Autorretratos: conversaciones con Luis Poirot - Francisco Mouat - E-Book

Autorretratos: conversaciones con Luis Poirot E-Book

Francisco Mouat

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A lo largo de cuatro años, entre 2017 y 2021, Francisco Mouat se sentó a conversar con el fotógrafo Luis Poirot. No había una pauta determinada; nada parecido a un temario. Lo motivaba la curiosi­dad de conocer al hombre que había tomado retratos excepcionales de Pa­blo Neruda, Raúl Ruiz, Ana González, Víctor Jara, Nicanor Parra, Sergio Larraín, José Donoso, Enrique Lihn... tantos y tantos nombres del teatro, el cine, la fotografía y la literatura. También, desde luego, saber más del responsable de aquella conmovedora imagen de La Moneda bombardeada después del golpe de Estado, de las casas a punto de caerse tras el terremo­to de 1985 o de la inmensidad sobrecogedora del paisaje de Isla de Pascua. Todas, imágenes en blanco y negro. Todas, vibrando como solo lo hace la memoria en la medida en que se resiste al olvido. Intentando fijar ciertos recuerdos de la misma manera en que el líquido del revelado fija la imagen capturada por la cámara, Mouat —gran cronista contra el olvido también— comenzó a desenredar la madeja de recuerdos de Poirot, de tal modo que el lector de estas páginas es testigo de una vida, una vocación, un arte. Así nos enteramos que de niño Poirot tenía que ser encerrado en una pieza oscura, debido a una alergia que le impedía sopor­tar la luz. O que su padre abandonó a la familia, ante lo que Luis fue, en más de un sentido, adoptado por Isidora Aguirre y Eugenio Guzmán. O su paso por la Escuela Militar y la Facultad de Leyes, antes de entrar a estu­diar teatro y descubrir la fotografía; mucho antes, claro, de sufrir el exilio y un cáncer en el ojo izquierdo. A mitad de camino entre las memorias y la reflexión sobre el oficio, entre la pintura de época y el tributo a grandes fotógrafos, este libro de conver­saciones con Luis Poirot —que incluye una muestra de sus fotos más que­ridas— sorprende por la forma en que se anudan la memoria, la fotografía y el misterio.

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Autorretratos: conversaciones con Luis Poirot.

Francisco Mouat

© Editorial Hueders

© Francisco Mouat - Luis Poirot

Primera edición: octubre de 2021

Registro de propiedad intelectual N° 2021-A-9505

ISBN 9789563652635

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida

sin la autorización de los editores.

Diseño de portada e interior: Constanza Diez N.

www.hueders.cl|[email protected]

SANTIAGO DE CHILE

Diagramación digital: ebooks [email protected]

Francisco Mouat

Autorretratos:

conversaciones

con Luis Poirot

NOTA DEL AUTOR

Creo que la primera foto de Luis Poirot que miré cientos de veces hasta aburrirme de ella fue un retrato de Pablo Neruda, un retrato que debe ser la imagen más vista del poeta en todo el mundo, y la más pirateada también. Yo por supuesto no tenía idea de que la foto la había tomado Poirot en 1969. Simplemente me gustaba el afiche que compré en un pasaje de la calle San Diego donde aparecía Neruda riéndose, con su típica gorra negra de marinero más un par de versos manuscritos de algún poema de Residencia en la tierra que ya no recuerdo. Me gustaba tener a Neruda colgado en mi pieza junto a un banderín de la U con flecos dorados. Era mi manera adolescente, a fines de los años 70, de hablar de política y de fútbol. Neruda no era solo un Premio Nobel de Literatura. Había sido un destacado militante comunista y aunque murió de cáncer pocos días después del Golpe, su muerte la sintieron millones de personas, en Chile y el mundo, como si fuera un crimen de la dictadura, convirtiendo a sus funerales en el Cementerio General el martes 25 de septiembre del 73 en la primera manifestación pública —y masiva— en contra de la junta militar encabezada por Pinochet. Ese día, demasiada gente, cientos, miles, la mayoría de ellos probablemente disciplinados y también asustados compañeros de su partido, desafiaron la presencia amenazante de militares armados con fusiles y acompañaron la urna desde La Chascona, su casa en el barrio Bellavista, hasta el cementerio, levantando el puño, muchos de ellos llorando y entonando la Internacional. Hay una película breve de esos funerales que está en Internet, una que hizo la televisión francesa, donde en un momento se ve a un grupo de jardineros que esperan en la avenida Perú el paso de la carroza fúnebre en actitud de respeto y homenaje, bien erguidos, las manos atrás, sus herramientas de trabajo enterradas en el bandejón central de la avenida.

