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Han sido innumerables las páginas dedicadas a la Transición valenciana. Desde el ámbito del ensayo, del periodismo, de la politologia y de la sociologia se nos ha ofrecido el relato del periodo en clave identitaria; pero el presente libro no tiene el mismo objetivo, se trata de un libro de historia. El anticatalanismo ha demostrado ser una formidable arma política que ha dado mucho rédito a la derecha valenciana. En una coyuntura histórica como la transición a la democracia, logró aglutinar a amplios sectores sociales tradicionales -el franquismo sociológico-, vertebrando todo un movimiento social de base popular, integrista y reaccionario contra el cambio político liderado por la izquierda que había ganado las primeras elecciones democráticas en 1977, así como las legislativas y las municipales de 1979. El conflicto estalló por el papel activo que tuvieron en el campo de la reacción amplias capas sociales de extracción popular que lograron crear un clima de tensión y violencia que convulsionó la vida ciudadana, todo un 'kale borroka' contra los partidos políticos democráticos instigado desde las instituciones del tardofranquismo y el gobierno de la UCD. El objetivo es, pues, fundamentar en la historia las causas políticas y sociales del origen de ese conflicto.
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Seitenzahl: 514
Veröffentlichungsjahr: 2020
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ANTICATALANISMOY TRANSICIÓN POLÍTICA
LOS ORÍGENES DEL CONFLICTO VALENCIANO(1976-1982)
HISTÒRIA / 192
DIRECCIÓN
Mónica Bolufer Peruga (Universitat de València)
Francisco Gimeno Blay (Universitat de València)
M.ª Cruz Romeo Mateo (Universitat de València)
CONSEJO EDITORIAL
Pedro Barceló (Universität Postdam)
Peter Burke (University of Cambridge)
Guglielmo Cavallo (Università della Sapienza, Roma)
Roger Chartier (EHESS)
Rosa Congost (Universitat de Girona)
Mercedes García Arenal (CSIC)
Sabina Loriga (EHESS)
Antonella Romano (CNRS)
Adeline Rucquoi (EHESS)
Jean-Claude Schmitt (EHESS)
Françoise Thébaud (Université d’Avignon)
ANTICATALANISMOY TRANSICIÓN POLÍTICA
LOS ORÍGENESDEL CONFLICTO VALENCIANO(1976-1982)
Juan Luis Sancho Lluna
UNIVERSITAT DE VALÈNCIA
Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.
© Juan Luis Sancho Lluna, 2020© De esta edición: Universitat de València, 2020
Publicacions de la Universitat de Valènciahttp://[email protected]
Ilustración de la cubierta:9 d’octubre de 1979. Archivo Luis VidalCoordinación editorial: Amparo Jesús-María RomeroMaquetación: Inmaculada MesaCorrección: Communico-Letras y Píxeles, S. L.ISBN: 978-84-9134-693-7
Edición digital
A mis padres, Fernando y JuliaA Ismael Lluna, a Manolo Domingo
In memoriam
«En ciencia el hecho queda,pero la teoría se renueva».
SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL
ÍNDICE
PRÓLOGO, por Josep Lluís Albinyana
INTRODUCCIÓN: Hacia una nueva visión de la transición valenciana
Acrónimos/siglas
I. LA TRANSICIÓN Y EL ESPÍRITU DE LA REFORMA POLÍTICA (1973-1976)
1.1 La cuestión social en la crisis del Estado franquista
1.1.1 La crisis final del franquismo (1973-1975)
1.1.2 Las huelgas de enero-febrero de 1976
1.1.3 La pugna entre «aperturistas» y «azules»: Vitoria, 3 de marzo de 1976
1.1.4 El movimiento obrero valenciano en 1976
1.2 La razón de Estado y la élite reformista
1.2.1 Los «jóvenes azules» y la nueva política
1.2.2 Torcuato Fernández Miranda, eminencia gris de la reforma
1.2.3 El País Valenciano y Cataluña: un objetivo, dos estrategias
II. ALGUNAS CUESTIONES PREVIAS A LA TRANSICIÓN VALENCIANA
2.1 1958-1962: una fase crucial en la historia política del franquismo valenciano
2.1.1 Los efectos de la riuà del 57 en la sociedad y en las instituciones
2.1.2 Tres próceres valencianos: Tomás Trénor, Martín Domínguez y Joaquín Maldonado
2.1.3 Otra vuelta de tuerca: el falangismo de Rincón de Arellano
2.1.4 Monárquicos, cristianodemócratas y europeístas
2.1.5 El desarrollismo urbano de la Valencia de los sesenta
2.2 La inexistencia de reformistas en el franquismo valenciano
2.2.1 La polémica en torno a El País Valenciano
2.2.2 La controversia Fuster-Diego Sevilla
2.2.3 La «ceremonia de la confusión» de las Fallas de 1963
2.3 1962 y el temido árbol de la libertad: historia política de la oposición democrática no comunista
2.3.1 El impacto de la publicación de Nosaltres els valencians
2.3.2 El fusterianismo y la nueva izquierda del 68
2.3.3 Partidos valencianistas y burgueses: el PDLPV y la UDPV
2.3.4 La debilidad de la oposición democrática
III. EL CARÁCTER INSURRECCIONAL DE UN PUEBLO: ANTICATALANISMO Y REACCIONARISMO
3.1 Referentes históricos del discurso anticatalanista
3.1.1 El desaforado anticatalanismo del diario El Pueblo
3.1.2 La República: El perill catalá de Josep Maria Bayarri
3.1.3 La Valencia de posguerra y la apropiación de los símbolos
3.1.4 El estado de la lengua en la posguerra
3.2 El anticatalanismo en la transición
3.2.1 Un movimiento social temperamental y reaccionario
3.2.2 La teoría conspirativa del «pancatalanismo»
3.2.3 El anticatalanismo de Carrau y Broseta
3.3 Las capas sociales receptoras del mensaje anticatalanista
3.3.1 La base social del blaverismo y el franquismo sociológico
3.3.2 La estrategia del miedo en la posguerra
3.3.3 Los efectos destructivos del miedo
3.3.4 El miedo y el sentimiento de autoodio
3.3.5 El abandono de la lengua por parte de las clases populares
3.3.6 La lengua del pueblo en la lucha política
3.4 La formación de un movimiento social anticatalanista
3.4.1 Un sentimiento de «sana valencianía» desde la tradición y la fe
3.4.2 La insurrección contra el invasor catalán: una contrarrevolución ideológica
3.4.3 La aparición de una violencia «espontánea»
IV.LAS IDEAS Y LOS HECHOS. EL CLIMA DE ENFRENTAMIENTO ENTRE VALENCIANOS
4.1 La implementación de una política de Estado: la strategia della tensione
4.1.1 La violencia política de la transición española
4.2 La estrategia de la tensión en el País Valenciano
4.2.1 Una política con una calculada dosis de violencia
4.2.2 La autoridad gubernativa ante la «provocación» de la izquierda
4.2.3 El temor de la derecha al «peligro» izquierdista
4.3 El papel de las clases populares tradicionales en la política de la transición
4.3.1 La reacción popular al cambio político
4.3.2 Una violencia popular «comprensible»
4.3.3 La insurrección en la cultura política popular
4.4 1978: un año clave en la violencia política
4.5 Manuel Sanchis Guarner, objetivo de la violencia política
4.5.1 Sanchis Guarner, referente cívico e intelectual
4.6 La violencia contra Sanchis Guarner a la vista de los expedientes judiciales
4.6.1 El asalto al domicilio de Sanchis Guarner
4.6.2 El atentado con paquete-bomba a Sanchis Guarner
4.7 La insurrección del poble menut contra la «tiranía pancatalanista»: la Diada del 9 de octubre de 1979
4.7.1 La tensión previa al 9 de Octubre
4.7.2 El relato de unos ignominiosos hechos
4.7.3 Los precedentes a la violencia del 9 de Octubre
EPÍLOGO
CRONOLOGÍA DEL BLAVERISMO Y LA VIOLENCIA POLÍTICA
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
ÍNDICE ONOMÁSTICO
PRÓLOGO
Qualsevol crònica històrica no és pas una narració fidel als esdeveniments, objectiva i neutral. Això només passa amb la llista dels reis gots. La cosa normal és que la història s’escriu segons l’interès de la part en allò que relata, la qual cosa no justifica la falsedat, sinó la importància que té l’enfocament de l’autor.
