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Bajo la piel de un hombre aborda la vida de Enoel Salas Santos, combatiente de la lucha clandestina y el Ejército Rebelde, y agente de los Órganos de la Seguridad del Estado, infiltrado en las filas enemigas desde 1961 hasta 1985. El texto aporta numerosos testimonios inéditos, además de elementos históricos y biográficos enriquecedores de la información hasta ahora disponible. Por primera vez se revela que la guerrilla de Enoel Salas antecedió al establecimiento de otros frentes en el Escambray. Y esto le confiere un valor adicional. Para quienes intervinieron en aquellas hazañas. Para aquellos privilegiados de protagonizar otras en la actualidad. Para todos, es este libro.
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Seitenzahl: 196
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Edición:Vivian Bustamante Molina
Diseño de cubierta:Yasser Gamoneda Montero
Diseño interior y realización:Sarai Rodríguez Liranza
Corrección:Raisa Ravelo Marrero
Imágenes:Cortesía del archivo familiar
Cuidado de la edición:Tte. Cor. Ana Dayamín Montero Díaz
© Neisy Cordero Plata, Lourdes Sánchez Gonzalez,
María Cerelda Moreno Martínez, 2020
© Sobre la presente edición:
Casa Editorial Verde Olivo, 2022
ISBN: 9789592244511
Nota: El contenido de la presente obra fue valorado por la Oficina del Historiador de las FAR.
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, en ningún soporte sin la autorización por escrito de la editorial.
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Casa Editorial Verde Olivo
Avenida de Independencia y San Pedro
Apartado 6916. CP 10600
Plaza de la Revolución, La Habana
Siempre que se hace una historia,
se habla de un viejo, de un niño o de sí
pero mi historia es difícil:
no voy a hablarles de un hombre común...
Silvio Rodríguez
A Guito, por su apoyo, cariño y sonrisa. Por mostrarnos las características más humanas de Enoel y por considerarnos parte de su familia.
A los muchachos que integraron la guerrilla de Enoel en el Escambray.
A Daisy Pilar Martín Ciriano, especialista del Museo Municipal general de Cabaiguán, y apasionada investigadora de la historia de su ciudad.
A ella, que nos enseñó a dar los primeros pasos en el campo de la investigación, en cuyos papeles, ya amarillos por el paso del tiempo, aún se revelan datos asombrosos.
Al resto de las personas entrevistadas que nos ofrecieron también su visión.
No se sabe si el día del nacimiento de Enoel Salas Santos hubo una conjunción de constelaciones que le propiciara un destino ya trazado, o si fueron los azares de la vida los que pusieron en su camino a tantos hombres y hechos para ser parte de grandes acontecimientos. Lo que sí se puede asegurar, es que fue elegido para defender a su patria desde diferentes posiciones y en cada una de ellas lo supo hacer con la mayor entrega y entereza.
Cualquier persona que haya oído hablar de él, podría pensar que para acercársele hacen falta permisos especiales, enfrentarse a guardias de seguridad que custodian su casa o practicar algún protocolo propio de la ocasión. Nada hay más alejado de la verdad. En su hogar los amigos entran por el portón del patio y conversan sentados en la terraza, de la manera más informal posible. La plática y la limpidez de sus ojos profundamente azules develan quién es nuestro interlocutor. Allí, entre tazas de un buen café criollo, cuentos picarescos y los ladridos y jugueteos de su perro Leo, se exteriorizan su carácter rebelde, su fuerza interior y su inmenso amor por Guito, la esposa.
Nuestro agradecimiento a Enoel por enseñarnos lo que no se aprende en los libros tradicionales: el entusiasmo y la pasión por cada momento ocurrido, por cada mártir o etapa vencida.
Animadas por la experiencia de vivir durante un año parte de la epopeya cubana, a través de las entrevistas a él realizadas, pretendemos que el presente texto sirva como pasaje contra el olvido de este hombre, una forma de devolverle su justo lugar en la historia y, al mismo tiempo, el intento de transmitir su espíritu a las nuevas generaciones.
