Antropología lingüística - Sergio Valdés Bernal - E-Book

Antropología lingüística E-Book

Sergio Valdés Bernal

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Beschreibung

Esta obra describe diferentes tendencias de los estudios lingüísticos, cuyo interés principal no se centra únicamente en el análisis interno de una o varias lenguas, sino en la relación del lenguaje con la sociedad, la cultura, el pensamiento y el proceso evolutivo del ser humano como ente social hablante.

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Seitenzahl: 311

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Se agradece a la Fundación Fernando Ortiz por cedernos su edición, en la cual se basa el presente libro.

Revisión técnica para ebook: Enid Vian

Edición: Yamel Santana Valdés-Hernández

Diseño de cubierta: Deguis Fernández Tejeda

Diseño interior: Bárbara A. Fernández Portal y emplane digital: Bárbara A. Fernández Portal

© Sergio Valdés Bernal, 2009

© Sobre la presente edición:

Editorial de Ciencias Sociales, 2021

ISBN 9789590623646

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras ediciones.

INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO

Editorial de Ciencias Sociales

Calle 14, no. 4104 entre 41 y 43, Playa

La Habana, Cuba

[email protected]

www.nuevomilenio.cult.cu

Índice de contenido
Presentación
Breve historia de los estudios antropológicos
Breve historia de los estudios lingüísticos
Conceptos básicos de la lingüística
La lingüística antropológica y sus aportes al estudio del lenguaje, la cultura y el pensamiento
En torno al surgimiento del ser humano y de su lenguaje
Las teorías sobre el origen del lenguaje articulado y sus fundamentos biológicos
La diversificación racial y la aparición del lenguaje
La evolución de la sociedad humana y el lenguaje
La clasificación de las lenguas
Bibliografía
Del autor

El lenguaje y la cultura se implican mutuamente, debiendo ser concebido el lenguaje como una parte integrante de la vida social y estando la lingüística estrechamente unida a la antropología cultural.

Roman Jakobson (1976: 27)

Dedico este libro a Bohuslav Havránek, Josef Kurz, Karel Hausenblas, Iván Lutterer, Zdenek Urban, Oldrich Tichý, Josef Dubský, Isaac Barreal, Ernesto Tabío, José Antonio Portuondo, Mirta Aguirre, Julio Le Riverend, Manuel Rivero y Ramón Dacal, quienes, de una forma u otra, me ayudaron a encontrar y transitar por esta apasionante vereda de los estudios lingüísticos.

Un agradecimiento especial para Jesús Guanche, José A. Matos y Teté Blanco por sus atinadas observaciones, así como para todos aquellos que tuvieron que ver con la publicación de este libro.

Presentación

La intención de este libro es familiarizar a los historiadores, antropólogos, arqueólogos, etnólogos y especialistas de otras ramas de las ciencias sociales, en general, con las diversas tendencias de los estudios extralingüísticos, es decir, estudios cuyo interés principal no se centra únicamente en el análisis interno de una o de varias lenguas, sino en la relación del lenguaje con la sociedad, con la cultura, con el pensamiento y con el proceso evolutivo del ser humano como ente social hablante. Debido a la limitación de espacio, no pudimos extendernos —como hubiésemos querido— en la explicación de determinados conceptos o tendencias de la lingüística y de la antropología, por lo que, en cada caso, recomendamos la consulta de la bibliografía elemental correspondiente al tema que se aborda.

Esperamos que esta publicación satisfaga la necesidad y la curiosidad de todos aquellos que, si bien no se dedican a estudios lingüísticos, por su profesión —consciente o inconscientemente— se ven obligados a entrar en contacto con la problemática de ese maravilloso y a veces desconocido mundo que es el lenguaje articulado.

Sergio Valdés Bernal

La Habana, enero de 2000

Breve historia de los estudios antropológicos

La antropología (del gr. ánthropos, ‘ser humano’, y logos, ‘discurso’) o ciencia sobre el surgimiento y desarrollo del ser humano y su especie, surgió durante el último cuarto del siglo xix, cuando fue reconocida como una disciplina científica social. J. Caro (1985: 32) nos recuerda que el vocablo «antropología» comenzó a utilizarse entre 1840 y 1850 para denominar los estudios sobre las culturas de los pueblos no desarrollados.

Según explica H. Applebaum (1987a: 1), la antropología, como tal, se desarrolló sobre las bases de la revolución racionalista del pensamiento y la filosofía que sucedió al período renacentista en Europa. En Francia comenzó con Carlos de Secondat, barón de Montesquieu (1698-1755), pensador principal de la primera generación de iluministas franceses. Fue un escritor que criticó el absolutismo real. Su obra capital es El espíritu de las leyes (1748), un verdadero tratado de filosofía social, en el que hace agudas observaciones acerca de la división de poderes. Su pensamiento acerca de la división de los poderes en contra del absolutismo real y la vinculación con la burguesía, influyó considerablemente en la redacción de las actas de la constitución de la Revolución francesa del siglo xviii y de la de los Estados Unidos de Norteamérica, de 1787.