És més, la perspectiva o teoria del «perspectivisme», d’origen en Nietzsche, la va defensar Ortega y Gasset. Considerava que tota veritat és una veritat trobada des de la perspectiva utilitzada en llur esbrinament i és complementària de tota la resta de perspectives. No és gens estrany que apliqués aquesta teoria per reclamar una representació de «l’espanyol» més polièdrica d’acord amb tota la diversitat de l’Estat.
I per a rematar, en el camp de la ciència, Erwin Schrödinger –un dels pares de la física quàntica– haurà fet palès la importància que hi ha de triar la visió adient segons l’objectiu d’investigació, atès que, per exemple, per a un estudi microscòpic de la matèria no s’acompleixen les mateixes regles de la física que hi ha d’acord amb la visió macroscòpica de les coses.
Totes aquestes raons i més justifiquen que un assaig històric que aborda la transició des de l’angle en què Juan Luis Sancho Lluna ho ha fet sobre l’anticatalanisme dins de la transició, havia de despertar el meu interès. Com supose també li deu haver provocat la mateixa curiositat al lector. Però, reste tranquil, perquè no li estriparé la investigació de l’autor en aquest pròleg. Aquesta és una eina que li aguarda llegint el llibre. Sols vull mencionar l’avanç de l’associació que hi hagué, dins de la transició al País Valencià, entre la violència contra les institucions democràtiques i l’anticatalanisme. Una explosió de violència que, en principi aliada al franquisme actiu, i animada pels mitjans de comunicació d’aquells temps, arribaria a lliurar un enfrontament directe contra els representants polítics i culturals titllats de catalanistes. La finalitat era defensar una política d’aïllament del País Valencià envers els països catalans i sobretot immobilitzat envers el poder central. Una tesi força regionalista que fou assumida després pels partits polítics espanyolistes a l’hora de redactar l’Estatut d’Autonomia de la Comunitat Valenciana per la via de l’article 143 de la Constitució espanyola. Així doncs, l’èxit principal aconseguit per aquella violència va ser justament la renúncia dels dits partits a l’accés a un marc d’autogovern semblant a les autonomies històriques, per la via de l’article 151.
Ara bé, cal aclarir, d’entrada, que la violència no va ser una novetat durant aquell temps. A l’inrevés, fou un component present durant tota la transició espanyola. La llegenda de la transició pacífica resulta d’una falsedat ofensiva per als centenars de morts violentes, els segrests, els atemptats, les bombes i els intents de colp d’Estat que al llarg d’una generació va patir tota la societat a l’Estat. I que no s’aturà amb la Constitució. Quasi huit-centes vides arrasades de forma violenta per comandos terroristes, o per feixistes, o per la Guàrdia Civil i la Policia Nacional. Aquelles víctimes, funcionaris públics i civils, no poden restar amagades darrere d’una llegenda, perquè és un doble crim que hagen sigut assassinades i siguen oblidades. Són les vides que va costar la transició, algunes de les quals no han tingut un responsable que fora jutjat i hi complira una condemna.
Estic convençut que tanta violència es va produir per l’absència de governabilitat o lideratge a l’Estat. No hi hagué en cap moment una connexió entre governants i governats sobre la sinceritat en un projecte o model de societat per sortir definitivament de la dictadura. Va ser, per contra, una sortida «a l’espanyola», en la qual cadascú conta de la fira el que li convé i mai se sap què és el que passa. Tothom –dels dirigents polítics– renuncia a dir la veritat, donant per fet que tothom ho sap i, al contrari, no és precís i no convé dir-ho. Justament el contrari d’allò que demana una societat guanyada per una bona governabilitat. Que podem entendre com una complicitat o comprensió tàcita de la societat civil sobre la gestió de la classe política, perquè existeix una transparència i comunicació en tot moment. Els cinc criteris recomanats per la mateixa Comissió Europea són: obertura, participació, responsabilitat, eficàcia i coherència (Llibre blanc sobre la governança europea, 2000).
L’Estat espanyol durant la transició no arribà a gaudir de cap d’eixos principis. Perquè la classe política, en general, no va estar a l’altura del moment. Els dirigents polítics varen anteposar els interessos de llurs partits a l’interès de la societat. Es varen cometre errors molt greus que no es poden justificar. Entre altres, potser el més greu, no haver-hi conformat un govern o un gran pacte de govern, després de les eleccions generals, entre els dos partits principals (UCD i PSOE) per garantir l’estabilitat social, guanyar la confiança del conjunt de la societat i, posant els problemes sobre la taula, dissenyar públicament el model de societat que necessitava la societat en un llarg futur. La qual cosa exigia una fermesa i voluntat de fer política d’Estat que no demostraren uns i altres.
Per contra, els dos grans partits s’enfrontaven en públic com el gat i el gos, fent creure que cadascú era la clau per a la solució. Mentrestant, abordaven acords que en lloc de solucionar els problemes, salvaven els mobles respectius, però no la solució definitiva. D’exemples, en tenim per tot arreu. La llei d’amnistia, reclam de tota l’oposició democràtica, serviria tant per a lliurar els presos polítics del franquisme, com els torturadors. La llei per la defensa de l’Estat i la democràcia va servir per a restringir les llibertats públiques, en lloc de posar fi al terrorisme. I així podíem continuar. Però tant la UCD com el PSOE sí que es preocuparen tots dos d’introduir en la Constitució el model bipartidista del repartiment del poder propi del segle XIX i que ha durat fins ara, mitjançant una distorsió dels valors dels vots individuals a escala provincial. I, el més greu, també arribaren a un pacte en la distribució del poder territorial de l’Estat, després d’aprovar-se la Constitució, es posaren d’acord a aturar l’accés per la via de l’article 151 per impedir més autogoverns com les autonomies històriques. Arribant, a més a més, a pactar una llei (LOAPA) amb l’objectiu de mantindre el control estatal del desenvolupament dels poders de totes les autonomies, que el Tribunal Constitucional no va autoritzar.
En definitiva, durant tota la transició, la societat espanyola, en general, no tindria ni uns polítics estadistes ni una política d’Estat. Cosa que va provocar una ingovernabilitat crònica, en benefici exclusiu dels interessos dels dos grans partits de la dreta i de l’esquerra. El pitjor és que els dirigents responsables en justifiquen –encara en l’actualitat– l’actuació per l’amenaça d’un exèrcit i militars que eren vigilants en tot moment del que s’hi feia. Argument insostenible quan varen tancar la Constitució envers tota reforma futura (articles 162 i 163) que no passara per la voluntat comuna dels dos partits. Quin sentit podia tindre el dit blindatge, si es tractava de sortir d’aquella amenaça amb el pas del temps?
Per aquesta carència general de governabilitat pot explicar-se la «Batalla de València». Que no va ser de tot el País Valencià, sinó sols de la ciutat. Un moviment exclusiu, a l’inici, de la València urbana. Apareix coincidint amb la promulgació del Consell del País Valencià com a autogovern encarregat de guanyar l’autonomia i que trenca formalment el poder provincial de les diputacions. L’anticatalanisme es manifesta doncs en eixe moment clau, com a reacció primària a la pèrdua d’un poder històric, com és el del control de les diputacions sobre els recursos dels ajuntaments.
