un poco más que un prólogo.
Héctor Grijalva
Médico Neurólogo.
Magister y Doctor en Psicoterapia.
Profesor universitario de Neurociencias
y Psicoterapia Médica.
Autor de varios Libros.
México
Suelo decir que yo no elegí trabajar con los trastornos alimentarios (TA), consciente de la falacia de tal afirmación.
Lo cierto es que, por propuesta de algún colega, comencé a adentrarme en la patología y en las pacientes con estas dificultades, en un momento en que no existían muchas ofertas de abordaje terapéutico en nuestro medio, mientras se había despertado paralelamente la alerta y preocupación social por el creciente número de casos de jóvenes que presentaban anorexia mental o bulimia, tanto en nuestro país como en otros.
Pasaron 30 años desde aquellos primeros trabajos profesionales de mi parte.
Desde entonces se sucedieron no solo demandas de consulta o tratamiento psicoterapéutico asociado a los síntomas alimentarios, sino que hice especializaciones dentro y fuera del país, dicté cursos, jornadas, conferencias, fui invitada a programas televisivos o radiales para hablar de la problemática, entre otras actividades relacionadas con los trastornos de la conducta alimentaria (TCA).
Por opción, en este caso explícita, en mi hacer profesional no me aboqué con exclusividad a quienes presentaran síntomas en la alimentación o su conducta alimentaria.
Sin embargo, a lo largo de estos años he asistido a muchas personas que respondían a los criterios diagnósticos de los TCA y a otras tantas con síntomas menos visibles, pero que mostraban sufrimiento con el cuerpo, el peso corporal, su apariencia, el funcionamiento orgánico involucrado en la alimentación y los comportamientos relacionados con el comer.
En este libro recapitulo testimonios de los pacientes que acompañé psicoterapéuticamente. Desde luego he preservado sus identidades, cambiando nombres y datos que pudieran evidenciarlos. Mi agradecimiento a sus aportes.
Mi mirada de la patología alimentaria, tal como la presento aquí, es desde la epistemología, conceptualización teórica y actitud comprensiva y fenomenológica que plantea el enfoque gestáltico y su abordaje técnico. Tal mi marco conceptual y referencial en todo mi trabajo como psicóloga clínica.
Pienso que ese puede ser el principal aporte de este libro: proponer un abordaje holístico de la enfermedad o sus síntomas, considerando a la persona una totalidad no separable del ambiente/campo en el que se manifiesta y desarrolla.
La obra no pretende agotar la consideración de los aspectos asociados a los trastornos, ya que las variables que intervienen en su génesis o mantenimiento pueden ser múltiples si “acercamos el lente” a cada individuo y su historia biográfica.
Sin embargo presento una apreciación con diferentes dimensiones como figura: aspectos inherentes a la persona considerada como holón, la familia como sistema que la contiene y valores sociales o culturales.
En el capítulo 1 enfatizo la importancia de la alimentación como impronta vincular de la relación con el mundo y las primeras figuras significativas, siendo constitutiva por lo tanto en el desarrollo del self, e involucrada en la sucesión de contactos que irán determinando quién se es y quién no.
Planteo también en el primer capítulo que las alteraciones en el desarrollo de la relación yo/mundo se pueden evidenciar tanto en la digestión como en el comportamiento alimentario.
Al buscar las variables “responsables” de la proliferación y expansión de los TCA en diferentes sectores y clases sociales, parte de la bibliografía se centró en las características de las sociedades industrializadas y las demandas o presiones externas, enfocadas predominantemente en las mujeres. Una de tales “exigencias” sería el responder a los cánones culturales de belleza, por lo que en el capítulo 2 me detengo a recordar cómo el ideal de belleza es una construcción subjetiva, muchas veces sí colectiva, que se transforma en presión, sufrimiento y malestar, pudiendo desencadenar alteraciones en las personas vulnerables, como los adolescentes, quienes buscan “ser parte” de los ideales construidos. Entre otras posibles patologías desarrolladas como consecuencia se encuentran los TCA.
El capítulo 3 profundiza las expectativas y mandatos culturales que pueden transformarse en introyectos o certezas internas, a la manera de voces que increpan a ser “como se debe ser”, invitando a la reflexión de cómo estos requerimientos pueden responder a intereses lejanos a la búsqueda de la salud colectiva.