Otros antecesores franceses de la antropología fueron el filósofo y matemático Jean Le Rond D´Alambert (1716-1783), autor del Discurso preliminar de la enciclopedia francesa y del famoso Tratado de dinámica; Antoine Caritat, marqués de Condorcet (1743-1794), matemático y político francés, autor de Esquema de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano; y Roberto Turgot, barón de L´Aulne (1727-1781), ministro de hacienda de Luis XVI, quien realizara grandes reformas liberales inspiradas en la doctrina de los fisiócratas (del gr. physio, ‘naturaleza’, y krátos, ‘poder’). Se trata de una doctrina económica que atribuye a la naturaleza el origen exclusivo de la riqueza y, por tanto, el predominio de la agricultura sobre la industria. Por cierto, el famoso economista cubano Francisco de Arango y Parreño —1765-1837— trató de adaptar la doctrina economicista fisiócrata a la economía cubana (ver: M. del C. Barcia, 1990: 49). De modo que los enciclopedistas y fisiócratas crearon las bases para el desarrollo del enfoque antropológico de la sociedad humana (E. Evans-Pritchard, 1957: 20).

Por otra parte, el economista y filósofo francés Claudio Enrique, conde de Saint-Simon (1760-1826), guía de la escuela política y social de los sansimonianos, fue el primero en proponer claramente una ciencia de la sociedad. El sansimonismo preconizaba el colectivismo que asegurara «a cada uno según su capacidad y a cada capacidad según sus obras»; criticaba la propiedad privada, ya que desemboca en una sociedad anárquica de la producción que conduce a la «explotación del hombre por el hombre». Esta corriente del pensamiento filosófico de la época desembocó posteriormente en una verdadera secta religiosa. Después de la Revolución francesa, Saint-Simon fue uno de los iniciadores del socialismo y de la sociología moderna (no debemos confundirlo con su pariente, el famoso escritor Luis de Bouvroy, duque de Saint-Simon, 1675-1755). Claudio Enrique destacó de manera especial la utilidad de la ciencia, el conocimiento y la tecnología (ver: A. Gouldner, 1965: 11-88).

El discípulo más conocido de Saint-Simon, quien acabó separándose de él, fue el filósofo francés Augusto Comte (1798-1857), creador de la escuela positivista. A él se debe una de las obras capitales de la filosofía decimonónica: Curso de filosofía positiva (1830-1842). A Comte, asimismo, se debe el desarrollo de una nueva ciencia de la sociedad, que denominó sociología. La corriente de racionalismo filosófico francés que se originó en estos autores franceses influyó considerablemente en épocas posteriores en el desarrollo de la antropología inglesa mediante las obras del sociólogo francés Emil Durkheim (1858-1917), considerado uno de los fundadores de la escuela sociológica francesa, y del también filósofo francés Lucien Levy-Bruhl (1857-1939), autor de estudios sobre la mentalidad primitiva y la moral sociológica. Todos fueron descendientes en línea directa de la tradición sansimoniana.

En Inglaterra la antropología social nació a partir de los filósofos moralistas escoceses del siglo xviii. Los más conocidos fueron David Hume (1711-1776), representante del empirismo o tendencia filosófica que deposita en la experiencia el origen de nuestros conocimientos (fue el autor de un célebre Ensayo sobre el entendimiento humano), y Adam Smith (1723-1790), quien, en sus Investigaciones sobre la naturaleza de la riqueza de las naciones, consideraba el trabajo como fuente de la riqueza; el valor basado en la oferta y la demanda; el comercio libre de toda prohibición; y la competencia como principio básico. Estos autores afirmaban que las sociedades eran sistemas naturales, con lo que daban a entender que la sociedad deriva de la naturaleza humana y no de un contrato social, por lo que en cierto sentido se oponían a los planteamientos del también filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1670), uno de los representantes del materialismo dieciochesco y autor de Leviathan, tratado sobre el poder estatal. Por cierto, Hobbes señalaba que el conocimiento es posible gracias al lenguaje, y que el concepto no es más que un nombre acompañado de una imagen individual, por lo que negaba la existencia de los universales o de lo general. Con ello se aproximó a la doctrina filosófica del nominalista inglés William de Occam (ca. 1290-1349) y de sus seguidores (Occam es considerado el precursor del empirismo).

Como señala E. Evans-Pritchard (1957: 28), en las especulaciones teóricas de estos autores del siglo xviii se concentran ya todos los elementos integrantes de la teoría antropológica del siglo xix, así como del actual que concluye. Todos ellos destacaron la importancia de las instituciones y suponían que las sociedades humanas son sistemas naturales, e inisistieron en que su estudio debe ser empírico e inductivo, es decir, sacar de los hechos particulares una conclusión general. Además, afirmaban que su propósito era descubrir y formular principios universales o leyes, especialmente en función de las etapas de la evolución, revelada gracias al método comparativo de la historia conjetural. Estos investigadores son muy importantes para la historia de la antropología, especialmente porque enfocan sus estudios desde el punto de vista de la sociedad —y no de los individuos— y porque se inclinan a formular principios generales.