I serà a la ciutat de València com a afectada més singularment pel fracàs crònic dels dirigents urbans franquistes. Sobre la qüestió, l’autor Juan Luis Sancho fa una exposició molt interessant de qui són, a partir sobretot dels efectes catastròfics de la riuada del 57. Així diu:
La sensación que esa burguesía, autosatisfecha y autocomplaciente, tenía de sí misma y de su preeminencia social (la sociedad de «la coentor»), la extendía al conjunto de la sociedad. Pero esta burguesía, mediocre y provinciana, con la crisis de 1963 unió su suerte al futuro del régimen. De este modo, se llegó a la transición sin un sector reformista en el seno del franquismo valenciano. Y por eso, los partidos de la derecha, sin mensaje y sin programa político, y ante todo, incapaces de deshacerse del lastre del franquismo, quedaron sorprendidos por los acontecimientos y alarmados por los resultados que obtuvo la izquierda en las primeras elecciones generales de 1977 y en las municipales de 1979.
És, per tant, el nucli que acudeix a tancar-se a la Diputació de València, al reclam del president, en protesta per un programa de televisió, el que dona data de naixement a l’anticatalanisme valencià. Al meu parer, les mostres anteriors no tenen la mateixa entitat. No es deu considerar com a precursor Diego Sevilla Andrés, atès l’escàs prestigi intel·lectual, un falangista fanàtic que fou fiscal de gran part dels consells de guerra celebrats després de guerra a València, demanant moltes penes de mort que foren executades. El seu caos intel·lectual el feia disparar trets en totes les direccions i si en disparà contra Catalunya, també afirmava des de la càtedra que la «Constitución de Cádiz fue más violada que las pensionistas de la madre Celestina» (sic). L’únic antecedent anticatalanista més pròxim es pot apreciar en les crítiques d’algunes falles al llibre de Fuster, però resultava una protesta un mica confusa i grollera.
Eixe inicial moviment urbà anticatalanista nascut del tancament a la Diputació utilitzava una escassa ideologia, gairebé al voltant no més enllà del secessionisme de la llengua. Per això, la necessitat de mobilització a la seua causa d’una entitat quasi fòssil com era Lo Rat Penat i la correlativa persecució caïnita a l’obra d’un filòleg seriós i de gran prestigi com era el professor Sanchis Guarner. Va ser el dit moviment urbà qui arrossegà la dita entitat i no a l’inrevés.
I per donar una idea dels criteris «científics» que es defensaven dins de la «Batalla» recordem que en el primer pla d’ensenyament del valencià, aprovat pel Consell preautonòmic a iniciativa del conseller Barceló (QED) es va acordar que l’assignatura la impartiren només els professors que havien rebut un títol en filologia catalana per la Universitat de València. Però quan pren la presidència Monsonís (un dels objectius de la «Batalla») seria professional de l’ensenyament de la llengua també qui haguera obtingut un títol lliurat per «qualsevol entitat il·lustre en matèria lingüística». És clar que així es pretenia estendre la «Batalla» a les escoles. Destrossa de mínims efectes perquè no tingueren mai prou «professors» titulats per Lo Rat Penal i la Real Acadèmia per abastir la demanda.
Però l’arma de l’anticatalanisme va ser fonamentalment la violència verbal i fins i tot física. En aquest sentit, l’autor Juan Luis Sancho invoca el precedent de l’escalada de tensió que hi hagué en cert moment històric a Itàlia. Crec que a hores d’ara tenim un exemple més pròxim amb Catalunya. I en el cas de la «Batalla de València» es va produir la mateixa estratègia. Eren els violents qui es consideraven víctimes, per justificar així la seua reacció irada, amb el suport dels mitjans de comunicació afins. La tècnica habitual va ser el típic escrache o concentració convocada sense anunci públic amb l’objectiu de fer palès llur protesta davant de la presència d’un polític o una personalitat del món de la cultura titllats com a «catalanistes». Després els diaris –Maria Consuelo Reyna, en Las Provincias, per exemple– feien d’eixa protesta una causa del poble rebel enfront de l’atac als senyals d’identitat. A algú li sona la música?
Aquell tancament d’un grup a la Diputació, com descriu l’autor acuradament, després d’una manifestació per la ciutat, finalitzà en un escrache davant del domicili de Sanchis Guarner. Però abans no s’oblidaren del Consell i aprofitant la instal·lació provisional al palau actual de les Corts, també ens obsequiaren amb la primera de les concentracions cridaneres, que més avant, traslladats al palau de la Generalitat, haurien de suportar quasi una vegada per setmana. En aquella primera ocasió es feren fotos de manifestants que feien, amb el braç alçat, la salutació feixista alhora que escridassaven consignes. Impuls d’un tic irrefrenable. En els posteriors ja amagaren els braços.
Amb les primeres manifestacions al carrer aparegueren certes pintades a les parets del nucli antic de València i llibreries. Algunes d’inofensives, signades per grups desconeguts fins aleshores, com ara «Regne de Valencia, mai país català (GAV)», «Invasors catalans fora del Regne de Valencia N. V. (C. Vinatea)». Però altres eren portadores d’amenaces: «quatre barres per collons, sang a borbotons». Una crispació que va anar traslladant-se als escraches produïts en actes institucionals, creant un clima d’inseguretat personal i força violència amb els polítics perseguits. Prompte s’identificaven les mateixes cares, que a falta de ser identificats foren batejats per les accions violentes, com ara Paquita, la rebentaplenaris. Eren un grup minoritari, però força escandalós i cridaner. Els mitjans de comunicació de la ciutat hi tingueren un paper clau, perquè els donaren el suport ideològic que encara no havien trobat. En lletra impresa passaren com a «valencianistas ofendidos», «pueblo soliviantado», «crispación legítima» i qualificatius semblants. Una manipulació tan descarada que, a vegades, quedà al descobert. És el cas de l’agència EFE que en el dia de la presentació pública del Consell, al palau de la Generalitat i amb la presència d’un ministre representant el govern central, hagué de desmentir un comunicat anterior del mateix dia en el qual havia difós la notícia d’un grup de valencians que havien obligat el president i diversos consellers a besar la senyera reial pressionats per un aldarull de «valencianistes». Fet que no es va produir mai.
Resulta lamentable que aquells escraches, pintades amenaçadores i manifestacions violentes en defensa de «lo Regne, Senyera Reial i llengua valenciana» tingueren una continuïtat en actes terroristes. L’autor relata acuradament la bomba remesa al domicili de Sanchis Guarner. Conte el meu cas: el 25 d’abril de 1979, s’havia previst un sopar amb diversos intel·lectuals valencians per a celebrar l’efemèride. Però sobre les dotze vaig rebre l’avís del descobriment d’una bomba al portal del meu habitatge familiar, a un carrer cèntric de l’eixample de València. Un cambrer de l’establiment del costat havia vist com uns joves, que anaven dins d’un Seat 600 de color gris havien deixat de manera precipitada al peu del dit portal una bossa de fem, de la qual sortien uns cables. Alarmat, cridà la policia. L’artefacte que em mostraren era idèntic al que fou destinat al professor Sanchis Guarner i que descriu l’autor. Un tub de plom, amb pólvora i metralla, connectat a un rellotge. En el meu cas, un despertador comú, que la policia havia parat huit minuts abans de les dotze, que era l’hora marcada. No va esclafir, igual que en el cas de Sanchis Guarner, però si ho haguera fet, és clar que els mals mai haurien arribat al meu habitatge, que estava al pis tercer, però si als vianants del carrer i usuaris de l’establiment veí. Era el carrer de Joaquín Costa, cantó a la Gran Via, un divendres o dissabte de nit. El mal hauria pogut ser greu. En aquella nit em vaig sentir malament d’haver-hi entrat en l’activitat política.
