Bandidismo - Pedro Etcheverry Vázquez - E-Book

Bandidismo E-Book

Pedro Etcheverry Vázquez

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Beschreibung

La más completa investigación sobre la guerra irregular que la CIA fomentó en Cuba durante los primeros años de la Revolución. Eduardo Ferrer, ex piloto de la CIA, afirma en su libro Operation Puma, The air battle of the Bay of Pigs, que entre los meses de septiembre de 1960 y marzo de 1961 se efectuaron 68 misiones de suministros aéreos de armas y explosivos sobre las montañas de Cuba para los grupos insurgentes.

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Edición:Laura Álvarez Cruz

Diseño de cubierta y pliego gráfico:Eugenio Sagués Díaz

Realización computarizada:Beatriz Pérez Rodríguez y Zoe Cesar

© Pedro Etcheverry Vázquez, 2021

© Santiago Gutiérrez Oceguera, 2021

© Sobre la presente edición: Editorial Capitán San Luis, 2021

ISBN: 9789592115927

Editorial Capitán San Luis. Calle 38 no. 4717 entre 40 y 47, Kohly,

Playa, La Habana, Cuba.

www.capitansanluis.cu

www.facebook.com/editorialcapitansanluis

Sin la autorización previa de esta Editorial queda terminantemente prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, incluido el diseño de cubierta, o transmitirla de cualquier forma o por cualquier medio.Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

Nuestros muertos mandan, mas no los llamemos muertos.

Fidel Castro Ruz

Primer aniversario del ataque a Playa Girón,

19 de abril de 1962.

A aquellos que participaron en la Lucha Contra Bandidos desde diferentes trincheras de combate y a los que después tuvieron la visión de rescatar la memoria histórica de esta importante etapa de la vida de nuestro pueblo.

Al general de brigada Luis Felipe Denis Díaz y al mayor Manuel de J. Zamora, por su investigación preliminar. Al general de división Raúl Menéndez Tomassevich y a los tenientes coroneles Rubén Montero Hernández y Eleno Fajardo Pérez, por sus valiosos testimonios.

A los compañeros y compañeras de los archivos del MININT, de los archivos centrales de las FAR, del archivo del periódico Granma; a los especialistas del Museo del MININT, del Museo Nacional de Lucha contra Bandidos, en Trinidad; y a los de la biblioteca del Instituto de Historia de Cuba.

A los investigadores históricos del MININT en las delegaciones provinciales.

A todos los colaboradores y amigos que desandaron, junto a nosotros, estas páginas.

Al lector

Entre 1959 y 1965 las administraciones de Dwight D. Eisenhower, John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson acudieron a todas las vías y métodos que consideraron factibles para materializar su política de hostilidad y agresiones contra la naciente Revolución Cubana. Pusieron particular énfasis a la creación de un escenario interno adecuado para fomentar alzamientos armados en las principales regiones montañosas.

Desde el principio, las bandas de alzados se dedicaron a rehuir el combate frontal con las fuerzas revolucionarias, mientras intentaban sembrar el terror entre los habitantes de las zonas rurales más apartadas. El reflejo de estas acciones y su propia existencia, solo servían al imperialismo, interesado en proyectar hacia el exterior una imagen de inestabilidad interna que justificara una intervención militar. Sin embargo, nuestro pueblo, integrado en las filas del Ejército Rebelde, las Milicias Nacionales Revolucionarias y los Órganos de la Seguridad del Estado, derrotó los planes de los servicios especiales norteamericanos, principalmente de la CIA.

Bandidismo. Derrota de la CIA en Cuba es el resultado de una rigurosa investigación histórica, a partir de fuentes documentales y testimoniales, sobre la labor realizada por los Órganos de la Seguridad del Estado durante el enfrentamiento a las bandas de alzados en todo el territorio nacional entre 1959 y 1965.

Por primera vez, recorreremos los episodios más trascendentales vividos en una etapa de intensa lucha contra los enemigos internos y externos de la Revolución, y en la que al cabo de casi siete años de enconados enfrentamientos se alcanzó la victoria.

Pedro Etcheverry Vázquez y Santiago Gutiérrez Oceguera han unido sus esfuerzos durante diez años para reunir y reflejar en un solo volumen la épica lucha que sostuvieron los combatientes y agentes de la Seguridad junto a los jefes, oficiales, sargentos y soldados del Ejército Rebelde y las Milicias, para penetrar y neutralizar a tiempo las acciones de las bandas. Un balance interesante, si se tiene en cuenta que el primero es un acucioso investigador; y el segundo, un protagonista de primera fila de este combate.

El lector vivenciará los asesinatos, los secuestros, los atropellos que cometieron los alzados siguiendo instrucciones de los servicios especiales norteamericanos; todo propiciado por la narración fuerte, directa y comprometida con la verdad que exhiben estas acusadoras páginas. Aquí encontrará tanto el testimonio de los hombres y mujeres revolucionarios que a pesar del riesgo afrontaron los retos que imponía la defensa de su nación; como la constatación de quiénes eran los alzados y cuáles eran sus propósitos, sus odios y miedos, en la voz de algunos de ellos.

Por su contenido, resulta de gran utilidad para denunciar una parte de los hechos terroristas de que fue víctima nuestro pueblo durante los primeros años de la Revolución. A los estudiosos del tema les sistematiza el impacto que tuvo el bandidismo en cada territorio, el modus operandi del enemigo y la evolución de su enfrentamien-to. A las actuales y futuras generaciones de cubanos, que desde ahora tienen ante sí grandes batallas que librar en un mundo cada día más agresivo y menos ético, les permite conocer la esencia clasista y terrorista de los enemigos de nuestros pueblos.

Bandidismo... atrapará en el recuerdo a los actores de este enfrentamiento, pues encontrarán una valoración más integral de los hechos vividos y ampliarán conocimientos sobre la utilización que daban los servicios especiales norteamericanos a las organizaciones contrarrevolucionarias y las bandas, con el propósito final de restablecer sus mecanismos de dominación neocolonial.

A más de cuarenta años de esta victoria sobre los planes de la CIA, para los combatientes que participamos en la Lucha contra Bandidos es de gran satisfacción transitar estos episodios en los que se ven reflejados el esfuerzo y el sacrificio de los combatientes de la Seguridad y se pueden encontrar las mejores experiencias obtenidas. Constituye, sin duda, un merecido y digno homenaje a los que sin pedir nada a cambio, de manera desinteresada y muchas

veces anónima, se jugaron la vida en una lucha sin cuartel frente al enemigo, y, llegado el momento, supieron entregarla en defensa de la gran nación cubana.

Pero lo más conmovedor y trascendente es que Bandidismo... será memoria histórica; fue realidad vivida; es defensa constante.

General de brigada (r) Aníbal Velaz Suárez

La historia comienza...

Luego de la guerra de liberación sostenida por más de dos años, el Ejército Rebelde, junto a otras organizaciones revolucionarias, derrotó al Ejército Nacional y a los aparatos represivos de la tiranía batistiana, entrenados y abastecidos por las fuerzas armadas y los servicios de subversión y espionaje de los Estados Unidos.

En la madrugada del 1ro. de enero de 1959 huyó el dictador Fulgencio Batista Zaldívar, acompañado de ministros, altos jefes militares, malversadores, asesinos y esbirros y con sus familiares cercanos; y la nación entró en un singular proceso histórico a partir del triunfo de la Rebelión y el inicio de profundas transformaciones económicas, políticas y sociales, que estremecieron las bases de la sociedad y dieron comienzo a una nueva etapa en la vida de los cubanos.

Desde el primer instante, el Gobierno Revolucionario dispuso medidas de beneficio popular: creación de nuevas fuentes de empleo, aumento de los salarios a las personas de más bajos ingresos, humanización de los trabajos más duros, rebaja de alquileres, disminución de las tarifas de electricidad y telefónicas, reducción del precio de las medicinas y los libros de textos correspondientes a los distintos niveles de enseñanza, creación de miles de aulas rurales y la conversión de los cuarteles en escuelas. Otras decisiones estuvieron en consonancia con el compromiso contraído con el pueblo desde los días del Moncada: la desactivación del viejo aparato estatal y el procesamiento jurídico de los más connotados criminales de guerra, delatores y torturadores, que al servicio de la tiranía cometieron miles de asesinatos.