En el siguiente apartado, el cuarto, me detengo a explorar las alteraciones posibles en el sí mismo corporal, así como las disociaciones y retroflexiones actuantes en las personas quienes, no pudiendo registrar adecuadamente las necesidades organísmicas, buscan doblegar su cuerpo para que responda a los anhelos neuróticos y autoexigencias.
El capítulo 5 lleva la mirada a la familia, su participación posible en el desarrollo de la patología y las consecuencias negativas de sostener en su seno el sufrimiento de personas con síntomas alimentarios.
Finalmente, en los capítulos 6 y 7 aporto consideraciones más destinadas posiblemente a profesionales o quienes diagnostiquen y aborden terapéuticamente a las personas con trastornos.
En el sexto apartado doy una mirada comprensiva, desde el prisma de la teoría gestáltica, sobre los principales trastornos enunciados por el DSM V (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, 2018): anorexia, bulimia, trastorno de atracón y trastorno por restricción/evitación alimentaria, agregando por mi consideración, obesidad y ortorexia.
En el capítulo 7 ofrezco mi modelo de abordaje a la patología, tal como lo implemento en mi trabajo clínico, ejemplificando con el uso de técnicas específicas, enfatizando siempre los objetivos por sobre los recursos técnicos.
En el anexo desarrollo las técnicas mencionadas en la obra, sus objetivos, consignas y materiales.
Espero que el lector considere positivamente lo desarrollado; que lo expuesto sea un aporte para el trabajo profesional y fundamentalmente sirva para ayudar a tantas personas que transitan su existencia con sufrimientos asociados a la alimentación, a veces ostensibles y otras muchas llevados en silencio en su mundo interno.
Comer es siempre una decisión,
nadie fuerza tu mano a recoger comida y ponerla en tu boca.
Albert Ellis
La alimentación humana es un fenómeno complejo ya que, como toda conducta humana, involucra la relación con el mundo.
Su realidad holística se construye en un proceso evolutivo que se entrelaza, desde el origen mismo de la persona, con el ambiente.
La relación ser humano / ambiente o campo, tal como la concibe el enfoque gestáltico, puede encontrarse desarrollada en la teoría del self expuesta en Gestalt Therapy (1951) por Fritz Perls, Ralph Hefferline y Paul Goodman.
Los autores expusieron que el self no es una entidad, considerada como algo más o menos estable, sino un proceso inseparable del campo, “es” del campo. Se descubre y se realiza a sí mismo en el entorno.
Para esta mirada el self es un complejo sistema de contactos o ajustes creativos. Existe en donde y cuando sucede una interacción en la frontera, por lo que siempre es dinámico y cambiante. Puede ubicarse en la frontera organismo-entorno y en ese sentido pertenece tanto a uno como a otro.
Su importancia en la interacción total organismo-entorno es encontrar y crear significados gracias a los cuales nos podemos desarrollar.
Como lo explica Jean Marie Robin (2006) el self no puede en la experiencia ser localizado de ninguna manera. En plena acción o en pleno contacto no es vivido de la misma manera que en la fase de integración, asimilación, retirada, reposo, meditación o preparación.
Es la experiencia vivida lo que designa el aspecto subjetivo de un acontecimiento tal y como es captada por el sujeto con un significado personal, individual y específico.
Pero la experiencia inmediata no se conoce a sí misma, no es reflexiva, “debe esperar a que la persona esté dotada del poder de las palabras para llevarla a la luz”, pudiendo además sufrir el impacto de la tradición, interpretación, prejuicios o introyectos, lo que lleva a la persona a confundir a veces la experiencia con la conciencia de ella.
Los otros y el campo como tal se van articulando en la expresión del self y en la conciencia de sí, que es lo que llamamos sí mismo.1
El self es una operación que presupone una integración en un campo para llegar a una diferenciación continuada. No es el individuo sino la individuación.
El individuo es a la vez lo que actúa en la relación y lo que resulta de ella. Cualquier modificación de la relación de un individuo con los demás es también modificación de sus caracteres “internos”. Cualquier diferencia de “lo interno” y “lo externo” no representa más que una distinción relativa, porque lo que está fuera del individuo puede convertirse en interior, como lo que está dentro puede llegar a ser exterior. Es, obviamente este movimiento el que dirige el crecimiento (Robin, 2006).
“La situación” es anterior a la distinción sujeto/objeto. La libertad o creación organísmica implicaría elegir la acción en las posibilidades de la situación.
