Atracción imposible - Sara Orwig - E-Book
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Atracción imposible E-Book

Sara Orwig

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Beschreibung

El ranchero y campeón de rodeo Jeb Stuart estaba empeñado en recuperar al hijo que su ex mujer había dado en adopción, pero no había contado con el amor que sentía el pequeño por Amanda Crockett, su encantadora madre adoptiva. Aquello llevó a Jeb a proponerle a Amanda un matrimonio de conveniencia por el bien de su hijo. Amanda enseguida descubrió que el plan era también por el bien del propio Jeb, que quería llevársela a la cama. Aunque sabía que debía proteger su corazón, no podía resistirse a los apasionados avances de aquel atractivo cowboy. En las calurosas noches texanas Jeb la enseñó a disfrutar de su propia sensualidad, pero, ¿podría ella enseñarlo a amar de nuevo?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Sara Orwig

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Atracción imposible, n.º 1071 - agosto 2018

Título original: Cowboy’s Secret Child

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9188-660-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

El lunes de la primera semana de junio, Jeb Stuart estaba sentado muy quieto en su coche, bajo la sombra de un alto olmo, en una calle residencial de Dallas.

Estaba esperando y su apariencia tranquila no traicionaba sus alteradas emociones.

Diez minutos más tarde, el pulso se le aceleró cuando un coche negro se detuvo delante de una casa de ladrillos rojos al otro lado de la calle. Vio la melena rojiza de la conductora antes de desaparecer en el interior de la parcela.

Siguió allí y se percató de que ella vivía en un barrio muy agradable, tenía un aspecto idílico. Y al cabo de unos minutos, él iba a irrumpir en su pacífica vida como un bombazo.

Por lo que le había costado localizarla, sospechaba que ella se había esperado que lo fuera a hacer y había tomado sus precauciones para que no lo consiguiera.

Entonces se abrió la puerta de la casa y salió otra mujer. Por el informe del investigador privado, Jeb sabía que era la niñera. Llevaba vaqueros y una camiseta roja y se metió en un coche rojo. Arrancó y se marchó sin fijarse en él.

Ya había esperado bastante. Salió del coche y cruzó la calle. A cada paso se le iba acelerando el corazón. Llegó a la puerta y llamó.

La puerta se abrió y se encontró delante de la mujer que había visto llegar antes. Llevaba unos vaqueros cortados y una camiseta azul. Amanda Crockett lo miró y sus miradas se encontraron. A Jeb le pareció como si esos enormes y luminosos ojos verdes se agrandaran más todavía.

Entonces recordó por qué estaba allí y lo que ella había hecho.

Durante los últimos dos meses había pensado en lo que le diría cuando la encontrara, pero ahora se quedó sin palabras.

Se dio cuenta de que no iba a ser necesario decir ni la mitad de lo que había pensado porque ella se puso muy pálida y pareció como si se fuera a desmayar. Pero con eso no se ganaría su compasión, pensó él. Entonces ella levantó la barbilla y Jeb pudo ver la chispa que surgió de sus ojos y se preguntó si él estaba dispuesto a pelear. Si era así, lo dejaría porque no estaba dispuesto a que ella viera el daño que le había hecho. Vio que los nudillos de la mano que sujetaba la puerta se habían puesto tan blancos como su rostro. ¿Se había creído ella que podría escapar tan tranquila después de lo que había hecho?

Mientras el mundo le daba vueltas alrededor, Amanda Crockett se agarraba con firmeza a la puerta. Cuando vio al alto desconocido que la miraba fijamente, podía sentir cómo se esfumaba lo más preciado de su vida. Había llegado el momento que había temido desde hacía tres años. Con una sola mirada a su rostro supo que el desconocido que tenía delante era el padre de su hijo. Era una versión crecida de su hijo de tres años, Kevin. Ese hombre tenía la misma estructura ósea, la misma nariz recta, los ojos oscuros y la ancha frente que Kevin. Ahora sabía el aspecto que tendría Kevin cuando fuera hombre.

Trató de contener el mareo que la amenazaba. El desconocido no dijo nada, pero sus ojos lo decían todo. Decisión, ira… Sin duda esos eran sus sentimientos.

Sus anchos hombros eran tan formidables como su altura. Aunque no habría importado si él fuera delgado y ligero, aun así él habría representado la misma amenaza. Más que una amenaza. Era el fin de su mundo.

Tomó aire varias veces, pero ni así le salieron las palabras. Tenía que invitarlo a pasar. Por la expresión de él, supo que iba a entrar, se lo permitiera ella o no, pero por el bien de Kevin, tenía que ser educada, aunque lo único que le apetecía en esos momentos era darle con la puerta en las narices y huir. Tomar a Kevin y salir corriendo.

–Pase –susurró.