En contraposición al beneficio económico y la justicia social de la Revolución, la política del gobierno de los Estados Unidos contra Cuba fue dirigida a socavar el poder revolucionario a través de la actividad de los servicios de subversión y espionaje norteamericanos, los cuales, utilizando organizaciones contrarrevolucionarias creadas bajo su amparo y estímulo, hicieron todo lo que estuvo a su alcance para derrocarlo. Por obra y gracia de esta política, el pueblo cubano se vio enfrascado en una nueva etapa de luchas en defensa de la libertad, la soberanía y la independencia alcanzadas.

Como respuesta a las agresiones que se cernían sobre la nación, la dirección de la Revolución fortaleció sus defensas. Así, el 14 de enero fue creado el Departamento de Investigaciones del Ejército Rebelde (DIER), que comenzó a funcionar en el campamento de Columbia, en La Habana. Muchos de los primeros combatientes de esta institución procedían del Movimiento 26 de Julio, el Directorio Revolucionario 13 de Marzo y el Partido Socialista Popular. En general, contaban con un bajo nivel cultural y solamente disponían de las experiencias adquiridas durante la guerra de liberación en las zonas rurales y la lucha clandestina en las ciu-dades. Sin embargo, la falta de conocimientos, de experiencia, de medios materiales y de recursos técnicos fue suplida por la entrega total a la causa que defendían. El patriotismo, la lealtad, la honestidad, el espíritu de sacrificio y la ejemplaridad de aquellos combatientes y su estrecha relación con el pueblo, unidos a una laboriosidad paciente y muchas veces anónima, constituyeron la clave del éxito en estos primeros momentos y sentaron las ba-ses para la sedimentación de una mística que con el paso de los años se fue fortaleciendo en el enfrentamiento a otras formas de actividad subversiva.

La Primera Ley de Reforma Agraria,1 aprobada el 17 de mayo de 1959, demos­tró la decisión de aplicar una nueva concepción agraria a partir de la supresión del latifundio nacional y norteamericano —reflejado así en la Constitución de 1940, pero cuya ejecución no había sido instrumentada por ninguno de los gobiernos anteriores—, y la determinación de deste­rrar de Cuba el capitalis­mo dependiente y neocolonial, expresada por Fidel el 16 de octubre de 1953 en su conocido alegato La Historia me absolverá.2 Esta ley, que limitaba la posesión de tierras a treinta caballerías como máximo, perseguía el objetivo de asegurar para la economía nacional la explotación de la tierra, entregar la propiedad a los que la trabajaban y crear las bases para el desarrollo del mercado interno que requería la industria cubana.

La Reforma Agraria impactó en el sistema latifundista nacional en tanto base para sacar al país de su condición neocolonial y fue una medida imprescindible para iniciar el proyecto de de-sarrollo económico y social y asegurar los nuevos cambios estructurales; pero, al mismo tiempo, significó el más fuerte izquierdazo propinado en el hemisferio occidental a los intereses norteamericanos. El desquite fue un incremento de las acciones subversivas del gobierno yanqui, la burguesía cubana y los individuos más com- prometidos con las clases explotadoras, que ejercieron nuevas presiones para evitar que se aprobara como ley y continuaron actuando contra el Gobierno Revolucionario en su intento por malograr la consolidación de la Revolución.

Cuando el ejemplo de Cuba despuntó cual clarinada de aliento y esperanzas para las aspiraciones libertarias e independen-tistas de América Latina, la administración Eisenhower empezó a presionar por vías diplomáticas a través de la Organización de Estados Americanos (OEA) y a concebir nuevos y cada vez más peligrosos planes contra la naciente Revolución; amén de una serie de decisiones que dieron inicio a un proceso de hostilidad que contemplaba: la suspensión de la asignación de créditos, la reducción de la cuota azucarera y la prohibición de las exportaciones, fundamentalmente de alimentos, medicinas, piezas de repuesto y combustible. A propósito Eisenhower escribió: “Aunque nuestros expertos en Inteligencia estuvieron indecisos durante algunos meses, los hechos gradualmente los fueron llevando a la conclusión de que con la llegada de Castro, el comunismo había penetrado el Hemisferio [...] En cuestión de semanas después que Castro entrara en La Habana, nosotros en el gobierno comenzamos a examinar las medidas que podrían ser efectivas para reprimir a Castro en el caso de que se convirtiera en una amenaza”.3

Pero el Gobierno Revolucionario continuó adelante con su programa de transformaciones; procedió a la nacionalización de los bancos y las principales compañías extranjeras. La confiscación de las propiedades se atuvo a la legislación vigente con reconocimiento internacional, que partía del derecho de la nación a recuperar sus recursos y del principio de hacerlo en beneficio de su pueblo. Desde el comienzo quedó definida la retribución del valor de las propiedades a sus dueños mediante una indemnización establecida en la ley y en plazos acordados bilateralmente. Las naciones implicadas aceptaron la decisión, a excepción del gobierno norteamericano.

En estas circunstancias, el enfrentamiento a los remanentes de la tiranía y los representantes de los intereses de la burguesía nacional desplazada del poder, se volcó, con suma rapidez, a una intensa lucha de clases en el escenario de la confrontación con el gobierno de los Estados Unidos que, después de fracasar en sus primeras pretensiones de evitar el fortalecimiento del proceso revolucionario, continuó con su proyecto de presiones, hostilidades y agresiones.

Pronto se percataría de la improbabilidad de lograr sus objetivos con el apoyo de individuos que habían integrado el primer Gobierno Revolucionario, como José Miró Cardo­na, Manuel Urrutia Lleó, Manuel Ray Rivero, y el comandante Humberto Sorí Marín,4 entre otros, por lo que mantuvo la agresión económica y, simultáneamente, una de las formas de subversión directa: el fomento de la guerra irregular que desde el principio derivó en bandidismo armado.

Para materializar esta decisión dispuso de sus principales instituciones de subversión y espionaje, fundamentalmente de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y del Servicio de Inteligencia Naval (SIN), unas veces dando su anuencia o transmitiendo sus experiencias, otras, suministrando armamento, pero generalmente utilizando a batistianos y elementos comprometidos con latifundistas y terratenientes, a organizaciones contrarrevolucionarias que en muchas ocasiones fueron creadas por indicaciones de sus agentes, e, incluso, a individuos, instituciones oficiales y gobiernos de otras naciones, siempre cuidando que la Administración nortea-mericana no apareciera involucrada oficialmente en los hechos. Así trazaron sus programas agresivos contra la Revolución bajo la llamada “negación plausible”, un concepto que establecía actuar de forma tal, que se garantizara “la no atribución de las operaciones clandestinas a Estados Unidos”. 5

Desde los primeros meses de 1959, los organismos de subversión y espionaje norteamericanos accionaron mediante el discreto apoyo otorgado a los primeros alzamientos de ex militares de la tiranía en las zonas rurales; en una conspiración cuyo vórtice se centraba en Trinidad, concebida por funcionarios y agentes CIA como Frank Bender y William A. Morgan, quienes actuaron en coordinación con batistianos y trujillistas; a través de Austin F. Young y Peter J. Lambton en un alzamiento en Pinar del Río; en la Conspiración de Fomento, en Las Villas —las dos últimas fueron encabezadas por individuos que habían estado relacionados con la conjura abortada en el centro del país—; e, incluso, en la intensa actividad desarrollada durante el segundo semestre de este mismo año en Manzanillo por Manuel Artime Buesa, quien inició las condiciones preparatorias a la contrarrevolución en los campos cubanos a través de los llamados Comandos Rurales.