Neruda es uno de los cientos de artistas retratados por Luis Poirot a lo largo de sus ya 60 años de fotógrafo. Precisamente una muestra suya en el Teatro del Lago, en Frutillar, el verano de 2012, en donde Lucho expuso una selección de estos retratos, fue la primera vez en que me detuve a ver con calma y detalle algunas de las muchas fotos que hasta ese momento solo había conocido de manera azarosa y desordenada en diarios, revistas y algunos libros, pero nunca tomándome el tiempo necesario para recorrerlas y apreciar su notable fuerza expresiva. A fines de ese mismo año, en noviembre de 2012, coincidí con Poirot en la Feria del Libro de Guadalajara, y asistí a una charla-exhibición en la que habló del sentido de su oficio y fue proyectando y narrando de manera fluida una selección de algo así como un centenar de sus fotos.

Fue una charla contundente. Reconocí estar enfrente de un trabajo fotográfico excepcional, propio de un compromiso artístico y ético con su oficio que lo convierte, al menos a mis ojos, en uno de los grandes fotógrafos chilenos de todos los tiempos. Cuando terminó su exposición me acerqué a felicitarlo, y en ese mismo momento surgió en mí el impulso de profundizar en su obra y en su mirada, atravesar sus libros, saber más de ese archivo que Luis Poirot De la Torre ha ido construyendo en una vida de dedicación casi exclusiva a la fotografía.

Autorretratos: conversaciones con Luis Poirot está hecho a partir de charlas que mantuvimos de manera más o menos sistemática entre 2017 y 2021, la mayoría de ellas en su departamento de calle Darío Urzúa junto a sus gatos, hasta que la pandemia nos obligó a seguir conectados a través del correo electrónico, el teléfono y whatsapp.

Las fotos de Luis Poirot incluidas en este volumen las fuimos escogiendo juntos, a medida que avanzábamos en un intercambio que desde el inicio lo he vivido como un gran privilegio.

Francisco Mouat,

Julio de 2021

1

La excitación que produce la fotografía deriva de una carga de memoria. Este efecto se hace evidente cuando se trata de una foto de alguien que conocimos alguna vez. Una casa en la que vivimos. Nuestra madre cuando era joven. La forma precisa en que se derrite la nieve.

John Berger

Luis Poirot: Estaba pensando que hoy es 13 de octubre.

Francisco Mouat: Así es.

Luis Poirot: Mucha gente lo considera un número de mala suerte. Para mí el 13 es buena suerte, yo nací un 13 y no me puedo quejar de esta vida.

Está claro que no puedes quejarte. Has vivido una cantidad importante de años, casi siempre de manera intensa y apasionada, cargas dolores como cualquier mortal, conoces el amor y has tenido el privilegio de expresarte a través de la fotografía.

Tal cual.

Fui a ver tu exposición de retratos en el Teatro del Lago en Frutillar, he recorrido varios de tus libros, sigo atento lo que se publica de tu trabajo en diarios y revistas, pero hay una foto que me gustaría que siempre viviera conmigo:una parte del grupo de teatro La Remolienda sentados en un escaño del Parque Forestal, muertos de la risa los cuatro, el director Víctor Jara, el dramaturgo Alejandro Sieveking, la vestuarista Bruna Contreras y el escenógrafo Sergio Zapata.

Esa foto es la única a la que le puse título. Éramos tan felices. Y es una foto que a mi juicio hace contrapunto con otra imagen que mucha gente identifica y me la nombra, que es La Moneda bombardeada después del 11 de septiembre. Son las dos caras de un momento histórico en Chile. ¿Sabes lo que me gustaría hacer con esa foto de Víctor y el grupo de teatro La Remolienda, muertos de la risa como dices, sentados en ese escaño del Parque Forestal, una foto que obviamente voy a mostrar en la próxima exposición que haré en el Bellas Artes? Me encantaría hacer con ella una copia gigante, en género, y ponerla detrás de ese mismo escaño en el Parque Forestal, sin ninguna explicación, y que las personas que pasen por ahí y vean esa imagen se den cuenta de que ese lugar aparentemente no ha cambiado nada, aunque en verdad haya cambiado mucho, y yo apostaría a que mucha gente se sentaría en ese escaño y se tomarían fotos con sus celulares para reproducir un momento parecido al que vivieron un día en Chile Víctor Jara, Sergio Zapata, Bruna Contreras y Alejandro Sieveking cuando erámos tan felices.

