Aprender de los grandes cambios vitales - Josefa Pérez Blasco - E-Book

Aprender de los grandes cambios vitales E-Book

Josefa Pérez Blasco

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Aprender de los grandes cambios vitales es la meta hacia la que se orienta este libro. Sin ignorar que los momentos críticos del desarrollo pueden comportar ciertas amenazas para el bienestar y la salud, el texto dirige la mirada del lector hacia el potencial positivo que encierran: hacia la posibilidad, no solo de resistir los desafíos de la vida, sino de evolucionar a partir de la experiencia. Estudiantes y profesionales encontrarán en estas páginas una revisión de los procesos y mecanismos que subyacen a un afrontamiento saludable, así como un conjunto de propuestas de intervención psicológica, que faciliten la actualización de fuerzas internas y externas para responder con resistencia y flexibilidad a los nuevos envites del destino y den acceso a una vida más consciente, responsable y autónoma en la que tengan espacio el placer, el disfrute y el sentido.

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Seitenzahl: 403

Veröffentlichungsjahr: 2013

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APRENDER DE LOS GRANDES CAMBIOS VITALES

JOSEFA PÉREZ BLASCO

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

 

ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS

AGRADECIMIENTOS A LA SEGUNDA EDICIÓN

PRÓLOGO

PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

CAPÍTULO 1. TRANSICIONES Y CRISIS EN LA VIDA ADULTA

1. LAS TRANSICIONES Y CRISIS EN LA CONFIGURACIÓN DEL CURSO DE LA VIDA

2. DEFINICIÓN DE TRANSICIÓN, CRISIS Y OTROS CONCEPTOS RELACIONADOS

3. EL ESTUDIO DE LOS MOMENTOS CRÍTICOS DEL DESARROLLO ADULTO

4. CATEGORIZACIÓN DE LAS TRANSICIONES

5. LAS TRANSICIONES Y CRISIS COMO UN PROCESO DE FASES

CAPÍTULO 2. LA RESPUESTA A LOS GRANDES CAMBIOS VITALES: DEL DESORDEN AL CRECIMIENTO

1. EL ESTUDIO DE LA REACCIÓN A LA ADVERSIDAD Y EL ESTRÉS: DESDE EL ENFOQUE EN LA VULNERABILIDAD HASTA EL DE LA FORTALEZA

2. EL ENFOQUE CENTRADO EN EL RIESGO Y LA VULNERABILIDAD

3. EL ENFOQUE CENTRADO EN LA PROTECCIÓN Y LA FORTALEZA

CAPÍTULO 3. VARIABLES QUE DETERMINAN EL DESENLACE DEL AFRONTAMIENTO EN LAS TRANSICIONES Y CRISIS

1. EL MODELO DE LAS 4-S PARA EL ANÁLISIS DEL AFRONTAMIENTO DE LOS GRANDES CAMBIOS VITALES

2. VARIABLES DE LA SITUACIÓN

3. VARIABLES DEL SELF

4. APOYO SOCIAL

5. MECANISMOS DE DEFENSA Y AFRONTAMIENTO

6. ACTITUDES Y RESPUESTAS SALUDABLES Y NO SALUDABLES ANTE LOS DESAFÍOS VITALES

CAPÍTULO 4. EL DESARROLLO SALUDABLE

1. INTRODUCCIÓN

2. EL DESARROLLO SALUDABLE DESDE LA PSICOLOGÍA POSITIVA

3. EL DESARROLLO SALUDABLE DESDE LA PSICOLOGÍA EXISTENCIAL-HUMANISTA

CAPÍTULO 5. LA INTERVENCIÓN EN CRISIS Y EMERGENCIAS

1. ORÍGENES Y PLANTEAMIENTO BÁSICO DE LA INTERVENCIÓN EN CRISIS

2. LA AYUDA DE PRIMER ORDEN

CAPÍTULO 6. PSICOTERAPIA Y ASESORAMIENTO INDIVIDUAL EN LAS TRANSICIONES

1. INTRODUCCIÓN

2. FASES EN EL PROCESO DE ASESORAMIENTO

3. ESTRATEGIAS DE INTERVENCIÓN EN LAS CRISIS, TRANSICIONES Y SITUACIONES POTENCIALMENTE TRAUMÁTICAS

CAPÍTULO 7. ASESORAMIENTO GRUPAL EN TRANSICIONES

1. CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LA INTERVENCIÓN EN GRUPO

2. PROGRAMAS DE INTERVENCIÓN GRUPAL MÁS EXTENDIDOS

CAPÍTULO 8. LA INTERVENCIÓN BASADA EN LA MEDITACIÓN DE LA ATENCIÓN PLENA (MINDFULNESS) Y EL AFRONTAMIENTO DE LOS GRANDES CAMBIOS VITALES

1. QUÉ ES MEDITAR Y QUÉ QUIERE DECIR MINDFULNESS

2. LO QUE NO ES MEDITAR. ALGUNOS MITOS Y MALENTENDIDOS EXTENDIDOS ACERCA DE LA MEDITACIÓN

3. LOS COMPONENTES DE LA MEDITACIÓN: LA INSTRUCCIÓN Y LA ACTITUD

4. POR QUÉ LA MEDITACIÓN MINDFULNESS ES ÚTIL EN EL AFRONTAMIENTO DE LOS GRANDES CAMBIOS VITALES

5. LA PRÁCTICA

6. INSTRUCCIONES BÁSICAS DE MEDITACIÓN 

7. RECURSOS ÚTILES

EPÍLOGO

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

A Carlos

 

No es posible descender dos veces al mismo río, tocar dos veces una sustancia mortal en el mismo estado, ya que a causa del ímpetu y la velocidad de los cambios, se dispersa, vuelve a reunirse, y aflora y desaparece.

Lo contrapuesto concuerda, y de los discordantes se forma la más bella armonía, y todo se engendra por la discordia.

Nada es, todo fluye.

HERÁCLITO DE ÉFESO

 

Es la vida lo que da sentido al dolor y no el dolor lo que da sentido a la vida.

B. VERGELY

AGRADECIMIENTOS

Así como las ondas se propagan en la superficie de un lago al lanzar una piedra, nuestros actos provocan reacciones encadenadas en la vida de los otros. Es difícil saber la duración del movimiento y el alcance de su expansión y profundidad. Cuando la oscilación que nos llega de otros ha sido benéfica, enviar un acuse de recibo agradeciéndolo convierte en redundante nuestra felicidad.