De acuerdo con documentos desclasificados por el gobierno norteamericano, para diciembre de 1959 la CIA había concebido un programa dirigido a derrocar la Revolución, que incluía el aliento de lo que llamaron “grupos opositores” y un “movimiento guerrillero” dentro de Cuba. Este programa —que en abril de 1961 fracasaría estrepitosamente en las arenas de Playa Girón y Playa Larga— fue aprobado desde marzo de 1960 por el presidente Eisenhower. Entre los meses de mayo y septiembre se habían fomentado los primeros alzamientos en las provincias de Pinar del Río, Matanzas, Las Villas y Oriente, a través de la guerra irregular, el mismo método utilizado con éxito por el Ejército Rebelde para derrocar a la tiranía de Batista.

A principios de noviembre de 1960, después del fracaso de los primeros alzamientos, la CIA incluyó la utilización de bandas en Las Villas, principalmente en el Escambray, como un instrumen- to decisivo de apoyo a sus planes intervencionistas; pero la llegada de la Operación Jaula, desencadenada por el Ejército Rebelde y las Milicias Nacionales Revolucionarias (MNR) en esa misma región, se adelantó a sus planes y dio una fuerte batida a los alzados hasta reducirlos al mínimo, dispersarlos y dejarlos sin posibilidades de actuar. En el escenario de la Operación Mangosta, el gobierno norteamericano volvió a fomentar los alzamientos y, más tarde, dentro del Programa de Múltiple Vía, intentaría hacer lo mismo, pero en ambos casos sus planes fracasaron hasta ser derrotados definitivamente en 1965.

El bandidismo no surgió como un movimiento autóctono con un programa político que decidió retomar las armas para recupe­rar el poder perdido, todo lo contrario. Fue la fuerza que desen­cadenó un enfrentamiento exacerbado por la política agresiva y hostil contra la Revolución aprobada por el gobierno de los Estados Unidos; y que pusieron en práctica los servicios de subver­sión y espionaje de ese país, desde su experiencia en otras latitudes y sin escatimar recursos humanos, materiales y financieros.

En esta política, los servicios de subversión y espionaje nortea-mericanos le dedicaron una atención priorizada a los alzamientos a través de organizaciones contrarrevolucionarias de diversa procedencia, pero siempre vinculadas al alto clero, a la burguesía nacional desplazada del poder y a ex militares y antiguos miembros de partidos políticos. Las más conocidas de estas organi-zaciones fueron La Rosa Blanca,6 la Legión Democrática Constitucional (LDC) o Rescate Revolucionario Democrático,7 el Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR),8 el Movimiento Insurreccional de Recuperación Revolucionaria (MIRR), el Movimiento Demócrata Cristiano (MDC), el Movimiento 30 de Noviembre (M.30.11), el Directorio Revolucionario Estudiantil (DRE),9 el Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), la Asociación Auténtica Anticomunista (Triple A), la Agrupación Hermandad Montecristi (Montecristi), la Comisión Obrera Nacional Antico-munista (CONA), el llamado Frente Revolucionario Democrático (FRD), las coaliciones Frente Nacional Democrático (FND), 10 el Frente Anticomunista de Liberación (FAL) y el bloque de organizaciones Resistencia Cívica Anticomunista (RCA).

La CIA también apoyó los alzamientos a través de otras estructuras clandestinas que creó con ese propósito, como la red de espionaje del Frente Unido Occidental (FUO), en Pinar del Río, encabezado por Esteban Márquez Novo; las dirigidas por Luis Puig Tabares y Mariano Pinto Rodríguez, en Las Villas; y la de Manuel del Valle Caral y Pedro Comerón Pérez, en Oriente. Contactaba con los cabecillas por medio de agentes encubiertos que actua-ban con la fachada de organizaciones o mediante oficiales infiltrados, los apoyaban con lanzamientos de armamento y pertrechos bélicos por vía aérea, con infiltraciones y exfiltraciones por vía marítima e, incluso, en algunas ocasiones utilizaron aviones y submarinos para infiltrar agentes.

A pesar de las indicaciones y el apoyo material y financiero recibido, los cabecillas de los alzados fueron incapaces de estructurar un programa de lucha válido, por carecer de razones históricas y políticas que los sustentaran, por no disponer de una base de apoyo social, y por la catadura moral que los caracterizaba y los ambiciosos intereses personales que los movían. Tampoco concibieron planes militares sistemáticos y coherentes que les permitieran desarrollar acciones con fines tácticos y estratégicos, porque carecían de razones legales y éticas que los justificaran. Para lograr sus propósitos solamente disponían de un odio exacerbado.

Desde el principio, las bandas renunciaron a atacar objetivos militares de envergadura y, en su lugar, asaltaron pequeños puestos de milicias y milicianos aislados para apropiarse de armas y parque; concentraron sus esfuerzos en sabotajes contra objetivos económicos y sociales, incendiar viviendas, escuelas, tiendas del pueblo y cañaverales, agredir medios de transporte colectivo de obreros, del servicio público y particulares; cometer asesinatos de campesinos y trabajadores agrícolas —incluyendo ancianos, mujeres y niños—, de maestros voluntarios y jóvenes alfabetizadores y saquear todo lo que encontraran a su alcance con el propósito de abastecerse, afectar los planes de desarrollo de la Revolución y sembrar el terror entre la población rural para comprometer a sus habitantes a cooperar con ellos y restarle base social de apoyo al Gobierno Revolucionario. Mientras cometían estos hechos terroristas, evadían la acción de las fuerzas militares y huían cobardemente en espera de la intervención militar norteamericana.

Los alzados no pudieron asentarse en un lugar determinado, ni controlar regiones, porque las operaciones de las fuerzas revolucionarias, con el apoyo de los habitantes de las poblaciones rurales, no se los permitieron. Se convirtieron en grupos irregulares de carácter nómada, que estaban estructurados desde el punto de vista militar y cuya capacidad de movilización dependía del grado de persecución a que se encontraran sometidos, pero no alcanzaron la beligerancia que necesitaban para lograr sus propósitos.

El soporte logístico de las bandas por parte de fuentes internas procedía de lo que le podían proporcionar sus colaboradores, personas comprometidas con el viejo régimen (mayorales de fincas), campesinos confundidos, un sector de la pequeña y mediana burguesía rural y, generalmente, familiares de los cabecillas. Los pobladores de las regiones más intrincadas se vieron obligados a colaborar bajo la presión de factores como el pánico, la coacción y el chantaje, que en algunos casos los llevaron a actuar para preservar la vida de sus familiares. También los ayudaron las organizaciones que, por indicaciones de la CIA, les suministraron hombres, armamento, avituallamiento y dinero, con el doble propósito de contribuir a la desestabilización interna y que se les tuviera en cuenta cuando las fuerzas yanquis derrocaran la Revolu­ción. Sin embargo, este apoyo, aunque les significó ciertos niveles de subsistencia, no llegó a estar en la capacidad plena que requería este tipo de actividad clandestina en condiciones de campaña, siempre bajo la presión de las fuerzas revolucionarias.

La insurgencia contrarrevolucionaria pasó por dos grandes etapas. La primera, cuando antiguos esbirros de la tiranía se refugiaron en las zonas rurales, con el propósito de escapar de la justicia y abandonar el país. Después, cuando comenzaron a ser perseguidos y se percataron de que era imposible la huida, se organizaron con las armas que poseían de su permanencia en el ejército anterior para defenderse y sobrevivir la mayor cantidad de tiempo posible.

La segunda, cuando la CIA se enfrascó en el fomento de los alzamientos, con el objetivo de sembrar el terror en las zonas rurales, evitar la consolidación de la Revolución y proyectar una imagen de caos e inestabilidad política que justificara una intervención militar. Esta etapa tuvo tres períodos: el primero, que transcurrió desde el verano de 1960 hasta el 19 de abril de 1961 con la derrota de la Brigada 2506; el segundo, que abarcó la Operación Mangosta, desde noviembre de 1961 hasta enero de 1963; y el tercero, que transitó a partir de abril de 1963 con el Programa de Múltiple Vía y llegó hasta julio de 1965, cuando fueron derrotados definitivamente.

