Apuntes para una historia de sátira - Joaquim Rubió I Ors - E-Book

Apuntes para una historia de sátira E-Book

Joaquim Rubió I Ors

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Beschreibung

Una colección de discursos que dio el propio Joaquim Rubió i Ors en el Ateneu Barcelonés. En ellos, el autor analiza y desgrana la historia de la sátira, conceptualizándola dentro de la literatura medieval y de los trovadores de la época. Con estas seis conferencias en tono filosófico y detallista, Rubió participa en la construcción de una historiografía catalana que se aleja de los mitos patrióticos que rodeaban la historia literaria y cultural hasta el momento.

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Seitenzahl: 407

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Joaquim Rubió i Ors

Apuntes para una historia de sátira

EN ALGUNOS PUEBLOS BE LA ANTIGÜEDAD Y DE LA EDAD MEDIA.

DISCURSOS LEIDOS EN EL ATENEO CATALAN DOCTOR EN FILOSOFÍA Y LETRAS. CATEDRÁTICO DE HISTORIA UNIVERSAL DE LA UNIVERSIDAD DE BARCELONA, É INDIVIDUO DE LA REAL ACADEMIA DE BUENAS LETRAS DE ESTA CIUDAD, DE LA SOCIEDAD ARQUEOLÓGICA DE TARRAGONA, ETC.

Saga

Apuntes para una historia de sátira

 

Copyright © 1868, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726687828

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

DISCURSO PRIMERO.

SEÑORES:

Con la desconfianza de quien, al presentarse ante personas ilustradas, va á hablar de materias que exigen, si han de ser discutidas con claridad, órden y acierto, y con amenidad tratadas, criterio sano, abundancia de doctrina y talento de exposicion mas que comun, vengo á ocupar vuestra atencion con algunas consideraciones sobre la sátira en general, ó por mejor decir, sobre el génio satírico; acompañándolas de una indicacion ó breve reseña de sus mas notables manifestaciones, así escritas como representadas que, á la vez que contribuya á hacer mas agradable el asunto, sirva para daros una ligera idea de su desenvolvimiento é importancia históricas en algunos pueblos de la antigüedad y en varios de los tiempos medios, y para poder mejor apreciar el valor moral de la misma, objeto principal de mi trabajo. Y si me detengo en mi reseña histórica en los umbrales de la edad moderna, es, Señores, ¿á qué ocultarlo? porque no me reconozco con aliento bastante para penetrar en un terreno surcado en todas direcciones por los torrentes de la no bien extinguida lava que han derramado en él las pasiones humanas, excitadas hasta el frenesí por los ódios políticos y religiosos; es porque tendría que hablar de hechos sobrado recientes y cuyas consecuencias, para unos motivo de terror, objeto de admiracion para otros, nos tocan demasiado de cerca, para que en su apreciacion, aun procurando obrar con justicia y templanza, no corriera grave riesgo de faltar á una ú otra virtud, ó cuando menos de ser tenido por sospechoso de no haberlas practicado.

Y no atribuyais á fingida modestia el que me comprometa tan solo á hacer algunas indicaciones, y no á trazar una historia completa de la sátira, ni siquiera en las dos épocas indicadas. Presumo tener bien medidas mis fuerzas para saber hasta donde puedo ensayarlas sin peligro de que me abrume el peso que sobre mis hombros eche, y de que se renueve en mí la historia del pigmeo que pretendió esgrimir la clava de Alcides. Espacio dilatado, tiempo no escaso, perseverante estudio y erudicion vastísima necesitaríanse para trazar en toda su extension el desarrollo histórico del ingénio satírico en sus diferentes manifestaciones; y como de todo ello tengo caudal reducido, no pretendo, ni me era dado aspirar á mas que á recorrer ligeramente ese campo y recoger al paso las espigas que mas llamen la atencion para formar con ellas la guirnalda que deba ofreceros. Aun así y todo mas que en mí mismo confio en vuestra ilustracion é indulgencia; en aquella para llenar los vacíos que en este trabajo advirtiéreis; en esta para disimular la falta del acierto en el desempeño.

Permitidme que antes de empezar cumpla con un deber que la franqueza y la lealtad me imponen. Tal es el manifestaros mi manera de pensar acera del género satírico, á fin de que conociéndolo, podais formar mas exacto concepto del modo como me propongo tratar de él, y del fin á que aspiro en mis apreciaciones. Confieso desde luego que no soy aficionado al espíritu de escarnio y parodia, inspirador de la sátira; y que sin ser de los que, por demás adustos, nunca desarrugan el entrecejo, ni aun ante el chiste oportuno bien que decente, ó el epígrama punzante pero cortés, me siento mas inclinado á ver el lado serio que el ridículo de lo que se ha dado en llamar, para mí con poquísima propiedad, la comedia de la vida; y que al desempeñar, conforme á ello nacemos obligados todos, un papel mas ó menos importante en ella, ya que no me sea dado aspirar mas que al de comparsa, no me siento con vocacion para ir á engrosar la de los escritores burlones; pudiendo desde ahora, y con firme propósito de no tener que desmentirme en lo sucesivo, decir con el príncipe de nuestros prosistas que

Nunca voló la humilde pluma mia

Por la region satírica, bajeza

Que á infames premios y á desgracias guia.

Protesto sin embargo que al declararme enemigo de la sátira en general, y sobre todo de la personal y de la de carácter marcadamente intencionado, burlon y paródico, y al juzgar sus producciones, procuraré, sin que para ello tenga que hacer mas que obedecer á mis naturales instintos, á la par que proceder con toda la imparcialidad de que soy capaz, no aludir y mucho menos zaherir á ninguno de los que cultivan ó son aficionados al género que nos ocupa.

Y hecha esta advertencia, entremos ya en materia.

