Bienaventurados los ambiciosos - Thomas Joachim - E-Book

Bienaventurados los ambiciosos E-Book

Thomas Joachim

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Beschreibung

La ambición tiene bastante mala prensa entre los católicos. Algunos la consideran una búsqueda del ego y la vanagloria, y reducen su sentido a la simple ambición mundana. Pero se puede lograr otro punto de vista más pleno si tratamos de considerarla "desde Dios". Nuestra época se define a veces como la era del vacío, del desencanto, de la pérdida de valores. Se hace cada día más urgente que recuperemos el deseo de grandeza, la confianza en la vida y el entusiasmo por seguir adelante. Porque Dios es ambicioso con cada uno de nosotros, y nos enseña también a serlo. Este libro se propone mostrar por qué y cómo cooperar humildemente con la inmensa ambición de Dios hacia nosotros.

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THOMAS JOACHIM

BIENAVENTURADOS LOS AMBICIOSOS

Cómo corresponder al deseo de Dios

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: Heureux les ambitieux

© 2022 Éditions des Béatitudes S. O. C.

© 2023 de la versión española realizada por Miguel Martínby EDICIONES RIALP, S. A., Manuel Uribe 13, 28033 Madrid.

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6484-2

ISBN (edición digital): 978-84-321-6485-9

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6486-6

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

PRIMERA PARTE. AMBICIOSOS COMO NIÑOS

1. Pequeña historia de la grandeza de alma

2. La mala ambición

1. La ambición puede ser vana y nociva para nosotros

2. La ambición de unos puede ser nociva para los demás

3. La ambición puede oponerse a la gloria de Dios

3. La buena ambición

1. La buena ambición es benéfica para nosotros

2. La buena ambición sirve a los demás

3. La ambición por Dios

4. El verdadero espíritu de infancia

1. El síndrome de Peter Pan

2. El complejo de inferioridad y la voluntad de poder

3. Nietzsche y Teresa del Niño Jesús

4. Ser joven de espíritu

SEGUNDA PARTE. LOS TRES ELEMENTOS CONSTITUTIVOS DE LA AMBICIÓN

1. La vía del deseo

1. Para hacer eficaz el deseo

2. El sueño de Dios en el sueño de los hombres

3. El vigor sereno del deseo

2. La confianza

1. ¿Qué es la confianza?

2. ¿En quién confiar?

3. ¿Cómo potenciar nuestra confianza?

3. La combatividad

1. Vencer al león

2. Superar el desaliento

TERCERA PARTE. LAS SIETE AMBICIONES DE DIOS PARA NOSOTROS

1. El orden de sabiduría del Padre Nuestro

2. Las siete peticiones del Padre Nuestro

1. «Santificado sea tu nombre». Vivir del don de temor de Dios

2. «Venga a nosotros tu reino». Vivir del don de piedad

3.«Hágase tu voluntad». Vivir del don de ciencia

4.«Danos hoy nuestro pan de cada día». Vivir del don de fortaleza

5. «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Vivir del don de consejo

6. «No nos dejes caer en la tentación». Vivir del don de inteligencia

7. «Y líbranos del mal». Vivir del don de sabiduría

3. Padre nuestro que estás en el cielo, haz de la tierra un cielo

Conclusión

1. Más ancha

2. Más larga

3. Más alta

4. Más profunda

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Índice

Comenzar a leer

Notas

INTRODUCCIÓN

«Tengo tanta ambición para tu alma»1.

Santa Isabel de la Trinidad

Al hombre que no se atrevía a avanzar, el Señor le dijo: «Amigo, sube más alto»2. Maurice Zundel sugiere que estas palabras caracterizan el mensaje de Jesús: «Sube más alto, nunca es suficiente. Sube más alto. Porque justamente tú no puedes realizarte más que divinamente, no puedes satisfacer tus deseos sino yendo hasta el final, hasta el infinito»3. Vamos a ver por qué y cómo atrevernos a «ir más arriba», por qué y cómo ser ambiciosos.

Hablar positivamente de ambición puede parecer paradójico, pues la ambición tiene mala prensa, sobre todo entre los católicos. Evoca el orgullo, la vanidad, la rivalidad, y con frecuencia el ridículo. Hay que decir que la etimología de la palabra no ayuda: deriva del verbo latino ambire que quiere decir: «Ir alrededor». En la Edad Media, designaba la campaña de los candidatos en una elección para pedir los votos. La ambición remite pues a la idea de cortejar a los electores, con todo lo que eso implica de arribismo y de bajeza. En la Biblia, por otra parte, las escasas ocurrencias del término se refieren siempre a un pecado4.

Entonces, ¿por qué un libro sobre la ambición? ¿Y por qué proclamar: «Bienaventurados los ambiciosos»? El subtítulo lo explica: vamos a hablar de «cómo corresponder al deseo de Dios». Mi intención no es evidentemente exaltar la ambición mundana, la de los Rastignac5 de todos los tiempos. Trato más bien de mostrar cómo cooperar humildemente al deseo inmenso que tiene Dios de nosotros.

