Breve historia de Atila y los hunos - Ana Martos Rubio - E-Book

Breve historia de Atila y los hunos E-Book

Ana Martos Rubio

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Un libro, por lo demás necesario para conocer de manera fidedigna, clara y concisa la epopeya de estos jinetes que aterrorizaron a medio mundo creando a su alrededor un halo de leyenda que perdura y perdurará por los siglos de los siglos. Educado como un romano más, Atila pasó de ser aliado a ser el terror de Roma, un guerrero despiadado con una leyenda de destrucción que llega hasta la actualidad. De los hunos, y en concreto de Atila, su caudillo más importante, nos han llegado innumerables leyendas, todas ellas relacionadas con su capacidad de destrucción y su poderío militar, jefe de un ejército capaz de aterrorizar a las expertas legiones romanas. Se decía de ellos que no tenían rostro y que se comían a sus enemigos, y su sola mención vaciaba las ciudades: era necesario por tanto, un libro capaz de rescatar los hechos históricos entre el océano de leyendas. Este el encomiable trabajo al que Ana Martos se enfrenta en Breve historia de Atila y los hunos. Recorre la autora un segmento cronológico completo de los hunos que abarca desde el debate sobre su origen, hasta su disolución tras la muerte de Atila. Desde su derrota frente al imperio chino, los hunos fueron un pueblo en continua batalla, nómadas en búsqueda perpetua de mejores pastos y más grandes territorios. En esta migración continua hacia occidente, encontraron no pocos enemigos y devastaron a todos los pueblos que se atrevieron a enfrentarse a estas hordas de jinetes. Las dos primeras partes de la obra tratan la génesis y migración de los hunos hacia las fronteras con el Imperio romano, y en la tercera nos presenta la figura de Atila, su maestría como guerrero, pero también su educación romana y su capacidad de gobernar sabiamente a su pueblo desde Panonia, con una corte que mezclaba administradores y sabios tanto romanos como bárbaros.

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BREVE HISTORIA DE ATILA Y LOS HUNOS

Ana Martos

Colección: Breve Historiawww.brevehistoria.com

Título: Breve historia de Atila y los hunos

Autor: © Ana Martos Rubio

Copyright de la presente edición: © 2011 Ediciones Nowtilus, S.L. Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madridwww.nowtilus.com

Diseño y realización de cubiertas: Universo Cultura y Ocio

Diseño del interior de la colección: JLTV

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las corres pondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

ISBN: 978-84-9967-018-8

Printed in Spain

Índice

Introducción

Capítulo 1: En las estepas del Asia Central

La vida a caballo

¿Eran turcos o mongoles?

Los pueblos en movimiento

Y Oriente se arrojó sobre Occidente

Historia y leyenda

Capítulo 2: En los imperios asiáticos

Ante la Gran Muralla

En la ruta de la seda

En la China de los Han

Los hunos blancos

En la Persia de los sasánidas

En la India de los guptas

En la India de los heftalíes

Capítulo 3: En las fronteras del Imperio romano

De la paz romana a la paz romano-germánica

El Imperio dividido

El mundo se estremece

Junto al río Siret

En el Danubio

A las puertas de Constantinopla

Capítulo 4: En Panonia

Jinetes antropófagos de rostro inhumano

El gigante pelirrojo

La caída de Roma

Ha muerto el diablo

Un futuro patricio romano

El enano Zercone

La espada de Marak

Atila y Bleda al frente del Imperio huno

Capítulo 5: En la corte de Atila

Un emperador beato y tembloroso

El pacto roto

Tránsfugas y traidores

Un diplomático en la corte de Atila

Retrato de un aspirante a patricio

Capítulo 6: En la Galia

Un sueño que se quiebra

Las amistades romanas

Una princesa para un bárbaro

Bajo los cascos de su caballo no crecía la hierba

Una lucha fratricida

Capítulo 7: En Roma

El azote de Dios

La leyenda del Papa diplomático

La princesa burgundia

El tesoro de Atila

Los hijos de Atila

El último huno

Un emperador y un rey

El último de los romanos

Epílogo

Bibliografía

Introducción

No sabemos gran cosa sobre el origen de los hunos, un pueblo asiático que asoló y aterró durante mucho tiempo al mundo civilizado. Los autores no se han puesto de acuerdo acerca de su procedencia étnica, ya que algunos los consideran mongoles y, otros, turcos. Muchos historiadores los suponen descendientes de los xiongnu, una confederación de pueblos procedente de los montes Altai, que creó uno de los llamados imperios de las estepas en el siglo III a. C. y que, tras largo tiempo de espera, de asedio y de ataques, consiguió dominar la China de los Han.