Muchas son las personas que han alimentado mi interés por el estudio del afrontamiento de los grandes cambios vitales, imposible nombrarlas. Según la idea de las ondas concéntricas, aprendemos de otros lo que, a su vez, estos aprendieron de quienes les precedieron, y es esperanzador pensar que también nosotros contribuiremos al aprendizaje de quienes nos seguirán. De entre todos mis acreedores, quiero expresar mi agradecimiento a los alumnos que asisten a mis cursos y comparten conmigo la seducción por el estudio del cambio. Es al preparar las clases, pero sobre todo al impartirlas, cuando han surgido las reflexiones más interesantes que se incluyen en este texto.

Redactar este libro ha reavivado el recuerdo de los momentos más críticos de mi vida; en todos ellos ha estado a mi lado mi hermana, Ester. Tanto para un roto como para un descosido, su apoyo ha sido constante entre tanto cambio: me ayudó a cambiar pañales, escuchó pacientemente el ensayo de mi primera clase en la Universidad y me ha pasado los pañuelos de papel cada vez que se me ha hecho trizas el corazón. En esta ocasión ha leído, capítulo tras capítulo, este texto, regalándome su crítica como solo ella sabe hacer: con perspicacia, sensatez, sentido del humor y, sobre todo, con una generosidad proverbial.

Finalmente, quiero agradecer a Michel que, en su propia vorágine creativa, me haya arrastrado a iniciar la escritura de este libro, haya leído partes del original y ofrecido valiosas sugerencias. Lástima que el título que me regaló, inspirado en su propia experiencia: Crisis: un drame pour le bonheur?, suene demasiado romántico en castellano. Saber que su entusiasmo por mi trabajo no es objetivo, no degrada mi reconocimiento ni mengua la fuerza que me infunde.

AGRADECIMIENTOS A LA SEGUNDA EDICIÓN

Gracias a todos los que han asistido a los talleres de mindfulness en la Universidad y en la Asociación Viktor Frankl por su confianza, aliento y por lo mucho que he aprendido con ellos sobre la felicidad y el sufrimiento humano.

A Elena, gracias por regalarme la foto que presenta este libro. Cuando la vi supe que no quería otra portada. Me gusta mucho lo que en ella se ve: esa silueta humana ante el infinito; y también lo que no se ve: todo el sentimiento que hay detrás de la cámara. Gracias por la complicidad que me brindas en esto y en tantas cosas.

Por último, y de modo muy especial, quiero agradecer a quienes han compartido conmigo su tiempo, su saber y su experiencia meditando y estudiando lecturas sobre meditación. Hablo de el grupo de los jueves. Y particularmente de Vicente Simón, con quien nunca saldaremos la deuda de gratitud. Esas tardes son un privilegio de por vida.

PRÓLOGO

Somos seres cambiantes insertos en un mundo asimismo cambiante. Desde que nacemos hasta que morimos, no dejamos de enfrentarnos a cambios que a veces son esperados, en tanto que el contexto cultural o el programa genético los impone, y a veces inesperados, accidentales y debidos al azar; cambios anhelados o temidos cuyo impacto a largo plazo desconocemos de antemano. Ganando y perdiendo, tomando y dejando, aferrándonos al pasado o deslizándonos con el devenir, vamos diseñando el curso de nuestra vida describiendo un itinerario único cuya individualidad se manifiesta y acentúa con los años.

Aunque no hace falta gran sabiduría para apreciar que el universo está en mutación permanente, pocos aprendizajes se nos resisten tanto como aceptar que todo cuanto se nos brinda es transitorio. Que jamás nos bañamos en el mismo río de la vida, que nada es, que todo fluye, aunque en ciertos momentos nada parezca fluir y nos sintamos estancados o nadando a contracorriente intentando sobrevivir entre sus rápidos.

A pesar de que continuamente estamos respondiendo a las variables demandas del entorno, hay cambios especialmente difíciles, amenazantes, incluso devastadores, que retan nuestra habitual forma de replicar al mundo en ese permanente diálogo que es nuestro desarrollo.

Todo curso vital incluye etapas de relativa estabilidad y períodos que pueden considerarse como umbrales que las separan de forma más o menos abrupta. En esas fronteras sin posibilidad de retorno, nos sentimos de paso hacia un destino indefinido, sin saber a ciencia cierta cómo avanzar.

Cuando perdemos o abandonamos condiciones de vida conocidas, lo que incluye rutinas, vínculos, creencias sobre la realidad o proyectos de futuro, nos adentramos en una zona llena de incertidumbre donde nos vemos confrontados a tareas cruciales para nuestra existencia: aceptar las pérdidas, darles un sentido, integrar la experiencia vivida, resistir la ambigüedad de lo indefinido y reconstruir una nueva trama con el mundo.

La forma que adoptan los grandes cambios vitales varía enormemente de una persona a otra. Así, un mismo evento puede desencadenar una grave crisis en una persona y en otra suponer un desafío mucho menor. Pero, quizá, lo más remarcable sea que en ambos casos existe tanto la posibilidad de avanzar, de incrementar la competencia y la madurez personal como de todo lo contrario, de involucionar, de enfermar, de abandonar.

La popular idea de que las crisis albergan tanto el peligro como la oportunidad difiere de la que durante largo tiempo ha imperado en las ciencias de la salud, tradicionalmente inclinadas a lo patológico. Una visión más positiva está imponiéndose con fuerza erigida sobre un ingente apoyo empírico: el ser humano tiene recursos no solo para resistir la adversidad sin enfermar, sino para enriquecerse gracias a los esfuerzos de afrontarla.

El libro que se presenta parte de estas premisas generales y de una concepción del desarrollo que pone el énfasis en la ineludible responsabilidad del adulto en la construcción de su evolución personal. Consta de siete capítulos.

En el primer capítulo se introducen los conceptos básicos que van a aparecer a lo largo del texto, intentando dar respuestas a cuestiones como: ¿qué reacciones cabe esperar cuando enfrentamos los grandes cambios vitales? ¿Qué importancia tienen en nuestra historia personal? ¿Qué diferencia y qué asemeja los sucesos vitales, las transiciones, las crisis, los traumas y el duelo?

En el segundo capítulo, se exponen los dos enfoques desde los que la psicología y la psiquiatría han estudiado los grandes cambios vitales: el más tradicional, denominado patogénico, centrado en la vulnerabilidad humana frente a los efectos dañinos del estrés, y el más actual, que recibe el nombre de salutogénico, orientado a la comprensión de la fortaleza humana frente a los desafíos de la vida y del potencial para el crecimiento que encierra hacerles frente.

El tercer capítulo tiene como finalidad responder a preguntas como: ¿por qué unas personas responden enfermando ante cambios que a otras las llevan a madurar y mejorar? ¿De qué depende que un cambio se viva más o menos críticamente? ¿Qué variables dan cuenta de las diferencias que observamos ante los mismos sucesos?