Debido al tipo de enfrentamiento que tenía lugar en las condiciones de una verdadera Revolución, las bandas estaban obligadas a moverse constantemente para protegerse de la persecución de las fuerzas revolucionarias, para evitar los efectos de la vigilancia popular y del inmenso apoyo que la población rural ofrecía a la Revolución. A su vez, por razones de subsistencia, necesitaban del contacto con sus colaboradores, que les servían de guías en sus evasiones, se ocupaban del abasteci­miento material, de la información sobre la presencia de las fuerzas militares adversarias y de las comunicaciones entre las bandas. En estas condiciones, la labor de la Seguridad del Estado cobró importancia, pues contribuyó a que la intervención de las fuerzas revolucionarias se produjera en el momento oportuno, en el lugar adecuado, de la forma más conveniente y, sobre todo, con el menor riesgo de vidas.

Para la Revolución, el bandidismo constituyó una de las manifestaciones más agresivas del accionar de los servicios de subversión y espionaje norteamericanos; por lo que su enfrentamiento evolucionó desde la persecución de los alzados con fuerzas regulares del Ejército Rebelde, la Policía Rural Revolucionaria (PRR) y las Milicias, hasta la definición de una estrategia militar especializada de los batallones de Lucha Contra Bandidos (LCB) de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el desarrollo de originales operaciones y medidas de contrainteligencia.

El enfrentamiento atravesó por un largo y complejo proceso evolutivo con características generales y particulares en cada una de las provincias e, incluso, en algunas zonas rurales de la capital. Las fuerzas militares que se enfrentaron a los alzados progresaron de acuerdo a la situación operativa, a las experiencias que adquirían y a la respuesta que cada momento imponía.

En Pinar del Río, Matanzas y Las Villas, entre enero de 1959 y septiembre de 1960, los alzados fueron perseguidos tenazmente por los escuadrones del Ejército Rebelde y la PRR, que no contaban con información previa sobre un enemigo que evadía el enfrentamiento y conocía el terreno como la palma de sus manos, lo que les permitía escapar.

Por otro lado, en Oriente se crearon las Patrullas Campesinas y, más tarde, las Compañías Serranas, fuerzas que se hicieron imprescindibles, no solo por el eficiente papel que jugaron en la persecución de los alzados, sino también porque desarrollaron un trabajo político y social muy importante en beneficio de los pobladores de las zonas de operaciones.

En Las Villas, entre septiembre y noviembre de 1960, bajo el mando del comandante Manuel Fajardo Rivero (Piti), se crearon las Milicias Campesinas que capturaron los primeros bandidos, aún sin suficiente información sobre ellos. Más adelante, la Seguridad comenzó a penetrar las bandas principales, pero la comunicación de los agentes con sus enlaces era muy difícil, y cuando las informaciones llegaban a su destino, carecían de actualidad.

En la zona montañosa de esta provincia, específicamente en el Escambray, fue donde la CIA puso mayor énfasis para que los alzamientos alcanzaran fuerza y, por ende, allí la Revolución concentró sus mayores esfuerzos.11 En el escenario de la Operación Jaula, entre principios de diciembre de 1960 y finales de la primera semana de abril de 1961, con la participación de pelotones y compañías de Milicias Campesinas integrados a los batallones de las Milicias, con la creación de los sectores y los subsectores, la utilización de los cercos tácticos y los cercos estratégicos,12 los entrecercos,13 los peines14 y las siquitrillas,15 el enfrentamiento ganó en eficiencia y los bandidos fueron reducidos a la mínima expresión.

Al principio, el papel de la Seguridad era muy elemental y los pocos hombres de que disponía recibían gran cantidad de información suministrada espontáneamente por el pueblo, realizaban interrogatorios y acumulaban datos sobre los individuos que eran cap-turados, para ser utilizados posteriormente en los procesos jurídicos e informar a los niveles superiores. A partir de la creación del Buró de Bandas de la Seguridad, en octubre de 1961, se fortaleció la penetración de los agentes en la base territorial donde vivían, trabajaban y actuaban los colaboradores de los alzados para conocer las interioridades de las bandas. Pronto se experimentaron los primeros resultados.

El 3 de julio de 1962 se creó la Sección de Lucha Contra Bandidos en el Ejército del Centro y surgieron los pelotones, las compañías y los batallones de LCB con hombres oriundos de esta región, que conocían la geografía del teatro de operaciones donde actuaban y estaban adaptados a la vida en el campo, lo que fue complementado por el perfeccionamiento del trabajo de contrain-teligencia en la base territorial de los colaboradores de los alzados. Así se alcanzaron mayores niveles de eficiencia a partir del conocimiento de la situación interna de las bandas, de un mejor uso de los recursos humanos y materiales y de una táctica y una estrategia político-militar y de contrainteligencia, concebidas en la práctica de la lucha, perfeccionadas por un arte militar genuinamente cubano y conducidas por la dirección política revolucionaria y autóctona encabezada por Fidel y Raúl.

La labor anónima de los hombres y mujeres que cumplieron riesgosas misiones en el seno de los alzados y sus colaboradores fue sumamente útil; de ellos se obtenían informaciones relacionadas con la composición de sus fuerzas, sus redes de información y suministro, el armamento que utilizaban, sus reglamentos internos, las medidas de protección que aplicaban, incluidos sus escondrijos subterráneos, sus necesidades materiales, su estado moral, sus contradicciones internas, sus planes inmediatos, el itinerario a seguir y cualquier otra información de interés operativo. Resultó mucho más eficiente un agente o un colaborador de la Seguridad que se desplazaba libremente en la zona donde actuaban los bandidos, o en sus áreas de sustentación, que uno que se encontraba dentro de la banda. Al respecto, Fidel señaló: “Fue decisivo el papel desempeñado por los combatientes del Ministerio del Interior en la derrota de las bandas armadas. Ellos, muchas veces con graves riesgos de sus vidas, organizaron el trabajo de penetración y obtención de la información para la ubicación y cerco de las mismas que era absolutamente imprescindible, pues estos grupos se movían incesantemente y nunca presentaban combate excepto cuando trataban de escapar”.16

La estrategia trazada por Fidel Castro para enfrentar la insurgencia y aniquilar hasta el último elemento fue genial. En esencia, consistía en hostigarlos constantemente, sin darles tiempo a reponerse, hasta desgastarlos y conducirlos a situaciones desesperadas. A finales de 1960, el máximo líder de la Revolución avizoró la agresión que se aproximaba y, aunque no conocía el lugar exacto por donde se realizaría, se percató de que la región central del país era el objetivo principal del enemigo. Entonces, adelantado, dirigió la principal ofensiva hacia el Escambray. A principios de abril de 1961 las bandas con que contaba la CIA para apoyar la invasión militar en esa región habían sido reducidas a la mínima expresión y los pocos alzados que habían logrado escapar se encontraban dispersos y sin ninguna beligerancia.

Después de la derrota de la Brigada 2506, los alzados, con el apoyo de la CIA, se reorganizaron y nutrieron de nuevos efectivos, pero se les mantuvo en jaque y se fueron debilitando sistemática-mente. A tal punto que, a mediados de 1963, para los cabecillas principales se convirtió en una obsesión la idea de abandonar el país por cualquier vía. Por ese motivo, muchos alzados fueron arrestados en la capital y otros cayeron en manos de los agentes de la Seguridad.

La derrota de la insurgencia fue posible porque había triunfado una verdadera revolución social, apoyada por la inmensa mayoría del pueblo, y porque todos los factores de la sociedad cubana, el Partido, el Ejército Rebelde, las Milicias, las unidades de LCB, la PNR,17 la Seguridad y las organizaciones políticas y de masas, se unieron bajo la guía indis­cutible de Fidel y Raúl en función de un solo objetivo: alcanzar la victo­ria.