Algunos historiadores están de acuerdo en que los hunos eran xiongnu oriundos del norte de Siberia, de raza mongoloide y lengua altaica. En una época difícil de determinar, descendieron hacia el sur abandonando la civilización del reno por la del caballo y cambiando el bosque por la estepa.

Tampoco se han puesto de acuerdo los historiadores sobre el salvajismo y barbarie de los hunos. Para algunos, como Amiano Marcelino, eran salvajes antes de abalanzarse sobre el mundo civilizado, superaban en barbarie cuanto se pueda imaginar, vivían como animales y se alimentaban de carne cruda (las gentes llegaron a creer que comían carne humana). «Preguntad a esos hombres de dónde vienen y dónde han nacido», invita el historiador romano, «lo ignoran».

Pero para otros, los hunos no eran tan salvajes, sino que limitan esa conocida imagen de hordas a caballo y de ciudades saqueadas a las épocas de guerra o de grandes migraciones. El retrato que hizo Prisco de Atila y su gente no se parece en nada al de Amiano Marcelino. La corte de Atila contó con intelectuales romanos y, para el propio caudillo, no hubo mayor deseo en el mundo que llegar a ser ciudadano de Roma y lucir insignias, cosa que nunca consiguió. Las descripciones de un historiador romano de origen godo, Jordanes, son sin embargo similares a las de Amiano Marcelino y no a las de Prisco. Parece que Jordanes utilizó a Marcelino como fuente directa, ya que él no vivió la invasión huna.

La mayor parte del conocimiento que tenemos de los hunos nos ha llegado en los escritos de historiadores griegos y romanos, sobre todo, en las crónicas de Prisco de Panio, el embajador que el emperador Teodosio II envió a la corte de Atila, acompañando al embajador Maximino, donde vivió algún tiempo observando y escribiendo sobre las costumbres, los actos y hasta la vestimenta de los hunos del siglo V. Sabemos que el último emperador romano de Occidente, Rómulo Augusto, fue hijo de uno de los secretarios de Atila, el poeta romano Orestes.

Pero la historia de Atila no es la historia de los hunos. Atila fue el más célebre, el más conocido en Europa, pero no fue el único, aunque sí el último de ellos, porque, tras la muerte de su caudillo, aquel que hacía desaparecer la hierba bajo los cascos de su caballo, el Imperio huno se derrumbó, su poder, su ferocidad y su fama se apagaron y su pueblo se disgregó hasta difuminarse en el tiempo y en la historia.

Roma se impuso durante siglos a los bárbaros que rodeaban sus fronteras, sometiéndolos y maravillándolos con su poder y su civilización. Vercingetórix se rinde a Julio César, de Lionel-Noël Royer (siglo XIX), Museo Crozatier, Le Puy-en-Velay, Francia.

Pastores, nómadas, cazadores de historia incierta, terror apocalíptico para los pueblos establecidos pacíficamente junto a las fronteras de Roma, lo cierto es que fueron los hunos los responsables si no de la caída del Imperio romano, sí de su desaparición bajo las invasiones bárbaras, porque fueron ellos los que empujaron a los godos y los aterrorizaron hasta hacerlos caer sobre el Imperio y derribar el muro de respeto, temor y admiración que venía separando a los pueblos sin civilizar de la civilización.

Y, como responsables de la gran migración de pueblos que se volcaron sobre el Imperio romano, participaron también en la fundación de Europa, porque aquella migración que terminó con el Imperio romano de Occidente acabó por establecerse y fundar las naciones que hoy conocemos. El escritor italiano Cesare Balbo señala la caída del Imperio como el momento en que Italia se independizó de Roma.

1

En las estepas del Asia Central

Es inmensa la llanura que se extiende entre el Don y Mongolia, en las terribles estepas del Asia Central. Un paisaje monótono e infinito cuya apariencia sugiere desolación y barbarie, pero de cuya llanura ondulante de hierba y grano surgieron los tres imperios de las estepas: los xiongnu, los turcos y los mongoles. De allí procedió también el pueblo que hizo temblar al mundo civilizado: los hunos.