Si, como se defiende desde el enfoque salutogénico, las personas tenemos recursos para afrontar la adversidad aprendiendo y mejorando, si es posible desarrollarse saludablemente a pesar de o contando con los infortunios de la vida, cabe preguntarse: «¿Qué se entiende por desarrollo saludable?». La respuesta a esta cuestión, fundamental para guiar la intervención y establecer los criterios que permitan evaluar su resultado, es la temática que se aborda en el capítulo cuarto.

Los tres siguientes capítulos están dedicados a la intervención; en ellos se acomete una cuestión general: «¿Qué puede hacer la psicología para ayudar a que los grandes cambios vitales sean manejados con el menor sufrimiento y las máximas ganancias posibles para el desarrollo personal?». En el capítulo quinto, se presentan los orígenes y los planteamientos básicos de la intervención en crisis y de la ayuda en emergencias. En el sexto, se exponen las directrices generales de actuación en el asesoramiento individual, y se enfatizan las que, desde un enfoque positivo, se dirigen no tanto a evitar la patología como a incrementar el desarrollo saludable. Por último, en el séptimo capítulo, se presenta una panorámica general de la intervención en grupo, en la que se señalan sus ventajas e inconvenientes frente a la individual, y se refieren ejemplos de iniciativas que se han demostrado eficaces en este ámbito.

Este es un libro para estudiantes del desarrollo humano, estén matriculados en la Universidad o no. Está escrito con el fin prioritario de que sirva de material de consulta de diferentes asignaturas de la licenciatura y el grado de Psicología, del itinerario de la Nau Gran, y de posgrados y másteres de Psicología de la Salud y Psicogerontología. Mi propósito es que sea también de utilidad para quienes se dedican a prestar ayuda profesional o voluntaria a personas que atraviesan circunstancias vitales adversas y, de forma más general, para cualquier lector interesado en la comprensión y reflexión sobre los momentos críticos del desarrollo y el conocimiento de las respuestas que desde la psicología se proponen, para aprovechar el propio potencial con vistas a impulsar la madurez personal y una evolución saludable. Aprender de los grandes cambios vitales es esencial para cualquier ser humano; para los psicólogos es imprescindible.

PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

Esta segunda edición incluye un capítulo dedicado a la práctica del mindfulness. Durante los cinco años que han pasado desde que se publicó la primera, el estudio, la investigación y la práctica de mindfulness me han llevado al convencimiento de su enorme poder para fomentar un desarrollo saludable. Y lo creo por experiencia personal directa y porque veo día a día sus efectos en quines la práctican.

En los últimos cursos, he impartido talleres teórico-prácticos de mindfulness en la Universidad, tanto para estudiantes de grado y licenciatura como para estudiantes de la Nau Gran (programa para mayores de 55 años), y he dirigido grupos de mindfulness para personas en duelo en la Asociación Viktor Frankl. También, con otros compañeros, hemos iniciado una línea de investigación en mindfulness con diversos colectivos, algunos de cuyos resultados han sido presentados en congresos internacionales y otros están en trámites para ser publicados en revistas científicas.

Hasta la fecha, no ha habido un solo grupo –ya fuera de personas en duelo, cuidadores de enfermos crónicos, madres primerizas, personas enfrentadas a sucesos como la jubilación, el nido vacío y otras pérdidas y circunstancias asociadas a la mediana y tercera edad o, simplemente, estudiantes universitarios más o menos estresados en unas circunstancias tan poco alentadoras como las actuales– que al finalizar el taller de dos meses no haya experimentado beneficios y haya preguntado: «Y ahora, ¿qué? ¿Dónde podemos seguir con esto?».

Hay muchas y muy buenas publicaciones divulgativas de mindfulness en español, pero, al preparar la segunda edición de este libro, no quería dejar pasar la oportunidad de incluir un capítulo dedicado a la que creo que es la herramienta más poderosa para afrontar los grandes cambios de la vida: la conciencia plena.

CAPÍTULO 1. TRANSICIONES Y CRISIS EN LA VIDA ADULTA

1. LAS TRANSICIONES Y CRISIS EN LA CONFIGURACIÓN DEL CURSO DE LA VIDA

Nuestro desarrollo describe una historia de la que somos a la vez protagonistas y autores, una historia de historias encadenadas que reclama unidad y sentido. Esa es la razón por la que suele haber una relación entre las elecciones que hacemos y una suerte de argumento o esbozo de guión del que no siempre somos conscientes. Puesto que las historias son los hechos y la forma en que se cuentan, es decir, los hechos y el significado que se adjudica, nuestra narrativa personal reconstruye el pasado, condiciona nuestra percepción del presente y nos lleva a proyectar el futuro con una cierta coherencia. Sobre la base de la dotación genética que impone sus límites y bajo la influencia de las circunstancias más o menos azarosas que están fuera de nuestro control, vamos construyendo y reconstruyendo un entramado de nuestro yo con el mundo absolutamente idiosincrásico, una estructura de vida que es siempre única en un momento dado, como única es la trayectoria vital de cada cual.

La peculiaridad de las trayectorias va acentuándose con el tiempo debido a que cada experiencia constituye una plataforma de partida para los cambios posteriores. Aunque efectos como el de cohorte (influencias históricas y culturales que afectan a los miembros de una generación en un contexto determinado) y el de período de edad (influencias normativas de edad que están relacionadas con la programación genética y de socialización) hacen semejantes, en algunos aspectos, al desarrollo y en ese sentido lo condiciona, querámoslo o no, no dejamos de hacer elecciones que van encauzando nuestra vida en una particular dirección.

La forma que adoptan los cambios está mediatizada por la identidad de cada cual, en tanto que tiende a elegirse la alternativa más acorde con lo que uno ha llegado a ser con el paso del tiempo. Aunque no somos siempre libres para elegir lo que nos pasa, sí que lo somos para responder a lo que nos pasa; optamos por lo que nos parece bueno o conveniente para nosotros, y en ese sentido vamos inventando nuestra forma de vida...«y como podemos inventar y elegir, podemos equivocarnos»(Savater, 1991: 32).

Considerando que ser libre para elegir implica hacer elecciones más o menos acertadas (que dan lugar a situaciones o experiencias de crecimiento y maduración o deterioro), las trayectorias de vida pueden ser concebidas como una cúmulo de ventajas o desventajas que siguen lo que se ha denominado principio de acentuación (Elder, 1998). Este principio viene a decir que las disposiciones y los atributos que se han ido gestando en momentos pasados modelan la forma de reaccionar ante nuevas situaciones y tienden a persistir. Este principio explica, en parte, que la heterogeneidad entre las trayectorias personales vaya incrementándose con la edad y que se tienda a acopiar cierto tipo de ventajas o desventajas en función de las experiencias vividas.

