Besos prohibidos - Dawn Atkins - E-Book
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Besos prohibidos E-Book

DAWN ATKINS

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Beschreibung

Ir al instituto nunca había sido tan apasionante... Tucker Manning, el hombre más sexy al que Cricket Wilde había conocido en su vida y al que nunca había podido olvidar, ahora era su jefe. Con sólo volver a verlo, la profesora de química se moría de ganas de comprobar si entre ellos seguía habiendo la chispa de antes. Pero parecía que se había vuelto un tipo formal, mientras que a ella no había nada que le gustara más que romper las reglas. Y no tardó en derretir su fachada de hielo con sus cálidos besos y hacer que volviese a ser el hombre atrevido de antaño. Si el pequeño secreto que ocultaba Tucker salía a la luz, todo lo que había intentado conseguir se echaría a perder. El problema era que no podía resistirse a la salvaje sensualidad de Criket...

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Daphne Atkeson. Todos los derechos reservados.

BESOS PROHIBIDOS, Nº 1382 - junio 2012

Título original: Wilde for You

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0204-9

Editor responsable: Luis Pugni

Conversion ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo Uno

Si conseguía el trabajo, se olvidaría de las mujeres para siempre, juró Tucker Manning mientras se enjabonaba en la ducha. Se dedicaría en cuerpo y alma a su trabajo sin dejar que nada ni nadie, lo distrajera.

Necesitaba el trabajo, ayudante del director en el Instituto de Secundaria Copper Corners, para recuperar el que había perdido por culpa de un momento de locura con una mujer que le recordaba a otra. Lo malo fue que las chicas del equipo de voleibol los descubrieron, a él y a Melissa, en el cuarto del material deportivo, quitándose la ropa. ¿Quién iba a imaginarse que las chicas entrenaban hasta tan tarde?

Nada de mujeres, se repitió una vez más mientras dejaba que el agua le cayera por la espalda.

–Tuuuuuuuuuck-er, me siento sola –lo llamó Julie, la mujer con la que había estado saliendo durante el último mes.

De acuerdo, tal vez hubiera una mujer más en su vida. Pero ella vivía allí, en Phoenix, a dos horas del pueblo de Copper Corners, en la carretera de Tucson. Si conseguía lo que pretendía, no tendría tiempo para viajes ni para Julie.

Tenía que centrarse en su objetivo. Tendría que esperar dos o tres años a que quedara vacante el puesto en el Instituto Western Sun, cuando la persona que había conseguido la plaza se retirara. En ese tiempo tenía que demostrarle a Ben Alton, el director y su amigo, que él podía ser un buen subdirector con la cabeza en su sitio... y los pantalones también.

El rechazo aún le dolía. Tucker odiaba perder, y además, había dejado en mal lugar a Ben, la persona que le había ayudado cuando estaba en el instituto.

Tucker había vuelto a Western Sun con su título universitario bajo el brazo sólo para trabajar con Ben, su mentor, que entonces era director con la dura tarea a sus espaldas de enderezar la marcha del centro.

Durante los tres años que había pasado allí, Tucker había trabajado en varios proyectos voluntarios, como representante sindical y en el consejo escolar, y era querido por alumnos y profesores.

Pero, al final de la entrevista para el puesto de subdirector, Ben le había dicho que no: «a la gente le gustas, pero no creen que alguien como tú se tome el trabajo en serio. Eres joven».

Él había intentado justificarse, hasta que se dio cuenta de que no era la edad lo que hacía que lo rechazasen, sino el asunto con Melissa. Ben había confesado que eso no le había dado puntos precisamente, y que lo acusarían de favoritismo si le diese el puesto a él a pesar de todo.

–No me meto en un cuarto vacío con cada mujer que me cruzo en el pasillo, ella era especial –intentó explicarse él–. Melissa era especial... y, es cierto que fue una mala idea, pero fue después de clase y teníamos la ropa puesta.

Aunque, desde luego, había muchos botones y cremalleras que no estaban perfectamente ajustadas cuando las chicas los descubrieron.

Lo único bueno había sido que Melissa había parecido más divertida que avergonzada por el incidente del que él se había hecho único responsable.

Tuck comprendía la decisión de Ben a pesar del enfado, porque sabía que le sería muy difícil mantener la disciplina ante los alumnos como ayudante del director con una anécdota así a sus espaldas.