Autoras
I
Tras quince días de estancia en La Habana, había llegado a su casa para resolver un asunto muy importante. Tenía que explicarle a su esposa quién era en realidad. Esta sería la situación más compleja que enfrentaría en su vida. Nada se comparaba: ni el tiempo en los Estados Unidos junto a Menoyo ni la infiltración, ni los años en la cárcel. Cómo decirle a su esposa, a la compañera de tantos años, a la amiga en los momentos difíciles, a su apoyo inconsciente en esta labor, que él no era el hombre que ella pensaba, que quienes visitaban la casa no eran sus verdaderos amigos.
Contaba con Peñita1 para que lo apoyara en tan difícil travesía. Habían trabajado juntos durante nueve años, él conocía muy bien toda su historia y ahora también lo había acompañado en la capital del país. Sabía que debía ser directo. A ella siempre le gustaron las cosas claras. Puso las maletas en el cuarto y descubrió que el corazón se le había acelerado. No podía pensarlo mucho, era un salto que tendría que dar aunque pudiera encontrarse un abismo. Entonces, tal como si fuera una ráfaga de tiros, le espetó: “¡Mira, si quieres ve y divórciate porque yo no soy un preso político ni me voy para los Estados Unidos. Yo nunca he sido un contrarrevolucionario!”
Ella quedó paralizada y una mezcla de incertidumbre, incredulidad y sorpresa se dejó ver en su rostro. Lentamente haló una silla y se sentó. Entonces Peñita se le acercó y le explicó algunas cosas esenciales que le ayudarían a entender aquella situación. Ella pasaba su mirada de uno a otro, de acuerdo al orden en que ambos hablaban. Se quedó, por un instante, con los ojos fijos en algún punto de la pared y al volverlos hacia él, dijo en voz baja, pero serena y firme: “!Yo seré siempre lo que tú seas!”
Ya había confesado su verdad, pero no había podido dormir en toda la noche. Con las primeras luces del alba sintió levantarse de la cama a su esposa y a los pocos minutos le llegó el aroma de café recién colado. Lo aspiró profundamente y de un tirón se incorporó. Este sería un día muy diferente a todos los vividos durante veintiséis años. Al llegar a la cocina, en silencio, se sirvió una taza de la aromática bebida y, recostado a la meseta, buscó la mirada de su compañera. En ella pudo ver comprensión y amor. Sin decir una palabra, la abrazó: había ganado una gran batalla.
II
Representantes y dirigentes de todas las organizaciones políticas y de masas del municipio de Placetas y de la provincia de Villa Clara, combatientes de la guerrilla de Cabaiguán y oficiales de la base de San Julián, además de los familiares de Enoel Salas Santos, habían sido citados oficialmente para que comparecieran el día 28 de octubre a las ocho de la mañana, en el centro recreativo radicado en la loma de La Vallette.
Todos se preguntaban qué estaría pasando con Enoel, en qué nueva subversión andaba. Y si era así tenía que resultar bien “gordo”, pues allí también se encontraban Leiva, Leovigildo y Callillo,2 tres importantes coroneles.
A las diez de la mañana llegó un carro y quedaron boquiabiertos. De él vieron descender, muy risueños y con cierto grado de familiaridad, a Enoel junto al coronel Eddy Pérez Martín, jefe del Departamento de la Seguridad del Estado en la provincia y otros dos compañeros que después supieron venían de La Habana.
Comenzó el acto. Hablaron el jefe del departamento nacional de la Dirección General de la Contrainteligencia y su delegado en la provincia de Villa Clara. Estupefactos, los participantes vieron que a Enoel le entregaban diplomas, medallas y los grados de teniente coronel. Todo transcurría muy rápido y nadie lograba asimilar con la misma celeridad lo que ocurría
Pasado el primer momento de confusión, alcanzaron a escuchar las últimas palabras expresadas por el que hablaba: “Hoy, reivindicamos a este hombre. Hoy, damos a conocer su verdadera identidad: Enoel Salas Santos, el Rubio de Cabaiguán, ha sido durante 26 años para los Órganos de la Seguridad del Estado cubano, el agente Allan”.