[...] Ya hace mucho tiempo que los bandidos aprendieron la lección de que por esas montañas, custodiadas celosamente por el patriotismo de los espirituanos, los cienfuegueros y los villa­clareños, no puede levantarse ni una hormiga. ¡Hace tiempo aprendieron esa lección!18

Una conspiración y primeros fracasos

Desde los primeros días de la Revolución, en distintas regiones de la Isla se produjeron los primeros alzamientos aislados, cuando antiguos miembros del derrocado Ejército Nacional y de los aparatos represivos y las estructuras paramilitares de la tiranía, que habían cometido numerosos crímenes contra el pueblo durante la lucha insurreccional, se internaron en las zonas rurales con el ánimo de evadir la acción de la justicia. Luis Lara Crespo (El Cabo),19 en enero, y Pastor Rodríguez Rodas (Cara Linda), en abril, ambos en Pinar del Río, lograron arrastrar a otros de su misma procedencia.

A estos alzamientos los enemigos norteños no tardaron en enviarle apoyo material por vía aérea,20 cuando el 27 de junio una avioneta procedente de ese rumbo dejó caer varios paracaídas con pertrechos bélicos sobre la finca El Molino, en la zona de Piloto, en Consolación del Sur, los que fueron descubiertos por los campesinos y ocupados por el Ejército Rebelde. Un mes más tarde, el 25 de julio, la situación se reproducía con idéntico resultado.

Otros alzamientos similares se sucedieron, como el encabezado por Graciliano Santamaría Rodríguez (La Amenaza Roja) —un individuo que había ingresado en el ejército de la tiranía después de haber pasado por una etapa de confidente y torturador—, que entre abril y mayo se movía con un pequeño grupo de hombres en la región de Camarioca y Cantel, en Matanzas; el de Pedro Ramón Rodríguez Hernández, en noviembre, en la loma de Can Can, en el Escambray, considerado el primer alzado contra la Revolución en ese territorio;21 y el de Carlos Caraballo Guzmán y Olegario Charlot Pileta (Pelón),22 con antecedentes penales como delincuente común y un padre vinculado a la organización paramilitar y terrorista los Tigres de Masferrer,23 que el 23 de diciembre se alzaron en las montañas de Yateras, en Oriente, y no tardaron en ser seguidos por otros con similares antecedentes. A excepción de Cara Linda, capturado en julio de 1962, los otros fueron liquidados entre 1959 y el primer trimestre de 1960.

Simultáneamente, los enemigos de la Revolución en el exterior comenzaron a dar sus primeros pasos. Uno de ellos fue el dicta-dor dominicano Rafael Leónidas Trujillo Molina, que no tardó en ponerse al servicio de la política hostil yanqui contra Cuba.

La primera expresión de la guerra irregular desde el exterior la constituyó la llamada Conspiración Trujillista, iniciada en febrero de 1959 y en la que participaron los servicios de subversión y espionaje norteamericanos a través del oficial CIA Frank Bender24 y el agente de la CIA William Morgan, el comandante del II Frente Nacional del Escambray25 Eloy Gutiérrez Menoyo, el gobierno y el Servicio de Inteligen­cia Militar dominicano, el sacerdote español Ricardo Velazco Ordóñez, ex militares de la tiranía y miembros de La Rosa Blanca. Se pretendía provocar un levantamiento armado en Trinidad, en la zona central-sur del país, con un desembarco de la Legión del Caribe26 y un bombardeo con aviones de la Fuerza Aérea domini­cana a La Habana y Santiago de Cuba, todo asociado a una insurrección en distintos puntos de la Isla.27 Según los planes, el II FNE comenzaría el alzamiento tomando el aeropuerto y el puerto de Trinidad. La Legión del Caribe y un llamado Ejército de Liberación integrado por emigrados cubanos residentes en los Estados Unidos, serían transportados por vía marítima hasta una cabeza de playa al sur de esa provincia. Mientras tanto, la Isla sería atacada por diferentes puntos por los llamados “soldados de fortuna”, obviamente, mercenarios de distintas nacionalidades a sueldo del gobierno norteamericano.

Preveían desembarcar un llamado “gobier­no provisio­nal” en Trinidad, y solicitar la intervención militar de los Estados Unidos a través de la OEA, que estaría celebrando la V Reunión Interame-ricana de Consulta de los ministros de Relaciones Exteriores, solicitada por el gobierno de Trujillo y acogida con entusiasmo por el representante del Departamento de Estado norteamericano, con el doble propósito de examinar una calumniosa acusación contra Cuba referida a la supuesta violación de los derechos humanos en la Isla y para presentar a la Revolución como la responsable de las “tensiones en el Caribe”.

El 1ro. de febrero Frank Bender arribó a Ciudad Trujillo con el propósito de entrevistarse con el dictador dominicano y con el co-ronel Johnny Abbes García, jefe del Servicio de Inteligencia Militar, para conocer la marcha de los planes. Al concluir su visita, Bender sugirió enviar algunos emisarios a la Isla para reclutar posibles renegados y darle verosimilitud a la idea de que en Cuba una parte de las Fuerzas Armadas se enfrentaba al gobierno. Sin embargo, en ese momento no informó a sus anfitriones que la CIA tenía agentes encubiertos para representar ese papel, entre ellos contaba con los servicios de Morgan.28

Un magnate norteamericano llamado Fred Nelson, conocido por sus vínculos con el terrorista Rolando Masferrer, se entrevistó con Morgan en una habitación del hotel Capri, en La Habana, e insistió en su disposición de trabajar clandestinamente en un plan para derrocar la Revolución. A la Cancillería dominicana llegó un mensaje cifrado desde su Consulado General en Miami, donde se aseveraba que un enviado de Morgan había llegado a la Florida y había conseguido el apoyo de varios emigrados cubanos para derrocar a Fidel; la información añadía que Morgan necesitaba la participación de Trujillo. El emisario era el propio Nelson que ya se encontraba en Miami y se disponía a viajar a República Dominicana para entrevistarse con El Generalísimo. Arribó a Ciudad Trujillo el 12 de marzo y le aseguró al dictador que Morgan utilizaría las fuerzas del II FNE, pero ponía como requisito que le entregaran un millón de dólares. Trujillo aceptó aportar la mitad del dinero en ese momento y la otra parte dos semanas antes del alzamiento definitivo, más una bonificación de cien mil dólares para Morgan.29

Una de las primeras señales de que se fraguaba una conspiración llegó a oídos de las autoridades cubanas a través del comandante Lázaro Artola Ordaz, a quien Morgan y Gutiérrez Menoyo trataron de reclutar. Artola tramitó la información a los niveles jerárquicos correspondientes. Otra información anunciaba que se estaba organizando una brigada de mercenarios en República Dominicana para invadir a Cuba. Esta versión le había llegado al sargento del Ejército Rebelde Yamil Ismael Gendi, a través de su concuño, el Cónsul de República Dominicana en Camagüey y ahijado de Trujillo. Gendi, que en ese momento era ayudante del comandante Filiberto Olivera Moya, jefe de las Fuerzas Tácticas de Combate (FTC) del Centro, trasladó la información a su jefe inmediato30 y este informó de la situación a los comandantes Ramiro Valdés Menéndez, jefe del DIER, y a Manuel Piñeiro Losada. Al mismo tiempo, alertó al comandante Raúl Castro Ruz, que no tardó en ponerlo en conocimiento de Fidel.31 De acuerdo con un informe del 8 de abril, Morgan reveló a las autoridades cubanas que le habían “ofrecido un millón de dólares para fomentar la contrarrevolución en la zona del Escambray” y “que luego le darían armas y hombres llegados de diferentes lugares de América Latina y de Estados Unidos”.32 Añadió que el ofrecimiento le había llegado a través de un norteamericano llamado Dominic Bartone.