La bomba que dissortadament sí que va esclafir és la que col·loquen dos anys després a la finestra de la dreta de la façana de la casa de Joan Fuster, al carrer de Sant Josep, 10, de Sueca. L’explosió va destrossar la dependència, destinada a llibres d’edicions per a bibliòfils. Entre l’enderroc produït per l’explosió vaig veure un llibre gros, d’un format especial, de poesia –no en recorde l’autor–, al qual la metralla li havia produït quatre ferides en la coberta com si foren causades per una urpa. El títol era Devastació. I les ferides semblaven quatre barres. Coincidència.
Aquest moviment d’agitació i contestació urbana tingué un cicle i una territorialitat. Ara bé, mantingué la virulència més forta, per una banda, fins a la paralització de l’autonomia per la via de l’article 151 i amb l’arribada de Monsonís a la presidència del Consell, per l’altra amb l’assetjament a l’Ajuntament de València en la celebració dels actes del Nou d’Octubre, que Juan Luis Sancho descriu molt bé. A penes tingué durant eixe temps una extensió territorial superior a les dos comarques de l’Horta i això per la facilitat de desplaçament des de la capital. Si en alguna ocasió tractaren d’exportar la protesta més enllà, en actes públics seguint la Presidència del Consell, tenien un ressò escàs. I llevat del cas del qui era cronista oficial de la Diputació d’Alacant, tampoc hi hagué una opinió pública de solidaritat. Passades les eleccions generals i municipals de l’any 1979 i de cara sobretot a les expectatives de les següents és quan el moviment anticatalanista tindrà una configuració política i més pes tant en la dreta de manera unànime, com part important de l’esquerra.
Entenc que dins d’un escenari tan dramàtic per morts, segrests, bombes i atemptats com el que travessà la «transición», la violència anticatalanista pot qualificar-se com a peccata minuta. Tot depèn –com sempre– de la perspectiva que s’examine, la general de tot l’Estat o la singular del País Valencià. Però hi ha una nota comuna a una i altra i és la falta o carència de voluntat dels poders públics de tallar la inseguretat ciutadana i de perseguir els culpables. Perquè mai, ni la policia ni els jutjats donaren mostres d’interès per aquest tipus de violència. En el cas de la bomba deixada al portal del meu pis, no vaig declarar mai a seu policial ni judicial. Crec que no hi hagué ni atestat, perquè ningú em va citar. No res. Tampoc conec el resultat final de les diligències judicials provocades per la denúncia que vaig presentar per l’intent d’assalt al palau de la Generalitat que hi hagué amb la crema d’una senyera. S’aportaren fins i tot fotografies per a identificar els autors dels aldarulls que es varen produir al voltant de la porta del palau, pujant per una finestra arribaren fins a la senyera del Consell penjada en un pal del balcó. No he sabut mai el resultat de la denúncia, ni si el president Monsonís la va retirar després. Cosa que tampoc em produeix gens de sorpresa.
I això passava perquè els governadors civils deixaven créixer la violència anticatalanista seguint la política d’un govern central feble i egoista, atès que tant el Consell com l’Ajuntament de València tenia una majoria d’esquerres. Inclús, un dels governadors que patírem en la província de València, feia també la guerra pel seu compte i escrivia, amb pseudònim, articles en què animava i justificava la protesta com a fruit dels errors del PSOE. Que l’escalada de la tensió tinguera com a objectiu el partit en l’oposició de l’Estat i majoritari al País Valencià ho consideraven molt beneficiós. El penós èxit que els aldarulls anticatalanistes anaren guanyant als carrers de la ciutat de València animà la UCD a posar-se al davant d’aquelles reivindicacions tan peregrines pel secessionisme lingüístic, lo Regne i la Senyera reial. El mateix Abril Martorell vingué des de Madrid, desplaçant Emilio Attard, per a encoratjar la pressió anticatalanista quan l’elaboració de l’Estatut d’Autonomia acordat pels partits unionistes a Benicàssim, per la via de l’article 143. Però malgrat l’aferrissada defensa, va perdre les eleccions de l’any 1982 anant com a cap de llista per València. L’anticatalanisme s’havia fet políticament major d’edat i aspirava a estar en els primers llocs de l’esquerra i la dreta política després de l’èxit aconseguit a la ciutat de València. Fins i tot temptà a una emancipació política total (URV), que no passà de l’Ajuntament de València, per a fondre’s entre els partits majoritaris (PSPV-PSOE i PP) i restar-hi de manera definitiva. En l’actualitat, arriba la influència als sectors del nacionalisme valencià, que sota l’excusa de fer una revisió de Joan Fuster (?), troben les arrels d’una «nació valenciana» sense contaminació amb els països catalans a partir de l’edat mitjana i amb continuïtat històrica fins al present. Però aquesta, com diria Rudyard Kipling, és una altra història.
L’anticatalanisme apareix amb Joan Fuster, però el catalanisme no n’és un invent, d’ell. Tampoc es pot considerar com un ideòleg o un politòleg que descobreix aquesta teoria. No ho crec. És curiós que els dos llibres objecte de les ires anticatalanistes els va escriure Joan Fuster de manera involuntària. En el cas d’El País Valenciano, l’editorial encarrega l’obra a un altre autor i, de rebot, en incomplir l’encàrrec, li’l passaren a Fuster. I en el pròleg de Nosaltres, els valencians, el mateix Fuster s’excusa d’escriure un llibre que més li hauria agradat llegir escrit per un altre. La qual cosa significa, al meu parer, com un intel·lectual sòlid, prolífic, erudit, crític fins a practicar un escepticisme crònic i de formació enciclopedista-volteriana arriba a ser difusor del valencianisme catalanista de manera un mica fortuïta i accidental.
El que sí que crec és que el «catalanisme» del País Valencià es produeix al mateix temps en què la producció industrial i de serveis supera la tradicional producció agrícola selectiva que era característica de l’economia del territori al llarg de la història. Un esforç que, a més a més, s’ha produït gràcies a la col·laboració d’una població emigrant que representava la quarta part de la població laboral, fet que demostra la formidable capacitat d’acolliment del nostre poble, com un poble mestís i de ribera del Mediterrani.
Foren els ianquis els qui ens demostraren, amb la Ford, el potencial del teixit productiu del nostre estimat país. Per una selecció d’ordinador varen descobrir que posseïa un territori pla, sol tot l’any, comunicacions fàcils per terra i mar (i això que no tenim el corredor del Mediterrani) envers un mercat de consumidors tan potent com l’europeu i, a més a més, una mà d’obra amb certa formació, creativa però gens recelosa davant d’un treball fastigós de producció industrial en sèrie, atès que no hi havia tradició industrial. Una mà d’obra damunt poc conflictiva per mantindre algun tipus de lligam o vinculació amb una producció agrícola familiar. Tenim, per tant, el teixit social i les condicions geogràfiques òptims per a qualsevol activitat econòmica del segle passat i del present.