1Capitán Carlos Peña Miranda. Oficial de los Órganos de la Seguridad del Estado encargado de atender a los agentes relacionados con las actividades de Alpha 66 fuera de la prisión.
2Coroneles Andrés Juan Leiva Castro, Leovigildo GonzálezLezcano, Carlos González Jiménez,Callillo. Desde el año1980 hasta 1989, ocuparon el cargo de Delegados del Minint en Villa Clara, Sancti Spíritus y Cienfuegos, respectivamente.
La historia de Enoel Salas Santos no se sustenta en libros, sino en la abundancia de hechos vividos y guardados en su memoria.
Su tránsito de niño campesino a luchador clandestino transcurrió en el fondo de Neiva, zona rural perteneciente al municipio de Cabaiguán, antigua provincia de Las Villas, hoy Sancti Spíritus.
Todo comenzó en las primeras décadas del sigloxx,cuando Cirilo Salas Gutiérrez llegó de las Islas Canarias con 19 años de edad y se asentó en aquellas tierras, donde se dedicó, como jornalero, al cultivo del tabaco. Allí contrajo matrimonio con Ramona Santos Díaz y establecieron su hogar en una casa de guano, cerca del arroyo Ceibacoa. De esta unión nacieron ocho hijos: Evaristo, Enoel, Edilio, Erundina, Ernesto, Aracelys, Caridad y Zenaida.
Al igual que les ocurrió a muchos niños que habitaban en zonas rurales, desde temprana edad Enoel trabajó para ayudar a sus padres. Sobre esta realidad rememora:
Por diez centavos regaba posturas en el veguerío de Ramón Santos y con nueve años me contra- taron como asalariado en la casa de Teleforo Ibarra. Estos dos hombres eran unos explotadores.
No pude alcanzar la enseñanza primaria porque mis padres no podían pagar la escuela particular, ubicada a cuatro kilómetros de mi casa. Solo me mandaron algunas veces y como no tenía zapatos iba descalzo.
A los once años ya era considerado un muchacho responsable y de naturaleza enérgica. Empezó a laborar a tiempo completo en la casa de Fermín Pantaleón con el encargo de cuidar los cerdos de la finca. Allí dormía y comía. Aunque ocurrió un suceso que reveló aún más su fortaleza de carácter y la rebeldía que lo distinguiría el resto de su vida.
Recuerdo que un día hubo un temporal grande, el arroyo Ceibacoa se creció y, los puercos se tiraron al agua. Cuando llegué a entregarlos me faltaban dos. El dueño, un isleño de mucho genio, me dijo: “¡Envuelve la hamaca y te vas!”, a lo que respondí: “Ni envuelvo la hamaca, ni me voy por la puerta”. Salí por debajo de la cerca arrastrando la hamaca. Al otro día Fermín fue a buscarme a la casa de mi padre para pedirme disculpas y que volviera a la finca, pero yo no fui.
Con doce años trabajó repartiendo leche, en Mazamorra. Más tarde volvería a las vegas de tabaco.
Mis padres se habían mudado para Cabaiguán, a un barrio que le decían reparto El Jobo, yo seguí en Neiva. Al terminar la jornada en las vegas de Venancio Santos buscaba ocupación en otros lugares porque este hombre me contrataba durante ocho meses por la comida, y los otros cuatro meses me pagaba cuarenta centavos por día.
Gran aficionado a los deportes, de joven se destacó como receptor en el equipo de béisbol de la fábrica de tabacos Bauzá. Por ello fue seleccionado, con otro compañero para integrar el conjunto de la fábrica de Gomas U.S. de Loma de Tierra, en el capitalino municipio del Cotorro, donde permaneció por dos años, aproximadamente. Si bien esta no fue la mejor experiencia:“Allí nos explotaban, trabajábamos en una tomatera en un lugar llamado El Berro y se jugaba pelota solamente dos veces a la semana”.