 

Ventaja es, Señores, y no de poca monta, al tener que hablar ó escribir de cualquiera que sea, no verse obligado á detenerse en definir la palabra ó palabras por las cuales la expresamos. Y en esta ocasion yo gozo de ella. Con solo indicar que voy á tratar de la sátira en sus principales manifestaciones, y sin entrar en explicaciones que aquí pudieran parecer hasta inoportunas, tengo la seguridad de que se habrá despertado en todos vosotros una idea clara de lo que va á ser objeto de mi trabajo. Así pues, quédense allí disputando les aficionados á andar á caza de etimologías si viene el tal vocablo de Sátiro, por haber comenzado por los coros satíricos la costumbre de lanzar el escarnio, y las burlas y hasta los insultos á los espectadores de sus licenciosos juegos; ó de la voz latina satura, plato lleno de varios manjares, y por analogía, poema compuesto de metros y asuntos diversos; ya que de cuanto aquellos discurriesen ó averiguasen no hemos de sacar ni un rayo mas de luz para aclarar su significado. Dejemos tambien que Griegos y Latinos se disputen la gloria de haber inventado la sátira, y que, envanecidos con ella los últimos, la llamen con Horacio, Græcis intactum carmen, ó que exclamen con Quintiliano, Satira tota nostra est; porque con recordar que se referian á la forma literaria conocida por aquel nombre, se echa desde luego de ver que nada hacen estas disputas de puro amor propio á nuestro propósito, puesto que no venimos á tratar de una forma poética determinada y que puede haber sido inventada por tal ó cual pueblo; sino del modo especial de ver y expresar las cosas por su lado tenido por risible; de la tendencia á la burla, al ridículo y á la parodia que en todas partes se encuentra, y de cuyo inventor seria tan absurdo buscar algun rastro, como pretender averiguar quien lo fué de la risa.

Es costumbre entre los retóricos colocar la sátira entre las producciones del género didáctico, suponiéndola, cual á las demás de la propia familia, destinada á la enseñanza. Si tal es ó ha debido ser su principal mision, larga es la cuenta que tendrá que dar al que con nosotros quiera tomársela por la manera que la ha desempeñado. Por una vez que de buena fe y de propósito deliberado se haya metido á maestra, las cien ha pensado en todo menos en esto; y aun entonces, ó habrá perdido el prestigio, y por consiguiente el tiempo, por su demasiada familiaridad y llaneza con quien debia aprovecharse de sus enseñanzas; ó se le habrá hecho odiosa por su severidad en el empleo de la palmeta, y habrán sido por lo tanto escasísimos, sino nulos, los frutos de sus lecciones.

El príncipe de los satíricos latinos hace de la indignacion la musa de la sátira:

Si natura negat facit indignatio versum.

¿No os parece, Señores, que esta pasion, de índole poco atrayente, y no la mas á propósito para servir de garantía de justicia y de acierto, se aviene mal con las formas de la enseñanza, de suyo razonadoras, sesudas y tranquilas? Ello es que al recorrer las obras satíricas, se encuentra apenas una que otra con carácter didáctico; y cuando esto sucede, hállase siempre ó que la sátira anda como ocultándose avergonzada ante la seriedad del precepto, ó que pasa este desapercibido, cuando no desautorizado, ante las risas que aquella provoca.

Yo creo que todo lo mas que concederse puede á la sátira tal cual es, ó segun el modo general de considerarla por los que no se han remontado á las para la mayor parte inaccesibles alturas de las teorías estéticas hegelianas, y aun esto suponiendo que acierte á encerrarse en sus justos lindes, es considerarla como un desahogo, — natural en ciertos temperamentos y en algunos casos hasta disculpable en parte, — de la indignacion con mas ó menos causa producida en ellos por el espectáculo de los vicios morales ó sociales, de las miserias y ridiculeces, — á juicio se entiende del que los satiriza, — de la humanidad; como una expresion espontánea, — pero á la cual deberian hacer un esfuerzo para no abandonarse demasiado, — del modo especial de comprender y sentir de los que tienen la desgracia de no ver mas que el lado feo ó risible de las cosas.

Sin embargo sus cultivadores ó aficionados no consienten en darle únicamente esta importancia subjetiva, sino que considerándola llamada á mas altos fines, la creen hasta capaz de proporcionar elevadas enseñanzas morales y sociales. Pronto nos revelarán los testimonios históricos si las ha dado, de qué manera lo ha hecho, y qué resultados han producido.

¡Oh! se os dirá: el hombre teme el ridículo: pues bien, aprovechémonos de este temor para corregirle. Sea él su coco, como el duende lo es de los niños. Riámonos y hagamos que se rian los demás de sus defectos, poniéndolos en caricatura, parodiándolos, burlándonos de ellos, y de fijo se corregirá. Porque en efecto ¿quién resiste al escarnio? ¿Dónde está el que tiene valor para querer continuar siendo objeto de sus tiros?

Aun á riesgo de que se tomára por una paradoja no dudaria en contestar que todo el mundo. Unos por ignorancia ó error en la manera de apreciar las cosas, otros por egoismo, no pocos porque los sarcasmos les irritan, y muchos porque en realidad de verdad no hacen gran caso de ellos, el resultado es que las burlas á nadie corrigen. Pocos vicios han sido tan castigados por la sátira como la avaricia. Y sin embargo ¿sabeis de alguno que, dominado por él, lo haya dejado por el escarnio de que ha sido objeto? Comienzo por dudar que ningun avaro de los que pueden encontrarse reproducidos en los tipos ideados por Plauto, Molière ó La Hoz malogre su tiempo leyendo sátiras, ó derroche dos ó cuatro reales para ir á escuchar bobadas en un teatro. Mas dado que lo hiciese, ¿qué enseñanzas sacaria de aquellas comedias? Probablemente ningunas otras, sino que le conviene ser en adelante mas advertido; que obrará cuerdamente en echar, en cuanto llegue á casa, un nuevo candado á su tesoro; que hace bien en guardar debajo de cien llaves lo que tanto estiman y apetecen todos; y por último, y esta será para él la mas provechosa, que hay otros mil medios de atesorar y de economizar que le eran hasta entonces desconocidos. Y ved ahí convertidos en maestros de avaricia, como por punto general lo son de los vicios que describen, los que se proponen curarlos por medio del ridículo.

