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Con los progresos de la ciencia, la ancianidad puede ser y es, cada vez más, una etapa de la vida tan plena como cualquier otra, productiva, creativa, llena de relaciones sociales, de calidad de vida e independencia. Sí es posible, a partir de los sesenta años, sentirse capaces y atractivos, aunque nuestra sociedad desvaloriza —en cierta medida— esta última etapa de la vida. Es un período de nuestra existencia con ventajas e inconvenientes propios. Conocerlos para vivir a plenitud es uno de los objetivos de este libro, cuyas páginas pretenden y logran modificar la imagen catastrófica de la vejez; están escritas con y desde el corazón.
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Seitenzahl: 229
Veröffentlichungsjahr: 2017
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Edición base: Gilma Toste Rodríguez
Edición para e-book: Lic. Aldo Gutiérrez Rivera
Diseño de cubierta e interior: Yadyra Rodríguez Gómez
Corrección: Natacha Fajardo Álvarez
Emplane digital: Madeline Martí del Sol
©María Elena Real Becerra, 2013
© Sobre la presente edición:
Editorial Científico-Técnica, 2016
ISBN 978-959-05-0863-9
INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO
Editorial Científico-Técnica
Calle 14 no. 4104, entre 41 y 43, Playa, La Habana, Cuba
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A Dios y a la vida por permitirme vivir y disfrutar esta edad.
A mis padres,ejemplos del amor eterno.
A mi hija y a mis nietos, frutos del amor, porque me dieron la felicidad de ser madre y abuela.
A mi hermana y su linda familia.
A mi esposo, mi íntimo y preciado amigo, por su amor y empecinamiento en continuar juntos, imprimiéndole intensidad cromática a nuestra mezcla de azul y rosa.
A mis amigos y amigas, quienes ya envejecen de cuerpo pero no de espíritu.
A todas aquellas personas que lograron ser “viejas” y a las que están por conseguirlo.
A los trabajadores de la Editorial Científico-Técnica por su interés y dedicación en la edición de esta obra.
Frecuentemente me preguntan que cuántos años tengo...
¡Qué importa eso!
Tengo la edad que quiero y siento.
La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso, o lo desconocido.
Tengo la experiencia de los años vividos
y la fuerza de la convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo!
No quiero pensar en ello.
Unos dicen que ya soy viejo y otros que estoy en el apogeo.
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice,
sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso,para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos.
Ahora no tienen por qué decir: Eres muy joven,
no lo lograrás.
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo.
Tengo los años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, y las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor, a veces es una loca
llamarada, ansiosa de consumirse en el fuego
de una pasión deseada.
Y otras en un remanso de paz, como el atardecer en la playa.
¿Que cuántos años tengo? No necesito
con un número marcar, pues
mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos,
las lágrimas que por el camino derramé al ver mis
ilusiones rotas... valen mucho más que eso.
¡Qué importa si cumplo veinte, cuarenta, o sesenta!
Lo que importa es la edad que siento.
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida y la fuerza de mis anhelos.
¿Que cuántos años tengo? ¡Eso a quién le importa!
Tengo los años necesarios para perder el miedo
y hacer lo que quiero y siento.
José Saramago
Premio Nobel de Literatura, 1998
El 14 de diciembre de 1990, la Asamblea General de las Naciones Unidas, en su resolución 45/106, designó el 1ro. de octubre Día Internacional de las Personas de Edad, en seguimiento a las iniciativas tales como el Plan de Acción Internacional de Viena sobre el Envejecimiento, aprobado por la Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento celebrada en 1982 y respaldado, el mismo año, por la Asamblea General de las Naciones Unidas. En 1991, la Asamblea General, en su resolución 46/91 adoptó los Principios de las Naciones Unidas para las Personas de Edad. En 2002, la Segunda Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento aprobó el Plan de Acción Internacional de Madrid sobre el Envejecimiento, para responder a las oportunidades y los desafíos del envejecimiento de la población en el siglo xxi y para promover el desarrollo de una sociedad para todas las edades.1
