Atrapados en el aeropuerto - Miguel Mendoza Luna - E-Book

Atrapados en el aeropuerto E-Book

Miguel Mendoza Luna

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Beschreibung

Es la noche de Navidad y diez particulares pasajeros esperan el vuelo 727, en la sala de embarque número 33 del Aeropuerto Internacional. Sus vidas, aparentemente distantes y muy diferentes, se verán enlazadas cuando Samanta, la Tormenta del Siglo, avance hacia ellos decidida a destruirlo todo. A medida que transcurren los minutos, la borrasca empeora y la lluvia arremete cada vez con mayor furia. Pareciera que los diez pasajeros están condenados a morir. ¿Habrá alguna esperanza para ellos?, ¿podrán superar sus diferencias y así encontrar una forma de salvarse? Un famoso mago y una bebé serán la clave para sobrevivir.

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Primera ediciónen Panamericana Editorial Ltda., abril de 2022

© 2022 Panamericana Editorial Ltda.

© 2019 Miguel Mendoza Luna

Calle 12 No. 34-30, Tel.: (57 601) 3649000

www.panamericanaeditorial.com

Tienda virtual: www.panamericana.com.co

Bogotá D. C., Colombia

ISBN DIGITAL 978-958-30-6578-1

Prohibida su reproducción total o parcial

por cualquier medio sin permiso del Editor.

Editor

Panamericana Editorial Ltda.

Edición

Miguel Ángel Nova Niño

Ilustraciones

Carlos Manuel Díaz Consuegra

Diseño de cubierta

Jairo Toro Rubio

Diagramación

Alan Rodríguez

Mendoza Luna, Miguel, 1973-

Atrapados en el aeropuerto / Miguel Mendoza Luna ; ilustraciones Carlos Manuel Díaz Consuegra. -- Editor Miguel Ángel Nova. -- Bogotá : Panamericana Editorial, 2022.

144 páginas : ilustraciones ; 14 x 21 cm.

ISBN 978-958-30-6463-0

1. Novela infantil colombiana 2. Migración - Novela infantil 3. Amistad - Novela infantil 4. Respeto - Novela infantil 5. Tolerancia - Novela infantil I. Díaz Consuegra, Carlos Manuel, ilustrador II. Nova, Miguel Ángel, editor III. Tít.

I863.7 cd 22 ed.

Para Emma,

la chica con el poder

de cambiar el mundo

Capítulo 1

No te mentiré, pronto vamos a morir las once personas atrapadas aquí en el Aero-puerto Internacional y yo.

El techo de Oasis, la tienda de víveres donde nos hemos refugiado, está a punto de desprender-se. Samanta, una tormenta con nombre de chica linda, también conocida como la Tormenta del Si-glo, viene ya por nosotros.

Me acompañan un altivo príncipe de un lejano reino y su fiel mayordomo; una chica amargada y

solitaria a la que no le gusta la Navidad; un chico guapo que sueña con bailar y su odioso y podero-so padre; un joven que repudia su trabajo y sueña con ser actor; otro que jamás ha salido de su país y odia a los extranjeros; una bella chica que le teme a su imagen en el espejo; y mi padre, un hombre que, aunque canta desafinado, es el mejor que puedas conocer. Y un mago, sí, no te lo esperabas, el protagonista de esta historia, de mi historia, es un mago, el mago más grande jamás conocido.

A pesar de ser tan diferentes, todos nos abra-zamos. No seríamos una compañía interesante si no tuviéramos sobre nuestras cabezas a Samanta, la Tormenta del Siglo.

Tengo apenas siete meses de nacida y me voy a perder toda mi existencia antes de que empiece.

¿Entendiste mis palabras?, ¡perfecto!, no todo el mundo lo hace, en realidad ningún adulto pue-de. Eso tal vez significa que aún, a pesar de tu edad, guardas algo de bebé y por eso puedes des-cifrar mi lenguaje. Tengo suerte de que seas tú quien vaya a escuchar mi historia.

Espera, no me abandones, tal vez te insistí demasiado.

Como soy una bebé, puedo leer el pensamien-to de los demás y también el tuyo. Así que, si me es-cuchas, te diré algo importante sobre tu vida, justo ahora que debes tomar una decisión importante. ¿Ves?, pude escuchar lo que tienes en mente.