Ben le había recomendado a su amigo Harvey Winfield, director del instituto de Copper Corners. A él le había dicho que sería una buena experiencia trabajar en un centro pequeño donde el director y el subdirector compartían la mayoría de las tareas, a diferencia de Western High, donde Ben tenía dos ayudantes que se ocupaban de tareas muy diferentes.

Con unos años de experiencia en Copper Corners, Ben no tendría ningún problema en darle el puesto cuando la persona a la que había contratado en lugar de Tuck se jubilara, y eso era lo que Tucker quería. Volver.

Y el camino de vuelta pasaba por Copper Corners, Arizona.

Tucker se frotó la espalda mientras pensaba en la entrevista con Harvey. Le había recordado a su abuelo, tranquilo y chapado a la antigua, firme pero con un gran corazón.

–Si consigues el trabajo, compórtate –le había dicho Ben, como si fuera un chiquillo–. En una ciudad pequeña todo se sabe; si compras un paquete de preservativos, al día siguiente todo el mundo sabrá si eran lisos o de fantasía.

No era justo. Lo de Melissa no había sido normal, pero le recordaba a una chica que había conocido en la universidad. Cricket. Ni siquiera recordaba su apellido. Sólo sabía que era la compañera de cuarto de Sylvia y, cuando Sylvia lo dejó plantado, compartió con ella unas cervezas y la sesión más erótica que había experimentado nunca.

Melissa tenía el mismo tipo de actitud y casi olía como Cricket. Cuando lo buscó después de una reunión de departamento, perdió la cabeza... y el puesto de subdirector.

Tenía que haberlo pensado dos veces, pero no había logrado reprimir la impulsividad de su juventud, a pesar de haber luchado contra ella muchos años. A pesar de todo, eso no quería decir que no pudiera hacer bien su trabajo. Lo peor era que tenía la impresión de que Ben estaba entre los que no lo creían capaces de ser un buen subdirector.

Estaban equivocados, pensó Tucker enjabonándose el pelo, veintiséis años eran más que suficientes para saber la importancia del trabajo.

Si conseguía el trabajo, tendría mucho cuidado, pero suponía que le sería fácil, porque las ciudades pequeñas ofrecen menos distracciones, lo que supondría evitar la tentación.

Se preguntaba si a Harvey Winfield le habría gustado tanto como había parecido. Había más candidatos para el puesto, pero difícilmente podrían desearlo tanto como Tucker.

–¡Tucker! –gritó Julie desde el cuarto.

–¡Salgo enseguida!

Julie acababa de entrar en el baño, desnuda, con el teléfono en la mano. Era preciosa. Después de atender aquella llamada, la arrastraría bajo la ducha con él...

–Es el director del instituto –susurró ella, pasándole el teléfono–. Le he dicho que estabas muy ilusionado con el trabajo.

–¿Harvey? –contestó él, enrollándose una toalla bajo la cintura.

–Hola, Tucker. Después de hablar con Julie me he decidido a seguir mi instinto. Te llamaba para hacerte un par de preguntas por si mi primer candidato fallaba, pero he decidido darte el puesto. Tengo la sensación de que todo irá bien contigo.

–Te lo agradezco mucho.

Julie levantó los pulgares y salió del baño.

Había conseguido el trabajo, gracias a Dios, pero no era el primer candidato. ¿Qué le habría dicho Julie?

–Me alegro de que estés contento. Tenía a otros dos buenos candidatos, con experiencia en ciudades pequeñas y buenas referencias, pero al saber que estás casado con una mujer que te apoya tanto, me he sentido con más confianza para seguir mi instinto. Eres ambicioso, inteligente y serio.

–¿Que estoy...? –al oír a Julie responder al teléfono a las siete y media de la mañana, Harvey había supuesto que era su mujer–. Pero Julie no...

–Mi último ayudante –lo interrumpió Harvey–, estaba más preocupado por la vida nocturna de Tucson que por su trabajo, así que las cosas no fueron bien.

–Lo entiendo, pero yo no... –no le salían las palabras. Sabía que Harvey tenía otros dos candidatos con más experiencia y si le había dado el trabajo había sido por estar casado–. No sé si será fácil encontrar casa...