1 Organización de las Naciones Unidas.
Una sociedad para todas las edades incluye el objetivo de que las personas de edad tengan la oportunidad de seguir contribuyendo a la sociedad. Para trabajar en pro de la consecución de ese objetivo, es necesario eliminar todos los factores excluyentes o discriminatorios en contra de esas personas.2
2 Plan de Acción Internacional de Madrid sobre el Envejecimiento, 2002.
En un momento en que nos embarcamos en la elaboración de la agenda de las Naciones Unidas para el desarrollo con posterioridad a 2015, debemos plantearnos un nuevo paradigma que armonice el envejecimiento de la población con el crecimiento económico y social y proteja los derechos humanos de las personas de edad. Todos somos, individual y colectivamente, responsables de la inclusión de las personas de edad en la sociedad, ya sea desarrollando medios de transporte y comunidades accesibles, garantizando la disponibilidad de una atención de la salud y unos servicios sociales que tengan en cuenta la edad, o proporcionando un nivel mínimo de protección social suficiente.3
3 Mensaje del Secretario General Ban Ki-moon, con motivo del Día Internacional de las Personas de Edad, 1ro. de octubre de 2010.
Amores y desamores en la vejez es más que un libro, el propio título nos lleva por el camino de la vida. A amar se aprende, y ello constituye una de las diferencias que nos distinguen a medida que vamos creciendo y nos hacemos grandes o mayores. No nacemos dotados de ese sentimiento, pero ¡cuántas circunstancias nos van llevando por derroteros de ese amor, mejor dicho, de esos amores!
En estas páginas los lectores se irán identificando de acuerdo a sus propias características. En algunos aspectos se encontrarán, en otros no, y eso precisamente permite esta obra. Porque ni todas las personas envejecemos por igual, ni todas hemos logrado una verdadera satisfacción con la vida, ni hemos querido de la misma forma, ni enseñado a que nos quieran por igual.
La autora nos presenta —con bastante acercamiento— las diferentes dimensiones del sentimiento de amor en la vejez, amor a la familia, a los amigos y sobre todo a sí mismo, apareciendo la sexualidad, como parte de la vida. Es decir, desde la holística de la vida amorosa.
Inician la obra un conjunto de reflexiones acerca de la edad, los mitos y los cambios que se producen y las posibilidades de adaptación. En este sentido, en la literatura se ha llegado a hablar de tipos de personalidades ancianas. Sin dudas, estas taxonomías, citadas también en este libro, resultan muy atractivas al lector y constituyen parte de la cultura que existe acerca de estos temas, si bien la autora reconoce la importancia del desarrollo de cada persona: lo individual. Y es que, somos de mayores —en gran medida— de acuerdo a como hemos sido durante nuestro desarrollo precedente, porque la personalidad formada desde etapas (y de acuerdo a múltiples relaciones humanas por las que cada uno transita), no es prenda de ropa de la que uno se despoje al llegar a la vejez, para buscar entonces en qué grupo “o estilo de personalidad anciana” uno pueda colocarse.
Pero, aun cuando en defensa de la diversidad individual se diga que la vejez no existe, sino que lo que existen son millones de vejeces, y que ya no debería hablarse de cómo son los adultos mayores, considero —al igual que la autora— pertinente identificar regularidades en el desarrollo en esta edad. En ese sentido se analizan diferentes rasgos psicológicos expresados en personas mayores, que a mi modo de ver, aparecen vinculadas a eventos típicos que acontecen en esta etapa de la vida. Son los conocidos cambios en la salud, la propia jubilación, la aparición de la abuelidad, la viudez, y la elaboración de la proximidad del final de la vida. En función de cómo se elaboren esos eventos, o se asuman, así se expresarán diferentes rasgos o regularidades en el desarrollo. Precisamente, en este orden de ideas, se describen un conjunto de manifestaciones negativas que pueden aparecer en algunas personas mayores: aislamiento, apegamiento a los bienes, refugio en el pasado, reducción de los intereses, negación al cambio, agresión y hostilidad, y el miedo. Pero, sin dudas, a envejecer también se aprende.
