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La tolerancia de Occidente con las dictaduras y la opresión de la mujer, la connivencia con Qatar y el dinero del petróleo, la incapacidad de denunciar el islamofascismo… Este es un libro para señalar los errores, para sacarnos los colores de vergüenza y ayudar a poner fin, de una vez por todas, a tanta estupidez, tanta tontería, tanta inoperancia, tanta incapacidad. Cinco años después de La República islámica de España, un grito de alerta y advertencia de la necesidad de reaccionar ante el islamismo radical, este reto totalitario ha tomado proporciones gigantescas. Y Pilar Rahola lanza otro grito: ¡Basta!
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Título original: Prou!
© Pilar Rahola, 2015.
© de la traducción: Ana Mata Buil, 2015.
© de esta edición digital: RBA Libros, S.A., 2015. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
www.rbalibros.com
REF.: OEBO915
ISBN: 9788490566718
Composición digital: Newcomlab, S.L.L.
Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.
Índice
Dedicatoria
Un cofre lleno de gemas por Marcos Aguinis
La rana y el alacrán por Eduardo Martín de Pozuelo
¡BASTA!
Intenciones
UNA PREVIA
Civilización contra barbarie
Breve retrato del monstruo
CINCO ERRORES
Primer error. Buenismo, populismo y fascismo
Segundo error. Antiamericanismo y antisemitismo
Tercer error. El abandono de dos causas...
Cuarto error. De la esclavitud del bienestar al...
Quinto error. El miedo
Conclusión
DEDICADO A TODAS LAS MUJERES Y TODOS LOS HOMBRES
MUSULMANES QUE LUCHAN POR LA LIBERTAD.
ELLOS SON LOS NELSON MANDELA DEL SIGLO XXI.
Y DEDICADO TAMBIÉN, «IN MEMORIAM»,
A ORIANA FALLACI, CON ADMIRACIÓN,
RESPETO Y CARIÑO.
Estremecido, acabo de leer esta obra. Contiene una cantidad asombrosa de documentada información. Además, reflexiones potentes. Equivale a un reflector que ilumina hasta hacer doler. Nos pasea con ritmo de novela por el vasto paisaje del islamismo, el islam y los temores que genera su acelerado crecimiento.
Pilar Rahola insiste de forma reiterada en las diferencias que separan el islam del islamismo. Es central para superar prejuicios y equívocos. El islam corresponde a una religión y una cultura, con las infinitas complejidades que caracterizan a toda religión y toda cultura. El islamismo, en cambio, es una ideología fanática. Esta ideología aprovecha el islam para alcanzar sus objetivos y también para generar la alienación de sus seguidores. Muchos musulmanes ponen en peligro su vida para combatir el islamismo y no reciben el apoyo que merecen. Incluso se los ignora. Pero tienen el inmenso valor de legitimar la lucha que se debería librar contra esta nueva forma de totalitarismo.
Curiosamente, los sectores que se consideran progresistas, democráticos y humanistas, temen manifestarse. Están paralizados. Hasta les cuesta pensar, analizar, informarse. Practican un «buenismo» imperdonable con una poderosa corriente que pretende exterminarlos. Reproducen al patético Chamberlain, que apostaba a serenar la voracidad de Hitler haciéndole concesiones o negándose a criticar con énfasis sus crímenes raciales y políticos. El trágico resultado no necesita evaluación. Así de trágicos —tal vez más trágicos aún— serán los avances del islamismo. Esta monstruosidad ya no se limita a los pocos países donde nació, sino que se extiende al resto del planeta. Su objetivo no tiene otro límite que apoderarse del mundo entero e imponer las normas que existían en La Meca y Medina en el siglo VII. En otras palabras, responde a una mortífera ilusión de hacer retroceder la humanidad y someterla a la sharia.
Tiene muchos rasgos en común con los otros totalitarismos que ensangrentaron el siglo XX. Son indisimulables los nudos que lo conectan al nazismo y el estalinismo, siendo que estos últimos detestaban la religión. Abundan las pruebas de sus viejas relaciones y de los numerosos sucesores de extrema derecha y extrema izquierda que respaldan de forma clara o encubierta las nefastas políticas del islamismo. Muchos aparecen con nombre y apellido en esta obra.
A todas estas manifestaciones cargadas de odio, delirio y afán de destrucción las caracteriza una férrea intransigencia. No retroceden ante la lógica, ni ante el sufrimiento, ni ante el respeto que merecen los monumentos de la historia. Arrasan de raíz, sin piedad, todo lo que obstruye su cancerígena marcha.