No obstante, es evidente que el principio de acentuación no es una ley inquebrantable. En esa compleja interacción biológico-psicológico-social continuamente cambiante a lo largo del tiempo que da cuenta del desarrollo, pueden producirse –y de hecho se producen– experiencias que conducen a tomar decisiones que desafían las creencias, los compromisos y las costumbres establecidas y que rompen en algún sentido los ciclos de ventajas y desventajas iniciados. Estas experiencias suelen vivirse como transiciones y crisis.

Tanto las transiciones como las crisis, entendidas de modo muy general como procesos que implican «un cambio de estado psicosocial que exigen tomar decisiones importantes respecto a su afrontamiento» (Clausen, 1972), son momentos del desarrollo en los que más fuerza tiene o cuando más se debilita la acentuación. Precisamente es la magnitud del desafío a las creencias básicas lo que puede conducirnos bien a aferrarnos a la seguridad de lo conocido y decidir de forma continuista, bien, por el contrario, a buscar, evaluar y comprometernos con formas nuevas de pensar o actuar que den lugar a un cambio en la trayectoria vital.

La metáfora del desarrollo adulto como el descenso de una montaña surcada por senderos y barrancos (Bee, 1996) permite representar la idea anteriormente expuesta de que las trayectorias vitales adoptan formas muy diversas y que, aunque condicionadas por el contexto y por el pasado, dependen en última instancia de las elecciones de la persona (figura 1.1). El viaje de la vida adulta comienza en cada caso particular en un punto determinado de la montaña, que en función de cómo se vivió en la infancia y la adolescencia tendrá un relieve más o menos abrupto. No importa desde dónde se inicia el viaje, cualquier descenso incluye tramos de desigual dificultad: suaves pendientes que atravesamos sin especial esfuerzo y trechos escarpados y resbaladizos en los que hemos de cambiar el ritmo y la forma de marchar anteriores y, a veces, decidir si modificamos o no de rumbo ante un cruce de caminos. El viaje, dependiendo en gran medida de las decisiones tomadas en las encrucijadas, va transcurriendo como una sucesión de etapas que bien llevan a zonas cada vez más angostas y accidentadas, bien podrán vivirse como una sucesión de experiencias de enriquecimiento, aprendizaje y satisfacción. En esta metáfora, las transiciones y las crisis evolutivas aparecen no simplemente como nexos entre los períodos de estabilidad, sino como los momentos en los que de forma decisiva se construyen las estructuras vitales y se van configurando las trayectorias de vida.

Figura 1.1. El viaje por la vida adulta (tomado de Bee, 1996)

 

 

2. DEFINICIÓN DE TRANSICIÓN, CRISIS Y OTROS CONCEPTOS RELACIONADOS

Los conceptos de transiciones, sucesos y crisis poseen ciertas características comunes que conducen, en muchas ocasiones, a su utilización indiscriminada, como se aprecia, por ejemplo, en el siguiente texto:

El curso de la vida está constituido por grandes y pequeñas transiciones… De forma apropiada, las grandes transiciones son denominadas frecuentemente crisis. La palabra crisis procede del griego krinein, ‘separar’, y significa momento decisivo, punto de giro o momento crucial. En Medicina se utiliza para referirse al punto en el transcurso de una enfermedad cuyo desenlace puede ser la recuperación o la muerte. Esta implicación patológica y a menudo fatalista parece estar asociada comúnmente con el término. Para evitar esta connotación negativa, algunos autores emplean el término suceso, que, en un sentido general simplemente significa algo que ocurre, y que puede emplearse sin ningún género de dudas a crisis positivas como la graduación, el matrimonio, una promoción laboral, tanto como a crisis negativas como un despido laboral o un divorcio (Reese y Smyer, 1993: 1-2).

Estos conceptos están relacionados con el cambio psicológico, con la inestabilidad y la ruptura o alteración de una situación personal previa, con la adaptación y el afrontamiento, etc. Sin embargo, también poseen otras características diferenciales que conviene tener en cuenta cuando iniciamos su estudio.

Suceso

El término suceso lo emplearemos para designar experiencias concretas que, aunque usualmente dan lugar a transiciones o crisis, no siempre actúan como demarcadores de estos procesos de cambio. En muchas ocasiones, se produce una crisis o una transición precisamente porque no ocurre un suceso que se espera, y en otras muchas por una acumulación de estrés o insatisfacción en situaciones cotidianas o cambios paulatinos en el contenido de los roles que se desempeñan o en las relaciones que se establecen.

Un suceso es simplemente algo que ocurre; así visto, su gravedad e impacto es de una amplitud infinita. Por ejemplo, una experiencia como la menopausia puede ser vivida como un cambio sin relevancia alguna, como un cambio significativo biológico que no altera las asunciones ni la conducta habitual de la mujer, como una redefinición de su propia identidad y su manera de comportarse, como una nueva situación que le exige ciertas adaptaciones y un cierto estrés o como una crisis personal grave debido a que asocie, por ejemplo, el fin de su capacidad reproductiva con la pérdida de su valor como mujer y como decrepitud. Por otra parte, no todos los grandes cambios vitales están provocados por sucesos concretos y fácilmente identificables; por ejemplo, una persona puede sufrir una crisis debido a un replanteamiento de sus creencias religiosas, o por la acumulación de conflictos no resueltos en una relación de pareja o de amistad, o por la insatisfacción creciente en un determinado rol laboral.

Transición

La definición de transición continúa siendo una cuestión abierta. Mientras que algunos autores la definen por el propio suceso que las marca –paternidad/maternidad, convertirse en abuelos, jubilación, menopausia–, otros consideran que solo podemos hablar de transición cuando existen importantes cambios cualitativos internos en la persona que los vive, que afectan a sus roles y relaciones interpersonales (Pérez Blasco, 1998):

• Las transiciones ocurren cuando cualquier fenómeno –biológico, social, histórico, etc.– produce, de manera súbita o por acumulación, cambios de importancia en la vida de una persona que pueden ser evidentes en el momento inmediato a la ocurrencia del fenómeno, algún tiempo después, o permanecer inadvertidos para los demás (Spierer, 1977).

• Una transición es una entrada o salida de un rol o estatus que resulta de la tensión o insatisfacción con algún aspecto de la vida diaria –la frustración por un trabajo aburrido–; de la ocurrencia de sucesos predecibles –menopausia–; o de sucesos impredecibles –ser víctima de un atraco (Stwart, 1982).

• Una transición es la ocurrencia o no ocurrencia de cualquier suceso que produce un cambio experimentado como significativo y desestabilizador en las relaciones, rutinas, asunciones y/o roles en el área personal, laboral, familiar, de salud y/o económica (Scholssberg, 1984).