En las interminables estepas, el invierno es tan frío que la vida se detiene y todo se paraliza, mientras que la sequía estival es tan prolongada que en algunos puntos roe la estepa herbosa creando desiertos como el de Gobi.

Sin embargo, desde la Prehistoria hubo nómadas indoeuropeos trashumantes que recorrieron esas tierras apacentando sus ganados sin detenerse. Y surgieron pueblos que fundamentaron su cultura en el movimiento, en la búsqueda periódica de pastos para sus animales, pueblos que se alimentaron de carne de caballo y bebieron leche de yegua. Pueblos a los que los historiadores griegos y romanos despreciaron, denominándolos bárbaros y considerándolos salvajes porque tenían costumbres para ellos extrañas. Los pueblos agrícolas, sedentarios, siempre han temido a los nómadas, a los que no tienen patria ni asentamiento fijo, porque llegan con sus ganados y arrasan la tierra que ellos cultivan. Destruyen y se van a destruir a otro lado, a cualquier lugar en el que encuentren nuevos pastos para sus animales. Por eso, un día el agricultor mataría al pastor para acabar con la amenaza del nomadismo, al menos eso es lo que pudiera reflejar el mito de Caín y Abel. Pero no debieron ser tan bárbaros, porque mover muchedumbres y grandes masas de ganado de un lugar a otro supone el desarrollo de cierta tecnología, de cierta capacidad de caudillaje y de cierto dominio sobre el medio.

Los civilizados griegos y romanos llamaron bárbaros a los pueblos extranjeros cuyas costumbres y lengua les resultaban extrañas. Uno de los signos de salvajismo e incultura de los bárbaros fue el papel relevante que desempeñaron sus mujeres. La muerte de Hervor, de Peter Nicolai Arbo (siglo XIX), Museo Drammens, Noruega.

No eran tan salvajes porque hace más de cinco mil años que dieron un paso adelante en las comunicaciones, en los transportes y en el arte de la gue–rra: domesticaron al caballo, primero, como ganado de carne, seleccionando ejemplares para su cría, después, como animal de tracción y, más tarde, como montura.

LA CONDICIÓN DE LA MUJER EN LAS SOCIEDADES BÁRBARAS

La inferioridad y la sumisión de la mujer se consolidó probablemente con la civilización occidental, puesto que los civilizados griegos y romanos consideraban un signo de salvajismo e incultura el que algunos pueblos bárbaros, como los escitas, los etíopes o los britanos, otorgaran a sus mujeres un papel sobresaliente en la sociedad y admitieran caudillos militares e incluso gobernantes del sexo femenino. Heródoto relató la existencia de pueblos de mujeres guerreras que vivían en el Cáucaso o junto al mar Negro, las amazonas, que vivían a caballo, luchaban con denuedo y se comportaban como se supone que debían comportarse los hombres. Varios arqueólogos, entre ellos, Neal Ascherson, han dado la razón al historiador griego al encontrar numerosos vestigios de civilizaciones que florecieron junto al mar Negro y el mar de Azov, en las que las mujeres acaudillaban y gobernaban las tribus, acompañaban a sus maridos a cazar y recibían los mismos honores guerreros que los hombres. Se han hallado tumbas de mujeres guerreras rodeadas de todos sus pertrechos de guerra y de caza, incluso con esqueletos de hombres enterrados a sus pies. En cuanto al civilizado Egipto, las mujeres gozaron casi siempre de igualdad jurídica y social con los hombres. La trinidad egipcia incluía a una diosa, Isis.

LA VIDA A CABALLO

Los pueblos de las estepas del Asia Central vivían a caballo, desplazándose en carromatos o cabalgando tras la caza en la paz o tras el enemigo en la guerra. Así vivieron los hunos y así vivieron los mongoles, los turcos, los escitas, los sármatas y muchos otros.

Pero antes de convertirlo en uno de los primeros animales domésticos, muchos pueblos germanos consideraron sagrado al caballo y lo adornaron con valores místicos. Son numerosas las pinturas del Paleolítico que representan caballos, incluso en un lugar privilegiado de la gruta que sugiere adoración, como el Camarín de la cueva de San Román de Candamo, en Asturias. Siglos después de convertirse al cristianismo, los francos continuaron celebrando su particular eucaristía a base de caldo de caballo; los chinos montaron a caballo desde 2155 a. C.; fue un animal muy importante para los escitas y los partos, que invadieron el mar Negro, y también para los kirguises y los ávaros, cuya tradición les hacía descender de un dios emparejado con una yegua.