Los filósofos dieciochescos y decimonónicos se sirvieron de las poblaciones primitivas como prueba para apoyar sus argumentos sobre la naturaleza de las sociedades «primitivas» en contraposición a las «civilizadas», o sea, la anterior al establecimiento del gobierno por contrato o aceptación del despotismo. El filósofo inglés John Locke (1632-1704), en su Ensayo sobre el entendimiento humano, se refiere especialmente a comunidades primitivas en sus reflexiones sobre religión, gobierno y propiedad. Por otra parte, el etnólogo inglés Edward Burnett Tylor (1832-1917) y el etnólogo y arqueólogo estadounidense Lewis Henry Morgan (1818-1881), autor de la Sociedad primitiva, en sus respectivos países sentaron las bases de la antropología social. En sus obras aparece el estudio directo de las sociedades primitivas, junto a la teoría conjetural sobre la naturaleza de las instituciones sociales.

Amerita la pena señalar que Tylor fue uno de los autores que más influyó en los inicios de la antropología bajo el influjo de la teoría evolucionista, debida al filósofo inglés Herbert Spencer (1820-1903), uno de los fundadores de la sociología. Por cierto, a E. B. Tylor (1968: 1), autor de Introducción al estudio del ser humano y de su evolución (1781), se debe el concepto «clásico» de cultura:

La cultura o civilización, en sentido etnográfico amplio, es aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las ciencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridas por el hombre en cuanto miembro de la sociedad.

Morgan, por su parte, realizó un aporte antropológico en cuanto a los términos de parentesco. Dividió la historia en tres etapas principales: salvajismo, barbarie y civilización. Ofreció un esquema de análisis de acuerdo con ciertos elementos culturales correlacionados en actividades económicas, costumbres sociales e instituciones políticas. Muchas de sus interpretaciones fueron equivocadas por su posición racista, mientras que en otros casos halló conclusiones históricas muy importantes, como las anotadas en sus estudios lingüísticos. No menos importante fue la labor del etnólogo inglés Sir James Frazer (1854-1941), quien creía firmemente en las leyes sociológicas y quien, gracias a su talento literario, fue un gran divulgador de la antropología social entre el gran público. Frazer postuló tres etapas de evolución, por las que, según él, pasan todas las sociedades: magia, religión y ciencia.

Mientras se iba desarrollando y fortaleciendo el enfoque social de los antropólogos, el naturalista y fisiólogo inglés Charles Robert Darwin (1809-1882) desarrolló su célebre teoría de la evolución de las especies —conocida como darwinismo—, la que postuló en su obra Del origen de las especies por medio de la selección natural (1859). El abogado e historiador suizo Johannes Jacob Bachofen (1812-1887), a su vez, dio un notable impulso a los estudios antropológicos con su libro Derecho materno (1861), que fue un hito en el análisis de la familia y del descubrimiento del matriarcado o sistema social en el que predomina la autoridad de la mujer, de la madre.

Los antropólogos evolucionistas basaban su trabajo en el reporte de viajeros, misioneros, etc., o sea, eran antropólogos «de gabinete», ya que realizaban sus investigaciones en bibliotecas y museos, sin acudir al llamado «trabajo de terreno» o «de campo». La rigidez de sus esquemas evolutivos y lo tendencioso de sus datos fue motivo de la crítica a sus resultados y métodos.

Uno de los primeros estudiosos que reaccionó en contra de la teoría evolucionista decimonó-nica imperante en la antropología fue Franz Boas (1858-1942), etnólogo, lingüista y antropólogo germano-estadounidense, quien con sus investigaciones sobre las culturas indoamericanas devino la figura predominante de la antropología norteamericana durante el período 1920-1950. Boas impuso la recolección de datos y el método de observación participativa en la antropología, así como la convivencia en la comunidad para obtener datos directamente. Además, Boas es considerado el fundador de la escuela estructuralista norteamericana, o sea, fue el impulsor de un método de investigación que pone el énfasis en el estudio de las estructuras que se repiten en los fenómenos que se estudian, sin tomar en cuenta su génesis o función.

Otra reacción a las teorías evolucionistas decimonónicas vigentes en la antropología de principios del siglo xx fue la corriente llamada funcionalismo, representada por el antropólogo y sociólogo polaco Bronislaw Malinowski (1884-1942). El funcionalismo se dedicaba al estudio de las condiciones que posibilitaron preservar el balance, la unidad y la estabilidad del sistema social estudiado. Sus conceptos básicos son la estructura, el sistema y la función. Malinowski llegó a interpretar la realidad étnica no como «culturas salvajes», sino como culturas coloniales en proceso de rápida transformación. Como señala A. Kuper (1973: 10), su teoría del cambio cultural era tan insatisfactoria, que el ímpetu que dio al estudio de las realidades coloniales se vio gravemente debilitado.