El Corán tiene muchos versículos misóginos, acepta la poligamia, tolera la pedofilia, estimula la guerra contra los llamados infieles, se contradice, responde a situaciones propias de un clima desértico y tribal. Pareciera inaceptable en un clima civilizado. Pero esto no hace incompatible el Corán con el actual nivel de convivencia y libertad que predomina en los ambientes modernos. También la Biblia contiene mandatos que se han dejado atrás, como productos de un contexto distinto. Hubo reformas manifiestas o disimuladas, inteligentes interpretaciones y ajustes muy saludables, hasta convertir la religión de la Biblia en una presencia saludable. El Corán puede ser objeto de una equivalente actualización. Pero el islamismo lo objeta. Insiste en que cada una de las palabras que contiene su libro sagrado ha sido dictada por Alá y ninguna puede ser corregida, marginada o superada. Deben someterse a su literalidad. Y aunque es evidente que el Corán nació para gente del siglo VII en una situación especial y circunscripta, entre tiendas y camellos, y que fue influenciado por judíos y cristianos, el islamismo se aferra a una irracional idealización que empuja hacia la catástrofe.
La pretendida revolución del islamismo no aspira a llevar el mundo hacia delante. Su adelante es un tenebroso atrás. El islamismo es profundamente reaccionario, nada resulta más obvio. Sin embargo, muchísima gente que se cree progresista, tiende a negarlo. Esta conducta ha conducido a una atroz indiferencia, tolerancia o complicidad de organizaciones internacionales, gobiernos e instituciones.
Pilar Rahola nos hace viajar por las intimidades de los llamados «wahabismo» y «sufismo», sus mareantes desarrollos y apotegmas cargados de veneno. Consigue brindar una ilustración transparente sobre ese infierno disfrazado de cielo. Se introduce con inusual valentía en sus macabras cavernas, que son muchas. Hace una minuciosa y estremecedora radiografía de este movimiento feroz, hambriento, cruel y deshumanizado. El islamismo es una ideología impregnada de amor a la muerte. No lo detiene ninguna barrera.
Por momentos el lector puede sentirse sacudido por el aluvión de datos, crónicas y testimonios que contiene este libro. Se entiende. Porque contribuye de modo eficaz a prender el despertador. Obliga a enderezar la espalda, abrir bien los ojos y disponerse a enfrentar un monstruo. Más de un musulmán que padece las brutalidades que el islamismo asesta al islam, llorará emocionado.
«El islamismo es la forma más eficaz y letal de imperialismo del siglo XXI», afirma Pilar Rahola en esta obra, y lo suscribe este periodista, que se suma a su ¡Basta! de tanta simpleza bienintencionada de los que sostienen un discurso que recuerda una fábula atribuida a Esopo. Un escorpión le pide a una rana que le ayude a cruzar el río prometiendo no hacerle ningún daño. La rana le deja subir a su espalda y a mitad de camino el escorpión le pica. «No puedo evitarlo, es mi naturaleza», dijo el arácnido cuando ella le preguntó por su acción, y la buenista rana pereció envenenada mientras el escorpión se ahogó y subió a su cielo.
Cuando se habla del Daesh, de la guerra de Siria e Irak, del avance del yihadismo que alcanza Libia, que amenaza a Túnez, que controla Afganistán, que no sabemos qué papel desempeña en Pakistán, que avanza hacia Indonesia, que domina el Sahel, que asola Nigeria o Malí, que penetra en Marruecos, que hace la guerra en Argelia, que asoma en Turquía, que arruina Yemen, que se sobrepone en Palestina, que pervive en Europa, Australia o Canadá, poniendo en peligro el buen tino de nuestras democracias sin duda mejorables, ¿cuántas veces leemos o escuchamos razonamientos que convencerían a la rana del cuento? Me refiero a ese argumentario que acaba difuminando la esencia del inmenso problema en el que estamos sumidos hasta acabar señalando al enemigo en la dirección equivocada, sin percibir la gravedad y el alcance de la violación sistemática de derechos humanos que se practica en nombre de una potentísima idea belicista y equivocada del islam.