Robin habla “del diálogo” con la situación. Esta será percibida en función de nuestras aptitudes y disposiciones actuales para actuar. El acto relacional con la situación convertirá la operación de contacto en estructura y a su vez la estructura en operaciones de contacto.
En ese “todo” se tiene la experiencia del otro solo en relación con uno mismo y viceversa.
Pero la libertad del sujeto y su intencionalidad en la interacción con la situación está condicionada por sus aptitudes y disposiciones según cómo hayan sucedido sus experiencias previas en el continuo de su desarrollo.
Mi planteamiento en este libro es que en los TA o en los llamados TCA la relación self/campo o situación se ha perturbado o condicionado fuertemente, muchas veces desde el origen del individuo, y es tarea del terapeuta constituir una situación con el paciente que facilite el establecimiento de una relación sana y sanadora.
La alimentación acompaña la relación self-campo o mundo desde el origen mismo del sujeto, aun antes de la adquisición del lenguaje y su posibilidad reflexiva.
Se pueden distinguir dos vertientes en el hecho de alimentarse. Por un lado la conducta alimentaria, que constituye un accionar del ser humano sobre “lo externo”, el afuera y sus vínculos, y por otro un proceso bastante autónomo que sucede en el mundo interno del que se alimenta, que es lo que se llama digestión.
Ambos fenómenos, la conducta dirigida y los procesos internos, están en íntima e interactuante relación, respondiendo a dos funciones del self2: del ello y del ego como muestra el siguiente gráfico.
Alimentación
A estas dimensiones que se desprenden de la manifestación del self en el contacto y que implican predominancia del mundo interno o externo, se articulan otras, cuyas posibles alteraciones impactarán en la funcionalidad de la alimentación tanto en su modo conductual como digestivo.
Tales variables son: las vincularidades establecidas en y por el contacto;la afectividad (que determina la cualidad subjetiva del contacto) y la diferenciación resultante, exitosa o no, en la relación yo-no yo.
A lo largo del trabajo relacionado con la alimentación y sus trastornos he insistido sobre la importancia de la mirada en la vincularidady en cómo la relación consigo mismo, con la comida y en especial con “los otros” está involucrada en el comer y sus alteraciones.
La comprensión de la conexión existente entre alimentación y vínculos humanos comenzó desde los primeros desarrollos teóricos de la psicopatología y la psicología.
Sigmund Freud (1905) dio importancia a la oralidad, enfatizando desde el nacimiento en el bebé la conexión de la alimentación con el placer y no solamente con la función nutricia.
Para el autor la alimentación y más claramente la succión como recurso para procurarla eran aspectos fundantes del desarrollo psíquico.
Freud se enfocó en la evolución del mundo interno y el aparato psíquico, explicando cómo ese ser que busca el placer de manera instintiva debe transformarse en alguien social, inhibiendo sus pulsiones o tendencia primaria a satisfacerse, reprimiendo o postergando su satisfacción en pos de la sociabilización y el principio de realidad.
Fritz Perls (1947) en sus desarrollos de la teoría gestáltica marcó diferencia con el psicoanálisis.
Perls opinaba que Freud enfocó demasiado su mirada en la “analidad”, es decir, en la retención de las necesidades internas por las que el sujeto se transforma en un ser social adaptado a las normas de convivencia, evitando así ser alienado o psicótico y regido por la subjetividad individual, sin consideración de lo real y los otros.
Avanzando en sus discrepancias, consideró la alimentación como modelo de relación con el mundo o el ambiente.
En su libro Ego, Hunger and Aggression (1947) Perls estableció diferentes estadios del desarrollo delhambre: prenatal (antes del nacimiento); predental (mamar como acción), incisivo (morder) y molar (morder y masticar).
Cada uno de los estadios estaría acompañado por desarrollos psicológicos.
En el primero el embrión obtiene el alimento por la placenta, comportándose en cuanto a nutrición como otro tejido de la madre, recibiendo la comida licuefacta y químicamente preparada.
Con el nacimiento, al dejar de funcionar el cordón umbilical, el recién nacido debe procurarse el oxígeno y asimilar el alimento, reduciendo y diluyendo químicamente las moléculas de la leche.
Fritz P. enfatiza que el recién nacido deberá desarrollar “el mordisco de dependencia”.
Los dientes que emergen constituyen herramientas para atacar alimentos sólidos; de ellos los anteriores actuarían como tijeras, implicando también los músculos mandibulares.