En tiempos de Malinowski tenía gran vigencia el término de aculturación con toda la carga etnocentrista y eurocentrista con que la había entronizado el etnógrafo norteamericano John Wesley Powell en su Introducción al estudio de las lenguas indígenas (1881). Los también estadounidenses Robert Redfield (1897-1958), Melville Jean Herskovitz (1895-1963) y Ralph Lipton (1893-1953) utilizaron en sus obras el término de aculturación con el mismo sentido etnocentrista, a lo que se opuso el antropólogo y sociólogo cubano Fernando Ortiz (1881-1969) en su libro Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar (1940), en cuanto al proceso de etnogénesis de los pueblos hispanoamericanos. De ahí que propusiera el término transculturación para identificar ese proceso de toma y daca entre culturas, que no constituye una asimilación total mediante los patrones impuestos por el colonizador europeo. El término propuesto por Ortiz con su nuevo y antieurocentrista enfoque fue acogido inmediatamente por Malinowski, quien prologó el libro del sabio cubano. En la actualidad, aunque el concepto de transculturación ha sido reconocido y utilizado incluso por investigadores no cubanos, como es el caso, por ejemplo, del español Germán de Granda (1979) y del peruano Fernando Romero (1987), predomina en la literatura especializada a escala mundial el concepto de aculturación, aunque un poco modificado en su nueva concepción (ver: J. Guanche, 1999). Incluso el Diccionario de la Real Academia Española se ha hecho eco de la distinción entre ambos conceptos:

Aculturación: Recepción y asimilación de elementos culturales de un grupo humano por parte de otro.

Transculturación: Recepción por un pueblo o grupo social de formas de cultura procedentes de otro, que sustituye de un modo más o menos completo a las propias.

Mientras el funcionalismo de Malinowski se imponía en el contexto estadounidense, el antropólogo inglés Alfred R. Radcliffe-Brown (1881-1955), apoyándose en el estructuralismo, realizaba estudios etnográficos en Sudáfrica. La metodología de este antropólogo consistía en abordar los hechos de la cultura entre los pueblos primitivos que no tienen registros históricos mediante la opción de los métodos de explicación. El primero es el etnológico, que trata del estudio de las características físicas y del lenguaje de diversos componentes de la cultura a estudiar. El otro es el sociológico, que consiste en interpretar las instituciones de la cultura del pueblo estudiado a la luz de las leyes generales de la sociología y la sicología (ver: R. Salazar, 1982: 32). Tanto Melville y Radcliffe-Brown coincidieron en los Estados Unidos como profesores universitarios. De este intercambio entre ambos surgió la corriente llamada estructural-transformacionalista, que influyó considerablemente en la formación de muchos antropólogos norteamericanos y canadienses, en cuanto a América, y de no pocos ingleses, quienes bajo la orientación de Radcliffe-Brown realizaron numerosas investigaciones en el África subsahariana.

Esta tendencia en la antropología entre las dos guerras mundiales centró su interés en los aspectos de la sociedad que mantiene su estabilidad, por lo que pasaba por alto aquellos que las hacen evolucionar o cambiar. Después de la segunda guerra mundial (1939-1945), al ocurrir tantos cambios en el planeta, particularmente en el caso de los otrora territorios coloniales, los antropólogos se fueron apartando de la corriente estructural-funcionalista, puesto que esta no ofrecía modelos para estudiar y comprender las transformaciones que estaban ocurriendo en muchas sociedades y culturas de postguerra, por lo que hubo una explosión de teorías y de nuevas orientaciones en el campo de la antropología.

Por ejemplo, se renovó el interés por la teoría de la evolución, vinculada a los sistemas ecológico-culturales. Surgieron los llamados «antropólogos cognitivos», quienes se dedicaron a estudios de semiótica o de los sistemas de señalización, incluidos los sistemas de comunicación con un amplio diapasón que comprende las características lingüísticas, sicológicas, filosóficas y sociológicas. Filósofos como Charles Pierce (1834-1914), Charles William Morris (1901) y Rudolf Carnap (1891-1970) concibieron este campo de estudio antropológico como divisible en tres áreas: semántica (como estudio de las relaciones entre las manifestaciones lingüísticas y los objetos en el contexto en que se describen), sintáctica (estudio de las relaciones de estas expresiones entre sí) y pragmática (estudio de la dependencia del significado de esas expresiones en sus usuarios, incluida la situación social en las que estas expresiones son estudiadas).

Por cierto, los estudios semióticos han dado origen a diversas ramas, como es la kinésica o estudio de la comunicación visual, la proxémica o estudio de la orientación corporal y la distancia entre personas, hasta la zoosemántica o análisis de los sistemas de comunicación de los animales (ver: D. Crystal, 1969; J. Lyons, 1977; W. Oleksy, 1989). En Europa el análisis semiótico o semiológico se ha desarrollado como parte de un intento por analizar todos los aspectos de la comunicación como sistema de señales o «sistema semiótico», como son la música, la ingestión de alimentos, la vestimenta, la danza y la lengua. En esta área el escritor francés Roland Barthes (1915) ha ejercido una influencia particular (ver: D. Crystal, 1980: 318).