Retornó para Neiva con 16 años y volvió a las actividades agrarias en la propiedad de Ramón Santos. Allí lo sorprendió el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952. La ignorancia y el analfabetismo eran dueños de los campos de Cuba y por eso era muy difícil encontrar en el campesinado una generalizada conciencia política y conocimiento sobre los manejos sucios de los gobernantes de turno, si bien tanta ignominia les fue abriendo los ojos. Al respecto comenta:
No sabía nada de política. Me enteré del golpe porque Isidro Santos, hijo de Ramón, sintió voladores en la casa de Ñico Alejo, dueño de la finca cercana. Cuando preguntó los motivos, le dijeron que Fulgencio había tumbado a Carlos Prío y la familia festejaba el regreso al ejército de un hermano coronel. En ese momento conocí quiénes eran esos dos dictadores y que habían llegado al poder por la fuerza. Me quedé con eso en la cabeza. Le cogí odio a Batista. En represalia por lo que oí de él, una noche fui calladito y le quemé una casa de tabacos a Ñico.
Posteriormente pasó a trabajar en la casa de Lucio Paz, campesino residente en la finca Loma del Potro, en Neiva, y entabló amistad con dos de sus hijos: Beremundo y Roberto. El primero estudiaba ingeniería mecánica en los EE. UU. El segundo se dedicaba a las labores agrícolas con su padre.
Entre tanto, a nivel nacional se originan hechos que tendrían repercusión en cada rincón. El 26 de julio de 1953 acontecen los asaltos a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo. Estas acciones marcaron un giro significativo en la historia de Cuba. Surgía así una nueva fuerza que preconizaba la lucha de base popular. Salen a la luz los primeros folletos de La Historia me Absolverá, documento que exponía el programa de transformaciones revolucionarias a realizar, en todos los órdenes, una vez concluida la lucha.
Entre mayo y junio de 1955, Fidel y los moncadistas, en un proceso iniciado desde la prisión, comienzan a organizar el Movimiento Revolucionario 26 de Julio (M-26 de Julio) en todo el país.
Un año antes, 12 ejemplares de La Historia me absolverá fueron llevados desde Santa Clara a Cabaiguán por el tabaquero Diego Viera Díaz, quien los distribuyó en la fábrica de tabacos Bauzá, en Guayos, y en las zonas rurales de Neiva, Potrerillo, Santa Lucía y La Yaya.
En 1954 fui para Cabaiguán donde trabajaba en la colonia de Echevarría. Por mediación de Beremundo conocí a Luis Servando, Carlos Jarahueca, Máximo Vázquez, Carlos Pérez y a Diosdado Plasencia, este último de oficio talabartero y el que me probó ser de confianza, al esconderme en dos oportunidades porque me estaba persiguiendo la policía. En Neiva, mantenía contacto con Vitalino Calero y Sabino, su hermano.
Desde mediados de ese año empezamos a conspirar por nuestra cuenta contra Batista. Lo primero que hicimos Beremundo y yo fue chapearle un corte de tabaco a Ñico Alejo Rodríguez. Así empecé a hacer sabotajes. Recuerdo que en Cruz de Neiva, en la fiesta que hizo un sargento políti- co debíamos caerle a piñazos cuando apagáramos la luz. Pero salió mal porque me confundí y le di a un guardia, quien con otros tres nos dieron planazos. El baile se terminó como la “fiesta del Guatao” y la espalda me estuvo doliendo varios días. A esta acción fuimos Beremundo, Vitalino Calero, Cecilio León y yo.
A finales del año siguiente, Cabaiguán se convirtió en el primer pueblo de la región espirituana en constituir células del M-26 de Julio, proceso orientado por Faustino Pérez Hernández. Su hermano, Carlos Pérez Hernández, lo organizó allí y contribuyó a su fundación en Zaza del Medio y enSanctiSpíritus. Compuestos por seis o siete hombres, esos grupos serían los núcleos básicos de la lucha clandestina.