¡Qué fastidio de debate! Cómo comprendo a Pilar Rahola cuando anuncia que esta obra nace de la fatiga. Un agotamiento que, mientras se leen las páginas que siguen, genera envidia. Bendito agotamiento el que, en lugar de postrarte en el sofá, te impulsa a poner en orden las causas de una hartura que a mí me parece que tiene sus dosis de hastío e irritación.
Hacia la segunda semana de septiembre de 2015, cuando me disponía a escribir el prólogo de este libro en el que Pilar abre la olla de la ofuscación de los intelectuales de izquierdas, cargados de unos prejuicios que les hace incapaces de comprender la trayectoria devastadora del islamofascismo —yo uso más la expresión nazislamismo—, Francia y Australia anunciaron que se disponían a bombardear a los ejércitos de Daesh.
¡Por fin!, pensamos algunos al conocer la noticia. «Antes hay que negociar, pues ha habido muchos errores de países muy poderosos», escuché entonces en un debate a puerta cerrada al que asistía, en el que un alto responsable del Govern català acababa de exponer, con profusión de datos, el temor a sufrir un ataque yihadista. El ponente había añadido que Cataluña y España estaban en grado cuatro de alerta terrorista, en una escala unificada de cinco en la que el cinco implicaría un despliegue militar para la defensa de infraestructuras críticas y lugares sensibles. Un escenario de peligro, del que, dicho sea de paso, algunos informamos con frecuencia y que Pilar desmenuzó en su descarnada obra La República islámica de España.
Aquel «antes hay que negociar» insertado en el yihadismo me inquietó. Por la mañana había estado leyendo este libro y cuando se expuso la tesis de una negociación con no se sabe quién del Daesh —en la que además se mezcló la insólita afirmación de que en los acontecimientos que nos ocupan la religión es un elemento secundario— me vinieron a la mente muchos pasajes de esta obra que me han impresionado por su lucidez y por la forma en la que están expuestos. Me refiero a ideas y convicciones —que quiero pensar que muchos demócratas antifascistas llevamos dentro— que son producto de una evolución ideológica, basada en la observación de la realidad cotidiana con la menor carga de prejuicios que nos ha sido posible. Pensamientos de esos que se llevan encima, que a veces flotan un tanto difusos, que se intuyen e irritan y que de pronto alguien es capaz de poner en orden dando como resultado una suerte de sacudida brutal que a nadie puede dejar indiferente. Y es el caso de este libro, que, en su conjunto, me parece una bofetada para mucho iluso autoizquierdista al que, si le rascas un poco, se revela como un confuso antisemita con tintes racistas camuflado con la trampa del término «sionismo» y como un antinorteamericano que considera a Estados Unidos la fuente de todos los males, aunque luego admire a Bob Dylan o a Woody Allen o se asombre con una película de los hermanos Coen o tal vez de Spielberg. Es decir, que a estas líneas siguen otras en las que se aportan con valentía argumentos que evidencian la contradicción de una vieja izquierda que no ha estado a la altura de las circunstancias, claramente desbordada por la historia. Es obvio. Muchos discreparán muy abiertamente de Pilar y de este prologuista accidental. Unos lo harán con un argumentario bien formado —me temo que de riesgo— y otros la criticarán a fondo para no admitir la contradicción ideológica en la que están sumidos. Pero es bueno que las cosas se digan como se ven y se sienten, pues con toda seguridad a los honestos consigo mismos este ¡BASTA! no les dejará indiferentes y les sumirá en la reflexión.
Dejo intencionadamente para el lector el descubrimiento de los «cinco errores» o capítulos esenciales con los que la autora ordena las razones de su desencanto con una izquierda que se presenta incapaz de interpretar el fenómeno islamonazi y que participa de una confusión que aprovecha la derecha para, a través de un populismo xenófobo, dejar al ciudadano europeo a los pies del fascismo. Creo que es así. Pero mejor que cada uno saque sus conclusiones.
Hay un par de ideas, de entre las incontables inspiradas o provocadas por ¡BASTA!, que forman un extraño cóctel que se me hace muy difícil explicar, pero de las que quiero dejar constancia. La primera se refiere al antiamericanismo del que habla Pilar. Hay una parte de ese antiamericanismo que comprendo cuando se refiere al papel de la Administración de Estados Unidos en el golpe de Estado en el Chile de Allende o en la guerra contra los rusos en Afganistán —por cierto con Rambo/Stallone apoyando a los talibanes— y otros muchos desmanes, tales como la segunda invasión de Irak, a base de mentiras, con Guantánamo de telón de fondo. En contraposición a esa justa crítica, propongo para los que solo ven el lado malo de Estados Unidos una mirada sincera hacia otra cara de ese país acudiendo a los cementerios de Normandía, en los que uno queda emocionalmente sobrecogido ante los miles y miles de tumbas de jóvenes norteamericanos muertos para liberarnos del nazismo. Un homenaje íntimo que considero obligado y que además conduce hacia análisis de gran calado personal que con frecuencia obvian los que sostienen el modelo de discurso que creo que ha conducido a Pilar a escribir el libro que tienen en sus manos.