Si tuvieras que contar tu historia como fotógrafo, ¿por dónde empezarías?

Yo trabajo con la memoria, pero no me gusta hablar mucho del pasado, a menos que nos ayude o sirva para entender un poco mejor el presente. Es peligroso cuando en el campo de la creación uno empieza a vivir de cosas antiguas. ¡Ah! ¡Que yo hice tal cosa en esa época! Me carga. Prefiero pensar en qué es lo que voy a hacer mañana, y el mes que viene, y el resto del año.

Una de tus próximas exposiciones será en el Museo Nacional de Bellas Artes.

Sí, ocuparemos tres salas grandes del museo. Es un proyecto en el que llevamos dos años trabajando, que partió con la Escuela de Teatro de la Universidad Católica y se ha ido ampliando a otras escuelas, a otras facultades que trabajan y reflexionan sobre el archivo de un fotógrafo. Me parece valioso que se aprecie el lenguaje de la fotografía desde distintas artes, porque no son pocos los que miran en menos a la fotografía y la consideran un arte menor.

Fue la misma Universidad Católica la que patrocinó tu postulación al Premio a la Trayectoria Antonio Quintana, que recibiste a fines de 2016. Es bueno que sepamos quién fue Antonio Quintana y qué importancia tiene para ti este reconocimiento.

Antonio Quintana fue un gran fotógrafo, que murió en 1972, y que alcancé a conocer poco antes de que muriera, cuando ya estaba ciego. Creo que fue el primer profesor universitario de fotografía y bajo su alero se formaron varias generaciones de fotógrafos. Fue además el primer fotógrafo que salió a la calle. Los fotógrafos antes de Quintana estaban muy encerrados en sus estudios y se dedicaban sobre todo a fotografiar a la gente que llegaba a esos estudios. Antonio Quintana, don Antonio Quintana, salió a la calle a recorrer Chile cuando los caminos eran difíciles, cuando prácticamente no había pavimento, y en esas condiciones Quintana recorrió todo Chile fotografiando al hombre anónimo de la calle, a los ciudadanos corrientes, a los trabajadores sin nombre. Ese fue su proyecto de vida, además por supuesto de ser maestro, y lo hizo con gran rigor técnico y una sensibilidad artística enorme. A mí me parece notable que a través de la entrega de este premio se despierte el interés por conocer su trabajo fotográfico, y por supuesto es un honor haber sido el primer fotógrafo en recibirlo.

A propósito de una de tus exposiciones anteriores en el Bellas Artes, el 2014, te voy a leer la primera parte del texto que publicaste en el catálogo de esta exposición dedicada a Fernanda Larraín, tu mujer, también fotógrafa, titulada “Un retrato. Fotografías 1998-2014”: “Temo al olvido. Nací en diciembre de 1940, dos meses antes de que mi padre se fuera de voluntario a la Segunda Guerra Mundial. Lo conocí cinco años después, tratando de unir esa figura que bajaba del avión con la de aquellos pequeños rectángulos de papel que llegaban por correo de tiempo en tiempo. ¿Para qué servía ese señor si yo tenía toda la ternura de mi abuela y de mi madre? Siendo yo adolescente, partió otra vez a Francia, ahora para vivir definitivamente con otra familia. Años después, en mi exilio, nos reencontramos y tratamos de entablar un diálogo. Solo cuando murió y me pasaron una pala para que, según el rito francés, fuera el primero en lanzar piedras y tierra sobre el cajón, provocando un ruido seco, pude entender la importancia que él había tenido en mi vida y cómo ya lo extrañaba. Busqué fotos que me devolvieran su presencia y encontré solo unas pocas. Las pequeñitas de la guerra desaparecieron y hasta hoy solo habitan en mi memoria. Mis fotografías han sido siempre un rescatar del olvido y la destrucción. Se me va la vida en ello. Son las primeras palabras que atraviesan mi mente cuando veo estas imágenes, larga obsesión de más de 15 años fotografiando sin tregua ni reposo a Fernanda, desde la muchacha de pelo largo hasta la cintura que me mira desconfiada a la mujer adulta, madre de nuestras dos hijas. Yo, por mi parte, adulto desconcertado, perdiendo el rumbo de mi vida y de mi oficio, vestido descuidado con ropa muy grande, zapatos sin lustrar por semanas y cordones sin atar. Pocas ilusiones y quizás sintiendo que el camino ha llegado a su fin”. ¿Escribiste este texto, Lucho, en un momento en que pensaste que te habías secado, que ya no habría más fotografía en tu vida?