En un poble amb eixa capacitat productiva per a una economia moderna, sense la dependència a les contingències de la natura i dels mercats que condicionen l’agricultura, és natural l’impuls d’aixecar-se dempeus per a aspirar a una modernització integral per guanyar els primers llocs en la contemporaneïtat colze a colze i dins de la societat que batega al mateix alè. Una anàlisi de la nostra realitat històrica i del present que provoca l’efecte coherent d’apoderament pel nostre poble. Eixe és l’impuls que descriu Joan Fuster a l’hora de trobar-hi la nostra relació comuna d’identitat amb els pobles de parla catalana, atès que a més de la llengua hi ha una cultura comuna d’esforç, treball i valors socials que són coincidents per a tota la gran nació catalana. Indicadors que ens diferencien molt profundament de la cultura tradicional espanyola, malgrat que dissortadament eren els més coneguts i practicats per l’antiga societat agrícola valenciana. La convivència històrica ens havia contaminat fins i tot per a justificar l’existència servil d’un «Levante feliz» nascut per a «ofrendar nuevas glorias a España», com reclama l’himne regional.
La potència del nou model de País Valencià, exigent i competitiu, capaç de produir una economia industrial i de serveis moderna i acollir una mà d’obra emigrant sense problemes exigia identificar-se entre els seus afins i la llengua resultava el vehicle natural de contacte. Una comunicació que facilitava la importància en la visió del model social més d’acord amb eixa seguretat de país. Una Catalunya moderna, competitiva, innovadora. Un País Valencià semblant. Dos economies complementàries. Uns països catalans amb el mateix model de societats horitzontals, força democràtiques i amb moral republicana. I calia aprofitar la sortida de la dictadura per soterrar els models del passat. Eixe pense que va ser el paper de Joan Fuster. Ell va posar el punt dalt d’un pal per trobar la «i». Ens va netejar les teranyines que impedien la perspectiva clara, diàfana i contundent de qui som. Així, doncs, tal com deia al principi, la perspectiva o punt d’enfocament sempre és el més important. I així serà sempre.
JOSEP LLUÍS ALBINYANA I OLMOS
Sant Joan de Moró, setembre del 2018
INTRODUCCIÓN:Hacia una nueva visión de la transición valenciana
Los valencianos parece que tenemos un contencioso inacabable con nuestra historia más reciente. La realidad es que nadie puede quedar indiferente a lo que sucedió durante el periodo 1976-1982 y a las cuestiones más controvertidas que lo acompañaron: la violencia anticatalanista, el nacionalismo, la izquierda en el poder, la guerra de los símbolos... Todo esto ya forma parte de nuestra propia biografía personal. De hecho, la sociedad valenciana de principios del siglo XXI no puede entenderse sin echar una mirada retrospectiva a aquellos años, y todo pese a que nuestra Transición ha acabado siendo instrumentalizada y tergiversada tanto por los medios de comunicación como por los intereses derivados del debate político.
La Transición valenciana representó la consecución de un proceso histórico de intensa secularización, liberalización económica y modernización social, que culminó con el recambio de las élites políticas –proceso en consonancia con el español–, aunque destacó, particularmente, por la forma en cómo se produjo ese relevo, de una violencia inusitada que sorprendió a propios y extraños, y cuyo epicentro se situó en la ciudad de Valencia. El recambio consistió en la sustitución de la élite política franquista, compuesta por falangistas y «franquistas puros» –sin más adscripciones–, de inquebrantable fidelidad «al régimen del 18 de julio», por un nuevo tipo de político formado en las organizaciones sociales, cívicas y culturales de oposición al franquismo. Una cuestión que hay que tener muy en cuenta es que no encontramos en las filas del franquismo valenciano ni el más mínimo atisbo de existencia de reformistas en condiciones de proceder a la reforma de las instituciones locales y provinciales. Esto condicionó el proceso transaccional y explica el carácter violento que tuvo la Transición valenciana, la cual acabó por resolverse de forma traumática, con vencedores y vencidos. Y esto, debido a diversas y complejas causas políticas, sociales y culturales que hunden sus raíces en la historia más reciente.
Como se analiza en el capítulo II, los fundamentos de nuestra convulsa Transición empezaron a gestarse en el periodo 1958-1962, cuando el franquismo valenciano sufrió una sacudida de gran magnitud a raíz de la riada del 14 de octubre de 1957 que devastó la ciudad de Valencia (la popularmente conocida como la riuà del 57), y que se resolvió con la vuelta al Ayuntamiento de Valencia del falangismo más exaltado. A todo esto, a partir de 1962, se sumaron una serie de factores como la polémica desatada con la publicación ese mismo año de El País Valenciano de Joan Fuster, y el renacer del movimiento estudiantil en la Universidad de Valencia, que resultaron ser mecanismos que se retroalimentaron entre sí. Se iniciaba así un periodo de reacción antifusteriana cuyos rasgos esenciales consistieron en el rechazo de la modernidad por parte de los sectores sociales más conservadores de la sociedad valenciana. Consecuentemente, con el franquismo más ultramontano en el poder local, quedó frustrada cualquier posibilidad de existencia de un sector reformista que procediera en un futuro a la reforma de la dictadura. He ahí por qué, durante el periodo 1977-1979, la resistencia al cambio político ofrecida por el Ayuntamiento y la Diputación de Valencia adquirió visos de resistencia numantina, aunque –haciendo uso de la ironía fusteriana– «de resistencia saguntina». Solo por la fuerza de los votos fue apartado el establishment franquista de la escena política (sabedor de que se le había agotado el tiempo histórico) no sin antes dejar su impronta al dejar en herencia a todos los valencianos un legado envenenado: el anticatalanismo.
La Unión de Centro Democrático (UCD) –a la vista de los decepcionantes resultados electorales que cosechó en todo el País Valenciano en 1977 y 1979– hizo del anticatalanismo un arma política para dividir a la izquierda y tomar la iniciativa en un territorio que le era adverso. El resto lo hizo todo un entramado mediático y financiero que avivó la airada reacción de determinados sectores de la sociedad valenciana que se alzaron en nombre de un pueblo herido en su orgullo e identidad (capítulo III). El GAV (Grup d’Acció Valencianista), la URV (Unión Regional Valencianista), Valencia 2000 y otras entidades y organizaciones satélites al servicio de la reacción se encargaron de realizar el trabajo sucio. Y, en medio de ese escenario, los jóvenes procedentes de la oposición política que anunciaban los nuevos tiempos, los representantes de la nueva política; jóvenes con ideas claras pero sin experiencia en la política del regate corto y en la gestión de los asuntos públicos. Unos advenedizos para las fuerzas vivas del cap i casal (término que hace referencia a la ciudad de Valencia con la finalidad de distinguirla de la provincia y del País). El resultado final fue toda una «desfeta» para las fuerzas políticas y sociales que representaron el antifranquismo valenciano.
Este es el cuadro general que presenta un conflicto político de enorme magnitud y que ha sido escasamente tratado por la historiografía. Por ello, a la hora de emprender un trabajo de estas características, resulta obligado plantearse si tiene sentido tamaña empresa. Como estudioso del pasado y vivamente interesado por nuestra Transición, pero también como ciudadano que se siente parte activa del presente, he pretendido escribir el libro que hubiera deseado leer sobre la Transición valenciana. Mi intención ha sido hallar respuesta a las muchas preguntas que, desde hace años, nos envuelven sobre nuestro pasado más reciente y contribuir a lo que hasta ahora ha sido la narrativa de la Transición valenciana. Consciente de la cercanía de los hechos y reconociendo la subjetividad en el análisis histórico –pero con la más sincera honestidad intelectual posible–, me he exigido historiar la Transición valenciana (1976-1982) desde el análisis de la violencia y de uno de los fenómenos sociales más decisivos del conflicto identitario valenciano (el anticatalanismo), que logró fracturar a la sociedad valenciana en dos bandos antagónicos e irreconciliables, catalanistas y anticatalanistas.