La tarea de los dientes es destruir la estructura bruta del alimento.
Los pezones de la madre se transforman en “algo” que morder y la respuesta que obtenga el bebé a su mordida irá condicionando su futura relación con la agresión.
El niño pequeño “no puede reprimir” sus impulsos (ya que no controla los músculos de la boca, ano y uretra), ni puede resistir con facilidad el poderoso impulso de morder. Como no están desarrolladas aún las funciones ni los límites del ego, solo tiene a su disposición, según el autor, “proyectar” (aunque no es propiamente proyección, ya que no ha desarrollado la adecuada discriminación de mundo interno y externo).
Cuanto más se inhiba y proyecte la capacidad para morder, herir, más desarrollará el niño el miedo a ser herido; y este miedo de represalias, a su vez, producirá una renuencia mayor a infligir dolor. En todos estos casos se puede encontrar un empleo insuficiente de los dientes anteriores, junto con una incapacidad general para hacer presa en la vida, para clavar los dientes.
Otra salida de la agresión inhibida sería la retroflexión.
La aparición de los molares tiene una nueva función en la alimentación. Los dientes permiten el fraccionamiento en trozos, pero los molares reducen la sustancia alimenticia ofreciendo mayor superficie para la acción química, transformando, junto con la saliva, el alimento en una pulpa fluida.
Perls asoció diferentes comportamientos humanos a déficit en la adquisición de los recursos obtenidos desde la alimentación:
Muchos adultos tragan el alimento sólido “como si” fuera líquido algo que se debe pasar por tragos. A esta gente la caracteriza siempre la impaciencia. Exigen la satisfacción inmediata de su hambre. No han desarrollado interés por destruir el alimento sólido. Su impaciencia se combina con voracidad e incapacidad para lograr satisfacción.
… Pero la gente que engulle alimentos sólidos confunde lo sólido con lo líquido, con el resultado que ni desarrollan la capacidad para masticar, para hacer un trabajo, ni la capacidad para permanecer en suspenso…
… Sobre todo permanece sin gratificación la tendencia destructora, que debería tener su salida biológica natural en el empleo de los dientes.
… Del mismo modo que estas personas no tienen paciencia para masticar el alimento real, así tampoco se dan tiempo para “masticar” el alimento mental…
Fritz P. cuestionó también que “el carácter genital” fuera la forma más elevada de desarrollo como lo planteaba Freud. De la misma manera desestimó la predominancia de “la resistencia anal”, ya que implicaba descuidar las resistencias orales y genitales.
Para Perls las dificultades de la conducta oral eran manifestaciones de resistencias orales específicas.Las consideraba ensambladas con desarrollo insuficiente en las funciones de morder.
La repugnancia sería una resistencia oral que implicaría la no aceptación o rechazo emocional del alimento propiamente dicho, se encuentre en el estómago o no. “La repugnancia significa la anulación del contacto oral”.
Fritz se refirió también a la resistencia contra la resistencia, o represión de la repugnancia. Se encontraría en las personas que, a pesar de su rechazo a determinados alimentos, los engulle, evitando el sabor, desarrollando una falta de gusto o “frigidez oral”.
Continúa el autor con su postura sosteniendo que el empleo de los dientes es la representación biológica principal de la agresión.
A la mayoría de la gente le resulta difícil aceptar la similitud estructural de los procesos mentales y físicos.
… nuestra actitud hacia el alimento tiene un tremendo influjo en la inteligencia, en la capacidad de entender las cosas para entrar de lleno en la vida y clavar los propios dientes en la tarea propuesta…
El que no emplea sus dientes mutilará su habilidad para emplear funciones destructivas en su propio provecho. Debilitará sus dientes y contribuirá a su deterioro.
… En los peores casos de pobre desarrollo dental las gentes siguen, por así decir, siendo niños de pecho por toda la vida.
El que sigue siendo un bebé será de alguna manera un parásito, ya que no logra la madurez o equilibrio para la vida adulta que implica el principio de dar y recibir.
Perls estimó además que gran parte de nuestro desarrollo, incluida la educación, “se da sin un adecuado uso de los dientes”, de tal manera que tragamos indiscriminadamente sin triturar ni desmenuzar (ideas, ideologías, conceptos) y por lo tanto sin asimilar.