–Hay montones de casas en alquiler. Tráete a Julie este fin de semana para echar un vistazo. Ya sé que quieres volver a Phoenix, pero nuestro pueblecito es bastante especial, un lugar perfecto para formar una familia –a cada segundo que pasaba, Tucker se daba cuenta de que le sería más difícil rectificar la situación–. Ahora tengo que dejarte. Espero que traigas a Julie a la fiesta de principio de curso.

–Gracias, Harvey, pero...

–Bienvenido a bordo, Tucker –dijo, y colgó.

Tucker apagó el teléfono y se quedó como hipnotizado. ¿Y ahora qué?

–¿Le dijiste al director que estabas casado? –dijo Anna, su cuñada.

–No. Cuando Julie respondió al teléfono, él pensó que sería mi mujer.

Había intentado llamar una y otra vez a Harvey, pero tenía conectado el contestador y no iba a dejarle un mensaje diciendo «¡Era una broma! ¡No estoy casado!»

Había sentido la necesidad de contárselo a su hermano y a su cuñada; además, sus sobrinos de tres años siempre conseguían levantarle el ánimo. Los niños acababan de salir del baño y en unos minutos él les estaría leyendo un cuento en la cama.

–¡Forest, atrapa a ese fugitivo! –gritó Anna.

Forest, el hermano de Tucker, echó a correr tras Steven, el duendecillo con albornoz rosa que trataba de huir del baño, diez minutos mayor que su hermano, Stewart.

Con Stewart bajo el brazo, Anna se sentó en el sofá al lado de Tucker.

–¿Por qué no se lo aclaraste?

–Lo intenté, pero no dejaba de interrumpirme. Además, me estaba dando el trabajo porque estaba casado.

–Vuelve a llamarle –dijo Anna, esforzándose por ponerle al niño el pijama.

–Lo intenté, pero saltaba el contestador. Además, no sabía qué decirle.

–Dile que tenías amnesia transistoria, pero ahora recuerdas que eres un conquistador.

–¡No soy eso! Además, teme que un soltero se aburra en Copper Corners. Winfield quiere a alguien que se concentre en su trabajo.

–¿Y si tiene las dos cosas? Tu especialidad es tener aventuras amorosas, en el trabajo. Mucho más eficiente.

Tucker gruñó. Ahora lamentaba haberles contado lo de Melissa, porque Anna siempre se lo recordaba. Quería mucho a su cuñada, pero a veces no sabía tener la boca cerrada. De todos modos, su hermano la adoraba y eso era lo más importante.

–Le propuse a Julie un viaje rápido a Las Vegas, con una visita a una de esas capillas...

–¿Qué? –exclamó Anna, con los ojos abiertos como platos–. ¿En serio?

–No. Pero Julie se asustó y ahora creo que lo nuestro se ha acabado.

–Lo sabía, nunca te asentarás –suspiró Anna.

–Claro que sí. Cuando esté preparado.

–Cuando las vacas vuelen y mi tía se haga trapecista.

–Cuando encuentre a la mujer adecuada.

Forest dejó su carga al lado de Anna para que le pusiera el pijama.

–No seas dura con él. Las mujeres fabulosas como tú no crecen en los árboles –dijo Forest dándole un beso a su mujer.

Se habían casado con diecinueve años y Tucker había temido que su hermano estuviera buscando estabilidad tras el divorcio de sus padres, pero no fue así. Anna era perfecta para él y Tucker deseaba encontrar una relación así con otra persona: respeto mutuo, risas y amor. Cuando volviera a Phoenix con su vida solucionada, buscaría a alguien.

–¿Qué vas a hacer? ¿Decirle al director que te has divorciado?

–Necesitas una esposa sustituta –dijo Forest.

–Claro, buscaré una de alquiler. O diré que está cuidando de un pariente en Australia.

–Qué tonterías decís. Pero ella podría viajar mucho... para una compañía aérea.

–Una azafata... muy sexy –dijo Forest, divertido.

–Machista. Quedaría mejor una piloto –repuso Anna.

–Eso podría funcionar, fingir que tienes una mujer... puedo dejarte mi alianza vieja.

–¿Cómo?

–Sí, creía que había perdido la primera y me hice otra, pero luego la encontré detrás del armario del baño.

–¡Un cuento, tío Tuck! ¡Un cuento, tío Tuck! –gritaron los dos niños a coro.