* * *
El título de este libro, Anticatalanismo y transición política, posee dos significados inseparables en la conciencia colectiva de los valencianos. De hecho, han vuelto a cobrar gran significado en la actualidad en la escena política española. Por una parte, el anticatalanismo ha despertado, «súbitamente», entre la opinión pública a raíz de la declaración unilateral de independencia de Cataluña el 27 de octubre de 2017 y de los sucesos que se desencadenaron tras la intervención de la Generalitat catalana por el poder central. Las imágenes que se vieron en televisión, de guardias civiles jaleados a la salida de sus cuarteles camino a Cataluña, muestran cómo en una amplísima parte de la sociedad española ha renacido un rancio fervor patriótico que creíamos superado por los tiempos. Y es que el anticatalanismo nunca ha dejado de ser una formidable arma política para la derecha de cara a mantener cohesionada su base social, tensar la sociedad y, de este modo, obtener rédito electoral. Y todo esto sin miramiento, pese a las devastadoras consecuencias que pueda producir al conjunto de la sociedad española. Es la herencia que hemos recibido del franquismo: una derecha con una cultura política basada en la criminalización del adversario como enemigo de los valores patrios. Con esta política, el consenso de la transición está roto.
Por otra parte, la transición política ha sido objeto en pocos años de un despiadado revisionismo político. Si la actual crisis catalana ha materializado, por un lado, la quiebra de lo que Pierre Vilar acuñó como el armazón del Estado español (la clase política madrileña y la burguesía catalana), por otro lado, ha hecho emerger de debajo de la superficie cuestiones que en la Transición acabaron cerrándose en falso. Y por varias razones, entre otras, por la falta de voluntad y visión de Estado de una élite política incapaz de regenerarse y de adaptar las instituciones y la Constitución a las exigencias políticas e históricas del momento. Cuestiones como la plurinacionalidad de España y la reorganización territorial del Estado o el lacerante desprestigio de la Monarquía han erosionado en poco tiempo el sistema político español. A todo esto hay que añadir que el discurso oficial sobre el carácter pacífico de la Transición ha quedado en entredicho, cuando no obsoleto.
Efectivamente, que la Transición española ha sido «pacífica y modélica» es frase que ha hecho fortuna, incansablemente repetida desde el poder político y los medios de comunicación. Sin embargo esta visión de la Transición presenta no pocos claroscuros. La violencia estuvo a la orden del día (a la vista del alto número de muertos y heridos que hubo) y convulsionó la vida política alterando la paz ciudadana, a veces, de una forma considerable. Así lo demuestran las investigaciones aparecidas en los últimos años, tales como las de Mariano Sánchez Soler (2010), Sophie Baby (2012) y la más reciente de Xavier Casals (2016), que ponen el foco en la violencia política.1 Estas investigaciones desenmascaran el discurso oficial de que la Transición española fue un proceso modélico de cambio político. Al contrario, fue uno de los procesos de cambio político más violentos del sur europeo. Ni Portugal, ni Grecia sumaron tal cantidad de víctimas mortales como España. Ahora bien –todo hay que decirlo–, con el tan denostado consenso se evitó lo que en aquellos momentos la ciudadanía en su fuero interno no deseaba bajo ningún concepto: que la dictadura acabara como empezó, con una nueva guerra civil. Y se vivió al filo de la navaja. La escalada de tensión política, junto a la siniestra dialéctica de acción y reacción del terrorismo de extrema derecha y extrema izquierda, consiguió moderar a los protagonistas políticos del proceso transaccional. El tenso ambiente político –con el ruido de sables de fondo– forzó a los actores políticos a la vía del pragmatismo y posibilismo que desembocó en la promulgación de la Constitución de 1978.
Por lo que se refiere a la Transición valenciana, la violencia adquirió características singulares respecto al proceso español, y por una serie de factores, del que destaca uno de extraordinario peso histórico: el radical carácter popular de nuestra Transición, en la que se vieron envueltos amplios sectores sociales –la gran mayoría silenciosa– que, de una forma u otra, justificaron una violencia dirigida contra personalidades e intelectuales demócratas, partidos nacionalistas y de izquierda, y organizaciones cívicas o culturales democráticas. El papel de la violencia fue determinante, pues tuvo un claro objetivo político: dinamitar las posiciones de los partidos de izquierda que, en el País Valenciano, habían ganado las elecciones (tanto las generales de 1977 y 1979, como las municipales de 1979), reconducir el proceso autonómico hacía la vía del art. 143 de la CE, e inclinar la balanza a favor de las fuerzas más conservadoras de una sociedad que se escoraba peligrosamente hacia la izquierda. De esta forma, se consiguió que la violencia acabara dictando la agenda política valenciana y salvaguardara el proyecto de reforma política en el País Valenciano.
Consecuentemente, la Transición valenciana fue un periodo convulso, de difícil convivencia debido a la disputa por el control de un proceso en el que la política pasó a tener una profunda carga simbólica (y emocional), lo que facilitó un escenario de enfrentamiento muy favorable a las fuerzas más conservadoras. La espada de Damocles estuvo pendiendo desde el primer momento sobre los partidos políticos, o mejor dicho, sobre la izquierda que ganó las sucesivas elecciones celebradas hasta el año 1982. El resultado fue que, sobre el escenario de la transición, acabó por representarse una tragicomedia que mostró lo más grotesco de la política valenciana. Todo un lastre histórico para la sociedad, la cultura y la economía valencianas.
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Desde un punto de vista historiográfico, estas páginas pretenden sumarse a la extensa bibliografía existente sobre el tema y contribuir, en la medida de lo posible, a lo ya publicado, aportando tanto algunas sugerencias de relieve como nuevos enfoques. Se han escrito toneladas de papel, infinidad de artículos, ensayos y estudios que invariablemente han querido ofrecer una explicación a la cuestión identitaria, auténtico elemento catalizador de la política de la Transición valenciana. Son innumerables los trabajos publicados desde diversos campos como el ensayo periodístico, la política o la sociología. El listado resulta interminable, pero existen una serie de obras –sobradamente conocidas por el lector– que han constituido un eslabón en el largo camino del estudio y conocimiento de nuestra Transición. Ahí tenemos La pesta blava de Vicent Bello (1988), Roig i blau de Alfons Cucó (2002), No mos fareu catalans de Francesc Viadel (2006) y la más reciente, Noves glòries a Espanya de Vicent Flor (2011). Por cierto, obras con las que me encuentro totalmente en deuda.
Sin embargo, a estas alturas cabe preguntarse qué es lo que ha aportado la historiografía al estudio de la Transición valenciana. Pues bien, a pesar de que existe al alcance de cualquier ciudadano una extensa bibliografía, contrasta con la escasez de trabajos históricos realizados sobre el tema. Desde la historiografía no se ha ofrecido un argumento satisfactorio a las causas y orígenes de la convulsa Transición valenciana. Posiblemente, ha faltado un tratamiento de la Transición que pudiera haber cautivado al público, con nuevas ideas, con nuevas perspectivas. Ha faltado, también, vocación por historiar –como señalaba Pierre Vilar, no como atracción al pasado sino como voluntad de captar mejor el presente–. Por tanto, han sido periodistas, politólogos y sociólogos los que se han encargado de la custodia de la memoria de la Transición, pues la recuperación por parte de los historiadores de nuestro pasado más inmediato ha quedado fundamentalmente atascada por la investigación del franquismo, que ha absorbido toda la atención y el esfuerzo investigador.