La consideración del funcionamiento holístico del ser humano, en el que “orgánico” y “psicológico o emocional” no transitan caminos diferentes, permite entender no solo cómo la alimentación o “el instinto del hambre”, tanto en su expresión como resistencia, afecte lo caracteriológico, sino también comprender que los sufrimientos personales, de una manera u otra, impacten sobre la alimentación.
Al comer la persona en cuanto organismo debe introyectar del ambiente y asimilar lo nutricio, interviniendo en el proceso capacidades que le son propias: destrucción, descomposición, diferenciación y expulsión. Tal esquema es idéntico en todo vínculo con el ambiente y “los otros”.
Desde su concepción, en el camino de su desarrollo, el ser humano está conectado afectiva y nutriciamente con otro ser.
En la vida intrauterina se tiene un vínculo y se es uno con el mundo circundante que constituye la madre.
Otro humano, la progenitora o gestante, procura la nutrición para la vida. Ella incluso es libre de elegir qué comer o no para favorecer la evolución del feto. Podría ingerir cosas que no sean buenas o tóxicas y que impidan el buen crecimiento del bebé.
Muy precozmente por lo tanto se está vulnerado por las opciones de otra persona para el propio desarrollo. En el mejor de los casos esa elección va a ser saludable, motivada por el amor y facilitada por el medio.
Si bien el organismo biológico busca su camino “a pesar de”, ya que el ser en expansión intenta tomar lo que necesita a costa incluso del ser viviente que lo alberga, de todas maneras es vulnerable a él, sus opciones y decisiones.
Al nacer del vientre, el nuevo organismo llega a la vida dependiente aún de alguien que lo sostenga para su sobrevivencia.
Se necesita que otros consideren al nuevo ser lo suficientemente valioso como para asistirlo y ayudarlo a discriminar qué es nutricio y qué no mientras no pueda hacerlo de manera independiente; por lo que la alimentación se asocia al amor o desamor circundante.
Muy pronto comienza a funcionar en el bebé recién llegado al mundo la doble cualidad de la alimentación que estará presente toda la vida y que determinará también posibles patologías.
A pesar de la dependencia mencionada se irán manifestando las dos funciones del self.
Por un lado el organismo “sabe lo que tiene que hacer”; actúa desde lo que llamamos ello, realizando lo necesario para lo que está programado constitutivamente: respirar, digerir, dormir… en relación con un ambiente que lo permita.
Pero también desde los primeros momentos vitales comienza a actuar en el bebé la función ego del self, direccionando la motricidad y la capacidad de succión hacia su necesidad.
Cotejar la habilidad para esas primeras acciones del bebé es muy importante, ya que, entre otras evaluaciones, determinará el grado de salud con el que arriba al mundo.
Mamar es un proceso activo. El bebé no simplemente recepciona; tiene que accionar sobre el ambiente y la respuesta de este irá condicionando la relación entre necesidad alimenticia y repuesta vincular o afectiva.
Las experiencias primarias se conservan como impronta en la memoria implícita del organismo, que va construyendo y anticipando paulatinamente la relación con los otros, con la comida y consigo mismo.
Esas primeras interacciones del niño con el ambiente son muy importantes; no determinantes a la manera que no puedan generar cambios, pero sí fundantes, porque sobre ellas se construirán las expectativas de las siguientes.
Las precoces improntas condicionantes, que afectarán el modo como la persona se relaciona con el mundo y con los otros, se entrelazan con los afectos recibidos y manifestados.
En su teoría de apego John Bowlby (1969) lo explica satisfactoriamente (sin ser un referente de la teoría gestáltica, lo introduzco por considerar muy significativos sus aportes).
La cualidad de la afectividad y del apego impactará sobre la alimentación.
La relación de apego con la primera figura que sostiene, sea la madre biológica o quien se constituye en el primer nexo con el mundo y que lo acompañe desde la simbiosis a la separatividad, puede ser de apego seguro o de apego inseguro (Mary Ainsworth, 1960-70).
En el apego seguro la madre satisface las necesidades nutricias acompañadas de un estado afectivo saludable. El alimento en ese caso será expresión de un vínculo amoroso y seguro.
En cambio en la experiencia de apego inseguro, dado por una madre que no está en condiciones de acompañar por diversas causas, como depresión posparto, cosas cotidianas difíciles que le tocó vivir o incluso patologías preexistentes, va generando experiencias de inseguridad, vínculos ansiosos, inestables, desorganizados, que marcan progresivamente la actitud del bebé. El alimento se recibirá dentro de ese vínculo.