EL CABALLO DOMESTICADO

La revista Science publicó en marzo de 2009 la noticia de que el hombre domesticó al caballo en Asia Central hace 5.500 años, 2.000 años antes que en Europa, según nuevas pruebas halladas por un equipo internacional de arqueólogos en el norte de Kazajistán. El descubrimiento se debió a la presencia de fósforo en el suelo analizado dentro de lo que parecen ser vestigios de corrales para caballos junto a 54 chozas, en el yacimiento arqueológico de Krasnyi Yar, habitado por un pueblo de la cultura Botai.

El caballo aparece en el Paleolítico en pinturas rupestres, como animal apreciado y a veces sagrado, siendo su carne uno de los alimentos más importantes. También fue uno de los primeros animales domesticados. En el período diluvial abundaban en Europa caballos salvajes de pequeño tamaño, pero en la Edad del Bronce aparecen ya bocados y frenos. Los egipcios los debieron traer de Asia Menor y los utilizaron en la guerra, según pinturas de la 18 dinastía en las que el caballo aparece no como montura sino para tracción de carros guerreros.

En vasijas de cerámica de la cultura Botai, al norte de Kazajistán, se han encontrado restos de grasa procedentes de leche de yegua, en un yacimiento arqueológico datado en 5.500 años.

La cultura Botai, que se desarrolló en las estepas de Kazajistán hace entre 5.700 y 5.100 años, utilizó caballos como medio de transporte y también para obtener leche. Lo sabemos por el análisis de vasijas de cerámica encontradas en el yacimiento de Krasnyi Yar que conservan restos de grasa procedentes de leche de yegua.

¿ERAN TURCOS O MONGOLES?

En el siglo II a. C. que es cuando aparecieron dos pueblos con rasgos mongoles junto a la frontera china, las lenguas turcas y mongolas no estaban todavía diferenciadas y, por eso, unos autores tienen a los hunos por mongoles y, otros, por turcos.

Siglos atrás, grupos de tártaros, manchúes y rusos se habían establecido al sur de los bosques de Siberia, en una franja de praderas y estepas de gramíneas que se mantienen verdes todo el año. La fertilidad del terreno los convirtió en sedentarios dedicados a la agricultura.

Pero otros pueblos, turcos y mongoles, se situaron más al sur, en tierras de clima continental, donde escasean las lluvias, sopla un viento implacable y la vegetación es un paraíso para animales herbívoros. Turcos, mongoles y tibetanos se repartieron el enorme espacio árido que abarca el norte del Tíbet, la cuenca del río Tarim y Mongolia, entre verdaderos desiertos de arena y áridas llanuras junto al mar de Aral y el mar Caspio. La dureza del clima y los cambios estacionales del terreno los condenaron al nomadismo.

Los orígenes prehistóricos de ambos grupos parecen hallarse al sur de la zona boscosa siberiana, donde se encontraron numerosos sepulcros pertenecientes a varias fases cronológicas que abarcan desde el inicio de la Edad del Bronce hasta el siglo XIII.

Ambos pueblos presentaban rasgos mongólicos, más acentuados en el grupo más oriental y menos en las zonas del Turquestán, desde el Caspio a la frontera china, donde parece que predominaron los grupos de procedencia turca.

Los chinos los rechazaron y persiguieron hasta el mar Caspio, donde se dividieron en dos grandes ramas. Los hunos blancos, llamados también heftalíes por los historiadores bizantinos (los indios los llamaron hunas, que es el vocablo sánscrito equivalente), conquistaron la India ya en el siglo V de nuestra era. En cuanto a los llamados hunos negros, se mezclaron con germanos, eslavos y fineses y se lanzaron, con Rugila a la cabeza, a conquistar Europa.

Las primeras tribus de la estepa oriental eran, por tanto, turco-mongolas. Al occidente del actual Kazajistán, donde se domesticaron los primeros caballos, se destacó un pueblo de lengua altaica, procedente de las regiones del Altai, al que los chinos llamaron xiongnu y que, en el siglo III a. C., creó un imperio en la estepa que se extendió hasta el Cáucaso1.