No obstante, ya han pasado cuatro décadas (el mismo tiempo que duró el franquismo) y aún no se ha abordado con decisión el estudio de nuestra Transición. A ello ha contribuido poderosamente la amnesia colectiva que padece la sociedad valenciana sobre su historia más reciente. Además, a esto hay que sumar la desacertada percepción que, en ocasiones, se ha tenido de algunos aspectos de nuestra Transición y a la que han contribuido una serie de tesis emplazadas en el debate académico y ampliamente interiorizadas por la opinión pública. La primera es la relativa a la falta de industrialización del País Valenciano. Sin embargo, esta tesis pronto fue impugnada por Ernest Lluch en sus estudios sobre la estructura económica valenciana. Pero gracias a sus trabajos y a la influencia lluchiana en el estudio de nuestra economía ha llegado a superarse tal controversia. Desgraciadamente, no tuvimos ocasión de deleitarnos con lo que hubiera sido un enriquecedor debate entre Joan Fuster y Ernest Lluch que hubiera podido esclarecer, desde sus inicios, importantes aspectos de esta polémica.
Y a esta tesis hay que añadir otras que han tenido amplio predicamento entre la intelectualidad valenciana, tales como la ausencia de una burguesía demócrata e ilustrada o la que concibe el blaverismo como un tipo de «fascismo autóctono»; un movimiento de «quatre gats» las cuales han resistido el paso de los años. Lamentablemente, estas tesis han acabado siendo utilizadas de forma abusiva de cara a elaborar un análisis, bien sea político o bien cultural, de la cuestión identitaria. En consecuencia, su utilización ha acabado produciendo más confusión que beneficio al estudio de la Transición valenciana. A los jóvenes historiadores les corresponde rendir cuentas sobre una de las etapas históricas más apasionantes del siglo XX valenciano.
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Asimismo, quisiera tener un emotivo recuerdo para el profesor y filólogo Manuel Sanchis Guarner (1911-1981) –referente en la recuperación de la historia y la lengua de los valencianos–, quien junto a su familia padeció de forma inmisericorde la violencia. La sociedad valenciana no ha sido justa con Sanchis Guarner. No hemos sabido valorar (o ver) con claridad el lugar que su personalidad ocupó; por un lado, desde su integridad humana y moral, en su papel conciliador; y por otro, desde su compromiso cívico, por la posición social que ostentó entre la burguesía de la ciudad de Valencia.
Sanchis Guarner continúa siendo una referencia viva para todo el ámbito de la filología, donde hizo escuela en diversos campos, como la gramática normativa, la dialectología o la historia de la lengua, siendo entrañablemente recordado por las generaciones de filólogos valencianos que se han formado desde entonces. Sin embargo, queda pendiente un reconocimiento público y explícito de su figura entre el gremio de los historiadores. Su recuerdo entre nosotros ha sido imborrable pero, todo hay que decirlo, la influencia guarniana ha sido más bien exigua. No le hemos prestado la atención que merece, hecho que nos hubiera permitido apreciar, desde otra perspectiva, la caledoscópica Transición valenciana. Posiblemente, por la escasa influencia de la obra guarniana entre historiadores, politólogos y sociólogos, se ha generado una escolástica de la Transición valenciana (y del blaverismo) que ha acabado haciendo más daño que beneficio al conocimiento de la historia reciente de los valencianos.
Sanchis Guarner, por su talante y visión de la realidad, comprendió la «sana valencianía», ese valencianismo temperamental del que hicieron gala amplios sectores de la sociedad valenciana y que se encuentra escrito en las estrofas del himno regional. No rehuía la crítica al mundo de la cultura y la intelectualidad de la que él era referente de primera magnitud. Entendió el carácter pasional de ese sector de valencianos que, con toda vehemencia, se declara visceralmente anticatalanista. Sanchis Guarner tenía una visión de la sociedad más a ras de suelo. Era plenamente consciente de que tener la razón histórica no implicaba tener la razón política. Y es este el gran legado que nos ha dejado Sanchis Guarner y que los historiadores estamos obligados a recuperar.
Como se constata en el capítulo IV, cuestión destacable ha sido el estudio realizado sobre la base del examen de los expedientes judiciales de la violencia de que fue objeto el insigne filólogo e historiador; unos expedientes, por cierto, que pudimos consultar en el Archivo Judicial Provincial de Valencia allá por noviembre-diciembre de 2013 y que fueron expurgados en marzo de 2015, dos meses antes de las elecciones municipales y autonómicas celebradas en la Comunidad Valenciana. Quede constancia en estas páginas del contenido de los expedientes judiciales para el conocimiento de investigadores e interesados. Con la consulta de los expedientes judiciales también hemos podido reconstruir los sucesos del 9 de Octubre de 1979 en los que la reacción, camuflada de insurrección popular, campó a sus anchas en una operación de acoso y derribo de las nuevas instituciones democráticas (Ayuntamiento de Valencia y Consell preautonòmic). Además, el acceso a otros archivos públicos, como los del Gobierno Civil y de la Diputación de Valencia, ha permitido una serena valoración de la postura que tomó la autoridad gubernativa respecto a la violencia. Y es que el acceso a las fuentes primarias nos aporta una particular visión del conflicto identitario, despejando el camino para el esclarecimiento de algunos aspectos de nuestra Transición. Es el momento de repensar históricamente la Transición valenciana.
Para acabar, quisiera agradecer a todos los que han participado, de una u otra forma, en mi investigación. En primer lugar, a quienes han aportado su testimonio personal a este trabajo. A todos y cada uno de ellos: César Llorca, Carmen Alborch, Salvador Blanco, Eliseu Climent, Paco Burguera, José María Adán, Manuel Broseta Dupré, Josep Lluís Albinyana, Manuel Sanchis-Guarner Cabanilles, Vicent Bello, Mariano Sánchez Soler, Ferran Belda, Josep Guía, Manuel Girona, Alfons Llorenç, Juan José Pérez Benlloch y Rosa Solbes.
En segundo lugar, deseo agradecer a los directores de mi tesis doctoral, Dr. Marc Baldó Lacomba y Dr. Ricard Camil Torres Fabra, su inestimable colaboración, sin la cual esta investigación no hubiera alcanzado el rigor histórico que requiere un trabajo de estas características. A ellos se lo debo. Además, quiero tener un especial recuerdo para los miembros del tribunal que evaluó mi tesis doctoral, el Dr. José Miguel Santacreu de la Universitat d’Alacant, el Dr. Pelai Pagès de la Universitat de Barcelona y la Dra. Rosa Monlleó de la Universitat Jaume I de Castelló. Asimismo, también, quiero agradecer al Dr. Juan Carlos Colomer Rubio y al Dr. Miquel Nicolàs Amoròs, de la Universitat de València, los valiosos consejos que me han ofrecido en mi investigación. Y finalmente, añadir a esta nómina a todo el personal de la Hemeroteca Municipal y de la Biblioteca Municipal Central de Valencia, así como al personal de todos los archivos que he visitado y que tan diligente y eficientemente han facilitado el trabajo investigador.
Mención aparte, deseo dejar constancia de mi gratitud personal a Miguel Ángel Piqueras y Manolo Peretó, quienes, en nuestras acostumbradas tertulias, me han proporcionado innumerables sugerencias, y lo más importante, me han colmado de ánimos en los momentos más difíciles de mi investigación. No quisiera tampoco pasar por alto mi agradecimiento a Xavier Giner y Stefano Cecchi por sus oportunas observaciones sobre los orígenes de la violencia política.
Para acabar, quiero recordar a todos quienes, en cada instante, me han mostrado su apoyo, y en especial a mi familia, Amparo Lluna, Juan Hortelano y mi esposa Concha Hortelano, quien, desde la intendencia, ha colaborado incansablemente, en la recta final de esta investigación. Aunque el recuerdo más emotivo es para mis hijos, Ferran y Daniel, permanente fuente de inspiración.
