Tatuaje para dos - Dawn Atkins - E-Book

Tatuaje para dos E-Book

DAWN ATKINS

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Beschreibung

Necesitaba urgentemente encontrar un marido. La familia de Nikki Winfield creía que tenía una tienda con mucho éxito y que estaba casada con un médico, pero en realidad era una artista del tatuaje con ciertos problemas para comprometerse. Cuando una urgencia familiar la obligó a volver a casa, se dio cuenta de que tenía que encontrar un marido a toda prisa. Fue entonces cuando pensó en el dentista Hollister Marx, al fin y al cabo un dentista era un médico, ¿no? Y además él le debía un favor. El problema surgió cuando los besos de su supuesto marido empezaron a hacerse demasiado reales.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2003 Daphne Atkeson

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Tatuaje para dos, n.º 1415 - agosto 2016

Título original: Tattoo for Two

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-8693-3

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

LLEVO las puntas teñidas de rosa y cuatro pendientes en una oreja, Mariah —decía Nikki Winfield, sujetando el teléfono con el hombro para poder seguir dibujando—. Mi madre se moriría del susto en cuanto me viera, así que no pienso volver a Copper Corners para la reunión del instituto. Y no hay nada más que hablar.

—Venga, Nikki —insistió su mejor amiga, Mariah Goodman, tan alegre como una animadora. El espíritu de Copper Corners parecía haberla invadido desde que volvió al pueblo—. Lo pasaremos de maravilla recordando viejos tiempos. ¿Te acuerdas cuando pusimos dos maniquís en la postura del misionero en el despacho de la enfermera?

—Como si fuera ayer. Y también recuerdo que mi padre me castigó durante una semana y que mi madre tuvo que usar las sales.

—Éramos unas crías, Nikki. Y nuestros padres lo entendieron.

—Los tuyos seguro. Siendo mi padre el director del instituto y mi madre la profesora de literatura, no se lo tomaron nada bien.

—Además, hace diez años que no vienes por Copper Corners.

—Mejor. Mis padres creen que soy muy feliz en Phoenix.

—Y lo eres. Tienes tu propio negocio.

—Un salón de tatuajes, Mariah. Se quedarían horrorizados.

—Pero te va de maravilla.

—Mis padres no pensarán eso. Ni mi casero. Le debo el alquiler del mes pasado.

—¿Qué ha sido del juramento de las chicas rebeldes?

—Que han pasado diez años, supongo —suspiró Nikki.

Llevaba unos meses preguntándose si lo de buscar un trabajo de nueve a cinco no sería lo mejor. Quizá la vida que había elegido era demasiado difícil.

—¿Seguro que no quieres venir?

—Seguro.

—¿Sabes que Brian Collier se ha divorciado? —preguntó Mariah entonces.

—¿Ah, sí?

—Y ha preguntado por ti. Se pasó por la fábrica el otro día para ver las nuevas instalaciones, pero en realidad quería saber si vendrías a la reunión del instituto.

—Lo dirás de broma.

Sin embargo, esa noticia la hizo sonreír. Brian Collier jugaba en el equipo de fútbol del instituto y Nikki se quedó traspuesta cuando le tiró los tejos… para dejarla poco después por Heather Haver, la jefa de animadoras. Era algo tan típico que se habría partido de risa si no se le hubiera roto el corazón.

—Tienes que venir, Nikki. Dale al chico otra oportunidad.

—De eso nada.

—Copper Corners no es el pueblo aburrido que solía ser. Ahora hay un karaoke y una galería de arte.

—Estás loca.

—Que no, que es verdad. Ya no es lo mismo.

—Eres tú la que ha cambiado, Mariah. Has encontrado el amor y una carrera en la fábrica de tu padre. Te has convertido en una vecina de Copper Corners, una vecina rica además.

—Hago caramelos, Nikki. No soy Bill Gates.

—Seguro que ahora mismo llevas un traje de chaqueta.

Al otro lado del hilo hubo un silencio.

—La ropa no lo es todo.

—Solía serlo. La ropa era algo simbólico, ¿recuerdas? Un reflejo de lo que éramos.

La idea sonaba un poco tonta, pero entonces creían firmemente en ello. Vestir con colores imposibles, con ropa rara y montones de bisutería que hacían ellas mismas las separaba del resto.