Bueno, en esa época fue cuando te dije que no iniciáramos todavía este proyecto de un libro de conversaciones. Esa exposiciónfue una obsesión de 16 años, y yo sentía que me había vaciado entero. No solo estaba Fernanda colgada en los muros del museo, estaba también yo entero expuesto. Había cartas, discos, música, mis fotos favoritas, otras fotos muy personales, y fue entonces cuando te dije: aquí está lo que soy como fotógrafo, como ser humano, esto es lo que soy y lo que no soy, aquí estoy a corazón abierto, y en este momento tengo la sensación de que no hay nada más que decir, aquí se termina todo, no volveré a fotografiar nunca más en mi vida.

Mentira, patrañas.

Pero en ese momento era verdad. No sabía qué más hacer, y me tomó un tiempo rearmarme, volver a fotografiar, sacar afuera lo nuevo que estaba viviendo.

No pasó mucho tiempo entre que te creías seco, vacío, y el día en que volviste con una exposición compartida con la Fernanda, en el taller de Salustiano Casanova en el barrio Bellavista, una sala pequeñita, cuando expusieron y presentaron su libro Al externo. Ahí no había rostros humanos, sino naturaleza viva, raíces, árboles, bosques, ríos, agua, follaje.

Ese trabajo, que concluyó con la publicación del libro Al externo, empezó con una invitación de Fernanda, que me veía detenido, mudo con mi cámara. Ella tenía un proyecto de fotografiar el bosque quemado. Me dijo: vamos juntos, vamos, a lo mejor te dan ganas de sacar fotos. Y yo partí sin mucha fe con mi cámara. Iba simplemente como el goma, su ayudante, el chofer. Manejaba el auto, la ayudaba con el trípode, con su cámara, pero ella, como me conoce bien y me conoce mejor de lo que me conozco yo mismo, sabía que era inevitable que me entusiasmara, y sucedió: comencé a entusiasmarme, y recordé fotos de naturaleza que había tomado y estaban perdidas en el archivo, fotos que en algún momento habían tenido una razón de ser. Una foto, por ejemplo, tomada el año 75 en Barcelona. Recién había llegado allí y salí a caminar un domingo con un amigo en un bosque en Gerona. Encontré un árbol con las raíces hacia afuera y lo fotografié sin saber por qué. Yo no era fotógrafo de objetos ni de árboles, no me sé los nombres de las plantas ni de las flores. Esa foto en el bosque era el exilio y yo en ese momento no lo entendía: ese árbol casi cayéndose y agarrándose a la tierra, con unas raíces enormes a la vista, era el destierro. Empecé a entender que yo también había tenido una relación con la naturaleza de la que no era consciente. Un puente patético, a punto de caerse, con un torrente que pasa por debajo con la fuerza de la vida, un puente patético que todavía servía como puente, era también mi autorretrato, y empecé a buscar eso, el significado profundo de mi relación con la naturaleza. No quiero hacer postales, no quiero atardeceres con un sol amarillo, no me interesa. Quiero dialogar con la naturaleza y encontrar en ella mi propio retrato. Eso fue lo que me pasó en ese momento, y se lo debo a la invitación que me hizo Fernanda.

Cuando fuiste al programa Entrelíneas, en radio ADN, para hablar de libros y de fotografía, te pedí que eligieras dos canciones para programarlas durante la conversación. Tu respuesta fue un correo eterno en donde decías que tu vida eran canciones, y en el que venía una lista interminable de temas. Pedías canciones de Serrat, Los Platters, Sabina, Luis Eduardo Aute, Violeta Parra y Jacques Brel, especialmente aquella versión de tres muchachas cantando Cuando solo se tiene el amor en el Palacio Nacional de los Inválidos, en un acto en recuerdo de las víctimas de los atentados del Estado Islámico en París que viste en YouTube y te emocionó muchísimo. Como no podíamos escuchar en el programa todo lo que te gustaba, hubo que elegir, y buscamos en Internet esa versión de Jacques Brel con las tres muchachas cantando en París Cuando solo se tiene el amor.