Los jóvenes de las zonas rurales tenían disposición para crear sus propios círculos. El del poblado de Echenique se organizó dirigido por Fausto Sosa, y el de Neiva, al cual ya se habían integrado Enoel, Miguel Rodríguez,Mandarria, Vitalino Calero, Librado Castellanos,El gallegoy Roberto Paz, lo coordinó Beremundo Paz Sánchez, quien al abandonar los estudios de ingeniería, se incorporó plenamente a la lucha.
La amistad de Enoel con los hermanos Paz, fue decisiva en su formación revolucionaria.
Beremundo era ortodoxo, amigo de Eduardo Chibás y conoció a Fidel. Me explicaba asuntos de política, y por él supe qué pasó realmente en el Moncada, pues con el fin de desacreditar la acción revolucionaria, se decía que Fidel había matado a todos los enfermos en un hospital. Además me explicó por qué vinieron los expedicionarios del yate Granma. Fue uno de los primeros del M-26 de Julio en la zona, en la cual atendía muchas células. Hizo un ring de boxeo en su casa, donde nos reuníamos para practicar y hablar de política. De ahí salimos los de La Llorona.
Enoel estuvo en contacto directo con el médico Roberto Vera Rodríguez, coordinador en ese entonces del 26 en Cabaiguán. También con Félix Hurtado Manso, jefe de acción y sabotaje del Movimiento, y con Diego Viera Díaz, coordinador de sabotajes. Como parte de la lucha clandestina hicieron pequeñas operaciones. Fue un período de muchos riesgos pero también de enérgicas operaciones en puentes, tiendas u otro sitio que fuera necesario, recogían armas y parque en las casas de campesinos donde de antemano sabían que existían, colocaban banderas del 26 de Julio en lugares que llamaran la atención.
Como no teníamos medios, nosotros mismos preparábamos los explosivos. Así hice el día de la acción en el correo. Me metí en el baño del bar de la esquina. Tenía que correr porque solo había tres casas entre un punto y otro. Aquello explotó antes de llegar y la camisa, que era de nailon, cogió candela. La gente gritaba: “¡se quema un hombre¡… ¡se quema un hombre¡”… Yo busqué un patio y me escapé. Cuando pasó un rato me miré y la camisa se había chamuscado bastante pero a mí no me pasó nada.
Otro día salí con Luis Servando, miembro de otra célula, con el objetivo de dejar oscuro a Cabaiguán. Fuimos por Punta Diamante, cerca de la casa de Segundo Borges, gobernador de la provincia, para tirar una cadena al tendido eléctrico. Sin embargo comenzó a llover y Luis me dijo que no se podía, le respondí que sí, pues debíamos cumplir la misión. Como estábamos húmedos y la soga mojada, cuando la cadena chocó con los cables, bajó una bola de candela y hasta la caña se quemó, pero hicimos el atentado. Esta operación la realizamos en varios momentos. Participé en la huelga de tabaqueros donde nos mataron a un compañero cerca de la estación de ferro- carril. Durante la protesta regamos puntillas en la Carretera Central, tiramos piedras y ladrillos para la calle, así como cortamos cables y tumbamos postes del tendido eléctrico.
Los petardos también eran muy usados. Yo puse uno en la calle Masó, en la oficina de los americanos dueños de la refinería, aunque tuve que echarle gasolina a la mecha para que prendiera y estallara, porque lo había hecho con un niple criollo.3 Coloqué otro en una escogida [de tabaco] que estaba en la carretera hacia Santa Lucía, cuyo dueño era batistiano. Primero tiramos botellas molotov y no cogió candela pero a los dos o tres días pusimos un petardo y ese sí explotó.
Después quemé una casa llena de tabaco que era de Casillas Lumpuy,4 Él compraba barato a los campesinos y después sacaba las ganancias. En esta oportunidad cogí un pomo de gasolina, lo regué por la orilla de la casa de tabaco, le pegué candela y salí corriendo. Los guardias me dispararon y cuando alcancé una cañadita les riposté con mi revólver. Atravesé por una finca para llegar al pueblo por el reparto El Jobo y me uní a la gente que había salido de sus casas a mirar el fuego.
Además repartí propagandas y vendí bonos del 26 de Julio, porque yo pertenecía a la sección de acción y sabotajes.