Él lo hizo y entonces pareció llenar la sala. Llevaba una camisa blanca, vaqueros y botas de montar, era un hombre de aspecto rudo y atractivo, con una presencia impresionante.

Él la miró entonces.

–Soy Jeb Stuart. El ex marido de Cherie.

Las lágrimas amenazaron con escapársele a Amanda. Asintió y cerró los ojos.

–¿Está bien? –preguntó él.

–Sí.

Entonces ella se recordó que él había renunciado a todos sus derechos sobre el niño hacía tiempo.

Cerró la puerta y lo precedió hasta el salón.

–Siéntese –le dijo.

Ella lo hizo en el brazo de una mecedora y entonces Jeb se sentó en uno de los sillones. Se daba cuenta de que ese hombre era muy atractivo. Cuando él miró a su alrededor, Amanda pensó si se estaría preguntando si esa casa era adecuada para su hijo.

Pero le gustara o no, ese era el hogar de Kevin.

–Supongo que usted ya sabe que yo soy Amanda Crockett, la prima de Cherie.

–Sí, lo sé. He hablado con mi abogado y contraté a un investigador privado. Es así como la he encontrado.

Amanda luchó contra el ridículo impulso de suplicarle que la dejara en paz. Entonces pensó en todo lo que Cherie le había contado de su ex marido y la ira se unió al miedo. Se conseguiría un abogado y lucharía por Kevin.

–¿Qué le ha hecho cambiar de opinión acerca de su hijo, señor Stuart?

–¿Cambiar de opinión? Mire, señorita, usted tiene a mi hijo. Soy su padre y tengo derecho…

–Usted lo abandonó, señor…

–¡Abandonarlo! –exclamó Jeb y se puso enrojeciendo–. Yo no abandoné a mi hijo.

–Eso puede decirlo ahora, pero en su momento…

–Oh, no. Yo no lo abandoné. No sabía que Cherie estaba embarazada. Me lo ocultó cuando nos divorciamos.

Amanda pensó entonces que sus peores sospechas se estaban haciendo realidad. Cada palabra que decía ese hombre era como una puñalada en el corazón. ¿Estaba él mintiendo o diciéndole la verdad? Si estaba mintiendo, era un buen actor. Su mirada era directa y su voz estaba llena de convicción.

Lo cierto era que, en lo más profundo, siempre se habría preguntado si su prima no le habría mentido.

–Ella me dijo que usted no quería a su hijo, que usted no la quería y que se alistó en el ejército. ¿Dónde ha estado estos últimos tres años?

–En el ejército. Pero cuando me marché para alistarme no sabía que iba a ser el padre de un niño. Nos divorciamos en octubre del noventa y siete y esa fue la última vez que vi a Cherie. Me alisté en enero del noventa y ocho y he estado en el ejército hasta enero de este mismo año. Supe de la existencia de Kevin en abril.

–Que nació el veintidós de mayo de hace tres años –dijo Amanda.

Sabía que Cherie no siempre decía la verdad, pero no sabía si Jeb Stuart la estaba diciendo tampoco. Después de todo, ese hombre se casó con Cherie. ¿Qué clase de hombre se casaría con su prima? Pero nada más pensar eso, se dio cuenta de que, la mayoría de los hombres se sentirían atraídos por Cherie.

–Cherie me contó que usted la abandonó y que no quería a su hijo. Ella no lo quería tampoco y sabía que yo sí lo querría, así que me preguntó si yo lo adoptaría cuando naciera. Acepté y adopté a Kevin. Soy su madre legal.

–Su madre adoptiva legal. Yo no sabía nada de mi hijo. Lo descubrí por una amiga común de Cherie y mía. Me la encontré tres meses después de que yo dejara el ejército. Ella sabía que Cherie había estado embarazada, pero no que no se hubiera quedado con el niño.

–Mire. Yo he criado a Kevin como a mi hijo. Va a destruir su vida si trata de apartarlo de mí ahora –dijo Amanda, cada vez más segura de sí misma y de sus derechos.

–Señorita, yo soy su padre.

–Y yo tengo una carta de Cherie en la que dice que la abandonó cuando estaba embarazada y que usted sabía que lo estaba. Cualquier juez la tomaría como prueba y puedo llevar como testigo a la misma Cherie.

–¡Los dos sabemos lo que valdría su testimonio! –exclamó Jeb, irritado por las mentiras que había contado Cherie.

–Usted no me va a quitar a mi hijo –dijo ella desafiante.

–Pero usted quiere tenerme a mí apartado de mi hijo.

Deseó agarrarla y sacudirla, decirle que se había perdido ya tres años de la vida de su hijo por culpa de ella y de su prima.

–¿Mamá?

Al oír esa voz de niño, Jeb se volvió. En la puerta había un niño pequeño con una camiseta verde y vaqueros. Iba descalzo y se había metido el pulgar en la boca.