–Id a jugar un ratito, chicos. Papá y mamá tienen que hablar con el tío Tuck.

–¿Has sido malo, tío Tuck? –dijo Steven

–Un poco.

–Tienes que portarte bien –repuso Stewart, antes de alejarse a la carrera con su hermano.

–Lo malo es que tengo que asistir con ella a la fiesta de principio de curso.

–Necesitas a alguien que finja ser tu mujer en la fiesta –dijo Forest, mirando una foto de Tucker y Anna en las vacaciones del año anterior–. Anna sería perfecta.

–Eso sería una locura –dijo Tucker.

–En realidad, no –dijo Anna–. Podría ir a la fiesta e impresionarlos a todos.

–Es pedirte demasiado, y además, seguro que habrá más actos sociales como éste.

–Pero yo estaré de viaje por trabajo. ¿No quieres dar una primera buena impresión?

–Claro que sí.

–Pues no lo conseguirás si dices la verdad. Y puedes compensarme quedándote algún fin de semana con los niños mientras Forest y yo nos vamos de viaje.

–Gracias por el ofrecimiento, Anna, pero es demasiado complicado.

–Fingir estar casado te vendrá bien –dijo Forest poniéndose en su papel de hermano mayor–. Evitará que las mujeres se abalancen sobre ti en los cuartos de material deportivo.

–Entonces está decidido. Iré contigo a Copper Corners y tal vez vaya también a alguna fiesta de Navidad. Forest, tú tendrás que quedarte con los niños.

–No hay problema con eso, si es por ayudar a Tucker.

–No funcionará, Anna.

–Llámame Julie. Y claro que funcionará. Les demostrarás que eres serio y trabajador. Me encanta esta idea.

–Iré a buscar mi otra alianza.

–Y yo el negativo de esa foto... así podemos hacer una para que la lleves en la cartera.

¿Cómo se había metido en aquel follón? No conseguiría ganarse la confianza de un hombre con una mentira y era como entrar con el pie izquierdo en su nuevo trabajo. Antes de poder negarse, Forest llegó con el anillo y lo dejó caer sobre su mano. El símbolo de amor eterno.

Pero era cierto que así se vería obligado a alejarse de las mujeres y a mantenerse en el buen camino. Además, haría tan bien su trabajo que al final aquella farsa no tendría ninguna importancia.

¿Pero, bastarían una foto y un anillo para fingir un matrimonio? Tendría que pensar sobre ello.

Capítulo Dos

Nada más llegar al instituto, girando el anillo en el bolsillo, Tucker se dirigió al despacho del director para aclarar las cosas. No se sentía a gusto con aquella farsa, por mucho que le divirtiera a Anna, que pensaba llegar al día siguiente para organizar la casa que él había alquilado.

Harvey estaba en el mostrador de recepción. Bien. Así podría dejar las cosas claras. Y quedar como un idiota.

–Me alegro de verte, Tuck –dijo afectuosamente Harvey.

–Tengo que hablar contigo, Harvey –«hazlo cuanto antes», pensaba para sí.

–Me acaba de llamar tu esposa. Una mujer encantadora. Me ha dicho que te dijera que no te preocupases si tenías que quedarte hasta tarde porque ella tiene mucho que hacer en casa –Anna habría llegado pronto y había llamado a Harvey para impresionarlo; qué buena idea–. También quería saber qué traer a la fiesta. Me alegro de que pueda venir. Parece que está muy ocupada.

–Ya lo creo –su falsa mujer había sellado su destino. Ya no podría decirle nada a Harvey.

Se puso el anillo y sintió que le pesaba, como la mentira en el pecho.

–Vamos a empezar contigo –dijo Harvey–. Primero tienes que firmar unos papeles y después quiero que sepas que tienes carta blanca. Me acusaron de estar demasiado encima de mis empleados, pero he decidido cambiar. Sólo quiero que me des cuenta de tus actividades y será suficiente. Sé que no me fallarás.

No lo haría. Iba a hacer todo lo posible para justificar la confianza de Harvey.

Dos semanas más tarde, Tucker introdujo los últimos cambios del horario en el ordenador y se levantó. Quería ir a saludar a los profesores, que estaban preparando sus clases, y ofrecerles su ayuda. Sólo faltaba una semana para el comienzo de las clases.