—Me he vestido así porque tenía una reunión. ¿Y qué? Es un disfraz. Tú también te disfrazas, ¿no?

—No —contestó Nikki, mirando su chaleco de cuero y su falda de piel de leopardo.

Un atuendo que se habría puesto a los dieciséis años… metiéndolo previamente en una bolsa para cambiarse antes de llegar a casa. Era un rollo que sus padres estuvieran todo el día en el instituto.

—Para mí, volver a Copper Corners no sería lo que ha sido para ti.

Dos años antes, Mariah salió del apartamento que compartían en Phoenix con el objetivo de convencer a su ex prometido, Nathan, de que siguiera al frente de la fábrica de su padre. El problema era que volvió a enamorarse, se casó y dirigía con él la empresa familiar. Un auténtico final feliz.

La vida de Nikki nunca sería así de fácil.

—Nunca se sabe —dijo Mariah.

—Yo sí lo sé.

Su futuro era un misterio, pero no estaba en Copper Corners.

—Brian sigue estando buenísimo. Y no deja de preguntar por ti.

—No le habrás contado la verdad, ¿no?

—No. Y cuando le dije que estabas casada se puso nerviosísimo.

—¿Ah, sí? Qué bien. Gracias por decírselo.

La campanita de la tienda sonó en ese momento y Nikki levantó la cabeza. Acababa de entrar una chica con la típica expresión de «me da igual que duela, pienso hacerme un tatuaje».

—Tengo que colgar. Ha entrado una clienta.

—No me digas que no. Dime que te lo pensarás.

—Tengo que colgar.

—Te prestaré mi bustier de Madonna —insistió Mariah.

—No, gracias.

—Nikki…

—Adiós —se despidió ella, antes de colgar—. ¿Quieres hacerte un tatuaje? —le preguntó a la clienta.

—Mi amiga Jeannie me ha dicho que eres muy buena.

—¿Jeannie? —repitió Nikki, pensativa—. ¿Se hizo un unicornio hace poco?

—Esa misma —contestó la joven—. Es un tatuaje precioso.

—Sí, cuando una cosa sale bien, sale bien.

—Jeannie dice que tú sabes elegir el tatuaje adecuado para cada cliente. ¿Es verdad?

—Supongo que sí. Depende de las vibraciones que emita cada persona. A ver, dame tu mano. ¿Cómo te llamas?

—Le… Linda.

Ajá. Le… Linda estaba mintiendo. Y muy nerviosa.

Nikki cerró los ojos para buscar el aura de la joven.

—¿Qué ves? ¿Un sol? Yo no veo un unicornio como el de Jeannie, pero a lo mejor un leopardo…

—Calla —murmuró Nikki. La imagen estaba muy borrosa.

—Lo que realmente me gustaría es un tatuaje de Xena, la princesa guerrera. En el hombro.

Entonces lo sintió. Linda no estaba preparada para un tatuaje. Quizá nunca lo estaría.

—Me temo que no va a poder ser.

—¿Por qué no? —preguntó la joven.

—Los tatuajes son algo permanente.

—Por eso quiero uno.

Nikki estudió el rostro de la chica. Estaba furiosa y resentida por algo o con alguien.

—¿Por qué has venido?

—Porque quiero hacerme un tatuaje —contestó ella.

—Eso ya lo sé. ¿Por qué quieres hacértelo?

—Para… no sé, para decir algo sobre mí misma.

—¿Por qué?

—Pues… porque mi hermano es un pesado que insiste en que debo solucionar mi futuro, que tengo que hacer esto y lo otro… Tengo diecinueve años y puedo vivir mi vida sin que nadie me diga lo que debo hacer, ¿no?

—Sé cómo te sientes. Yo tenía una hermana mayor que hacía lo mismo.

—¿Y te hiciste un tatuaje?

—Sí, pero para mí fue diferente —suspiró Nikki. La suya había sido una rebelión total, pero en el caso de Linda seguramente era una simple pataleta—. Cuando tenía diecisiete años me marché de casa con mi mejor amiga.

—¿Ah, sí? A lo mejor yo también debería hacer eso. Dejar la universidad y empezar en otra parte…

—No, no. Yo era demasiado joven y lo pasé muy mal. No tenía estudios y tuve que hacer de todo para sobrevivir.