En el seno de la antropología, colateralmente con el desarrollo de nuevas tendencias, tuvieron gran difusión la antropología marxista, el materialismo cultural, la antropología económica y la antropología del trabajo. Realmente, las nuevas tendencias de la antropología de postguerra y la influencia de las teorías marxistas, suscitaron un mayor interés entre los antropólogos. Este se relacionó directamente con la influencia que ejerció la antropología francesa, al revisar los principios básicos del pensamiento marxista de Louis Althusser (1918). Así, determinados antropólogos, desde la perspectiva marxista-leninista, comenzaron a reconsiderar algunos de los datos tradicionalmente estudiados por los antropólogos sociales. El libro El marxismo y las sociedades primitivas, del inglés Enmanuel Torray, despertó mucho interés en su momento; mientras que el francés Maurice Godelier combinó las ideas de Marx con las teorías estructuralistas francesas. El alemán Stephan Feuchtwang, apoyándose en Althusser y Marx, se dedicó al estudio de las religiones, y el también alemán Jonathan Friedman ha estudiado, al igual que Feuchtwang, las sociedades asiáticas (ver: M. Block, 1977). Claro está que el mayor desarrollo de los estudios antropológicos desde el punto de vista marxista-leninista estuvo y está en lo que fuera la hoy desmembrada Unión Soviética.

Por otra parte, una nueva forma de estructuralismo surgió en la década de los años cincuenta y sesenta del siglo xx, representada por el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss (1908), quien presentó un modelo que proclamaba contener las características universales del comportamiento humano. Al igual que el marxismo en su momento, la teoría de Lévi-Strauss atrajo a muchos estudiosos de las ciencias sociales de diversas tendencias, fundamentalmente su estudio sobre el parentesco y sobre las estructuras del pensamiento. Realmente, el sociólogo francés Emilio Durkheim (1858-1917), uno de los fundadores de la escuela sociológica francesa moderna, fue quien propició a Lévi-Strauss un modelo de la sociedad, que consta de fragmentos iguales o desiguales, que deben integrarse para crear una asociación mecánica u orgánica. Los estudios de Lévi-Strauss han conducido a ver los subsistemas culturales como códigos, como medios de comunicación, susceptibles de ser estudiados de la misma forma que el lenguaje.

Para Lévi-Strauss el hombre impone una pauta a su mundo mediante la clasificación de los objetos de su medio natural y social. Los límites de estas categorías son arbitrarios, puesto que estas pueden constituirse sobre la base de cualquier conjunto de semejanzas u oposiciones superficiales. Aunque estos términos son arbitrarios, las relaciones entre ellos tienen un carácter más universal: los términos de los sistemas se agrupan como pares en oposición, y estos pares se relacionan luego unos con otros para constituir un sistema de oposiciones. La noción básica es que un hombre piensa mediante la construcción de un sistema de oposiciones básicas, cada una con una referencia concreta, y luego pone en relación estas oposiciones. Lévi-Strauss reconoció que este enfoque le llegó a través del lingüista de origen ruso Roman Osipovich Jakobson (1896-1982), uno de los fundadores de la lingüística estructural y del Círculo Lingüístico de Praga, al lado del eslavista y bohemista checo Bohuslav Havránek (1893-1978), pionero de la lingüística funcional-descriptiva. A. Kuper (1973: 201) nos recuerda que se trata de un método con larga historia en las ciencias sociales y en la filosofía. Lévi-Strauss, reconocido como el continuador de la obra antropológica y etnológica del inglés George Frazer (1854-1941), es considerado la principal figura de la llamada escuela estructural de la antropología y la etnología, además, es el creador del método estructural en ambas disciplinas.

La evolución de la antropología ha tenido un interesante desarrollo, durante el cual ha vinculado sus métodos de estudio a las otras ciencias o especialidades. De ahí que podamos hablar, por ejemplo, de la antropología criminal, que estudia los caracteres somáticos y sicofísicos de los delincuentes. Uno de sus fundadores fue el médico italiano César Lombroso (1836-1909), quien tanto influyera en las obras tempranas del sabio cubano Fernando Ortiz Fernández (1881-1969). También se reconoce la existencia de la llamada antropología cultural o estudio de la conducta social del ser humano (en los EE.UU. algunos estudiosos aplican esta denominación a la etnología o ciencia histórica que se dedica al estudio de la cultura material y espiritual y al modo de vida de las diferentes tribus, etnias, nacionalidades y naciones, en fin, a la problemática de la cultura humana como un todo; ver: Ch. Erasmus, 1957: 2). Por otra parte, la filosofía antropológica (término que se utiliza para identificar diferentes corrientes filosóficas como la fenomenología, el existencialismo, el personalismo y el pragmatismo), se esfuerza por explicar la esencia del ser humano y su actividad o actitud social. Uno de los fundadores de la filosofía antropológica fue el sociólogo y sicólogo alemán Max Scheler (1874-1928), de quien han partido los restantes estudiosos dedicados a esta temática (ver: L. Hjelmslev, 1963; J. J. Katz, 1966; S. Y. Hayakawa, 1967; K. Bühler, 1967; Y. Bar-Hilel, 1970; N. Chomsky, 1970; J. J. Katz, 1971; V. V. Voroshilov, 1973; V. Z. Panfilov, 1977; J. Hierro, 1980).