• Transiciones son procesos de larga duración que tienen como resultado una reorganización cualitativa tanto de la vida interior como de la conducta externa de las personas. Para que un cambio se considere transición debe ir acompañado de importantes modificaciones tanto en la visión desde dentro –ideas y sentimientos acerca de uno mismo y el mundo– como en la visión desde fuera –cambios en las competencias y conductas observables externamente– (Cowan, 1991).

• Experiencias que tienen lugar a lo largo del ciclo vital que, debido a que requieren la adopción de nuevos roles y que plantean nuevas exigencias, son momentos potencialmente propicios para que tengan lugar cambios importantes, tanto a nivel intrapersonal como interpersonal, sin que se pueda prejuzgar cuál será el patrón de reacción ante estos acontecimientos (Hidalgo, 1995).

• Una perturbación en el sistema individuo-ambiente, tan potente, que convierte en inadecuadas e ineficaces las formas de interacción habituales con el entorno. Suponen una ocasión para que ocurran bien regresiones, bien progresos en el desarrollo. Pueden deberse a adiciones –entrar en el mundo laboral–, sustituciones –cambiar de trabajo– o eliminaciones –jubilación– de algún rol (Demick, 1996).

Si extraemos elementos comunes y específicos de todas estas definiciones, podemos decir que:

Una transición es un período de cambio significativo entre dos etapas de estabilidad que exige un importante esfuerzo de adaptación, provocado por la ocurrencia o no ocurrencia de algún evento o por la acumulación o persistencia de conflictos e insatisfacción, fácilmente observable externamente o no, que afecta a cualquier área de la vida de una persona, que es experimentado de manera idiosincrásica y peculiar por la persona y cuyo desenlace, positivo –mayor madurez, autoconocimiento, satisfacción personal– o negativo –depresión, conductas autodestructivas–, es desconocido a priori (Pérez Blasco, 1998: 30).

Crisis

De acuerdo con la Teoría de la Crisis, la diferencia entre una transición y una crisis está en la intensidad de la vivencia y en su duración: las crisis suponen un estado de desorganización y desequilibrio mayor y son más breves que las transiciones (Slaikeu, 1988). Así, se considera que una transición es una versión suavizada de una crisis, o a la inversa, que la crisis es una versión extrema de una transición. Ambas pueden estar precipitadas por los mismos factores, pero es más fácil que tenga lugar una crisis y no una transición cuando, ante un mismo desencadenante:

• se produce un déficit en las habilidades, la información, los recursos materiales o el apoyo social requerido por la situación o en la disposición de la persona que debe asumir los riesgos que comporta el cambio;

• existe una sobrecarga en las demandas o una acumulación de sucesos que por separado supondrían cambios menos desafiantes;

• la persona no se siente dispuesta a asumir los riesgos que comporta el cambio, o rechaza el hecho en sí mismo o no está pertrechada para afrontarlo o lo percibe fuera de tiempo.

Las crisis se definen como:

Un estado temporal de trastorno y desorganización, caracterizado principalmente por la incapacidad del individuo para abordar situaciones particulares utilizando métodos acostumbrados para la solución de problemas, y por el potencial para obtener un resultado radicalmente positivo o negativo (Slaikeu, 1988: 11).

Algunos de los conceptos consolidados y comúnmente aceptados sobre las crisis son los siguientes (Swanson y Carbon, 1989):

1. Las crisis son experiencias que cabe considerar normales en la vida en tanto que reflejan la lucha de un individuo que intenta mantener el equilibrio con un medio que en ocasiones se presenta como adverso.

2. La crisis tiene un carácter temporal; el estado de crisis es agudo (ataque repentino de corta duración), como opuesto al trastorno crónico. Caplan, a quien se considera el fundador de la Teoría de la Crisis, sostiene que estas típicamente se resuelven en un período de cuatro a seis semanas, aunque no existe un acuerdo total entre los autores respecto a la duración concreta. Se parte del supuesto de que es la inestabilidad o desorganización lo que está limitado en el tiempo. El equilibrio puede restaurarse en unas cuantas semanas, pero eso no se interpreta necesariamente como una resolución constructiva de la crisis.

3. Lo que precipita la crisis, la mayor parte de las veces, es un suceso identificable que, dependiendo de su naturaleza, dará lugar a una crisis del desarrollo o a una crisis circunstancial. Las primeras están relacionadas con el paso de una etapa a otra del curso de la vida o con el afrontamiento de desafíos propios de alguna edad o etapa concreta, mientras que las circunstanciales están desencadenadas por sucesos altamente impredecibles y suelen tener un efecto de gran impacto.

4. El resultado de la crisis puede ser un cambio para mejorar o para empeorar. Las crisis tienen un potencial de resolución para conducir hacia niveles de funcionamiento más evolucionados, complejos e integrados, y para todo lo contrario. Un resultado satisfactorio implica ganancias personales e incremento de recursos para enfrentar tensiones futuras, mientras que el resultado negativo implica riesgo para la propia vida o la de otros y diferentes grados de afectación patológica.

5. La resolución adecuada de la crisis implica no solo recobrar el equilibrio y dominar la situación presente, sino trabajar conflictos irresolutos que puedan resurgir del pasado y aprender estrategias para el futuro y adquirir nuevas fuerzas yoicas.

En una crisis, como en una transición, siempre hay pérdidas significativas que requieren de la elaboración del duelo: aprender a decir adiós a una etapa y abrirse a otra diferente.

Duelo

El duelo puede definirse como el proceso por el que una persona que ha perdido algo de gran importancia para ella se adapta a la pérdida y se dispone a vivir sin lo perdido. Se trata de un proceso, puesto que las vivencias y manifestaciones van cambiando a lo largo del tiempo, no son estáticas. Ese cambio se produce porque la persona, lejos de limitarse a sufrir pasivamente, está activamente implicada realizando una serie de tareas que van a permitirle adaptarse a la nueva situación (Fernández Liria et al., 2006).

Aunque por regla general el término duelo se asocia a la reacción ante la muerte de una persona amada, se ha ampliado su uso a la pérdida de no importa qué objeto significativo para el individuo, lo que puede incluir pérdidas por muerte, evidentemente, pero también pérdidas por divorcio, separaciones, bienes materiales, alguna capacidad o función físiológica, pérdidas simbólicas de poder o de valor personal, etc. (cuadro 1.1).

Cuadro 1.1. Tipos de pérdidas (Tizón, 2004)

Pérdidas relacionales

de seres queridos, de seres odiados, de relaciones de intensa ambivalencia, consecuencias relacionales de la enfermedad, separaciones y divorcios, abandonos (infancia), privaciones afectivas, abuso y maltrato físico o sexual, resultados de la migración.