Los montes Altai, de donde procedían los xiongnu, posibles antecesores de los hunos.

Siglos atrás, los xiongnu habían arrancado la hegemonía a aquellos nómadas indoeuropeos que vimos recorriendo las estepas del Asia Central. Los xiongnu eran paleoasiáticos y hablaban una lengua afín al ostiaco que en nuestros días se emplea en la cuenca del Yeniséi, en Siberia.

Sin embargo, los xiongnu no eran una única tribu o grupo étnico, sino una federación de grupos de diferente procedencia. Cuenta el historiador francés Jacques Pirenne que, hacia el siglo I, estas tribus se desmembraron y se dispersaron por la estepa donde los clanes turco-mongoles los dominaron, pasando algunos a servir a los emperadores chinos. Procedieran de donde procedieran, las tribus confederadas de los xiongnu tenían en común el género de vida. Eran pastores que seguían a sus rebaños de caballos, bueyes, carneros y camellos en sus desplazamientos, ya que de ellos obtenían todos los recursos para vivir. Carne para comer, que era su dieta exclusiva, leche para beber y pieles para vestir. Vivían a caballo y aparecían de pronto en las lindes de los cultivos para capturar hombres, ganados y riquezas. Si los perseguían, huían acribillando a sus seguidores con nubes de flechas y cortaban la cabeza de los enemigos muertos para convertirlas en trofeos. Su cultura nos dejó cinturones, hebillas y arneses de los caballos, así como tallas de bronce con formas estilizadas de animales, caballos, corzos, osos y tigres, enredados en furiosos combates. Su arte muestra la geometría elemental propia de las estepas.

¿ERAN XIONGNU LOS HUNOS?

Los estudiosos e historiadores no acaban de ponerse de acuerdo respecto a la relación entre los xiongnu y los hunos. Parece que el primero en relacionarlos fue el historiador francés de Guignes, en el siglo XVIII, pero todavía sigue siendo motivo de controversia. Varios autores de la Wikipedia señalan que las pruebas de ADN de restos de hunos no han sido decisivas a la hora de determinar el origen de este pueblo, pero que, atendiendo a la escritura y a la pronunciación del carácter chino que se ha transliterado como xiong, se podría deducir que o bien los hunos fueron descendientes de los xiongnu occidentales que emigraron hacia el oeste, o bien tomaron prestado el nombre de los xiongnu occidentales, o los xiongnu formaron parte de la confederación huna.

Para otros autores, como Karen Farrington, los hunos descienden de las tribus nómadas que los xiongnu, de habla turca, llevaron de las estepas a Occidente. No hubo una sola tribu de hunos, sino dos. Los hunos negros, los de Atila, y los hunos blancos, que se dirigieron más a Persia y a la India.

Este tapiz asiático representa el tratado de amistad establecido entre el emperador Wen y los xiongnu en el siglo II a. C.

Ellos fueron quienes condujeron a las tribus de las estepas hacia Occidente y de ellos descenderían, más tarde y muy probablemente, los hunos.

LOS PUEBLOS EN MOVIMIENTO

La causa de las migraciones de los pueblos que formaron Europa ha sido con frecuencia objeto de debate, dado que no hay fuentes escritas, porque sus gentes conocieron solamente la escritura al entrar en contacto con los romanos. Sin duda llegaron a Europa atraídos por las riquezas de Roma o empujados por oleadas de pueblos asiáticos.

Se pusieron en movimiento porque en muchas regiones del mundo bullían otros pueblos en agitación constante. Unos empujaron a los otros, que se agitaron a su vez empujando a los siguientes. Así, la agitación, el movimiento y la expansión poblaron Occidente de pueblos orientales, llegados desde los confines del mundo hasta invadir y devorar el Imperio romano.

Las primeras migraciones hacia Occidente partieron de Asia Central. Eran tribus de pastores que buscaban algo mejor que los pastizales arrasados por sus ganados y unos cambios climáticos extremos. Por ello, emprendieron un día la marcha con sus rebaños y sus tiendas de fieltro, camino de las cuencas de los ríos siberianos, Obi, Yeniséi e Irtix. Eran los turcos. En el siglo V estaban ya estableciendo relaciones diplomáticas con Bizancio, acomodados (de momento) al norte de Persia. En el siglo XVI, habían llegado hasta Viena y creado el Imperio otomano, pero antes se encargaron de acabar con el Imperio romano de Oriente. Hoy llamamos Turquía a Asia Menor y llamamos Estambul a lo que antes fue Constantinopla.