Y sucede que hasta hoy día hemos envejecido desde paradigmas socioculturales más bien lastimosos, por lo que si al llegar a la vejez “no cumplo con esos parámetros entonces debe ser que aún soy joven”. Error de concepto, yo fui joven ahora soy mayor, pero puedo ser una persona mayor feliz, plena y realizada. Lo que ocurre es que aprendí a envejecer desde una cultura gerontológica aún estigmatizada. Se aprende a envejecer desde la vejez ajena y desde el propio desarrollo personológico, pero ciertamente influenciado por los mitos y estereotipos reservados para esta edad. De ahí, que este libro también contribuya a desentrañar este tema dedicado a los mitos, lo cual continúa determinando que podamos o no identificarnos, como auténticas personas mayores.
Desde mi experiencia personal he tenido la oportunidad de conocer a muchos adultas y adultos pertenecientes a los programas de la Universidad del Adulto Mayor, con disponibilidad de proyectos de vida, aparición de nuevos intereses, aceptación de los cambios y expresión emocional conciliadora y solidaria, lo cual demuestra la importancia de la educación a lo largo de la vida.
Amores y desamores en la vejez, como dice la autora, en la vejez el amor... “ya recorrió caminos, dobló esquinas y optó por encrucijadas…”. Solo me quedaría agregar ¡dichoso aquel que aprendió a amar y también a desamar cuando hubo de hacerlo! Además existen personas mayores que han sabido sembrar y cosechar, al contrario de otros que sin sembrar esperan y reclaman de una cosecha. Estas páginas, también invitan a analizar los cambios fisiológicos que acontecen en las mujeres y en los hombres, vinculados a la sexualidad. Ello amerita una lectura cuidadosa para comprender tales cambios, pero también para entender factores de los cuales depende la vida sexual en la vejez. En especial, deseo resaltar la relevancia de haber dispuesto de una sexualidad plena en la etapa anterior a la vejez, es decir, en la adultez madura. De cualquier forma, resulta muy importante el estudio de la sexualidad en la vejez dada la enorme influencia de mitos en este sentido. Aún envejecemos bajo el patrón cultural de una sexualidad desde lo juvenil, lo coital, lo matrimonial, lo reproductivo y lo patriarcal. Todo lo que no constituya, o se desvíe de este patrón, aún se categoriza de forma inadecuada cuando se es mayor. ¿Será que al cambiar mi imagen corporal ha de cambiar mi deseo? ¿Será que mi erotismo y autoerotismo se descalcifica como mis huesos después del climaterio? Lograr una nueva cultura gerontológica nos puede conducir, como este libro, a analizar la existencia de la violencia y el maltrato, por supuesto más allá del tema sexual.
Recomiendo una lectura pausada del capítulo que describe el tema de la violencia y el maltrato en las personas mayores. El lector comprenderá, cómo en muchas ocasiones se manifiestan este tipo de acciones, aun cuando no siempre seamos conscientes (al cometerlos).
Destacar la importancia de la salud mental en esta etapa de la vida, es también menester de este texto y me complace muchísimo que cuando la autora refiere un conjunto de recomendaciones, lo hace desde las voces de los adultos mayores, porque es la vida a través de la vida, como mejor se puede expresar y comprender.
Los acápites sobre las demencias y los cuidadores, quizás parezcan fuera del contexto, pero deseo trasmitir la importancia de estos temas en una obra dedicada a los amores y a los desamores en la vejez.
Es una lectura que nos hace reflexionar, invitándonos a mirar retroactivamente lo que hemos vivido. Mirada también desde lo presente, y de lo que “nos queda por vivir”. Una interrogante tan simple y tan difícil de lograr: ¿cómo vivir la vida de la mejor manera?
Ser viejo no significa ser sabio. Es sabio el que ha vivido, no el que ha vivido solo muchos años, sino el que ha sabido amar en todos esos largos años. Porque amar implica compromiso, pasión, tolerancia, adaptación al cambio, salud mental y respeto e intimidad con la pareja no solo cuando desnudamos el cuerpo sino también cuando nos desnudamos de pensamiento.
Recomiendo la lectura de este libro, que quizás, sea el que yo hubiera querido escribir de haber podido hacerlo. Texto ameno con términos científicos y con explicaciones muy accesibles, interesante consulta para estudiantes, profesionales y adultos mayores.
Mis respetos a su autora.
Teresa Orosa Fraíz
Licenciada en Psicología
Profesora Auxiliar
Facultad de Psicología
Presidenta de la Cátedra del Adulto Mayor
de la Universidad de La Habana
“Aprender a envejecer es el trabajo maestro
de la sabiduría y es uno de los capítulos
más difíciles en el arte de vivir”.