El niño sin embargo podría sortear aquellas dificultades constantes u ocasionales.
Si la madre es “lo suficientemente buena” (Donald Winnicott, 1993), dando cabida al desarrollo de su verdadero self, el infante irá separándose y logrando su subjetividad.
Con relación al alimento irá paulatinamente reconociendo sus necesidades y tolerando la espera.
Un niño que transita vínculos seguros puede esperar para comer e ir dándose cuenta de cuándo tiene hambre o no; lo que no se va a lograr si la madre interrumpe su proceso.
Una mamá muy ansiosa no es que sea “mala”. A veces desde el deseo que el niño esté bien no registra las necesidades del pequeño e impone lo que pueden ser sus necesidades o mirada de lo que le hace falta.
En muchas oportunidades las mamás resuelven su ansiedad dándole al niño de comer. El bebé o niño llora por ejemplo y la madre le ofrece el pecho o comida. Le cuesta ser empática e ir ayudando al pequeño a encontrarse con el registro de su necesidad; no facilitando que el niño aprenda a tolerar la espera, soportar la angustia y frustración hasta que reciba o consiga lo que necesita.
Cuando el niño se siente seguro puede esperar.
Las mamás en general “quieren ser buenas madres” y no siempre saben cómo. La ansiedad puede impedir la actitud discriminativa para hacerse cargo de un ser diferente de sí y comprenderlo, asistirlo o ayudarlo.
En general las madres tienen muy incorporada la función nutricia. “Soy madre y lo tengo que alimentar”. Si cada necesidad del niño se resuelve alimentando o la madre no escucha cuando el niño dice: “no tengo hambre, mamá”, y su respuesta es “pero es la hora de comer”, se va estableciendo una impronta disfuncional y no muy consciente de la relación sí mismo-alimentación.
Me tocó presenciar una situación con una persona conocida que sirve de ejemplo sobre cómo los afectos, ansiedad y alimentación pueden entrelazarse.
La mamá de la anécdota desde pequeña hasta el momento de lo relatado tuvo sobrepeso, y fue sufriente por eso. Tenía dos hijos varones, quienes estaban entrando en su adolescencia.
Ambos niños tenían exceso de peso desde que eran bebés. El menor ya con diagnóstico de obesidad, estaba siendo tratado con nutricionista, acompañamiento médico y régimen de entrenamiento físico.
La madre pasó gran parte de la velada que compartíamos quejándose con angustia y preocupación por cómo le costaba que su hijo en tratamiento cumpliera el plan integral indicado y aceptara lo que le prescribían.
En un momento del encuentro el padre arribó a la reunión e invitó solo al hijo mayor a un evento, evaluando que no era conveniente para el menor.
El hijo, quien se consideraba dejado de lado injustamente, comenzó a enojarse y quejarse amargamente.
En esa vinculación familiar con emociones tratando de expresarse entre padre e hijos, intervino la madre dirigiéndose al hijo menor y le preguntó: “¿quieres ir con papá o quieres que yo te lleve a comer pizza?”, el adolescente contestó rápidamente con la cara iluminada “¡pizza!” y todos quedaron “satisfechos”…
Hechos o situaciones que a la mirada distraída pueden parecer inocuos, pero que constituyen improntas a lo largo del desarrollo, tal como dije más arriba.
Al niño del ejemplo posiblemente cada vez que se frustraba o angustiaba le ofrecían comida, lo que no quiere decir que a la madre no le importara el niño.
Muchas veces se impone la disfunción de los padres y se traslada a los vínculos con los hijos.
La falta de seguridad en los adultos se compensa en ocasiones con comida.
Por el contrario, si el niño se siente seguro podrá ir metabolizando las experiencias buenas y malas y confiando tanto en el ambiente como en sí mismo.
En el proceso debe ir discriminando lo que le gusta y lo que no, diferenciando y consolidando así el sí mismo: yo soy y no soy, me gusta y no me gusta, puedo y no puedo; transitando sincrónicamente con el establecimiento del hábito alimentario.
Las conexiones tan primarias entre alimentarse y relaciones afectivas permiten comprender a los que trabajamos en psicoterapia que muchos de los sufrimientos existenciales impacten, de manera directa o no, sobre cómo la persona come.