¡El ridículo! ¿Y dónde se encuentra? ¿quién es en la sociedad el que sabe donde á punto fijo se halla, cuando empieza, cuáles son sus límites? ¿Dónde está el que, constituyéndose en juez de sus semejantes, pueda decir: yo lo derramaré con exacta medida, ni de menos para que no sea ineficaz, ni de mas para que, en vez de sanarla no encone la llaga? El ridículo puede encontrarse en todas partes ya que, existiendo dos distintas maneras de ver ó de apreciar las cosas, á saber, la del error y la de la verdad, lo que será bueno para unos será malo para otros; lo que aceptable para aquellos, repugnante para estos. Hace siglos que se está diciendo y repitiendo que todas las cosas tienen su lado hermoso y feo, sério y ridículo. Error vulgar. La dualidad está en el modo de mirar, no en el objeto que se mira. Las enfermedades de la razon hacen que esta vea las cosas distintas de lo que son realmente, bien así como en algunas físicas se ofrecen los objetos á la vista de diferente color del que tienen. Decidme de un hecho, institucion, idea, virtud, por grande, por fecunda, por santa que sea, á la cual no se haya lanzado el ridículo. Para unos la religion es una impertinencia; locura para otros el patriotismo: estos calificarán de hipocresía la mas acendrada virtud, de necedad la ciencia; aquellos tratarán de ilusos á los hombres de sentimientos nobles y generosos: para los egoistas y cobardes es una sandez sacrificarse por una idea política ó religiosa; para los de carácter arrebatado y turbulento son una vileza ó una estupidez la mansedumbre y la tranquilidad de ánimo; para todos en fin es el colmo de lo ridículo no ser lo que ellos son, no pensar lo que piensan, no querer lo que quieren. Aristófanes hace un sofista y un ateo del mas sabio de los filósofos de Atenas, y acaso siembra con sus mordaces chanzas la cicuta que beberá mas adelante Sócrates: veinte y dos siglos mas tarde Voltaire, lanzando el sarcasmo sobre la fe hará que, del que se negó á Dios, se acumule el incienso que se quemará años despues ante el altar de la diosa razon representada por una mozuela de mala vida.

¿A quién pues harémos juez de tan dudoso litigio? ¿Al buen sentido? Mercancía es esta que creen poseer todos, y que anda sin embargo muy escasa. ¿A la mayoria de los hombres? Poned dos cátedras en la plaza pública; sentad en la una un sabio, en la otra un bufon; volved al poco rato y ved cual de los dos tiene mas favorecedores. Ruboriza el decirlo, pero yo os aseguro que no tendréis necesidad de contarlos.

Mas demos que acerca de algunas cosas ó hechos estemos todos de acuerdo en que realmente son ridículos, y que convengamos en castigar con el sarcasmo lo que es acreedor á él. Aun en este caso ¿quién nos responde de que sea la pena proporcionada á la culpa; de que no se haga mas daño del que se pretende remediar?

Las luchas satíricas son como los juegos de sobremesa que, comenzando con las pequeñas migas de pan que chanceando y riendo se arrojan unos á otros los comensales, acaba por el destrozo de los platos y botellas que gritando y echando espumajos de cólera se tiran mútuamente á la cabeza. La indiferencia del que sufrió el primer alfileretazo del escarnio exaspera al que se lo dió; el irritado provoca; el amor propio ofendido replica alzando el tono; el que se siente herido encomienda ya la contestacion al brazo; el dolor de los golpes encona los ánimos, y momentos despues ya que no queda á los contendientes parte sana, y su honra, que por ser lo mas vulnerable, es á la que se asestan principalmente los dardos, anda hecha trizas por el suelo del combate. Los que conozcan la historia de la sátira en los tiempos modernos y en los contemporáneos saben bien que no exagero.

Dosson los senderos que cree poder seguir el espíritu de parodia, este espíritu del cual escribia Goëthe que le habia parecido siempre síntoma de degradacion para todo pueblo inclinado á usarlo; es á saber, ó entregar indiferente ó con burlona sonrisa sus chanzonetas sobre los vicios y defectos humanos á la porcion, harto numerosa, del público, dispuesta siempre á convertirlo todo en diversion ó agradable pasatiempo; ú ofrecer indignado á las burlas de los demás lo que es objeto de las suyas. Van por el primero esas turbas de satíricos que, haciendo alarde de entendidos en todo ó de despreocupados, descargan su cetro de cascabeles sobre cuanto encuentran al paso, bueno ó malo, trivial ó grave, hermoso ó feo. Por el otro van los que, creyendo acaso de buena fe en la eficacia del específico, aplican sin piedad el cauterio del escarnio á los males que hacen, al decir de ellos, su tormento. Ni por este ni por aquel camino se llega al bien: sin embargo los que por el último andan no estarian lejos de alcanzarlo, modificando el tono; — pronto indicarémos de que manera; — los que por el primero van retozando logran únicamente sembrar cizaña ó adormideras para que, á la vuelta de algun tiempo, parte de su público, la que se habrá reido mas, ó se halle dividida por el odio, ó dormida en el sueño del escepticismo.

Contradiccion extraña, Señores, pero que no nos sorprende ya que estamos acostumbrados á verlas semejantes todos los dias en la vida; es general, — y esto es una prueba de que no están tan muertos como se supone los sentimientos nobles, — es general el calificar de hombres sin corazon á los que gozan en poner de manifiesto los vicios y ridiculeces ajenas, por solo el placer de hacerlo; y sin embargo — tan grande es la fascinacion que la risa causa, — es frecuentísimo el admirar, ensalzar ó aplaudir á los que, so color de curar la locura de los unos con la risa de los otros, hacen de ello una profesion, y hasta á los que no vacilan, á falta de materia para sus chanzas, en buscarla en la calumnia.