Henri Frederick Amiel
La negación de la edad es una tontería. Existen personas que tienen miedo a esta etapa que empieza después de los sesenta años. Algunas, cuando están instaladas en ella, se dan cuenta que se les ha simplificado la vida, y la mayor parte de las cosas que antes les preocupaban, ahora creen que son boberías, pero quedó lo esencial: el amor, los hijos, los nietos, la justicia social, la solidaridad y también el dulce de coco, el chocolate, los helados y muchas otras cosas que aún son causa de disfrute personal.
Realmente, no se está tan mal. El tema de la muerte siempre angustia, y uno piensa que todo va a ser peor, por los achaques y demás, pero es una tontería hacerse el miedoso, pues de todas maneras si Dios y la vida quieren vas a llegar.
Cuando cumplí sesenta años no hice una fiesta, pero lo disfruté como si lo fuera. Claro, tuve la dicha de tener conmigo a mi pareja, a mi familia y a mis amigos, y entre todos compartir ese día que pudo haber sido uno más. Sin embargo, lo disfruté especialmente porque no se cumplen esos años todos los días. Y me dije: tengo dos caminos, o me convierto en una vieja sabia, o en una vieja temerosa y dependiente. Lo último me pareció aburrido, nada que ver con mi personalidad, pues cuando no se asume la edad, no se goza ni la edad ni nada más.
El temor a la vejez hace que la ocultemos, que sea considerada como algo indigno, como “escondernos” en un hogar geriátrico porque ya no servimos para más. Pero los que han visto la película de la vida, casi hasta el final, saben perfectamente cómo es, y pueden contar a los otros cómo viene la mano de la vida. No es justo que se oculte, que se deje de enseñar cómo disfrutarla mejor.
Hay una etapa de la vida en que uno es niño, otra en que es joven, otra donde es adulto y otra donde se es viejo. Los que atravesamos las cuatro etapas de la vida, si negamos una, vamos a tener problemas. Si se nos niega la infancia, vamos a perder la creatividad y si se nos reprimió la adolescencia, vamos a perder la rebeldía. Lo importante es seguir creciendo. Es como pasar por distintas estaciones. En cada una hay que bajarse y tomar el otro tren (son las crisis evolutivas). Algunos se bajan en una y ahí se quedan, no siguen en el viaje de la vida y si no se transita uno de los pasajes evolutivos, se produce una perturbación. Por ejemplo, ocurre con el varón, cuando muere el padre y la madre lo coloca en el rol del hombre del hogar.
La concentración urbana actual genera las familias nucleares y extensas a la vez: papá, mamá y uno o dos hijos, donde a veces, es tan pequeño el espacio, que no cabe el abuelo o la abuela. Por tanto —si se puede—, los llevan al hogar geriátrico, y si no, comienza el viaje de un espacio a otro dentro del hogar, o de una casa a otra de los hijos, o los nietos u otros familiares que decidan cooperar. Ahora, si hay que mandar al nieto al círculo infantil o a la escuela, ¿quiénes son los mejores cuidadores?: el abuelo y la abuela. ¿Qué mejores maestros, jardineros de la vida hogareña que un abuelo o una abuela? Ambos —se dice—, están fuera de la producción (no trabajan), están fuera de las tensiones cotidianas, están en el mundo de lo imaginario.
En nuestro país, existen familias que desvalorizan la vejez, aun cuando el Estado y el Gobierno intentan hacer lo posible para que los viejos no sean marginados socialmente. Pero los cambios sociales para esas edades (jubilación, cese de un puesto de trabajo por otras normativas y resoluciones legales) son tan bruscos que su experiencia personal habla de una población que se convierte en un estorbo para dichas familias, aun cuando todavía “nos utilizan, nos tratan como chicos, nos retan y nos humillan, entonces nos deprimimos y aparecen las enfermedades que tienen que ver con las bajas defensas”.