Siempre digo que en la entrevista y exploración psicoterapéutica debe preguntarse por la alimentación, sin importar cuál sea la queja sintomatológica que la persona traiga a consulta, ya que en mi experiencia clínica todos los síntomas afectivos tienen un impacto sobre la conducta alimentaria y la alimentación en general.
Personalmente pregunto a la persona cómo come y si ha sufrido cambios en su alimentación y modo de comer. (En las primeras entrevistas además indago sueño y sexualidad, que son áreas que implican también la capacidad de entregarse a la vida y vincularse).
El hecho de que la relación vincular afecte tanto la conducta hacia el ambiente como el proceso de asimilación de los alimentos, hace que los TA y las afecciones digestivas sean unas de las más comunes entre las llamadas “enfermedades psicosomáticas”.
Algunos ejemplos:
Beatriz, quien consulta por estrés laboral y angustia, relata: “mi órgano de choque es el estómago, tengo gastritis crónica”. “Creo que tengo problemas de fondo de toda mi historia”…
Laura se siente devastada porque su marido ha decidido terminar la relación con ella, “no me pasa la comida, no puedo comer, he adelgazado muchísimo, todos me insisten para que coma, no tengo nada de hambre”…
Marta relata una historia muy triste de su vida, dice querer fortalecerse para seguir acompañando a sus hijos…“he engordado mucho desde hace un tiempo, creo que en lugar de llorar como”…
Natalia, de 12 años, fue llevada a consulta psicoterapéutica por sus padres. El requerimiento profesional no era propiamente por problemas alimentarios. Sin embargo los padres relataron que tenía exceso de peso de larga data y que la habían llevado a distintos especialistas: endocrinólogo, neurólogo y psiquiatra.
La preocupación principal al momento de la consulta era que la pequeña se distraía en la escuela y mostraba falta de concentración, por lo que había sido derivada por el gabinete escolar a evaluación psicológica.
En la conclusión psicodiagnóstica constaté que Natalia mostraba indicadores de depresión infantil con alto nivel de angustia, que tendía a depositar en el cuerpo:
“No me gusta cómo es mi cuerpo”…, “me da vergüenza que sepan cómo soy”… “no me merezco que los demás me quieran”…
Junto con esos sentimientos de autodiscriminación la niña compensaba su falta de bienestar con ella y con los otros comiendo en exceso, gratificándose y al mismo tiempo autocastigándose…
Paula, de 23 años, es una profesional joven muy capaz, quien sin embargo nunca está satisfecha con sus logros. Cada vez que hace algo tiene dudas de si lo realizó bien o no, ya se trate de una cita con un chico, por si eligió el correcto o no, una contestación a su jefe o una tarea en su reciente trabajo.
Tiene síntomas recurrentes de gastritis y diarreas cada vez que “está nerviosa por algo”. Su gastroenterólogo le ha dicho que “es psicológico”, por eso concurre a psicoterapia.
La autoexigencia extrema sobre su rendimiento y el temor persecutorio del juicio negativo del mundo externo se vuelcan en Paula en síntomas retroflexivos, alterando su proceso digestivo.
La vincularidad mencionada establece que algo “claramente biológico” como el hambre, en contacto con la familia y los otros sociales, vaya cambiando de cualidad, transformándose en apetito (tengo ganas de comer un chocolate) e instalándose paulatinamente como habitualidad, es decir, qué es lo que se come o no y cuándo.
De hambre a hábito alimentario
El hambre, el apetito y los hábitos alimentarios pueden distorsionarse en los TA, afectando hasta lo más primario que sería la necesidad biológica.
Las personas con anorexia por ejemplo, luego de un tiempo auto restringiéndose la comida, dejan de sentir hambre, siendo tal la distorsión de la relación consigo mismas que interrumpen procesos muy básicos, como la alarma organísmica para sobrevivir o subsistir que lleva a desear y necesitar comer.
La impronta “de los otros”, la familia y demás seres del desarrollo social, influyen tanto en los hábitos y costumbres alimenticias como en la relación que tenga la persona con su cuerpo.
En los TA se distorsiona la escucha del cuerpo; eso se cumple, ya sea que nos refiramos al aspecto conductual o a las alteraciones digestivas.
La digestión, de manera muy esquemática, se produce “entre dos orificios”: la boca y el ano. Podríamos imaginar el sistema digestivo como un tubo articulado con diferentes órganos y funciones.