¿Qué pasaría si fuésemos más conscientes de la grandeza de su ambición para nosotros, de lo que desea para nosotros? Amaríamos sin duda más la vida, recuperaríamos fuerzas, seríamos más entusiastas. Es esta intuición la que me ha animado a escribir este libro. Nuestra época es morosa. Se la describe a veces como la era del vacío, del desencanto, del nihilismo o del hundimiento de los valores. En este contexto, es urgente recuperar el deseo de grandeza, la confianza en la vida y la energía para ir adelante. Es la actitud propia de los niños.

En una primera parte, titulada: «Ambiciosos como niños», trataré de mostrar cómo la tensión hacia lo que es grande caracteriza el verdadero espíritu de infancia evangélico. Se tratará de subrayar el carácter positivo de la ambición.

En un segundo momento, miraré cómo cooperar con la ambición divina. Esta parte, titulada «Los tres elementos constitutivos de la ambición», subrayará los aspectos de nuestra vida interior que hay que desarrollar particularmente para entrar en la ambición de Dios para nosotros: el deseo, la confianza y la combatividad.

Finalmente, en una tercera parte, consideraré la ambición de Dios para nosotros. Esta parte, titulada «Las siete ambiciones de Dios para nosotros», se presentará como un comentario de la oración del Padre nuestro. Nos dará la clave de la ambición cristiana, pues no podemos vivir del deseo de Dios para nosotros más que pidiéndole realizarlo él mismo en nosotros.

Primera parteAMBICIOSOS COMO NIÑOS

«Las personas mayores han sido primero niños

(Pero pocos lo recuerdan).

Corrijo, pues, mi dedicatoria:

A León Werth cuando era niño».

Saint-Exupéry, Dedicatoria de El Principito

¿No habría nada como una «buena» ambición y una «mala»? Las dos parecen tender a una especie de grandeza, pero su finalidad, sus medios y sus maneras divergen:

Una «buena ambición» mirará a algo magnífico, mientras que una ambición desviada mirará solo a una posición superior: es la ambición del «arribista», que aspira más a las dignidades que a la verdadera grandeza;

la manera de portarse del buen ambicioso será noble y orientada a los demás, mientras que el arribista estará dispuesto a todas las bajezas para alcanzar su objetivo y satisfacer su narcisismo.

En la lengua clásica, sin embargo, esta distinción no aparece casi nunca. La palabra «ambición» solo tiene un valor positivo muy recientemente, por influencia del liberalismo que hace de ella un motor para la acción. Por eso hay que ocuparse primero del carácter positivo de la ambición: «Un hombre no es desgraciado porque tenga ambición, sino porque sea devorado por ella»6.

1. PEQUEÑA HISTORIA DE LA GRANDEZA DE ALMA

«En una palabra, el hombre sabe que es miserable:

es pues miserable, puesto que lo es;

pero es muy grande, puesto que lo sabe»7.

Pascal

En la Antigüedad, los griegos habían forjado una palabra para expresar el ideal de la grandeza: la «magnanimidad» (megalopsychia)8. Para ellos, esta disposición del alma revestía un aspecto heroico que se expresaba a menudo en el rechazo a soportar una afrenta. Recordemos por ejemplo la respuesta de Aquiles, cuando su madre, Tetis, le advirtió que si renunciaba a perseguir a su enemigo, viviría viejo y feliz, mientras que si buscaba vengarse, moriría en la guerra. Y Aquiles respondió fieramente: «¡Pues bien! Se me verá en el suelo cuando la muerte me alcance. Pero hoy quiero conquistar una noble gloria…»9.

Los griegos apreciaban también otro tipo de grandeza de alma, más filosófica: permanecer impasible ante las vicisitudes de la existencia. Es el ejemplo de Sócrates, que bebe de un trago la copa de veneno que le tiende su verdugo, y sigue filosofando tranquilamente (sobre la idea de la muerte) con sus discípulos10.

Cuando el cristianismo se encontró con el pensamiento griego y romano, la magnanimidad no fue adoptada enseguida como una virtud cristiana. Parecía altanera. Se desconfiaba de ese apetito de grandeza que recordaba el orgullo. No se veía bien cómo podría estar en armonía con la humildad cristiana. No solamente la palabra «magnanimidad» estaba ausente de la traducción griega de la Biblia, sino que Jesús en la cruz no tenía nada de un Sócrates impasible. Hasta el punto de que los paganos se burlaban: «¡Qué penoso espectáculo, qué lejos está de la impasibilidad y la serenidad del sabio! Ante el sufrimiento, tiembla, tiene miedo; ante el juez, se calla; en la hora suprema, grita, pide socorro; no, no es un fuerte, es un débil»11.