Cuando lo vio, a Jeb se le encogió el corazón y el resto del mundo se desvaneció, dejando solo al niño. Se sintió lleno de amor e incertidumbre. Deseaba tocarlo y entonces se percató por qué aquella mujer lo había reconocido nada más verlo. El parecido lo entristeció más todavía. ¡Ese era su hijo! Deseó tomarlo de la mano y decirle que él era su padre y que se iba a ir a casa con él, pero sabía que no iba a ser tan sencillo. El niño los miraba a ambos con los ojos muy abiertos.

–Ven aquí, Kevin. ¿Te acabas de despertar?

La voz de Amanda se transformó en una muy tranquila y dulce, llena de amor. Tan cariñosa que Jeb la miró antes de volver a mirar a su hijo.

Kevin lo miró extrañado y corrió hacia su madre, se subió en su regazo y se agarró fuertemente a ella. Mientras Amanda lo acunaba y le acariciaba la espalda, el corazón de Jeb recibió otro golpe.

Durante los últimos dos meses, desde que había descubierto el engaño de Cherie, se había sentido lleno de ira y dolor cuando se percató de la forma en que había desaparecido la mujer que tenía a su hijo. No había encontrado entonces ni rastro de ella y había pensado que ella sabía perfectamente que estaba haciendo algo encubierto. Pero ahora que veía a Kevin abrazándola, el dolor que sentía se profundizó. Por primera vez se preguntó cómo podría quitarle su hijo a una mujer que había sido una verdadera madre para él.

Ella lo miró entonces, observándolo cuidadosamente.

–Tenemos que hablar más de todo esto –dijo ella tranquilamente–. Pero no podemos ahora.

–Volveré –dijo él con una voz tan tranquila como la de ella, pero sabiendo que las emociones de ella estaban tan alteradas como las suyas propias.

Se preguntó entonces, al ver cómo acariciaba a Kevin, si ella sería una buena madre.

–Si quiere quedarse a cenar, Kevin se acuesta a las ocho y entonces podríamos hablar.

Sorprendido por esa invitación, Jeb se preguntó si no querría ella que la viera con su hijo para convencerlo de que era su madre de verdad y de que se amaban. No necesitaba hacerlo, ya que se daba perfecta cuenta de que el niño y ella estaban muy unidos. Pero aunque ella fuera una madre maravillosa, él no quería apartarse de la vida de su hijo y renunciar a todos sus derechos.

–Gracias. Me quedaré porque tenemos que hablar.

Ella lo miró de nuevo y Jeb la admiró porque acababa de sobreponerse a una gran sorpresa y ahora tenía sus emociones controladas y estaba lista para luchar por sus derechos. Al mismo tiempo, no quería admirarla ni encontrarla atractiva, pero se preguntaba si quedándose a cenar, esa mujer no empezaría a gustarle.

Su ira se estaba transformando en un dolor continuo y estable y todos sus planes de tomar a su hijo y verlo crecer se estaban transformando en humo. La mujer que tenía delante estaba haciendo que se replanteara su forma de pensar. Y, además del torbellino interior que sentía, era muy consciente de que ella era tremendamente atractiva. La recorrió rápidamente con la mirada y pensó que su cabello rojizo era una invitación para que cualquier hombre lo acariciara. Miró entonces la mano que su hijo tenía sobre el pecho de ella, lleno de confianza y amor. Y al mismo tiempo, no pudo dejar de fijarse en los senos que se notaban bajo la camiseta.

–Kevin, este es el señor Stuart –dijo ella.

Kevin se volvió un poco para mirarlo.

–Hola, Kevin –respondió él con un nudo en la garganta.

Kevin lo miró por un largo momento y luego volvió a apretar la cara contra su madre. Ella le acarició el cabello negro y liso.

–¿Tienes sueño?

El niño asintió sin responder.

Mientras lo acunaba, miró a Jeb y él se percató del choque de voluntades entre ellos. Los dos querían al mismo niño. Jeb creía que tenía derecho a reclamar a su hijo, pero este, durante su corta vida, a la única persona que había conocido como a su madre era a Amanda Crockett. Entonces él se dio cuenta de que iba a tener que afrontar eso y tratar el asunto de tal manera que no le causara demasiado daño a su hijo.

¿Por qué había pensado que solo iba a tener que aparecer y exigir a su hijo para que ella se lo diera sin más? Se había esperado una pelea, pero no se había parado a pensar el que ella tuviera el cariño de su hijo. Había pensado en Amanda Crockett como había pensado en su ex esposa, Cherie. Y Cherie le habría dado ya al niño. Se lo había dado a esa mujer al nacer…

–¿Tiene parrilla? –preguntó Jeb.