El 15 de abril Morgan viajó a Miami para informar al cónsul dominicano, coronel Augusto Ferrando Gómez, sobre el progreso de la conspiración. En la conversación estaban presentes el traficante de armas Fred Boscher, y Manuel Benítez, ex general de la Policía Nacional y antiguo miembro del Congreso en Cuba durante el gobierno de Batista. Allí conoció que los encargados de comprar las armas serían el millonario Porfirio Rubirosa, yerno de Trujillo, y el mercenario de origen cubano Félix Bernardino, quienes habían recibido doscientos mil dólares que el ex presidente Marcos Pérez Jiménez había enviado al dictador dominicano, para que después le pagara el “favor” ayudándolo a recuperar el poder perdido en Venezuela el año anterior.33

En esta ocasión, se le indicó a Morgan que tratara de conseguir su nombramiento como jefe de Obras Públicas en Las Villas, para que pudiera utilizar las prerrogativas del cargo en la adquisición de los recursos materiales y las fuerzas necesarias para preparar una pista de aterrizaje en la zona de El Nicho, en el Escambray, la que sería utilizada por los trujillistas para introducir grandes cantidades de armas.

Después de concluir su breve estancia en Miami, Morgan regresó a La Habana y comenzó a hacer gestiones en el Ministerio de la Agricultura, bajo la dirección del comandante Humberto Sorí Marín, y logró obtener su nombramiento como jefe del Departamento de Repoblación Fluvial, e instaló un Centro de Recría Ictiológica al que se le llamó El Dique, en la Laguna de Guanayara, Loma de Piedra, Trinidad, lugar que se dedicaba a la cría de truchas con fines reproductivos. Esta responsabilidad la utilizaría para justificar sus desplazamientos por las regiones montañosas de Las Villas en función de la conspiración.

El 3 de mayo Morgan viajó otra vez a Miami y contactó con el Cónsul dominicano, al que expuso todo cuanto había realizado. En esa ocasión el Cónsul le entregó dinero, le instruyó sobre nuevas tareas y le indicó que a su regreso a Cuba recibiría la visita de un hombre de confianza de Trujillo que le daría nuevas instrucciones, supervisaría su trabajo y conciliaría las actividades de los diferentes grupos conspirativos.34 Al final de la reunión, Morgan habló por teléfono con el dictador, quien le sugirió que unificara los grupos enfrascados en la conspiración y le informó de la próxima visita a la Isla del cura Velazco Ordóñez para coordinar las acciones y conciliar las discrepancias que existían.

El Servicio de Inteligencia Militar dominicano envió a Morgan tres radiotrasmisores marca Viking Valiant, una antena direccional de 20 metros, y todo el equipamiento necesario para que los futuros “sublevados” pudieran mantenerse comunicados con el Estado Mayor de la Brigada en Ciudad Trujillo, más algunos equipos de campaña y otra fuerte suma de dinero. Para manipular estos me- dios técnicos el DIER seleccionó a Manuel Cisneros Castro (Manolito),35 un joven que por sus conocimientos en la materia fue enviado para que trabajara como operador del radiotrasmisor instalado en la casa de Morgan.

El 4 de junio Velazco Ordóñez arribaba al aeropuerto internacional José Martí, en La Habana. Ese mismo día pudo entrevistarse con una parte de los complotados y participar en la elaboración de los planes. Dos semanas después dirigió la última reunión en el hotel Capri junto a Morgan, el ex senador Arturo Hernández Tellaheche, el doctor Armando Caíñas Milanés, el ex dueño de la compañía constructora NAROCA Ramón Mestre Gutiérrez, entre otros, para dar los toques finales a los planes y concretar las fechas para el arribo a Cuba de las armas. Después el cura regresó a República Dominicana y le informó al dictador que se acondicionaba el terreno escogido para desencadenar sus planes.

Morgan viajaba nuevamente a Miami el 28 de julio. Allí recibía 78 750 dólares del Cónsul dominicano y una embarcación36 con armas y parque. Según los planes, una parte debía desembarcarla en los cayos de San Felipe y Los Indios, próximos a Isla de Pinos; las restantes serían descargadas en la playa El Inglés, en las cercanías de Trinidad, a fin de abastecer a los hombres que se encontraban “sublevados”. El jueves 6 de agosto, Morgan zarpaba desde la Florida con destino a Cuba con el armamento y el dinero.

Mientras tanto, en la capital cubana, los civiles complotados se concentraban en distintas mansiones y un grupo de militares batistianos, que todavía se encontraba en servicio activo, se preparaban en sus unidades para actuar. El 7 de agosto Fidel decidió abortar una parte de la conjura y los principales conspiradores fueron detenidos en Miramar, Managua y San Antonio de los Baños. Los acontecimientos fueron divulgados por la prensa y llegaron a oídos de Trujillo.

Al día siguiente fue arrestado el sargento de la Infantería de Ma- rina Stanley F. Wesson, miembro del servicio de seguridad de la Embajada norteamericana en La Habana, cuando se encontraba en la residencia del comandante Claudio F. Medel Fuentes37 dirigiendo una reunión de La Rosa Blanca. El papel asignado a este antiguo oficial consistía en ocupar la jefatura del Estado Mayor del Ejército. Era evidente que Wesson estaba implicado en la conspiración, por lo que fue expulsado del país inmediatamente.

A la una de la mañana del día 9, el yate a bordo del cual viajaba Morgan atracaba en el espigón de la compañía CU-MEX en Regla. Tres horas después Fidel y el comandante Ramiro Valdés arribaban al lugar para inspeccionar el cargamento.38 Ese día, durante la reunión del Consejo de Ministros, Fidel dio informaciones sobre los avances en la neutralización de la conspiración. Acto seguido indicó al canciller Raúl Roa, quien asistiría a la reunión de la OEA en Santiago de Chile, que rechazara cualquier propuesta o acuerdo que pusiera en tela de juicio la soberanía de Cuba. A Roa lo acompañarían el doctor Regino Boti León, como ministro de Economía, y Marcelo Fernández Font, como subsecretario de Estado.39

Por otra parte, ese mismo día, fuerzas bajo el mando de los comandantes Filiberto Olivera Moya y Lázaro Artola Ordaz detenían en las inmediaciones del central Soledad (después Pepito Tey), al este de Cienfuegos, a un antiguo teniente con veinticuatro ex militares de la tiranía, mientras se encontraban reunidos en un viejo caserón planificando su alzamiento, como parte de la conspiración.

En horas de la noche, un avión de la Fuerza Aérea dominicana sobrevoló el Escambray. Los “sublevados”, quienes en realidad eran combatientes del Ejército Rebelde vestidos de campesinos, habían preparado una pista de aterrizaje improvisada en una recta de unos dos kilómetros que había en la carretera de Cienfuegos a Trinidad, frente a la playa El Inglés, pero la insuficiente iluminación y las difíciles condiciones meteorológicas impidieron el aterri-zaje, por lo que la tripulación de la nave decidió regresar a su base en Ciudad Trujillo. El día 10 la planta de radio fue instalada en un viejo aserrío cerca de Trinidad, y Morgan estableció comunicación con Ciudad Trujillo para solicitar que se enviaran armas y parque, bajo el argumento de que “ya se estaba combatiendo” en esa región.

Según un artículo publicado por Emmett Johnson, asesor de Inteligencia de Trujillo, después de las largas conversaciones sostenidas con Morgan por radio, se sucedían “reuniones íntimas” en el Palacio Nacional para analizar lo que el norteamericano había dicho desde su posición en un lugar de Cuba. A través del equipo de radio “se podían oír explosiones sordas en el trasfondo”, lo que en ese momento le imprimía tal veracidad a los acontecimientos que prácticamente no dejaba lugar a dudas sobre lo que ocurría en Trinidad. No obstante, algunos de los más cercanos colaboradores de Trujillo albergaban cierta desconfianza.40

Cerca de las dos de la mañana hizo su aparición en el espacio aéreo de Trinidad un C-46, el primer avión trujillista con armas. Cuando la aeronave se acercó lo suficiente, los “sublevados” iluminaron el área que habían preparado. Sin embargo, el piloto no quiso aterrizar porque la improvisada pista era muy estrecha, y lanzó la carga en paracaídas. Como algunos cayeron al mar, bastante cerca de la orilla, tuvieron que ser recuperados al amanecer por las fuerzas de los comandantes Filiberto Olivera Moya y Lázaro Artola Ordaz.41

Durante la noche del 11, los “sublevados” volvieron a comunicarse con Ciudad Trujillo. El dictador exigió la presencia de Morgan al equipo para que aclarara la situación sobre las detenciones. Este lo tranquilizó respondiéndole que todo era una maniobra de las autoridades cubanas para hostigar a la contrarrevolución y lo exhortó a continuar adelante. Poco después, fuerzas del Ejército Rebelde ocuparon Trinidad y cortaron el fluido eléctrico para dar una sensación de guerra, mientras un vehículo con altoparlantes informaba a la población que no se alarmara.