La segunda reflexión —emocional— apunta al recuerdo de la deuda que tenemos con los españoles que liberaron París en agosto de 1944 o con los antifascistas asesinados en Auschwitz, Mauthausen o Gusen, a los que también debemos homenaje permanente. Por cierto, en el campo nazi de Gusen (Austria) todavía funciona una trituradora de piedras a la que arrojaban vivos a los presos agotados, entre los que se cuentan miles de judíos, de españoles, de catalanes, de rusos, de luchadores por la Libertad, que perecieron en un horror que conocemos gracias a las fotos que salvó el célebre superviviente comunista catalán, Francesc Boix. Si un día van a Gusen verán la trituradora de seres humanos y de piedras de cantera. Se llega a ella pasando a través de la bucólica urbanización ajardinada junto al Danubio en la que han convertido el hoy irreconocible campo de exterminio. Es fácil verla. Tiene el tamaño de una casa de tres o cuatro pisos. Mientras caminan, quizá se sorprendan al descubrir que los barracones, que un día albergaron el peor de los horrores, hoy se han transformado en bucólicas casas unifamiliares cuyos jardines se adornan con enanitos policromados. Es difícil pisar aquel lugar y que la ansiedad no aflore al tiempo que se agolpan preguntas y dudas acerca del sendero por el que transcurre un patrón de pensamiento que esta obra pone en evidencia. ¿Indiferencia intencionada de la izquierda europea? ¿Olvido en pos de la supervivencia? No lo sé, pero como la duda surge y la conciencia escuece, planteo que nunca se olvide que el nazismo contaba con su división de musulmanes.
Sé que se supone que el autor de un prólogo es un amigo que escribe para mayor gloria de una obra. Piensen lo que quieran, pero este no es el caso. Escribo lo que siento tras leer un texto que la autora me pasó por mail. Y sí que hay sintonía entre ambos en infinidad de asuntos, como seguro que hay discrepancia en otros. Es evidente que a los dos nos subleva el antisemitismo, el racismo, la xenofobia, la violación de los derechos humanos, la especial persecución a la mujer y a los homosexuales, la tortura a humanos y animales, la sinrazón, el fascismo, el nazismo, la intolerancia y la estupidez de algunos progresistas que han perdido de vista dónde se refugian los valores democráticos que dicen defender. He llegado a conclusiones muy próximas a las de Pilar y también a alguna un poco más crítica de las que ella expresa respecto al papel de la religión en la intolerancia y la barbarie fundamentalista. No me duele decirlo.
Este libro golpea y se puede salir de él noqueado. Por ejemplo, por no haber sabido valorar a tiempo la vida y la obra de Oriana Fallaci, una periodista a la que adelantarse a su tiempo le llevó al ostracismo y que advirtió, hace ya muchas décadas, que la voluntad del islamismo era conquistar Europa, a la que denominó Eurabia. Qué rabia de olvido.
Y ¿cómo ha respondido la estupenda nueva izquierda occidental ante el yihadismo? Hay una respuesta a la pregunta que no está en el viento. La encontrarán aquí y es esta: «Un reto totalitario mundializado, con fuertes recursos económicos, estructura mediática y gran capacidad de seducción y que ya suma miles de muertos no ha merecido ni una sola manifestación de la izquierda occidental, lo que obliga a pensar que si no hay yanquis malos o pérfidos israelitas, las víctimas ya no interesan».
Triste verdad. Tal vez las ranas que ayudan a cruzar ríos no quieran conocer la naturaleza del alacrán.