Y esto que pasa en todas las edades, acontece en una proporcion que espanta en las épocas en que, ó por efecto de la abundancia misma del mal, ó del tedio que producen las luchas demasiado apasionadas de intereses ó de ideas, ó de haber los bandos, en medio del encono del combate, echádose en rostro sus errores, sus miserias y sus debilidades, se cae en la indiferencia ó en la duda. Y á la manera que la corrupcion de las aguas se revela por la presencia de ciertos animales inmundos, manifiéstase igualmente la de la sociedad por la abundancia de las producciones satíricas: y bien así como en aquellas sube el cieno á la superficie removiéndolas, y pierden su primera transparencia, sacados en la otra á colacion sus defectos por los satíricos, parece como que se disipa ó se enturbia todo cuanto momentos antes habia en ella de noble, de levantado, de santo. ¡Ay pues de los pueblos cuando prevalece en ellos la eterna y envenenadora risa de los Demócritos! Contagiados por ella acabarán por burlarse de todo, por dudar de todo; y al desvanecerse esa especie de vértigo que ofuscaba sus inteligencias, á la manera de los que, habiéndose dormido en medio de los excesos de un banquete, se encuentran al dispertar sin fuerzas, sin aliento, ofuscada la inteligencia, y el corazon vacío; se hallarán desprovistos de todo sentimiento noble, secas las entrañas, sin sosiego el ánimo, arrastrados por el torrente de los males y por la avenida de los vicios cuyas sucias aguas contribuyeron á enturbiar ó cuyos diques rompieron, y verán cubiertos de lodo los mustíos restos de las flores que en medio de sus locas alegrías deshojaron. Los Heráclitos podrán parecer ridículos á aquellos, que por desgracia son muchos, para quienes la existencia es un divertido sainete y que creen vivir mas cuanto mas se rien; pero en cambio nadie podrá con justicia acusarles de fautores de males ó de hombres sin entrañas. Los que no piensen como ellos tendrán, cuando mas, motivo para compadecerles; nunca derecho á maldecirles.

En cuanto á los que con indignacion verdadera y por ventura con cierta buena fe aplican el incandescente boton de la sátira á los males que aspiran de esta suerte á remediar, creemos que pudieran alcanzarlo sin tanto riesgo de errar la cura y sin grave peligro de ofender la moral, modificando, como decíamos antes, el tono, ó si hemos de proseguir el símil comenzado, atenuando la fuerza del cauterio y procediendo con ciertos miramientos al aplicarlo.

Mas ¿por qué en vez de este no ha de emplearse el bálsamo? ¿Por qué en vez de la indignacion, diosa de la sátira pagana, no hemos de invocar la compasion, musa de la cristiana? ¿Por qué no se ha de pedir la inspiracion, no al rencor sino á la caridad?

Con sentimiento y rubor oimos todos los dias á los poetas y artistas satíricos gloriarse de manejar el látigo del escarnio, y hasta hacer alarde del miedo que armados con él inspiran, sin echar de ver que este instrumento de castigo envilece la mano del que lo maneja y la persona contra la cual se esgrime. Ni logran, á nuestro modo de ver, hacerlo menos odioso y ni aun escusar su uso, con decir que lo vibran únicamente contra el mal; pues además de que este se ha de hallar por precision como encarnado en una persona, en una clase ó en la sociedad, ¿en qué libro de ética han encontrado que el látigo sea el remedio mas eficaz para curarlo? ¡Ay de la humanidad si no tuviese otros motivos para huir del mal que el temor de aquel castigo! ¡Ay de ella si su moral y su civilizacion debieran cimentarse en el odio y no el amor! El aborrecimiento al mal, dice un crítico francés, nos predispone, sí, pero no produce por necesidad el amor al bien. Antes al contrario, el que se aficiona demasiado á aborrecer y á escarnecer lo malo, acaba por perder el delicioso placer de lo bueno.

¿Pues qué, se nos dirá acaso, hemos de permanecer indiferentes en presencia del mal? A esta pregunta contestarémos con otra. ¿Tenemos derecho á burlarnos, á reirnos de él? Rechazamos la indiferencia, cual condenamos el escarnio. Aquella seca, como este mata: si este puede hacer que el mal aumente, aquella dejará que se multiplique. No menos nos repugna la indiferencia con que cuenta Suetonio las liviandades de los Césares, que algunas de las sátiras que arroja Juvenal contra las de la sociedad romana, cuanto mas intencionadas mas indiscretas; mas corruptoras cuanto mas violentas.

En la sátira quisiéramos, lo hemos dicho ya, la compasion, no la ira; la caridad, no el odio. Mas aun, y esto va á parecer una paradoja; desearíamos en ella la risa de la tristeza, no la de la alegría. Un grande escritor de nuestros tiempos, Cesar Cantú, ha dicho de la sátira que llegará al mas alto grado de poesía social el dia en que se hermane con la elegía. Y no se oponga que esto mataria el género satírico: la historia de la sátira nos hará ver que este maridaje es posible, puesto que la Iglesia mas de una vez lo ha realizado; lo que sí haria, con no poca ventaja de la sociedad y del arte, seria disminuir el número de sus lectores por menos sabrosa, y el de los que la cultivan por menos lucrativa, y que estos pocos, en vez de tener que reducirse á imitar á Juvenal, Juliano el apóstata, Rabelais ó Voltaire, tarea no muy difícil, deberian lanzarse trás las huellas del Dante ó de Cervantes, y para ello seria preciso acercarse á la estatura de estos colosos: lo que sí haria que en vez de ser, como ahora, una forma la mas prosáica del arte, se convertiria en un género poético y de importancia realmente moral, ora describiese en bellos cuadros el bien ideal para contraponerlo al mal real, las puras costumbres de los tiempos pasados á los vicios de los presentes; ora expresase el estado del ánimo del poeta, grave ó tristemente afectado por el espectáculo de un mundo distinto del que en su entusiasmo por lo bello, lo verdadero y lo santo habia concebido.