El siguiente día, mientras tenía lugar la inauguración de la reu-nión en Santiago de Chile, con el objetivo declarado de examinar una acusación del gobierno dominicano contra Cuba “por exportar la Revolución” y “violar los derechos humanos”, Trinidad continuaba “tomada”. A las tres de la tarde se recibió un mensaje de los trujillistas anunciando que en breve despegaría un segundo avión con otro cargamento de armas.42

Aproximadamente a las siete y treinta de la noche un avión C-47 sobrevoló el aeropuerto de Trinidad, aterrizó y permaneció en el centro de la pista sin apagar los motores. Al abrirse la portezuela apareció Velazco Ordóñez e inmediatamente se escucharon aplausos y gritos de apoyo a Trujillo y en contra de la Revolución. En esta ocasión el cura había sido enviado por Trujillo con la tarea de precisar el día, la hora y el lugar exacto donde se iba a producir el desembarco de la Legión del Caribe.

Velazco Ordóñez fue recibido por el comandante Olivera Moya y varios oficiales que le mostraron una parte de las tropas “sublevadas” y aprovecharon para manifestarle su “descontento” con el Gobierno Revolucionario. Por indicaciones de Velazco Ordóñez los “sublevados” prepararon condiciones en el aeropuerto de Trinidad para recibir el próximo avión que les traería un nuevo cargamento. En medio de esas circunstancias los visitantes procedieron a desembarcar el armamento.43

Una vez que Velazco Ordóñez consideró concluida la misión, se despidió de sus anfitriones. Al arribar a la capital dominicana informó a Trujillo sobre la situación que había apreciado en Trinidad. Poco después, del Estado Mayor de la Brigada trujillista le comunicaron a los “sublevados” que estaban listos para partir hacia Cuba y preguntaron si había garantías. Como era de esperar, Manolito, el operador de radio, respondió afirmativamente.

El 13 por la mañana, cumpliendo órdenes de Fidel, el radista de los “sublevados” trasmitía un mensaje: “Las tropas del Segundo Frente avanzan sobre Manicaragua para luego caer sobre Santa Clara. Un contraataque fidelista ha recuperado el central Soledad, pero continúan en nuestras manos Río Hondo, Cuma-nayagua, El Salto y Caonao. Es necesario aprovechar la desmoralización reinante para desembarcar la ‘Legión Extranjera’ que daría el puntillazo final...”44

Al recibir la noticia, Trujillo decidió enviar un nuevo mensaje a Morgan donde señalaba: “[...] que la Legión marcharía cuando las condiciones fueran más favorables y mientras tanto le despacharía otro avión con pertrechos de guerra, asesores y un enviado personal portador de nuevas instrucciones”.45

Aunque la operación marchaba bien, la dirección de la Revolución consideró necesario ponerle fin para explicarle al pueblo lo que realmente estaba sucediendo. La operación se extendía demasiado y, en cualquier momento, podía ser descubierta por los trujillistas.

El recibimiento a los “legionarios” estaba convenientemente preparado. Se habían movilizado las compañías que habrían de esperar su arribo. El plan era dejarlos llegar y, una vez en tierra, concederles cinco minutos para que se entregaran sin combatir y detenerlos.

Los trujillistas, por su parte, solicitaron que un oficial de los “sublevados” viajara a República Dominicana en uno de los aviones para que dirigiera los suministros de armas, lo cual ponía en peligro la operación. Ante esta situación, era necesario capturar el tercer avión y a sus tripulantes para denunciar ante el mundo la agresión dominicana y desbaratar la maniobra orquestada por Trujillo en la OEA. El comandante Artola Ordaz fue designado para que se encargara de la captura.

Cerca de las ocho de la noche del 13 de agosto un C-47 dominicano sobrevolaba Trinidad, que permanecía a oscuras. A bordo viajaban once hombres: seis iban a quedarse en el “teatro de operaciones”, y cinco regresarían a su punto de partida. Entre ellos estaba el ex teniente coronel Antonio Soto Rodríguez, piloto del avión en que Batista había huido de Cuba; el ex teniente Carlos Vals, copiloto; el ex capitán Francisco Betancourt; Roberto Martín Pérez Rodríguez;46 Luis del Pozo Jiménez,47 que viajaba como “enviado especial” de Trujillo; Raúl Felipe Díaz; el ex “casquito”48 Pedro Rivero Moreno; Armando Varela Salgado; Alfredo Malibrán Moreno (El Gallego), mercenario de origen español especialista en bazucas; Sigfredo A. Rodríguez Díaz; y Raúl Antonio Carvajal Hernández.

Cuando la comitiva descendió, Del Pozo hizo saber que viajaba como enviado personal de Trujillo y era portador de un saludo para todos los que encabezaban la “conspiración”. Después solicitó un mapa señalizado con las posiciones que debían ser bombardeadas por la Fuerza Aérea dominicana y un estimado de la cantidad de “legionarios” que los “sublevados” consideraban necesario para garantizar el éxito de las operaciones. Cuando menos lo esperaban, fueron detenidos en el aeropuerto en el momento en que se disponían a dirigirse al cuartel de Trinidad, donde se suponía que los jefes de los “sublevados” los estuvieran esperando con los brazos abiertos.

Los tres que quedaron en el interior de la aeronave, cuyos motores permanecían encendidos, tuvieron otro destino. Artola debía dar la señal con la frase: “¡Qué buenas están las granadas que nos enviaron!”, momento en que los combatientes que se encontraban dentro del avión procederían a detener a los visitantes, pero uno de ellos se adelantó, hizo un gesto para manipular su arma y fue advertido por el capitán Betancourt, que abrió fuego alcanzando a Eliope Manuel Paz Alonso y a Frank Hidalgo Gato. Los combatientes dispararon y ultimaron a Betancourt y Vals. Antonio Soto resultó herido.

Por parte de las tropas hubo dos muertos y nueve heridos. Los caídos fueron el primer teniente Paz Alonso y el civil Hidalgo Gato. Resultaron heridos los capitanes Domingo Ortega Acosta y José Arcadio García Aguilar; los primeros tenientes Eldo Sánchez, Fidel Salas Veloso y Oscar Reytor Fajardo (que falleció cuarenta y dos días después como consecuencia de las graves heridas recibidas); y los tenientes Jesús La Rosa Sabina (Chúa), Jorge Bencerril y Héctor Rodríguez; y el piloto de la Fuerza Aérea Luis José Cereceda.49

Aunque esta operación concluyó en el aeropuerto de Trinidad, la conjura continuó en Santiago de Chile, en el escenario de la reu-nión de la OEA, donde la delegación cubana presidida por Roa libró una batalla diplomática de dignidad y patriotismo y puso al descubierto la conspiración. Sin embargo, muy pronto aparecerían otros norteamericanos involucrados directamente en alzamientos.

En septiembre de 1959, cuando todavía no se habían apagado los ecos de la Conspiración Trujillista, Austin Frank Young Jr. y el inglés con residencia en los Estados Unidos, Peter John Lambton, se incorporaron en Pinar del Río a un grupo encabezado por Fernando Pruna Bertot, que trataba de alzarse. El intento duró apenas tres días.

La historia había comenzado el 21 de febrero de ese año, cuando Norman Rothman, uno de los zares del juego en La Habana durante la tiranía, le propuso al agente CIA Austin Young que lo acompañara a Ciudad Trujillo para contactar con el ex coronel de la tiranía Roberto Fernández Miranda, cuñado de Batista, con el objetivo de trasladar hacia Miami a varios esbirros que habían acompañado al dictador en su huida. Después, tendría que hacer lo mismo con algunos oficiales que habían quedado en Cuba.