Pérdidas intrapersonales

en desengaños por personas, en desengaños por ideales o situaciones –por ejemplo burn-out profesional–, pérdidas físicas o enfermedades limitantes, afectaciones del ideal del yo infantil o de la adultez joven, de la belleza o fortaleza física, sexual o mental.

Pérdidas materiales

posesiones, herencias, objetos de alto valor simbólico o emocional.

Pérdidas evolutivas

en cada «edad» y particularmente en el paso de fases infantiles, en la adolescencia, la menopausia y andropausia, la jubilación, en cada transición psicosocial.

 

La primera referencia al duelo en la literatura psicológica se encuentra en la obra de Freud (1948) Duelo y melancolía. Desde el psicoanálisis, se concibe el duelo como un proceso de retirada de la energía libidinal que estaba invertida en el objeto de amor perdido y su posterior derivación hacia otro objeto diferente.

Esta visión del duelo, como un tiempo necesariamente difícil en el que lo importante es llegar a recuperar la energía invertida y reinvertirla, no es compartida por la mayor parte de los especialistas actuales entre quienes predomina una visión más constructivista y contextualista. El duelo requiere, ante todo, reconstruir el mundo del doliente sin el objeto perdido. Lo perdido ya no está, pero no se trata de olvidarlo o de reemplazarlo, sino de darle un significado, de redefinirlo, de darle un nuevo lugar en la nueva vida y quedar abierto a otros objetos. Así, las tareas que se imponen son: aceptar la realidad de la pérdida, trabajar las emociones derivadas de esta, adaptarse a un medio en el que lo que se perdió está ausente y recolocar emocionalmente lo perdido y seguir viviendo. Aunque estas son tareas universales, no hay una forma universalmente mejor de hacerles frente.

Trauma

En el extremo más negativo de las vivencias de cambio, se sitúa el trauma. Cada vez más expertos están alertando sobre las consecuencias nefastas que puede tener la trivialización de su uso como categoría diagnóstica. Dentro de esa corriente crítica, es notable en nuestro país la labor del equipo de Pérez Sales, autores del Programa de Autoformación en Psicoterapia de Respuestas Traumáticas (Pérez Sales et al., 2006), que describen el trauma como una experiencia que amenaza la integridad física o psicológica de la persona y que se presenta asociada con frecuencia a emociones extremas y vivencias de caos y confusión durante el hecho, fragmentación del recuerdo, absurdidad, horror, ambivalencia, desconcierto, humillación, desamparo o pérdida de control sobre la propia vida. El trauma tiene un carácter inenarrable, incontable e incomprensible para los demás. También se caracteriza por que supone un cuestionamiento de los esquemas del yo y del yo frente al mundo: quiebra una o más de las asunciones básicas que constituyen los referentes de seguridad del ser humano y, muy especialmente, las creencias de invulnerabilidad y de control sobre la propia vida, la confianza en los otros, en su bondad y su predisposición a la empatía.

Como veremos en un capítulo posterior, es un concepto muy controvertido, ya que, según un juicio cada vez más extendido, tal como aparece en los manuales de la ortodoxia diagnóstica, el dsm-iv (apa, 1994) y el cie-10 (who, 1992), exagera la vulnerabilidad e ignora la fortaleza humana frente a la adversidad, patologizando y medicalizando inapropiadamente lo que debería contemplarse como respuestas normales e incluso adaptativas. Su estudio está de plena actualidad, especialmente enfocado desde una perspectiva positiva en la que se busca comprender las variables y los procesos que explican cómo, a partir de estas experiencias, es posible una mejora y evolución personal.

Punto de giro

Los sucesos, las transiciones y las crisis son, como vemos, experiencias de cambio inevitables y muchas veces de extrema dificultad que pueden dar lugar a lo que se denominan puntos de giro en nuestra trayectoria de vida. El concepto de punto de giro (turning point) se define como:

Una nueva forma de percibirse a uno mismo, a alguien significativo o una situación vital de importancia; esta percepción se vuelve un motivo que conduce a redirigir, cambiar o mejorar la propia vida. Las experiencias de «punto de giro psicológico» son de este modo un marcador o registro de los momentos del curso vital en que ocurren cambios de sentido importantes en las creencias y percepciones sobre uno mismo o lo demás (Moen y Wethington, 1999: 14).

Los puntos de giro ocurren después de vivir una determinada experiencia o de lograr una nueva comprensión de la realidad que conduce a la persona a reconsiderar su forma de vida y a cambiar creencias fundamentales sostenidas durante largo tiempo. Suponen una profunda reinterpretación de uno mismo, de una relación significativa o de ciertas formas de comportamiento, que va acompañada de cambios conductuales, cognitivos y afectivos. A partir de los resultados de una investigación empírica llevada a cabo bajo su dirección, Clausen (1998) identifica cuatro tipos de puntos de giro:

• la persona reformula su compromiso respecto a un rol sobresaliente en la propia vida o respecto a alguna relación significativa;

• experimenta un cambio importante en sus creencias vitales y su filosofía de vida;

• modifica sus metas y proyectos personales;

• cambia en aspectos profundos la visión que tiene de sí misma.

Los puntos de giro emergen la mayor parte de las veces a partir de circunstancias que nos sacan de nuestro vivir cotidiano y despiertan en nosotros la reflexión sobre cuestiones existenciales. Nos vemos enfrentados a lidiar con nuestra responsabilidad ineludible y, aunque en muchas ocasiones optamos por intentar evadirla, en otras sentimos el impulso de reordenar prioridades poniendo lo trivial en su justo lugar: renunciar a hacer aquello que realmente no nos aporta nada valioso pagando el precio que sea, no perder tiempo ni energía en actividades o relaciones formales huecas de interés, entramar vínculos profundos y sinceros basados en la apreciación y el amor y apreciar en el presente los hechos elementales de la vida son ejemplos de punto de giro. En definitiva, los puntos de giro nos impulsan a construir una vida comprometida, con sentido y conexión, que nos lleve a autorrealizarnos.

3. EL ESTUDIO DE LOS MOMENTOS CRÍTICOS DEL DESARROLLO ADULTO

3.1. Estabilidad y cambio en la etapa adulta

Hasta los años setenta, la literatura científica sobre el desarrollo adulto era escasa; la adultez se consideraba un período relativamente estable, al menos en comparación con la infancia y la adolescencia, cuando los cambios son muchos, rápidos y evidentes. Desde esta visión tradicional, se ha estimado que una vez atravesada la adolescencia las personas, comprometidas con un sistema de valores y con una serie de decisiones vitales referidas a su trayectoria laboral y afectiva, entran en una etapa de consolidación del desarrollo; el descontento o las dudas acerca del estilo de vida adoptado es interpretado como una manifestación de funcionamiento poco saludable, de inmadurez o de inestabilidad psicológica; en cualquier caso, como una anormalidad.