Otros pueblos procedentes de Manchuria y Mongolia llegaron al sur del lago Baikal, dispersando a cuantos encontraban en su camino. Eran los ávaros. En su migración, empujaron hacia el oeste a grandes tribus de pastores que cuidaban sus rebaños en Siberia y que, espoleados y atacados, se convirtieron en feroces guerreros tan amenazadores que Europa tembló ante ellos. Eran los hunos. En el siglo V estaban ya junto al Danubio.

Pero los hunos y los ávaros no tenían el camino libre hacia Occidente, sino que tropezaron con otros pueblos indoeuropeos acampados en el Cáucaso no en tiendas, sino en carros colocados en forma de círculo, que bebían leche agria y se tocaban con cascos de forma cónica. Eran los alanos.

Otros pueblos descendieron desde las heladas rocas del norte para asentarse en el bajo Danubio. No eran nómadas, sino agricultores, pero se vieron empujados en el siglo IV por los pueblos que se agitaban en Oriente y que los obligaron a viajar hacia Occidente. Eran los godos. No eran viajeros que vivieran en campamentos, sino aldeanos acostumbrados a vivir de forma ordenada. Por eso, lo que querían no era conquistar ni invadir, sino dejarse absorber por Roma y formar parte del Imperio.

Antes que ellos lo habían hecho los celtas, que habían pasado de la Galia a las islas Británicas y, en el siglo VI se habían instalado en la península Ibérica. Antes habían fundado ciudades en el norte de Italia y habían terminado con el Imperio etrusco.

Otros pueblos celtas se abatieron sobre Europa, huyendo de los agitadores de Oriente. Eran los belgas. Los germanos los empujaron hasta el otro lado del Rin. Otros se instalaron junto al Mosela y el Escalda y otros partieron para Inglaterra.

Después llegaron otros germanos. Llegaron en oleadas, enfrentándose a Roma que los venció en el siglo II. Tras ellos, llegaron los eslavos que quedaron contenidos al otro lado del limes romano. Del limes y de las legiones. Poco a poco, algunas tribus germanas se incorporaron al Imperio romano luchando en sus filas como mercenarios.

Más al norte, los hunos empujaron también a los suevos, los vándalos y los alanos quienes, a su vez, empujaron a los alamanes y rodearon a los francos que por entonces ocupaban el norte de Galia. Los suevos llegaron a Hispania, los vándalos al norte de África y los alanos se diseminaron por el Imperio. Los visigodos fundaron un reino en Hispania. Los burgundios llegaron al Imperio detrás de los alanos, asentándose en la orilla del Rin y llegando a constituir un estado que se extendió hasta el Mediterráneo: Borgoña.

En el siglo IX vendrían de Escandinavia nuevas tribus germanas a hostigar a los pueblos asentados: los vikingos. Antes que ellos, los pueblos árabes harían también su aparición en Europa. Los árabes quedarían confinados por algún tiempo en Hispania y los vikingos, llamados normandos por proceder del norte, llegarían un día a integrarse en el Imperio romano, asentándose en la franja francesa que se llamó Normandía.

Galería de vistas de la Roma antigua, de Giovani Paolo Panini (siglos XVII-XVIII), Museo del Louvre, París.

Y ORIENTE SE ARROJÓ SOBRE OCCIDENTE

En Asia, parece como si la estepa pudiera generar nuevas fuerzas bárbaras que resurgieran constantemente dispuestas a asaltar imperios. Los territorios que ocupaban en las estepas eran inmensos, porque necesitaban mucho terreno para sus ganados trashumantes, pero cuando mejoró su nivel de vida, además de la rapiña para conseguir lo que necesitaban, tuvieron necesidad de conseguir mano de obra, lo que les llevó, como a tantos otros pueblos, a guerrear para capturar esclavos entre los enemigos dominados.

Las inmensas extensiones de Asia Central fueron el origen de las tribus nómadas salvajes que se abalanzaron sobre Occidente durante más de mil años. Imagen del desierto de Gobi.

Los textos chinos citan multitudes hambrientas, nubes de jinetes que caían sobre ellos como langostas y desaparecían en un torbellino de flechas. No eran tribus, sino confederaciones de bárbaros que se aliaban para aumentar su fuerza, atacar y distribuirse el botín.