En cambio, en las familias más sanas, armónicas y funcionales, es una época muy rica, porque es la de la reflexión y la sabiduría, que es parecida al juego y la creatividad, pero después, de haber visto la película entera y haberla entendido. Es como el que viajó mucho y ahora puede recordar el panorama del viaje. La última etapa se llama senectud, y a veces viene acompañada de un deterioro grave, neuronal, de las funciones mentales. De todas maneras, el final del proceso de la vida, que es la muerte, es un tema negado en nuestra cultura. Ese final, a veces tiene características traumáticas, como algunos partos al inicio. Por eso se dice que los humanos somos todos de la tribu de los “uter-tumbas”, porque vamos del útero a la tumba.
Se puede estar en cualquier edad, incluso en los setenta o en los ochenta años, pero quien tiene un proyecto de vida se aleja de la muerte. Por eso es tan importante hacerse de un nuevo proyecto para esta etapa, que nos permita disfrutar de otras novedades. Cuando tomamos como tema la construcción de la esperanza queda muy claro, si nos preguntamos: ¿cómo la podemos construir?, continuando nuestra historia, dándole sentido y arrojándola adelante como esperanza.
Los padres que no le temen a la muerte hacen hijos que no le tienen miedo a la vida, por eso desde que nacemos, tenemos que hacer crecer la esperanza de que aún —en esta edad—, podemos amar y disfrutar la vida, para hacer crecer la esperanza en los demás.
En la vejez está ausente la capacidad reproductiva, en la mujer de forma absoluta y en el hombre de forma relativa, y solo permanecen la función sexo-erótica, el apego y los afectos. Me acosó entonces, la tentación de abordar el estudio de la vejez, con una actitud maníaca y negadora, reivindicando derechos, abriendo mitos y con un optimismo desmedido para estudiar a esos hombres y mujeres, condenados a vivir, según diversos puntos de vista, en miseria erótica y afectiva, en castidad geriátrica por castración senil, abrumados por las enfermedades crónicas, la viudez, la invalidez y el deterioro.
Y así fue como elaboré mi proyecto de vida. Entre otras cosas, me gusta escribir, no mis memorias como algunos lo hacen, eso todavía no lo he interiorizado bien (aunque sí lo he pensado), pero sí escribir ¿por qué no?, sobre algunas cosas que ocurren en esta edad y que yo nombro amores y desamores, porque todo en la vida de las personas tiene que ver con el amor.
Entonces —en este libro—, pretendo apuntar hacia objetivos muy prácticos: intentar modificar la imagen catastrófica de la vejez, al informar a ancianos y ancianas, y al resto de las personas que están por llegar a esa etapa evolutiva, sobre la realidad de la vejez y su manejo más eficaz, hacedero y liberador, que el que se ha efectuado hasta ahora. En el volumen, se incluyen aspectos relacionados con la vejez en el mundo actual, los mitos y estereotipos que existen sobre ella, su personalidad, su funcionamiento, el amor y el apego, la abuelidad, la sexualidad, la violencia y la salud mental. Esperamos que los mensajes ayuden a las personas de diferentes edades y sexo. Es este un texto para quienes ya están en la adultez mayor y para los que están por llegar. Es nuestro objetivo ayudar a unos y otros a ampliar sus conocimientos y a comprender mejor esta etapa, a la que debiéramos llegar todos de la manera más exitosa posible.
Sin dudas, los años que vivimos no deben ser percibidos como agobiantes, deben ser valorados como bellos, porque son sentidos por el corazón. Tenemos años cargados de alegrías y esperanzas, que al recordarlos nos hacen sentir más jóvenes. Son años que no pesan, al contrario pasan tan rápido que quisiéramos detenerlos pues en cada vivencia nos recordamos sonrientes, felices y deberíamos guardarlos como un tesoro en nuestro almanaque, vale la pena recordarlos siempre. Otras épocas de nuestras vidas nos hacen sentir sin fuerzas, nos debilitan y deseamos que terminen pronto. Son años tristes, quizás con marcadas ausencias, tal vez con un adiós que quedó grabado en la memoria, o con pérdidas tan grandes que nos hacen sentir perdidos, navegando sin rumbo. Son años en los que pesan el dolor, la angustia, y en los que duele el pecho y un nudo aprieta la garganta, épocas que quisiéramos arrancar del almanaque para olvidar.