Nada mas comun que oir á muchos anatematizar secretamente, y sobre todo despues que ha llegado á hacerse odioso por sus excesos y temible á todos por sus atrevimientos, el espíritu de parodia que venimos aquí á condenar en público. Comparada, os dirán, con el entusiasmo, móvil poderoso de las nobles pasiones y de las grandes virtudes, la sátira,— no podemos menos de confesarlo,— es harto impotente y mezquina. Sabemos que no ha creado nada; pero en cambio, añadirán por ventura con uno de sus mas eruditos historiadores, ha destruido mucho, y con esto ha servido mas de una vez á los intereses de la humanidad. Mezquina idea tienen de la humanidad y concepto bien menguado de sus intereses los que creen, —tomando por causa de bienes lo que es muchas veces motivo ó castigo de males, —que para el mejoramiento de aquella y el desenvolvimiento progresivo de los segundos, es indispensable sembrar de ruinas las sendas por donde anda. No tenemos ninguna fe en esta clase de remedios heróicos, que no pocos, sin embargo, propinan como únicos para hacer desaparecer ciertas enfermedades morales, religiosas y políticas; y por la poca historia que tenemos estudiada, creemos poder asegurar que el género humano adelanta mas y se perfecciona mas de prisa marchando pausadamente y transformándose á medida que adelanta, que obligándole á andar á saltos ó sacudiéndole con revoluciones. Porque los despojos con ellas hacinados por la generacion de hoy, objeto de espanto para ella misma, serán un estorbo que tendrá que desviar del paso, haciendo alto en su marcha, la generacion de mañana.

No se nos venga pues señalando como una de las glorias de la sátira el que sea una arma de destruccion, ya porque no es cosa del todo averiguada que la humanidad marche mejor dirigida por la tea destructora que guiada por la razon divinamente instruida; ya porque, aun cuando diésemos por cierto que las ruinas de lo pasado puedan servir para levantar el edificio de lo porvenir, nos quedaria todavía la duda de si la parte derribada era la inservible y ruinosa ó la útil y durable del monumento. ¿Qué seria hoy del mundo si la sátira del Emperador apóstala, en vez de abrir tan solo algunas brechas en el naciente cristianismo, hubiera sido bastante poderosa para destruirlo?

Ni se crea que porque cerráramos los oidos á las desentonadas voces de la sátira y los ojos á la caricatura y á lo grotesco, — profanaciones del arte, —nos privaríamos del placer de la risa: que hartas fuentes de inspiracion le quedan á la retozona musa de la alegría, aun cuando por peligrosas deje de arrimar sus lábios á las turbias aguas donde aquella bebe. Sin menoscabo de la decencia, sin ultraje á lamoral, sin ofensa de la belleza, sin agravio de la propia estimacion y de la reputacion ajena ¿cuánto no pueden hacer reir, hasta al hombre mas grave, el dicho agudo, el chistoso epígrama, la retozona letrilla, la alegre comedia, el cuento festivo y la parlanchina novela, amiga de narrar lances, retratar caractéres y analizar humanos sentimientos?

No sé que filósofo definió al hombre diciendo que era «un animal risible», animal ridendi capax. Que en él existe la propension, ó llámesele si se quiere, facultad de reirse, es indudable; que compartimos con la risa y el llanto los breves dias que en el mundo vivimos, es no menos cierto. Pero como sucede con las demás facultades é inclinaciones humanas que no á todos han sido distribuidas con la misma medida, ni existe en igual grado en todos aquella propension, ni los efectos que causa son en todos idénticos. Aun hay mas, y es que en un mismo hombre dicha propension aumenta ó disminuye, y se manifiesta por distintos motivos segun las diferentes edades y los diversos estados de su vida. Y lo que sucede con los individuos acontece igualmente con los pueblos, como de algunos de ellos nos lo van á demostrar los hechos que en rápido bosquejo pasaré ya á reseñar con mayores deseos de complaceros que esperanzas de lograrlo. Y puesto que en el presente discurso he gastado una parte no escasa del tiempo de que puedo disponer en la exposicion de las pobres consideraciones que anteceden, emplearé el poco que me resta en bosquejar la historia de la sátira entre los Egipcios y los Griegos; tarea que no ha de ser tan larga que buenamente no quepa dentro de los límites que me he señalado.

 

Hace pocos años podia dudarse aun si el Egipto, este pueblo tan majestuoso, tan imponente, tan sacerdotal en las principales manifestaciones de su genio artístico, en su constitucion tan absolutista y teocrático, en su historia tan épico, tan grave en sus hábitos, habia conocido, no la risa burlona, pues la duda hubiera podido parecer absurda, sino el espíritu de parodia, la caricatura, la sátira que la provocan. Mas hé aquí que al estudiar la moderna ciencia con mas copia de datos y mas inteligente espíritu sus monumentos, y al internarse en el dédalo misterioso de su arte, hase visto sorprendida, con no poca extrañeza, por la representacion de cuadros grotescos, de escenas en que figuran animales donde no se puede menos de reconocer una intencion satírica, y que forman notabilísimo contraste con esas otras representaciones serias de batallas, de triunfos y de ceremonias religiosas de que están, hasta recargadas, las construcciones egipcias. Todavía hay mas, y es que el Egipcio á quien vemos preocuparse tanto de la idea de la muerte, levantando en vida el fúnebre monumento donde ha de ser depositada su momia, tiene, como la tendrán tambien Griegos y Romanos, su divinidad de la risa, su Bes,como aquellos su Momo; que el Egipcio á quien creimos tan sumiso á sus faraones y tan temeroso de sus dioses, acaso se ha reido mas de una vez de aquellos y ha puesto en mas de una ocasion en ridículo á estos últimos, si hemos de dar por buenas las interpretaciones de sabios y discretos egiptólogos á ciertas manifestaciones satíricas que han llegado hasta nosotros. Verdad es que en aquel antiquísimo pueblo se halla el elemento paródico como contenido, como ahogado por las representaciones históricas y religiosas; mas es indudable que existe, y este hecho tiene demasiada importancia para que pudiera pasarse en silencio en una historia de la sátira.

No harémos hincapié en un cuadro que se encuentra en medio de una serie de composiciones históricas de uno de los grandes monumentos de Tebas, que representa una reunion de convidados de uno y otro sexo, y del cual deduce Wilkinson que los pintores egipcios no vacilaron á veces en sacrificar la galantería á su aficion á la caricatura, ya que no tuvieron el menor escrúpulo en revelar á las edades futuras, en mengua de la reputacion de sus mujeres, que estas no siempre sabian irse á la mano en el uso del jugo de la parra. «Y en efecto, añade el mismo escritor, entre las damas, sin duda de alta alcurnia, que figuran en dicha escena, unas llaman á sus sirvientas para que las sostengan en sus asientos; otras pueden apenas tenerse en ellos para no caer sobre las personas que están detrás, y todas llevan en la mano una flor mustia, emblema del lamentable estado en que el vino las ha puesto.» Tomás Wright ( 1 ) ha reproducido uno de los grupos de dicho cuadro que representa á una de las poco comedidas damas que ha llevado su aficion á este licor mas allá de lo que la decencia y el buen parecer permiten, y en cuyo ausilio acude solícita una criada en ademan de ir á sostenerle la frente y presentarle una especie de palancana.