Y ya en el siglo II, el inmenso territorio que se extiende desde el Amur, el río que hoy forma frontera natural entre Rusia y China, hasta los Cárpatos, estuvo bajo dominio de tribus nómadas. En la estepa occidental, los sármatas y más tarde los godos se dedicaban al pillaje de las ciudades griegas de la Póntide, mientras que entre las actuales Austria y Rumanía eran los vándalos quienes desempeñaban el papel de predadores.

Pero en el siglo IV entró en escena un nuevo grupo de nómadas turco-mongoles que llegó a romper el equilibrio de asedios y pillajes de los otros pueblos germanos. Avanzaban en tropel y llevaban a los hunos a retaguardia.

Los hunos se desplazaban con la rapidez del rayo y combatían con arco. Eran un pueblo nómada de rasgos muy acusados y costumbres muy originales. Se rapaban el cabello, deformaban el cráneo de los niños, mataban a los ancianos e incineraban a los muertos. Para los latinos del Imperio romano, los hunos eran peores que los bárbaros y eso que muchos romanos del siglo IV, como señala Amiano Marcelino, consideraban a los bárbaros seres irracionales, como muchos occidentales consideraron irracionales a los negros y a los indios entre los siglos XVII y XIX.

En el año 375, galopando a lomos de aquellos pequeños y rápidos caballos que habían domesticado siglos atrás, atravesaron las llanuras de Ucrania2 y derrotaron a Hermanarico, el rey elegido por los godos, el cual, incapaz de asumir su debilidad ante enemigos tan feroces, se dio muerte. Eso es lo que cuenta, al menos, Amiano Marcelino, aunque después veremos que no fue así. Lo cierto es que, en poco tiempo, los bárbaros de las estepas habían dominado desde el mar Negro hasta los Alpes orientales.

Durante un milenio, Oriente se arrojó sobre Occidente, porque detrás de los hunos llegaron los ávaros, después los turcos, los búlgaros, los kazarios, los húngaros. Siglos después, cuando todavía la Europa cristiana se enfrentaba al Islam, Oriente volvió a la carga con una nueva invasión: la de los mongoles.

HISTORIA Y LEYENDA

Como sucede con todos los mitos antiguos, es preciso investigar para separar la realidad de la leyenda, algo que no siempre resulta factible. En el caso de los hunos en general y de Atila en particular, hay que tener en cuenta que, como hemos dicho, la mayoría de los conocimientos que de ellos tenemos nos han llegado sesgados en los escritos de enemigos o víctimas, como los textos de cronistas e historiadores romanos o germanos.

Hay aspectos de su civilización y de su historia que resultan bastante claros. Se ha dicho de ellos que tenían una masa carnosa en lugar de rostro y agujeros en lugar de ojos. Sin embargo, los antropólogos de Rumanía y Hungría han sido capaces de reconstruir un rostro huno a partir de uno de los muchos cráneos que se han encontrado en tumbas situadas en la antigua Panonia, donde residieron muchos años y que hoy es parte de Rumanía y parte de Hungría.

Se ha dicho también que comían carne humana cuando, en realidad, envolvían pedazos de carne cruda en un tejido que colocaban entre su cuerpo y la silla de su caballo, dejándola macerar hasta que resultaba comestible. Como comían sin descabalgar, las gentes los veían arrancar trozos de carne rojiza a dentelladas, seguramente con expresión más que feroz, lo que les hizo suponer que comían la carne de las víctimas que acababan de matar.

Hay quien asegura que no conocían el fuego, cuando no solamente atacaban, robaban y saqueaban, sino que incendiaban casas, carros y campos. Todas las guerras medievales se llevaron a cabo a sangre y fuego. No se concebía otra manera de combatir. La fama de exacerbado furor y crueldad de los hunos debía ser, como fue posteriormente la de los mongoles, el arma intangible que utilizaban para someter a sus enemigos mediante el terror y la sorpresa. Atila, el azote de Dios, aquel cuyo caballo dejaba yerma la tierra que pisaba, fue equitativo con su pueblo y temible con los extraños. El reguero de terror que dejaba era un arma de uso político que servía para doblegar poblaciones con solo su nombre. Pero frente a su pueblo fue juez justo de costumbres parcas.