La había visto en YouTube: tres mujeres jóvenes que yo no conocía cantando esta canción de Jacques Brel que habla de enfrentarse con amor al cañón, a la violencia. En un momento la canción dice: “Cuando solo tienes amor / para hablar con las armas / y solo una canción / para convencer a un tambor”. Me identifica. Y el homenaje me pareció tan sobrio: un par de canciones, un discurso breve del Presidente, la Marsellesa y nada más. Fernanda se enoja conmigo cuando empiezo a escuchar canciones francesas, dice que son bajoneantes, y es verdad, porque me traen recuerdos. Esa esquizofrenia que tengo, esto de repartirme entre la cultura francesa y ser chileno. No puedo negar la presencia de mi padre, presencia que también es ausencia, y tampoco puedo negar la presencia de mi abuela. Los Poirot por un lado, y por el otro los De la Torre, bien chilenos, otra cuerda. Yo soy una mezcla de estos dos licores. El problema es cuando me agarra la melancolía francesa y me pongo a escuchar a Brel, y entro en una onda medio depresiva, y ahí la Fernanda me obliga a poner otra música y salir de ahí.

Hay una escena que has mencionado varias veces y que parece no abandonarte: tu papá se va a la guerra a combatir como voluntario del ejército francés, te quedas con tu mamá y tu abuela, y con tu mamá vas a un cine en el centro, en Estado con Agustinas, a ver los noticiarios que daban antes de las películas por si en alguna de esas imágenes podías verlo, podías encontrar a tu papá.

Así es. Mi madre me llevaba con la secreta esperanza de encontrarnos con mi padre... Hace poco recibí una lista que me mandaron los franceses, con esa memoria que tienen, de los combatientes voluntarios, cuántos fueron y quiénes eran ellos. Tú sabes que esos combatientes voluntarios de la Segunda Guerra Mundial los llaman franceses libres. Hermoso nombre, ¿verdad? Y esos franceses libres eran muy pocos, solos unos cuantos miles.

Pocos, además, si consideramos que allí había voluntarios de todo el mundo, ¿o no?

Y muy pocos para los millones de franceses que dijeron que sí, y agacharon el moño y colaboraron alegremente con los fascistas cuando fueron invadidos por los nazis.Esos franceses libres a través del mundo fueron los que se levantaron, se unieron y dijeron no. Creo que ese es el recuerdo más fuerte que me deja la presencia de mi padre. Un padre distante, ausente, que no estuvo en las tareas del colegio, que no estaba en lo que tradicionalmente se espera de un padre, pero que me dejó ese ejemplo de unirse y levantarse por lo que él creía que era justo, aun cuando muchos pensaran que se trataba de una causa perdida por ser en ese momento la causa de una minoría, lo que la hace doblemente valiosa e importante.

Mencionastes cantantes y canciones. Háblame de libros. Libros y autores que te tocaron, libros a los que vuelves, que no olvidas, que te gustan mucho, que relees.

Como yo me formé académicamente en una escuela de teatro, Chéjov fue muy importante. El Chéjov dramaturgo en primer lugar: La gaviota, porque es una obra que habla de la creación y de la angustia de la creación en un artista joven, y yo sentía que era eso lo que estaba viviendo en ese momento. Luego Shakespeare, que es lo contrario de La gaviota, la vejez. El rey Lear me interpela hasta el día de hoy y a cada momento. Otra obra de teatro que me persigue, que en algún momento traté de dirigir y no pude, es Largo viaje hacia la noche, de Eugene O’Neill, porque concentra relaciones de amor y de odio en una misma familia, con adicciones brutales y episodios dolorosos que muchos hemos vivido en algún momento. En novelas, el primer libro en que pienso es Coronación, de José Donoso. La leí apenas se publicó. Recuerdo que estaba terminando el colegio y tenía que dar en ese momento la prueba de bachillerato, y en el examen me pidieron analizar una novela chilena contemporánea. Era enero, la novela había salido en diciembre y yo escribí tres o cuatro páginas sobre Coronación. Entregamos la prueba y al rato apareció la profesora con las notas en la mano y preguntó en voz alta: “¿Quién es este sinvergüenza que acaba de inventar una novela que no existe en la literatura chilena?”, y sacó mi prueba y la agitó con las manos: “¿Coronación? ¿Cómo se le ocurre? José Donoso es un escritor de cuentos, no ha escrito nunca una novela”. Le contesté de inmediato: “Señorita, está usted equivocada, esta novela apareció el mes pasado”. La mujer se puso muy seria y dijo “bueno, bueno, bueno, tal vez, pero usted tiene pésima letra”, y casi me raja: me puso mala nota y mantuvo su orgullo intacto. A Pepe Donoso le encantaba que yo contara esta historia, me hizo repetirla más de una vez delante de otras personas. Disfrutaba la imagen de una vieja agitando una prueba de bachillerato y dudando en voz alta de la existencia de su novela. Yo empecé a leer de adolescente. A los 15 años ya me había leído todo Charles Dickens, en esa edición de Aguilar en papel biblia, pero no dejo de pensar en Coronación como el primer libro importante en mi vida.