La antropología, ciencia que se dedica al estudio del ser humano desde los puntos de vista físico y cultural, ha tenido gran desarrollo y se ha vinculado a otras ciencias. De ahí que en la actualidad Morton Fried (1972) y Marvin Harris (1995) destaquen que las diferentes perspectivas de la antropología general suelen estar representadas por cuatro campos de estudio: a) la antropología cultural, a veces llamada antropología social; b) la antropología física o biológica; c) la arqueología y d) la lingüística antropológica. En cuanto a esta última, Marvin Harris (1995: 23) especifica que se trata:

del estudio de la gran diversidad de lenguas habladas por los seres humanos. Los lingüistas de orientación antropológica intentan reconstruir la historia de estas lenguas y de familias lingüísticas enteras. Se interesan por la forma en que el lenguaje influye y es influido por otros aspectos de la vida humana, por la relación entre la evolución del lenguaje y la evolución del Homo sapiens, así como por la relación entre la evolución de las lenguas y la evolución de las diferentes culturas.

Según Harris (1995: 24), la antropología lingüística comprende la lingüística histórica, la lingüística descriptiva y la sociolingüística, a la que nosotros nos permitimos añadir la etnolingüística.

Todavía en estos días tienen validez las ideas expresadas por Robert Murphy (1976: 19) en su momento, al destacar el gran auge de las corrientes y estudios antropológicos:

Ha ocurrido una ebullición de escuelas de pensamiento que están todas ellas con nosotros en la actualidad —funcionalismo estructural, estructuralismo, marxismo en diferentes variantes, personalidades de la cultura, ecología cultural, antropología cognitiva, neoevolucionismo, materialismo cultural y otras— y ninguna es dominante. Indudablemente, esta debe ser la futura condición de la antropología: una disciplina pluralista que abandona refugios y está plétora de intereses y carece de un centro rector.

Al respecto, debemos recordar que en 1998 se celebró en La Habana, en el marco del IX Encuentro de Filósofos y Científicos Sociales Cubanos y Norteamericanos, una interesante mesa redonda sobre el estado actual y perspectivas de la antropología social. El contenido de la misma ha sido publicado en la revista cubana Debates americanos (La Habana, No. 5-6, 1998: 160-170), por lo que los interesados podrán obtener una información actualizada de las diversas tendencias y enfoques más generales de la antropología, incluido su vínculo con la lingüística, a lo que sumaríamos el artículo de Marvin Harris, «Antropología y postmodernismo», publicado por la revista Catauro (La Habana, No. 0, 1999).

Breve historia de los estudios lingüísticos

Como con todo tino explica G. Mounin (1973: 17):

La reflexión más productiva sobre el lenguaje no ha nacido siempre ni necesariamente de otra reflexión sobre el lenguaje, sino que a veces ha surgido de necesidades eminentemente prácticas, y en su origen sin relación con una intención del estudio, más o menos científico, del lenguaje en sí y por sí mismo...

La necesidad práctica por conocer, explicar y dominar el medio en que el ser humano materializó esa aptitud innata que es el lenguaje articulado, desarrollado gracias a un largo proceso de convergencia de factores biológicos, culturales y sociales, ya está presente en las civilizaciones más antiguas que conocemos de Eurasia. En la Biblia afloran manifestaciones del pensamiento lingüístico: cuando Dios nombra los objetos y los seres animados, se percibe el interés por la etimología de las denominaciones o por el origen de las palabras. El griego Herodoto (¿484-420? a.n.e.), llamado el Padre de la Historia, por su parte, recoge el hecho de que el rey egipcio Psamético I (664-610 a.n.e.), debido a una disputa en cuanto a cuál de las dos lenguas era más antigua, si el egipcio o la frigia (lengua que hablaba un pueblo que habitó el Asia Menor y que se consideró como antecesor de los griegos), ordenó mantener aislados a unos niños desde su nacimiento, para ver en qué lengua iban a expresarse. Aunque los niños llegaron a balbucear algo, no pudieron hablar. Tal vez este fue el experimento de carácter lingüístico más antiguo de que tengamos noticia, muestra del interés que existía desde antiguo en torno al lenguaje (J. Roca, 1982: 305).