—Pero ahora tienes esta tienda.

Nikki miró alrededor. Estaba orgullosa de su negocio. Tenía un ambiente único, con cristalitos de colores colgados del techo, plantas exóticas y velas aromáticas.

—Tuve suerte.

—Bueno, pues puede que mi suerte empiece con un tatuaje —insistió Linda.

—¿Por qué no hablas con tu novio y con tu hermano?

La chica se tocó el hombro, obstinada.

—El tatuaje, por favor.

—Mira, yo conozco un sitio estupendo donde hacen tatuajes de henna que duran un mes. Si después de un mes sigues queriendo hacerte uno definitivo, puedes volver aquí.

—¿De verdad crees que no estoy preparada?

—De verdad —suspiró Nikki.

—No sé…

—Xena seguirá aquí, no te preocupes.

Por fin, Linda asintió con la cabeza.

—Bueno, dame la dirección. Pero no sé cómo vas a hacer negocio si te niegas a hacerle tatuajes a la gente.

—Eso digo yo —suspiró Nikki. Había días que rechazaba a varios clientes—. Y dile a tu hermano que te deje en paz.

—Tú no lo conoces —murmuró la joven.

Cuando se marchó, Nikki seguía dándole vueltas a su conversación con Mariah. Cansada, puso el cartelito de «Vuelvo dentro de una hora» y subió a su apartamento para hacerse una ensalada de tofu.

Su amiga la conocía bien. La noticia de que Brian Collier había preguntado por ella estaba dándole qué pensar.

No se lo contó a Mariah, pero empezaba a hartarse de «vivir libremente, sin convenciones». En parte, le encantaría volver a Copper Corners para enfrentarse a todos aquellos provincianos, pero sus padres se llevarían un disgusto.

Cuando se marchó de allí, a los diecisiete años, eso le había dado igual. Solo pensaba en vivir su vida sin intromisiones.

Pero según pasaron los años y se hizo adulta, empezó a comprender cuántos disgustos les había dado. Sus padres eran demasiado estrictos, demasiado inflexibles, pero lo hacían por cariño. Por eso se inventó una vida como la que ellos hubieran deseado: sus padres pensaban que estaba casada y tenía una boutique.

Pero un día tendría la vida que siempre había querido. Un día su salón de tatuajes daría dinero y no tendría problemas para llegar a fin de mes. Y quizá encontraría un marido que sería tan fiel y tan estupendo como Warren, el falso marido médico que inventó para sus padres. Y que la querría con locura.

Entonces quizá volvería a Copper Corners como la hija pródiga. Tendría que seguir diciendo que el salón de tatuajes era una boutique, por supuesto. Diera dinero o no, hacer tatuajes era algo rarísimo para la gente del pueblo. Pero con un negocio floreciente y un marido al lado le probaría a todo el mundo que había triunfado en la vida.

Y le encantaría ver la cara de Brian Collier cuando descubriese lo que se había perdido…

El timbre del teléfono interrumpió sus pensamientos.

—Tienes que venir a casa —el típico saludo de su hermana Donna, ajena por completo a los «hola» o «¿cómo estás?». Su familia solo tenía el número de teléfono del apartamento y un apartado de correos, de modo que no podían aparecer sin avisar.

—Hola, guapa —la saludó Nikki.

Su hermana y ella solo hablaban en los cumpleaños y en Navidad. Como tenía niños, Donna no era capaz de mantener una conversación en la que no incluyese información sobre enfermedades, caídas, travesuras, etc…

—Nikki, tienes que venir a casa.

—¿Has estado hablando con Mariah?

—Qué va. Es por papá.

—¿Qué le pasa?

—Ha sufrido un infarto.

—¿Un infarto? —repitió Nikki, con un nudo en la garganta—. ¿Y cómo está?

—Mal. El médico no sabe si saldrá de esta.

—Ay, Dios mío. Pero si solo tiene cincuenta y cinco años…

—Lo sé —suspiró Donna—. Tan joven… —al fondo Nikki podía oír a su sobrina Shelley gritando como una posesa—. ¡Dale un caramelo a tu hermana, Byron! ¡Si quieres volver a jugar con Dimples dale un caramelo ahora mismo!