Estudiaste teatro, y fue en el Ictus donde Jorge Díaz te acercó al oficio de fotógrafo.

Absolutamente. Fue el impulso de Jorge Díaz el que me hizo meterme de cabeza en el mundo de la fotografía. Yo fotografiaba tímidamente los ensayos con una cámara Rolleiflex que había traído de mi beca en Francia, comprada con ayuda de mi padre, pero sin saber exactamente qué era lo que estaba haciendo. Yo no sabía revelar, no tenía ni trípode ni iluminación. Mandaba a revelar esas fotos a un laboratorio y las llevaba después al teatro. Un día Jorge las vio y me dijo: “¿Por qué no haces las fotos de la próxima obra?”. Y yo le contesté: “Jorge, no sé nada de fotografía, soy un aprendiz total”. “No importa”, dijo, “tú tienes el punto de vista del hombre de teatro que no tienen los fotógrafos, y a mí me interesa eso”. Me apoyó, empezó a mostrarme libros y revistas de fotografía. Recortaba las revistas sin ningún pudor, para mostrarme lo que se podía hacer, y esa energía me ayudó muchísimo y me empujó a ser fotógrafo. Creo que también ayudó su manera delicada, ahora lo pienso, de decirme que yo no tenía mucho talento como actor, pero que sí podía ser un buen fotógrafo. Jorge era un personaje misterioso, al que no le gustaba revelarse. Una vez escribió un texto que decía: “Yo le tengo terror a tu cámara, Lucho, y me voy a esconder de ella, porque no quiero que los secretos de mi vida los revele ni el confesor ni el psicoanalista”.

A pesar de lo cual Jorge Díaz es uno de los artistas a los que retrataste más de una vez. En esa exposición del Teatro del Lago también estaba él. Muchas de las fotografías de esa exposición están en tu libro Identidad fortuita, de Lom, un libro que además cuenta algo sobre la toma de cada uno de esas fotos. No sé por qué me acuerdo mucho de un retrato de Pepe Donoso, sin lentes, con una mirada que no sé si existe en otra fotografía que le hayan tomado. Tú has dicho varias veces que uno en un retrato ve al retratado, pero quizás con más intensidad al retratista.

Creo que esa foto de Pepe Donoso es un buen ejemplo en este sentido. Yo a Pepe le hice muchos retratos. A veces él me citaba para tomarle fotos en la casa de un amigo millonario. “Pepe, ¿por qué me haces sacarte fotos aquí, si esta no es tu casa?”. Es que es tan linda, decía. Yo veo esas fotos de Pepe y él está oculto, disfrazado: de terno y con un reloj elegante, o echado sobre un sillón en el living de una casa sin alma, pensando más en cómo ser embajador que en cualquiera de los personajes complejos que habitan sus novelas. En cambio, en la última foto que le hice, su último retrato, sin lentes, no hay disfraz: está enfermo, nos damos cuenta, y no es fácil sostenerle la mirada. Igual que el último retrato que le hice a Raúl Ruiz meses antes de que muriera. Con Raúl Ruiz éramos de la misma edad, yo soy seis meses mayor que Raúl y lo conocía de mucho tiempo, y a él le molestaba que lo retrataran. Cuando fue a mi taller a que le sacara esa foto, su gesto de cariño fue dejarse retratar, porque además ese día llegó cansado, enfermo, convaleciente de un trasplante, de una operación, y hablamos mucho, nos reímos y chacoteamos, fue una auténtica y larga conversación de viejos, especialmente sobre los muchos remedios que estábamos tomando. Y cuando llegó el momento de la foto, hombre inteligente, lúcido, miró a la cámara de una manera que me produjo un escalofrío, porque era el hombre que ya no se cuenta cuentos y que sabe qué es lo que viene por delante, y a muy corto plazo. Entonces ahí, en esa mirada, estaba también mi vejez, mi temor a la muerte, y era su retrato y mi autorretrato, y ese momento del disparo creo que fue un regalo que me hizo Raúl.