Sin embargo, la investigación empírica no ha dejado de acumular evidencia de todo lo contrario. Desde cualquier posición teórica actual, se acepta que el desarrollo adulto normal, al menos por lo que respecta a las actuales generaciones, implica necesariamente hacer frente a desafiantes cambios y decisiones que se viven con un cierto grado de inseguridad, malestar y conflicto.

Las transiciones –entendidas de modo general como períodos de inestabilidad en los que se pasa de una etapa estable a otra– no aparecen exclusivamente durante la vida adulta; la escolarización, la llegada de un hermano, el paso de la escuela al instituto, las primeras relaciones afectivas en la adolescencia son claros ejemplos. Sin embargo, es al tratar de comprender el desarrollo adulto cuando su estimación se hace necesaria, puesto que permite una comprensión más realista y profunda del cambio que la edad cronológica, que ha sido la variable independiente utilizada tradicionalmente por los psicólogos evolutivos. La edad cronológica posee, sin duda alguna, una gran idoneidad para estudiar las primeras etapas de la vida, pero pierde valor como criterio explicativo a medida que avanzamos en el ciclo vital y se hace necesario incluir otras variables más o menos relacionadas con la edad que dan cuenta de los cambios adultos.

Aunque existe una gran variedad en las trayectorias vitales concretas, es posible identificar ciertos principios, temas y conflictos característicos de distintos momentos en la etapa adulta. Las diferencias interindividuales de esas trayectorias, así como la acomodación y vivencia de los cambios, están determinadas por causas externas –como la generación a la que se pertenece, los recursos disponibles en el entorno, etc.– e internas o personales –como el género, las capacidades intelectuales, la experiencia previa, factores de personalidad, etc.

3.2. Teoría de Levinson

Daniel Levinson es el autor de una de las primeras teorías sobre desarrollo adulto elaborada a partir de sus investigaciones empíricas. El concepto central de su obra es el de estructura de vida que surgió, según sus propias palabras, a saltos y empujones, tras abandonar los acercamientos que habían guiado inicialmente sus trabajos y que suponían abordar por separado el estudio de los cambios en la personalidad, la carrera laboral u otros aspectos parciales de la vida. Para comprender en profundidad la complejidad de la evolución de los adultos, es necesario «concentrarse en la pauta general del vivir y su evolución a lo largo del tiempo» (Levinson, 1980: 389).

Aunque en principio fue una idea intuitiva empleada en los análisis biográficos de sus investigaciones, progresivamente fue siendo conceptualizada más explícitamente y situada dentro de un marco teórico más amplio. Levinson define la estructura de vida en los siguientes términos:

La pauta o diseño de la vida de una persona, un entramado del yo-en el mundo. Sus principales componentes son las relaciones de cada uno: consigo mismo, con otras personas, grupos e instituciones, con todos los aspectos del mundo exterior que tienen importancia para su vida… Cada relación es como un hilo en un tapiz; el significado de un hilo depende de su lugar en la totalidad del diseño (Ibíd.: 391).

La estructura de vida posee tanto aspectos externos como internos. Los factores externos se refieren a los vínculos con personas importantes para uno –amigos, pareja, hijos–, así como los que se mantienen con organizaciones y grupos sociales –la Iglesia, clubs, asociaciones– e incluso con lugares, animales u objetos inanimados con los que existe una especial relación. Los aspectos internos son «valores, deseos, conflictos, habilidades, es decir, multitud de partes del yo que se vivencian en las diferentes relaciones» (Ibíd.: 391).

La estructura vital se genera y va cambiando a partir de los compromisos con el mundo en los que se invierten partes importantes del yo. De este modo, el desarrollo se concibe como un proceso de interpenetración recíproca del yo y el mundo.

No todos los componentes de la estructura poseen el mismo significado en un momento determinado. Algunos son centrales en tanto que suponen una mayor inversión de energía y tiempo, mientras que otros ocupan lugares periféricos y, consecuentemente, se ignoran o desaparecen más fácilmente.

Una característica de la estructura de vida es su dinamismo. En ocasiones, los cambios se producen porque un componente se desplaza de la periferia al centro o a la inversa (como cuando una mujer que ha estado comprometida con la crianza de su hijo comienza a despegarse de su rol materno y a volver a interesarse por su carrera laboral). Otras veces, un componente que fue central puede quedar totalmente eliminado (por ejemplo, el vínculo con una relación de pareja que se rompe). O puede ocurrir también que cambie el carácter o significado de alguna de las relaciones (por ejemplo, cuando los hijos llegan a la adolescencia y cambian las responsabilidades y la interacción).

Los hallazgos de las investigaciones de Levinson permitieron concluir que la estructura vital evoluciona durante los años adultos pasando por una secuencia de períodos relativamente ordenada. Esta secuencia consiste en una serie alternante de períodos de construcción y períodos de cambio de estructuras, todos ellos sobre una macroestructra de eras:

Las eras forman la macroestructura del ciclo vital; proporcionan un mapa aproximado del orden subyacente en el curso de la vida como un todo, desde el nacimiento a la vejez. Los períodos evolutivos proporcionan un mapa más detallado del curso de la vida; forman transiciones entre las eras y generan cambios dentro de cada una de ellas (Ibíd.: 395-396).

Tal como puede apreciarse en la figura 1.2., Levinson distingue cuatro grandes eras en el ciclo vital: preadultez (0-22 años), adultez temprana (17-45), adultez intermedia (40-65) y adultez tardía (60-?), cada una de las cuales tiene una duración aproximada de veinticinco años. Las eras están conectadas por períodos de grandes transiciones: transición a la vida adulta (17-22 años), transición de la mediana edad (40-45) y transición de la adultez tardía (60-65). Dentro de cada era distingue, además, sendas etapas de entrada y salida en la estructura correspondiente conectadas por una transición menor.

Figura 1.2. El modelo de Levinson sobre el desarrollo adulto (1980)

 

 

La primera era, la preadultez, se extiende desde el nacimiento hasta los 22 años, cuando la persona pasa de la dependencia de la infancia a la capacidad para vivir como un adulto relativamente autónomo y responsable.