Con referencia el citado Wilkinson, autor de una excelente obra sobre las Costumbres y hábitos de los antiguos Egipcios, cita el mismo Wright dos escenas de carácter paródico sacadas de una procesion fúnebre que figura en una antiquísima pintura de Tebas; pero contentándonos con indicaros, Señores, su existencia, nos fijarémos en los dos ejemplos mas notables sin duda que de este género nos ofrece el Egipto. Son dos papiros que se encuentran en el Museo Británico el uno, y el otro en el de Turin, que han sido publicados, salvos algunos fragmentos de una lubricidad tal que ni se pueden reproducir sin rubor ni ser mirados sin repugnancia, por el sabio doctor Ricardo Lepsius, director del museo arqueológico de Berlin, y de los cuales, por el interés que ofrecen y por lo poco conocida que es entre nosotros esta parte del arte egipcio, he creido que debia daros una idea, trasladando aquí los principales pasajes de la descripcion é interpretacion que de ellos escribió el jóven conservador del museo del Louvre, Mr. Teódulo Daveria ( 2 ).

«El museo egipcio de Turin, dice, posee los restos de un papiro en el que se ven caricaturas parecidas á las que ha trazado en nuestros dias Grandville, y en las cuales se hallan los personajes humanos representados por animales. Los fragmentos de esas curiosas pinturas, que se remontan acaso á los tiempos de Moisés, han sido pacientemente reunidas y hábilmente dispuestas de manera que formasen un cuadro con dos compartimientos. En uno de ellos y en su parte superior se ve un concierto ejecutado por un asno que puntea el harpa, un leon que pulsa la lira, un cocodrilo que toca una especie de tiorba y un mono que suena una doble flauta, parodia acaso de un gracioso grupo, del cual se encuentran numerosas representaciones en los monumentos egipcios, formado de cuatro mujeres jóvenes que tañen dichos instrumentos y que se hallan colocadas en el mismo órden que los animales del grotesco concierto.

«Algo mas léjos otro asno cubierto de una especie de túnica, armado de un baston largo y un pedum ó cayada, recibe majestuosamente las ofrendas que con humilde continente le entrega un gato á quien acompaña una becerra; reproduccion tal vez de la escena fúnebre en que el difunto es presentado por la diosa Athor, la de los cuernos de vaca, á Osiris, el gran juez de los infiernos. Sigue despues otro cuadrúpedo en ademan de cortar la cabeza á un animal cautivo, de la misma manera que se pinta en los monumentos á los faraones descabezando á sus prisioneros, etc.

«En el compartimiento inferior llama principalmente la atencion un combate de gatos y de aves, con el propósito acaso de parodiar los de los ejércitos egipcios. Algo mas allá aparece una escena que podria por ventura servir de ilustracion á la Batrachomyomachia de Homero; el ataque de una fortaleza por un ejército de ratones armados de lanzas y escudos y disparando flechas. El caudillo de los sitiadores va montado en un carro arrastrado por dos lebreles á galope y rodeado de gatos que figuran tal vez los leones que llevaban los monarcas de Egipto en sus guerras ( 3 ).»

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«El Museo Británico posee los fragmentos de otro papiro con caricaturas parecidas á las primeras del de Turin, y en las cuales se ponen igualmente en ridículo la religion y la soberanía. En uno de ellos aparece un gato llevando en la mano una flor en actitud de presentar á un raton algunas ofrendas que tiene delante. Sentado este con cómica gravedad en una silla, aspira el perfume de una enorme flor de loto. Detrás de él vese en pié otro raton que sostiene un abanico y un objeto difícil, sino imposible de designar.» — ¿Es la parodia de alguna escena fúnebre? ¿es la representacion satírica de los homenajes tributados á los reyes? En esto andan discordes Daveria y Lepsius. Bástale á nuestro propósito saber que se ha querido ridiculizar algo, en lo cual parece no caber duda. — «Mas lejos asoma una manada de gansos conducida por dos gatos. Sigue á estos un rebaño de gacelas á las cuales sirve de guia un lobo que lleva su bagaje en la espalda, á la manera de los pastores egipcios, y que suena una doble flauta. En estas escenas y en la que voy á describir encuentro, añade Daveria, una alusion evidente á las costumbres íntimas de un faraon ó á su gineceo, el serrallo de los antiguos soberanos de Egipto. Y en efecto vemos en nuestro papiro á un leon jugando al parecer al ajedrez con una gacela, de la misma manera que en los aposentos del palacio de Medinet-Abu, se encuentra representado á Ramses III jugando á lo mismo con una de sus mujeres.»

En cuanto á la imágen del dios Bes, el Momo, como decíamos hace poco, de los Egipcios, hállase en los monumentos, y con mas frecuencia como figura suelta esculpida en madera ó en bronce, en tierra cruda ó en piedra, bajo la de un enano rechoncho, barrigudo, belfo y grotesco, blandiendo á veces una espada, otras tocando con furia dos platillos; ya disparando el arco, ya danzando.

La representacion que de una de esas figuras se encuentra en Champfleury ( 4 ), nos da á conocer una de las manifestaciones mas ridículas de la risueña divinidad, y nos revela, ó que el Momo egipcio fue de sobras dado á la risa y á la alegría vulgar y grosera, ó que sus adoradores le trataron con demasiada llaneza.

En cuanto á la sátira escrita, y de cuya existencia casi no nos permite dudar la representada, es otro de los secretos que la esfinge sentada en el valle del Nilo oculta todavía á la moderna ciencia. Confiemos que nuevos Edipos, mas afortunados, sino mas sabios, explicarán los enigmas que ofrece aun á los que van á interrogarla con anhelosa y útil curiosidad, y que entre los innumerables ejemplares del Ritual de los muertos que van devolviendo cada dia las necrópolis de las sierras líbicas á sus infatigables exploradores, y entre los tratados de moral que el arte paciente de los Champollion va descifrando, aparecerá alguna obra que nos revele que no siempre se ocupó en tan graves asuntos el ingenio egipcio.