Echó un vistazo a su oficina, la primera como subdirector. Le encantaba, a pesar de ser pequeña, con un mobiliario algo viejo y un ordenador antiguo, pero había llenado las estanterías con sus libros y lo había decorado para hacerlo parecer un hogar en miniatura.

Había llamado a Ben para comunicarle que había conseguido el puesto, y éste le había expresado su confianza en que él lo hiciera bien allí, y cuando volviera a Western Sun. Parecía que todo empezaba a marchar sobre ruedas.

Cada día Tuck se sentía más a gusto en su trabajo. Ya había hecho algunas mejoras en el programa informático que elaboraba los horarios y pretendía incluir alguna otra actividad extraescolar más.

Todo iba según lo planeado. Entonces su mirada se detuvo sobre la foto de él y Anna. No, Julie, su esposa. Bueno, todo menos eso. Apartó un poco la foto. Ella acudiría a la fiesta de inauguración con él y después de eso seguiría volando por todo el mundo.

Tucker tomó una carpeta y salió de su despacho para ir a ver a los profesores.

El sol apretaba sin piedad a finales del mes de agosto en el sur de Arizona. Todo parecía polvoriento y cansado del largo verano. Pero el calor tenía un efecto vigorizante sobre Tucker y se sentía responsable de «su» instituto. Ya conocía todo el recinto, puesto que había pasado una semana con Dwayne, el conserje, moviendo mesas y sillas, pero además ya sentía el espíritu del lugar. Cuando se marchara de allí, dejaría todo mejor de lo que lo había encontrado, desde las notas de los alumnos, hasta su motivación y la satisfacción de los profesores.

Primero se encontró con un profesor de Inglés, luego con una profesora de Historia de las más veteranas, que le indicó que la nueva profesora de Ciencias estaba en su clase, en el edificio D.

Mientras se dirigía hacia allí, acariciaba el anillo de Forest. Nunca se olvidaba de él, pero le hacía sentirse seguro, puesto que había decidido no dejar entrar a las mujeres en su vida. De todos modos, como había decidido casarse algún día, aquello sería como una prueba, aunque sin mujer, ni amor. Ni sexo.

Lo cual hacía que fuera una prueba muy pobre, pero él había decidido concentrar todas sus energías en el trabajo, lo cual sería mucho mejor.

Al abrir la puerta del edificio D, donde estaban las clases de Matemáticas, Ciencias, Informática y Arte, le recibió una oleada de música hip–hop a todo volumen. Parecía proceder de una clase con la puerta abierta; su destino, sin duda.

Dentro de la clase, el volumen era insoportable. Allí vio a una profesora subida a una escalera clavando algo al techo. Era una liana de tela, y no era la única de la clase. También había árboles de papel decorando las paredes. Al fondo había una fila de terrarios donde pudo reconocer algunas serpientes y un lagarto enorme. En los paneles de corcho había mapas de Sudamérica y fotos de criaturas increíbles. El efecto era el de una selva tropical, llena de color. Pero violaba el código antiincendios.

Al mirar a la profesora se quedó sin aliento por unos segundos. Ella llevaba unos pantalones cortos blancos que se ajustaban a las curvas de su trasero por lo comprometido de la postura. Tenía unas piernas magníficas, largas y bien torneadas. Y unos bonitos pies, también; estaba descalza y tenía las unas pintadas de rojo brillante.

Ella no lo había oído entrar, pero él estaba tan cerca que podía sentir su olor... como el de Melissa. Entonces recordó a qué había ido y dijo, por encima de la música:

–¿Hola?

–¿Qué? –ella se volvió sorprendida y eso hizo que la escalera se tambalease.

Tuck dio un paso adelante y la sujetó por el muslo, tan firme al tacto como lo parecía a la vista, para evitar que se cayera. Al mirarla a la cara, se quedó boquiabierto. Dios.

Era Cricket, la chica que le había hecho perder la cabeza en la universidad, con sus grandes ojos verdes y la melena rubia.

–¡Tucker! ¡No puedo creerlo! –su cara se iluminó. Después se miró a la pierna, donde él tenía aún la mano.

Él retiró la mano todo lo rápido que pudo y ella casi saltó de la escalera para bajar el volumen del aparato de música.

–¡El mundo es un pañuelo!

–Sí –se sentía como Rick en Casablanca. De todos los institutos de Arizona, tenía que acabar en aquél.