Una amenaza digna de un secuestrador, pensó Nikki. Dimples era el dinosaurio de peluche que ella le había regalado por Navidad y del que su sobrino no se separaba.

—Donna…

—Bueno, el caso es que mañana le van a hacer una angioplastia y ha preguntado por ti y por Warren.

—¿Ha preguntado por mí?

—Y por tu marido. Como es médico, quiere hacerle algunas preguntas, pero me mataría si supiera que te he llamado. No quieren preocuparte.

—Ya, claro —Nikki no sabía qué decir. Su padre estaba enfermo, quizá muriéndose. Y preguntando por su marido—. Tendré que buscar a alguien que se encargue de… la boutique. Pero no creo que Warren pueda ir conmigo. Está muy liado en… el hospital.

—Papá podría estar muriéndose, Nikki. ¿Cómo puedes negarle la oportunidad de conocer a tu marido? Te lo advierto…

—No tienes que advertirme nada, Donna.

—No era a ti, era a mi hija… ¡Shelley, sácate ese polo de la nariz ahora mismo! Mira, ahora no puedo seguir hablando.

—Pero Donna…

—Tienes que venir a Copper Corners como sea. ¡Byron, deja eso! Bueno, tengo que colgar. Te espero en casa.

Nikki se quedó mirando el teléfono. ¿Qué podía hacer? Tendría que volver a casa, decir que Warren… ¿qué podía inventar? ¿Que estaba con Cruz Roja en Sudamérica? No, eso ya lo había contado para justificar el vertiginoso matrimonio.

Inventar a Warren había sido un error. Primero les dijo que era su novio para tranquilizarlos, porque su madre estaba aterrada con el porcentaje de crímenes que había en Phoenix. Pero un día uno de sus novios contestó al teléfono a las siete de la mañana… y tuvo que decirle que se habían casado.

Pensar en el disgusto y la desilusión que se llevarían si supieran que nada de eso era cierto…

Los clientes del salón la mantuvieron ocupada durante todo el día, pero Nikki no podía dejar de darle vueltas al asunto. Tatuó un águila, un sol naciente, un signo de la paz y convenció a una pareja de novios para que no se borraran el nombre del otro porque la pelea no iba a durar mucho tiempo. A las ocho, puso el cartel de «Cerrado» y subió a casa.

Mientras se hacía un té, encendió una vela de lavanda y una barrita de incienso. Su padre estaba enfermo… tenía que ir a verlo. Pero le daba pánico. Mentir por teléfono era relativamente fácil, pero hacerlo en persona seguramente le resultaría imposible.

Si hubiera un Warren disponible por ahí…

Bom. Bom. Bom. Alguien estaba golpeando la puerta de la tienda con tanta fuerza que podía oírlo desde arriba. Nikki arrugó el ceño. ¿No habían visto el cartel de «Cerrado»?

A veces tatuaba a alguna pareja de amantes desesperados, fuera la hora que fuera, pero aquella noche no estaba de humor.

Capítulo 2

HOLLISTER Marx volvió a llamar a la puerta de la tienda. ¿Qué clase de maníaco le hace un tatuaje a una niña de diecinueve años? Lo obligaría a pagar por el procedimiento láser para borrárselo por las buenas o por las malas.

Por supuesto, Leslie no quería borrárselo. Pero cuando se diera cuenta de lo absurdo que era, él tendría que soltar cinco mil dólares. Y no estaba dispuesto.

Furioso, siguió golpeando la puerta mientras miraba el reloj. Solo eran las ocho y cuarto, de modo que tenía que haber alguien dentro. Cuando apoyó la cara en el cristal, vio que el interior estaba muy limpio, con plantas y cristalitos por todas partes. Qué raro, pensó. No parecía un sitio visitado por macarras y ex convictos. Y su pobre y confusa hermana.

Ojalá creciera de una vez. Cuando él tenía diecinueve años se portaba como un adulto. Y estaba harto de sacarla de líos.

Además, tenía suficiente entre las manos con su nueva clínica y sus peleas con Rachel. Rachel… No podía creer que hubiera comprado las alianzas. Apenas habían hablado de formalizar su relación y ella ya había comprado dos alianzas.

«No he podido resistirme. Estaban a un precio increíble».