Para el joven, nacido el 3 de marzo de 1936, la clandestinidad fue el despertar a una larga lucha que continuaría por siempre, marcando su existencia.
Transcurría 1956. A finales de ese año, el 2 de diciembre, se produjo el desembarco de los expedicionarios del yateGranma. El levantamiento encabe-zado por Frank País, el 30 de noviembre en Santiago de Cuba, en apoyo a esta acción, no tuvo el éxito esperado debido a la falta de simultaneidad entre ambas operaciones. Desde este momento la dictadura batistiana desató una gran represión contra el movimiento revolucionario; sin embargo, el hecho constituyó un impulso para continuar el proceso de liberación nacional. El oriente del país se convertía en la zona desde donde se reiniciaba la guerra revolucionaria. En la Sierra Maestra crecía y se fortalecía el Ejército Rebelde, que constituiría el eje central de la lucha armada.
Siete meses más tarde, al producirse la muer- te de Frank País, el 30 de julio del 1957, la dirección del M-26 de Julio dio la orden de iniciar un paro el 5 de agosto, que debía ser secundado por los grupos armados ya creados.
La noticia fue el detonante para el grupo de Cabaiguán. Finalmente serían convocados para algo más grande. Hacía tiempo que estaban determinados a realizar una acción armada: atacar el pueblo y alzarse en el Escambray, pero no tenían la autorización del Movimiento a otros niveles. Iban a apoyar la huelga general espontánea que se extendería por toda la nación como protesta por el asesinato del líder de la lucha clandestina. Para ello activaron los comités de huelga, cerraron los comercios y los integrantes de las células se acuartelaron.
El 2 de agosto, Beremundo Paz y su hermano Roberto, convencidos de la importancia que tendría tal acontecimiento, se reunieron en Neiva, en la casa del gallego Castellanos. Por la tarde se incorporó Félix Hurtado y pasaron todo ese día y la mañana del día siguiente en la planificación y organización de las operaciones. Las circunstancias y el ambiente creado eran el escenario necesario para iniciarlas. Así lo afirma Enoel:
Por orientación de Carlos Pérez fuimos a buscar armas los integrantes de las células de Echenique, la de Félix Hurtado y la nuestra. Habíamos acordado regresar todos juntos al Monte de Fermín, a las ocho de la noche, donde nos esperarían varios compañeros para ir a tirotear la carretera e impedir la entrada y salida de personas al pueblo. La orden no incluía otro tipo de maniobra de mayor importancia. A nosotros se unió Manuel Brito MoralesBolo, el mayor en edad y, único militante del Partido Comunista, encargado de coordinar las acciones.
Antes de recoger las armas nos dividimos en dos grupos. Uno, con Fausto Sosa al mando, fue hacia el fondo de Neiva, para encontrarse con el resto al anochecer, en la cauchera existente en la finca de Galeano. En el grupo de Félix Hurtado estaban Beremundo y Roberto Paz, Horacio González, Isidro González, Vitalino Calero, Manuel Brito Bolo, Sergio Espinosa, Nilson Martínez y yo.
A nosotros nos tocaba acopiar armas en la zona de Echenique. Estuvimos en lugares como Zarza Gorda, Vega del Paso y Violeta Tres. Regresamos a la casa de Librado Castellanos para comer y ahí se incorporó Alejandro Cordero.
En Mazamorra fuimos a la casa de los Nápoles, conocidos batistianos. Vitalino se ofreció para pedir el arma al viejo Zoilo, pues era pariente lejano y pensó que podría convencerlo, pero este se negó. Discutieron y Vitalino, que iba con el Bolo Brito, lo siguió mientras caminaba hacia la casa de tabaco con el objetivo de desarmarlo. En el forcejeo se cayó el arma y en fracciones de segundos Vitalino lanzó al suelo al viejo Nápoles que se paró con un machete en la mano y lo agredió. Fue lo último que hizo porque Félix, que llegaba en ese momento con su grupo, ordenó dispararle y al instante cayó muerto tras el impacto de dos proyectiles.