Una vez me dijiste, citando a Diane Arbus: la fotografía es un misterio sobre un misterio. También dijiste que te cargaban las fotos de los descuartizados en la guerra o de un perro tirado en la calle. Que mientras menos mostrara, mejor podía llegar a ser.

Absolutamente. Los fotógrafos no somos notarios, a mí no me interesa ser notario de nada. Sugerir: como la poesía. La poesía es una carga, un arma poderosa que dispara sus versos en muchas direcciones, la mayoría de ellas inesperadas e insospechadas. Yo me identifico con esa manera de mirar el arte y por supuesto la fotografía.

Cuando empezaste a retratar a Fernanda, te pasó algo que una vez me lo explicaste de la siguiente manera: “Yo comencé a retratarla para desentrañarla”.

¿Qué más te puedo decir? Llevo muchos años en ese afán, y me encanta.

¿Por qué la fotografía para ti es siempre en blanco y negro? ¿Y por qué es foto análoga y no digital?

Es blanco y negro, porque en el blanco y negro están todos los colores que yo necesito para sugerir. Y es análoga porque la fotografía digital es un juguete entretenido cuando tú lo ves en la cámara fotográfica o en el teléfono, ¿pero qué pasa después? Yo trabajo para la memoria. Entonces la conservación digital es dudosa, nadie sabe cuánto va a durar, los registros van cambiando permanentemente. Ya sabemos que el CD está obsoleto, los otros sistemas van cambiando y tú tienes que ir recopiando para salvar tu memoria, tu archivo. Con la película no ocurre esto, yo tengo mis fotos de hace cincuenta y tantos años ahí, y están perfectamente si sé cuidarlas y conservarlas. No necesito nada adicional para ver mi negativo, solo una ventana que arroje luz, una lupa y se acabó. Y sobre el papel fotográfico, sabemos que dura 150 o 170 o 180 años, mientras que el registro digital no sabemos cuánto durará, y yo ya vi en un programa de televisión hace un tiempo un documental serio donde un productor norteamericano decía lo siguiente: “El cine digital que estamos haciendo hoy día no lo van a ver nuestros nietos”. Entonces, mientras esto no se resuelva, yo sigo con película, papel y químicos.

2

Soy un aficionado y tengo la intención de seguir siéndolo toda mi vida. Atribuyo a la fotografía la tarea de registrar la naturaleza real de las cosas, su interior, su vida. El arte del fotógrafo es un descubrimiento continuo que requiere paciencia y tiempo. Una fotografía saca su belleza de la verdad con que está marcada. Por esta misma razón, rechazo todos los trucos del oficio y el virtuosismo profesional que podrían hacer que traicione mi carrera. Tan pronto como encuentre un tema que me interese, lo dejo a la lente para grabarlo con la verdad.

André Kértesz

Francisco Mouat: Al final de tu libro Cuaderno de Bitácora 1999-2004, hablas del cáncer que se tomó tu ojo izquierdo a comienzos del 2000, y que te hizo viajar desde Bélgica a Estados Unidos a operarte. Pasaste un buen susto.

Luis Poirot: El primer médico que me vio en Bruselas fue un bruto, me dijo que tenía cáncer en el ojo izquierdo, y de inmediato, sin anestesia, mientras empezaba a digerir la palabra cáncer, dijo que había que operar para extirpar el ojo y luego someterme a muchas sesiones de radiación antes de que las células intrusas se expandieran por la cabeza. Salí aturdido de la consulta. Pedí otra opinión, en buena hora, y gracias a esa nueva opinión viajé a Estados Unidos, a Miami, ciudad que sabes que detesto, donde me operaron, pero no para sacarme el ojo, sino para salvármelo.

Entre tus compañeros de pieza en el hospital de Miami, recuerdas a una señora que se quejaba escandalosamente de sus dolores y gritaba que se quería morir, y cuentas que esa noche apareció una enfermera, gorda, réplica de Louis Armstrong, a hacerla callar a ella y a cualquier otro que levantara la voz.