¿Todavía no me crees? Hagamos un trato: si te demuestro que puedo leer tu pensamiento, escu-charás mi historia. ¿De acuerdo? Vamos entonces.

Ahora, piensa en un número entre 1 y 5. Multi-plica ese número por 9.

Suma entre sí las dos cifras del resultado.

Al número obtenido réstale 5. Piensa en la le-tra del abecedario que corresponde a ese número. Por ejemplo, si tu número es 8, la letra será H; si es 3, será la C.

Piensa en un país cuyo nombre empiece con esa letra. Con la segunda letra de ese país, piensa en un animal. Con la tercera letra del país, pien-sa en un color, ojalá uno lindo o alegre.

Uhm, creo que estás pensando en Dinamarca, en una iguana naranja… Es más linda que si fue-ra negra, ¿no?

Si acaso me equivoqué o lo tuyo no son los números, espero que me des una segunda

oportunidad y de seguro te ayudaré con ese asun-to que tienes en mente y que tanto te preocupa.

Ahora que tengo tu atención, quiero contar-te mi historia y la de las otras personas que están conmigo. Lo más seguro es que no sobreviva-mos, que todo lo que aquí se vivió se olvide, así que solo tú puedes escucharme y repetir mi his-toria a otros.

Mi tiempo fluye diferente, soy una bebé, no lo olvides. Las personas aquí reunidas creen que nos quedan apenas unos minutos antes de que los poderosos brazos de Samanta nos lleven con ella, pero para mí esos pocos minutos resultan mucho más que suficientes para contarte nuestra histo-ria. Si acaso no te gustan los bebés, debo recordar-te que alguna vez tú también lo fuiste, que alguna vez tuviste el poder de leer los pensamientos de los demás y de percibir el tiempo de otra manera, y que, si quieres escuchar algo sobre ti, como la respuesta a esa decisión que debes tomar, tienes que seguir a mi lado.

El hombre de barba, el mago protagonista de nuestra historia, nos mira a todos.

—Llegó el momento —dice e intenta sonreír.

Samanta ha llegado. La furia del viento y la lluvia de su ejército empiezan a destruir el Aero-puerto Internacional. Su entrada resulta majes-tuosa, no me ha decepcionado.

Papá me abraza. El fin está próximo, así que escucha con cuidado.

Capítulo 2

Como es evidente, mi historia, la que te voy a contar y ya te estoy contando, transcurre en un aeropuerto internacional. Existen mu-chos, cientos, miles de aeropuertos internaciona-les en todo el mundo, pero el de esta aventura es muy especial: cuenta con una única pista de ate-rrizaje, catalogada como la más corta del mundo y que es usada también para despegar, razón por la cual solo parte un vuelo cada día. Además, tie-ne una única y exclusiva sala de desembarco, a la

que un bromista le puso el número 33, y cuenta con apenas una tienda de souvenirsy comida, que se llama presuntuosamente Oasis.

Claro, este modesto aeropuerto es muy peque-ño y muchos viajeros experimentados lo miran con desprecio, pero su ubicación privilegiada obliga a las personas de todo el mundo a cruzar por él. Si viajas seguido, tarde o temprano deberás cruzar por el Aeropuerto Internacional de mi historia.

Los aeropuertos internacionales son lugares fascinantes donde, sin importar de qué país pro-vengas o a cuál vayas, por unos minutos, a veces horas, a veces largos días y noches, dejas de per-tenecer a tu país de origen. En un aeropuerto in-ternacional, incluso en el de mi historia, todos los que por allí pasamos somos “extranjeros”.

En este modesto, pequeño pero importan-te Aeropuerto Internacional, por culpa de la Tor-menta del Siglo (así, con mayúsculas, para parecer muy importante), quedamos atrapados mi padre y yo, junto con las otras diez personas. Además, en la noche de Navidad. Pero no creas que esta historia es otro cuento típico de esta festividad, el cual trata sobre cómo conseguimos regalos para

los pasajeros allí encerrados. Eso sería predecible y ya te dije que vamos a morir. Mi historia es un poco más compleja y, además, recuerda que tie-ne como protagonista a un mago con barba, pero que no es Papá Noel ni se convirtió en él.

Me llamo Isabela, perdona que no te lo haya dicho antes, pero tenía prisa.