 

Bien así como se nos hacia difícil sospechar siquiera que pudiese en Egipto existir la sátira bajo sus dos despotismos monárquico y teocrático, de la misma manera parece que el espíritu de parodia y el genio satírico en sus diversas manifestaciones, enemigo aquel de lo ideal, reñido este con el entusiasmo, no podian ni aun echar raíces en el suelo de la Grecia, á la que llama con razon Hegel el país de la belleza; ni medrar en un pueblo que nace, por decirlo así, artista con Homero, y que se ostenta con brios bastantes para mostrarse dos veces digno de la epopeya en sus dos guerras contra el Asia, la troyana y las médicas.

Sin embargo las naciones, lo propio que los individuos, no siempre se ciernen en las puras regiones del arte, ni obran siempre con seriedad y grandeza épicas. Atráeles, mal su grado, al suelo la prosa de la vida, y acosados por el realismo, y distraidos de mas levantados propósitos por los mezquinos intereses del momento, olvidan por instantes, si es que no los profanan, los goces artísticos, y substituyen á la gravedad de la epopeya la burlona sonrisa de la comedia. Y la Grecia ofrece tambien este doble carácter; y siendo artista y épica, como pocos pueblos lo fueron, profanó el arte dando culto á lo feo, y rebajó su elevado carácter entregando al ridículo lo que habia contribuido á su gloria, lo que fué causa de su grandeza.

Y en efecto, á juzgar por las manifestaciones satíricas que han llegado hasta nosotros, no cabe duda que existió el espíritu de parodia entre los griegos, siquiera en ciertas épocas de su existencia histórica viviese raquítico ycomo oprimido por su carácter grave, por la grandeza de sus hechos y por lo delicado de su sentimiento estético: y reconociendo con Víctor Hugo ( 5 )que al lado de los carros olímpicos debian tener menguada importancia la Carreta de Tespis, y que los colosos homéricos Esquilo, Sófocles y Eurípides debian llevarse por delante á Aristófanes y Menandro, cual envueltos en su piel de leon se llevaba Hércules los pigmeos; no es posible, sin cerrar los ojos á la evidencia de los hechos, admitir que fuese del todo extraño á aquel pueblo el genio paródico.

¿Ni como creer que no cayera en la tentacion de ridiculizar hombres, instituciones y hechos el pueblo á quien por otra parte nos pintan sus analistas ligero, veleidoso, apasionándose hoy por lo que despreciará mañana, amigo de banderías, tan variable en sus opiniones políticas cual poco firme en sus creencias religiosas, sobre todo despues que el Asia, que le habia dado sus primeras colonias, vencida por ella le contaminó con su emponzoñado aliento? ¿Cómo no admitir que lanzara el escarnio sobre las cosas humanas el pueblo que, infinitamente menos respetuoso que el Egipcio con sus divinidades, por él rebajadas al nivel del hombre, no contento con divinizar la risa en Momo, la embriaguez en Baco, en los Sátiros la liviandad, la glotonería en Sileno, la generacion y con ella la lascivia en el phallus, tipos todos de fealdad moral y física, llevaba la comedia hasta el Olimpo, casando á Vulcano cojo y tiznado por el humo de su fragua con la deidad nacida de las espumas del mar, la poca recalada Vénus, y dando en espectáculo á los dioses la cómica y nada edificante escena de Marte y la consorte infiel cogidos en fragante delito de adulterio dentro de la red de hierro forjada por el ofendido esposo?

No cabe dudarlo; como á la diosa de la sabiduría, la Grecia, y por ventura mas que ninguna otra república Atenas, la ciudad de las artes, la escuela de las mas elevadas doctrinas filosóficas, la heroína de las guerras pérsicas, prestó culto al dios de la risa; y mal que nos pese á los que, entusiastas de aquel pueblo de héroes, de poetas, artistas y oradores, quisiéramos verle yadmirarle tal como lo pintaron Esquilo y Sófocles, y en manera alguna contemplarlo ycompadecerle en el estado de degradacion moral y política en que le describió Aristófanes, no podemos menos de reconocer, ó que mintió con él la sátira, y esto no es posible por muy sospechosa que nos sea su veracidad, ó que no fué tan grave y noble, y tan majestuoso y épico cual estamos avezados á representárnoslo. Lo que sí habrá que notar respecto de su sátira así escrita como representada,—y nos complacemos en consignarlo, — es que el arte, prepotente en aquel pueblo, no consentirá que sean demasiadamente ultrajados sus fueros; no querrá que desaparezca del todo lo que hay divino en él tras lo innoble, grosero, y moralmente repugnante que se encuentra en los elementos satíricos; viéndose en él ese consorcio, al parecer imposible, de belleza y deformidad que aparece en los centauros, sátiros, faunos y sirenas, donde se combinan, casi sin estrañeza para la vista, la figura del hombre con la de ciertos animales; y del cual nos da un notabilísimo ejemplo el mismo Aristófanes, que siendo el mas acre y atrevido, el mas punzante y obsceno de los poetas satíricos griegos, es tan artista en los detalles y tan ático en su lenguaje, que Platon no vacilaba en escribir de él «que como anduviesen las Gracias buscando un santuario indestructible, halláronlo por fin en el alma de aquel poeta.» Aviso á tanto satírico y caricaturista, ya mordaz, ya simplemente humorístico, permítaseme el flamante vocablo, como pulula en medio de nuestra sociedad, y que cree que el non plus ultra del genio paródico consiste en exagerar la fealdad, en representar lo monstruoso, en envilecer el arte.