Este libro nace de la fatiga. De la fatiga, de la impotencia y de la contrariedad, y quizá también de la rabia. Y nace de todos esos sentimientos negativos porque, a pesar de los años de avisos, de alertas, de signos muy evidentes de las maldades que iban a ocurrir, las reacciones no llegaron. Durante años se ha dejado que la serpiente incubara sus huevos letales, y ahora tenemos a los cachorros dentro de casa. Los tenemos en habitaciones solitarias, donde navegan por las redes del mal, buscando una épica que les dé un sentido vital; los tenemos en las cocinas de sus madres, donde siguen instrucciones precisas y buscan materiales con los que poder construir un artefacto mortífero; los tenemos en los rincones de los templos donde reinan los dioses que no aman a los seres humanos; los tenemos entre nosotros, pero ya no son de los nuestros, privados definitivamente de la razón y de la civilización, habitantes aguerridos del territorio oscuro del fanatismo.
Cuando publiqué La República islámica de España (RBA, 2011), mi primer libro sobre el fenómeno del islamismo radical (que muchos autores denominamos islamofascismo), hice esta reflexión:
Reaccionar pronto es tan necesario como urgente. Y esta es la intención del libro: dar prisa para que el debate no desaparezca a la sombra de la ignorancia, no se diluya en la retórica de la corrección ni se oculte tras la máscara del miedo. O hablamos, analizamos, debatimos y conocemos, o no tenemos ni idea de lo que se nos viene encima...
Por desgracia, fue profético. Continuamos pasando por alto la capacidad mortífera del fenómeno, nos diluimos en la comodidad de la corrección política y dejamos que el miedo impusiera su regla más preciada: la pasividad. Cinco años después de la publicación de ese libro, las cosas han empeorado: el reto totalitario ha adquirido proporciones gigantescas; han muerto miles de personas de la manera más atroz; la amenaza yihadista se ha instalado en el corazón de nuestra casa; y Occidente... se ha echado una larga siesta, cómodamente tumbado en la paja. Y mientras dormíamos el sueño de los inútiles, el enemigo de la humanidad ha conquistado tierras y mentes, y nos ha declarado abiertamente la guerra.
Por eso, me ha parecido necesario escribir este segundo libro, que se añade a los de otros compañeros que claman al mismo cielo, quizá con la misma falta de suerte. Es un libro pensado para señalar los errores, para sacarnos los colores y añadir un granito de arena con la intención de poner fin, de manera definitiva, a tanta estupidez, tanta tontería, tanta inoperancia, tanta incapacidad. Setenta años después de la Segunda Guerra Mundial, todavía late intacto el espíritu de apaciguamiento de lord Chamberlain, quien firmó un infame Pacto de Múnich, gracias al cual Hitler se anexionó los Sudetes. Que aquel político nefasto estuviera nominado al Premio Nobel de la Paz dice cosas muy reveladoras: la primera, que no hacer frente a los retos totalitarios ha sido una tendencia recurrente y cómoda para muchos políticos y dirigentes a lo largo de la historia; y la segunda, que no siempre las grandes instituciones europeas están a la altura, más bien al contrario...
Basta. Hay que decir basta. Basta de ser timoratos, de ser miedosos, de no ser claros. Basta de emular la actitud de Chamberlain, cuando es evidente que el referente es Churchill. Con el totalitarismo no existe el debate, ni el pacto, ni el apaciguamiento. Al totalitarismo no se le convence, se le vence. Y para vencerlo es imprescindible tener claro qué es, dónde estamos, en qué nos equivocamos y de qué forma debemos defendernos. Es decir, hay que hablar claro, poner fin a la confusión y reaccionar con firmeza. Y debemos lograr todo eso mientras preservamos la democracia.
El problema de los cristianos es que no son tan buenos como Jesucristo. Pero gracias a Dios, la mayoría de los musulmanes son mejores que Mahoma.
WAFA SULTAN, psiquiatra y
escritora siria amenazada de muerte
Ser mejor que Jesucristo, que Mahoma, ser mejor que todos los profetas de todas las religiones de todos los tiempos. Esta es la idea racionalista que la psiquiatra siria Wafa Sultan lanza con valentía desde la fuerza de su identidad musulmana. Ha elegido reflexionar sobre el islam de modo crítico, y eso le ha costado persecución, amenazas y finalmente el exilio. Como muchas otras mujeres y otros hombres musulmanes que se han plantado ante la locura totalitaria, su biografía es la crónica de un alto riesgo que la acompaña vaya donde vaya, porque está claro que si la encuentran, la matarán. Es el precio por ser una mujer musulmana libre, y eso, en este momento de arrebato violento, se puede pagar con la vida.