Explicado de esa manera muy simple se comprende que existen “dos conectores” y dos acciones en la digestión sobre el mundo externo: tomar y soltar o expulsar.
En el camino entre esas acciones los procesos involucrados en la digestión deberían estar regidos por la sabiduría organísmica. Esta se puede interrumpir sin embargo por otros procesos “psicológicos” que interfieren con el sí mismo corporal, entorpeciendo lo que debería ocurrir espontáneamente.
El funcionamiento neurótico y patológico se caracteriza por alterar lo que debería fluir.
¿Qué es lo que hace a la persona interrumpir… se?, ¿para qué “guarda” las heces entre otras posibles alteraciones?
Las respuestas tienen que ver con cómo lo emocional entrampó lo orgánico de manera simbólica o proyectiva.
Lo que debería ser actitud del ello en dirección hacia la vida es vehículo del ego respondiendo a la neurosis.
Las emociones y cogniciones tienen mucha fuerza y pueden distorsionar la sabiduría organísmica.
En terapia, al encontrarnos con esos procesos, debemos ayudar a “desatar nudos” para restablecer el equilibrio del organismo.
El trabajo psicoterapéutico busca la rectificación de las distorsiones depositadas proyectivamente sobre los órganos.
Al hacer esa tarea el terapeuta debería conocer la anatomía, morfología y función del órgano involucrado en el síntoma, para así ayudar a rectificar lo distorsionado, buscando que la persona comprenda y se apropie del sentido o mensaje de su síntoma.
En dirección a lo dicho Adriana Snacke (2007) ha legado su excelente aporte a la terapia gestáltica con los órganos y sistemas corporales.
El trabajo gestáltico puede ser entendido como ampliación de la conciencia por capas.
El sentido del síntoma es probablemente el primero en los trastornos digestivos, ya que es lo que le produce malestar o sufrimiento a la persona.
Pero también será importante ayudar a que el paciente comprenda qué es lo que está metafóricamente manifestándose en su enfermedad y qué otros aspectos de su self, existencia y vincularidad con el mundo debería abordar para crecer y madurar en el sentido que explicó Fritz Perls.
El síntoma constituye una forma de evitación. Todas las veces que se evita algo se lo intensifica y perpetúa.
Es sanador zambullirse y explorar el síntoma, permitir la sensación para comprenderlo, así como explorar la fantasía temida: ¿qué pasaría si sucediera?, ¿con qué más se conecta?
Los trabajos vivenciales propuestos en psicoterapia deberían ser también planteados como capas de menor a mayor profundidad, desde lo más cercano a la conciencia hasta lo menos explorado.
La persona puede ir dándose cuenta de que lo que siente en el presente se conecta con otra situación o algo que le pasó antes o le sucede en otros ámbitos. Comprendiendo el síntoma y resignificándolo, en lugar de extirpárselo, puede crecer en dirección a su bienestar.
En uno de los seminarios dictados por mí, a partir de una propuesta técnica de visualización de situación familiar de la infancia asociada a comer, un participante llegó a la conclusión de que su modo de comer y de digerir emulaban sus modos de vincularse, ya que daba muchas vueltas con la comida y le costaba soltar, era constipado, lo mismo que le pasaba con las personas: “daba muchas vueltas” en sus vínculos y le costaba desprenderse de ellos.
Por lo dicho, cuando se aborda el tratamiento de los TA desde luego será prioritario que la persona coma y bien, porque de lo contrario estará en riesgo su vida misma, sin embargo quedarse solo en el modo de comer y la comida sería mantenerse en la superficie.
La persona tiene que comer bien para no morirse, pero debe curar otras deficiencias de su desarrollo.
Habrá que abordar la vincularidad y afectividad distorsionadas e intervinientes en la manifestación del self y conciencia de sí.
Debe procurarse que la persona se encuentre consigo misma de una manera saludable y satisfactoria para que pueda elegir nutriciamente lo que come, incorporarlo, hacer el proceso digestivo y soltar los desechos. Unos objetivos nada fáciles desde luego en quienes presentan estos trastornos.
En Gestalt no se buscan “causas” de manera lineal o culpógena. Se intenta conocer los procesos.
Se tratará de ayudar al paciente a comprender qué pasó o cómo se deterioró una función tan básica para su vida, por lo que deberá encararse en una exploración más amplia de su ser que la de solo ver cuánto come o si se encuentra más o menos acorde con su peso corporal ideal.