–Sí.

–Entonces iré por unos filetes y los haré, así no le causaré demasiadas molestias.

Se levantó entonces y sintió una curiosa desgana por marcharse. Se preguntó si alguna vez llegaría a cansarse de mirar a Kevin.

–¿Quiere que traiga algo más?

–No, gracias –respondió ella educadamente.

Se levantó entonces y se colocó a Kevin sobre la cadera.

Jeb se marchó a comprar los filetes y, cuando volvía, no pudo dejar de preguntarse si no se encontraría la casa vacía.

¿Por qué no se había parado a pensar que ella podía ser una buena madre para Kevin? Le gustaba ese nombre. Por lo que le había dicho el investigador privado, tenía el apellido de su madre adoptiva, Crockett.

Ya de vuelta, vio que el coche de ella seguía aparcado allí y se sintió enormemente aliviado. Aparcó a su lado y tomó la bolsa con las compras. Luego se dirigió a la puerta trasera y llamó.

Ella le abrió y lo hizo pasar.

Entró en una cocina que olía deliciosamente. La miró de nuevo a ella y la encontró todavía más atractiva que antes.

–Deje ahí las bolsas –le dijo señalándole una estantería–. A Kevin no le gustan los filetes y ensaladas, así que cenará macarrones.

Jeb dejó las bolsas y sacó los filetes. Mientras trabajaba, era muy consciente de los movimientos de Amanda, de su perfume, de su mirada. Lo miraba como si hubiera invitado a cenar a un monstruo. Su casa era cómoda y bonita, pero la cocina era pequeña y, cuando se rozaron casualmente, él fue muy consciente de ese contacto.

–Lo siento –murmuró.

La miró y, de repente, sintió el poderoso deseo de besarla.

Se dio cuenta de a dónde lo llevaban esos pensamientos y se volvió repentinamente, dándose con una silla.

¿Qué le estaba pasando? Estaba reaccionando a ella como un adolescente ante una mujer sexy, aunque Amanda Crockett no había hecho nada para llamar su atención. Tenía que recordar que esa mujer estaba amenazando su vida y que él estaba listo para amenazar la suya. Si ella hiciera lo correcto y admitiera que Kevin era hijo de él y se lo diera… No tenía ningún derecho a apartarlo de su hijo.

Entonces pensó que, tal vez ella fuera razonable y se diera cuenta de que le había quitado su hijo a un padre. Pero la miró a los ojos y se dio cuenta de que eso no iba a suceder.

Cenaron en silencio y a Kevin lo preocupó el que su hijo pareciera tan callado, demasiado. Aunque también parecía que era el único que tenía hambre, ya que se lo comió todo y se bebió su leche.

–¿Así que ha estado en el ejército? –preguntó Amanda.

–Sí, en la Ochenta y dos Aerotransportada. Era paracaidista.

Por alguna razón, a Jeb le dio la impresión de que ella no lo aprobaba. Aunque probablemente no aprobara nada de él.

–¿Se mantienen en contacto Cherie y usted?

–Muy poco. No la he visto desde hace tres años.

–Es cantante de Country & Western. He visto sus discos en las tiendas.

–Yo también los he visto –respondió Amanda–, pero no a Cherie. Se ha vuelto a casar.

–Cierto, por tercera vez. Con el actor Ken Webster.

–Sabe usted mucho de ella.

–Contraté a un investigador privado y él me dio toda la información.

Mientras hablaba, Jeb no dejaba de pensar en qué podía hacer con su hijo, así que le preguntó al niño:

–¿Qué edad tienes, Kevin?

El niño levantó tres dedos.

–Tres años. Eso es ser muy mayor. ¿Vas al preescolar?

Kevin agitó la cabeza.

–Todavía no. Está apuntado para el próximo otoño –dijo Amanda.

–¿Son los macarrones tu comida favorita, Kevin?

Kevin agitó la cabeza y fue Amanda la que respondió.

–Lo que más le gusta es el helado de chocolate. Tal vez su segundo plato favorito sea la tarta de chocolate.

Amanda pensó entonces en la clase de batalla que podía tener por delante. ¿Sería Kevin uno de esos niños de los que había oído hablar, por los que dos personas se peleaban, haciéndolo desgraciado?

Se sintió mal al pensarlo. Cada vez que miraba a los ojos de Jeb Stuart podía ver su decisión y, cada vez que él miraba a Kevin, podía ver su deseo de quedárselo. Él quería su hijo.

Ese conocimiento la extrañaba, ya que cuando nació, Cherie le había jurado a ella que Jeb no había querido ese hijo. ¿Habría él cambiado de opinión o le estaría diciendo la verdad con eso de que no había sabido nada de su existencia? Amanda sospechaba que era lo segundo. Le parecía un hombre bastante sincero.