Se debe a santo Tomás de Aquino la explicación, en el siglo xiii, de cómo la magnanimidad es compatible con la humildad, es decir, cómo se puede uno considerar digno de grandes honores reconociendo al mismo tiempo que todo se lo debe a Dios12. Según él, no solamente estas dos actitudes son conciliables, sino que se requieren la una a la otra. No hay magnanimidad sin humildad ni humildad sin magnanimidad. ¿Por qué? Porque se encuentra a la vez en el hombre la grandeza y la miseria. Como dirá Pascal, el hombre en su naturaleza es «una nada ante el infinito, un todo ante la nada, un medio entre nada y todo»13. Puede así ser a la vez magnánimo considerando su dignidad y los dones que ha recibido de Dios, y juzgarse poca cosa considerando su insuficiencia. Lejos de contradecirse, la magnanimidad y la humildad se equilibran la una a la otra. Sin grandeza de alma, la humildad deviene una regresión psicológica; sin humildad, la magnanimidad no es más que presunción.

A partir del siglo xvii, esta bella unidad fue de nuevo disociada, y es principalmente fuera del cristianismo donde se ha intentado responder a los deseos de grandeza. Los modernos han sustituido progresivamente la noción de magnanimidad por la de «generosidad»14, o de «voluntad de poder». Se sabe lo mucho que reivindicará Nietzsche esta actitud oponiéndola a la humildad y a la compasión de las que tenía horror: la humildad es, a sus ojos, una virtud de esclavo; los amos «altivos y fieros» la desprecian15. «La compasión es lo opuesto a las emociones tónicas que educan la energía del sentimiento vital: tiene un efecto deprimente. Compadecer es perder fuerza»16.

Se encuentra actualmente, en una forma edulcorada, esta voluntad de poder en muchos libros de desarrollo personal. No hay más que considerar el uso de la palabra «poder o potencia» en los títulos de los grandes best-sellers del género para darse cuenta. Es innegable que esas obras estimulan la pasión por la grandeza. El subtítulo de La magia de pensar en grande (David Schwartz, 1953), uno de los primeros best-sellers de este género, es por lo demás significativo: «¡Fíjese metas altas… y supérelas!». En este libro, David Schwartz martillea a lo largo de las páginas que hay que pensar grande (Think big) a fin de vivir grandes realizaciones y una gran felicidad. Y, para eso, hay que acostumbrarse a pensar positivamente anticipando el éxito. La grandeza de alma de los antiguos es así transformada en «pensamiento positivo», con esta idea un poco «mágica» de que a fuerza de visualizar el éxito, se acabará por atraerlo.

Hoy, la palabra «magnanimidad» parece un tanto desusada; como mínimo ha caído en el olvido. Es la razón por la cual hablaré más bien aquí de ambición, pero precisando que la ambición es más una pasión que una virtud17. Por eso puede haber una «buena» y una «mala» ambición, mientras que una virtud nunca puede ser mala, no hay mala magnanimidad.

2. LA MALA AMBICIÓN

«La caridad no es ambiciosa»18.

San Pablo

Ya lo hemos visto, la mala ambición no busca tanto la grandeza como la precedencia. Como decía Cicerón, que sabía bien de qué hablaba: «Cuando un hombre advierte en él alguna grandeza interior, aspira enseguida a dominar sobre todos los demás, o más bien a llenar él solo el mundo»19. Voy a considerar aquí los tres aspectos negativos principales de este deseo desordenado de preeminencia: en relación con nosotros mismos, en relación con los demás y en relación con Dios. Eso nos ayudará, por contraste, a comprender mejor el triple beneficio de la buena ambición.

1. La ambición puede ser vana y nociva para nosotros

Según el diccionario de la RAE, la ambición es un «deseo ardiente de conseguir algo, especialmente poder, riquezas, dignidades o fama». Santo Tomás de Aquino decía que es «un apetito inmoderado de los honores»20 y Spinoza, un «deseo inmoderado de la gloria»21. Vamos a ver lo vano y nocivo que es este exceso narcisista.

La ambición, ante todo, es vana. Se dice del diablo que cuanto más tiene, más quiere tener. Eso mismo le pasa al ambicioso. Siempre está insatisfecho, siempre insaciable. Cuanto más honores tiene, más quiere. Se encuentra poseído por una especie de mal infinito, es decir por una carencia infinita. Desde este punto de vista, se le podría comparar con el avaro. Un día le preguntaron a Rothschild cuánto dinero se necesitaba para hacer a un hombre feliz; respondió: «Solo un poco más». Ese es el drama del arribista: su avidez; le falta siempre solo un poco más de gloria. Estará más descontento por lo que no tiene que satisfecho por lo que posee22. No hay ambicioso satisfecho.

La ambición no solo es vana, es también peligrosa. Porque las grandes subidas preceden con frecuencia a las grandes caídas. Según el adagio romano: Arx tarpeia Capitoli proxima