Valencia, junio de 2018
1 Manuel Sánchez Soler: La Transición sangrienta. Una historia violenta del proceso democrático en España. (1975-1983), Barcelona, Península, 2010; Xavier Casals: La transición española. El voto ignorado de las armas, Barcelona, Pasado&Presente, 2016; y Sophie Baby et al.: Le myte de la transition pacifique: violence et politique en Espagne (1975-1982), Madrid, Casa de Velázquez, 2012.
ACRÓNIMOS/SIGLAS
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AP
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BOCPV
Butlletí Oficial del Consell del País Valencià
BR
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CC. OO.-PV
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CE
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CEDA
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CEE
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DSS
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ENV
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EPOCA
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GAV
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GRAPO
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UDPV
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URV
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USO
Unión Sindical Obrera
UV
Unió Valenciana
I. LA TRANSICIÓN Y EL ESPÍRITU DE LA REFORMA POLÍTICA (1973-1976)
Me siento total y absolutamente responsablede todo mi pasado. Soy fiel a él, pero no me ata.
TORCUATO FERNÁNDEZ-MIRANDAPresidente de las Cortes y del Consejo del Reino(1975-1977)
El año de 1962 es históricamente un año excepcional. En opinión del historiador Xavier Domènech, «1962 fue un año extraordinario, a todas luces uno de esos años raros en la historia que marcan un antes y un después, que señalan tanto la muerte de lo viejo, como el nacimiento de lo nuevo».1 De hecho, 1962 es un punto de inflexión en la historia política del franquismo y todo un referente para el estudio de los fundamentos políticos y sociales de la transición política, de forma particular de la Transición valenciana.
Ese año supuso un cambio de ciclo en el desarrollo político de la dictadura. La coalición reaccionaria vencedora de la guerra civil comenzaba a agrietarse, a la vez que empezaban a mostrarse –aún en estado embrionario–, por un lado, las fuerzas sociales que conformaron una oposición política capaz de echar un pulso a la dictadura; y por otro, la aparición de una facción, entre las distintas familias del régimen, que se situaría en disposición de reformar el sistema político desde las mismas entrañas del Estado.
En esta fase histórica que se inicia, el País Valenciano no resulta una excepción. En la propia crisis de 1962, «encontramos la «prehistoria» de las corrientes políticas de la transición a la democracia en Valencia»,2 con un movimiento obrero y un incipiente movimiento nacionalista que llegarán a la Transición en una coyuntura política condicionada por la inexistencia de una facción reformista, hecho que históricamente dotará de singularidad la transición política valenciana.
El hecho es que, en 1962, se dan una serie de acontecimientos de indudable trascendencia. El movimiento huelguístico de los mineros asturianos y la formación de comisiones estables de obreros, la aparición de un movimiento estudiantil democrático y de oposición al sindicato universitario franquista (SEU), el encuentro en Múnich de personalidades y partidos de la oposición política moderada (republicanos, socialistas y monárquicos) y los cambios que se estaban produciendo en el seno de la Iglesia católica española –con el Concilio Vaticano II de fondo– constataron la crisis de un sistema político que irremediablemente entró en abierta contradicción con el proceso de liberalización económica iniciado en 1957, y caracterizado por el ascenso al poder de los tecnócratas y la caída en el ostracismo de «las viejas camisas azules».
Los tecnócratas, las nuevas élites del régimen compuestas por profesores universitarios, altos funcionarios, abogados y políticos vinculados al Opus Dei, con estrechas relaciones con la banca y la gran industria, ocuparon en 1957 los puestos clave del Estado y del Gobierno, procediendo a una reforma económica y administrativa que necesitó del Estado autoritario –permisivo a la corrupción administrativa y represivo con el mundo laboral– para poner en marcha los instrumentos institucionales que garantizaran la continuidad del régimen (Ley Orgánica del Estado de 1967), y a la vez desarrollar un programa económico –el desarrollismo tecnócrata–, basado en la especulación financiera, la industrialización y un caótico crecimiento urbanístico que aumentó los desequilibrios sociales y regionales pero que condujo a España al crecimiento económico y a la modernización social, sentando las bases históricas para la desaparición del franquismo.
1.1 LA CUESTIÓN SOCIAL EN LA CRISIS DEL ESTADO FRANQUISTA
Por lo que se refiere al País Valenciano, en primer lugar, el año 1962 supuso el comienzo de un ciclo político caracterizado por el aumento de las protestas obreras y la aparición de un nuevo modelo de conflictividad laboral, surgido a raíz de la promulgación de la ley de convenios colectivos de 1958, modelo que constató «la quiebra de “la paz laboral” del modelo autoritario y paternalista de posguerra»3 y posibilitó que los trabajadores se organizaran en las empresas en comisiones de obreros estables para la defensa de sus intereses. Particularmente, en Valencia, la Unión Naval de Levante, la Papelera Española, los Altos Hornos de Sagunto, los astilleros ELCANO o la empresa de suministros ferroviarios MACOSA se convirtieron en «fábricas de referencia»4 para un renovado y moderno movimiento obrero valenciano.
En la capacidad de los trabajadores de esas empresas en organizarse fuera de la estructura de los sindicatos oficiales, se fundamentó la fortaleza de un movimiento obrero que llegaría a la transición con una fuerza y empuje sin precedentes. Y es en 1962, sobre la base de ese nuevo modelo de conflictividad social y del cambio de estrategia de la clase obrera contra la dictadura, cuando encontramos la singularidad y los límites de un crecimiento que condicionó históricamente el desarrollo de una alianza antifranquista.
En 1962 se producen las primeras huelgas obreras en Valencia. La repercusión social de estas huelgas la constatamos en la sentencia dictada en la causa 629/62 seguida en el Juzgado Nacional de Actividades Extremistas. En este sumario fueron condenados a penas de prisión cinco miembros del Comité Provincial del PCE de Valencia detenidos a raíz de la caída del aparato del Partido ese año. Destaca, por un lado, la juventud de los acusados, no fichados por la policía, provenientes de la inmigración, de organizaciones obreras católicas, e incluso del Frente de Juventudes; y por otro, la extrema dureza del aparato judicial contra estos jóvenes acusados del delito de rebelión militar por redactar clandestinamente octavillas llamando a la huelga general para mayo, en solidaridad con los mineros asturianos.
Así pues, dos cuestiones podemos extraer de esta lectura: primera, el cambio generacional que se había producido en el movimiento obrero valenciano; y segunda, que continuaba intacto todo el poder represivo del aparato del Estado para mantener ante cualquier tipo de protesta el orden y la «paz social».5
Así pues –vistas las circunstancias históricas y políticas–, esta nueva clase trabajadora surgía en unas condiciones muy adversas:
El nuevo movimiento obrero que nacía en los años sesenta consumió buena parte de sus esfuerzos, no en luchar contra medidas del gobierno que alteraban las condiciones del mercado de trabajo, como sucede ahora, sino por el derecho a la existencia contra la arbitrariedad de la legislación de orden público, la policía política de la dictadura, la burocracia verticalista, los tribunales militares y jurisdicciones especiales, los despidos y las represalias de la patronal.6
Pero, pese a la adversidad, «al filo de los primeros sesenta la temida hidra obrera había vuelto a resurgir con renovadas fuerzas».7 A la nueva etapa de crecimiento económico y desarrollo capitalista se correspondían unas nuevas relaciones laborales propias de una sociedad industrial avanzada, y en la que una nueva clase obrera, ajena a la tradición de las dos centrales históricas (la CNT y la UGT), «tuvo que organizarse ex novo al faltarle o no servirle las experiencias pretéritas».8 La formación y el desarrollo de un nuevo movimiento obrero entre 1962 y 1976 estimuló el desarrollo de todo un movimiento social en el que desempeñó un papel protagonista la clase trabajadora industrial.