Al mes siguiente, el 25 de marzo, Austin Young ya se encontraba clandestino en la capital cubana con fachada de turista para sacar ilegalmente del país, a cambio de gruesas sumas de dinero, a los criminales de guerra que debían responder ante la justicia por los crímenes cometidos durante la dictadura.

Unos días después Young intentó cambiarle a un chofer de turismo mil quinientos pesos en moneda nacional por billetes nortea-mericanos, y, a pesar de que trató de sobornarlo, el taxista lo condujo inmediatamente a la Policía. Como se hizo sospechoso, fue trasladado a las oficinas del DIER, donde se pudo comprobar que estaba involucrado en actividades ilícitas. Se le ocupó abundante documentación personal y la mitad de un dólar, recurso que en aquellos años acostumbraban a utilizar los espías para identificarse con una fuente determinada que poseyera la otra mitad.

A partir de este momento se iniciaron las investigaciones que dieron como resultado que Austin Young, en contacto con el primer teniente José Alfredo Pérez San Román (Pepe),50 había realizado las coordinaciones necesarias y acababa de sacar del país a su hermano, el ex teniente Roberto Pérez San Román y a varios ex militares, con el claro propósito de utilizarlos como cuadros de mando en las futuras acciones contra Cuba.

Durante el tiempo que estuvo detenido, Austin Young se vinculó con la Legión Democrática Constitucional (LDC) y conoció a Fernando Pruna Bertot, individuo que había residido en los Estados Unidos desde los once años y en 1957 había regresado a Cuba para postularse como Representante a la Cámara. En 1959 estuvo involucrado en los sucesos relacionados con la Conspiración Trujillista, por lo que fue detenido junto a su padre.

Mientras Austin Young se hallaba en prisión, el ex coronel Orlando Piedra Negueruela, antiguo jefe del Buró de Investigaciones de la Policía Nacional, el ex teniente de navío de la Marina de Guerra y otrora jefe del Servicio de Inteligencia Naval, Julio Stelio Laurent Rodríguez, y otros ex militares de la dictadura, compraban armas y reclutaban hombres en Miami para enviarlos a Cuba con el fin de cometer atentados, sabotajes y conseguir alzamientos. Enfrascados en estas actividades, contactaron con Young en la cárcel para que cuando saliera en libertad se dedicara a trasladar hombres y armas hacia la Isla.

A mediados de mayo viajaron a La Habana Emry Pickren, un prominente hombre de negocios de West Palm Beach, y Homer O. Large, del Departamento de Policía de esa localidad floridana, quienes se responsabilizaron con la conducta de Young ante las autoridades. El 9 de julio, el jefe de la policía de West Palm Beach, Robert W. Milburn, coronel retirado del Ejército de los Estados Unidos, le remitía una carta a Fidel, en la que avalaba la ejecutoria de Young como vicepresidente y gerente general de una compañía llamada Austin Young Chevrolet Company.

El 25 de agosto Young fue puesto en libertad condicional y, unos días más tarde, abandonó la Isla. Pero el 13 de septiembre llegó al aeropuerto internacional de Varadero junto con Peter Lambton. Portaba documentos falsos a nombre del “turista” Rusell Gardner, mientras Lambton, que no era conocido, utilizaba sus documentos personales auténticos como fotógrafo de la Inde-pending Press System, que aparentemente se dedicaba a comercializar fotografías para los periódicos de su país. Esta vez intentarían promover un alzamiento en la Sierra de los Órganos, en Pinar del Río.

Al ingresar en Cuba restablecieron sus contactos, se trasladaron hacia La Habana y se encontraron con Pruna Bertot, que “casualmente” se había escapado de la prisión unos días antes.

El 16 de septiembre se produjo el alzamiento de estos dos agentes CIA junto con treinta y tres efectivos encabezados por Pruna Bertot. En este momento, Austin Young aseguró que muy pronto recibirían ayuda de su país; y empezaron a merodear en zonas de Consolación del Sur, en el barrio de Lajas, por la Cueva de las Tres Familias y por la Cueva de la Lechuza. El 20 ya comenzaban a surgir las primeras muestras de desaliento ante la ausencia de la ayuda prometida, por lo que Pruna Bertot decidió que Peter Lambton viajaría a Miami y regresaría en una avioneta con suficiente armamento y víveres. Pero, al día siguiente, fueron detenidos varios colaboradores, que no tardaron en revelar la ubicación de los alzados y sus planes.

El comandante Dermidio Escalona Alonso designó al capitán Manuel Borjas Borjas para que saliera en persecución de los fugitivos, por lo que fuerzas del Regimiento de Pinar del Río y del Escuadrón 63 de Consolación del Sur desencadenaron una operación militar en la región.

El 22 a las cuatro de la mañana, miembros del Escuadrón 63 rodearon una casa de curar tabaco en el barrio de Lajas, propiedad de Antonio y Luis López Lemus (Los Isleñitos), colaboradores de la banda, y la cueva de La Lechuza. Detuvieron a uno de ellos y, posteriormente, ocuparon ropas y mochilas en un montecito cercano.

A las nueve de la noche, un grupo de combatientes cercó a varios colaboradores, quienes al sentirse descubiertos, trataron de escapar. Fueron detenidos dos, que quedaron bajo custodia, mientras el resto perseguía a los fugitivos. En este grupo marchaba el soldado del Ejército Rebelde Manuel Cordero Cruz Rodríguez,51 que fue enviado a reforzar la vigilancia de los prisioneros. No había avanzado más de trescientos metros cuando se escuchó un disparo. Algunos de sus compañeros salieron en su apoyo, pero encontraron su cuerpo tendido sobre la hierba, aún con vida. De inmediato lo trasladaron hacia Consolación del Sur, a donde llegó muerto.

No muy lejos, cerca de la Cueva de las Tres Familias, fueron detectados varios alzados en el momento en que se disponían a cruzar un río. Cuando los combatientes los conminaron a rendirse, se entregaron sin hacer resistencia. Entre ellos estaban Peter Lambton y Pruna Bertot. Al amanecer del día siguiente fue capturado Austin Young junto con dos de sus seguidores.

El juicio contra Austin Young comenzó a las once de la mañana del 30 de noviembre y se extendió hasta las cinco y media de la tarde del 1ro. de diciembre. Los cargos contra Young, Lambton y el cubano Pruna Bertot, eran “homicidio y actos en contra del Estado”. Cuando terminó el proceso, los detenidos fueron conducidos al vivac del Sexto Distrito Militar, Juan Rius Rivera, una prisión provisional ubicada a unos cinco kilómetros de Pinar del Río. Al otro día, Young y Pruna fueron trasladados hacia otra dependencia militar, pero desde el primer momento solo pensaban en la forma de escapar. Young abrió un hueco en la pared de acceso a una habitación que era utilizada como almacén y lo dejó convenientemente tapado a la espera del momento oportuno. El 8 de diciembre llegó el veredicto que los sancionaba a treinta años de privación de libertad; y Young decidió escapar. En esta aventura solo lo acompañó Sergio Hernández Reyes, quien en ese momento se encontraba involucrado en la causa donde estaba acusado El Cabo Lara. Salieron a través del hueco cerca de la medianoche del mismo día 8, forzaron una ventana del local contiguo y corrieron a campo traviesa hasta que ganaron la carretera. Caminaron varios kilómetros y llegaron a la capital provincial, donde se separaron. Young alquiló un auto rumbo a La Habana, a donde llegó alrededor de las ocho y media de la mañana y se dirigió hacia la casa de uno de sus contactos donde se cambió de ropas. De allí se encaminó hacia el hotel Saint John’s, en El Vedado. Austin Young fue detectado y arrestado nuevamente el día 10, cuando se encontraba alojado bajo el nombre de Jack Morton, en la habitación 701 del Saint John’s. En este mismo hotel fue detenido el huésped James Coe Buchanan, un supuesto reportero del Miami Herald,