Solos o acompañados, los que logremos llegar a la vejez, debemos alzar nuestras copas y brindar por lo vivido: la felicidad, la infelicidad, los sueños alcanzados, las desilusiones. La vida no es fácil, a veces, cuesta enfrentar al dolor, decir adiós a quienes amamos, enfrentar la enfermedad y muchas veces cuesta aún más volver a comenzar, volver a levantarnos. Pero la vida continúa y nunca sabemos qué podemos encontrar detrás de tantas emociones, de tantos sentimientos, de tantas vivencias. Solo debemos apostar con fe y esperanza a un futuro y a una vida mejores.
Brindo por esta edad, deseando que cada burbuja explote y nos salpique con amor, salud, prosperidad, paz, felicidad y todo lo lindo que nos merecemos, por haber vivido. ¡Atrevámonos a recordar nuestros amores y desamores, porque el universo conspira a favor nuestro!
“¡Oh, vejez mía, la más pura de mis alegrías!
Mis hijos y mis nietos, mis blancos cabellos
y mi barba blanca.
Mi generosidad, calma, majestuosidad,
luego del largo camino de mi vida”.
Walt Whitman
La llamada tercera edad, o como también se le conoce vejez, adultez mayor o tardía, ha sido abordada en la literatura de manera aislada o como fase de involución, y no como una auténtica etapa del desarrollo humano. Vista como paradójica y contradictoria, y apretado nudo de problemas, es ese momento en el que las últimas preguntas de la existencia, se plantean con toda su fuerza, sin permitir ninguna ilusión y demandando la resolución de lo irresoluble.
Desde que existe, la humanidad ha tratado de descubrir el secreto de la vejez sin cesar en los intentos de determinar su esencia, elevándose —cada vez más— en la comprensión de este fenómeno de la vida.
Pero en la definición de la vejez, ¿cuál es su lugar entre las edades de la vida y su sentido para el hombre contemporáneo? Ella se ubica a partir de los 60-65 años, asociada al evento de la jubilación laboral. Incluso hoy, se habla ya de una llamada cuarta edad para referirse a las personas que pasan de los 80 años. Por ello —para marcar la idea de los cambios— aparecen expresiones acerca de los viejos jóvenes o adultos mayores de las primeras décadas, y de los viejos viejos o ancianos añosos. Existen diversas definiciones sobre la vejez, según Erick Erickson (1963):
La edad en que se adquieren comportamientos de dependencia, ligada a una fragilización del estado de salud; cuyos comportamientos de adaptación suponen el reconocimiento y la aceptación de una relación de interdependencia-dependencia del organismo que impone limitaciones motrices, sensoriales o mentales hacia un entorno social donde la calidad de vida actual depende completamente de esta relación.
Ella responde a los diferentes enfoques e investigaciones que existen sobre la vejez desde la década del sesenta del pasado siglo, los cuales son portadores de criterios involutivos, porque no la analizan como una etapa de desarrollo. Se destacan las definiciones centradas en estudiar los rasgos o las características propias de la vejez, a partir de las cuales se habla de perfiles en su personalidad, de acuerdo al problema fundamental de adaptación a la etapa (Erickson, 1963):
• Ancianos constructivos: se encuentran bien integrados en el ángulo personal, familiar y social. No presentan indicios de neurosis o de cualquier otra forma de ansiedad. Disfrutaron de una infancia feliz y en la edad adulta sufrieron pocas tensiones, todavía son sexualmente activos o al menos aprecian la compañía del sexo opuesto. Fueron felices en el matrimonio aunque no siempre en el primero.
• Ancianos dependientes: son menos autosuficientes y sufren de mayor pasividad y dependencia, lo que tiene mucha relación con el hecho de tener una esposa o esposo como cabeza del matrimonio, situación que en cierta medida es continuación de la experiencia que vivieron con una madre o un padre. Experimentan confianza en los otros, en sus relaciones, con una mezcla de tolerancia pasiva y desconfianza a nuevos contactos, no presentan síntomas de ansiedad.
• Ancianos defensivos: individuos sin control emocional, con comportamientos estereotipados y absolutamente convencionales. Paralelo a la vida profesional, participaron, de forma activa, en la de instituciones sociales. Son muy prejuiciados con los grupos minoritarios. En su mayoría, son pesimistas en la imagen que tienen de la vejez.