La segunda era, la adultez temprana, que abarca desde los 17 a los 40 años, comienza con la transición a la temprana vida adulta (17-22 años) en la que se dan los primeros pasos en el mundo adulto, se exploran posibilidades y se contraen compromisos tentativos. Le sigue la etapa de entrada en el mundo adulto (22-28 años),en la que se crea la primera estructura importante, que puede incluir: matrimonio y separación de la familia de origen, establecimiento de la relación con un mentor y la construcción de un sueño que comienza a perseguirse. Durante la transición de los 30 (28-33 años), el individuo toma conciencia de los fallos de la primera estructura y la reevalúa, reconsiderando las primeras elecciones y tomando nuevas decisiones que estima necesarias. Esta segunda era finaliza con la culminación de la adultez temprana (30-40 años), etapa en la que se crea la segunda estructura de vida adulta, lo que implica comprometerse y concentrarse en el trabajo, la familia, los amigos y la comunidad o lo que es lo mismo: lograr un puesto en la sociedad y esforzarse en progresar para lograr elsueño.

La tercera era, adultez intermedia, comienza con la transición de la mediana edad (40-45 años), un período en el que lo más característico es que la persona se plantee cuestiones como «¿qué he hecho con mi vida?» o «¿qué quiero para mí mismo y para los demás?», que pueden ir acompañadas de una importante crisis –la popular crisis de la mediana edad. Las tareas más importantes de la transición de la mediana edad son: la evaluación de la propia vida (lo que intensifica la conciencia de la propia mortalidad); la integración de las grandes polaridades: viejo-joven, masculino-femenino y apego-separación, y la toma de decisiones para elaborar una nueva estructura.

A la transición de la mediana edad le sigue la etapa entrada en la adultez intermedia (45-50 años) en la que se crea la nueva estructura, lo que a menudo –pero no siempre– supone iniciar algún cambio importante en la vida familiar, laboral o un nuevo estilo de vida general. Sigue la transición de los 50 (50-55 años), que cumple una función similar a la transición de los 30 en tanto que se intenta ajustar y modificar la estructura anterior, en este caso la de la adultez intermedia, y en la que, si no se atravesó una crisis durante la mediana edad, fácilmente puede producirse ahora. Esta era finaliza con la etapa culminación de la adultez intermedia (55-60 años), en la que se consolida la estructura de la mitad de la vida. Puede ser un período de gran satisfacción personal si el adulto ha ido adaptando su estructura de vida a los cambios que ha ido experimentado en sí mismo y en sus roles.

La última era, adultez tardía, comienza con la transición a la adultez tardía (60-65 años), en la que concluyen los esfuerzos de la mediana edad y aparece la necesidad de prepararse para la jubilación y el declive físico de la vejez. Es una importante encrucijada en el ciclo vital que da paso a la etapa adultez tardía (65-?), en la que se crea una nueva estructura de vida con la que se intenta lograr una adaptación a los condicionamientos de las numerosas pérdidas que se producen en estos años: seres queridos, rol laboral, salud física, etc.

A diferencia de otras teorías evolutivas de etapas, la sucesión propuesta por Levinson no supone una progresión jerárquica que vaya de niveles inferiores a superiores de madurez o mejora personal (Ibíd.: 394):«La imagen se parece más a la de las estaciones del año: cada una es necesaria, cada una tiene su lugar adecuado en la totalidad del ciclo, y cada una posee su valor dentro de un proceso único que evoluciona de manera orgánica».

Durante los períodos de construcción y afianzamiento, la tarea que se impone es dar forma y consolidar una estructura nueva, lo que implica realizar ciertas elecciones decisivas e ir en pos de los valores y objetivos consecuentes. La duración de un período de construcción suele ser de seis o siete años, diez a lo sumo; a partir de entonces, la estructura que ha servido de base a la estabilidad comienza a ponerse en tela de juicio y es preciso modificarla.

Los períodos de transición aparecen cuando finaliza una forma de estructura vital y surge la posibilidad de crear otra nueva. En ellos las tareas fundamentales consisten en reevaluar la antigua estructura, explorar las diversas posibilidades de cambio en el yo y en el mundo, realizar un proceso de toma de decisiones y comprometerse con lo que formará la base de la siguiente estructura. Estos períodos duran generalmente alrededor de cinco años. Gran parte de nuestras vidas giran en torno a las separaciones y los nuevos comienzos, los abandonos y los inicios: las transiciones son parte intrínseca de la evolución, y suelen vivirse con tensión y dolor, lo que no excluye la presencia de emociones como la excitación y la esperanza. El autor distingue las transiciones ligadas a la edad que hemos comentado, de otras transiciones más concretas y menos globales, como la que se produce tras la muerte de una persona cercana o la que se origina por un cambio importante de rol, como la entrada en el mundo laboral, que pueden darse tanto en los períodos de construcción como en los de cambio de eras. Al finalizar una transición, la persona se compromete con nuevas opciones y vínculos, les asigna un significado y comienza a construir y afianzar la nueva estructura vital (Ibíd.: 393):

Las opciones son, en cierto sentido, el producto principal de la transición. Cuando todos los esfuerzos de esta transición están hechos –los esfuerzos por mejorar el trabajo o el matrimonio, por explorar posibilidades alternativas, por entenderse mejor consigo mismo–, se deben concretar las opciones y hacer las apuestas. Uno debe decidir: Me quedaré con esto, y empezaré a crear una nueva estructura vital que sirva como vehículo para la etapa siguiente del viaje.

Las transiciones y las crisis impactan en nuestro sistema personal de significados: a veces invalidan las teorías y el sentido de aquello sobre lo que ha apoyado nuestra forma de estar ante el mundo; otras veces, por el contrario, las reafirman. En cualquier caso, son cambios que propician la construcción y reconstrucción de nuestra identidad. Puesto que nuestra identidad está en relación con los otros y con las cosas que nos importan en el mundo –lugares, objetos o ideas–, cuando alguno de esos vínculos deja definitivamente de ser una realidad, nos vemos impelidos a cerrar capítulos a los que hay que dar un sentido coherente en la narrativa de nuestra historia. Nadie es igual después de un gran cambio vital.

4. CATEGORIZACIÓN DE LAS TRANSICIONES

Hemos visto que las transiciones pueden originarse en cualquier dominio de la existencia. Son muy numerosas las propuestas de agrupar las transiciones en función de variados criterios que no por ser más sofisticados resultan más útiles. La que presentan Schlossberg et al. (1995) incluye tres categorías: intrapersonales, interpersonales y laborales.

Las transiciones intrapersonales tienen una naturaleza fundamentalmente individual o personal en tanto que, aunque pueden estar desencadenadas por la ocurrencia o no ocurrencia de cualquier tipo de suceso, lo característico es que la persona experimente ante todo un cambio en su mirada interior; se plantee con especial insistencia cuestiones como: ¿Quién soy yo? ¿Hacia dónde voy en mi vida? ¿Qué he logrado? ¿Qué sentido tiene mi vida? Puede ser que, al mirar retrospectivamente, se llegue a conclusiones del tipo: no soy la persona que esperaba ser o miro hacia atrás en mi vida y solo veo las cosas que nunca han ocurrido.