La Grecia, pues, cultivó la sátira; y cosa rara y que ha debido mas de una vez poner á los críticos pseudo-clásicos en grave aprieto para disculpárselo, Homero no vaciló en introducir la comedia, bien que en porcion muy escasa, en el mas épico de sus poemas; lo grotesco en medio de sus mas nobles y majestuosos cuadros; á Tersites en fin, el bufon de los reyes de la Grecia, entre estos y sus héroes. Aun hace mas y es que, obedeciendo acaso á un capricho de poeta, lo describe con rasgos parecidos á los que atribuye la antigüedad á Esopo. Y ved ahí el original personaje que es tenido todavía por no pocos como una invencion de los tiempos medios, pero á quien Roma conoció tambien, aplaudió y concedió libertades que no se permitia á sí propia, viviendo bajo las tiendas de los Aquiles y Agamenones, parodiando sus dichos y sus hechos, como siglos despues en los palacios y castillos feudales parodiarán los de su profesion los dichos y hechos de sus poderosos y rudos señores.

Si nos limitáramos á trazar la historia de la sátira en sus manifestaciones literarias, tendríamos que salvar de un salto la larga distancia que separa á Homero de Tespis ó Susarion. ¿Mas cabe suponer siquiera que yaciese sepultada en hondo sueño ó se condenara á enojoso silencio la retozona y atrevida musa del escarnio?

Es ya sabido que, sin dejar de manifestarse en formas mas ligeras y fugaces, la sátira griega buscó y halló en la comedia, género de suyo popular y en Grecia espectáculo favorito de la plebe por su doble carácter de fiesta nacional y religiosa, un modo de expresion, sino el mas fácil, el de mayor alcance y el mas apropiado á su carácter. Pues bien, si la comedia, en griego ϰὼμὼδια, de ϰωμος, comparsa festiva, ó ϰωμπ, comarca ( 6 ),nació, como es sabido de las licenciosas fiestas Dionisiacas y de las impúdicas procesiones priapeas; y si el culto de Baco y del obsceno phallus se remonta en Grecia á edades muy lejanas y que no le es dado á la cronología precisar, en vez de hallar un vacío en la historia del género satírico entre el Padre de la epopeya y el ordenador del coro báquico, tendrémos acaso que admitir la mayor antigüedad de este sobre la creacion del personaje de bufon de corte, que en la Iliada encontramos.

Como quiera que sea, si nuestras locuras carnavalescas, hasta cuando osan traspasar los límites de lo lícito, de lo honesto y del respeto á todos debido, no son mas, por mucho que sean demasiado, que un débil recuerdo, que una fria imitacion de las fiestas al dios del vino consagradas, ¿qué no harian y dirian con gestos, ademanes y palabras, en medio de los cantos báquicos, y de sus danzas descompuestas, y de su frenética exaltacion, y del delirio de la embriaguez, los adoradores de la alegre divinidad que se empujaban bailando á la redonda entorno del impúdico simbolo, vestidos de pieles de animales y tiznados los rostros con las heces del mosto? ¿Qué de sarcasmos groseros, y repugnantes chanzas, y dicharachos obscenos, é insultos soeces, con tal de agradar á su dios y provocar la risa de los circunstantes, no saldrian de aquellas bocas enronquecidas por la embriaguez y por el cansancio? Ni es de creer que perderia mucho de su primitivo carácter torpe, licencioso y obsceno porque hubiera, ya fuese Tespis, ya mas bien Susarion, quien se esforzara en ordenar la ruidosa y atrevida comparsa, é introdujera un personaje que alternara con el coro, y le subiera á una carreta ó tablado ambulante, y que con la adicion al coro cómico de la fábula y del episódio llegara por fin á crear la comedia: que no era fácil despojar de su antigua índole lo que para el pueblo estaba de tal suerte identificado con el culto y los ritos dionisiacos, que cuando no le gustaba el argumento dramático, expresaba su desagrado gritando á los actores: «Qué tiene que ver todo esto con Baco?» ( 7 )

Entre Tespis, contemporáneo de Pisistrato (siglo V antes de J. C.), y Aristófanes que floreció en tiempo de la guerra del Peloponeso, citanse varios nombres de poetas cultivadores del género cómico satírico tales como los de Formis, Crates, Cratino, Eupolis y Epicarmo, el primero este en importancia entre todos cual lo fué en antigüedad. «Epicarmo era un sabio; era uno de los mas ilustres representantes, dice Pierron, de la escuela pitagórica; y sin embargo sus comedias ó sátiras dramáticas parece que fueron parodias antireligiosas, viéndose en ellas á Júpiter trocado en un gloton obeso, á Minerva en música callejera, á Castor y Polux en bailarines obscenos, á Hércules en un hombre voraz é insaciable ( 8 ).» Dícese de Epicarmo que fundó en Sicilia una escuela poética. Grave mal es para los pueblos hacerles dudar de sus dioses; pero es mas grave aun acostumbrarles á burlarse de ellos!

No nos atreveríamos á decidir, pues carecemos de datos en que apoyarnos, si las comedias de los autores citados fueron escritas para ser representadas por sí solas ó para formar parte de una trilogia; nombre, que como sabeis, se daba á toda representacion dramática compuesta de una tragedia, una pieza satírica y una comedia: pero no creemos ajeno á nuestro propósito recordar que existió en Grecia por espacio de mucho tiempo la costumbre, nacida del orígen mismo de su teatro, de alternar los mas grandiosos y terribles argumentos trágicos con los mas familiares y jocosos; y hasta que los poetas griegos eran poco escrupulosos, menos de lo que creyeron algunos críticos, en mezclar, cuando lo creian oportuno, lo festivo con lo sério aun dentro de la misma obra trágica. Pudiéramos citar no pocos pasajes que lo prueban, ora en el diálogo, ora en el coro, desde las creaciones del épico y sacerdotal Esquilo hasta las del sofístico y amplificador Eurípides; y desde el Prometeo, hasta el Orestes, tragedia en que el esclavo frigio recuerda ya y deja adivinar lo que podria llegar á ser el gracioso del drama moderno.

Mas en tanto que el tiempo, perfectamente simbolizado por la mitología en el viejo Saturno devorando á sus hijos, no restituya á las edades presentes ó futuras los innumerables tesoros de todas clases de obras artísticas yliterarias que destruyera, el mas completo y fiel representante de la sátira griega escrita, de la parodia en accion es y será Aristófanes. De abeja