Si hablo de ella al principio de este libro es porque Wafa representa, junto con otras personas admirables, el paradigma de lo que sería el primer error que cometemos en el análisis del fenómeno islamista que nos ataca: la idea de que lo que estamos viviendo y sufriendo es un choque entre civilizaciones o religiones, o directamente, un choque entre el islam y Occidente. Cuántas veces se oye el comentario de que es una cuestión de evolución, que el islam va unos siglos por detrás de nosotros, que a medida que se civilicen cambiará, etcétera. ¡Bobadas! Bobadas que hay que desestimar.
Así pues, con el fin de comprender de una vez por todas a qué nos enfrentamos, debemos dejar atrás los tópicos y prejuicios recurrentes que adornan la ignorancia generalizada en la materia. Y lo primero que hay que hacer es, precisamente, interrogarnos acerca de con quién nos enfrentamos. Lo plantearé en forma de preguntas y respuestas:
1. ¿El islam es el enemigo? En absoluto. El mismo islam, que es una amalgama de pueblos y de identidades diversas que incluye más de 1.400 millones de personas, sufre más que nadie el reto totalitario del islamismo, un concepto que no es religioso, sino político e ideológico. Aunque los textos del islam no son dialécticos y dificultan la posibilidad de ser interpretados —dado que se considera que fueron «revelados» y, por lo tanto, son inamovibles—, toda religión puede mostrar su cara luminosa y nada la hace incompatible con la modernidad. La larga tradición de estudiosos coránicos nos ha dotado de centenares de pensadores que interpretan el Corán desde el respeto a los derechos, tal como han hecho, a lo largo de los siglos, las otras religiones monoteístas. Nada impide que la religión musulmana pueda vivirse con la mentalidad del siglo XXI, pese a que los guardianes bélicos de la fe que nos ataquen quieran devolverla al siglo VIII. La prueba de ello son los millones de musulmanes que así lo consideran.
De lo contrario, ¿qué haríamos con todos los musulmanes que se juegan la vida precisamente por adaptar el islam a la modernidad? ¿Los condenaríamos al ostracismo? ¿Dejaríamos que los fanáticos y los degolladores y los asesinos de masas monopolizasen la idea del islam? Y por si todavía no queda claro, quizá valga la pena recordar algún dato histórico: durante muchos siglos, el islam fue una tierra más amable que la propia Europa. El paradigma es el pueblo judío, que mientras era perseguido con brutalidad en Occidente, vivía en paz y prosperidad en las tierras del islam.
Es decir: lo que está ocurriendo no es el proceso «natural» de una religión arcaica que evoluciona lentamente. Lo que ocurre es lo contrario: una regresión a causa de la aparición de una ideología totalitaria que intenta secuestrar la religión, con el fin de dotarse de un cuerpo argumental más punzante y más indestructible. Es cierto que sus ideólogos bebieron de las fuentes del rigor religioso, y también es cierto que el Corán es, de todos los textos sagrados, el que permite una mirada más guerrera y más intolerante. Pero al mismo tiempo, es cierto que la finalidad de ese rigor no es religiosa, sino bélica e imperial. Es decir, la inspira la épica de la guerra, y no la trascendencia de un Dios.
En resumen, el problema no eran los alemanes, era el nazismo. Y obviamente, los nazis eran alemanes, pero también lo eran sus víctimas; asimismo, el problema no eran los luchadores comunistas, era el estalinismo, y muy a menudo las víctimas eran comunistas; ergo, el problema no es el islam, es el islamismo. Y a pesar de que todos los yihadistas son musulmanes (con el fenómeno incorporado y creciente de los conversos), la mayoría de sus víctimas también son musulmanas.
Así pues, ante la pregunta de si el islam es el enemigo, la respuesta es rotunda: NO.
2. ¿Se trata de un choque de civilizaciones? Una vez más, no, no y no. Es un choque entre la civilización y la barbarie. Es decir, es un choque entre quienes quieren vivir con leyes avanzadas que permiten regular derechos y deberes ciudadanos, y quienes quieren imponer el miedo, la represión y la violencia. Y en esta división, las fronteras son muy difusas. ¿Quiénes son los civilizados: Occidente? ¿Los occidentales? Esta idea parte de una mirada etnocéntrica y simplista, que no se corresponde con una realidad que es mucho más compleja. La civilización no es un territorio, ni un continente, ni un país, sino un conjunto de valores que se fundamentan en principios básicos: tolerancia, convivencia, respeto, democracia, ley... Y estos principios florecen por todas partes, tanto como, por desgracia, florecen también sus contrarios.