En China diferentes filósofos e historiadores empezaron a interesarse por la estructura de esta lengua y sus diversos dialectos. Debido a la característica lingüística del chino antiguo, en el que cada sílaba era al mismo tiempo una unidad formal y semántica, es decir, una palabra y al mismo tiempo un morfema o unidad mínima significativa, los gramáticos chinos pudieron desarrollar una forma peculiar de escritura, el ideograma o pictograma, o sea, signos que expresan una idea. De esa forma, cada símbolo respondía a una palabra, a un mismo morfema y a una misma unidad semántica. Por otra parte, las primeras alusiones a la diferenciación regional de la lengua de los chinos se recoge en los escritos de Mencio (s. iv a.n.e.), ya que este filósofo recurrió a la diferenciación idiomática entre el imperio Chiu y el de Tsi para ilustrar sus disquisiciones filosóficas.

En la antigua India también surgió el interés práctico por el conocimiento lingüístico. Hacia los siglos v-iv a.n.e. se originó una compleja situación, ya que existían diversas lenguas y dialectos de uso cotidiano, llamados prácritos, mientras que los cantos sagrados o Vedas estaban escritos en una lengua antigua, considerada perfecta y sagrada: el sánscrito. Como las lenguas vivas de la población indoeuropea de la India (prácritos) iban diferenciándose considerablemente del sáncrito, diversos sacerdotes y escribas se dieron a la tarea de crear la gramática del sánscrito. Las figuras más conocidas de la lingüística de la antigua India son Yaska (s. v a.n.e.), Panini (s. iv a.n.e.), Patandzhali (s. ii a.n.e.), Bhatrhari, Dzhayaditya y Vamana (s. vii n.e.). El más renombrado de todos ellos es el ya mencionado Panini, autor de Astadhyayi (‘ocho libros’), quien sobresalió por su acuciosidad y sistematicidad en la descripción del sánscrito en cuanto a su sistema fonológico, morfológico y sintáctico. Todo está expresado en forma de diversas fórmulas, de fácil memorización. Por otra parte, los filósofos de la India de aquellos días también recurrieron a aspectos del lenguaje para sustentar sus respectivas teorías, como Vashapasti (s. vi) y Bhartrhara (s. vi), considerados como los primeros en incursionar en la filosofía del lenguaje. Según Vashapasti, las palabras se vinculan no solo al reflejo mental, sino también a los objetos; mientras que Bhartrhara creía que las palabras tienen existencia momentánea, por lo que no pueden ser portadoras de significado.

El surgimiento de las primeras teorías lingüísticas en Grecia, por el contrario, no correspondió a necesidades prácticas, ya que casi toda la población griega se podía entender entre sí. Como señalan Š. Ondruš y J. Sabol (1987: 288), la lingüística de la antigua Grecia tenía dos orientaciones fundamentales: la filosófica y la filológica. En un principio predominó la filosófica, puesto que la filosofía de la antigua Grecia comprendía todas las ciencias. En aquellos días la problemática en boga era la relación del lenguaje, como instrumento del pensamiento, y su vinculación con la realidad objetiva. Heráclito de Efeso (576-480 a.n.e.) sustentaba que la relación entre la lengua y la realidad es natural (fysei), o sea, que la lengua, así como su forma fónica, es un reflejo natural de la realidad, por lo que las palabras tienen tal forma, ya que reflejan las cualidades naturales de los objetos. Demócrito de Abdera (s. v a.n.e.), creador del atomismo, por el contrario, sostenía que los objetos tienen tales nombres, porque se los pusieron las personas, quienes llegaron a un acuerdo en cuanto a la forma de nombrarlos (thesei), y no porque los nombres reflejan la cualidad de los objetos. La segunda tendencia se impuso a la larga en la lingüística, pues se reconoce la relación arbitraria, convencional, entre la forma sonora de la palabra y su significado o referente, es decir, la realidad objetiva.

En Cratilo, que es un diálogo entre el personaje homónimo, defensor de las ideas de Heráclito, y Hermógenes, defensor de la posición de Demócrito, Platón (428-348 a.n.e.) expresa sus ideas mediante el personaje de Sócrates, quien trata de que se llegue a un compromiso en cuanto a la decisión de si el nexo entre la palabra y el objeto es natural (fysei) o convencional (thesei). Otro gran filósofo de la antigua Grecia que participó en este debate fue Epicuro (341-279 a.n.e.), para quien en los inicios del desarrollo del lenguaje humano las palabras eran el reflejo natural de los objetos, opinión que desapareció en períodos evolutivos posteriores. Pero mucho más allá fue Aristóteles (384-322), quien dedicó mucha atención a los aspectos lingüísticos en sus obras. Suponía que la categoría del ser (categorías ontológicas), las categorías del pensamiento (categorías lógicas) y las categorías de la lengua (categorías gramaticales) constituyen una unidad orgánica. Según Aristóteles, los objetos del mundo exterior (pragmata), dados por la naturaleza, los conocemos por las percepciones y las representaciones que estos objetos producen en nuestros sentidos, mientras que las palabras son símbolos (symbola), signos (semeia), y no son reflejos exactos de los objetos. Según Aristóteles, estos símbolos, signos, surgen por un acuerdo común, por convención, thesei. Este filósofo, además, llegó a distinguir tres clases fundamentales de palabras: nombre, verbo y enunciado o las palabras relacionadas, entre las que se encuentran también las preposiciones y hasta los pronombres y artículos.