–¿Eres profesor aquí?

–Soy el nuevo subdirector.

–Yo también soy nueva. No soy profesora de Ciencias, pero yo había estudiado muchas asignaturas de Ciencias y colaboraba en el zoo y en el Club Sierra, así que me contrataron. Pero bueno, ¿cómo has acabado aquí?

–Es una larga historia –no quería darle los detalles de su estrepitosa caída. Estaba tan guapa como recordaba, pequeña, delgada y con cara divertida. Parecía una chica dulce, pero él sabía que tenía una risa lujuriosa e irreverente y unos ojos que siempre brillaban traviesos.

No llevaba ropa provocativa, pero en ella, incluso la camiseta ajustada roja quedaba tan sexy que debía de estar violando un montón de normas sobre vestimenta. No pudo evitar mirarle los dedos para ver si llevaba anillo de casada, pero sólo vio un anillo de plata con el símbolo de la paz.

–¿Cuánto tiempo ha pasado? –preguntó ella.

–Seis o siete años –dijo él, con fingida frialdad, aunque podía recordar que había sido dos días antes de Navidad, después de un par de cervezas, una conversación que se tornó personal y una rama de muérdago...

–Sí. Era época de exámenes... por Navidad.

–Sí.

–¿Qué pasó entre Sylvia y tú? Me cambié de cuarto después de que tú y yo... de aquella noche.

–Nada –dijo él–. Creo que se casó con un ingeniero –el chico por el que lo plantó aquella noche, lo cual hizo que se sintiera menos culpable por haber besado a Cricket.

–Le perdí la pista cuando me cambié a otro apartamento. La tentación de las fiestas era demasiado grande y tenía que estudiar. Lo odiaba.

–Lo recuerdo –recordaba haber hablado de aquello con ella en el sofá mientras esperaba a Sylvia, antes de cambiar de conversación hacia sus creencias sobre asuntos sociales: la pobreza, la ecología y el papel del gobierno.

La conversación había sido muy natural, como si se conociesen de toda la vida. No estaban de acuerdo en algunas cosas, pues Cricket era más extremista que él en sus convicciones, pero habían conectado, intelectual, emocional y... sexualmente.

En un momento dado ella le había dicho que pensaba que era guapo, y él le dijo que pensaba lo mismo de ella, después Cricket dijo algo del muérdago, le tomó la cara entre las manos y lo besó con pasión, como si fuera una fruta exótica a la que quisiera exprimirle todo el jugo.

Él la correspondió, dejándose llevar por la oleada de pasión que lo invadía. Ella sabía a cerveza y a menta y olía a canela y vainilla. Después, ella se deslizó sobre su regazo y él la abrazó. Parecía delicada, pero fuerte y apasionada a la vez.

Hubo algo muy extraño en aquel encuentro, tan especial como una nevada en medio del desierto. Pensándolo bien, no había ninguna rama de muérdago colgada cerca de ellos.

–Yo también –dijo ella acercándose. Era como si el aula estuviera llena de electricidad–. Fue una charla muy interesante y... también lo fue el resto...

Ella lo estaba mirando con la cabeza ladeada, como lo había hecho aquella noche antes de besarlo. Después bajó la mirada y lo vio.

Su mano izquierda. La alianza brillaba bajo la luz de los fluorescentes.

–¿Estás casado? –preguntó ella. ¿Parecía decepcionada? ¿Y por qué esperaba él que fuera así?

–Hum, sí, desde luego –se giró el anillo en el dedo.

–¿Desde cuándo?

–Hace dos años –Forest y Anna habían pensado que sería suficiente como para tener un matrimonio sólido sin que diera lugar a que le gastasen bromas de recién casados.

–¿Tienes niños?

–No.

–¿Piensas tenerlos pronto?

–Cuando llegue el momento –eso era cierto. Quería niños y una mujer real, por supuesto–. ¿Tú no estás casada?

–¿Estás de broma? Aún estoy intentando decidir qué quiero ser cuando sea mayor. Cuando solucione ese problema tal vez busque a alguien. Cuando esté lista para hibernar –se encogió de hombros como si eso fuera altamente improbable–. ¿Está bien? Lo del matrimonio, quiero decir.

–Claro –dijo él, sintiendo una punzada al mentir, pero estaba seguro de que tenía que estar bien.