Pongamos ejemplos muy contundentes. La civilización es la joven musulmana Malala Yousafzai, que ha sufrido intentos de asesinato por el mero hecho de querer ir a la escuela. En 2014 obtuvo el Premio Nobel de la Paz por su lucha en favor del derecho a la educación, y por su coraje y valentía a la hora de enfrentarse a los riesgos que corría. Ella es la civilización, y la barbarie son sus verdugos, los mismos que envenenan las fuentes de las escuelas de niñas, para que mueran si van a estudiar.
La civilización es el director de cine iraní Jafar Panahí, considerado el más sólido en su país, que ha recibido elogios y premios internacionales. Entre otros, el León de Oro del Festival Internacional de Cine de Venecia, o el Oso de Plata en el Festival de Berlín. Panahí es Premio Sájarov 2012, junto con la abogada iraní en defensa de los derechos humanos Nasrin Sotoudeh. Perseguido en su país, que considera que «actúa contra la seguridad nacional y hace propaganda contra el Estado», fue condenado en 2010 a seis años de cárcel y a veinte de inhabilitación por hacer cine, viajar al extranjero o conceder entrevistas. En diversos festivales de cine se pone una silla vacía en el lugar donde debería estar sentado él. Por cierto, los Premios Goya del cine español nunca han mencionado su persecución: no debe de ser el estándar de víctima que gusta a los progresistas españoles. Y si su compañera Nasrin y él, junto con la abogada en defensa de los derechos humanos y Premio Nobel de la Paz en 2003 Shirin Ebadi y el resto de iraníes que luchan por sus derechos, son la civilización, el régimen fascista que impone una tiranía islamista feudal y los persigue sin piedad es la barbarie.
La civilización es la niña yemení Noyud Ali, cuya historia, narrada por la abogada francoiraní Delphine Minoui, la llevó a ser considerada por Hillary Clinton como la «mujer más valiente del mundo». La contracubierta del libro resume su impresionante lucha:
Me llamo Noyud y soy una niña yemení. Tengo 10 años, o eso creo. En mi país los niños campesinos carecen de documentos, ya que no se les registra al nacer. Mi padre me casó a la fuerza con un hombre que me llevaba treinta años. Me ha pegado y ha abusado sexualmente de mí. Sin embargo, una mañana, cuando salí a comprar el pan, me subí a un autobús y me refugié en un tribunal hasta que un juez me quiso escuchar.
Consiguió el divorcio porque las leyes yemenís dicen que las niñas no pueden ser «usadas sexualmente» si todavía no tienen la regla... Noyud es la civilización. Y lo es el juez que la amparó, y la abogada de derechos humanos que la defendió. Ellos son la civilización, pero las leyes de su país, que permiten el matrimonio con niñas de nueve años, los textos sagrados que utilizan para justificar esa práctica, los padres que las casan cuando son niñas y los políticos que lo permiten son la barbarie.
Y pondré otro ejemplo: la civilización era el escritor bengalí Avijit Roy, muy famoso en su país por su defensa del pensamiento libre, y que fue asesinado a hachazos en febrero de 2015 por estudiantes de las escuelas coránicas de Bangladesh. Dos años antes habían matado a otro héroe de la civilización, Ahmed Rajib Haider, y un mes más tarde de la muerte de Avijit, el bloguero Washiqur Rahman, de veintisiete años, recibió diez puñaladas mortales en Tejgaon, en la ciudad de Dacca. Todos eran conocidos como los «blogueros ateos», porque habían defendido con valentía el derecho al laicismo y luchaban frontalmente contra el fanatismo islámico. La escritora bengalí Taslima Nasrin, amenazada de muerte y exiliada desde hace años por sus críticas directas al islamismo —su libro Vergüenza generó una gran conmoción—, dijo textualmente que los islamistas «estaban cazando a los freethinkers». Todos ellos, Taslima, Avijit, Ahmed, Washiqur y tantos otros que intentan iluminar la oscuridad del islamismo, son la civilización. Y de nuevo, sus asesinos son la barbarie.