Acotan Š. Ondruš y J. Sabol (1987: 289) que la teoría del signo lingüístico la desarrolló más profundamente la escuela filosófica de los estoicos (ss. i-iii a.n.e.), con su fundador, Crisipo (282-108 a.n.e.). Según los estoicos, el signo lingüístico (sémeion) surge de la unión del significante (sémainon) y del significado (sémainomenom). El designante es percibido por los sentidos, y el designado es comprensible por el sentido. Ambos están orientados hacia el objeto señalado o denotado. Este concepto del signo lingüístico tiene vigencia aún en la lingüística contemporánea. Los estoicos también crearon las bases de la teoría de la analogía (isomorfismo de la lengua y la realidad) y de la anomalía (falta de isomorfismo entre la lengua y la realidad). Estos filósofos pensaban que el lenguaje es ilógico, irregular, que entre los segmentos de la lengua y los segmentos de la realidad no hay una coincidencia regular, por tanto, eran anomalistas.

Mientras estas disquisiciones filosóficas en torno al lenguaje se desarrollaban, la lingüística filológica surgió en Grecia debido a necesidades prácticas, tal como ocurrió en la India. Las obras épicas de Homero (s. ix a.n.e.), Ilíada y Odisea, con el transcurrir de los siglos se diferenciaron considerablemente de la nueva norma literaria del griego y del griego popular, por lo que se hizo necesario hacer un profundo estudio lingüístico de los textos, para explicarlos y comentarlos, tal como ocurrió con los himnos védicos de los hindúes. Esto fue lo que dio origen al estudio lingüístico de los textos o filología (del gr. phílos, ‘amigo’, y lógos, ‘discurso’). El primer estudioso que realizó un detallado análisis lingüístico filológico de estos textos fue Aristarco (216-144).

La lingüística de orientación filológica en Grecia tuvo dos escuelas importantes, la de Alejandría, representada por Zenodoto (s. ii a.n.e.), Aristófanes (¿445-386? a.n.e.) y Aristarco (s. ii a.n.e.), entre otros, y la de Pérgamo, cuyo máximo representante fue Crates de Malo (s. ii a.n.e.). Los alejandrinos eran analogistas, pues estaban convencidos del isomorfismo entre el contenido de las categorías del pensamiento y las categorías formales del lenguaje; mientras que los pergamenses eran anomalistas, ya que sostenían que en el lenguaje reina la irregularidad, el desequilibrio, la anomalía. Según explica J. Roca (1982: 308), estas discusiones terminaron en una especie de arreglo o pacto, pero tuvieron un innegable efecto estimulante, ya que su fruto fue la creación de una gramática sistemática, con sus reglas y excepciones, con sus anomalías y analogías.

La primera gramática de una lengua europea fue la griega de Dionisio de Tracia (170-190 a.n.e.), Techné grammatiké, en la que está muy bien elaborada la morfología. Esta gramática tuvo gran repercusión en el desarrollo de los estudios lingüísticos en Grecia y en otros países, pues fue traducida y utilizada por los árabes, hebreos, armenios, asirios y otros. Mientras que Dionisio se centró en la descripción del sistema fónico y morfológico del griego, Apolonio Díscolo (s. ii a.n.e.) describió la sintaxis del griego a partir de las palabras y su función en el enunciado u oración.

En Roma los estudios lingüísticos se iniciaron a partir de la imitación de los griegos, por lo que tomaron los términos griegos y los adaptaron a la lengua latina (como philosophia, grammatica) o se tradujeron al latín (ars grammatica por techné grammatika, nomen por onoma, verbo por rhema, etc.). La lingüística griega fue llevada a Roma por Crates en el siglo ii a.n.e. El lingüista romano más sobresaliente fue el poeta y polígrafo Marco Terencio Varrón (116-27 a.n.e.), autor de la extensa obra De lingua latina libri XXV, o sea, veinticinco libros sobre el latín, de los que solamente se han preservado seis. Varrón partió de la escuela lingüística de los estoicos y de los alejandrinos, sin llegar a ser mecanicista. Escogió a los escritores, estudiosos y oradores más reconocidos como modelos para la norma escrita del latín (muchos siglos después este ejemplo lo imitaron los diccionarios de las academias de la lengua francesa y de la española). Además, describió el fondo léxico, la morfología y la sintaxis de esta lengua como ningún otro de su tiempo. En la obra de Varrón se percibe el interés por el estudio histórico y etimológico de la lengua. Los continuadores de su quehacer lingüístico en el siglo i a.n.e. fueron Remnio Palaemon, autor de Ars grammatica, y Fabio Quintilano, con Institutiones oratoriae librixii.

Un nuevo florecimiento de la lingüística romana surgió en tiempos del desmembramiento del Imperio (ss. iv y v n.e.). Los autores más importantes fueron Aelio Donato, con su Ars minor, y Prisciano de Cesárea, autor de la gran obra Institutiones grammaticae librixviii.