Ya no. Mientras tú me escuches, el tiempo se pone de mi parte. Así que prosigamos.

Hace una semana cumplí siete meses de na-cida. Si insistes en preguntar cómo alguien tan pequeño puede contar una historia, pues debo repetirte que los bebés poseemos un don es-pecial para entender los secretos del mundo. Incluso podemos ver los pensamientos más re-cónditos de las personas; pero, a medida que crecemos, vamos perdiendo esa habilidad, lue-go nos convertimos en adultos y ya no sabemos nada de los demás, no somos capaces de enten-der nada de nada.

Nuestra historia, mi historia, la que te voy a contar y ya te estoy contando, la que se desarro-lla en este aeropuerto tan especial, empezó en la única y exclusiva sala de espera número 33, con el

bostezo de una bebé de siete meses y sus monólo-gos elocuentes, aunque incomprensibles para los adultos.

Sí, era yo.

Desde la comodidad de mi cochecito, en mi idioma de bebé reclamé:

—Tengo hambre, querido Patricio.

Patricio (un papá profesional capaz de cambiar pañales sin pestañear ni desmayarse, preparador de biberones a la temperatura ideal) no conocía bien el idioma de los bebés, creyó que tan solo me reía. De mi bolso con forma de lagartija, papá extrajo una tiza y un pequeño tablero, donde dibujó algunos mama-rrachos que se supone me divertirían. Pero yo tenía hambre y él no lo estaba comprendiendo.

Los demás pasajeros, provenientes de diversos lugares del planeta y repartidos en tres hileras de viejos asientos, que alguna vez fueron azules, ya estaban nerviosos por el paso de los minutos y las horas. Nuestro avión debió partir a las once de la mañana y ya eran algo más de las cuatro de la tar-de, por no decir que ni siquiera había aterrizado en la precaria, aterradora y corta pista de nuestro Aeropuerto Internacional.

Detrás de un mostrador próximo a los asien-tos, un joven de pelo crespo llamado Moliere anunciaba el avance de la situación. Su dramáti-ca y cálida voz de locutor radial se amplificaba por un parlante destartalado. Los rizos de Moliere po-drían ser la envidia de cualquier cantante de rock.

Lo acompañaba Lucrecia, una chica delgada con una larga cabellera negra, que también po-dría ser envidiada por cualquier actriz del mun-do. Ella era la encargada de ofrecernos mantas y bebidas.

—Estimados pasajeros del vuelo 727 —dijo Moliere una vez más con su dulce voz capaz de in-terpretar una ópera—, según me informa la torre de control del aeropuerto más cercano, una tor-menta se acerca a nuestra pista. Por ahora es muy difícil que el avión del vuelo programado pueda llegar a nuestro aeropuerto.

—No es necesario que uses el micrófono —gruñó un hombre de corbata, que sudaba co-piosamente a pesar del frío que ya dominaba en nuestro angosto recinto.

Escuchaste bien, nuestro Aeropuerto Interna-cional no tenía torre de control, tampoco aviones.

Allí llegaban vuelos de todo el mundo y partían de inmediato, pues recuerda que tenía una sola pis-ta; eso sí, muy versátil, ya que en temporadas en las cuales no había muchos visitantes se usaba para jugar fútbol. Dicen que una vez se realizó allí una fiesta de carnaval.

Por la única y enorme ventana de la sala de es-pera número 33, veíamos cómo el viento y el agua se enfurecían cada vez más; parecían querer en-trar para despeinarnos y mojarnos a todos.

Papá se distrajo con el mensaje de Moliere, por lo que le repetí mi parlamento, esta vez un tanto molesta. Lo acompañé con el aterrador ge-mido “Te lo has buscado, has invocado la ira de un bebé”, el cual, por supuesto, es la antesala de un lindo llanto. Por fortuna, por fin compren-dió que yo tenía hambre. Con extrema habilidad de padre profesional (uno con el poder de soportar bebidas calientes sobre su piel sin experimentar dolor alguno), extrajo de mi bolso de lagartija el último biberón que quedaba. Sonrió, pero ocul-tó su rostro, pues en el idioma de los gestos de los adultos seguro decía: “Lo siento, es el último que nos queda”.

Mi historia no se trata de cómo mi padre con-siguió más leche para mí, eso sería predecible.