Por último, para poner punto y aparte en la larguísima lista de historias luminosas protagonizadas por musulmanes de todo el mundo, también son muestra de civilización las aguerridas mujeres kurdas que han muerto defendiendo su tierra ante el avance del Estado Islámico o Daesh. Como muestra, la joven kurda Shireen Taher, que cayó defendiendo su ciudad, Kobani, ante el feroz sitio de los yihadistas. Su historia, contada por su hermano Mustafá, es la crónica poética de la brutal prosa de la guerra contra esa locura totalitaria. Este es el artículo que le dedicó y que reproduzco (en traducción libre del inglés) como homenaje a estas heroínas de nuestro siglo.
SHIREEN TAHER
(Escrito por su hermano Mustafá Taher, abogado y profesor de lengua kurda.)
Pocos meses después de que empezase la revolución en Siria, el régimen sirio permitió estudiar el idioma kurdo en las escuelas de las ciudades kurdas. Este permiso incluía mi ciudad, Kobani. Mi hermana Shireen, que entonces tenía diecinueve años, tenía que ir a estudiar literatura inglesa en la Universidad de Damasco en agosto de 2012, pero resultó imposible viajar de Kobani a la capital a causa del aumento de la violencia en toda Siria. Por eso, Shireen decidió estudiar kurdo en Kobani, a la espera de poder ir a la universidad.
De mis once hermanos, Shireen era con quien yo tenía una relación más cercana. Éramos amigos más que hermanos. Era sensible, empática, y le encantaba el deporte. Éramos unos fans del Futbol Club Barcelona. Cuando se celebró la final de la Copa del Mundo en Johannesburgo en 2010, Shireen viajó a Damasco, donde yo trabajaba de abogado, para poder ver los partidos que se televisaban en las pantallas que habían colocado en los parques.
Shireen se inspiró en su profesora de kurdo, Vian, que tenía veintinueve años, una luchadora del Partido de los Trabajadores de Kurdistán, el PKK. Fue un día terrible para la gente de Kobani cuando Vian fue asesinada en la lucha contra Jabhat al-Nusra, el grupo yihadista sirio afiliado a Al-Qaeda, en la ciudad siria de Tel Abyad, el 26 de julio de 2012. En el funeral celebrado en Kobani en homenaje al martirio de Vian, mi padre le entregó a Shireen su vieja pistola y le dijo que siguiera los pasos de su profesora y fuese una luchadora, a pesar de la oposición de nuestra madre. Prometió unirse a la YPG, las Unidades de Protección Popular, con el fin de vengar a su profesora y defender Kobani. Si no se hubiera presentado voluntaria ella, lo habría hecho yo.
El Estado Islámico no tardó en lanzar ataques contra Kobani. Empezaron con un coche bomba contra la Media Luna Roja, el 11 de noviembre de 2012. Mi padre, de sesenta y siete años, y un amigo suyo, que estaban cerca, murieron en el ataque, junto con doce mártires más. Durante el funeral de mi padre, Shireen dijo: «Siempre creí que un día mi padre se presentaría como el padre de unos mártires, pero nunca imaginé que yo me convertiría en hija de un mártir».
La muerte de nuestro padre fue un gran shock para Shireen y la impulsó a ser una gran luchadora. Sobre todo después de ir a la funeraria a buscar su cuerpo. Fue muy duro identificarlo a causa de los daños masivos que le había provocado la explosión. Shireen ya había sufrido mucho por culpa del martirio de muchos de sus amigos, y no soportó la pérdida de su padre y de su maestra. La vida dejó de tener sentido para ella y se dedicó en cuerpo y alma a entrenarse con armas en los campos militares. Durante los dos años de entrenamiento, iba a visitarnos. Me costaba creer cómo había cambiado su personalidad durante su estancia en el campo militar, en un suburbio de Kobani. Antes solía llevar una bandera del Barça alrededor del cuello y siempre iba muy maquillada. No la recuerdo sin anillos ni pulseras. Pero ahora su bolsa, que antes siempre estaba llena de maquillaje, iba cargada de armas y balas.
El día que decidí trasladar a nuestra madre y hermanas a Turquía, como muchos de nuestros vecinos de Kobani, con el fin de que escapasen de los infernales ataques del Daesh contra nuestra ciudad, nuestra madre insistió en que llamase a Shireen. Mi hermana le dijo: «Si te vas de Kobani, no volverás a ser mi madre». Pero tres días después, Shireen le pidió a nuestra madre que se marchase lo antes posible porque el Estado Islámico estaba muy cerca de la ciudad.